Siete minutos en el cielo por allofthelights11, AutumnWeen

Nota de la autora:

En respuesta a una pregunta de Anónimo en la colección DeflowerDraco2024.

Dramione: La relación principal es solo Draco x Hermione

Gracias a LTpep por la lectura beta.

Portada de _oladushek_art_ en IG

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Nota de la traductora:

Los personajes y todo lo reconocible es de la autoría de JK Rowling y la historia es de allofthelights11 y AutumnWeen.

Traducción oficial autorizada.

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Siete minutos en el cielo I

Si había un sentimiento al que Draco Malfoy era ajeno, era la humildad, pero la vida, como solía hacer, tenía un plan para cambiarlo.

Entre un séptimo curso incompleto, que lo convirtió en un desertor de la escuela de magia, y el rápido avance de su carrera como el mortífago más joven (más o menos un Regulus Black), no tenía nada que ofrecer, y eso sencillamente no serviría.

No cuando el Ministerio quería darle un escarmiento.

No, el Ministerio de Magia, en su infinita sabiduría y probablemente para inculcarle un poco de la mencionada humildad (por los medios que fueran necesarios), había decidido que Draco era un niño coaccionado para participar en una guerra y adoctrinado para creerse mejor que nadie.

Para Draco, aquello no era más que llamar a las cosas por su nombre, lo cual era bueno, pero, por desgracia, no todo el mundo podía estar tan seguro de sí mismo... semántica y todo eso.

Pero no, Draco Malfoy era ahora el proyecto favorito del Ministerio. El primer participante de sus esfuerzos de restitución y reforma 101 (es decir, vamos a jodidamente humillarte).

Esto, en pocas palabras, consistía en que completara su educación mágica bajo arresto domiciliario, lo que con suerte resultaría en una dosis de humildad para toda la vida. O humillación.

Tanto monta, monta tanto.

Aquí es donde se encuentra en la actualidad: tambaleante, ansioso y muy consciente de sus defectos como joven de 18 años cuya pubertad se vio truncada por su incorporación a las filas de Voldemort y que no participó de los placeres de asistir a una escuela mixta con un profesorado muy distraído.

Una pena.

También estaba absolutamente aterrorizado y excitado a partes iguales por ver a cierta bruja sabelotodo después de todo un año fantaseando con ella.

Veréis, Draco tenía muchos secretos que no confiaba a nadie: miedo a quedarse calvo, ser bajito (no lo era) y el hecho de que Hermione Granger había dejado de serle indiferente hacía exactamente cuatro años. Esto último podría haber hecho que lo desheredaran, y como tenía tanto miedo de su padre como de la posibilidad de ser pobre, se había convertido en su secreto más protegido, uno que llegaba a formas extremas (aunque estúpidas) de ocultar. Bueno, tal vez su segundo secreto más protegido, ya que había... algo más.

Al final, todo se había resuelto por sí solo ya que, por suerte para él, el Señor Tenebroso había muerto y su padre había sido enviado a Azkaban, donde ya no tenía ningún poder sobre Draco.

Gracias a Merlín por las pequeñas misericordias.

Excepto que ahora había un secreto más grande, más embarazoso y más delicado: Draco Malfoy, que tenía una reputación que le precedía por ser un donjuán, era, de hecho, virgen.

En realidad, no era para tanto. Podría decirse que habría sido lo que se esperaba de alguien de su posición, protegido y criado con el equivalente de las creencias puritanas. No era más que un pequeño inconveniente, un detalle minúsculo, si se prefiere.

Y aunque Draco quería ser tan iluso como para creer que no tenía nada de qué preocuparse, los hechos eran un poco diferentes.

Hermione Granger se había interesado por él; le gustaba (MUCHO) y no veía la hora de saltarle encima.

Junio 1998

Sentía frío en la habitación, y ni siquiera su gruesa túnica ayudaba a aliviar el escalofrío que le recorría la columna vertebral o el entumecimiento de las extremidades.

Estaba sentado, inmóvil. Era su juicio, después de todo, pero no podía creer lo que estaba viendo y oyendo, y el palpitar que su corazón hacía en sus oídos amenazaba con amortiguar sus palabras. Intentó prestar atención.

—El señor Malfoy creció, se educó en la intolerancia y fue víctima de su educación tanto como yo lo fui por las creencias que defiende la sociedad de sangre pura.

La forma en que se movía su boca, la melodía de su voz, sus malditas palabras eran flechas que le disparaban directamente a la ingle. Era tan jodidamente preciosa, tan equilibrada y elocuente (aunque él se perdiera la mitad de lo que decía), y la combinación de todas esas cosas le estaba haciendo cosas. Tanto que sintió que se le ponía dura bajo la túnica.

