Catalina.
Ya la capital federal de México le causaba nauseas; sus olores, el ruido, la gente; tanta gente.
Sin embargo, Madrid siendo tres veces más grandes y tres veces más populosa no sufría de ninguno de los problemas que las grandes urbes, como México, tuviera. Además, y por lo que veía, incluso quienes ejecutaban las actividades más humildes lo hacían con una destreza y elegancia que era difícil de encontrar en San Pedro.
Frente a ella en el carruaje Francisco leía y Alicia miraba al exterior con el aire de una conocedora.
Cuando notó que ella le observaba le sonrió cálidamente, en un gesto que agradeció. Ella había sido un bálsamo dentro de todo el recorrido desde su hogar a Madrid.
Por supuesto que Francisco se había mostrado más que contrario a ejercer el papel de cabeza de familia, pero ella no le había permitido desentenderse de este, esperaba que el carácter de negociante aflorara cuando debiera tratar el matrimonio de sus hijas y, al menos, se mostrara más dispuesto a colaborar.
Sin embargo, no se hacía esperanzas y de acuerdo con ella, había urdido al menos dos planes de respaldo en caso de que todo fallara, uno de ellos sencillamente consistió en, desde hace bastantes semanas, tomar contacto con la casa de los condes de Altamira, específicamente al hermano menor, de su fallecido esposo y actual conde Don Francisco de Osorio de Moscoso.
Era de una rama prima de la casa Altamira que había llegado a la herencia del Condado de Altamira, cuando su marido y el hermano mayor de este fallecieran años atrás.
Una vez habiendo terminado su educación Catalina había vuelto a su natal San Pedro en donde había vivido toda su niñez y conocido al Conde y en donde este había comprado varias propiedades, las que al final de su vida debió vender ante la falta de riqueza.
Catalina había sido feliz a su lado, o al menos había tenido una vida tranquila y sin mayores necesidades, razón por la cual estaba agradecida.
Sin embargo, esos últimos años, la soledad y la incertidumbre sobre su futuro y el de sus hijas le habían vuelto desconfiada y exigente. Nunca había estado acostumbrada a depender de aquellos ajenos a su familia, y por el lado de Sofía el único que quedaba era Francisco. Mientras que de los condes jamás había tenido respuesta alguna, ni cuando su marido murió, ni en todos los años en que les comunicó que sus hijas se educaban en España.
Al final y harta de ser ignorada, Catalina simplemente dejó de albergar esperanza alguna en que alguien de la casa de Altamira quisiera pronunciarse sobre ella y/o sus hijas. Pero desde que Andrés le hablara de sus intenciones de mantener correspondencia con Aimeé, ella había entendido que debería incluir un mayor valor a estas, sobre todo considerando que la dote existente era casi decorativa.
Por tanto, había vuelto con mayor insistencia a molestar a sus parientes de Alatamira, consiguiendo, a diferencia de la última vez, un resultado que podría considerarse positivo. Lo mismo con la correspondencia entre ella y Andres.
Esos meses, había tanteado con la más escrupulosa sutileza las intenciones de su sobrino y así como una luz de esperanza se había topado con honestas intenciones de un muchacho de carácter ejemplar. Alguien a quién tranquilamente podía dejar el cuidado de su hija.
Lo de Mónica en tanto, eso había sido una sorpresa. Una decepcionante sorpresa. Que una mujer trabajara significaba en su círculo, no solo la incapacidad de encontrar marido, sino además una predisposición a la independencia económica y mental que no era del agrado de nadie. Pero, además, tampoco era como si ella le tuviera algún plan de respaldo a la mayor de sus hijas y el obligar a Francisco a presentarlas a ambas en sociedad, venía a solventar aquella irresponsabilidad de su parte.
Al fin de cuentas ¿de que había servido el mantenerlas, en quizás, el mejor colegio para señoritas de Europa si tendrían que buscar marido en un lugar como San Pedro? Además, Catalina lo había visto; sus hijas habían superado por mucho a cualquier muchacha o muchacho de su región. Aimeé siendo la más vana de ambas hablaba a la perfección el Ingles y el Frances, podía citar el viejo y nuevo testamento sin problemas, hablaba con certeza y conocimiento de Historia, Literatura y Ciencias, mientras que Mónica siendo más espiritual y profunda había mantenido interesantes conversaciones filosóficas y religiosas, en su última visita, con Fray Domingo, don Noel y varios muchachos que se habían acercado a ella para cortejarla.
