Andres.
Esa mañana despertó con el aire frío que se coló desde su ventana para darle en el rostro. Al abrir los ojos se encontró con la claridad de un día nublado, las cortinas se habían mantenido descorridas desde su llegada y solo el visillo con formas florales resguardaba su privacidad del ojo exterior.
Le había costado quedarse dormido ante el vivo recuerdo de las palabras de su padre. No entendía a que se refería este con aquello de que Aimeé no era material de prometida. Tal vez se debía a su carácter un tanto caprichoso, pero a Andrés le atraía aquello, además de su vivacidad y aquella malicia llena de vaivenes, la forma en la cual le sonreía y como es que usaba aquellos juegos para atraerle.
Y es que lo había notado, desde la forma en la cual había contestado sus misivas, hasta el juramento que le diera sobre esperarle. Él había sido sincero y Aimeé también, solo los prejuicios de su padre eran los que imposibilitaban el formalizar su compromiso. Y realmente él no podía entenderlos.
Cuando se levantó para mirar hacia los jardines, una suave neblina cubría estos y Andrés vio a un grupo de sirvientas cruzando el patio para ir a las cocinas. Entonces la idea de presentarse en el comedor y tener que enfrentar a su padre le lleno de ansiedad, sencillamente no quería. Ya la noche anterior había requerido de todo su esfuerzo el mantenerse tranquilo, no sabía como reaccionaría si es que alguna palabra o gesto salía de este hacia Aimeé.
Aunque claro, también quería verla a ella. ¿Cómo le diría que no contaba con el beneplácito de su padre? ¿Qué pensaría ella? Al fin de cuentas, a menos de que Francisco, su padre muriera, algo que él, por supuesto no deseaba, no existía forma alguna en la cual podría independizarse de él.
A menos claro, de que renunciara a todo y se dedicara a una carrera militar.
Eso desde luego, le traería el repudio de su padre y el posterior desheredamiento. ¿Le importaría a Aimeé? ¿Le importaba a él?
Pensar en ello era realmente un problema, ya que incluso a ese momento lo que faltaba de su educación y carrera estaba irremediablemente asociado al apoyo de Francisco Alcazar y Valle.
¿Cuánto estaría dispuesta a esperar Aimeé?
Suspiró, cuando su cabeza lo trató de cobarde.
Nada sacaría en ese momento con cavilar sobre esos asuntos, por tanto, Andrés sencillamente decidió cortar por lo sano y proceder a vestirse. Esconderse o huir solo le daría la razón a su padre y, parte su orgullo, parte su cabeza, le decían que aquello no debía permitirlo.
La casa se encontraba en silencio al salir de su habitación y al llegar al salón principal Juan se encontraba ahí leyendo el periódico del día anterior, alzó la vista al verlo llegar y se levantó para saludarlo.
—¿Te acostaste muy tarde? — le preguntó a su hermano quién negó.
—Solo me quedé un rato más que tú con nuestro padre.
Andres suspiró.
—De seguro te pidió que hablaras conmigo — vio a Juan volver a su lectura asintiendo con tranquilidad —¿lo harás?
—¿Serviría de algo? — Andrés se carcajeo por lo bajo y negó. Lo que llevo a Juan a encogerse de hombros.
—Gracias — dijo entonces. Juan nuevamente sin levantar la vista hacia él preguntó.
—¿Por qué?
—Por apoyarme en esto — solo entonces su hermano despego la vista de su lectura para dirigírsela a él, era impresionante como el gesto le hacía parecer una copia de su padre.
—¿Qué te hace creer eso? — preguntó Juan de vuelta, con lo cual consiguió entonces, captar su atención.
—¿No lo haces? — Juan negó lo que en cierto sentido también le llenó de una medida indignación, se lo esperaba de su padre, no de su hermano — ¿Acaso también las consideras inferiores? — en aquel momento Juan dobló el periódico.
—¿Cómo podría yo considerar inferior a alguien? Soy un bastardo — Andrés se removió incómodo, nunca le había gustado aquel tono duro y lleno de resentimiento que sacaba Juan relucir de tanto en tanto, además el auto catalogarse como bastardo siempre le resultaba violento — pero realmente no creo que la señorita de Altamira sea para ti. Es… infantil. Y tú empecinamiento con ella — volvió a abrir el periódico para leerlo — es incomprensible.