Dioses, era patético, pero ese era el efecto que Hermione Granger tenía sobre él. Estaba embelesado por su presencia, abrumado por su decisión de salir en su defensa, de hablar en su favor, de ayudarle. ¡A ÉL!

Granger terminó su testimonio y le dedicó una pequeña sonrisa, y su corazón dio un salto (mientras el bulto entre sus piernas se agitaba). Se quedó boquiabierto mirándola el resto del juicio la parte de atrás de sus rizos, imaginando una cantidad inimaginable de cosas que haría mientras enredaba los dedos en su pelo... aunque, por lo que él sabía, sus elucubraciones no eran exactas, ya que era un maldito virgen. Aun así, Draco podía imaginarse que todo lo que imaginaba se sentiría diez veces mejor.

En algún momento, se dio cuenta de que era el turno de Potter de hablar y que tal vez había mencionado algo sobre cómo Draco había sido manipulado para unirse a Voldemort y obligado a ser marcado. Asintió con la cabeza por si alguien le preguntaba si estaba prestando atención.

Y así, sin más, se acabó, y fue apartado a la fuerza de pensar en Granger y obligado a escuchar qué decisión se había tomado.

El Wizengamot llegó a la conclusión de que había sido presionado para unirse a la causa del Señor Tenebroso y que no arruinarían su vida enviándolo a Azkaban. Según todos los indicios, había sido inocente, pero no lo bastante como para salir indemne. Draco había sido condenado a un año de arresto domiciliario y a completar su octavo curso bajo la tutela de varios profesores nombrados por el Ministerio (pero financiados por las cámaras acorazadas de los Malfoy). Después de eso, tendría que examinarse de los ÉXTASIS en Hogwarts.

Podía haber destinos peores, y Draco aceptó el hecho de que todo lo que había fantaseado con Granger tendría que quedar en suspenso. No es que hubiera ninguna posibilidad de que alguna vez lograra algo con ella, pero eso hacía que todas sus ensoñaciones recientes fueran aún más inalcanzables.

—Venga por aquí, señor Malfoy, —oyó decir a uno de los aurores, y eso acabó con su ensoñación para siempre. Era hora de enfrentarse a la realidad.

—¡Espera!

Levantó la cabeza y vio a Granger corriendo hacia él. Draco miró al auror como preguntando: ¿Viene hacia aquí? ¿Hacia mí? Pero el mago no tenía ni idea de lo que significaba la expresión de pánico de su cara y se limitó a encogerse de hombros.

—¿Podría hablar con Dra... el señor Malfoy antes de que se lo lleve? En privado, —pidió Hermione.

—No debo perderlo de vista, señorita Granger, —respondió el hombre.

—Ayudé a salvar el Mundo Mágico de Voldemort, Auror Fogs...

¿Qué coño está pasando? ¿Y cómo sabe el nombre del auror?

Draco se quedó boquiabierto y miró entre el auror y Hermione, completamente sorprendido por lo que estaba ocurriendo.

—Creo que puedes confiar en que me quede a solas con él un par de minutos, —dijo y le dedicó una sonrisa ganadora.

La descarada. Usando su estatus de heroína de guerra para salirse con la suya. Dioses, está en forma.

Draco tosió, ahogándose con su propia saliva. Tenía que controlarse, joder.

El auror Fogs lo miró de arriba abajo. Determinó que Granger probablemente podría derribarlo si fuera necesario.

Sería un espectáculo digno de ver.

Draco tuvo que reprimir un desmayo.

Fogs asintió.

—Bien. Le esperaré fuera, —dijo el auror y se marchó, no sin antes echarle otra mirada a Draco.

Era imperativo que Draco sacara las palabras antes de que se acalorara y se turbara demasiado incluso para hablar.

—Granger, escucha...

Sus ojos otoñales se clavaron en él, tan cálidos y acogedores que se sintió atraído por ellos, paralizado por las motas doradas que nadaban en sus iris. Tuvo que parpadear varias veces para despejar la mente y decir lo que pensaba.

—Gracias. No tenías que hacer esto, gracias. Lo habría entendido si hubieras elegido testificar contra mí después de todo el dolor que mi familia y yo te causamos, pero no lo hiciste. Lo siento mucho, muchísimo. No sé cómo expresar lo mucho que desearía poder retractarme de todo lo que te dije o poder dejar de creer que no eras digna de tu magia o que eras inferior a alguien como yo...

—Me hiciste algo, —interrumpió—. No he podido dejar de pensar en ello. En la mansión, intentaste ayudarme mientras Bellatrix estaba...

