El aire en el campo de tiro estaba cargado de expectación y el leve murmullo de conversaciones quedó sepultado bajo el peso de la anticipación. Riza, con su postura inmutable frente al puesto de tiro, se convirtió en el centro de todas las miradas. La atmósfera se había electrificado no por el desafío en sí, sino por la presencia de Rebecca, cuya tendencia a hablar más de la cuenta había puesto a Riza en esta situación inesperada.

Riza suspiró, su aliento empañando brevemente el cerrojo de su rifle. Era una tiradora excepcional, pero lo que estaba a punto de intentar trascendía el mero ejercicio de puntería; se trataba de superar un disparo legendario, un reto que rozaba los límites de lo posible, todo por la tendencia de Rebecca de provocar situaciones que la sacaban de su zona de confort.

Mientras ajustaba el visor de su rifle, la mirada de Riza permanecía fija en el objetivo distante. La calma con la que manejaba el arma contrastaba fuertemente con el torbellino de emociones que Rebecca había desatado. La espera por el momento perfecto era una demostración de paciencia y concentración; sabía que el éxito de su disparo dependía tanto de su habilidad como de las caprichosas corrientes del viento.

Al fin, un cambio sutil en la brisa le indicó que era el momento. Sus dedos, acariciando el gatillo con familiaridad, se tensaron ligeramente y la bala fue lanzada en su viaje a través del campo, cruzando los dos mil quinientos metros que la separaban de su objetivo. El impacto, seguido de un silencio sobrecogedor, precedió a una explosión de exclamaciones de asombro y admiración por parte de los espectadores, quienes nunca habrían imaginado ser testigos de tal hazaña.

Entre los murmullos de incredulidad y los aplausos, Rebecca se acercó a Riza, una sonrisa triunfante en su rostro.

-¿Ves? Sabía que podías hacerlo, aunque ahora probablemente esperarán que hagas magia con cada disparo -bromeó Rebecca, intentando aligerar el aire de solemnidad que había seguido al disparo.

Riza, con una mirada que mezclaba el alivio con el reproche amistoso, respondió: -La próxima vez que decidas apostar mi reputación, al menos apuesta algo interesante.

La risa que compartieron sirvió para disipar la tensión al final y al cabo Rebecca era un elemento de caos en su vida que le ayudaba a aliviar la carga de la disciplina y seriedad con la que dirigía su vida.

La hazaña de Riza en el campo de tiro, una proeza que desafiaba lo imaginable, no tardó en convertirse en el centro de todas las conversaciones dentro de la milicia, propagándose con la rapidez de un incendio en pleno verano.

Fue en una de estas tardes, bajo la sombra estratégica que ofrecía el juego de ajedrez, que el tema del disparo récord se coló en la conversación entre Grumman y Mustang, cuyas partidas solían ser tanto un enfrentamiento intelectual como una excusa para discutir asuntos de mayor calado.

-Dos mil quinientos metros, el mejor disparo confirmado en la historia de este país, realizado como si nada en un campo de tiro -comentó Grumman, su voz teñida de admiración y un toque de incredulidad.

-La teniente Hawkeye siempre ha sido una tiradora excepcional -respondió Mustang, su movimiento en el tablero tan calculado como sus palabras, aunque no pudo ocultar un atisbo de orgullo al hablar de Riza.

-¿Sabe cuál era la marca anterior a esta?- pregunto siguiendo la jugada.

-Dos mil cuatrocientos setentaicinco, durante la guerra de Isbhal.- Roy miro serio a Grumman no le empezaba la dirección por la iba la conversación.

-Y lo realizó la misma persona que ahora -Grumman, alisándose el bigote, no pudo contener una risa al captar la expresión de Mustang. La idea de que el talento de Hawkeye pudiera estar siendo desaprovechado bajo su mando era un pensamiento que rondaba las mentes de muchos.- la General Armstrong quiere que vaya su par de meses a Brigg a instruir a sus tropas allí.

-No.- La negativa de Mustang fue inmediata y rotunda, un reflejo de su renuencia a separarse de alguien tan fundamental para su equipo y, aunque no lo dijera en voz alta, para él mismo.

La risa de Grumman ante la reacción de Mustang reveló la naturaleza intrínseca del poder y la política dentro de la milicia. La propuesta de enviar a Riza a Briggs, aunque presentada como una oportunidad de crecimiento y reconocimiento para ella, también era un recordatorio de que en el juego del poder, todos los jugadores son piezas en movimiento, sujetas a las estrategias y deseos de quienes dirigen el tablero.

