Andrés.
Las extensas plantaciones de caña de azúcar se extendían cientos de metros por sobre su vista y para Andrés era completamente visible como es que el vapor que emanaba de estas se alzaba en el aire, sobre las plantas y humanos que abarcaban su vista en ese momento.
Un par de mujeres se adentraron en medio de la plantación con chiquillos ayudándolas; llevaba agua para los trabajadores y a Andrés le pareció que habían retrocedido cien años en la historia.
Lo que no era muy extraño, antes de llegar a Camporeal habían pasado por San Pedro en donde su padre debió finiquitar algunos negocios y el pueblo parecía perdido en el tiempo, solo el tren, así como el telégrafo eran la única señal de avance tecnológico; los caminos en mal estado, el empedrado deteriorado, la extensa red que la iglesia parecía tener ahí, el colorido de las ropas tradicionales de sus habitantes.
Todo hacia rezumar a viejas glorias, las que por cierto sabía él, nunca habían llegado a aquella pequeña localidad. Juan, en tanto se había mostrado más emocionado, no lo culpaba su recuerdo de San Pedro era más romántico, aunque no lo entendía. Los peores años de la infancia de Juan los había vivido ahí.
En cuanto llegaran a la hacienda, fueron recibidos gentilmente por su madrastra quién además había traído consigo a su hijo; Joaquín de la Guerra, según sabía sería el heredero de una de las haciendas más prolíficas de Boca de Río, cuando llegara a la mayoría de edad, mientras esta era administrada por doña Alicia con una inusual eficiencia.
Le había agradado Joaquín, era un mozo atractivo algo taciturno, aunque de hablar tranquilo y basta inteligencia.
Escucho varias veces a los sirvientes hablar de lo agradable que era tener a muchachos nuevamente en la hacienda. Cuando no eran sus deberes los que les obligaban a mantenerse ocupados, tanto él como Juan, solían colarse en la cocina de doña Ana para ser alimentados por esta a deshoras, no tardaron en incorporar a Joaquín en sus recorridos, y su padre no tardó en procurar que los tres tuvieran ideas fijas sobre lo que era el control de una hacienda.
Al ver la extensión de los campos a trabajar y el calor que el mismo sufría, miró a su padre que en ese momento algo le decía al capataz; Bautista, un hombre gordo y fuerte que a juicio de Andrés resultaba de lo más taimado, cuando decidió hablar.
— Padre, ¿Cuánto es el promedio de producción por obrero? — preguntó. Notó como es que Francisco, así como Bautista le dirigían miradas sorprendidas guardando repentino silencio.
— No estoy seguro, pero creo que alrededor de 23 kilos al día — Andrés había esperado que su padre le preguntara sobre su repentino interés, pero se sintió bastante conforme cuando en vez de ello, siguió hablando con él sobre la producción diaria de azúcar de caña.
Muchos datos interesantes le explicaron tanto su padre como Bautista, aunque dejaron bastante en claro que, en cuanto a la variación de los precios, cambios en el mercado, así como posibles afecciones que podrían perjudicar a las cosechas eran temas que manejaba Don Noel, al ser el principal administrador de la hacienda.
En esos momentos no se encontraba en Camporeal, ya que estaba disfrutando de sus vacaciones en San Pedro. Sin embargo, Andrés tomó nota de aquello.
Si bien la conversación hacía sido fructífera en cuanto a sus nulos conocimientos sobre el manejo de una hacienda, había sido bastante decepcionante respecto a lo que involucraba a los trabajadores y más claramente, al trato que estos recibían.
Esa noche en la cena su padre les habló:
—Mañana debo ir a San Pedro ¿Alguien gusta de acompañarme? — cuando Andrés fijo la vista en su padre, este miraba a doña Alicia quién le sonrió para suavemente decir:
—Querido, ¿estarás muchos días allá? — Francisco negó.
—Solo lo suficiente para hablar con el juez Moreno.
—Querido ¿No quieres invitarlo a la hacienda? Sería lo mejor ¿no crees? — su padre negó.
—La visita del juez no es por vacaciones Alicia, sino por trabajo.
La mujer asintió y luego agregó.
—Prefiero esperar tu regreso querido — le extendió la mano y su padre la cogió con delicadeza para luego besarla.