—Me parece adorable — dijo — y no solo eso. Es una muchacha inteligente y culta, a mí no me importa que no tenga dinero.
—No creo que solo se trate de dinero o no, sino más bien del círculo que las rodea ¿Qué sabes tú de los condes de Altamira? — aquello le hizo pensar, ciertamente que no mucho.
—Además padre estuvo investigando, al parecer el padre de tu princesa había caído en desgracia, precisamente por casarse con una mujer sin relevancia alguna.
—Es un poco cruel — dijo pensando en ello.
—¿Cruel?
—Claro, el calificar a una persona, no por lo que es sino por circunstancias que siquiera puede controlar. ¿Acaso es culpa de la tía Catalina el haberse enamorado de un hombre de mayor rango social y ser feliz con él? — cuando miró a su hermano este tenía la vista pérdida en él.
—Eres demasiado idealista Andrés — le dijo su hermano — y por lo que dices, creo que ahí la culpable es precisamente doña Catalina, ella no podía ignorar lo que una unión así podría acarrearle al hombre que, supuestamente amaba, ¿no fue acaso ella egoísta también al reducir sus posibilidades?
—¿Crees que Aimeé está siendo egoísta? — aquello nuevamente centró la atención de su hermano en él.
—Creo que está siendo caprichosa — contestó con tono amargado.
—¿Entonces tu tampoco las apruebas?
—No creo que importe lo que yo piense de ellas.
—A mí me importa.
—¿Quieres que te diga la verdad entonces? — Andrés asintió — Creo que estas siendo irresponsable, y ella también. Quizás de ella se pueda esperar, como lo dices es encantadora y caprichosa, pero se supone que tú ya no eres un muchacho, no puedes actuar como uno.
Andrés meditó sobre aquellas palabras en silencio durante unos segundos:
—No puedo estar de acuerdo con ello. Tú y mi padre me conocen, hasta ahora me he guiado más que correctamente en mis responsabilidades y decisiones, he sido consecuente y prudente. ¿Por qué de pronto al enamorarme todo aquél historial sobre mi ya no importa? ¿en serio me creen tan idiota?
Andrés miró a su hermano y le parecía que el cualquier momento Juan saltaría sobre él para gritarle lo idiota o idealista que era.
Sin embargo, y muy claramente Juan respiró y habló:
—Solo la has conocido a ella, ¿Cómo sabes que es la elegida?
—Por que solo pienso en ella desde que despierto hasta que me duermo, porque cuando estábamos en Camporeal y compartíamos veía yo en ella el mismo interés, porque ¿Qué puedo decir? — río para si — es la muchacha más linda que he visto y a cada momento a cada palabra a cada carta aquél vago sentimiento de interés se fue profundizando. ¿Es eso malo?
—¿Y estas seguro de que ella siente lo mismo? — el tono serio de su hermano, le parecía incrédulo y lleno de molestia.
—Si no fueran privadas te mostraría las cartas que nos enviamos, la forma en que ella me escribía. Ahí te convencerías — Juan se adelantó hacia él apoyando los codos en las rodillas y con frialdad preguntó.
—Entonces ¿comenzó en Camporeal? — Andrés se sintió descubierto, y no le quedó más opción que asentir, vio a Juan fruncir el ceño y tomar distancia.
—Supongo… — carraspeo — no te enojes por esto, pero supongo… que… que no has comprometido a esta muchacha.
Se indigno, aunque claro Juan le había advertido que no se enojara, además quizás al actuar en la forma en que lo hacia con tanta vehemencia era posible llegar a esa conclusión. Juan le conocía, Juan era su hermano.
—Por supuesto que no.
Entonces su hermano se levantó con brusquedad del sillón y habló:
—Muy bien, sé que lo que yo diga no tendrá relevancia alguna ante nuestro padre. Pero tienes mi apoyo. Preferiría que conocieras a más muchachas, pero me pliego a tus deseos — aquello le sacó una sonrisa, saber que al menos Juan no trataría de convencerlo de lo contrario e intervendría por él ante su padre hablaba del profundo afecto que los unía.
Aun así, le parecía que se sentía incómodo, molesto y triste tal vez.
—¿Estás bien Juan? — este asintió sin mirarle y en completo silencio.
—Buenos días — sonó desde la entrada del salón y la menuda figura de Aimeé hizo ingreso a la habitación, seguida de su madre, su hermana y la señorita Teresa.