Hermione no terminó, pero sus ojos no se apartaron de su cara, y los suyos se abrieron de par en par, sorprendidos.

—Intenté proteger tu mente del dolor. No sabía... no creía que hubiera funcionado, —dijo Draco, mirándola boquiabierto una vez más. Había sido una decisión de última hora, un intento desesperado de aliviar su sufrimiento.

No soportaba verla así, retorciéndose bajo el peso del cuerpo de su tía, sangrando por la cuchillada del brazo, gritando de dolor.

—Tú... tú nunca dejaste de gritar, —dijo casi en un susurro.

—Estaba realmente asustada. No entendía lo que pasaba, pero pensé que era mejor que tu tía no supiera que ya no me dolía.

Sacudió la cabeza. Esta asombrosa, preciosa y brillante bruja, pensó.

—No habría esperado otra cosa de la gran Hermione Granger, —dijo Draco sin poder evitar la sonrisa en su cara.

Hermione le devolvió la sonrisa.

—Bueno, la gran Hermione Granger quería darte las gracias.

—Por favor, no lo hagas. No me lo merezco, —dijo Draco, y le tembló la voz.

—Fue muy valiente.

¿Valiente?, pensó. Valiente no era la palabra que usaría para describir su mediocre intento de proteger su mente.

—No fue nada de eso. Como mucho fue una estupidez improvisada.

Hermione levantó la barbilla.

—No estoy de acuerdo. Fue valiente e inteligente, un pensamiento rápido, y atenuó significativamente el dolor. Fue un gran riesgo, y podría haberte matado...

—Valió la pena el riesgo, —soltó sin querer.

Draco era consciente de que no era prudente desnudarse ante alguien y darle tal poder sobre uno mismo. Sencillamente, no había forma de saber en quién podías confiar realmente o quién lo utilizaría en tu contra. Era el estilo Slytherin.

—Gracias, —dijo ella, con voz sedosa y llena de emoción.

Draco negó con la cabeza.

—Siento que no vayas a Hogwarts el próximo curso, pero me alegro de que no vayas a Azkaban.

—Ya somos dos. —Se rio por lo bajo.

—Si te sirve de algo, estoy deseando que acabe tu condena, —dijo y se acercó más a él.

Draco no sabía qué estaba pasando ni cómo era posible que ahora ella estuviera en su espacio, cerca de él, más cerca de lo que nunca había estado. Y en un momento, todo había cambiado: sus labios estaban sobre los de él, suaves, cálidos y dulces. Sus ojos se cerraron, rindiéndose al completo abandono de la lógica y de lo que era real o no. Desapareció todo sonido, excepto los latidos de su corazón que retumbaban en sus oídos mientras una sensación de cosquilleo recorría cada parte de su cuerpo.

No era el primer beso de Draco. Era inexperto, pero no tanto.

Incluso con sus limitados conocimientos, reconoció que ese era EL BESO, porque venía de ella. Bien podría tener estampado en la frente "Propiedad de Hermione Granger", porque eso era exactamente lo que sentía.

Su cuerpo también lo había sentido, y cuando sus labios abandonaron su boca, se inclinó en su dirección, la siguió, buscó su sabor y su calor y la sensación de su piel sobre la suya.

Entonces, recordó dónde estaba y sus ojos se abrieron de mala gana. Draco se irguió, lo mejor que pudo dadas las circunstancias. Estaba nervioso, mareado y muy jodido.

Hermione no había salido indemne: tenía las mejillas sonrojadas y él podía ver cómo el color se extendía por su pecho.

Draco tragó saliva.

Ella se mordió el labio y le sonrió.

—Nos vemos después de los ÉXTASIS. Estaré contando los días, —dijo y se marchó.

Se quedó atónito, clavado en el sitio, incapaz de mover las extremidades o pronunciar una sola palabra.

Hermione Granger le había besado. LE había besado.

A lo lejos, oyó que la puerta se cerraba y volvía a abrirse y el débil sonido de la voz del auror Fogs diciendo algo, pero no pudo entender muy bien lo que había dicho o si el auror le estaba hablando a él. Supuso que tenía que hacer algo y se las arregló para asentir a lo que le dijeran. Draco volvió a asentir y sintió que lo arrastraban o tiraban de él o lo empujaban o algo así mientras el mundo giraba a su alrededor.

Granger lo había besado. Joder.