Aunque claro, el manejo de aquellos conocimientos había desalentado a muchos. En aquella ocasión Don Noel, le había dicho que no se preocupara, que cualquier hombre con un mínimo de sentido común sabría apreciar en Mónica todas aquellas virtudes y que por tanto sería alguien que querría, cuidaría y respetaría a su muchacha.
De aquello habían pasado tres años, y ningún muchacho correcto y gentil le había pedido, como mínimo, el intercambiar correspondencia con ella. Eso habría sido un avance.
En cambio, ahora estaba ahí en ese carruaje a merced de Francisco, humillándose para poder acceder a los pretendientes que sus hijas se merecían.
—¿Qué le parece Catalina, si comenzamos haciendo las invitaciones para este fin de semana? — Alicia y sonrió y Catalina asintió con suavidad.
Al menos, la esposa de Francisco había tenido hacia ella una mejor disposición que la del jefe de hogar, eso debía agradecerlo.
— ¿Cuándo llegaran los muchachos? — preguntó Alicia a su marido, quién sin sacar los ojos de su periódico contestó.
—Creo que este lunes — Catalina vio el gesto de infantil decepción en el rostro de Alicia y se prohibió así misma el siquiera demostrar un gesto parecido.
—Bueno, mi Joaquín ya está en camino desde Italia. Según su último telegrama — y sacó el papel de su pequeño bolsito de gamuza — tomaría el tren desde Milán a Barcelona a las ocho de la mañana de hoy, y desde Barcelona viajaría a Madrid, esta misma noche. ¿Qué le dijeron sus hijas? — preguntó Alicia, logrando que Francisco por primera vez la mirara.
Catalina asintió y centró su vista exclusivamente en Alicia, podía sentir el escrutinio de Francisco pero no le daría el gusto de mostrarse afectada por este.
—Mónica me escribió hace un par de días, estarán esperando nuestra llegada en la casa de su amiga Teresa Villanueva del Río que también vive en Madrid.
—¿Ella es hija de Macarena Villanueva del Río?
—No, es sobrina, es hija de Rocío, la hermana mayor de Macarena — Alicia asintió conforme.
—Por favor invítela, Catalina, no hay nada mejor que una temporada de fiestas llena de jóvenes — Alicia suspiró — me hacen recordar mi propia juventud — Catalina trató de hacer un imperceptible gesto hacia Francisco, ya que no sabía si este daría o no su autorización, pero antes de que este gesticulara cualquier respuesta, contestó:
—Por supuesto, es lo menos que se les debe después de todas las atenciones que han tenido con mis muchachas — Francisco volvió a alzar el periódico como si quisiera desparecer y Catalina se dijo así misma que era por que no quiso ver su gesto de victoria, ante aquella absurda derrota.
Pero era algo, lo mínimo, pero lo era.
Tal cual como Alicia lo señalara Joaquín llegó de madrugada, razón por la cual Catalina no lo vio en su arribo y tampoco al día siguiente durante el desayuno.
De momento se sentía nerviosa, constantemente se levantaba y miraba por los ventanales con la idea de ver a sus hijas llegara la casa de Francisco, era esta, sin duda alguna un palacio, el cual Alicia había disfrutado enormemente de decorar. Solo en el vestíbulo habría caído sin problemas toda su casa de San Pedro; una enorme escalera se dividía en dos dejando en el rellano de en medio una vista a un deslumbrante cuadro de Francisco y su esposa, la cual, debió de admitir era quizás demasiado buena para él. Hacia el ala norte se encontraban las habitaciones de las muchachas y hacia el ala sur la de los varones.
Aquello era una costumbre inglesa según tenía entendido. Al igual que aquella en la cual tanto Alicia como Francisco tenían cada uno una habitación separada, la cual se unía por otra exclusivamente para ellos. A ella le parecía una locura el no tener que compartir el lecho matrimonial cada día como era la obligación de toda buena cristiana. Pero al mismo tiempo, admiraba la libertad que ahí Francisco le permitía a Alicia.
Y sospechaba que esta hacía con él mucho más de lo que la pobre Sofía pudiera, solo por que la fortuna de Alicia, se rumoreaba, era mayor a la de su esposo.
"Una verdadera mujer con recursos"
Aunque claro, había sido viuda, dos veces. Quizás era eso lo que le había enseñado lo suficiente sobre cómo tratar a los hombres para tener a alguien tan imperativo como Francisco tranquilo.
