Francisco.
Cuando leyó el remitente, Francisco creyó que, como en otras ocasiones se le estaba enviado una invitación a alguna de las ceremonias que sus sobrinas solían tener.
Él jamás había acudido a ninguna consiente de que su papel con ellas era el de mero benefactor y no de apoderado, algo que al parecer Catalina había aceptado de buena gana, ya que en los pocos encuentros posteriores que ambos tuvieron esta se limitaba a darle un escueto gracias, el cual además solía estar lleno de resentimiento.
Sin embargo, venía de parte de la directora del Convento Compañía de María, y con un resumen bastante impresionante de las capacidades académicas de su sobrina Mónica.
Ese tipo de cosas solían agradar a Francisco. Que la comunicación fuera hecha a él por sobre la madre de las muchachas, lo colocaba en el lugar de agradecimiento real que Catalina tanto le negaba y que además hablaran bien de las capacidades de un tercero al cual el había tenido la agudeza de ayudar y recomendar, solo le daba señales del gran juez de carácter que él era.
Por otro lado, centrándose en el fondo del mensaje, decir que este le había causado sorpresa era poco, extrañeza mezclada con orgullo y una verdadera sensación de cambio en la sociedad y en los tiempos le había hecho, por primera vez en muchos años, sentirse… viejo.
Y acercándose a los cuarenta y seis años, era algo que se encontraba bastante lejano a su propia percepción del tiempo. Y menos excepcional era que una mujer quisiera seguir una carrera académica. Información que lo mantuvo pensativo durante la cena algo que Alicia, su esposa, no tardó en notar.
Cuando él le explicó las razones de ello, ella también se mostro sorprendida. Hasta que claro, dio en el clavo sobre el trasfondo real de la situación de su sobrina.
—Más que una carrera, la muchacha necesita un marido… es la falta de pretendientes lo que ha llevado a las hermanas a tomar interés en la desventajosa posición en la cual se encuentra y recomendarla para una carrera ocupacional, sobre todo si la pobre además debe cargar con su madre.
Tenía sentido. Mucho sentido. Alicia continuó:
—¿No me habías dicho que tu anterior esposa había pactado un acuerdo con Doña Catalina? — Francisco ladeó la cabeza.
—No puedo imponerle un acuerdo matrimonial a Andrés como el que quería mi esposa. Además, siquiera sé si le gusta la muchacha, difícilmente han tratado.
—Quizás entonces deban tratarse más… Podríamos ir a Madrid por la navidad e invitarlas junto a tus hijos, más mi Joaquín.
—¿Por qué debería interesarme tener a una de esas muchachas como nuera? No aportan nada a mi hijo, más que una simple amistad, no tienen recursos, contactos o riqueza. Su madre es insufrible y la única razón por la cual Sofía quería la unión es porque deseaba moldear a la mayor para ser la esposa perfecta para mi hijo.
—No importara lo que te interese o no querido, ya el verano pasado Andrés mostró mucho más que simples deseos de amistad con Aimeé.
—No es sobre ella esta carta — cortó Francisco molesto, él también había notado el embelesamiento de su hijo con esa muchacha, y si bien podía decir que se trataba de una joven hermosa y con carácter, le parecía mezquina y vanidosa, defectos que le recodaban mucho a lo peor de la difunta Sofía.
—Eso, ahora es irrelevante. Estamos hablando del futuro de tus hijos y una buena esposa para ello es esencial. Y sus primas como la joven Aimeé o su hermana, ya han sido instruidas en uno de los mejores colegios para señoritas de España, tienen conocimiento, han recorrido el mundo y son instruidas. Con ello, incluso su título como condesas es algo anexo y valioso, sí. Pero absolutamente irrelevante.
Francisco miró a su esposa. Ella también debería pasar por un trámite similar cuando se tratara de su hijo, aunque Joaquín era un par de años menor. Lo que le daba tiempo.
—Había pensado en algo mejor.
—¿Mejor que qué? ¿Qué esas muchachas? — Francisco asintió —Estás viéndolo mal, cariño. Una esposa cercana, que conozca el mundo por el cual deberán desenvolverse tus hijos y que los apoyen en los objetivos que ellos se tracen es lo ideal ¿esperabas acaso que dentro del círculo de los muchachos pudieran elegir a alguna gran dama hija de algún importante noble?
