La habitación estaba bañada en una luz tenue, los destellos del sol se colaban tímidamente a través de las cortinas, creando un ambiente de tranquilidad y reflexión. Roy Mustang, con una delicadeza que contrastaba con su habitual firmeza, depositó a Riza Hawkeye sobre la cama, su gesto lleno de cuidado y afecto. Ella había luchado contra el sueño con todas sus fuerzas, intentando evitar precisamente este momento de vulnerabilidad, pero la fatiga había ganado la batalla.
Roy sonrió suavemente al apartar un mechón de cabello del rostro de Riza, observando la paz que ahora adornaba sus facciones, un marcado contraste con el remolino de emociones que había experimentado horas antes. A su lado, la figura de Riza, sumida en el descanso, evocaba en él una mezcla de admiración y afecto profundo. Era consciente de su habilidad casi innata para desestabilizarla, para sacarla de quicio con sus acciones y palabras, pero también sabía que cada uno de esos momentos compartidos tejía más fuerte el lazo que los unía.
Sentado al borde de la cama, Roy se permitió un momento de contemplación, perdido en sus pensamientos y en las emociones que la conversación reciente había despertado en él. La idea de un futuro junto a Riza, de una vida compartida lejos de los conflictos y las exigencias de sus roles militares, le llenaba de una sensación de plenitud y esperanza. Era como si, después de una larga búsqueda, hubiese encontrado la pieza que completaba el rompecabezas de su vida, y esa pieza era Riza Hawkeye.
Black Hayate se tumbo a sus pies, buscando compañía y consuelo después de una noche solitaria. Acarició las orejas del perro, compartiendo un momento de silenciosa camaradería.
-Lo has pasado mal, verdad, campeón-, murmuró, sintiendo una conexión con este fiel compañero que había sido testigo silencioso de su historia.
Fue entonces cuando la memoria le llevó a un objeto que había guardado consigo durante años, una pequeña caja que había acompañado sus momentos más significativos. La extrajo del bolsillo interior de su chaqueta, dejando que sus recuerdos fluyeran hacia aquel día, la muerte de su maestro, él le había pedido que cuidase de su hija, suponía que como un último acto de redención por ser un padre horrible para Riza y le entregó aquel anillo, el único recuerdo que guardó de su esposa. Ese día se había quedado grabado en su mente con una claridad inusitada, cada detalle, cada palabra intercambiada, aún resonaba con fuerza.
Aquel día ella le entregó los secretos de su maestro, Roy recordó como a los pies de la tumba de su padre, le agradeció correr con los gastos del funeral. En aquel momento, aún joven y no precisamente acaudalado, había invertido lo poco que poseía, no supo si fue el comprender que no tenía mucho que ofrecer a Riza lo que le detuvo ese día a darle aquel anillo y lo que conllevaba. El tiempo pasó, y nunca encontró el momento adecuado para entregarle el objeto sin sentirse invadido por la duda, o parecer una suerte de loco psicótico que se había guardado para sí aquel objeto sin motivo alguno. Sin embargo, siempre lo llevó consigo, un símbolo de esperanza y conexión, llevarlo le recordaba a ella, esperando ese momento mágico en el que las circunstancias permitieran revelar a existencia de aquel objeto.
Esta noche, con Riza descansando a su lado y un futuro juntos esbozándose en el horizonte de su mente, Roy sintió que tal vez, finalmente, había llegado el momento de cerrar ese círculo, de devolver el anillo a su legítima dueña. La simple idea de compartir esa parte de su historia con Riza, lo llenaba de una mezcla de nerviosismo y certeza.
Al despertar, Riza se sintió desorientada por unos instantes, un breve interludio antes de que la calidez de los rayos solares que filtraban a través de la ventana la tranquilizara. El reconfortante jadeo de Hayate y la voz de Roy en el salón se convirtieron en anclas que la trajeron completamente al presente. Al encontrarse con Roy, el alivio en su sonrisa era evidente, casi visible en el aire que compartían.
-Menos mal, ya empecé a pensar que era demasiado sueño para un adulto-, comentó él, con un tono que oscilaba entre la preocupación y el alivio.
Riza, aún ajustándose a la sensación de haber descansado después de tanto tiempo, revisó el reloj y se sorprendió ligeramente al ver que eran las once y media de la mañana.
-No es tan tarde-, respondió, intentando minimizar su sorpresa.
-Es sábado, Riza,- le recordó Roy, acentuando la revelación con una mirada que decía mucho sin necesidad de palabras.
La revelación de haber dormido un día entero cayó sobre Riza con el peso de la verdad.
-Vale, puede que sí estuviese cansada-, admitió finalmente, su voz teñida de una mezcla de asombro y aceptación.
La conversación derivó rápidamente hacia temas más serios
-¿sigues preocupada por lo de Grumman?.- Cuestionó Roy como tanteando el terreno.