Se saludaron con tranquilidad y Juan procedió a retirarse tan pronto como dio los buenos días a las recién llegadas.
— Que grosero… — dijo Aimeé — en Camporeal era mucho más agradable.
Andrés solo sonrió. No era la primera vez que veía a Juan tratar de esquivar a Doña Catalina.
Por su parte y durante el resto del día Andrés se mostró estoico y tranquilo ante su padre y los invitados, agradeció si que este no manifestara sus opiniones sobre las hermanas de Altamira en voz alta y le sorprendió hablar bastante animado con la mayor de ellas.
De momento lo importante era comunicarle a Aimeé los problemas que un eventual anuncio de su compromiso podría acarrearles. Así que esa tarde antes de la cena y estando en compañía de Doña Catalina pudo tener un momento de privacidad con la muchacha.
—Siento que casi no hemos hablado — le dijo Aimeé en voz baja y mirando furtivamente a su madre, Andrés se volteó hacia doña Catalina y esta fingió interesarse en las plantas que decoraban parte de los ventanales.
—Eso no es justo, ayer pasamos una agradable velada.
—Si, pero hay tanta gente — le sonrió — al menos al escribirnos tenemos una idea de nuestros pensamientos de una forma más libre. ¿No crees?
Andrés asintió, todas sus interacciones se habían visto limitadas primero por la sorpresiva aparición de Juan en Almería y luego por la inclusión al grupo de Teresa y Mónica, habían podido compartir algo de intimidad cuando desde el convento fueran a la casa de Teresa, pero al ver la desigualdad de los grupos una monja se había ofrecido a acompañarlos todo el camino en el carruaje y si bien esta se dedicó a dormir gran parte del viaje, de todas maneras interrumpió el ambiente natural que podría darse entre dos personas que manifiestan los mismos sentimientos.
Al llegar a su casa, bueno todo había empeorado, estaba su padre, además de doña Alicia, Joaquín y la madre de Aimeé.
Por tanto, si, la comunicación de sus ideas y pensamientos se había visto limitada por quienes le rodeaban, el decoro y la falta de confianza que, por supuesto, solo con Aimeé tenía.
—Bueno, en eso tienes razón. De todas maneras, hay algo grave que quería mencionarte —Aimeé cambio su gesto juguetón por otro mucho más serio y atento, con sus ojos claros mirándole como si pudieran leer sus pensamientos.
—Por supuesto ¿de que se trata?
—Mi padre sospecha sobre nuestro compromiso — y le pareció que Aimeé hacia un mohín de disgusto.
—¿Es eso malo...? — Andrés no fue capaz de mirarla al asentir.
—No cuento con su bendición para ello — incapaz de mirar a Aimeé sintió la lejanía de esta y como es que retrocedía ante sus palabras. Era natural que se sintiera ofendida. Cuando alzó la vista Aimeé le daba su perfil y cruzando las manos sobre su regazo dijo:
—Supongo que no me considera digna de un Alcazar y Valle — había resentimiento en su tono. Y era comprensible. Inmediatamente sintió el deseo de mentir, no quería ofenderla aún más, así como tampoco evidenciar a su padre.
—No es eso — mintió — solo que me considera muy joven como para pensar en un compromiso más serio — aquello le sacó una sonrisa molesta a la muchacha.
—¿No es irónico acaso? Tu eres mayor que yo, y sigues siendo demasiado joven para un compromiso, mientras que cuando yo llegue a tu edad ya seré considerada una solterona y mis posibilidades de matrimonio se habrán esfumado.
Aquello le alarmó ya en que sus palabras se veía la velada opción, a la cual ella tenía derecho, por supuesto de aceptar el compromiso con cualquier otro pretendiente y siendo honesto Andrés sabía que de solo quererlo Aimeé podría tener a quién quisiera a sus pies.
—Te has enfadado — dijo y ella no hizo nada para negarlo —lo lamento mucho, pero actualmente, incluso para terminar mi carrera militar, que podría permitirme algo de independencia dependo de mi padre.
Aimeé lo miró como si no lo conociera. Aún así su gesto fue suave cuando le dijo.
—Quizás no eres tan joven, quizás solo eres un niño.
Lo dejó con las palabras en la boca, puesto que se levantó y se dirigió donde su madre, Doña Catalina le miró y le sonrió, lo que le indicó que Aimeé nada le había dicho, luego le hizo una breve inclinación de la cabeza y ambas salieron del salón.