—La nobleza no puede interesarme menos.
—Pero si quieres importancia y reconocimiento, incluso para tus hijos ¿no?
Francisco se quedó mirando a su esposa. Alicia por lejos tenía mejor carácter que Sofía, una inteligencia envidiable y su capacidad para entenderlo, debía ser quizás para él, su virtud más valiosa.
—Así es — admitió.
—Bueno, no necesariamente puedes detenerte en las condesas de Altamira — dijo mientras se llevaba una copa a la boca — si la señorita Mónica es una joven con todas las capacidades que se dicen de ella en esa carta puede ser un buen inicio para comenzar a buscar, los muchachos son jóvenes, pero ya es hora de que busquen en sus amistades más que compañerismo. A Aimeé ya la conocen, sería grato que además pudieran compartir con el derroche de virtudes que parece ser su hermana.
—¿Cuál es entonces tu idea?
—Cariño, ya te lo había dicho ¿no me has escuchado? Invitarlas para navidad.
Francisco asintió con tranquilidad, en el fututo tendría que ser más considerado con los conocimientos de su esposa y comenzar, tal cual ella le había reclamado, a escucharla más.
De todas maneras, Francisco comenzó a prepararse internamente para la disputa que tendría con Catalina.
Si bien la mujer le había ayudado con Juan; sus modos, la forma en la cual alzaba el mentón acusando una superioridad moral ficticia, su tono doliente y más que cualquier otra cosa el último verano, en donde realmente se dedico a ignorarlo, en su propio hogar, mientras engatusaba a Alicia para dejar entrar a su hija con cualquiera de los muchachos, algo que por lo visto había funcionado, le habían irritado al punto de no querer verla más en todo lo que le quedaba de vida.
Sin embargo, y ante ese escenario, la carta del convento había llegado como el punto perfecto en el cual él podría demostrar abiertamente que incluso sin quererlo, podía ejercer abierto control sobre la vida esa esa mujer y lo que más quería, o lo único que quería; sus hijas.
Por tanto, comenzó la comunicación de la forma más civil posible, comentándole directamente que se había solicitado su apoyo, no el de ella, para ayudar a Mónica a desarrollarse, en un trabajo para poder ser una persona independiente…
"Como un pelado común y corriente"
Sin, desde luego, importar su título, educación y abolengo, algo en lo que él, estaría más que dispuesto a ayudar, considerando las limitantes que Mónica tenía en proveerse de una vida cómoda y segura.
La respuesta a su misiva no se hizo esperar, de hecho, si bien no estaba en sus prioridades prestar atención a las reacciones de Catalina, pocas cosas le produjeron el placer que le causó verla en su despacho; tensa, con el rostro contraído, sujetando su abanico con fuerza y completamente indignada.
—Prima… — dijo con suavidad al saludarla. Catalina contrajo el rostro con un sutil tic en sus ojos y habló:
—¿Me quieres explicar que barbaridad es esta? — dijo sacando la carta que él le enviara.
—¿Barbaridad? Prima… es solo una carta.
—Sé que es una carta, me refiero al contenido… ¿de donde has sacado tú que Mónica tendrá que trabajar? ¡Ella es una muchacha decente!
—No está en mi discutir sobre la decencia de tu hija prima, solo me pareció importante el darte a conocer lo que sus maestros dicen de ella — dijo fingiendo sorpresa — tal capacidad no debería ser desperdiciada.
—¿Cómo esperas que se case si se dedica a trabajar? — preguntó la mujer con un tono más bajo, pero lleno de frialdad.
—¿Acaso le tienes algún pretendiente? ¿Tiene ella alguna petición de matrimonio? — el tic de los ojos de Catalina se hizo más evidente cuando contestó:
— Aún no, pero de seguro no tardara de encontrar a un hombre bueno que quiera cuidar de ella…
—¿Y si eso no ocurre? — preguntó de inmediato.
—Eso no lo sabes…
—Tú tampoco, prima.
