Roy Mustang permanecía en la sala de espera, una figura desolada apoyada en sus rodillas, con la cabeza hundida entre sus manos. Su uniforme, aún manchado con la sangre de Riza, era un testimonio desnudo de la tragedia reciente. Atravesado por el tormento, no era la primera vez que la vida de Riza Hawkeye pendía de un hilo a causa de las decisiones y batallas que él había liderado. Su mente, asediada por recuerdos, volvió una y otra vez a las numerosas ocasiones en que ella había estado al borde del abismo por él; Sin embargo, ningún recuerdo era tan punzante como lo ocurrido durante el Día Prometido, cuando casi la pierde para siempre.
Los minutos se arrastraban, cada uno sintiéndose como una eternidad, una tortura incrementada por la ausencia de noticias sobre su condición. En estos momentos de incertidumbre y miedo, Roy se enfrentaba a la cruda realidad de su dependencia hacia Riza. No solo porque ella protegía su vida con una devoción inquebrantable, sino porque ella era el faro que guiaba su alma a través de las tormentas. Riza era su conciencia, su guía, su ancla en un mar de caos. Sin ella, se había encontrado perdido en numerosas ocasiones, y el mero pensamiento de esa pérdida lo llenaba de un terror insondable.
La llegada de Scar interrumpió sus cavilaciones. Roy levantó la vista para encontrar al hombre de Ishbal parado frente a él, la sombra de la pena oscureciendo su rostro. Al acercarse, Roy se esforzó por recomponerse, aunque el esfuerzo era palpable.
-General Mustang, los detenidos están bajo custodia y se entregarán al ejército de Amestris en cuanto usted dé la orden -dijo Scar, con una reverencia que hablaba de respeto y pesar. -Le ruego que acepte, en mi nombre y en el consejo de Ishbal, nuestras disculpas.
Roy notó cómo sus propios puños se tensaban, una manifestación física de su lucha interna. Sin embargo, su respuesta fue medida, teñida de una tristeza profunda pero también de entendimiento.
-Tranquilo -dijo, colocando una mano sobre el hombro de Scar. -No soy tan estúpido como para culpar a todo un pueblo por los actos de unos pocos. Al menos, ya no.
La sonrisa que ofreció a Scar estaba cargada de una tristeza resignada, una aceptación de la complejidad del mundo que había aprendido, en gran medida, gracias a Riza. En ese momento, Roy Mustang era la imagen viva de un hombre que, a pesar de ser una figura de poder y autoridad, se encontraba desgarrado por el amor, el deber y el miedo a la pérdida.
Scar levantó la mirada, encontrándose con la visión de Roy Mustang, un hombre que en el pasado había sido su enemigo, pero que ahora veía al borde del colapso. Aunque nunca había comprendido de todo la relación entre Roy y Riza Hawkeye, estaba claro que trascendía la mera dinámica de superior y subordinada.
-Si hay algo que pueda hacer…
La voz de Scar se vio interrumpida por la entrada de uno de los médicos. En ese instante, para Roy, Scar dejó de existir; su atención se centró por completo en el recién llegado.
-Señor Mustang, ¿podría acompañarme, por favor? -pidió el médico con un tono que equilibraba la urgencia con la calma profesional.
Sin duda, Roy siguió al médico por los pasillos del hospital, un laberinto de blancura y luces tenues que parecía extenderse infinitamente.
-Tengo entendido que la teniente Hawkeye no tiene más familiares vivos, y usted es el contacto de emergencia registrado en su ficha médica -explicó el médico, abriendo la puerta de una habitación. -Por favor, entre.
Al entrar, Roy se encontró con Riza, su figura inerte conectada a una red de máquinas que zumbaban suavemente, marcando el ritmo de su lucha por la vida. Aunque las máquinas aseguraban su supervivencia, la visión era un golpe brutal para Roy.
-Sobrevivirá -anunció el médico, rompiendo el silencio con palabras que Roy apenas registró, concentrado en la figura de Riza. -Pero antes de que pueda estar a solas con la señorita Hawkeye, hay algo que debe ver.
El médico colocó unas radiografías en el expositor. Roy, sin formación médica, solo podía distinguir la muñeca obviamente fracturada entre las sombras y luces de la imagen. Sin embargo, las líneas blancas que cruzaban otros huesos le gritaban de heridas antiguas.
-Es un panorama desolador, no solo por la cantidad de ellas, sino porque algunas evidencian que no fueron tratadas adecuadamente o que no se guardó el reposo necesario -explicó el médico con seriedad. -Quiero que me asegure que no volverá a estar en activo hasta que sus heridas sanen por completo, por el bien de su salud.
La habitación se llenó de un silencio pesado, rota únicamente por el suave bip de las máquinas. Roy recomendó, la promesa no dicha pesando sobre él como una pérdida. Este momento marcaba un punto de inflexión, no solo en la recuperación física de Riza, sino en su propia comprensión de las cargas que había impuesto, a menudo sin darse cuenta, sobre aquellos a quienes más quería.
Con la promesa hecha, el médico se retiró, dejando a Roy solo con Riza. Acercándose a su cama, tomó su mano con delicadeza, sintiendo el frío contacto de su piel contra la suya. En el silencio de la habitación, con el peso de las decisiones pasadas y futuras oprimiéndole el pecho, Roy Mustang se enfrentaba a la realidad de su relación con Riza Hawkeye: una mezcla compleja de lealtad, deber y un amor no pronunciado.
Riza abrió los ojos con esfuerzo, la luz del cuarto hospitalario la deslumbraba, sumiéndola en una confusión momentánea. El eco de la reunión tumultuosa aún resonaba en su mente, un recordatorio del peligro que acababa de enfrentar. Al intentar moverse, una punzada de dolor le recorrió el cuerpo, pero fue la sensación de una mano sosteniendo la suya lo que la ancló a la realidad. Al girar la cabeza, se encontró con Roy Mustang a su lado, el rostro marcado por el cansancio, ojeras profundas y una barba de varios días que hablaban de su preocupación y vigilia.
Al verlo en ese estado, un suspiro se le escapó. Ese hombre, su superior, podía ser un desastre sin ella para guiarlo, mantenerlo en el camino. A pesar del calor que le recorría el pecho al verlo allí, por ella, también sintió una chispa de irritación. Roy tenía responsabilidades más grandes que permanecer a su lado en un hospital. Era un líder, el alquimista de la llama, con un peso sobre sus hombros que iba más allá de aquellas paredes.
-Señor, aféitese y alístese. ¿Qué pensará la gente si le ve en esta guisa? -Su voz era débil, pero llevaba la matiz firme de siempre, el de su teniente reprendiendo a su general por descuidarse.
La reacción de Roy fue inmediata, un torbellino de emociones reflejado en sus ojos. La Riza de siempre estaba allí, incluso en su lecho de hospital, preocupada por su apariencia, por su deber. Las palabras se le atoraron en la garganta, un cúmulo de sentimientos que no sabía cómo expresar. Y entonces, impulsado por una emoción cruda y profunda, se inclinó y la beso. Era un gesto fuera de lo común para ellos, cruzando una línea nunca antes atravesada, pero en ese momento, nada de eso importó.
-Al cuerno la gente, Riza -dijo, finalmente, cuando sus labios se separaron, una sonrisa cansada adornando su rostro-. ¿Cómo es posible que lo primero que hagas al despertar sea regañarme? Aunque lo merezca.
