Aimeé


Juan la estaba analizando con una seriedad de espanto, de su rostro solo podía percibir hostilidad hacia ella. Aquella misma fuerza que en algún momento la doblegara parecía tenerla ahora pegada al muro, incapaz de moverse o decir nada más.

—Entonces ¿Ahora que mi hermano no puede comprometerse contigo, vienes alegremente a ofrecerte a mí?

Estaba enojado, y por supuesto que buscaba ofenderla. Y mientras algo le decía que se callara y no dijera nada, la sola idea de nuevamente someterse, ahora le parecía intolerable.

—No seas orgulloso Juan. Las cosas han salido mucho mejor de lo esperado — lo vio endurecer aún más su mirada.

—¿Para quién? ¿para ti?

—Para ambos.

—Realmente no tienes vergüenza.

¿Por qué siempre con eso? ¿Qué era la vergüenza? ¿Por qué debía ella actuar en contra de sus propias emociones y sentimientos solo para complacer al resto? Era una idiotez, ella era una persona libre; de pensamiento e ideas, de acciones y decisiones. ¿Acaso era tan terrible el actuar de acuerdo con ello? ¿No lo hacia acaso su Tío, Juan y Andrés?

—¿Por qué debería tenerla? —preguntó molesta — ¿Acaso no puedo cambiar de opinión?

—No cuando juegas conmigo — le cortó Juan.

—¿Entonces es el orgullo lo que te duele? — contratacó.

—¿Y que si es así? — en aquella ocasión ella debió sonreír, era tan estúpido. Los hombres lo eran.

—Es tan infantil. Quizás tu también eres un niño.

—Y tu una caprichosa— contestó Juan rápido como eso… como un niño enojado.

—¿Acaso tu no lo eres? ¿Acaso tu no me aceptaste también viendo que tu hermano me pretendía? Y si nos comprometimos ¿Qué vida esperabas darme? — aquello pareció afectarlo y Aimeé consiente de su momentánea ventaja avanzó un par de pasos más — Es cierto elegí a Andrés por que él me da más seguridad ¿Cómo si quiera te atreves a pensar en que debo sacrificar mi interés solo porque tú me lo exiges? ¿Acaso no ves lo diferentes que somos?

—Entones al final siempre se trató de dinero… — dijo él cabizbajo. Aimeé avanzó un par de pasos más.

—Lo lamento Juan — dijo realmente arrepentida — pero soy la única con una real posibilidad de ayudar a mi familia, perdón por haber puesto esa necesidad antes de lo que sentía por ti.

—¿Sentías? — Juan había bajado la voz, con el gesto íntimo que le dedicara antes, cuando se veían a escondidas en Camporeal.

Él aún la amaba era solo que su orgullo pesaba demasiado.

"Los hombres son tan infantiles…"

Se atrevió a extender su mano todo lo que le fue posible hasta rozar su rostro con la punta de sus dedos. Juan alzó la vista y de nuevo la atravesó con la mirada, cuando extendió su mano no fue para acariciarla sino para cogerla del cuello.

—No estoy para tus juegos Aimeé — sentenció para luego soltarla y poner entre ambos toda la distancia que la habitación les permitiera.

—¡No estoy jugando! — reclamo ella, ya harta.

Pero era imposible el tratar de explicarle a un hombre las disyuntivas a las cuales ella se enfrentaba. Sin dote o dinero, sin prospecto alguno más que caminar de velada en velada con la intención de ser evaluada y calificada para ver si es que alguien se dignaba en considerarla una buena esposa.

Y ella había esperado tanto más de su vida, tenía una educación privilegiada, hablaba tres idiomas y era muy inteligente. ¿Por qué debía desperdiciar aquellos talentos en ese muchacho, en ese bastardo frente a ella? O para más ¿Por qué siquiera debería conformarse con un Alcazar y Valle? ¿Acaso no era su tío quién podría asegurar su vida con algún acaudalado español, como mínimo?

Mientras, en aquella habitación Juan seguía juzgándola. ¿Con que moral? No lo sabía. Lo que si entendía era que ya había tenido suficiente y, realmente, no le interesaba lo que el bastardo de su tío dijera de ella.

Si se atrevía a confesarle a Andrés lo que fuera, ella sencillamente lo negaría.

