Mónica


Su tío don Francisco de Osorio resultó ser ridículamente alto y obsequioso a un nivel que tanto a ella como a su otro tío; Francisco Alcázar y Valle, le sacó más de una sonrisa disimulada. Mónica lo había notado cuando en el almuerzo de ese día, el desconocimiento de don Francisco de Osorio sobre la siembra y cosecha de la caña de azúcar le hizo decir un par de cosas, como mínimo, divertidas.

Su tío, Francisco Alcázar y Valle le había contestado con toda propiedad y con una media sonrisa soberbia en el rostro, mientras que ella ocultaba la propia bajo su servilleta. Su tío, el anfitrión, lo notó y aunque no dijo nada, algo parecido a la aprobación salió de su gesto.

De inmediato se sintió como si estuviera traicionando a su familia.

"Para este hombre no valemos nada"

Aunque claro, quizás eso cambiaría una vez que su tío Francisco de Osorio decidiera tomarlas bajo su alero, no era muy difícil el ver que cualquier posibilidad de negocio que llamara la atención a su tío Francisco de Alcázar se veía mucho, pero mucho más cercana con el auspicio de su otro tío, Francisco de Osorio.

Sin embargo, quién se había llevado toda la atención de los invitados e incluso captado la de ella, fueron sus primos, hijos del Conde de Altamira; otro Francisco de Osorio Moscoso y Luis de Osorio y Moscoso.

Su primo Francisco, era un muchacho elegante y de carácter tranquilo y un poco serio. Tan alto como su padre y le pareció a ella retraído y tímido, su hermano Luis era bastante más llamativo y en cuanto entró a la casa de Don Francisco de Alcázar y Valle se ganó la atención de Teresa y Aimeé. A ella le interesaban más los caracteres como el de su primo Francisco y al parecer era un sentimiento mutuo, ya que en cuanto tuvieron la oportunidad durante esa la conversación no tardó en iniciar entre ambos.

Primeramente, hablaron de sus hogares, con lenguaje escueto y adecuado el joven se refirió a Altamira y a Astorga, de donde era marques, ubicado en la provincia de Leon y Castilla, ella en tanto le relató sobre el lejano paisaje que su mente recordaba sobre San Pedro y el golfo de México, información que pareció agradarle a su interlocutor ya que, según sus propias palabras, jamás había ido a las Américas.

— Supongo que con los años San Pedro ha mejorado en cuanto a su modernización, pero es probable que aún sea un lugar pequeño y cálido.

— Quizás se deba, a lo acostumbrado que estoy a que todo sea grande, las calles, las casas. Creo que Altamira es pequeño, pero por lo que usted me dice su pueblo lo es aún más. ¿No le pareció en su juventud un lugar aburrido? — Mónica negó y procedió a limpiarse la boca con una servilleta.

—Es difícil encontrar aburrido el lugar donde uno creció, más si al ser niño jamás se había visitado nada. Pero en comparación, sí. Almería es más grande, Altamira según usted me dice, Madrid, Berlín… y no niego el encanto de cada una de ellas, pero le mentiría si dijera que San Pedro no es un lugar especial para mí, incluso desde la vieja iglesia hasta el sofocante calor del verano — el marques sonrió y le pidió:

—Hábleme de sus playas…

Y Mónica se enzarzó en una descripción más romántica que detallada de las playas de su pueblo, aquella que llamaban de los Piratas, la mal llamada Palapa en donde había una casa sin muros habitada por malvivientes como los llamara su madre, aunque ella sabía que se trataba de comerciantes y trabajadores del pueblo, la playa de Santa Filomena que por su orilla extendía una hilera de chozas de los más desvalidos del pueblo.

En aquel momento recordó que Juan había vivido en una de esas chozas y había pasado gran parte de su infancia ahí antes de que su tío Francisco supiera de su existencia, lo que la llevó a guardar silencio repentinamente y sin querer fijar la vista en el mayor de los hijos de su tío.