Luego parpadeó y estaba cruzando la chimenea de la mansión con el auror. Las palabras, términos de la sentencia y futuro fueron dichas (entre otras), y Draco logró reconocerlas asintiendo profusamente. Sus extremidades, que habían recuperado el movimiento en algún momento, se movieron por sí solas y le hicieron sentarse mientras digería el hecho de que la jodida Hermione Granger le había besado.

La euforia del beso no duró tanto como le hubiera gustado, aunque le acompañó durante toda la noche.

No sabía qué le había dicho el auror, pero Fogs volvió al día siguiente para explicarle las condiciones de su arresto domiciliario.

En resumen, era una completa y absoluta mierda de hipogrifo.

Según lo estipulado por el Wizengamot, no podía salir de los terrenos de la mansión ni recibir visitas, salvo las de los tutores, que apenas contaban como tales. Tenía que terminar sus estudios de octavo curso, que debía empezar en el plazo de una semana, y presentarse a los ÉXTASIS, en los que se esperaba que destacara.

En cuanto a la comunicación con el exterior, podía recibir tanta correspondencia como quisiera (como si tuviera tanta gente que quisiera escribirle), pero solo podía enviar dos cartas a la semana.

Draco sintió que lo trataban como a un delincuente común, lo cual era cierto, pero no representaba una amenaza para nadie. Pero, por desgracia, no tenía sentido discutir; aceptaría lo que le dieran.

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Tres días después, durante su primera semana de clases obligatorias, estaba en espiral durante su lección de Aritmancia. Sí, su juicio había sido solo unos días antes, pero bien podrían haber sido 30 o 300. Lo único que sabía era que eran demasiados.

Habían compartido un beso. Ella lo besó, y él la besó a ella, y luego se fue.

Y así, sin más, se cuestionaba todo.

¿Ocurrió de verdad?

¿Se lo había imaginado todo?

¿Cómo iba a pasarse todo un año pensando en ello?

¿Y si el recuerdo se desvanecía y lo olvidaba?

¿Debería conseguir un pensadero?

¿Y si ella lo olvidaba? ¿Y si conocía a alguien y no le interesaba verle después de los ÉXTASIS?

—Señor Malfoy, —dijo el profesor Ganders—. ¿Está aquí con nosotros?, —preguntó, dándose golpecitos en la sien con un dedo—. Parece... indispuesto.

—Le pido disculpas, profesor. Me temo que el desayuno no me ha sentado bien. ¿Puedo tomar un descanso? —preguntó, siempre siendo educado.

—Por supuesto, tomemos un descanso de 15 minutos y volvamos a reunirnos aquí.

Draco asintió y se dirigió al jardín, con la esperanza de que el aire fresco le ayudara, cuando oyó un estallido.

—Señorito Malfoy, —dijo el elfo doméstico (¡le pagaban!)

—Sí, Blinkey.

—Señor, Blinkey tiene unas cartas para usted, —le dijo, y le entregó tres sobres con el emblema del Ministerio estampado en ellos.

—Gracias, Blinkey, —dijo, mirando los sobres mientras caminaba en busca de un lugar a la sombra donde poder sentarse.

Draco abrió el primero y sintió que el calor le subía por la cara. Había otro sobre dentro: el maldito Ministerio estaba revisando su correspondencia y eso lo hizo hervir.

Se enfadaba por enfadarse, porque era lo que se esperaba, claro. Estaba claro que leerían todo lo que le enviaran, pero no por ello era menos exasperante.

El enfado no le duró mucho. De mala gana, dejó que una sonrisa se dibujara en sus facciones al leer quién le había escrito; al final de la página, vio las firmas de Pansy, Theo y Blaise y, de repente, su día dio un giro a mejor.

Como no tenía mucho tiempo para leer el pergamino, hojeó la carta y pasó a la siguiente. Era de Greg, que cumplía una condena similar a la de Draco.

Finalmente, pasó a la última, el sobre más grueso de los tres, y por alguna razón, su corazón empezó a latir más deprisa.

Era curioso, la verdad. Nunca se habría considerado una persona esperanzada. No tenía motivos para serlo; su pasado reciente lo había hastiado, lo había contaminado.

En todo caso, era un pesimista, el gruñón al lado soleado de cualquiera, y sin embargo, allí estaba: con la cara acalorada, el corazón retumbándole en los oídos, los dedos ligeramente temblorosos mientras abría el sobre del Ministerio y sacaba lo que había dentro.

El sobre más pequeño estaba crujiente y lleno hasta el borde, con los pergaminos doblados en su interior. Iba dirigido a Draco L. Malfoy con una hermosa y delicada caligrafía, pero no había remitente.

Se lamió los labios al sacar la carta, pero no sirvió de nada para aliviar la sensación de sequedad que tenía en la boca.