—Como desees — los gestos fueron mecánicos, sin emoción alguna. Y la idea de que su padre no amaba a doña Alicia se asentó en su cabeza. Solo que no le fue posible recordar si con su madre habría sido igual.
Centró la vista en Juan.
"¿Y a su madre la amó?"
Andres nunca se había puesto a analizar en profundidad lo que esas mujeres había o significaban para su padre. Lo admiraba, era cierto, pero continuamente veía actitudes y desplantes que le decían todo lo contrario.
Y era algo difícil de entender habiendo tenido la madre que lo educó, saber que todo lo que fuera Sofía se veía aplastado por la indiferencia de su padre, por su ambición y falta de compromiso. Si lo que decían era verdad, su padre se había involucrado con una mujer casada, como lo fuera la madre de Juan, y a la vista de la sociedad en la cual se movían, incluso en una donde su padre era un ejemplo, el tener que ser parte de una aventura implicaba, para alguien tan pragmático como Francisco Alcazar, una molestia, un esfuerzo innecesario.
Juan también le miró y le lanzó un gesto interrogante, a lo que él negó.
—Yo te acompañaré padre — dijo finalmente.
—También yo — se le unió su hermano.
Por cortesía, además su padre extendió la invitación a Joaquín quién aceptó, Andrés diría casi entusiasmado.
Fue una grata sorpresa para él encontrarse, en la oficina en donde Don Noel veía sus trabajos fuera de la hacienda a su tía Catalina, siempre le había agradado su compañía. Su tía tenía un trato y un tacto que difería bastante de los gestos altivos de su madre, siempre le hizo sentirse acogido y contenido.
Y más que todo lo anterior, la impresionante jovencita que la acompañaba era la mayor razón por la cual su atención se vio capturada ese día.
Su prima; Aimee, debería tener unos 17 o 18 años en ese momento y llevaba un vestido de colores vivos que solo resaltaban sus ojos claros sobre el cutis moreno y un cabello aún más oscuro, el cual decoraba con profusos y gruesos rizos, la muchacha le extendió la mano con un gesto que le hizo temblar las rodillas y se río llena de vida cuando le sonrió capturando por completo la visión de sus ojos y centrándola en sus labios.
Pudo notar también que Juan había quedado tan embelesado como él cuando por milésimas de segundos capturó su mano más de lo que le pareció debido, solo Joaquín actuó con algo parecido a la tranquilidad, aunque fue solicito con ella en cada momento en que Aimeé le dirigió la palabra, mientras, entre todos acompañaban a su tía y a la muchacha a su casa.
Por otro lado, Aimeé fue tema de conversación esa misma tarde mientras todos cenaban.
—¿Acaso no eran dos las hijas de doña Catalina? — preguntó Juan, a lo que él asintió.
—Así es — contestó su padre — pero tengo entendido que la mayor fue enviada a México con la cuñada de doña Catalina.
—¿Por qué? — preguntó Joaquín.
—Doña Catalina no tenía los recursos suficientes para encargarse de ambas, así que como lo había acordado con su madre, nos encargamos de ambas, solo que Aimeé volvió por la temporada, mientras Mónica viajó a España — aquello captó su atención.
No imaginaba que su prima estuviera tan cerca de ellos.
—¿Podemos visitarla? — preguntó, vio a Joaquín sonreír, mientras que Juan le miró llenó de frialdad.
"A él también le ha gustado…"
—¿Lo crees prudente? — preguntó su padre, aquello le extraño.
—¿Por qué lo dices?
— Esta bien si nos vemos un día, pero de iniciar visitas muchos creerán que estamos interesados en un compromiso — su gesto debió ser muy evidente ya que su padre no le sacó la vista de encima y agregó — y solo tienes veinte años Andrés.
—Eso no tendría importancia — respondió sintiéndose molesto por la aparente acusación de inmadurez que su padre le había achacado — no es la verdad…
Su padre suspiró y abrió sus ojos claros para mirarlo fijamente.
—Es cierto, pero no estamos acá para establecer amistades con cualquiera de tus primas — Andres recordaba haber hecho un gesto para replicar, pero antes de cualquier palabra su padre ya se había disculpado marchándose.
—¿Ha ocurrido algo? — peguntó Joaquín una vez que estuvieron solos.
