La llegada de Riza al lugar del crimen transformaba la escena; la calle, normalmente apacible, se había convertido en un hormiguero de actividad militar. Coches oficiales bloqueaban el acceso, mientras oficiales y soldados se movían con propósito. Havoc la recibió con noticias que presagiaban la complejidad del caso.
-Parece que nuestro principal sospechoso se ha convertido en víctima, Teniente.
Riza, absorbiendo la gravedad de la situación, asintió lentamente. La información que Havoc compartía se entrelazaba con lo que ya sabía: las víctimas anteriores, todas bajo el mando de Clorense y con registros de conflictos con él, tejían una trama densa de enemistades.
-Volvemos a la casilla de salida-, comentó, la frustración teñida de determinación en su voz.
-¿Quién ha reportado el cuerpo?-, preguntó Riza, intentando reconstruir la secuencia de eventos.
-La novia, Margareht Gardner creo que se llama. Ya la están interrogando. Se la han tenido que llevar; estaba al borde de un ataque de pánico-, respondió Havoc, observando cómo Riza procesaba la información. El nombre de Margareht hacía eco en su mente, una pista que aún no lograba conectar del todo.
Mientras avanzaban hacia la casa, la escena dentro revelaba el horror del crimen. El coronel Clorense yacía en su escritorio, su rostro atrapado en una expresión de terror absoluto. Riza, con una eficiencia casi mecánica, comenzó a inspeccionar la habitación, buscando cualquier indicio que pudiera guiarles en la investigación.
La tensión en la habitación se intensificó con la llegada de Roy, quien, con un ligero golpe en el marco de la puerta, anunciaba su presencia. Ambos, Riza y Havoc, se cuadraron automáticamente, un gesto de respeto y protocolo.
-¿Han averiguado algo?-, preguntó Roy, su voz seria, reflejando la preocupación por la situación.
La respuesta de ambos fue el silencio, seguido de un suspiro resignado de Roy.
-Me encargaré de darles nuevos niveles de seguridad, para que puedan acceder a la oficina de Clorense. El coronel se encargaba de la seguridad del Führer. Esto es un asunto muy delicado.
Fue entonces cuando la pieza faltante encajó en el puzzle de la mente de Riza.
-¿Gardner?-, exclamó, una realización impactante cruzando su rostro. – el Teniente General Gardner, fallecido el día prometido, uno de los aliados de Bradley... ¿Su hija salía con el hombre que asignaba y organizaba la seguridad del Führer?"
La implicación de sus palabras cayó como un manto pesado sobre los presentes. Roy y Havoc intercambiaron miradas, comprendiendo la magnitud de lo que Riza sugería.
-¿Es posible que este reguero de muertes sea un camino hacia un magnicidio? Margareht Gardner, ¿buscando vengarse de Grumman?.
La urgencia se palpaba en el aire, impulsando a Riza a la acción.
-Rápido, Havoc, ¿a dónde la han llevado? Debemos encontrarla antes de que sea demasiado tarde.
El auto, bajo el mando firme de Riza Hawkeye, se desplazaba a través de la noche con una urgencia que rozaba la temeridad. En su interior, el General Roy Mustang y el Teniente Jean Havoc se aferraban a sus asientos, el primero con una mezcla de ansiedad y reproche.
-Teniente Hawkeye, me gustaría llegar vivo a casa esta noche-, logró decir Mustang, su voz tensa por la velocidad del vehículo.
-No hay tiempo, General-, respondió Riza, su concentración fija en la carretera. La necesidad de llegar a la casa de Margareht Gardner antes de que fuera demasiado tarde eclipsaba cualquier preocupación por las formalidades del tráfico.
Mientras Riza conducía, su mente trabajaba a toda velocidad, cuestionando cada decisión tomada hasta ese momento. La frustración por no haber llevado a Margareht directamente al cuartel para interrogarla la consumía; era el procedimiento estándar, después de todo. ¿Qué clase de incompetencia les había llevado a esta situación?
-Havoc, ¿Quiénes se llevaron a Margareht? ¿eran de los nuestros?.
La pregunta de Riza a Havoc sobre quién había tomado a Margareht reveló una capa más de la conspiración: no eran los suyos, sino gente de Clorense.
-No, eran gente de Clorense-, confirmó Havoc, su voz cargada de culpa y frustración.
-Tranquilo, Havoc. No había forma de que lo supieses-, intentó calmarlo Mustang, aunque la tensión apenas disminuía.