Estaba tomando té a solas en el salón cuando el mayodormo de Francisco hizo ingreso para anunciar que Andrés y Juan habían llegado. Le ordenó ir a la habitación de Alicia para avisarle a la dueña de casa y ella se adelantó para recibirlos.
Sin embargo, se quedó de una pieza al ver a los muchachos en el inmenso vestíbulo.
—¡Mamá! — exclamó Mónica al verla y se dirigió presurosa a ella, la siguió Aimeé y cuando dirigió la vista a Andrés y a Juan, el primero se inclinó hacia ella con una sonrisa, mientras que el gesto de Juan fue seco y serio, muy serio.
"Cada vez se parece más a Francisco"
—¡Hijas! ¿Pero, que…
—Perdónenos tía — se adelantó Andrés — pero con Juan decidimos ir por Mónica y Aimeé a Almería y evitarles el viaje a solas o sin un chaperón.
Entre el grupo Catalina vio a una joven que recordaba vagamente y recordó que le había dicho a Mónica que invitara a la joven Teresa Villanueva del Río, esta se adelantó y le extendió la mano con suavidad, tenía los ojos de un verde muy claro, la tez morena como su Aimeé y una sonrisa encantadora.
—Has sido muy gentil Andrés, ¿Cómo estas Teresa? — de pronto sentía que tenía que girar de un lado a otro para abarcar todo lo que ocurría en aquel momento.
Hasta que Francisco y Alicia se hicieron presentes generando un caso mayor entre saludos, ordenes a los sirvientes por los equipajes y las correspondientes presentaciones.
—¡Mónica! — exclamó Alicia —¡pero que linda muchacha eres! ¡tienes unos ojos encantadores! — Catalina vio a su hija encajar los halagos con humildad, el rubor le subió al rostro y sonrió bajando la cabeza.
—Mu.. muchas gr… gracias señora…
—¡Por favor no me digas así! Estoy casada con tu tío, por tanto, dime Tía Alicia, lo mismo va para ustedes muchachas — dijo Alicia refiriéndose a Teresa y Aimeé — por favor, vayan a sus habitaciones, mi Joaquín llegó en la madrugada y aún no se levanta, nos reuniremos todos en la cena ¿les parece?
Y de pronto, fue cogida por sus hijas, llevando su brazo Mónica a su lado Teresa y tras ellas Aimeé.
Sintió como si la lanzaran a su cuarto y con muy poca elegancia, literalmente, Mónica y Aimeé se deshicieron de Teresa porque debían hablar algo urgente con ella. Como si toda la tensión previa no hubiera sido suficiente, la cara de Mónica estaba llena de molestia, mientras que Aimmé parecía decepcionada y avergonzada en partes iguales.
—Hija ¿Qué pasa? ¿Por qué traes esa cara? —Mónica miró su hermana logrando con ella captar su atención, la aparente indiferencia de esta le obligó a preguntar.
—¿Ocurrió algo Aimeé?
—Ay — contestó esta sin mirarla — nada mamita.
—¿Cómo que nada? — Aimeé giró con violencia hacia su hermana y en un gesto amenazador repitió.
—Nada Mónica, ya déjalo ir — la confusión de aquellas palabras la dejó aun más intrigada y sus hijas parecían querer saltar una sobre la otra en cualquier momento.
—No ¿acaso no ves como esto podría afectarnos?
—¡Ay hija! Dime que pasa — ordenó finalmente a Mónica quién para responder debió dar un hondo respiro y hablar.
—Sucede que esta idiota, ha estado enviándose correspondencia todo el tiempo con Andrés…— Catalina parpadeó, quizás a Mónica le resultara una conducta poco apropiada para una jovencita de su clase, pero es que ella no le había informado nunca de su aprobación.
—Esta bien, mi niña. Yo lo sabía, yo autorice a Andrés a escribirle.
—¿Lo hiciste también con Juan? — aquello le tomó por sorpresa.
"¿Con Juan?"
Miró a Aimeé.
—¿Con Juan? — en aquel momento no fue capaz de entender, Aimeé le esquivó la vista y Catalina vio como el rubor subía por el rostro de su muchacha.
Fue cuando lo entendió.
—Pero si es un bastardo… — musito. Luego miró a Mónica.
—No solo eso mamá… — dijo ésta tratando, alzándose y respirando profusamente. Por su gesto Catalina supo que algo peor habría en todo ello. Solo que no podía imaginar que.
—¿Qué? ¡Dime Mónica, no me tengas en ascuas! — Mónica volvió a mirar a su hermana y sin sacarle la vista de encima habló:
—Se ha prometido a los dos.