—Eso no es importante ahora…
—¿Cómo que no? El convento completo esta preocupado de las aspiraciones de tu hija. Sé que esperas que yo cuide de ustedes, pero tanto tú prima como mis sobrinas han demostrado ser mujeres resilientes y fuertes. El trabajar le dará a Mónica una independencia que jamás conseguiría siendo una esposa.
Catalina negó, sin mirarlo.
—No puedo condenar a la pobre de Mónica a trabajar para cuidarnos…
—¿Aimeé entonces? Sobre ella no he recibido comunicación alguna — interrumpió Francisco.
De nuevo el gesto dolido se había apoderado de Catalina, parecía perdida en sus ideas ante el desastre que significaba que una de sus hijas tuviera la habilidad o capacidad para trabajar y más aún para estudiar y convertirse en una profesional.
"La nobleza es tan ridícula…"
Sin embargo, cuando lo miró Catalina, viuda de Altamira había levantado el mentón tan alto como le era posible, esa mujer aún con su estatura, mucho más bajo que la propia le miraba llena de dignidad y superioridad moral.
—Ya que tú eres nuestro protector y el último hombre de nuestra familia, es tu misión el procurarles un buen matrimonio a ambas — aquello no se lo esperaba, y la idea de tener que cargar con semejante peso no le hacía gracia alguna.
"Esta mujer ha perdido la cabeza"
—Estás mal Catalina. Esa es tú misión.
—Sabes que no tengo los recursos, ni los contactos. En San Pedro difícilmente se podría encontrar a un muchacho que sea digna de las condesas de Altamira.
—Sabes tan bien como yo que ese título no sirve de nada.
—En San Pedro, desde luego que no. Pero en España, en donde ellas están, en donde tus hijos están…
Y ahí entendió que debía obrar con cuidado; vieja astuta y taimada.
—… Andrés pareció tomar mucho cariño a Aimeé la última vez que se vieron, no sería una mala idea comprometerlos considerando el cariño que se tienen, es cierto, son jóvenes, pero Aimeé podría esperar hasta que Andrés termine su carrera para casarlos ¿no te parece?
En aquel momento, fue él quién sintió la imperiosa necesidad de romper algo entre sus manos, preferentemente todos y cada uno de los dedos de su prima.
—Andrés no se casará con ninguna de tus hijas Catalina — sentenció el.
—¿Estás seguro? — preguntó ella con un gesto casi divertido — Andrés lleva todo el año escribiéndole a Aimeé.
Recordó lo que le había dicho Alicia sobre el interés que su hijo había mostrado por la mejor de las Altamira y la idea de un futuro enlace le pareció de lo más desventajosa. Acudió por tanto a sus dotes de hombre de negocios y repitió:
—Una unión con tu hija no resulta en nada beneficiosa para Andrés, ni tú prima, ni Aimeé tienen riquezas, una dote decente, contactos o algún tipo de ventaja sobre las jóvenes nobles de Europa con las cuales Andrés se relaciona.
La indignación en el rostro de Catalina fue un poema y por unos segundos Francisco estuvo seguro de que le gritaría.
"Pero será impropia ¿no prima?"
En vez de ello. Catalina suspiró y su tono fue de acero cuando le habló.
—Me verás como poca cosa Francisco, a mi y a mis hijas, pero de todas maneras les buscaras un marido a cada una — se levantó su mentón llegó casi al cielo para mirarlo llena de desprecio — he estado escribiéndole a Andrés sobre Aimeé y he mantenido mi autorización sobre un futuro compromiso en ascuas, solo para evitar un enfrentamiento directo contra ti — dicho eso extendió una extensa capa de sobre anudados con una cinta en donde era más que visible la letra de su hijo — ve por ti mismo lo que tu hijo dice sobre lo poca cosa que es mi hija.
Quiso hacerlo, pero era demasiado, eran demasiadas.
—Pronto llegaran las vacaciones de navidad — interrumpió Catalina sus pensamientos — será una época ideal para que les busques algún pretendiente digno de ambas.
—Maldita — le susurró destilando odio. A Catalina no le importo, con un gesto casual se arregló un mechón de cabello.
—Solo entonces, negaré mi permiso a tu hijo — y sin decir más Catalina salió del despacho caminando con firmeza y sin mirar una sola vez atrás.
Francisco la escuchó hablar con Alicia, y rogó porque esa noche no se quedara a cenar.