Tal cual lo suponía Juan le estaba mirando con una intensidad desconocida, lo que le turbo, así como llevó los colores al rostro. En lo poco que había tratado con él, sabía que aquél gesto solo era reservado para cuando se enojaba. Lamentablemente desde lo de Aimeé, aquello parecía ocurrir todo el tiempo con todos.

Pero había sido su culpa, en sus recuerdos de San Pedro se había visto perdida en lo bello que este le resultaba, dejando de lado, muy convenientemente, la miseria que además rodeaba el lugar. Juan había nacido y crecido ahí, y ella daba discursos llenando de maravillas a desconocidos de un lugar que solo le había causado sufrimiento a él.

"Que tonta eres…"

Le habría gustado disculparse, pero de un momento a otro se sintió torpe y avergonzada. Y su turbación fue tan evidente que casi voltea una copa al tratar de coger un cubierto, por suerte su primo, el marques Francisco, supo reaccionar con mayor rapidez al evitar el desastre.

De pronto todos en la mesa los miraban y más que nunca se sintió humillada.

—Sus descripciones suenan maravillosas, prima — dijo Francisco con toda naturalidad mientras extendía su servilleta sobre el agua derramada.

Cualquier cosa que hiciera el resto, realmente no importo ya que, así como se habían detenido ante su torpeza volvieron a la normalidad en cuanto este, actuó como si nada hubiera ocurrido. Aun así, estaba consciente de que Juan, frente a ellos, aún estaba pendiente de sus palabras y habría sido bastante difícil el que no las escuchara, razón por la cual midió su discurso y bajó en lo que pudo el tono.

—Solo… solo son resultado de mi memoria. Hace un par de años que no las visito.

La velada continuó luego en el salón principal, en donde ambos primos fueron requeridos por doña Alicia y su madre, dejándolos a ellos como un grupo aparte.

—¿Qué te pasó? — le preguntó Teresa cuando ambas se sentaron una junto a la otra. Mónica solo negó.

—Nada — contestó con la mayor suavidad posible con la sola intención de no levantar sospechas — solo fue un accidente.

—¿Les molesta si las acompañó? — dijo de pronto Juan de pie frente a ambas. El recuerdo de su comportamiento en la mesa llenó a Mónica de culpa y no fue capaz de responder, afortunadamente Teresa fue bastante más vivaz cuando graciosamente la empujó a un lado y le hizo espacio a Juan.

—¿Acaso no es esta su casa Juan? — preguntó de vuelta su amiga. Juan procedió a sentarse al lado de ella y contestó.

—Lo es, pero jamás me atribuiría el tener que obligarlas a soportar mi compañía — la risa de Teresa fue aún más audible.

—Lo dice usted como si fuera la peor de las compañías

—Quizás se me acuse de ser una mala influencia — aquello captó su atención y cuando miró a sus acompañantes Juan y Teresa parecían de lo más íntimos y cercanos.

— ¿Se considera usted una mala influencia? — preguntó Teresa juguetona.

— Por supuesto que no — contestó él — pero de seguro si, por ejemplo, usted le dijera a su madre que soy hijo natural de mi padre, de inmediato le ordenarían el no tratarme — y si bien Juan había hablado de ello con toda tranquilidad, la turbación en Teresa fue más que evidente.

Aimeé había llamado a Juan resentido, y si bien aquella parecía ser la forma en la cual se conducía. Mónica no podía evitar sentir cierta inclinación a darle la razón a su actuar. Aunque claro, era diferente el resentimiento que Juan podría tener sobre la sociedad debido a su nacimiento, de aquél que Aimeé le causara por ilusionarlo y luego cambiarlo por Andrés.

Cuando se trataba sobre su origen a Mónica le parecía que Juan, más que resentido era honesto y pragmático, quizás decidido a que no fuera su nacimiento y concepción lo que definiera su personalidad o el resto de su vida.

Lo de Aimeé... bueno aquello era otra cosa, muy reciente, muy diferente.

—¿Qué le ha parecido su primo, señorita Mónica? — le interrumpió él de pronto, cuando lo notó tanto Juan como Teresa tenían la vista fija en ella. Y la idea de que buscaban ponerla nerviosa simplemente la alentó a contestar con la mayor naturalidad.

