Juan


Por suerte tenía una habitación para él solo. No había permitido que ningún sirviente desempacara sus cosas, solo para ocultar toda la evidencia que lo uniera a esa chiquilla. No debió revolver mucho entre sus pertenencias, bastó con sacar un poco de ropa para que aparecieran.

Ahí estaban en el lazo que ella le había regalado. Todas las cartas que le enviara en repuesta a las que él se había atrevido a escribirle.

"¡Estúpido! ¡¿Qué te hizo creer que alguien te elegiría por sobre Andrés?¡"

Ella, ella le había hecho creer eso, eso y mucho más.

A veces quería explotar y desenmascarar de una vez a esa coqueta y vana, luego algo lo retenía y no sabía muy bien de que se trataba. Además, debía ser lo correcto de hacer, sobre todo si se trataba de salvar a Andrés de caer en las garras de esa.

Pero tenía vergüenza, demasiada para siquiera intentar el haber quedado como un idiota ante alguien que definitivamente no tenía su experiencia o conocimiento del mundo.

"Claro, tú tienes mucho"

Le decía burlesca su cabeza.

Había fuego en su habitación y sin siquiera sacar las cartas, aunque su pecho le dijo una y otra vez que las releyera las lanzó sin mayor miramiento al fuego y se quedó atento mientras eran consumidas por el fuego.

Su puerta sonó y sin mayor anunciamiento su padre ingresó a su habitación.

—¿Cómo estás Juan?

—Muy bien señor — contestó serio y mirándole fijamente. Vio a Francisco asentir para luego llanamente preguntar.

—¿Por qué fueron por las señoritas de Altamira a Almería? — bueno su padre nunca había sabido dar rodeos.

—Andrés quiso ir, me pareció lo más adecuado acompañarlo — el gesto de desprecio de su padre no le pasó desapercibido. Razón por la cual se atrevió a preguntar.

—Puedo preguntar señor ¿Por qué no las apruebas? — Francisco se dirigió hacia la ventana más cercana y tranquilamente dijo:

—Son inferiores — luego se giró hacia él — ¿no te lo parece? — aquello le hizo reír, era como si la respuesta se la hubieran dicho desde hace muchos años para precisamente decirla en ese momento.

—Soy el hijo natural de un hacendado… no tengo, precisamente, el criterio para mostrar superioridad ante nadie — si esperaba que aquella respuesta le generara alguna reacción a Francisco, claramente, conocía muy poco de su padre.

—Sigues siendo un Alcazar y Valle, y aspiro a que te cases bien. Y más importante, aunque no lo creas, enamorado — aquello si fue una forma de hacer que él reaccionara.

Jamás había creído a su padre le interesara involucrar al amor en una transacción como el matrimonio.

"¿Estaré enamorado de Aimeé?"

Quizás de ahí venía todo el enojo que sentía en ese momento y no de haber sido tratado como un tonto. De saberse un tonto.

—En mi corta experiencia, puedo señalar que no he conocido a mujer alguna que valga la pena señor —su padre lo miró lleno de curiosidad y luego suspiro.

—Aún eres un niño Juan.

—Tal vez —respondió ofendido — pero no significa que no sepa usar mi criterio.

"Si, claro. Fue mi criterio lo que me llevó a Aimeé"

—¿Entonces puedo adivinar que no has conocido ninguna jovencita que llame tu atención? — y obviamente la imagen de Aimeé se coló en su cabeza, aunque también los ojos azules de Mónica y el gesto indignado con el cual había enfrentado a su hermana para defenderlo a él.

"Eso había sido inesperado"

—No, como ya lo dije ninguna que valga la pena.

—Quizás deberías mirar mejor, aquella muchacha Teresa, viene de una buena y acaudala familia, se ve que tiene gestos corteses y es bastante linda.

