- Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, para su creación "Ranma ½", (a excepción de algunos que son de mi invención, y que se irán incorporando durante el transcurso del relato en una especie de "actores secundarios"). Esta humilde servidora los ha tomado prestados para llevar a cabo un relato de ficción, sin ningún afán de lucro.


More than us

Something is about to give
I can feel it coming
I think I know what it means
I'm not afraid to die
I'm not afraid to live
And when I'm flat on my back
I hope to feel like I did

´Cause hardness, it sets in
You need some protection
The thinner the skin

I want you to know
That you don't need me anymore
I want you to know
You don't need anyone, anything at all

Who's to say where the wind will take you?
Who's to say what it is will break you?
I don't know which way the wind will blow
Who's to know when the time has come around?
I don't wanna see you cry
I know that this is not goodbye

In summer I can taste the salt in the sea
There's a kite blowing out of control on a breeze
I wonder what's gonna happen to you
You wonder what has happened to me

I'm a man, I'm not a child
A man who sees
The shadow behind your eyes

Who's to say where the wind will take you?
Who's to say what it is will break you?
I don't know which way the wind will blow
Who's to know when the time has come around?
I don't wanna see you cry
I know that this is not goodbye

(Fragmento canción "Kite" – U2)


Capítulo XII

"Epílogo" (Toda una vida a tu lado)

La casona se encontraba completamente en silencio, por lo que cuando ella había despertado de la siesta que todos le habían recomendado tomar cada tarde, por un momento se había sentido un poco confundida.

Últimamente siempre había algún tipo de movimiento en la casona, siempre había alguien de visita y ella siempre escuchaba murmullos cercanos o veía a alguien junto a ella cuando despertaba, cuidándola sin decírselo abiertamente. Ciertamente, ella prefería la palabra "acompañándola", pero en el fondo de su ser, sabía que todos ellos se turnaban para cuidarla.

Descorrió la manta que cubría su cuerpo y se impulsó lentamente para sentarse en la orilla de la cama. Dolía, todo su cuerpo dolía con cada movimiento intenso que ella hacía, así que siempre trataba de tomarse el tiempo adecuado para moverse con lentitud y así, evitar preocuparlos con las muecas de dolor que no podía evitar, sin embargo, ahora se encontraba sola en aquella habitación, así que no tuvo que ocultar el intenso dolor que recorrió cada centímetro de su cuerpo por el sólo hecho de sentarse en la cama. Se quedó quieta por un momento, con la cabeza gacha, los ojos cerrados y apoyando ambas manos en la orilla de la cama, luego exhaló un suave suspiro y enfocó su mirada en el reloj que tenía enfrente. Sonrió, el aparato indicaba que ya podía tomar uno de los fuertes calmantes que le había recetado su médico tratante quien era uno de los mejores amigos de su sobrino Toshio, así que acercó uno de sus brazos al cajón de su mesita de noche y sacó la caja con el medicamento, desprendió el envoltorio plateado y liberó la pequeña esfera. Tomó un vaso que contenía el agua que dejaba a la mano e introduciendo la esfera en su boca, bebió el agua para ayudarse a tragarla. Volvió a dejar los implementos en donde los había encontrado y cuando guardó la caja con los medicamentos, sus ojos observaron el pequeño espejo que yacía en el interior del cajón, lo tomó en una de sus manos y lo levantó para observarse en él, el reflejo que le devolvió el adminiculo no era el que le había devuelto meses atrás; no, ahora, la imagen que veía reflejada era la de una mujer debilitada, sus cabellos estaban desprovistos del color negro azulado que en otra época los caracterizaba y su piel se encontraba surcada por pequeñas líneas que evidenciaban el paso de los años, eso realmente no le importaba porque era la muestra evidente de que había vivido mucho tiempo, quizá más del que se esperaba, pero lo que sí le molestaba era contemplar la extrema delgadez y palidez de su rostro, su aspecto demacrado y esas enormes manchas oscuras bajo sus ojos; esa no era la imagen a la que ella estaba acostumbrada y mucho menos la que le gustaba proyectar, ella siempre había sido una mujer fuerte y saludable, y ahora, parecía que la enfermedad hubiera consumido hasta la última gota de su energía. Volvió a suspirar y guardó el espejo, luego, su mirada se posó en el portarretratos que permanecía sobre la mesita de noche, lo tomó entre sus manos y observó la fotografía enmarcada en la labrada madera en tonos cafés, pasó su mano por la superficie de vidrio y evitó un nuevo suspiro. Aquella fotografía ya no era tan fidedigna con la familia que aparecía retratada, porque después de haber sido tomada habían ocurrido muchos nacimientos, algunas separaciones, nuevas uniones y también, algunas despedidas. ¿Cuántos de los que allí posaban alegremente habían partido ya? Observó con detenimiento y enfocó su mirada en la sonriente pareja que permanecía sentada en el centro de la imagen, justo delante de la feliz pareja de recién casados. Genma y Nodoka Saotome habían sido los primeros en abandonar el plano terrenal; él, al no poder recuperarse del tercer episodio cardiaco que le había sobrevenido ocho años después de haber posado para esa fotografía; su esposa lo había seguido tres años después por una complicación en una enfermedad pulmonar, pero al menos habían alcanzado a ser partícipes en los logros de sus nietos lo cual era un consuelo, pensaba la mujer.

Sonrió con pesar y enfocó sus ojos en su sonriente cuñado quien posaba para la cámara junto a su esposa y sus dos hijos. Tofu había tenido una vida plena al lado de su amada hermana Kasumi y su familia, lo sabía porque siempre habían conversado de ello y él siempre lo había exteriorizado, puesto que Kasumi había sido el amor de su vida y junto a ella habían formado una linda familia, sin embargo, la vida del buen doctor se había apagado muy pronto, cuando apenas contaba con sesenta y cinco años, dejando atrás a su esposa quien nunca pudo recuperar su talante alegre y despreocupado que otrora la caracterizaba. Luego de la muerte de Tofu, Kasumi simplemente se apagó y nunca volvió a ser la misma mujer dulce y alegre que todos conocían, sólo dejando a esa feliz mujer en el recuerdo de todos sus cercanos.

La pérdida de la que consideraba su mejor amiga vino con los años; hacían exactos siete años que ya no contaba con los consejos siempre certeros de Shaomei, tampoco con sus extensas conversaciones, sus bromas y comentarios pícaros, su risa contagiosa, o simplemente su compañía. Mousse era otro que había quedado destrozado con la pérdida de su esposa, por lo que se habían hecho mucho más cercanos de lo que ya eran, sin embargo, él nunca podría reemplazar a Shaomei y ella simplemente extrañaba a su amiga como también extrañaba a los demás, pero la ausencia de su amiga china se hacía notar aún más puesto que ella sabía que de haber contado con el apoyo de Shaomei, el momento que estaba viviendo tanto ella como su familia quizás hubiera sido un poco más llevadero, sin embargo, debía reconocer que eran muchos otros quienes la habían apoyado y seguían apoyándola, pero para qué negarlo, extrañaba la buena energía que lograba transmitirle su querida amiga.

Hizo un alto para tratar de contener las lágrimas que siempre acudían a sus ojos al contemplar la siguiente imagen que enfocaron sus ojos achocolatados. Tragó saliva y pasó su dedo índice por el alegre rostro de la mujer y del joven que se encontraba a su lado a quien recordaba habían agregado a la fotografía con un programa computacional tiempo después de haber sido tomada. Se percató que sus esfuerzos habían sido en vano cuando una gota de agua cayó directo al vidrio que protegía la imagen impresa en papel fotográfico.