—Don Francisco — dijo Juan — no nos quiere cerca de las primas de Altamira — y aquellas breves palabras le parecieron llenas de una gran revelación.
—¿Hay algo malo con esa familia? — peguntó nuevamente Joaquín.
Claro que no lo había, excepto algo muy evidente que hasta ese momento no le habría molestado.
—Son pobres — respondió.
Lamentablemente para Andrés, las cosas habían ocurrido como siempre que su padre lo deseaba. Su voluntad se había impuesto y en la semana que se mantuvieron en San Pedro no le fue posible ver nuevamente a Aimeé.
Sin embargo, Andrés mentiría si dijera que aquello implicó algún tipo de resentimiento hacia su padre. Habiendo vivido bajo la instrucción militar de la academia y antes bajo la sombra autoritaria de su padre, obedecer era algo que se encontraba directamente asociado a su naturaleza. Por tanto, si bien él habría deseado entablar, al menos una relación más cercana con su prima la falta de esta no afectó su animo más de lo que lo hacia la frustración de verse obligado a actuar de manera diferente a la que deseaba.
Un capricho, al fin y al cabo. O, al menos eso creía.
Hasta que claro, llegaron de vuelta a Camporeal y se encontraron con Doña Catalina, y su hija Aimeé invitadas a la hacienda por la esposa de su padre, a quien claro, este no podía dejar de lado sin mayor explicación o derechamente negarle la compañía de… quien fuera.
—Mónica estuvo conmigo el verano pasado… — decía su tía Catalina — este año era el turno de mi Aimeé — la mujer extendió su mano y la muchacha la cogió dulcemente para sonreírle.
—No me ha dicho usted — se atrevió a hablar él — donde se encuentra completando su educación — Aimeé se limpió graciosamente la boca y le contestó.
—Oh, con mi hermana estamos en el convento de la Compañía de María.
—¿El que se encuentra en Almería? — preguntó Doña Alicia, logrando que Aimeé asintiera —Fue una excelente elección Doña Catalina — felicitó esta a su tía.
Mientras que él trataba de recordar donde estaba, geográficamente ubicada Almería y cuantas horas tardaría el viaje a esta.
Después de la cena, Aimeé se dedicó a encantarles a todos en el salón. Habló de sus viajes con las monjas, en donde habían conocido Paris, Londres y Berlín y de los conocimientos adquiridos con ellas y él admitía que era por lejos lo más parecido a una visión.
Aunque claro, su conocimiento sobre las mujeres era bastante limitado al conocer a su prima sabía que esperaba de una futura pareja. Su belleza por descontado, pero aquella forma de expresarse entre suave y juguetonamente maliciosa, al punto de que, ya pasadas unas horas incluso Juan, con su carácter adusto y serio fue parte de las bromas de la muchacha, además Aimeé tenía mundo, había recorrido lugares, que por sus estudios él no, pero los cuales estaban en el recorrido de lo que seria su carrera, así como parte de su futuro.
Eso no lo dudaba.
—Creo que la señorita de Altamira es encantadora — dijo Joaquín cuando los tres se vieron a solas en el cuarto de Andrés.
Instintivamente este miró a Juan, quién no reaccionó en lo absoluto.
—Estoy de acuerdo — contestó él.
—Además Doña Catalina se ve una mujer de buen carácter — aquello le hizo sonreír y al notar el gesto de aburrimiento de su hermano, este pasó a derechamente ser una burla.
—¿Estás buscando suegra? — preguntó Juan, quién tras mirar al muchacho un par de segundos asintió agregando — quizás a ti te siente bien Doña Catalina…
—¿Te desagrada ella y su hija?
—Para nada — contestó Andrés por él —Juan tiene afectuosos recuerdos de Doña Catalina — aquello bastó para que finalmente su hermano soltara una suave carcajada.
—Ella fue la encargada de convertirme en un caballero — finalizó su hermano, a lo que él agregó.
—Habría sido más fácil ver a Gallegos usando falda… — y entonces las risas estallaron.
Pero esa noche antes de dormir Andrés se vio pensando sobre su relación con Doña Catalina. Lo buena que había sido mientras crecía y lo buena que podría ser en el futuro.
"Al menos, le pediré permiso para escribirle a Aimeé"