-¿Preocupada? No, hace tiempo que dejé de preocuparme de las cosas que no tienen solución. Solo las asimilo con la mayor entereza posible. Lo que estoy es… no sé, decepcionada supongo, contigo, por si no lo sabes, por cometer esa imprudencia y por tardar un mes en decírmelo. Creí que no había secretos entre nosotros, creí que confiabas en mí. No voy a cuestionar los motivos que te llevaron a presionar al Führer, pero... ¿ocultármelo? No puedo comprenderlo.
Cada palabra de Riza resonaba en la habitación, cada pausa y cada inflexión era un reflejo de su decepción y su intento de entender. Roy sentía el impacto de sus palabras, cada una de ellas una punzada en su conciencia. Sabía que había fallado en un aspecto fundamental de su relación: la confianza y la comunicación abierta. La sinceridad y la vulnerabilidad que Riza demostraba al expresar su decepción le recordaban lo mucho que había puesto en juego con su decisión.
El silencio que siguió fue un espacio para reflexionar, un momento suspendido en el tiempo donde cada uno meditaba sobre lo que había sido dicho. La sala, iluminada por la luz del día, se convirtió en un escenario para la introspección. Roy, enfrentando el peso de sus decisiones, se encontraba en una encrucijada, consciente de la necesidad de reconstruir la confianza perdida.
Este era el momento para que Roy diera un paso adelante, para que se enfrentara a sus propios miedos y vulnerabilidades, y ofreciera a Riza no solo explicaciones, sino también garantías de su compromiso inquebrantable con ella.
Primero, necesitaba reconocer sus errores abiertamente. Esto significaba no solo admitir que había ocultado deliberadamente información, sino también explicar sus razones detrás de esa decisión, no como una justificación, sino como una ventana a su proceso de pensamiento y las emociones que lo habían llevado a actuar de esa manera.
-Riza, sé que te he fallado", comenzó, buscando sus ojos para transmitir la sinceridad de sus palabras. -Mi decisión de no contarte sobre mi confrontación con Grumman fue un error. Lo hice pensando en protegernos, en asegurar nuestro futuro, pero me equivoqué al no incluirte en esa decisión. No hay excusa para haber actuado como lo hice
Roy decidió en ese entonces revelar sus miedos y vulnerabilidades, aquellas partes de sí mismo que había guardado incluso de Riza.
-Temo perder lo que tenemos, pero sobre todo temo verte sufrir. Y ese miedo me llevó a actuar solo. Pero ahora veo que al hacerlo, puse en riesgo lo más valioso que tengo: tu confianza en mí.- En este proceso, Roy supo que tenía que ofrecer garantías de su compromiso inquebrantable con ella. - Hay algo más que he guardado, no solo de ti, sino de todos- dijo, sacando la pequeña caja y revelando su contenido junto con su historia. - Este anillo es mucho más que un simple objeto para mí, debí dártelo hace tanto... pero no encontraba el valor, y después se convirtió en un recordatorio de lo mucho que valoro lo que tenemos, lo guardé esperando el momento adecuado para compartirlo contigo. Creo que ese momento es ahora.
Riza, al reconocer el anillo, sintió cómo un torrente de recuerdos la invadía, imágenes difusas de su madre que siempre habían permanecido en la periferia de su conciencia. Su reacción, una mezcla de sorpresa, emoción y un atisbo de dolor, era testimonio del poder de esos objetos para conectar nuestro presente con nuestro pasado más profundo.
-¿Cómo es posible?-, susurró, aferrando el anillo contra su pecho.
-En el lecho de su muerte, el maestro me pidió que cuidase de ti y me lo entregó. Me temo que he fallado estrepitosamente en mi promesa, - dijo, su voz cargada de vergüenza y remordimiento. Sin embargo, este acto de vulnerabilidad, lejos de alejarlos, les unió de una forma inexplicable.
En ese momento de vulnerabilidad compartida, la mano de Riza buscando el rostro de Roy fue un faro de comprensión y perdón.
-Todos estos años...-, comenzó, su voz un hilo de emociones entrelazadas, resonando con el peso de las revelaciones y las batallas libradas, tanto juntos como en solitario. Al acariciar su rostro, trataba de comunicar sin palabras todo lo que no podía ser expresado, un gesto de agradecimiento y aceptación que iba más allá del simple perdón. -Gracias-, pronunció, y en esa palabra se condensaban años de lealtad, de luchas compartidas, y ahora, de entendimiento profundo.
El calor de la mano de Riza sobre su mejilla fue para Roy un catalizador de emociones, una confirmación de que, a pesar de los errores y los miedos, el lazo que los unía era capaz de superar las sombras. Sus ojos brillaron, reflejo no solo de las lágrimas contenidas sino también de la incredulidad y la alegría. ¿Cómo era posible, se preguntaba, que un gesto tan sencillo, tan humano, tuviera la fuerza de disipar las tinieblas que lo habían rodeado? En ese instante, se hizo evidente la capacidad de perdonar y comprender las vulnerabilidades del otro.