Esa había sido una perdida que nadie se esperaba; sorpresiva, funesta y a sus ojos, totalmente injusta. Había ocurrido tan repentinamente que nadie estaba preparado para afrontarla y mucho menos para aceptarla, porque nadie había tenido tiempo de despedirse de ellos dos, porque todos habían permanecido con el corazón apretado rogando por cinco largos días para que un milagro se produjese, porque la madrugada del sexto día les habían avisado que su sobrino Akito había dejado de existir y durante la tarde de ese mismo día, su madre, tal como si quisiera seguirlo a lo desconocido, había partido también. La noticia fue desastrosa no tan sólo para su cuñado Akio y para los gemelos y sus respectivas familias, sino para toda esa gran familia que estaba retratada en aquella fotografía, porque nadie se esperaba que la siempre mordaz y astuta Nabiki perdiera la vida junto a su hijo menor en un accidente automovilístico provocado por un irresponsable conductor ebrio; no había sido justo para nadie, como tampoco había sido justa la larga agonía de ambos y ahora, a pesar de que habían pasado los años, ella aún sentía la falta de su hermana, sobre todo por no haber podido despedirse de ella, por no haber podido decirle una última vez cuánto la amaba a pesar de todas las diferencias que habían mantenido durante toda su vida, decirle lo importante que había sido en su vida o simplemente, darle un beso y un último abrazo. Desde entonces y sobre todo, cuando ella misma se enteró de su diagnóstico y de lo que sucedería con su enfermedad, ella se había jurado disfrutar hasta el último momento de todos quienes la rodeaban, manteniéndose firme y fuerte hasta que ya no pudiera soportar por más tiempo, porque sabía que ella sí tendría la posibilidad de despedirse de sus seres queridos, de dejarles un buen recuerdo para cuando los agobiara la tristeza ya que ella sabía por experiencia que a pesar de estar preparados para una perdida, ésta siempre conllevaba la tristeza del adiós, de no volver a ver a esa persona, de no sentir nunca más su aroma, su voz, su calor, su tacto. Sólo a eso le temía ahora, a dejarlos atrás, porque hacía mucho tiempo que ella se sentía preparada para partir, quizá desde muy pequeña por las tantas perdidas que había sufrido durante su vida, partiendo por la de su madre cuando aún era una niña pequeña. Por otro lado, su padre siempre la había preparado, porque el guerrero que había sido Soun Tendo siempre le había recordado que tan sólo una cosa era segura en la vida y esa era que en algún momento había que partir y solía decirle que no tuviera miedo, porque ella era una artista marcial y a la muerte había que enfrentarla igual que como se enfrentaba un duelo. No sabías cuándo, dónde, ni cómo te encontraría, por lo que había que estar siempre atento y nunca bajar la guardia.

Así que ella se preparó y cuando se había enterado de su destino, lo tomó como si se tratase de algo tan simple como un resfrío común; por supuesto, todos se preocuparon y de inmediato la obligaron a buscar otras opiniones, deambulando por distintos hospitales, clínicas y médicos alternativos. Habían hecho de todo hasta que ella había alzado la voz y les había exigido que pararan de buscar soluciones a un problema que ya no tenía vuelta atrás. Ella estaba agotando su reserva de vida y había vivido tanto y disfrutado de tanto cariño, que ya no quería preocuparse más por buscar algún tipo de tratamiento milagroso que eliminara su mal por arte de magia. Por supuesto, la acusaron de rendirse a la adversidad, de no querer luchar e incluso le dijeron egoísta, pero ellos simplemente no entendían que ella había luchado toda su vida y ya había aceptado que era hora de descansar, de disfrutar lo que le quedase por vivir y descansar. Akane, a sus más de ochenta y tres años, había tenido una vida plena, colmada del amor de todos sus cercanos, respetada por todo el que la conocía, y por sobre todas las cosas, amada incondicionalmente por el único hombre que ella había querido. ¿Qué más podía pedir? Tenía tres hijos maravillosos que eran felices con sus respectivas familias, seis nietos que la adoraban y hasta un bisnieto que disfrutaba de sus conversaciones y juegos; había logrado crear su propia fundación de ayuda a los niños sin hogar, había trabajado incansablemente para ayudar a los más desvalidos, disfrutaba del cariño de familia y amigos, había viajado bastante y había visto cómo el dojo de su familia era reconocido como uno de los mejores de toda la región cumpliendo así el anhelo de su padre, pero por sobre todas las cosas, se sentía la mujer más afortunada del mundo porque después de tantos años, día a día, él seguía demostrándole su inconmensurable e inagotable amor. Entonces, para qué seguir esforzándose por impedir un desenlace que ya se sabía cómo terminaría, si en realidad ella quería disfrutar su tiempo en su querida casona, junto a sus cercanos y libremente, y no pasarse los días en un hospital, rodeada de máquinas y aparatos, desperdiciando horas valiosas para que después dijeran que los tratamientos no habían dado resultado. Porque ella lo sabía, se lo había preguntado a cada uno de los especialistas que habían visitado y no había ninguno que le diera un pronóstico distinto: la enfermedad estaba muy avanzada y si hipotéticamente algún tratamiento lograba revertirla, sería ganar muy poco tiempo, uno o dos meses habían aventurado algunos, otros ni siquiera se habían atrevido a darle un aproximado de tiempo. Así que un día se armó de valor, reunió a sus tres hijos y a su esposo y les expuso su intención, no quería deambular más por hospitales y clínicas, sólo quería que su médico tratante en quien confiaba plenamente le diera un tratamiento para evitarle el dolor y disfrutar del tiempo que le quedaba junto a ellos, su familia y amigos, haciendo las cosas que le satisfacían más.

No fue nada fácil convencerles, pero finalmente, él lo había aceptado y la había apoyado, ayudándole a convencer a sus hijos de respetar su decisión. Eso había pasado hacia seis meses atrás y ella sabía que sus reservas se estaban agotando. Su médico se lo había dicho tres meses atrás y también le había dicho que su partida podía producirse en cualquier momento y sin previo aviso y por eso todos trataban de cuidarla tan celosamente para no dejarla sola ni un momento. Desde el momento en que lo supo, ella puso mayor entusiasmo en pasar tiempo de calidad junto a su familia, inventando panoramas, manteniendo largas conversaciones con todos ellos o simplemente acompañándose. Sí, la muerte era un misterio, pero ella no la temía, así como tampoco le había temido a la vida.

Exhaló un profundo suspiro y dejó el portarretratos en la misma posición en donde lo había encontrado, luego se calzó sus pantuflas y con cuidado se puso de pie. Miró a su alrededor, la habitación le seguía pareciendo ajena; allí se encontraban todas sus pertenencias ordenadas y distribuidas prácticamente de la misma forma en que habían permanecido por años en su antigua habitación, pero eso no impedía el que ella encontrara que aquella habitación no tenía su esencia, puesto que ella había ocupado toda su vida la habitación de la planta superior y la consideraba parte de sí misma, sin embargo, hacia un mes que habían decidido adaptar la más espaciosa habitación de la planta baja como dormitorio matrimonial debido a la dificultad que se le había presentado para seguir subiendo y bajando las escaleras. Allí estaría más cómoda y no tendría que esforzarse por subir y bajar cada escalón, habían dicho y tenían razón, pero ella sentía que había perdido una pequeña parte de su vida al abandonar su antigua habitación, como fuere, allí estaba ahora, de pie en el medio de la espaciosa recamara mientras se daba ánimos para salir de allí y caminar un poco, a pesar del dolor y el cansancio que dominaba cada parte de su anatomía.

Avanzó despacio y logró llegar sin contratiempos a la puerta la cual abrió lentamente y salió al corredor, de forma pausada recorrió el pasillo y llegó a la sala en donde había degustado tantos y tan variados platillos durante toda su vida. No pudo evitar rememorar a las distintas personas que con el paso de los años habían transitado por ese lugar y se habían sentado en esa misma mesa a charlar y compartir los alimentos que habían sido servidos por distintas personas: su madre en un comienzo, luego Kasumi, también su suegra Nodoka, ella misma y últimamente su nuera Masako, esposa de su hijo mayor.

-¡Akane! -escuchó que la llamaban con angustia.

-Estoy bien, no te preocupes -contestó ella adelantándose al más probable cuestionamiento por parte de él-. Sólo quiero caminar un poco -terminó de decir afirmándose en la pared-, ¿me ayudas?

-Por supuesto, pero…

-Ya te dije que no te preocupes, estoy bien -le interrumpió-. ¿Dónde están todos? -cuestionó al sentir el brazo que le rodeaba la cintura. Ella sonrió y levantó su propio brazo para rodearle los hombros.

-Kazuma avisó que llegaría tarde y Masako salió con los chicos, dijo que volverían para la cena, así que por ahora sólo estoy yo. ¿Dónde quieres ir?

-Camina conmigo -contestó-, yo te guiaré.

-Creo que sería mejor si me dices dónde quieres ir y yo te cargo.