Draco se maldeciría por dejar que la esperanza floreciera en su pecho. La decepción no era nada nuevo para él, pero lo destrozaría si no fuera de quien esperaba que fuera, de quien deseaba que fuera.

No había forma de ocultarlo; tenía que admitir que ya había estado desesperado antes, aunque por razones totalmente distintas. Ahora, quería desesperadamente una señal, una prueba de que todo lo que había sucedido no era producto de la imaginación demasiado activa de un virgen delirante.

Al desdoblar la carta y hojear las páginas, le invadió una fría sensación de alivio. Cuatro pergaminos después, el nombre que ansiaba ver aparecía al final de la página.

Tuya, Hermione J. Granger

Las semanas se convirtieron en meses. Había varias constantes en la vida actual de Draco con las que siempre podía contar y que hacían del final de su calvario algo tangible: el paso del tiempo, los progresos realizados en clase y las cartas, tanto de sus amigos como de Hermione.

Sin falta, llegaban dos veces por semana, y dos veces por semana, se aseguraba de responder.

El dos parecía haberse convertido en su número, y dos cosas sucedieron simultáneamente: consiguió vivir una vida en Hogwarts a través de sus amigos, y llegó a conocer a Granger como nunca antes se había permitido.

Cada carta que le enviaba la leía más de una vez, y cada nuevo detalle que aprendía sobre ella lo archivaba para cuando volvieran a verse.

Y un día, llegó el futuro.

Junio 1999

Mayo había traído consigo los últimos días de primavera, más horas de sol, y con el final del mes llegó el fin condicional de su arresto domiciliario.

El mes pasó volando, y la noche antes de partir hacia Hogwarts y completar el último requisito para cumplir su condena, el pánico se instaló en los huesos de Draco.

Una cosa era hablar con Granger por carta. Era más fácil. Siempre sabía qué decir, cómo responder a sus preguntas, cómo debatir sobre lo que ella quisiera para llevarle la contraria (durante semanas), pero sería algo completamente distinto tenerla allí en persona.

A la mañana siguiente, entraría por Flu en Hogwarts y la vería después de su último encuentro en el Wizengamot.

Claro que había llegado a conocerla, pero con el Ministerio leyendo sus cartas, no era como si hubieran estado en condiciones de hablar de lo que querían o de lo que eran.

¿Qué estaban haciendo? ¿Se trataba de una amistad? ¿Querría ella que fuera otra cosa?

Si el beso había servido de indicio, entonces sí, Granger definitivamente quería ser algo más que su amiga, pero él no quería suponer, y lo último que había pretendido era hacerse ilusiones.

Pero ya era demasiado tarde.

¿Qué esperaba de él?

¡Joder!

Joder, desde luego.

¿Qué esperaba ella de él? No sabía cómo... no sabía muchas cosas cuando se trataba del sexo opuesto. Lo que había hecho con Pansy no era suficiente para empezar a comprender lo que a las chicas les gustaba o querían o necesitaban de un hombre.

Peor aún, no es que supiera nada de la experiencia de Hermione, pero ella era una persona bien informada, y estaba seguro de que su confianza indicaba que no era tan inexperta como él.

Draco se levantó de la cama y rebuscó en uno de los cajones de su cómoda. Se bebió el frasco de Sueño sin Sueño y volvió a acomodarse bajo las sábanas.

Se acabaron las preguntas en mitad de la noche.

Todo lo que necesitaba/quería saber sobre qué tipo de relación tenían él y Granger tendría que esperar hasta mañana.

A pesar de todo, iba a descubrirlo.

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Cuando Draco despertó, el cielo seguía oscuro, demasiado para la poción que le habría ayudado a dormir.

El comienzo de la mañana fue borroso y, antes de que se diera cuenta, ya estaba cruzando el Flu del despacho de la directora y de vuelta en Hogwarts.

Se saludaron, agradecieron y se disculparon una vez más, pero Draco solo podía pensar en volver a ver a Hermione.

Por alguna razón, estar de vuelta en Hogwarts solo intensificaba su confusión. Sin una definición real de lo que ocurría entre ellos, le resultaba fácil volver atrás y convencerse de que Granger no albergaba ningún sentimiento por él, salvo una amistad.

O quizá simplemente le compadecía. Después de todo, ella era la santa patrona de las causas perdidas, y "Draco Malfoy, mortífago junior" encajaba perfectamente entre categorías como "Maltrato a los elfos domésticos" o "Igualdad de derechos para los hombres lobo".

