Roy corría por los pasillos del hospital como si una jauría salvaje lo persiguiera. Su uniforme ondeaba a su alrededor mientras esquivaba con torpeza a pacientes y personal médico, tropezando un par de veces con el mobiliario. Su corazón latía con fuerza, no solo por el esfuerzo, sino por la mezcla de emoción y ansiedad que lo invadía.

Al atravesar unas puertas dobles, lo hizo con tal ímpetu que alteró a las enfermeras del lugar. Los sonidos tranquilos y organizados del hospital fueron interrumpidos por su entrada repentina. Sin embargo, una enfermera se mantuvo imperturbable, mirando a Roy con una mezcla de reproche y paciencia.

—General, esto es un hospital, haga el favor de comportarse —dijo con firmeza, aunque sin dureza.

Roy, jadeante, se detuvo un momento para disculparse.

—Lo siento... busco a mi esposa. Me han avisado de que está aquí —dijo, su voz cargada de preocupación y urgencia.

La enfermera, suavizando su expresión al ver la angustia genuina en los ojos de Roy, asintió comprensivamente.

—Sí, sí, la señora Mustang y su hijo están en la habitación trescientos treinta y cinco —respondió.

Roy se quedó paralizado por un momento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Hijo? ¿Pero ya ha nacido? —preguntó, su voz temblando de incredulidad y alegría.

La enfermera asintió, sonriendo ante la evidente emoción de Roy.

—Sí, General. Felicidades, es un niño.

El corazón de Roy dio un vuelco. Las palabras resonaron en su mente mientras un torrente de emociones lo inundaba: alivio, felicidad, asombro. Sin perder más tiempo, se apresuró hacia la habitación indicada. Mientras corría por los pasillos, la atmósfera del hospital comenzó a cambiar a su alrededor. Los murmullos tranquilos de los pacientes y el personal, los sonidos suaves de las máquinas, todo parecía desvanecerse en el fondo mientras su objetivo se acercaba.

Finalmente, llegó a la puerta de la habitación trescientos treinta y cinco. Respiró hondo antes de entrar, tratando de calmar su corazón acelerado. Al abrir la puerta con cuidado, sus ojos se encontraron con la escena más hermosa que jamás había visto.

Riza estaba en la cama, luciendo exhausta pero radiante. En sus brazos, envuelto en una manta suave, estaba su hijo recién nacido. La luz suave de la habitación iluminaba la escena con un resplandor casi etéreo, haciendo que todo pareciera aún más irreal y mágico.

Roy se acercó lentamente, sus ojos llenos de lágrimas de alegría y asombro. Cada paso que daba hacia ellos sentía como un paso hacia un nuevo capítulo de su vida, uno lleno de promesas.

—Riza... —susurró, su voz ahogada por la emoción.

Riza levantó la vista y le sonrió, sus propios ojos brillando radiantes de felicidad.

—Roy, te presento a nuestro hijo —dijo, su voz suave y llena de amor. Susurro al pequeño en sus brazos.- Ya llegó su papá pequeño Mustang

Roy se inclinó para mirar al bebé, sus manos temblando ligeramente mientras tocaba la suave cabecita del recién nacido, cubierta de un suave pelo azabache. El bebé abrió los ojos por un momento, mirándolo con curiosidad, y Roy sintió una conexión inmediata y profunda. La inocencia y la fragilidad del pequeño ser en sus brazos lo conmovieron hasta las lágrimas.

—Es perfecto... —murmuró, sin poder contener la alegría que desbordaba su corazón—. Gracias, Riza. Gracias por este regalo.

Riza sonrió, viendo la mezcla de amor y vulnerabilidad en los ojos de Roy. Era un lado de él que pocas veces se mostraba, y verlo así, tan conmovido, llenaba su corazón de ternura.

—Pues confórmate con este regalo porque no vuelvo a pasar por algo así jamás —dijo Riza, con una chispa de humor en su voz, intentando aliviar la intensidad del momento.

Roy rió, su risa llena de amor y alivio. Se inclinó y besó suavemente la frente de Riza, su gratitud y admiración por ella más profundos que nunca.