-No -rebatió-, sé que estoy muy delgada, pero también sé que mis huesos pesan -bromeó, pero él ni siquiera sonrió con aquella intervención-. Le quitas la diversión, Ranma, sabes que siempre me han gustado los desafíos y será un desafío enorme para mí caminar una corta distancia sin cansarme.

-Sigues siendo la mujer más terca que conozco. El doctor dijo…

-El doctor dijo que podía hacer lo que quisiera siempre y cuando siguiera tomándome mis medicamentos sin falta y acabo de tomar el último, ahora, si mi esposo no quiere servirme de bastón, avanzaré sola y te aseguro que…

-Está bien, tú ganas -se rindió avanzando lentamente con ella firmemente abrazada.

Ella suspiró y cuando lograron llegar a la veranda que daba al jardín sonrió, la tarde estaba templada, no hacía frío, pero tampoco mucho calor y el verdor del jardín hizo que se deleitara con el paisaje. Siguió caminando despacio acompañada por su esposo y éste último se percató de las intenciones de su esposa cuando ella encaminó sus pasos hacia el dojo. ¿Hacía cuánto tiempo que Akane no pisaba ese lugar? Meses quizá, por eso no le extrañó que ella quisiera dirigirse al recinto de entrenamiento. Cuando llegaron a las puertas, ella hizo un alto para descansar.

-¿Estás bien?

-Sí, sólo un poco cansada -reconoció afirmándose de ambos brazos de su esposo-. Creo que ahora sí aceptaré que me cargues, Ranma.

-¿De vuelta a la casa?

-No, quiero entrar -dijo indicando el recinto con su barbilla-. ¿Me ayudarías a ingresar?

Él asintió y como tantas y tantas veces lo había hecho durante toda su vida, tomó a su esposa en sus brazos e ingresó al dojo, se acercó al interruptor y Akane encendió las luces. El recinto se iluminó completamente y ella soltó una risita de satisfacción.

-¿Me puedes llevar hasta allá? -indicó con su mano extendida justo donde permanecía el altar-. Quiero permanecer aquí un rato, pero creo que lo mejor será sentarme.

-Bien -aceptó su esposo haciendo lo que le pedía.

Ella se sentó en la pulida madera del piso del recinto y él se sentó a su lado, atrayéndola a su cuerpo con uno de sus brazos. Permanecieron allí en silencio por bastante tiempo, haciéndose compañía, pero sin hablarse puesto que Ranma había aprendido durante los últimos meses que cuando ella quisiera conversar se lo haría saber, de lo contrario, ella disfrutaba de esos momentos de silencio en su compañía. Akane no se lo había dicho, pero eso era algo de lo que él se había percatado al observar su comportamiento.

-Han pasado muchos años -dijo de pronto suavemente rompiendo aquel silencio cómplice-. Desde ese día en que le pregunté a una niña pelirroja si sabía kempo -quiso aclarar-. Y tú me mentiste -afirmó.

-Yo no te mentí -se defendió él-, te dije que sabía un poco.

-Y resultó que eras un experto y me venciste con un sólo dedo.

-Pero tú me desarmaste con tu sonrisa -comentó.

Ella se acercó más a él y se recostó en su pecho, por lo que él decidió acomodarla en su regazo para que ella estuviera más cómoda. Le pareció estar levantando a un bebé; ella había perdido tanto peso que era liviana y frágil para el artista marcial.

-Teníamos dieciséis -volvió a hablar enfocando su mirada al frente como si estuviese viendo la escena frente a sus ojos-. Dos jóvenes impetuosos y arrojados que fueron comprometidos por sus padres y ahora, esos jóvenes se han convertido en dos ancianos de blancos cabellos.

-Anciana o no, tú sigues siendo hermosa.

-Ranma, no mientas.

-No miento, es la verdad -rebatió-. Ese día, cuando finalmente todo se aclaró y dijeron que debía elegir de entre las tres cuál sería mi prometida, yo no podía creer mi suerte porque tus hermanas te obligaran a comprometerte conmigo. Nunca les di las gracias por eso -reflexionó.

-Pero luego vinieron los insultos, las peleas, las burlas…

-Los golpes, las acusaciones, los malentendidos... y Kuno.

-Y llegó Shampoo y luego Kodachi se obsesionó contigo y después llegó Ukyo.

-Y Ryoga, como cerdo y como humano -dijo con resentimiento-. ¡Cómo molestaba ese sujeto!

-¿Y tus prometidas no molestaban? -preguntó con una sonrisa en sus labios.

-Más que nadie, pero tú sabes que yo sólo moría por una de ellas.

-No -negó con un movimiento de cabeza-. En esa época no lo sabía y lo pasé muy mal pensando que en cualquier momento te decidirías por una de ellas, olvidarías el compromiso y te irías.

-Nunca hubiera hecho algo así, lo sabes.

-Ahora sí lo sé, pero en aquella época… No era agradable ver cómo ellas conseguían acercarse a ti e incluso conseguir algún beso y yo no.

-¿Te hubiera gustado que nos besáramos en esos años? –preguntó sonriendo de medio lado.

-Creo que la respuesta es obvia, pero sólo pasó cuando te convertiste en gato -le recriminó.

-Pero si tú me engañaste poniendo una cinta en mis labios -rebatió-. Si en esa estúpida obra escolar tú no me hubieras engañado, te aseguro que llevaríamos mucho más tiempo de casados.

-Quizás, eso nadie puede saberlo.

-Insisto en mi punto.

-Ranma, ambos sabemos que a esa edad ni siquiera éramos capaces de rozarnos las manos ¿Cómo quieres que crea que hubieras hecho algo para demostrarme que estabas interesado en mí?

-Lo hice, al menos recuerdo que una vez lo hice.

-¿Cuándo?

-Cuando volvíamos del bosque de ese idiota desmemoriado -respondió frunciendo el ceño-. No me gusta recordar esa historia y ni siquiera te atrevas a mencionar su nombre porque sabes que me descompone, pero esa vez… esa vez fue la primera vez que te tomé de la mano, en cambio tú nunca te mostraste cariñosa conmigo -le recriminó.

-¿Cómo qué no? -dijo ofendida-. Parece que no te gusta recordar nada porque cuando regresaron de su enfrentamiento con Herb, yo sí te demostré que me importabas… me arrojé a tus brazos y tú ni siquiera fuiste capaz de devolverme el abrazo.

-Ves, sí hubo momentos que te demuestran que nos teníamos cariño.

-Pero no como para que nos hubiéramos casado, reconócelo, Ranma. Reconoce que hubo más problemas y que eso impidió que pasara.

-Hubiera pasado, porque de todos los problemas y desafíos salimos bien librados.

-De todos, excepto del último antes de nuestra separación.

-No quiero hablar de eso ahora –se negó abrazándola un poco más. Sabía que ella se refería a su aventura en Jusenkyo y recordar aquello siempre le traía angustia y tristeza, por lo que se negaba a hablar o siquiera recordar ese momento.

-De cualquier modo, eso desmiente tu teoría.

-¿Por qué?

-Porque cuando volvimos y nuestros padres prepararon una boda, terminó todo en desastre.

-¿Te hubieras casado conmigo ese día, Akane?

-Por supuesto que sí, pero tú ni siquiera pudiste reconocer lo que dijiste en…

-Lo sé, y me comporté como un idiota –le interrumpió acariciando sus cabellos con su mejilla.

-Da igual, porque a los meses después, la que se comportó como una verdadera idiota fui yo -dijo exhalando un suspiro-, te obligue a alejarte y permanecimos separados por doce años… todavía duele recordar todo eso.

-Pero después vino la recompensa y fue maravillosa.

-Recuerdo cuando nos reencontramos, casi muero al verte en ese sillón.

-Te desmayaste -dijo en tono burlón.

-Sí, y después casi logras que te odiara por todo lo que me hiciste pasar.

-Pero no puedes odiarme porque me amas -rebatió acariciándole el rostro con el dorso de su mano-, desde los dieciséis y para siempre, al igual que yo lo hago.

-Eres un tonto.

-Pero un tonto bueno que tiene una esposa espectacular a la que ama con locura y que le dio una familia maravillosa -hizo una pausa y suspiró-. Recuerdo cuando fuiste a buscarme a Kumamoto, nuestra boda en el templo, el nacimiento de nuestros hijos, el nacimiento de nuestros nietos.

