El juego de ajedrez entre Grumman y Mustang, habitualmente un duelo de estrategias y astucias, se había transformado en un campo de batalla de tensiones no expresadas. La atmósfera en la oficina del Führer, normalmente impregnada de la solemnidad propia de los asuntos de Estado, hoy estaba cargada de un aire de expectación casi palpable. Roy, con una mirada que raramente desviaba del tablero, ahora fijaba sus ojos oscuros en Grumman con una intensidad que iba más allá de cualquier jugada de ajedrez. Era una mirada que buscaba, que interrogaba sin palabras, obligando al Führer a elevar la vista de las piezas de marfil y madera para enfrentar el escrutinio de su subordinado.

—¿Por qué tengo la impresión de que quiere decirme algo importante, General? —Grumman intentó aligerar el ambiente con una sonrisa, pero la seriedad en la voz de Roy le hizo claro que estaban en las puertas de una conversación de trascendencia. —Vamos, deje de mirarme así y dígame lo que tenga que decir. Es difícil disfrutar una partida si su contrincante lo taladra con la mirada.

La sala, iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas, era un testigo silencioso del momento crucial que se avecinaba. Las piezas del ajedrez, en su ordenado caos sobre el tablero, parecían esperar el desenlace de un juego mucho más grande y complicado que el que jugaban en la madera.

—Durante años he sido su subordinado, y creo que puedo afirmar sin temor, que confía en mí, tanto como para hablarme de su nieta o para planear un golpe de estado —Roy finalmente rompió el silencio, su voz firme, pero con un dejo de vulnerabilidad que rara vez permitía que otros vieran.

Grumman, sorprendido por la franqueza de la declaración, se reclina en su silla, los años y las batallas libradas leyéndose en las líneas de su rostro. Su mirada, llena de curiosidad e intriga, no dejaba lugar a dudas de que comprendía la gravedad de lo que Roy estaba a punto de compartir.

—Y creo que se te ha recompensado por tu lealtad, ¿no es así? —Grumman intentó medir el terreno, pero Roy no estaba para rodeos.

—Quiero a su nieta y me quiero casar con ella —la declaración de Roy, directa y sin adornos, cayó como un rayo en la tranquila tarde, provocando en Grumman una reacción inesperada.

Las carcajadas del Führer resonaron en el espacio cerrado, una respuesta que, aunque inesperada, no era menos sincera. De todas las posibles confesiones que había anticipado, esta era, sin duda, la más sorprendente y, a su manera, la más audaz.

—¿Y la teniente Hawkeye está conforme con esto? —la pregunta de Grumman era pertinente, aunque su tono aún vibraba con el eco de su risa reciente. —Dudo mucho que quiera tirar su carrera por la borda.

El silencio que siguió fue elocuente. Roy, con una determinación que había forjado en el campo de batalla y en los oscuros corredores del poder, no estaba dispuesto a ceder. Había llegado hasta allí, movido por un amor que trascendía las normas y las expectativas, listo para desafiar al mundo si era necesario por estar con Riza.

—Riza consiente —afirmó, su voz no dejaba lugar a dudas de su compromiso y la seriedad de sus intenciones.

—Bien pues renuncie y cásese —la sugerencia de Grumman era en parte desafiante, en parte resignada, como si reconociera el peso de lo que Roy estaba dispuesto a sacrificar por amor.

—Tendrá mi renuncia mañana a primera hora —la resolución en la voz de Roy era palpable, una decisión tomada no a la ligera, sino con la totalidad de su ser.

Sin embargo, antes de que Roy pudiera retirarse, Grumman lo detuvo con una voz cargada de experiencia y un suspiro que hablaba de batallas pasadas y decisiones difíciles.

—Espera, muchacho —el tono de Grumman era uno de cansancio, pero también de comprensión. —Siéntate antes de tirar por la borda toda tu vida, ¿quieres?

Roy volvió a su asiento y cruzo brazos y piernas.

-¿Qué quieres? ¿ que modifique la ley anti fraternización?

Roy asintió y Grumman masculló una maldición bajo su aliento. La atmósfera en la habitación estaba cargada de tensión, una tensión que emanaba no solo de la gravedad del tema en discusión, sino también de la incertidumbre que lo rodeaba.

-Si eso fuese tan fácil, ya estaría hecho. No puedo simplemente agitar una varita y borrar una ley -dijo Grumman, su voz reflejando una mezcla de frustración y pragmatismo.

-Usted es el jefe del estado -replicó Roy, su tono firme, aunque ligeramente teñido de desesperación.

-Y precisamente porque quiero seguir siéndolo unos años más, no puedo ir modificando o anulando las leyes que me de la gana. ¿O acaso hemos olvidado lo que le ocurrió al anterior führer? -La pregunta retórica de Grumman estaba cargada de significado, recordando los peligros de actuar con imprudencia en el delicado equilibrio del poder.

Roy frunció el ceño, incapaz de aceptar la inmovilidad como respuesta.

-¿Insinúa que modificar esa ley provocaría un golpe de estado? Años de asesinatos no pueden compararse con permitir que los militares puedan ser pareja, si me permite el atrevimiento.

-No, pero piense en esto: si modifico la ley, te casas con mi nieta y, en unos años, te cedo el puesto de Führer... ¿Cuánto tiempo cree que tardará Olivier Armstrong en irrumpir con sus tanques en Central para suplantarte?

La mención de Olivier Armstrong y la posibilidad de una reacción violenta por parte de otros poderosos generales hizo que Roy se sumiera en un silencio reflexivo.

-Bien, entonces no me queda más remedio que renunciar, como usted ha dicho. No puedo permitir que ella siga sufriendo por este asunto -la voz de Roy era resuelta, pero su corazón pesaba como plomo en su pecho.

-Calma, veo que realmente la quieres, y eso me conmueve. No digo que sea imposible, solo pido tiempo -Grumman finalmente mostró una chispa de comprensión, aunque seguía siendo cauteloso.

-Once años, señor. Le he dado mi vida al completo a este ejército durante once años. ¿No es tiempo más que suficiente? -la paciencia de Roy estaba llegando a su límite.

-¿Quieres saber cuántos años le he dado yo? Maldita sea, yo también tengo prisa, no creas que no. Más que tú, que aún eres joven -Grumman se reclinó en su silla, su mirada se suavizó ligeramente al contemplar al joven general delante de él. -Dame seis meses. No es mucho pedir. Si en ese tiempo no he logrado que los generales consientan la derogación de la ley, os permitiré renunciar, casaros y todo lo que venga después.

Roy asintió, no sin cierta reluctancia. La propuesta de Grumman era un rayo de esperanza, pero también una prueba de paciencia. Por Riza, por su futuro juntos, estaba dispuesto a esperar un poco más.