Un suspiro se le escapó mientras se dirigía al Gran Comedor, sintiéndose más desinflado a cada segundo. Las cosas podían haber cambiado en un año, y él era dolorosamente consciente de que no tenía ningún derecho sobre ella. Siempre existía la posibilidad de que ella hubiera conocido a alguien, y solo de pensarlo le dolía el pecho. Pero no tenía tiempo para lamentarse.

De la nada, la pequeña figura de Pansy Parkinson lo rodeó con sus brazos, haciéndole perder el equilibrio.

Estaba riendo, más feliz de lo que Draco la había visto nunca, y su risa era contagiosa.

Draco le devolvió el abrazo e inmediatamente fue atacado por Theo y Blaise, que intentaron levantarlo del suelo mientras gritaban su nombre.

—¿Qué coño es todo esto? Bajadme, gilipollas, —dijo entre risas, le dolía la cara de tanto sonreír. Dioses, los había echado de menos.

También había echado de menos Hogwarts y volvía a sentirse como un niño sin preocupaciones.

Por el rabillo del ojo, vio a Greg de pie junto a una pared, con una pequeña sonrisa en la cara mientras se acercaba a Draco y le tendía la mano.

Draco lo miró y lo agarró con firmeza, luego lo atrapó en un abrazo.

—Bienvenido de nuevo, —dijo Greg tímidamente.

—Bienvenido de nuevo, —respondió Draco.

Y entonces la vio.

Hermione estaba a pocos metros, sonriéndole, con los ojos brillando bajo la luz que inundaba el Gran Comedor.

Lo único que podía hacer era mirarla boquiabierto porque había perdido el control sobre sus extremidades, y su cerebro y cualquier tipo de autonomía sobre su cuerpo habían desaparecido. Se quedó clavado en el sitio, paralizado por la visión que era ella.

Draco había estado fantaseando con este momento durante el último año, y ahora no podía ni puto moverse.

Joder, fue todo lo que repitió su mente.

De repente era más guapa de lo que él la recordaba. Parecía mayor, pero no realmente, probablemente más madura...

Más experimentada, susurró la voz interior, y eso rompió su trance.

Bueno, eso y el hecho de que ella estaba de pie justo en frente de él, de la misma manera que lo había hecho después de su juicio.

—Hola, Malfoy, —dijo ella y le depositó un beso en la mejilla, lo bastante cerca como para rozarle la comisura de los labios.

El corazón le dio un vuelco. Iba a desmayarse sin siquiera pronunciar una palabra, y eso simplemente no podía suceder.

Un millón de pensamientos pasaron por su cabeza. Todas las versiones de este encuentro que había soñado eran siempre demasiado salvajes para parecer reales, y nunca había tenido en cuenta esta, por la expresión de su cara que le hizo saber que ella también había estado ansiosa por verle después de tanto tiempo.

Todo pensamiento coherente que tenía le abandonó; olvidó cómo actuar y cómo ordenar a su cerebro que moviera su cuerpo. Quería rodearla con los brazos, pero temía que, si reaccionaba ante ella, ante su cuerpo cerca del suyo, no podría detenerse.

El Gran Comedor estaba abarrotado y él se preguntó si a Hermione le importaba que los demás los vieran juntos. ¿Le importaba que él la tocara? ¿Querría que la abrazara? ¿Que la besara? ¿Preferiría que solo se dieran la mano?

Estaba tan confuso y abrumado. Era una sobrecarga para los sentidos, y todo ello provocado por el hecho de que por fin ella estaba allí.

—Granger, —fue todo lo que consiguió decir, y sonrió.

Ella se mordió el labio y él se preguntó si estaría nerviosa. Su sonrisa se ensanchó hasta llegar a sus ojos. Él estaba provocando eso. Él se lo estaba haciendo.

Un bonito rubor cubrió sus mejillas, y Draco sintió que, si ella seguía mirándolo así, existía la posibilidad de que manchara sus pantalones.

Tenía que ponerse las jodidas pilas.

—¿Estás preparado para los ÉXTASIS?, —consiguió preguntar.

—Yo sí. ¿Y tú?

—Tan preparado como nunca lo estaré.

Ella le sonrió y apartó la mirada, y Draco sintió pánico por un segundo. Quería tener sus cálidos ojos marrones sobre él, llamar su atención, estrechar su cara entre sus manos y...

—¿Te vas a quedar en el castillo? —preguntó Hermione, con la cabeza ladeada y los ojos fijos en él.

—No, me iré por Flu a la mansión cuando acabe el día, y volveré mañana.

—Bien, —dijo ella, desviando la mirada.

Entreabrió los labios, pero no emitió ningún sonido.

Ella agitó sus pestañas.