Teresa, cierto Teresa. Había viajado en compañía de ella y de Mónica desde Almería hasta Madrid, en donde habían pasado la noche en la casa de esa muchacha. Y era cierto, era gentil y cortes, pero su carácter le había parecido de lo más común, aunque claro sus gestos de buena persona eran evidentes.

Mónica por otro lado había resultado bastante más interesante, aún la recordaba caminando con seguridad y una suave sonrisa en el rostro cuando se presentó frente a él en la recepción del convento, le extendió la mano con toda naturalidad al son de sus pasos y tranquilidad le dijo:

—¡Juan! ¿Cómo está usted? — y sin querer se vio, de nuevo, como un tonto sonriéndole ante tanta cordialidad.

Claro que eso fue antes de que Andrés llegara, antes de que Aimeé se revelara como una manipuladora, antes de que él quedara expuesto como un tonto.

—Es cierto, es bastante linda — accedió, aunque sus pensamientos estaban más lejos de Teresa y más cercanos a las hermanas de Altamira.

Esa tarde cuando la encontró en el salón principal, en donde esperarían hasta que los llamaran para el almuerzo su saludo fue el mismo, aunque sin la cordialidad que le había caracterizado en su primer encuentro.

—Juan ¿Cómo esta usted? — y no sabía si se refería a las últimas horas o a los últimos días. Se permitió sin embargo ser honesto en esa ocasión.

—Como si me llevara el diablo, señorita Mónica — le contestó sin siquiera mirarla, sino solamente dando un vistazo general hacia el lugar, ahí pudo ver a Aimeé sentada conversando con Teresa y Andrés y Joaquín y sin que estos notaran en lo absoluto su presencia.

Cuando se giró hacia Mónica esta parecía tratar de decirle algo, sin saber qué. Así que él se adelantó.

—No le he dado las gracias — fue lo primero que salió de su boca y el gesto de extrañeza de Mónica le hizo centrarse nuevamente en sus ojos.

Aun así, se veía compungida, la vio respirar con profundidad, aún molesta, aún indignada para sostener con más fuerza el libro que llevaba en las manos y decir.

—Difícilmente podría decir que le hice un favor, estaba protegiendo a mi hermana — era la verdad, pero había querido darle el favor de la duda. Solo que no podía culparla. Aimeé era su hermana, se habían criado juntas y claramente en el escalafón de sus intereses, por muy cordial que fuera su trato, no estaba él.

—Yo también debo proteger a mi hermano — aquello pareció alarmarla, aunque se controlo bastante bien.

—Es verdad, esta usted en su derecho — eso lo sorprendió nuevamente.

—Lo dice con mucha tranquilidad ¿acaso no le preocupa lo que se dirá de ella?

—Por supuesto que sí — le susurró con vehemencia y él diría hasta enojada — pero Aimeé actuó mal, el dejarla salirse con la suya solo le hará creer que es normal jugar con las personas.

—En eso estamos de acuerdo. ¿Y como planea proteger a su hermana y darle una lección al mismo tiempo?

Mónica negó pensativa.

—Lo único que se me ocurre es que esta temporada termine y llevárnosla lejos.

—¿Entonces mi hermano tendrá que vivir engañado con la meretriz de su hermana? — preguntó con desprecio mirando hacia donde Aimeé y su hermano se encontraban, el que no repararan en él le fastidió aún más.

Cuando volteó a Mónica esta lo miraba boquiabierta.

—Mi hermana no es una meretriz, Juan — y el tono cargado de molestia con el cual pronunció su nombre le hizo sentir unas súbitas ganas de reír, solo que el rostro de ella se encontraba tan serio que le pareció inadecuado en ese momento — Aimeé fue infantil y vanidosa, pero aquello esta muy lejos de ser lo que usted dice.