—Oh, Francisco ha sido muy gentil y simpático.

—¿Ha dicho algo sobre la situación de ustedes? — preguntó Teresa y ella negó.

—No creo que sea una decisión que él deba tomar — Teresa se reclinó y con tono soñador dijo:

—¿Te imaginas decida llevarlas a ambas a recorrer lo mejor de la sociedad europea? — Mónica solo sonrió ante su gesto, cuando miró a Juan notó que este no le sacaba la vista de encima. Al menos, era mucho menos acusador que durante la cena, ahora solo estaba Teresa y la necesidad de defenderse fue mucho mayor a la de someterse.

— ¿Si Juan? — le pregunto directamente, este no tardó en responder.

— Me preguntaba si acaso no tenía intenciones, el marqués, de hacerse más cercano a usted— Mónica vio como Teresa se incorporaba y la moraba con fingida sorpresa.

— Es marques… —respondió ella, con deliberada lentitud — ya está comprometido con la condesa María Dolores de Reynoso y Queralt, que es algo que el mismo me informó. Así que no creo que tenga intenciones de volverse más cercano — la decepción en el rostro de Teresa era evidente y rápidamente agregó.

—¡Ay! ¡se veían tan bien juntos!

—¿Quiénes? — dijo Aimeé que venía a unirse al grupo.

—Tu hermana y el marques — le contestó Juan, lo que sacó un gesto parecido a una burla de Aimeé.

—Él ya esta comprometido — contestó esta.

—Así nos dijo la señorita Mónica — volvió a replicar Juan.

Ella solo guardó silencio, conociendo la situación de ambos, de seguro buscaban enfrentarse usándola a ella de excusa, pues bien, no les daría en el gusto. Razón por la cual se levantó y pidiendo el permiso correspondiente, fue a sentarse cerca de su madre.

Esta le extendió la mano cuando ella llegó a su lado y Mónica solo se dedicó a mirar el fuego de la chimenea apoyada en el hombro de su madre mientras se perdía en sus propios pensamientos.

Se marcharían el viernes de esa semana, sorprendiendo a sus propias expectativas, su tío don Francisco de Osorio se preocuparía de su situación, lo que a nivel personal no significaba mucho, ya que la vida asociada a eventos sociales no le parecía un objetivo al cual aspirar. Sin embargo, no negaba sus ventajas.

De un día a otro tanto ella como Aimeé se habían visto con dote y conexiones a las que jamás habrían aspirado. Lo que implicó que su estancia en la casa de su otro tío Francisco de Alcázar y Valle se vería abruptamente cortada.

Aimeé estaba eufórica, aunque lo disimulaba muy bien. Con una experticia que tanto ella como Teresa consideraron envidiable, se había vuelto el centro de atención esa última semana, Don Francisco de Osorio parecía encantado con ella y su viveza, sus hijos el marques y Luis eran ceremoniosos y muy atentos con ella, incluso diría que Joaquín ya había comenzado a suspirar por ella, mientras que el amor de Andrés hacia su hermana llenaba todas las habitaciones en donde esta le esquivaba y él buscaba.

Y Juan… bueno era bastante más difícil el saber que ocurría con él. Se había vuelto bastante más huraño y silencioso a medida que los días pasaban, al punto en que casi no se dirigían la palabra y a la única conclusión a la cual podía llegar era que estaba aún muy lastimado, y los desplantes de Aimeé buscando capturar la atención de todos, le parecía, que solo habían hecho aquella temporada para el mayor de los hijos de Francisco de Alcázar aún más insoportable.

— De haber sabido que tu hermana manipularía así cada velada, me habría regresado antes a mi casa, con mi propia hermana me basta — Mónica le sonrió y le extendió su mano.

—No sabes cuanto agradezco tu compañía, realmente has hecho toda esta temporada bastante más llevadera — el talante de Teresa se aligeró, aún así hizo un mohín infantil al mirar al Aimeé y al grupo de muchachos que la rodeaba

—Tú deberías haber exigido más atención para ti — aquello le hizo extrañarse.