—Me da lo mismo si me crees — dijo — ¿Acaso te crees mejor que yo?

—Al menos soy honesto — replicó Juan, ella solo pudo reírse.

—Si claro, por eso te escondite de tu hermano cuando llegaste al convento en Almería — el rostro de Juan se encendió y Aimeé no retrocedería — huiste detrás de las faldas de Mónica al ver al verdadero heredero de Camporeal llegando por mí.

La mandíbula tiesa, los ojos encendidos, la boca convertida solo en una línea. La idea de que Juan podría matarla en ese momento si quisiera le asolo con la fuerza de un torbellino.

"Como esa vez, en Camporeal..."

Pero en ves de ello, Juan solo escupió.

—¡Tú me dijiste…

—¡Yo no dije nada! — no permitiría que Juan la culpara de sus acciones — ¡Tú fuiste quién se hizo ideas…

—¡Tú las provocaste! — respondió ya cogiéndola del brazo y causándole el suficiente dolor como para hacerle chillar.

Fue cuando la puerta sonó y tanto ella como Juan guardaron repentino silencio. Sin soltarla este se escondió tras la biblioteca con ella muy apretada al pecho, Aimeé podía sentir como es que su corazón trataba de calmarse mientras la tenía a ella entre sus brazos. Había una intensidad en Juan difícil de negar y difícil de resistir.

Fueron las voces las que le despertaron, cuando entre quienes entraron al salón pudo identificar fácilmente a su tío Francisco, a doña Alicia y a su madre.

— Entonces el conde vendrá la próxima semana — escuchó decir su tío.

—Don Francisco de Osorio — escuchó decir a su madre — tiene que cerrar una serie de tratados con el gobierno central de Madrid, antes de partir a Lisboa.

—Es muy conveniente que en estos momentos aparezca, sobre todo dada tu posición — replicó Francisco.

— Querido… — dijo Doña Alicia — no la atormentes, Catalina ha hecho un trabajo formidable con la señorita Aimeé, así como con Mónica, es lógico que busque protección para ellas con sus parientes más cercanos.

—Habría sido aún más ventajoso tener a esos parientes cerca desde mucho antes.

—Sabes muy bien porque no nos recibían Francisco — la escuchó suspirar — de todos modos, esta situación tan horrible ya terminará para ti. Eso debería alegrarte.

—No seas cínica Catalina, la mitad de esta horrorosa situación se debe a ti y a tu hija.

—No es mi culpa que Andrés se interesara en Aimeé.

—Andres es solo un muchacho impresionable. No tiene ni la madurez, ni la edad para comprometerse.

—Querrás decir, no con Aimeé.

Su tío guardó silencio, uno que para todos fue evidente era obligado y tenso. El sonido de telas y la alfombra le dijo a Aimeé que una mujer, su madre más claramente se había levantado.

—Bueno, antes que todo, quiero darte las gracias primo por todo lo que has hecho por nosotras — y era evidente que el desprecio era el tono que mandaba en las palabras de su madre — has sido muy generoso.

Los pasos de esta alejarse y el sonido de la puerta al cerrarse.

—Eres demasiado duro con Catalina, querido — habló doña Alicia suavemente.

—No debió haber intentado atrapar a Andrés con una de sus hijas, menos con Aimeé.

—¿Por qué no te agrada esa muchacha? No veo que seas igual con Mónica — Aimeé lo escuchó suspirar.

— Me gusta la gente que se ayuda sola. Mónica, quizás no lo parece, pero es bastante más lista que la menor, además de prudente.

—Son solo unas muchachas, a muchas y a muchos es el matrimonio lo que les forja su carácter.

—Bueno, no quiero a esa muchacha forjando el carácter de Andrés.

—Si te opones, Andrés solo se esforzará más por tratar de comprometerse con ella.

—Lo sé…

El silencio que vino después fue apagado por los sonidos húmedos de dos amantes besándose. En aquel momento Aimeé y Juan cruzaron miradas extrañadas para finalmente separarse sigilosamente. En ese momento cuando ella lo miró vio algo parecido a la vergüenza y pena en su rostro.

Quizás Juan podría ser intenso y arrebatado, pero era evidente que el desplante de soberbia y menos precio del cual había hecho gala su padre le había resultado indigno y humillante.