—¿Acaso prometerse a dos hombres, dos hermanos no es como actuaría una…

—¡No lo diga! — le cortó — fue un error y muy estúpido, pero usted no volverá en mi presencia a dirigirse sobre ella de esa forma…

Su intensidad le seguía diciendo que se riera de ella, hasta que claro entendió que lo que él sintiera para la señorita Mónica no significaba nada en absoluto. Y que la convicción de hacer pagar a Aimeé estaba dirigida por lo correcto, así como por la protección que esta quería dar a su hermana, en síntesis, ignorar lo ocurrido, lo que Aimeé le hiciera, a la forma en que le ilusionó. Si tan solo pudiera mostrarle las cartas que le envió ¿pero acaso le habría importado. Después de todo, ahora simplemente quería pasar por la temporada hasta el final de esta y el alejarla de todos, de él.

Aquello le quitó la sonrisa y solo le hizo sentirse aún más tonto.

—¿Y cómo cree que me convencerá de ello señorita Mónica, de ir ahora mismo y denunciarla ante mi hermano y mi padre? ¿Sabía usted acaso lo poco que son consideradas en esta casa y el desprecio que su familia y nombre causa en mi padre? ¿Lo poca cosa que las considera? — la vio aguantar los golpes y el veneno, así como la respiración, para controlarse y finalmente hablar.

—Si así es, lamento que hagamos pasar por tan mal rato a su padre, pero al menos este es un verdadero caballero, al guardarse sus resquemores sobre nuestra inferioridad y tratarnos con la debida educación, sobre todo a parientes que se encuentran a su cargo y como invitadas en su casa.

—Se olvida usted que de caballero solo tengo la ropa, yo me críe en arrabales y con hambre señorita — y con ello, a la distancia que se encontraban trato de infundirle todo el miedo que su postura, mirada y tono pudieran, que viera que no era un muchacho cualquier sobre el cual alguien como ella podía prohibir… lo que fuera.

—Tiene usted razón — contestó ella seria y con frialdad — fue mi error suponer que usted se comportaría como uno.

Y sin decir más la condesa Mónica de Altamira se sacudió su falda y se encaminó al grupo que estaba en el salón, su caminar captó la atención de Andres y Joaquín, mientras que Aimeé se quedó pendiente de él, lo que le hizo sencillamente salir del salón.

Esa tarde aludió a sentirse mal para acompañar a todos los presentes en la cena.

Estaba confundido y por sobre todo molesto. Además de los celos, tantos celos.

Desde que llegara a Camporeal la sombra que Andrés proyectó sobre él le había obligado a mantenerse invisible y escondido ante el escrutinio de todos, lo cierto es que no le importaba y se sentía mejor de esa forma. Al fin de cuentas él sabía como y de que se hablaba, los susurros que acompañaban su presencia en Camporeal estaban enmarcados en la palabra bastardo la cual solo el tiempo permitió que se cambiara a hijo natural.

Solo en ese momento y ya transcurridos varios años comenzaron a tratarlo como un Alcazar y Valle, para Juan que las cocineras, mucamas y sirvientas fueran cariñosas con él no había sido suficiente como para llenar el vacío que el desprecio de los hombres le hacían.

En aquello debía decir que si admiraba a Don Francisco. Este había pasado de palabras, consejos y habladurías para presentarlo al mundo como uno de los suyos, como alguien que llevaba su sangre y a quién no le gustara podría irse al diablo.

Pero con el tiempo Juan entendió que no solo se trataba de él, sino del orgullo de don Francisco, no lo había acogido por ser su sangre, sino por que un hijo de él no debería ser un garrapatoso, no había sido el supuesto amor hacia su madre lo que le hizo buscarle, sino el doblegar los planes de Carmona sobre su propio futuro.

Y odiaba admitir que si lo había conseguido.

¿Acaso la señorita Mónica no lo había callado definitivamente al señalarle que esperaba que él actuara como un caballero? ¿Al haber esperado algo así de su parte?