Al llegar, Riza detuvo el auto con una brusquedad que reflejaba la gravedad de su misión. La casa de Margareht, sumida en la más completa oscuridad, presagiaba lo peor. "Hemos llegado tarde", susurró Havoc, un sentimiento de derrota envolviendo sus palabras.
Pero no había tiempo para lamentos. Riza, con su arma ya desenfundada, escudriñaba la oscuridad. La aparición súbita de una sombra dirigiéndose hacia ellos desencadenó su instinto protector.
-¡Cuidado, General!-, gritó, lanzándose hacia Mustang justo a tiempo para desviar una bala destinada a él. La tela del uniforme de Roy se rasgó en el lugar donde la bala había pasado rozando, un recordatorio palpable de lo cerca que había estado de convertirse en la próxima víctima.
El refugio detrás del vehículo se reveló insuficiente cuando una columna de piedra, invocada por un alquimista oculto en las sombras, lo hizo añicos.
-¿Alquimia-, exclamó Havoc, la realidad de su situación haciéndose cada vez más peligrosa.
En respuesta, Roy palmeó sus manos, la chispa de su alquimia creando un muro que les proporcionaba una defensa momentánea. Después chasqueo los dedos el calor del fuego lamiendo el aire, Mustang se preparaba para contraatacar, su rostro una máscara de determinación.
La batalla que se desencadenó fue un torbellino de fuego, sombras y acero. Riza, con movimientos precisos y letales, buscaba neutralizar la amenaza alquímica, mientras Havoc proporcionaba cobertura, disparando hacia las sombras que se movían con intenciones asesinas. Mustang, por su parte, era la fuerza destructiva necesaria, sus llamas danzando al ritmo de sus manos, una amenaza viva para cualquiera que osara acercarse.
La confrontación era un caos controlado, cada movimiento calculado bajo el peso del peligro inminente. La oscuridad se llenaba con el estallido de las llamas, el silbido de las balas y el eco de la alquimia enfrentándose a la alquimia.
En ese instante crítico, cuando la tensión podía cortarse con un cuchillo y el destino de todos pendía de un hilo, Riza y Roy compartieron una mirada que decía más de lo que las palabras jamás podrían expresar. Entre ellos, el entendimiento era instantáneo, un vínculo forjado en innumerables batallas y fortalecido por una confianza mutua inquebrantable. Roy, con un asentimiento firme, recibió el mensaje no dicho de Riza: era el momento de cambiar el curso de esta confrontación.
-¡Havoc, cobertura!- gritó Roy, su voz resonando con autoridad mientras desataba el poder de su alquimia. En un instante, la oscuridad de la noche se iluminó como si el sol hubiera decidido hacer una aparición nocturna, sus llamas danzando violentamente, creando una barrera de luz y calor que desorientaba a sus adversarios.
Riza, en ese momento, se volvió una sombra entre las llamas, su presencia apenas perceptible en el caos iluminado que Roy había creado. Su confianza era una armadura tan efectiva como su habilidad con el arma, una sonrisa confiada adornando su rostro mientras se movía con una precisión letal.
Entonces, tan repentinamente como había comenzado, el caos dio paso a una calma inquietante, un silencio tenso que envolvía el campo de batalla como un manto. Era una calma que llevaba el peso de los momentos decisivos, aquellos en los que el destino de muchos se decidía en el susurro de un segundo.
La escena que se desplegaba ante los ojos de Roy Mustang era digna de una epopeya; Riza Hawkeye emergía de la oscuridad, triunfante, cada paso suyo un testimonio de su inquebrantable determinación y habilidad. Arrastraba consigo a dos prisioneros, cada uno un trofeo de la astucia y el valor que había demostrado en el fragor de la batalla. La manera en que se movía, con esa mezcla inconfundible de autoridad y gracia, era la encarnación viva de la victoria. Su presencia imponía un respeto absoluto, no solo por su habilidad para dominar el caos, sino por su capacidad de surgir de él aún más formidable.
Roy, observando absorto la escena desde la distancia, no podía evitar sentir una mezcla de afecto y orgullo. Riza Hawkeye, su teniente, su compañera en la vida, era en ese momento la personificación de la fuerza y la determinación que él tanto valoraba y amaba en ella. La visión de ella, victoriosa, arrastrando a los prisioneros con una confianza que solo podía nacer de innumerables victorias, lo llenaba de una admiración profunda. Era su reina, aquel ser indomable que siempre lograba inclinar la balanza a su favor, que siempre le traía la victoria en los momentos más críticos.
