Pesadillas
Ser veterano de guerra y espía durante más de diez años hacía que determinadas situaciones se volvieran más una maldición que una bendición. Muchos consideraban que dormir después de un largo viaje era un descanso bien merecido, pero para Twilight, tener delante de él los cuerpos ensangrentados de su esposa e hija convertía el descanso en algo lúgubre.
Él sabía que eso era una pesadilla. La nave aérea de Frigis había aterrizado con éxito y toda la familia Forger había sobrevivido. Ya no estaban en ese paisaje invernal porque la práctica de Meremere había resultado bien. Lo único que quedaba era esperar a que Anya hiciera el postre en la clase de cocina.
Twilight comprendía que el escenario delante de él no era más que un producto de su imaginación, pero el dolor que sentía al distinguir el cabello rosado y negro cubiertos de sangre era real.
—¡Yor, Anya! —gritó con desesperación. Ellas estaban a una corta distancia, pero cada paso que daba para acercarse parecía pesar tanto como la nave que se caía a pedazos a su alrededor, lo que lo ponía más nervioso—. Respondan por favor, ¿están bien?
Uno de los restos de la nave se quebró del todo y provocó que cayera agua delante de él. Eso lo desorientó y la superficie debajo de sus pies se hizo resbalosa tan rápido que se patinó hasta caer.
El golpe en la cabeza fue contundente para Twilight. Algo brusco y volvió a desorientarse por algunos momentos hasta que el agua dejó de caer y se convirtió en un goteo silencioso.
—¿Eh? —balbuceó. Empezó a sentir cómo recuperaba la capacidad de moverse de la cintura para abajo, pero algo justo al costado de su ombligo se sintió extraño—. ¿Qué…?
Un hierro de considerable tamaño atravesaba su costado. Alrededor del área perforada, su suéter ya comenzaba a teñirse de un tono rojizo debido a la sangre.
El grito desgarrador que siguió casi destrozó la garganta de Twilight. Era una locura lo que su mente le estaba mostrando como un trágico accidente para sufrir, aunque no fue nada comparado con lo que vio para Yor y Anya.
El pedazo de la nave que le había arrojado agua había colapsado, aplastando a su esposa e hija. Manchas de sangre rodeaban la estructura rota y los cuerpos no eran visibles, pero la perspectiva de la mano de Yor extendiéndose hacia él, cubierta de rojo, lo rompió.
Poner una palabra para eso era difícil, pero Twilight pensaría que castigo estaba bien. El castigo por haber llevado a una mujer inocente y a una chica a un lugar con el objetivo de salvar su misión y su carrera debía ser eso: verlas sin vida delante de él, pero, con ellas, todavía queriendo alcanzarlo a pesar de ser un mentiroso.
Twilight era un mentiroso. Sus mentiras habían causado la muerte de Yor y Anya, y la vida había sido tan cruel como para no permitirle siquiera cargarlas en sus brazos una última vez.
Cuando otro pedazo de la nave comenzó a romperse y parecía que iba a caer sobre él, la recibió sin miedo, aunque esperaba alcanzar la mano de su esposa para verla del otro lado junto con su hija y disculparse.
Era lo mínimo que podía hacer un mentiroso como él.
Pero cuando la alarma de su mesa de noche sonó, se dio cuenta de que era la mañana del lunes y que su rostro estaba cubierto de lágrimas.
Después de más diez años como espía, había vuelto a llorar.
—Esto no puede estar pasando —susurró con pánico. Las lágrimas no habían parado de caer de sus ojos y aunque quiso limpiarlas, parecían no detenerse—. Sabía que esa era una pesadilla e incluso así me deje llevar por el escenario. Twilight, has fallado.
Cuando comenzó su carrera como espía, no todo fue un entrenamiento físico y de armas. Parte del éxito de la información en la guerra estaba vinculado a las emociones y él tuvo que aprender a contenerse y enterrarlas. Sin embargo, había un área donde incluso Sylvia sabía que no podría moldearlo: los sueños y las pesadillas.
Los sueños y las pesadillas eran imágenes mostradas por la mente durante el período de descanso, exponiendo lo que un ser humano deseaba o repitiendo una situación vivida. Lo único que Twilight aprendió para evitarlos era dormir pocas horas, pero en caso de no poder, debía intentar darse cuenta de que todo era producto de la imaginación y no real.
Había fallado, y los rastros de lágrimas en sus mejillas junto con su rostro desordenado revelaban lo que había sucedido: las emociones se habían desbordado, dejando el lugar donde habían sido enterradas desde que fue reclutado.
Lentamente, salió de la cama y se preparó para comenzar el día. El reloj ya marcaba las 6:12 am, por lo que llevaba casi quince minutos de retraso, pero el hecho de no tener que ir al hospital compensaba ese pequeño desliz. Tenía que ducharse y preparar el desayuno, algo energético para que Anya estuviera lista para la escuela y pudiera hacer el Meremere con éxito. Además, tenía que revisar la operación Strix…
—¿Loid? —la voz de Yor apareció justo cuando él salía de su habitación en dirección al baño—. ¡Oh, buenos días!
—Yor…
—¿Loid? —repitió ella de nuevo. En ese momento, se acercó al notar lo inmóvil que él estaba, casi como una estatua—. ¿Está todo bien? —lo miró, distinguiendo sus ojos rojos y rastros de lágrimas en sus mejillas—. ¡Loid, estuviste llorando! ¿Por qué…?
A pesar de saber que la pesadilla era una mentira, como las que él decía, abrazó a Yor, rompiendo a llorar una vez más.
Nota de la autora: Dejaré esto y me voy. No diré nada más.
Ciao.