"Maldita sea… malditas sean ambas…"

Y lo peor es que estaba tratando de actuar de tal forma en la cual complacería a un padre que no esperaba nada más de él que sencillamente ser un marino. Todo aquel aire lleno de aventura que lo había engatusado de niño, e incluso en algunos momentos de su vida se veía opacado ante la idea de lo que se esperaba de él.

Lo había deseado cuando no conociera más del mundo. Ahora quería que quienes le conocían a él vieran su valor. Pero su padre había sido claro y Aimeé también.

Y todo eso desembocaba en celos, celos hacía su padre, celos hacia su hermano. Si al menos, Andrés fuera un imbécil.

Pero no, era un muchacho noble, considerado, inteligente, capaz y valiente. Siempre inclinaba sus acciones e ideas hacia lo correcto, siempre actuaba en consecuencia a esos valores y había sido aquello lo que le llevó aceptarlo como su hermano y a tratarlo de igual a igual.

Bajo esas ideas, con alguien que realmente había sabido ver lo que él era y valía, realmente ¿Qué importaba si era considerado el verdadero heredero de su padre? ¿Qué le importaba la hacienda o incluso que Aimeé lo prefiriera?

En serio ¿Qué importaba?

"Todo Juan, te importa todo…"

Se llevó su almohada a la cabeza, queriendo ahogar un grito que nunca salió. Recordó entonces las palabras de la señorita Mónica.

Y quizás tenía razón, quizás ella había esperado mucho de él. Y él también había creído que era mejor de lo que en verdad era.

"Mejor que ellas…"

Pero cuanto más deseaba lo que tenía Andrés; Aimeé, más entendía que si, efectivamente no tenía un pelo de caballero.

Quizás debería, como le había señalado su padre, tratar de interesarse en la señorita Teresa. Por tanto, puso especial énfasis en su apariencia cuando esa noche se unió a todos en la cena y se sentó frente a esta, primero para observarla con atención.

Notó las miradas de Aimeé en su dirección, pero sencillamente las ignoró, la señorita Mónica se encontraba varios puestos más allá mucho más cerca de Doña Alicia y su madre, quienes a su vez hablaban con su padre.

Las velas de la mesa y la iluminación del comedor hacían brillar los ojos de Teresa, los cuales tenían un verde claro parecido al de Aimeé, aunque mucho más suave. Sus intervenciones también eran educadas y tranquilas, aunque Juan mentiría si dijera que el tema que les convocaba era de su interés.

— ¡Ay! — dijo Aimeé — a mí me encanta México, es cierto que es muy populosa, pero tiene un encanto adicional al ser la capital de mi país.

—Nunca he estado en Mexico — agregó Teresa — ¿es muy parecida a Madrid?

—¡Ay, hija, no lo quiera dios! — dijo doña Catalina — Madrid se ve tan limpia y sosegada incluso con toda su gente. Si en algo debe parecerse México a Madrid, por Dios, que sea en su limpieza.

—Juan, hijo — dijo de pronto Doña Alicia — ¿estas muy callado? ¿te sientes bien?

—El silencio es algo normal en Juan — contestó por él Andrés — si se sintiera mal sencillamente no estaría acá.

—¿Estás bien primo Juan? — preguntó Aimeé mirándole con intensidad.

Él solo asintió, miró a Teresa y esta le sonrió. Aunque no había autenticidad en su gesto, solo cortesía.

Asintió vagamente.

—Solo me sentí cansado esta tarde, nada más — dijo con tono seco y tranquilo — muchas gracias por su preocupación doña Alicia — dijo haciéndole un gesto a esta.

—Es un place cariño — le contestó la dueña de casa.

Fue cuando su intención de seguir lo que decía Teresa se esfumó; desde ese momento en adelante todo lo hizo mecánicamente comer, levantarse, ir por el brandy, junto a su padre Joaquín y a Andrés y contestar la conversación de estos.

Debieron esperar hasta que el menor de ellos se retiró para que su padre hablara con honestidad.