-Han sido tantos momentos maravillosos, Ranma -dijo sin poder contener una lágrima que se deslizó por su mejilla-. Toda una vida a tu lado, con problemas, tristezas, triunfos y alegrías… y yo, necesito decírtelo una vez más, necesito que sepas que te amo.

-Lo sé, Akane, yo también te amo, pero por favor, no llores -contestó con un nudo en la garganta.

Ella llevó una de sus manos hasta su rostro y eliminó la lágrima que había escapado, luego negó con un movimiento de cabeza y se obligó a sonreír.

-Si lloro es de felicidad, porque si hago un balance de mi vida, los momentos felices que he vivido son muchos más que los tristes y eso en gran parte te lo debo a ti, Ranma. Desde que te conozco, tú siempre has estado allí para mí, en los buenos y en los malos momentos, en las alegrías y también en las aflicciones, y salvo por esos doce años en los que nos obligué a alejarnos, tú has sido una constante en mi vida, la única y la más importante. Gracias por quererme y por permanecer siempre a mi lado.

-Ese agradecimiento lo debería hacer yo, porque eres tú la que me soportó desde que éramos adolescentes y que, a pesar de todos los problemas, me amó y sin proponérselo, se transformó en mi todo. Tú eres mi mundo, Akane, y mi mundo es luminoso y lleno de amor porque tú lo compones -se interrumpió y acercó su mano al rostro de ella-. Sin ti… sin ti yo no sé si voy a…

-No digas nada -le interrumpió al percibir el temblor en su voz y ver las lágrimas contenidas en sus expresivos ojos azules-. No quiero escuchar eso, ya no necesitamos nada más, Ranma.

-Te necesito a ti… a mi lado, como siempre -susurró.

-Ya no -contestó ella suavemente acariciándole el rostro-, ya no -repitió-. Debes dejarme ir, ambos lo sabemos y así como yo no le temo a la muerte, tú no debes temerle a la vida. Prométeme que velarás por nuestra familia hasta que ya no puedas hacerlo más, Ranma.

-Akane.

-Sólo di que sí -musitó aferrándose a las ropas de él casi como si quisiera fusionarse con él.

-Sí -contestó finalmente.

Ella relajó su cuerpo, cerró los ojos y se acomodó en su abrazo. Él se percató que al parecer ella ya no quería seguir hablando, por lo que se dedicó a acariciar sus blancos cabellos y a recuperar algo de pasividad, meciéndola suavemente como si se tratara de una niña pequeña por largo tiempo.

Akane parecía dormida, pero lo cierto es que no lo estaba, sólo quería aprovechar hasta el último momento en compañía de su esposo. De un momento a otro se había sentido muy cansada, sentía su pulso cada vez más débil y sus inspiraciones eran ya muy pausadas, ¿sería ese el final de todo?, se cuestionó internamente. Sonrió, de ser así estaba más que agradecida de la vida por permitirle descansar en sus brazos. Permaneció callada por unos minutos más y luego exhaló un suspiro.

-Siempre quise que fuera así -susurró ya sin fuerzas.

-¿Qué cosa? -preguntó su esposo suavemente.

-"Qué fuera en tus brazos, Ranma… siempre en tus brazos".

La respuesta que esperaba su esposo nunca llegó a sus oídos, porque ella no logró poner en palabras su último pensamiento y contestarle. De pronto, el brazo que mantenía aferrado a la camisa de él cayó por su propio peso al piso alertando al artista marcial, quien se separó unos centímetros del cuerpo de su esposa, sólo para comprobar con horror que la cabeza de ella caía inerte hacia atrás.

-Akane -la llamó en un susurro moviéndola suavemente.

Ella permanecía inmóvil en sus brazos, no despertaba, no se movía, no se quejaba… no estaba respirando. Ranma comenzó a temblar y volvió a mover el cuerpo de su esposa, esta vez con un poco más de fuerza; ella no reaccionó.

-Akane -volvió a llamarla con angustiosa voz-. Akane.

Tragó saliva, cerró los ojos y dejó caer las lágrimas que había estado conteniendo, comprendiendo de pronto lo que había sucedido. En un último esfuerzo por obtener una respuesta de su esposa, la acercó a su pecho aferrándose a ella y susurró.

-Déjame decirte que te amo, Akane -las lágrimas bañaban su rostro y esperó a que sucediera un milagro, tal como había sucedido aquella vez en China… pero el milagro no ocurrió.

Ella no abrió los ojos, no tocó su mejilla, no le sonrió y mucho menos se abrazó a él llamándolo por su nombre, simplemente permaneció quieta en sus brazos, con sus ojos cerrados y una serena expresión en el rostro. Entonces, él se abandonó al llanto como pocas veces lo había hecho; sólo una vez había llorado por alguien más que no fuera ella, cuando habían perdido a su primer hijo, el resto de las pocas veces que había llorado en su vida había sido por ella, siempre por ella y ahora las lágrimas no dejaban de escurrir de sus ojos, mojando la delicada blusa blanca que ella había querido vestir ese día con la falda celeste que su hermana Nabiki le había obsequiado antes de su accidente.

No supo por cuánto tiempo estuvo ahí abrazado al cuerpo de su esposa y llorando amargamente, sólo fue consciente de su estado cuando escuchó pasos acercándose lentamente afuera del dojo. Se limpió con una de sus manos las lágrimas que caían por sus mejillas y miró directamente a la puerta para enfrentarse a quien quiera que viniera caminando.

La silueta conocida de su hijo mayor se materializó frente a sus ojos y él se obligó a serenarse para poder hablar.

-¿Papá? -cuestionó Kazuma deteniéndose a la entrada del dojo al observar la escena. Su padre permanecía con su madre en sus brazos y un aura de profunda tristeza parecía rodearles.

-Llama al médico de tu madre, Kazuma -dijo Ranma con la voz enronquecida-. Si no puedes ubicarlo, llama a Toshio, necesitamos que uno de los dos venga rápido.

-¿Mamá empeoró? -preguntó haciendo el intento de ingresar en el recinto. Su padre lo detuvo con una indicación de su mano.

-Llevaré a tu madre a la habitación -contestó poniéndose ágilmente de pie sin soltar en ningún momento a su esposa. Acomodó el cuerpo de ella nuevamente y depositó un beso en su frente antes de comenzar a caminar-. Tu madre se acaba de dormir -dijo mirando fijamente al hombre que todos decían era su vivo retrato-. Akane se durmió… para siempre, hijo.

Su hijo abrió mucho los ojos y quiso expresar su dolor, pero sus ojos no soltaban sus lágrimas, su voz se ahogó en su garganta y su cuerpo no reaccionó hasta que su padre pasó lentamente por su lado cargando a su esposa con dirección a la casona. Cuando Ranma había avanzado unos cuantos pasos en dirección a la casa fue cuando escuchó el grito desgarrador de su hijo mayor, seguido de tres fuertes golpes que supuso habían sido provocados por un puño al golpear la duela del dojo y luego, unos lejanos sollozos. Respiró profundamente, de sus tres hijos, Kazuma siempre había sido el más apegado a su madre y por ende, el que más sufriría con su ausencia. Cuando llegó a la habitación, recostó a su esposa en la cama y se sentó a un lado, había decidido quedarse allí hasta que llegaran los médicos, certificaran el deceso y les indicaran lo que se debía hacer.

Luego de permanecer un tiempo en silencio, comenzó a escuchar el trajín afuera de la habitación. Seguramente Kazuma se estaba dedicando de comunicarles al resto de la familia la situación reinante y para cuando llegó su sobrino Toshio junto al médico tratante de su esposa, él ya se encontraba totalmente sereno. Los recibió con una melancólica sonrisa y les contó cómo había ocurrido todo. Luego se apartó para no entorpecer y cuando ya todo estuvo listo, Toshio hizo pasar a la habitación a los tres hijos del matrimonio, comunicándoles que él acompañaría a su primo Kazuma para realizar los trámites funerarios. Los tres hermanos se acercaron y se desplomaron de rodillas a la orilla de la cama en donde su madre parecía dormir plácidamente; su padre los observaba a distancia, sabía que sus hijos debían despedirse de su madre y se sintió un poco culpable, porque él había tenido el privilegio de estar con ella hasta el último momento. Luego fue el turno de una envejecida Kasumi quien lloró en silencio la partida de su hermana y abrazó fuertemente a su cuñado cuando salió de la habitación. Ranma salió junto a ella puesto que ya se estaban preparando los ritos fúnebres y no podía hacer nada más por evitar la partida del amor de su vida.