—Es bueno que no estés aquí para distraerme.

La sonrisa que se formó en sus labios tenía vida propia, y no la habría contenido aunque hubiera podido.

—Por supuesto, no podemos permitirnos ninguna distracción.

—Ninguna.

Draco por fin comprendió.

—Cuando dijiste "Nos vemos después de los ÉXTASIS..."

—Lo decía en serio, una vez terminados los exámenes. Sin distracciones; hemos trabajado mucho en esto.

—Cierto, tienes razón, por supuesto. —Y él pensó que realmente la tenía.

Ambos se jugaban demasiado. Demasiadas cosas dependían de los resultados de sus exámenes. Ahora podía saborear la libertad, pero no podría saborearla hasta que completara esta última tarea.

—Pero eso hará que la recompensa sea aún mejor, —dijo Hermione, dedicándole una sonrisa que era un veinte por ciento dulce y un ochenta por ciento pícara.

Draco sabía que estaba completa, absoluta y totalmente jodido. Fantasease con lo que fantasease durante los últimos doce meses, no era nada comparado con la realidad. Y había una posibilidad muy evidente de que Granger hubiera estado soñando despierta igualmente, lo que le hizo sentir escalofríos. Eso significaba que ella podía tener expectativas, y Draco tenía ciertas... limitaciones. Cosas que nunca había aprendido, que no había...

—Vas a ir a la fiesta de Nott al final de la semana, ¿verdad?, —preguntó ella, deteniendo el tambaleo que su mente ya había iniciado.

—¿Y tú? —preguntó, logrando sonar más confiado de lo que se sentía.

—Sí.

—Entonces yo también, —respondió.

No necesitaba saber que Theo había mencionado la fiesta al menos cuatrocientas veces en las cartas que le enviaban sus amigos ni que Pansy le había hecho prometer que no se la perdería.

Hermione volvió a morderse el labio.

—Perfecto. Estoy deseando verte allí.

Draco sonrió porque no tenía ni puta idea de lo que ella quería decir con eso.

—Buena suerte con los exámenes, Malfoy.

—Lo mismo digo, —dijo.

Mientras la veía alejarse, Draco pensó que probablemente aquella sería una de las semanas más largas de su vida, y eso teniendo en cuenta que acababa de terminar su arresto domiciliario.

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—Llegas pronto, —dijo Theo, entrecerrando los ojos.

—¿Y? —respondió Draco con sorna.

—Entonces, ¿estás aquí para ayudar?, —preguntó como si fuera lo más obvio del mundo.

—No. Soy un invitado, y estaré en tu habitación hasta que sea hora de bajar, —respondió, subiendo las escaleras.

—Pomposo gilipollas, —le dijo Theo a su espalda.

—Lo mismo digo, —dijo sin mirar atrás.

Durante las siguientes dos horas, previas a la fiesta a la que debía asistir, Draco planeó despejar su mente y no pensar en el hecho de que la noche estaba a punto de comenzar. Era, después de todo, su primera noche como un verdadero hombre libre.

La primera noche del resto de su vida.

Si las probabilidades que parecían estar en su contra desde el momento en que lo marcaron estaban finalmente a su favor, Hermione Granger jugaría un papel en esta nueva versión de su vida y su recién encontrada libertad.

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La siguiente sucesión de acontecimientos ocurrió tan rápido y fue tan extraña que, más tarde, a Draco le costaría recordar el orden correcto o lo que ocurrió exactamente. O por qué pensó que desilusionarse mientras cavaba mágicamente un hoyo en la tierra mientras la tierra se le amontonaba encima hasta asfixiarlo sería de alguna manera menos doloroso.

Y mucho menos humillante.

Un vaso de whisky de fuego le fue empujado en la mano al mismo tiempo que le arrastraban fuera del dormitorio de Theo. Apenas empezaba a abrir los ojos cuando comprendió que toda la relajación que había planeado hacer se había traducido en una siesta que no pensaba echarse. Su cerebro no se había puesto completamente al día cuando la mano de alguien empujó el alcohol contra sus labios, y él lo bebió por instinto.

¿Qué cojones está pasando? gritó para sus adentros mientras el whisky de fuego recorría su garganta, quemando todo intento de coherencia que encontraba a su paso.

Draco tosió y el brazo de alguien lo empujó hacia delante. Tenía el flequillo sobre los ojos y se lo apartó con una mano antes de que el mundo se detuviera.

Hermione estaba de pie frente a él. Todo sonido se amortiguó y todos a su alrededor dejaron de existir.