Andrés se había levantado a acompañar al muchacho, cuando antes de salir de la biblioteca donde habían ido Francisco le ordenó el volver con ellos.

Ni bien había cerrado la puerta su padre, nuevamente haciendo gala de su nula capacidad para los rodeos, le habló.

—¿Estas interesado en Aimeé de Altamira?

Andrés se quedó congelado a medio camino de la biblioteca ante la pregunta de su padre. Juan lo vio, tal cual, como Mónica esa tarde, encajar el golpe con tranquilidad para contestar.

—Así es padre — la suavidad con la cual respondió pareció desarmar a Don Francisco — creo que es una muchacha encantadora.

—Eso es por que no has conocido más — sentenció él. Andrés le miró como pidiendo ayuda y por un segundo Juan pensó en hablar, en decir como es que ella se le había prometido y lo que habían hecho en Camporeal.

"¿Acaso de debes salvar a tu hermano?"

—Pero… ¿Qué ocurre si es que no quiero conocer a nadie más? — preguntó Andres.

Aquello descolocó a ambos.

Su padre suspiró.

—Sigues siendo muy joven Andrés.

—¿Esa es tú única objeción?

—Sabes que no.

—¿Y si no me interesa su posición o la fortuna que tengan?

—Es fácil decirlo hijo, cuando no has trabajado por ella. Todo a lo que aspiras se te heredará.

Andrés frunció el ceño y empuño las manos.

—¿Entonces no tengo tu aprobación? — Juan y Andres vieron a Francisco negar en silencio, pero con un gesto que hacia imposible replicar a esa respuesta — Muy bien — finalizó su hermano, para darse la media vuelta y salir.

—Creí que estabas a favor de que nos enamoráramos — dijo desde su lugar completamente indiferente.

—Aimeé de Altamira no es material de compromiso o de esposa — sentenció su padre.

—¿Por qué es inferior? — preguntó de vuelta.

—En parte, pero de seguro tú, al ser más maduro lo has visto.

No, no lo había visto. Se había dejado llevar por sus ojos, por que le había buscado desafiando todas las convencionalidades de la sociedad, porque se había arriesgado a estar con él, por que lo trató con deferencia y no como el hijo natural de Francisco Alcazar y Valle.

—Seria bueno, hijo, si hablaras con él…

—¿Sobre la señorita de Altamira? — su padre asintió.

—¿Y que quieres que le diga?

—No lo sé, tú le conoces más, de seguro entiendes como trabaja su cabeza.

—No creo que sea su cabeza la que dicta en este momento.

Cuando salió de la biblioteca voces salían del salón principal del cual se ausentara esa tarde. Al mirar por la puerta vio a Aimeé conversando con Joaquín y Doña Alicia.

—¿Cómo esta Juan? — incluso en la penumbra del pasillo el suave saludo de Mónica lo sobresaltó, aunque claro no lo demostró.

—Podría decir que bien — contestó él con igual tranquilidad —¿usted? — Mónica se encogió de hombros.

—Preocupada por mi mamá, ya sabe todo lo ocurrido — otra sorpresa.

—¿Esta muy avergonzada? — Mónica asintió dirigiendo su vista al salón.

—¿Aimeé no lo ha buscado?

—No — dijo más molesto de lo que le gustaría — al parecer se ha mantenido tranquila.

—¿Usted no está preocupado?

—¿De qué? — preguntó extrañado.

—De que ella pueda decir algo a su padre, a Andres — y aquella idea lo golpeó con mayor fuerza de la que creyera.

¿Qué pensaría de él Andrés si es que Aimeé le decía algo? Mónica debió haber leído su pánico por que instintivamente retrocedió lo suficiente y volvió a hablar.

—Él está enamorado de ella — y no era una pegunta sino una afirmación, ante la cual el solo pudo asentir — Usted también Juan — y nuevamente solo le quedó asentir.