La partida de Akane fue un golpe demasiado doloroso para toda esa gran familia, pero muchísimo más para Ranma, quien quizá nunca podría superar su perdida. Luego de los primeros días de duelo, sus hijos se comenzaron a preocupar en serio por el patriarca de los Saotome, puesto que ya nada parecía interesarle, ni siquiera el enseñarle algunas técnicas de combate a su pequeño bisnieto.

Ranma simplemente se había encerrado en una burbuja luego de la muerte de su esposa, no pudiendo cumplir con la promesa que le había hecho. Pasaba encerrado en su habitación, salía sólo para comer los alimentos que preparaba su nuera y cuando alguien lo iba a visitar, lo recibía por una media hora e inventaba cualquier excusa para retirarse a la soledad de su habitación, también había tomado la costumbre de ir todas las semanas al cementerio a visitar a su esposa, por lo que el señor de la camisa china y blancos cabellos trenzados ya era conocido por todos los empleados del lugar.

Los tres hermanos habían tratado de hablar con él, de hacerle ver que el encerrarse en una perpetua melancolía no le hacía bien, pero el artista marcial parecía no estar interesado en las palabras que sus hijos le dedicaban, por lo que buscaron cualquier cosa para sacarlo de ese estado depresivo, sin embargo, no resultó, él simplemente comenzó a consumirse, al igual que lo haría una vela con el paso de las horas. Cuando él comenzó a encerrarse en el dojo de noche y en completa oscuridad fue cuando su hijo mayor se decidió a tener una conversación seria con él, pero nada sirvió, ni siquiera las amenazas a las que su hijo recurrió, fue entonces cuando su hijo se dio cuenta que su padre se había abandonado al dolor y que quizá nadie podría sacarlo de ahí porque la única persona que hubiera logrado levantar el ánimo de su padre era justamente la persona por la que él sufría. Trató de convencerlo por lo menos de cuidar su salud puesto que ya era un hombre mayor y el pasar sentado en el dojo gran parte de la noche fría podía hacerle daño, sin embargo, él no se esperó la respuesta de su padre. Recordaba haberlo visto esbozar un amago de sonrisa en su rostro compungido y mirarlo de frente con los ojos azules totalmente opacados y faltos de brillo: soportar el frío de la noche le ayudaba a mitigar el dolor lacerante que sentía dentro de su propio cuerpo a cada minuto del día. Había optado por esa opción porque seguramente ellos se hubieran espantado si quisiera sumergirse en agua fría por horas, así que, aunque menos efectivo, se había decidido a meditar en la oscuridad y frialdad de la noche para tratar de afrontar lo que le quedaba de vida sin ella y eso estaba resultando endiabladamente dificultoso. Pidió comprensión para un hombre que había tenido una única debilidad en la vida, porque ahora que aquella debilidad se había ido, él también había perdido toda su fortaleza.

Su hijo entendió y no insistió más en hacerle cambiar de opinión; también habló con sus hermanos y aunque estos últimos pusieron problemas, finalmente decidieron dejar a su atormentado padre en paz.

Así fueron pasando los días, luego las semanas y los meses, hasta que una noche, cuando ya habían pasado más de cuatro meses desde la pérdida de su esposa, Ranma por fin esbozó una sonrisa sincera.

No fue por alguna palabra que escuchara o alguna muestra de cariño, simplemente comenzó a experimentar una extraña sensación y en la oscuridad del recinto de entrenamiento pudo divisar una pequeña lucecita en tonos rojos y azules posicionándose a unos metros, justo frente a él. El momento duró un par de segundos y la luz desapareció tan rápido como había aparecido, sin embargo, para él fue una señal, así que sonrió y se puso en pie para dirigirse a su habitación con una leve molestia en su pecho que dedujo sería de emoción al ver aquella lucecita que por una desconocida razón le recordó a ella. Se quiso autoconvencer que ella lo había visitado aquella noche y se recostó sin poder eliminar la sonrisa de su rostro.

A la mañana siguiente se despertó temprano y sintió la necesidad de hablar con sus hijos. A su hijo mayor lo veía todos los días puesto que desde que la enfermedad de Akane había empeorado, Kazuma y su familia se había trasladado a la vieja casona y luego de su muerte no se habían querido devolver a su propia casa puesto que habían decretado que lo acompañarían. Él no se había negado, pero en sus actuales condiciones, le molestaba un poco la presencia de las personas, por eso rehuía sus conversaciones y excesiva preocupación, sin embargo, esa mañana era diferente, sentía la necesidad de hablar con sus hijos, así que lo hizo.

Comenzó con Kazuma, se sentó a desayunar en familia y conversó extensamente con su hijo mayor, interesándose por cómo iban las competiciones y torneos, por sus nietos y su bisnieto, sonriendo al saber que su bisnieto seguramente se convertiría en el próximo heredero de su escuela de combate porque el chiquillo demostraba cada día amar las artes marciales tanto como ellos lo hacían.

Luego de esa conversación que dejó una esperanzadora confianza en su hijo, Ranma informó que saldría a hacer un par de visitas, así que, como ya no conducía, pidió un taxi y fue a visitar primero a su hija a la fundación que había creado Akane puesto que ella se había hecho cargo de la dirección cuando su madre había enfermado y desde allí llamó a su otro hijo para que se juntaran en un café cerca del lugar de trabajo de Akemi, puesto que no quería concurrir al atestado centro de la ciudad en donde se encontraban las oficinas de la Black Ryu Company.

Sus hijos, aunque sorprendidos, se alegraron mucho al ver que al parecer su padre estaba recuperando su energía habitual, así que conversaron animadamente con él sobre los distintos aspectos de sus respectivas vidas, de sus trabajos, de sus hijos en el caso de Akemi, de su pareja en el caso de Ryûma y así, a ninguno de los tres hermanos les llamó la atención ese extraño vuelco en el comportamiento de su padre, por lo que sólo se alegraron ante la eventual recuperación del carácter alegre y despreocupado del hombre que todos recordaban.

Pero lo cierto es que Ranma había fingido durante toda esa mañana el sentirse alegre y en óptimas condiciones, aunque él pensaba que era mejor así, porque esa mañana al despertarse ya sospechaba lo que sucedería en cualquier momento, sólo rogó internamente para que contara con el tiempo suficiente para hacer todo lo que tenía presupuestado hacer. Así que al despedirse de su hijo Ryûma, Ranma se dispuso a dirigirse a ver a su esposa, aunque no era el día en el que él siempre la visitaba.

Lentamente realizó el camino hacia el recinto que ya le era familiar e ingresó. No se olvidó de llevar los implementos para limpiar y purificar la tumba y tampoco las varillas de incienso. Se desplazó por el camino que ya conocía de memoria y saludó amablemente a quienes lo reconocieron por el camino.

Cuando llegó al lugar en donde se erguía la tumba de su esposa, se arrodilló con un poco de dificultad y observó la lápida con los kanjis que indicaban el nombre fijamente. Sonrió de medio lado llevándose una temblorosa mano a la altura del pecho.

-No pensé que harías caso a mis suplicas tan pronto –dijo haciendo una mueca de dolor y cerrando por un instante los ojos mientras conservaba una de sus manos apretando su pecho-, sin embargo estoy agradecido… -retomó exhalando un suspiro- porque ya no lo soporto, lo siento Akane, pero ya no soporto el dolor de estar aquí… solo.