Incluso bajo la tenue luz de los candelabros que rodeaban la habitación en la que se encontraban, se veía como el verano. Tenía el pelo alborotado, la piel bronceada y salpicada de pecas. Tenía los hombros desnudos y las mejillas sonrojadas, besadas por el sol como si ella misma fuera el sol, radiante, cálido y devorador.

Solo estaban ellos dos y la atracción que sentía hacia ella. Una fuerza que no podía explicar, la gravedad en su máxima expresión, lo atraía hacia su órbita y él se sentía impotente, incapaz de resistirse.

Una visión en la oscuridad y la luz, suficiente para hacer que los pulmones de Draco olvidaran su función principal y tuviera que volver a introducir el aire en ellos.

—Hola.

Su voz le trajo de vuelta al mundo, y con él, los sonidos y las caras que les rodeaban.

—Hola, —respondió, sin elocuencia.

Era difícil determinar lo que se decía, pero Hermione le sonreía, así que tuvo que devolverle la sonrisa.

Las palabras salían a retazos: "juego", "siete", "voluntario", y no tenían ningún sentido, pero la gente a su alrededor vitoreaba y la sonrisa de Hermione se ensanchaba, así que la suya también.

Luego se alejó de él y atravesó una puerta: la antigua despensa de la casa de los elfos, si no le fallaba la memoria, pero ya no estaba seguro de nada.

—Espera, —dijo e intentó seguirla, pero la mano de Theo tiró de él hacia atrás.

—Amigo, aprovéchalo. Ha sido bastante obvio que ella ha estado esperando todo el año para verte. Tengo la sensación de que está deseando meterse en tus pantalones...

—¿Qué? —interrumpió Draco, con la cara contorsionada por la confusión.

—O que tú te metas en los de ella .

—¿De qué coño estás hablando? ¿Qué cojones significa eso?

—Amigo, lo resolverás. Creo en ti, —dijo Theo, dándole una palmada en la espalda mientras lo empujaba hacia la puerta por la que había salido Hermione.

Con un movimiento rápido, Theo abrió la puerta y le empujó dentro.

Colloportus , —lanzó el imbécil desde fuera.

Sus ojos se posaron en ella y se fijó en los detalles del espacio cerrado. Un reloj de arena mágico flotaba sobre ellos, y junto a él, una llama de campanilla brillaba desde lo alto, bañándolo todo con una luz púrpura, incluida ella.

—Tenemos siete minutos. Si quieres, —dijo y volvió a morderse el labio inferior mientras se acercaba a él, terriblemente cerca, peligrosamente cerca. El espacio entre ellos era tan exiguo que el calor de la respiración de Hermione resultaba hirviente.

Las puntas de los dedos de ella le rozaron el abdomen al tirar del dobladillo de la camisa, y no le habría sorprendido que le incendiara la piel.

Su mente estaba en guerra con todo lo que ocurría; la confusión y el miedo se apoderaban de él. No sabía si quería retroceder ante el calor de su contacto o dejarse abrasar de una vez por todas.

Las alarmas sonaron en la mente de Draco.

Siete minutos, pensó. ¿Para qué?

Tengo la sensación de que está deseando meterse en tus pantalones... o que tú te metas en los de ella, se burló la voz de Theo desde el interior de su cabeza.

No, desde luego no era eso , ¿verdad? No podía ser porque nunca había estado dentro de los pantalones de nadie, y no tenía ni puta idea de lo que se suponía que tenía que hacer.

Su respiración se volvió más agitada y empezó a sentir las gotas de sudor cubriéndole la frente. Sentía la cabeza ligera, como si su cerebro se hubiera licuado y convertido en agua helada.

Tragó saliva con dificultad.

¿Meterme en sus pantalones?

No, no era eso. De ninguna manera podía serlo porque llevaba un año esperando para verla, y por el puto Salazar no se iba a poner en ridículo.

—¿Draco?

—Joder, —intentó decir, pero no estaba seguro de haber pronunciado las palabras en voz alta. Intentó sonreír también, pero no supo si acababa de hacer una mueca.

Era la primera vez que oía su nombre de sus labios. Granger... Hermione, lo había llamado por su nombre. Sonó maravilloso hasta que dejó de oírse; sintió que algo le tapaba los ojos.

Siete minutos para...

Draco intentó mirar el reloj de arena que flotaba sobre ellos, pero no podía ver, y no tenía ni idea de si Granger estaba diciendo algo.

¿Era él, o había subido la temperatura dentro de aquella maldita despensa? Quería preguntárselo, pero no le salían las palabras.

¿Ahora también temblaba?

No, no. Todo está bien. Estamos bien, pensó.

Y entonces el mundo se volvió negro.