Roy terminaba su postre, saboreando cada bocado con una tranquilidad que contrastaba con la intensidad de la escena frente a él. Riza, sumergida hasta el cuello en informes y expedientes, mostraba signos inequívocos de fatiga y frustración. Sus gestos, sutiles pero reveladores, como el enredo ocasional de sus dedos entre los mechones de cabello o el tamborileo impaciente de su bolígrafo contra la mesa, hablaban más que palabras. La investigación de asesinato que llevaba entre manos desde hacía semanas se había estancado, convirtiéndose en un laberinto de callejones sin salida.

-No deberías traerte el trabajo a casa, solo te agotarás más-, sugirió Roy, con una voz teñida de preocupación y un deje de suavidad. Sus palabras, aunque dichas con una naturalidad que hablaba de la comodidad y la intimidad compartidas, lograron arrancarle a Riza una sonrisa. Sin apartar la vista de los documentos, era evidente que el gesto le había alcanzado, ofreciéndole un breve respiro en su maratón de estrés.

Sentados en la mesa del salón, se hallaban inmersos en una estampa de normalidad que a Riza le resultaba a la vez surrealista y profundamente gratificante. La privacidad y autenticidad de ese momento les permitían ser simplemente ellos, lejos de las miradas del mundo exterior. Era difícil precisar cuándo había comenzado a cambiar su dinámica, pero ahora, la idea de regresar a lo que eran antes parecía impensable.

-¿Vas a traer más ropa?-, inquirió Riza, aún con los ojos clavados en los papeles, pero claramente distraída por pensamientos más personales. -Lo digo para comprar un armario más grande y así poder guardar mi ropa también-. Su tono, mitad serio, mitad juguetón, insinuaba una aceptación tácita de su creciente cercanía.

Roy, levantándose y dirigiéndose hacia la habitación con una sonrisa, respondió con ligereza,

-Qué exagerada, ¿qué hay? ¿Un par de camisas? -. La realidad, sin embargo, le demostró lo contrario. Al abrir el armario, se encontró con una visión que lo dejó perplejo y, secretamente, encantado: sus prendas superaban en número a las de Riza.

Ella, caminando hacia el baño conectado a la habitación, le hizo una señal para que la siguiera. Roy, obediente y curioso, accedió, al llegar junto a ella la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí.

Riza no pudo contener una risa ligera, resonando con calidez en el ambiente íntimo que compartían. La tensión de sus hombros parecía disiparse, aunque fuera momentáneamente, bajo el efecto de la cercanía de Roy y su humor característico. La familiaridad y el cariño evidentes en su gesto al agarrarla de la cintura y atraerla hacia él, hablaban de una complicidad y una intimidad que habían trascendido el mero compañerismo.

-Mira, ese pequeño rincón donde están mis cosas, ¿qué hay? Los objetos de siempre, pero ayer, mientras ordenaba, me di cuenta de que has ido invadiéndome poco a poco-, dijo Riza, señalando la encimera del lavabo con un tono de voz que denotaba más diversión que reproche. Era una constatación de cómo, sin planearlo, Roy había comenzado a ocupar no solo espacios físicos en su hogar sino también, y más importante, un lugar permanente en su vida.

Roy examinó la encimera, observando cómo sus objetos personales se entremezclaban ahora con los de ella: maquinillas de afeitar, su cepillo de dientes, incluso su colonia, todos dispuestos con un orden meticuloso. La constatación de su "invasión" le arrancó una sonrisa de satisfacción. La respuesta de Roy, juguetona pero reveladora de su astucia habitual, no se hizo esperar.

-Eso demuestra lo buen general que soy, no te has percatado de mi sutil intromisión hasta que ha sido demasiado tarde. Se puede decir que estoy completamente instalado en tu casa.

El comentario, hecho en tono de broma, ocultaba una verdad más profunda sobre su relación: ambos habían permitido, consciente o inconscientemente, que su conexión evolucionara hacia algo más significativo. La manera en que Riza se permitió ser atraída hacia él, respondiendo a su abrazo con un gesto de aceptación, reflejaba no solo su consentimiento a esa "invasión" sino también el deseo compartido de seguir explorando lo que su relación podía ofrecer.

En ese momento, en la privacidad de su hogar, con la complicidad del afecto que se profesaban, se permitieron disfrutar de la tranquilidad y el confort de su mutua compañía.

El sonido del teléfono cortó abruptamente el tejido del momento que compartían, una intrusión discordante en la calma que habían conseguido crear. Roy, sintiendo el presagio de lo que ese sonido anunciaba, apretó su agarre alrededor de Riza, un intento vano de mantener intacta la burbuja de serenidad que los rodeaba.

-No lo cojas, murmuró con una súplica que resonaba más allá de las palabras, un deseo de aferrarse un poco más a ese instante de paz.

Sin embargo, la respuesta de Riza no fue la que él esperaba. La transición de su compañera de momentos antes a la teniente fue inmediata y firme, un cambio que Roy observó con una mezcla de admiración y temor. La dedicación al deber de Riza, esa capacidad de dividirse entre la mujer que amaba y la teniente respetada, siempre le había fascinado y, al mismo tiempo, aterrado. Con un suspiro de frustración, Roy la vio alejarse, marcando el fin de su breve escape de la realidad.

Cuando Riza regresó del salón, la gravedad de su expresión anticipaba noticias de peso.

-Han asesinado al coronel Clorense en su casa-, dijo, su voz cargada con la seriedad del mensaje. Las palabras cayeron entre ellos como una piedra en aguas tranquilas, perturbando todo a su paso. La noticia de un coronel asesinado enviaba un mensaje alarmante, uno que escalaba la magnitud de los hechos a un nuevo nivel de urgencia.

-Vamos-, instó Roy, movido por un sentido de responsabilidad y urgencia.

-No, seria sospechoso que llegásemos juntos. - La negativa de Riza, basada en la preocupación por las apariencias y la protocolo, no hizo sino aumentar la tensión en el aire.

-Esto es un ataque directo a la línea de mando, tu deber es informar a tu superior directo, que soy yo-, replicó con firmeza, subrayando la gravedad de la situación y su posición dentro de la estructura de mando.

Riza, tras un breve momento de silencio, accedió con una estrategia en mente, un plan que les permitiría actuar dentro de los confines de sus roles sin levantar sospechas innecesarias.

-Yo saldré primero y me adelantaré-, concluyó, marcando un curso de acción que les exigiría navegar con cautela en las turbulentas aguas de la política militar y la investigación.

El aire entre ellos se cargó con una tensión palpable, un reflejo de la inquietud y la gravedad del momento. La transición de la intimidad compartida a la realidad de sus roles en un mundo lleno de peligros y conspiraciones era un recordatorio de los retos que enfrentaban, tanto individualmente como juntos. En ese instante, la complejidad de su relación y sus responsabilidades se entrelazaban, dibujando un camino incierto que deberían recorrer con cuidado, conscientes de las amenazas que acechaban en las sombras.