Levantó su vista al cielo y vio las esponjosas nubes avanzar lentamente, entonces rememoró el momento exacto en el que había decidido dejar de tomar el medicamento que le había recetado su sobrino Toshio para evitar el mismo desenlace que había tenido su padre tiempo atrás. Su sobrino lo había tratado después de que él le consultara por algunas molestias que había comenzado a sentir hacía ya seis años y luego de realizar una serie de pruebas, había dicho que probablemente el factor hereditario le estaba trayendo consecuencias en la salud de su corazón. Él había obligado a su sobrino a mantener esa condición en secreto y su sobrino había accedido sólo cuando su tío juró seguir el tratamiento que él le indicara. Claro, en esa época él tenía una razón para cuidarse, así que había cerrado el trato sin chistar, pero ahora… podían tildarlo de egoísta por haber dejado el tratamiento a un lado el mismo día en que su esposa había muerto e incluso aceptaría que todos lo sindicaran como un cobarde por rendirse y ver la oportunidad en su afección cardiaca de ir tras ella, la verdad ya nada le importaba. Había tenido una vida maravillosa, marcada de aventuras y locura en sus primeros años y posteriormente, rebosante de cariño, amor y estabilidad junto a la mujer que siempre había amado, y ahora que esa mujer lo había dejado atrás, él ya no quería seguir adelante. Sí, podían decir que era un cobarde, pero sus hijos ya no lo necesitaban y él se sentía tan cansado de fingir que vivía, cuando la verdad era que sentía que había muerto el mismo día en que su esposa había exhalado su último suspiro en sus brazos y cada vez que recordaba el momento, sentía que volvía a morir, una y otra vez. Miró nuevamente hacia la tumba y se obligó a verter el agua de a poco para mojar con ella cada pedazo de la piedra.

-No ha sido fácil todo este tiempo sin ti, Akane, deberías saberlo –dijo empuñando ambas manos para tratar de remitir el dolor que se acrecentaba en su pecho. Las rápidas palpitaciones y la sudoración en su cuerpo tampoco eran de ayuda- pero sé que pronto… este dolor que siente mi alma ya no dolerá más y estaré en paz… -hizo una pausa para respirar profundamente y así remitir el dolor y luego volvió a hablar-. Tú siempre fuiste mi paz, mi Akane… la niña testaruda que conocí a los dieciséis… espérame sólo un poco más, cuando cruce el Sanzu estaré en mi hogar… porque mi hogar siempre fuiste tú…

Hizo un esfuerzo por encender las varitas de incienso y cuando estaba a punto de depositarlas en el lugar habilitado para ello, se quedó sin fuerzas, perdió momentáneamente la visión y sólo pudo inclinarse hacia delante, apoyando su brazo y su rostro en la fría piedra, las varillas de incienso quedaron esparcidas en el suelo y cuando pudo enfocar nuevamente su vista, sonrió. Quizá fuera su imaginación, o quizá fueran los enormes deseos que albergaba en su corazón de volver a verla, lo cierto es que a escasos tres pasos de donde él se encontraba divisó la forma difusa de su esposa, vestida con la misma delicada blusa blanca y la falda celeste con la que había vestido el día que había partido, pero en su rostro no había ninguna huella de su enfermedad, tampoco del paso de los años. Él veía a una joven Akane, con sus cabellos cortos y azulados mecidos por la suave brisa, sus soñadores y chispeantes ojos color chocolate observándolo fijamente y su bella sonrisa pintada en sus labios.

-Déjame decirte… que te amo, Akane –dijo con un hilo de voz.

Vio a la imagen de su esposa ladear la cabeza a un costado, cerrar los ojos y extenderle su brazo en una tímida invitación, y luego, todo fue oscuridad para el artista marcial de la trenza. Cerrando los ojos y tras un último suspiro, el invencible artista marcial se desvaneció sobre la tumba de su esposa, con una imperceptible sonrisa adornando sus labios.

Una hora después, el empleado que hacía la ronda por el cementerio se alarmó al ver al señor de la camisa china totalmente recostado en la tumba de su esposa y sin moverse. Corrió a pedir ayuda y cuando volvió junto a uno de sus compañeros, ambos se percataron que el anciano ya no respiraba. Lo que pasó después fue bastante caótico; llegó la policía, se avisó a sus hijos y después que levantaran el cuerpo sin vida del artista marcial y luego de trámites que a sus hijos les parecieron casi desproporcionados, por fin pudieron realizar los ritos fúnebres.

Siete días después del deceso de Ranma, su hijo mayor citó a sus hermanos a la casona Tendo; tenía algo que decirles y también entregarles. Sus hermanos todavía no se recuperaban de la perdida de sus padres puesto que había transcurrido muy poco tiempo desde que su madre los dejara cuando su padre también había partido. Los médicos habían dicho que su padre había muerto de un ataque cardiaco fulminante, sin embargo, Akemi estaba convencida de que su padre había muerto de pena; simplemente él no había podido soportar la tristeza de perder a su esposa y había sucumbido a una enfermedad que le había arrebatado la vida de pronto.

-Papá no soportó la tristeza de estar sin mamá –comentó Akemi sentada en la duela del dojo que había servido para celebrar su boda.

-Lo de ellos fue siempre mucho más que amor –comentó su hermano Ryûma quien se encontraba sentado con las piernas extendidas y sus manos apoyadas en el piso tras su espalda-. Era como si no pudieran estar separados porque se necesitaban tanto que simplemente uno no podía estar sin el otro. La prueba está en que papá no tardó nada en seguirla.

-Mamá lo era todo para papá –dijo Kazuma ingresando al dojo con una caja de mediano tamaño en sus manos y arrodillándose frente a sus hermanos-. Él siempre me dijo que tenía sólo una debilidad y esa era nuestra madre… pero ella también era su fortaleza así que sin ella, papá simplemente se marchitó. Yo creo que el día en que perdimos a mamá, también lo perdimos a él, sólo que no nos dimos cuenta a tiempo.

-¿Creen que ellos se encuentren? –preguntó Akemi enfocando su mirada en sus manos entrelazadas-, digo, en algunas religiones de occidente existe la creencia que uno no reencarna, se dice que existe vida después de la muerte y que tus seres queridos te esperan allá.

-Yo sólo sé que de una u otra forma, ellos sí se encontrarán –contestó Ryûma observando hacia la oscuridad del jardín por la puerta abierta del dojo-. Ya sea reencarnados en otro cuerpo o forma, o bien como almas en otra dimensión, ellos lo harán… si es que no lo han hecho ya.

Tras un breve momento de silencio, el mayor de los tres hermanos comenzó a remover algunas cosas en la caja que había dejado a un lado. De su interior sacó dos sobres y los observó fijamente antes de comenzar a hablar con sus hermanos.

-Creo que papá sabía que pronto iba a dejarnos –dijo susurrando sus palabras-. Hace tres semanas me llamó a su habitación y me entregó esta caja sellada. Dijo que en su interior había algunos documentos importantes que quería que yo guardara porque él podía olvidar dónde los había puesto, que… yo sabría el momento en que debía abrir la caja y ver su contenido. Nunca cuestioné las órdenes de papá, lo saben, así que hice lo que me pidió y no me preocupé más por esta caja, hasta que ayer recordé su existencia y por curiosidad la abrí.

-¿Qué contiene? –preguntó su hermano menor.

-Tomen –dijo por toda respuesta entregándoles un sobre a cada uno de sus hermanos. Ellos miraron el sobre y a ambos se les nublaron los ojos al ver la cuidada caligrafía de su madre estampada en el sobre con una sencilla frase.

-Para nuestra amada hija, nuestra luz en momentos de oscuridad –musitó conteniendo la emoción en su voz.

Su hermano no dijo nada, leyó en silencio la frase escrita en su sobre y rápidamente rompió el envoltorio para sacar unas hojas de papel de su interior. Su hermana hizo lo mismo con el sobre que tenía en sus manos y sacando los papeles del interior con dedos temblorosos, comenzó a distinguir cada uno de los kanjis que había escritos en el papel. Ninguno de los dos pudo evitar que las lágrimas escurrieran de sus ojos al leer el contenido de su propia carta puesto que a todas luces eso era una carta de despedida que les había escrito su madre a cada uno de ellos antes de morir, sin embargo, antes del término de esta, el estilo de escritura cambiaba y los poco cuidados kanjis que conocían en la escritura de su padre seguían con la carta hasta el final, en donde se lograban ver ambos nombres al pie de firma. Al terminar de leer la carta, cada uno de los hermanos permaneció en silencio por unos instantes hasta que Akemi volvió a hablar suavemente.

-Kazuma, ¿a ti también te dejaron…?