- Comentarle esto no es más que una mera formalidad general, lo cierto es que he aprobado el traslado temporal de Hawkeye, a cambio, le mando a Miles la mano derecha de Olivier para que lo tenga de rehén si gusta.

La oferta de enviar a Miles como una suerte de intercambio no hizo más que enfatizar la seriedad de la propuesta. A pesar de las protestas de Mustang, la decisión de trasladar temporalmente a Riza ya había sido tomada, una maniobra que, aunque prometía ser sólo por un tiempo, implicaba separaciones y desafíos tanto profesionales como personales.

La oficina estaba sumida en un silencio tenso, interrumpido únicamente por el ruido sordo de la ciudad más allá de las ventanas. Roy Mustang se encontraba de pie frente a la ventana, contemplando la vista sin realmente verla, mientras Riza Hawkeye permanecía sentada, su postura rígida reflejando la tensión del momento.

-¿Por qué aceptaste?- La pregunta de Roy rompió el silencio, cargada de un enojo apenas contenido. -¿Por qué ir a Briggs ahora?

Riza levantó la mirada hacia él, su expresión serena a pesar del torbellino de emociones que sentía.

-Es una orden directa del Führer. No es algo que pudiera rechazar fácilmente.

-Podríamos haber encontrado una manera de retrasarlo, de evitarlo. Siempre hay una manera.- Roy se volvió hacia ella, su frustración evidente. -No puedo evitar sentir que esto es una especie de castigo, una consecuencia por..."

-¿Por qué?- Riza interrumpió, sabiendo exactamente a dónde iba.

Roy cerró los ojos momentáneamente, luchando por controlar su enojo.

-Es... Es que te manden lejos, a ti, mi teniente, mi...-Hizo una pausa, consciente de que estaba a punto de cruzar la línea profesional que tan cuidadosamente habían mantenido.

Riza se levantó, en su mirada había muchos sentimientos, pero sobre todo una advertencia.

-Me parece, que esta conversación se está saliendo del ámbito profesional, Señor -su tono era de advertencia, pero detrás de sus palabras, había una súplica tácita para no cruzar ese umbral.

Aquellas palabras fueron un golpe en su orgullo. Una brecha insalvable pareció abrirse entre los dos. Herido por la repentina barrera erigida por Riza, y frustrado por la percepción de que su nivel de implicación emocional era desigual, tomó la decisión más dolorosa.

-Puede retirarse, Teniente Hawkeye -dijo con una voz en la que intentó inyectar toda la autoridad de su cargo, pero que salió más quebrada de lo que hubiera querido.

Riza, , asintió con solemnidad y se dirigió hacia la puerta.

-Adios, General.

Su partida dejaba un silencio helado, un espacio lleno de todo lo que se habían reprimido decir.

El paisaje desfilaba ante los ojos de Riza Hawkeye como un lienzo en constante cambio, cada kilómetro que el tren devoraba la alejaba más de Central y la acercaba a su nuevo destino temporal: Briggs. A través de la ventana, observaba cómo la urbanidad daba paso a vastas extensiones de naturaleza, cada vez más dominadas por el frío abrazo de la nieve a medida que se adentraban en el norte.

El suspiro que escapó de los labios de Riza llevaba consigo un peso de resignación y una pizca de frustración. Si hubiera sabido las consecuencias de la apuesta de Rebecca, quizás habría elegido fallar aquel disparo. Pero las decisiones, una vez tomadas, rara vez ofrecen el lujo de la retrospección.

Ahora, en camino a Briggs, Riza se enfrentaba a la disyuntiva de discernir entre la molestia de Roy como su superior o como su pareja, o tal vez, un entrelazado de ambas. Su despedida, un adiós teñido de una frialdad que ninguno deseaba, había sido el último acto de un orgullo que, por el momento, había triunfado sobre la comunicación y el entendimiento.

Con Briggs en el horizonte, Riza sabía que la distracción no era una opción. La General Armstrong, una mujer de férrea determinación y una inquebrantable creencia en la ley del más fuerte, no era alguien a quien se pudiera tomar a la ligera. La petición de Armstrong para que Riza se uniera temporalmente a sus filas en Briggs no era solo un reconocimiento a su habilidad, sino también una jugada con intenciones que Riza no podía dejar de analizar con cautela.