Esa noche durante la cena, se portó mucho más encantadora de lo normal con todos, respaldó a su hermana en cada cosa que dijera y más de una vez le cogió la mano y le sonrió, argumentó con Joaquín sobre materias de religión sin dejar de bromear, coqueteo con su tío como si fuera una niña, alabó a Andrés al punto de que este se creyó perdonado, coincidió con doña Alicia en muchos temas referente a la educación de las mujeres y siempre apoyándose en ejemplos de lo que sus viajes por Europa le habían enseñado y además, fue todo lo seductora que el entorno le permitió con Juan.

En más de una ocasión rosó con suavidad ya fuera su brazo o su mano, lo trató con una educación y dulzura que jamás antes, con él había empleado.

Quería ser vista como una joya, como una belleza y como la más inteligente y maravillosa de las mujeres, quería que Andrés y Juan la buscarán esa noche y todas las posteriores, que la encerraran en las sombras y la desearán como nunca desearon nada.

Solo entonces los rechazaría, solo entonces los destrozaría. Los volvería el uno contra el otro y se jactaría de ello ante su Tío. Y este, este se arrepentiría del día en que la consideró demasiado poca cosa para alguno de ellos.

—¿Sabías que el tío Francisco nos considera poca cosa? — preguntó esa noche mirando a su hermana, Mónica asintió sin despegar la vista del techo.

—Juan me lo dijo — contestó escueta. Aquello le extraño.

—¿Ha sido Juan grosero contigo? — Mónica se encogió de hombros.

—Estaba enojado — contestó sencillamente.

—¿Contigo?

—Contigo — dijo sin gesto alguno — fue cuando llegamos, aún estaba indignado por lo de Andrés.

Aquello la hizo removerse incómoda.

—¿Qué piensas de ello? — solo entonces Mónica le miró.

—Que actuaste mal, no se juega con las personas Aimeé.

Aquello le fastidió, Mónica siempre había sido la sensata entre ambas ¿acaso no se aburría? ¿acaso no era capaz de ver las cosas como ella?

—Tío Francisco lo hace todo el tiempo ¿le has dicho eso a él?

—No me corresponde corregir al Tío Francisco.

—¿Y a mí sí? — en aquel momento Mónica se incorporó y se encogió de hombros.

—Se supone que los adultos nos enseñan a actuar Aimeé, pero el Tío Francisco es mezquino y egoísta… y me temo que Juan también lo es ¿quieres actuar como ellos? ¿Maltratando a la gente que te rodea solo porque puedes? — luego volvió a recostarse — creo que hemos sido mejor educadas para solo actuar así.

—¿Esa es la lección que Santa Mónica me está dando? — aquello sacó un sonoro suspiro en su hermana.

—No me digas así… — eso la hizo reír.

—¿Crees acaso que el actuar así de bien te será recompensado? ¿será visto por alguien?

—No actuó por lo que otros digan Aimeé, sino para estar yo tranquila —Aimeé se llevó la mano a la cabeza sin dejar de mirar el perfil de su hermana.

—Me harte de ambos — dijo al final, vio a su hermana dirigirle la mirada llena de dudas.

—¿Cómo es eso?

—Andrés en un niño y Juan un resentido, todos demasiados orgullosos o temerosos para siquiera arriesgarse por mí. Andrés le teme a su padre y Juan demasiado orgulloso, ya que su hombría es más fuerte que lo que siente por mí.

—¿En serio estás esperando que después de todo Juan siga enamorado de ti?

—Oh, lo está… y mucho. Pero también se cree superior y no quiero un prometido así, tampoco uno que deba pedir permiso a su padre.

—Si que eres descarada Aimeé — no le importaba, lo que dijera su hermana, su madre, su tío o cualquiera.

Al fin de cuentas no era una mala idea, miró a su hermana que aún la miraba con gesto incrédulo. Tenía razón ¿Por qué debería importarle el resto? Si para Juan pesaba más su orgullo, para Andrés su padre y para su tío la insignificancia de su familia.

¿Por qué ella realmente debería de preocuparse en ser decente y ponerlos a ellos antes que a sus propios deseos?

¿Y que era lo que deseaba?

Se quedó pensando gran parte de la noche, hasta que en medio de sus cavilaciones el sueño la venció.