-Sí –contestó su hermano mayor a la pregunta inconclusa de su hermana-. Pienso que mamá escribió esto mucho tiempo atrás –dijo sacando su propia carta desde el interior de sus ropas-, y le dejó el espacio suficiente a papá para que nos dedicara algunas líneas. Si se fijan, sus nombres están muy abajo en el papel, separados por un espacio considerable de la última línea que escribió papá… al menos en la mía es así.

-Tienes razón, en la mía también –dijo su hermana secándose las húmedas mejillas, su hermano sólo asintió en silencio.

-No es todo –comentó Kazuma volviendo a introducir su mano en la caja-. Esto es para ti, Akemi –dijo entregándole un sobre de mediano tamaño rotulado con el nombre de su hermana y que al parecer contenía algo pesado dentro-. Sugiero que lo abras antes de entregarle el suyo a Ryûma.

Su hermana asintió en silencio e hizo lo que su hermano le solicitaba, sacando del interior del sobre un estuche no muy grande de color negro, un poco deteriorado y que se veía bastante antiguo. Cuando ella lo abrió, vio una pequeña nota en su interior. Sonrió ampliamente y leyó en alta voz.

-"Sé que siempre te gustó escuchar la historia de este regalo, por lo que ahora yo y tu padre queremos entregártelo con el compromiso que lo cuides y lo atesores tal y como yo lo hice desde que él finalmente pudo dármelo, pero también encontrarás dentro de la caja más pequeña el verdadero regalo que me tenía tu padre para esa navidad… Es para que recuerdes que no importan los problemas o los años que pasen, vencerás todos los obstáculos siempre que haya amor".

La mujer abrió el estuche y observó la delgada cadenilla de plata con la piedra azulada y los pendientes a juego. Luego sacó del sobre una cajita más pequeña, la abrió y contempló el fabuloso anillo que brillaba en su interior, dejó la cajita con el anillo en el suelo y se llevó la otra caja a la altura de su pecho, atesorándola como si fuese la joya más costosa del mundo. Observó a sus hermanos y sonrió al ver la cara de confusión con la que ambos la observaban.

-Saben que me gustaba platicar con mamá, me gustaba escuchar su historia de amor con papá y bueno, esto formó parte importante de su historia –explicó mostrándoles los pendientes y la cadenilla a juego a sus hermanos-. Cuando los abuelos los obligaron a casarse para que papá pudiera recibir su herencia, él compró este obsequio con sus escasos ahorros para dárselo a mamá como regalo de bodas, pero tuvieron que pasar más de doce años para que encontraran a su dueña. Mamá me contó que luego de su separación y durante la primera navidad que pasarían juntos como pareja, él quiso entregárselos junto al costoso anillo que permanece en la otra caja –indicó-, pero esa nochebuena tampoco pudo hacerlo porque ellos volvieron a tener problemas y no estuvieron juntos para esa fecha especial, pero finalmente, cuando realizaron su boda religiosa para dar a conocer su relación fue cuando papá pudo hacerle el obsequio que debió haberle hecho a mamá el día de su verdadera unión. Siempre me gustó esa historia, siempre me gustó observar la emoción en el rostro de ella al relatármela y ella siempre dijo que algún día me dejaría estas baratijas que en realidad eran lo más preciado que ella tenía… hoy llegó ese día –terminó de decir abrazándose a la cajita que contenía aquel regalo que había tardado tanto tiempo en llegar a las manos de su dueña original y que ahora pasaba a sus manos-. Gracias mamá –dijo muy bajito.

Su hermano mayor la observó con una sonrisa en el rostro y luego sacó del interior de la caja un bulto alargado que extendió a su hermano.

-Es tu turno, Ryûma.

El aludido asintió y abrió el envoltorio cayendo al suelo una nota similar a la que su hermana había encontrado en la caja de las joyas. Tomó la nota en su mano y sonrió al descubrir que dentro del envoltorio se encontraba en gloria y majestad la katana de su abuela paterna.

-"Aunque ya no practicas las artes marciales, sabemos que por tus venas corre la sangre de un guerrero. Desde pequeño, siempre estuviste un poco obsesionado con la katana de tu abuela, tanto es así que varias veces la tomaste sin permiso y tu padre tuvo que salir en tu búsqueda para que no te lastimaras y abogar por ti ante tu abuela para que ella no te reprendiera. Tu padre y yo hemos decidido que te pertenece, no sólo porque tú la deseabas, sino porque simboliza la unión con tus antepasados y sabemos que siempre los honrarás, en disciplina, honor y lealtad".

Tomó la espada desde el envoltorio y la desenfundó suavemente observando sus propios ojos en el reflejo del templado acero.

-Recuerdo la última vez que se la saqué sin permiso a la abuela, tenía trece años –sonrió-. Es una espada tan bella, sublime… no sé si merezca quedarme con ella.

-Si ellos pensaron en ti para dejarte la posesión más preciada de la abuela es porque realmente tienes las condiciones para hacerte cargo de una herencia familiar. Eres la persona más leal que conozco, sin disciplina no hubieras podido hacerte cargo de la empresa de papá con tan buenos resultados y del honor, ni hablar, lo llevas en la sangre –dijo su hermano mayor poniendo una de sus manos en su hombro.

-Gracias –contestó Ryûma abrazándose a la katana de su abuela.

-¿Y a ti, Kazuma?, ¿qué te entregaron a ti?

-Esto –contestó sacando una serie de pergaminos enrollados y atados con un lazo rojo-. Son… los tratados de las escuelas Saotome y Tendo, además de otros tratados que papá fue adquiriendo con antiguos maestros que conoció durante toda su vida y… esto –dijo mostrándoles un deteriorado diploma-. Es de la primera competencia que ganó papá cuando comenzó a competir profesionalmente. Él me contó que tenía diecisiete años y que fue la única forma que vio para recuperarse del dolor que le provocó separarse de mamá; en su primera competencia como artista marcial, triunfó fácilmente, pero no ganó nada de dinero, tampoco una medalla o un trofeo, sólo le dieron este diploma que indica su primer lugar, aun así, él lo guardó y lo atesoró, porque fue la primera competencia real que ganaría de muchas otras y en la nota que escribió mamá, ellos me piden que siempre recuerde que todo empieza desde cero, que con trabajo y perseverancia se consiguen logros importantes y que… siempre supieron que en mí quedaría en buenas manos el legado de las escuelas de combate Saotome y Tendo, que los abuelos estarían orgullosos de verme y que… que siga adelante engrandeciendo su legado y yo… sé que ya soy un adulto con una familia propia y quizá no debería sentirme así pero… ya empiezo a sentir su falta, porque ya no podré recibir sus consejos o sus respuestas a las preguntas que siempre les hacía y… -se detuvo de pronto y se apoyó con ambas manos en la duela del dojo, dejando que su flequillo cubriera sus ojos.

Entonces lloró, y sus hermanos se miraron preocupados, porque durante toda su vida ellos jamás le habían visto llorar. Sabían que su hermano mayor quizá se abandonaba a sus emociones en soledad, pero para ellos, él siempre había sido el más fuerte de los tres, aquel a quien recurrían en caso de algún peligro, a quien buscaban cuando sentían miedo, a quien acudían cuando tenían algún problema y él siempre los recibía con la pasividad que habían visto en su padre y la comprensión que habían visto en su madre. Contemplarlo allí, arrodillado y apoyando sus manos en el suelo, llorando en silencio por la partida de sus padres simplemente les sorprendió. Kazuma nunca se desmoronaba, él siempre se mantenía en pie y en calma, después de sus padres él era el soporte de esa familia, él era quien les transmitía paz y serenidad, él era quien les había consolado en cada una de las pérdidas que les había tocado vivir, partiendo por la de sus abuelos.

-Kazuma –se atrevió a llamarle su hermano posando su mano en su espalda.

-Estoy bien –contestó secándose las lágrimas con una de sus manos-. Yo sólo necesitaba…

-Todos hemos necesitado desahogarnos en algún momento –interrumpió su hermana-, tú no eres la excepción y tampoco es bueno que te encierres en ti mismo. Todos estamos tristes, pero es mucho más llevadero si compartimos nuestra aflicción.

Su hermano mayor asintió en silencio y se puso en pie dejando dentro de la caja los artículos que había sacado para mostrárselos a sus hermanos.

-Vamos, tenemos que hacer algo más –dijo sonriendo melancólicamente mientras se dirigía al jardín, sus hermanos lo siguieron en silencio.