—Te prometo que lo cuidaré con todo lo que soy. Y a ti también —dijo, su voz cargada de emoción y compromiso.

La atmósfera en la habitación era de pura paz y amor. El suave murmullo de las máquinas y el tenue resplandor de la luz nocturna del hospital parecían envolverlos en una burbuja de tranquilidad y felicidad. Roy se sentó al lado de Riza, rodeándola con un brazo mientras miraban juntos a su hijo. El pequeño, ajeno a todo, comenzó a hacer pequeños ruidos, llenando el corazón de sus padres de una alegría indescriptible.

—Ojalá el tiempo se congelara ahora mismo —dijo Roy, sosteniendo la diminuta mano de su hijo, maravillado por la fragilidad y la perfección de ese pequeño ser.

Riza observó la escena con una sonrisa, su corazón lleno de amor y gratitud. La mirada de Roy, tan llena de ternura y asombro, era una visión que atesoraría para siempre. Se inclinó hacia él, apoyando su cabeza en su hombro, sintiéndose completamente en paz en ese momento.

—Este es el comienzo de algo hermoso —respondió Riza, su voz suave y llena de emoción.

El bebé, sintiendo el calor y la seguridad de las manos de sus padres, movió su pequeña mano, aferrándose ligeramente al dedo de Roy. Este simple gesto hizo que el corazón de Roy se llenara de una calidez indescriptible.

—¿Y qué nombre le vamos a poner al pequeño Mustang? —preguntó Roy, mirando a su hijo con una sonrisa cálida.

Riza miró a Roy y luego al pequeño en sus brazos, sus ojos llenos de ternura y emoción.

—Bueno, los últimos meses todo el mundo me ha sugerido nombres, con más o menos sutileza —Riza sonrió, recordando cómo aquel pequeño había causado tanta expectación desde mucho antes de nacer—. Pero no puedo elegirlo porque hace mucho tiempo le hiciste una promesa a un buen amigo y sé que eres un hombre de palabra.

Roy sonrió agradecido, sus ojos llenándose de emoción mientras entendía a qué se refería Riza.

—Maes Mustang, entonces —dijo, su voz cargada de nostalgia—. Vas a ser el niño más consentido de Amestris.

Se inclinó y besó la frente de su hijo, sintiendo una profunda conexión y un sentido de responsabilidad. Le sorprendía que Riza recordase aquello, sobre todo porque le hizo aquella promesa a Maes para que se callase y le dejase tranquilo. Por aquel entonces, no tenía ninguna expectativa de llegar a tener hijos algún día. Era extraño cómo la vida daba tantas vueltas.

Riza observó la escena, su corazón lleno de amor por Roy y su pequeño Maes. Sabía que este nombre llevaría consigo un legado y que su hijo crecería sabiendo lo importante que había sido Maes Hughes para su familia. Ella estuvo presente cuando Roy hizo aquella promesa. Aquel día, Hughes había atosigado a Roy todo el día con el asunto, y cuando el por entonces coronel finalmente cedió, Hughes se giró hacia ella y le pidió que se asegurase de que cumplía su promesa, como si de algún modo siempre hubiese sabido que terminarían juntos.

—Es un nombre perfecto. Hughes estaría tan orgulloso —dijo Riza, su voz suave y llena de gratitud.

Roy asintió, sus ojos brillando con lágrimas contenidas mientras miraba a su hijo.

—Sí, lo estaría. Y haremos que Maes Mustang crezca con el mismo amor y dedicación que su nombre lleva —respondió, su voz firme y llena de promesas.

El ambiente en la habitación era sereno y lleno de amor. Los sonidos suaves del hospital y la luz tenue creaban un ambiente perfecto para este momento íntimo y significativo. Riza y Roy se miraron con una mezcla de felicidad y determinación, sabiendo que estaban preparados para este nuevo capítulo de sus vidas.

—Bienvenido al mundo, Maes Mustang —murmuró Roy, acariciando suavemente la cabecita de su hijo