-¿Acá? –cuestionó la mujer cuando llegaron al lugar en donde su hermano mayor se había detenido.

Allí, con la escasa luz que provenía del dojo y del alumbrado público pudieron observar un árbol de cerezo de poco más de un metro que descansaba en el césped.

-Pensé que lo haríamos cerca del árbol del abuelo Soun –dijo Ryûma tomando el arbolito en sus manos para comenzar a quitarle la bolsa plástica que mantenía las raíces a resguardo.

-¿Conocen la historia de este árbol? –les preguntó su hermano mayor sin responder a los cuestionamientos de sus hermanos menores, ellos negaron con un movimiento de cabeza-. Alguna vez hubo otro Saotome en nuestra familia –dijo observando la sorpresa en los rostros de sus hermanos-. No es que nuestros padres quisieran guardarlo como un secreto, simplemente nunca lo mencionaron. Yo me enteré de casualidad y pienso que a ellos les hubiera gustado que plantáramos este árbol al lado de su primer hijo, aquel que no logró nacer.

-Un hermano –susurró la mujer.

-Sí –confirmó Kazuma-. Un día los escuché conversando sobre eso y les pregunté, me contaron la historia. Después de reconciliarse y cuando decidieron realizar la ceremonia religiosa para casarse, mamá estaba embarazada pero tiempo después perdió al bebé producto de un accidente, no me dijeron más, sólo que ambos recordaban de vez en cuando a ese niño o niña que hubiera sido nuestro hermano mayor –dijo apoyando su mano en el tronco del crecido árbol-. Para papá y mamá, ese bebé siempre formó parte de la familia aunque no haya nacido, para ellos debe haber sido muy doloroso ese momento y pienso que como nunca lo olvidaron y lo recordaban constantemente, éste será el mejor lugar para plantar su árbol conmemorativo.

-Tienes razón, a ellos les hubiera gustado que fuera acá.

Entonces, los tres hermanos se arrodillaron y luego de dejar el arbolito en el agujero que había cavado su hermano mayor previamente, comenzaron a incorporar la tierra suelta que se esparcía alrededor. Cuando terminaron y estuvieron satisfechos, los tres se pusieron en pie y luego de un momento de permanecer allí contemplando el lugar, se miraron y sonrieron de manera cómplice, haciéndose la silenciosa promesa de seguir cuidando no sólo de aquellos árboles, sino de la familia que habían dejado como legado sus padres. Kazuma abrazó por los hombros a su hermano y tomó del brazo a su hermana para comenzar a caminar hacia el dojo nuevamente y recoger los obsequios que les habían dejado sus padres. Cuando hubieron recogido cada cual sus pertenencias y luego de salir del recinto apagando la luz, Akemi dio un leve grito de asombro.

-¿Qué pasa? –se inquietó Ryûma.

-Mira –indicó con su mano extendida hacia el lugar en donde habían plantado el árbol de cerezo-, ¡miren los dos!

Sus hermanos enfocaron su vista hacia el lugar al que indicaba su hermana y vieron una pequeña lucecita en tonos rojizos y dorados que parpadeó un par de veces y luego desapareció.

-¿Qué fue… ¿lo vieron?

Sus hermanos mayores asintieron y fue Kazuma quien luego de exhalar un suspiro, sonrió y apoyó sus manos en el hombro de cada uno de sus hermanos.

-Hoy es el séptimo día –dijo con naturalidad-. Ustedes saben lo que indica la tradición.

-Crees que… en verdad crees que él… -contestó su hermano al comprender las palabras del mayor.

-La vida de ambos siempre estuvo rodeada de magia y cosas maravillosas de las que quizá nosotros no supimos mucho, pero… ¿quién nos puede asegurar que esa magia no les siguió hasta la muerte?

-¿Quieres decir que esa luz… pudo ser papá? –cuestionó su hermana

-Me gustaría pensar que vino a despedirse antes de cruzar el río Sanzu.

-Pero mamá…

-¿Quién te dice que no vino también? Además, el amor de su vida se encontraba con nosotros cuando ella nos dejó, quizá sólo se le presentó a él o quizá nosotros no nos percatamos de su presencia. Yo prefiero creer.

-Yo también –secundó su hermano.

-Y yo –dijo finalmente la menor.

-Vamos, Masako nos debe estar esperando para cenar.

Los tres hermanos avanzaron en la oscuridad de la noche hacia la casona y cuando estaban por llegar, Kazuma observó al cielo y pudo contemplar el centelleante resplandor de dos estrellas que brillaban más que las demás. Pudo ser su imaginación, pero lo cierto es que el hijo mayor del matrimonio Saotome-Tendo quiso creer nuevamente y se autoconvenció que esas dos estrellas debían tratarse de sus padres quienes finalmente se habían reunido una vez más. Sonrió y en silencio les hizo una promesa: cuidaría de sus hermanos y de su familia, porque era el legado de sus padres y porque aunque ellos ya no estuvieran, Ranma y Akane seguirían siendo recordados por su historia de vida, pero muy especialmente por esa historia de amor interrumpido, de reencuentro inesperado, de sincero perdón y de eterna reconciliación, porque su hijo sabía que el amor que se profesaban sus padres fue, era y sería por siempre un amor imperecedero del que nadie que escuchara de él se podría olvidar jamás.

Fin


Notas finales:

1.- Hola. Bien, las promesas se cumplen y aquí está este último capítulo de esta historia.

Sé que a la mayoría de las/os lectoras/es les gustan los finales felices (a mí también, lo reconozco), pero para mí este final es más bien emotivo que triste y es la única manera en la que pienso podría haber terminado esta historia, porque desde un principio se concibió en mi mente como una historia de amor eterno, así que después de una vida de esta pareja amándose incondicionalmente, no queda más que pensar que también lo harán en la muerte pase lo que pase. Por otro lado, siempre me ha gustado sacar mi lado un tanto dramático al escribir (alguna vez hace mucho tiempo alguien me bautizó como "la reina del drama" por otra historia y si lo soy, pues está bien para mí). Aunque estoy muy consciente que este manga/anime está muy lejos de ser algo remotamente parecido a un drama, con tantas licencias que me he tomado para escribir esta historia, me dije ¿por qué no? Si gustó o no gustó mi decisión me lo pueden dejar saber mediante un comentario, si es que quieren hacerlo.

2.- Quise incorporar la letra (o gran parte de ella) de una canción que me gusta mucho. Es una de mis favoritas de entre mis muchas favoritas de la banda irlandesa U2. Esta canción en particular me gusta por su letra, porque es una canción de despedida y me sirvió para inspirar esta última entrega. No suelo incorporar letras de canciones en mis historias (salvo una, creo), pero me pareció interesante comenzar con ella este capítulo. Si se interesan en escucharla pueden buscarla con el nombre de "kite" (cometa) y pertenece al álbum All That You Can't Leave Behind.

3.- Ya con esta historia terminada sólo me queda por cumplir una última promesa, así que si alguien por aquí era seguidor de "Strangers on a train", prontamente estaré subiendo los capítulos restantes y quizá, sólo quizá, suba alguna cosita nueva porque sí, me he dado un tiempo a mí misma para seguir escribiendo y trataré de sacar las ideas que quedaron inconclusas un día ya sea en un documento de Word o en un cajoncito de mi memoria... por si alguien quiere acompañarme en un nuevo viaje.

4.- Agradecer, no me queda nada más que agradecer infinitamente a todas aquellas personas que le dieron una oportunidad a esta historia, a quienes la leyeron hace mucho tiempo y a quienes recién la han descubierto hace poco. Me hace muy feliz que alguien se interese en lo que escribo y que lo lea, no pido más. Para mí es importante saber lo que piensan de mis historias porque me ayuda a entender si lo que estoy entregando está siendo bien recibido (creo que siempre lo he dicho), pero me importa muchísimo más que un escrito sea visualizado y leído, así que no me queda más que agradecer a todas/os quienes me han regalado con un poco de su tiempo para leer esta historia. Infinitas gracias, de verdad y será hasta que nos encontremos en otro escrito, porque "sé que esto no es un adiós".

Un abrazo a la distancia a todos quienes han leído estas locas ideas, éxito en sus proyectos y será hasta otra oportunidad.

Madame De La Fère-Du Vallon.