Realmente mentiría si dijera que ahí había buscado el tener que figurar ante alguno de los muchachos presentes. De todos le parecía que por su tranquilidad, carácter y personalidad Andrés era por lejos el más atractivo, Joaquín le agradaba, pero era demasiado bueno para juzgar, mientras que Luis, el hijo menor de Don Francisco de Osorio, tenía todas las falencias de un muchacho demasiado mundano.

Al final aquellas falencias siquiera estaban dictadas por la apariencia o el juicio, aunque si por la personalidad. De pronto notó que inconscientemente había dejado de aquél listado a Juan y a su primo Francisco el marqués.

Este último conversaba con su tía Alicia, y al notar que lo observaba le saludo con un asentimiento y una sonrisa cortes que ella respondió.

—Insisto en que es una lástima que Francisco este comprometido, ustedes se ven tan bien juntos… — dijo Teresa que había notado todo el intercambio.

—Es bastante agradable — contestó ella.

—Y guapo — agregó Teresa, si Mónica lo veía bien, admitía que sí.

Pero, realmente aquello no parecía despertar nada en ella.

— Me dice mi padre que esta será su última semana con nosotros — interrumpió de pronto Juan, a quién no había visto en el salón. Su sobresalto le pareció divertido ante lo cual esbozó una sonrisa, replica de las de su tío Francisco de Alcázar para agregar — no se espante usted tanto señorita Mónica.

—No me he espantado, solo que creí que no estaba usted en el salón — Juan se encogió de hombros.

—¿Quizás las señoritas hablaban de mí? — preguntó tomando asiento cerca de ellas, lo que sacó una sonrisa de Teresa.

—Efectivamente — dijo esta logrando una mirada llena de censura de parte de Mónica.

—¿Ve como ha reaccionado? — le preguntó Juan a Teresa — quizás no debería ser tan abierta sobre lo que ustedes hablan — y algo en su tono burlesco le hizo mantenerse a la defensiva, aun así, Teresa volvió a sonreír.

—Pero he sido yo — le dijo a modo de disculpa para luego dirigirse hacia Juan — le estaba diciendo lo aburrido que ha sido todo esto, sobre todo con Aimeé capturando la atención de todos los muchachos acá — Mónica notó como el gesto de Juan se ensombreció para rápidamente decir.

—Yo soy un muchacho y las estoy acompañando — Teresa se mostró turbada, aunque su tono no se alteró cuando replicó.

—Quizás usted y el marqués sean los únicos inmunes al encanto de la menor de las Altamira — Teresa jamás las llamaba así lo que le valió una mirada de reproche de su parte.

Fue cuando un sirviente entró y le extendió una bandeja de plata a Teresa quién cogió el mensaje que esta traía para, muy contenta declarar que su hermano le había escrito, razón por la cual los dejó a ambos solos en el salón.

—El marqués no se ha mostrado en lo absoluto interesado en su hermana

—Esta comprometido, es lógico — Juan le lanzó una sonrisa burlesca y Mónica estaba evaluando que cada vez le molestaba más aquel gesto.

—No necesariamente — el silencio que siguió a aquella declaración le hizo replantearse varias cosas sobre las cuales como proceder y por qué. Razón por la cual le habló en un tono más bajo e íntimo.

—No le he agradecido — fue lo primero que le dijo, consiguiendo que Juan le mirara extrañado, ella lo interpretó como una invitación a explicarse así que continuó — por no decir nada de mi hermana.

—Créame que no lo hice por ella o por usted, sino por mi hermano — la hostilidad de Juan parecía no afectarle y no se dejó avasallar por ella.

—Tiene usted ese derecho, de todas maneras, le agradezco.

Aquello le hizo tomar distancia para nuevamente guardar silencio.

—Yo no me he disculpado… — dijo de pronto él, en el mismo tono. En aquel momento fue Juan quién se topó con su gesto de extrañeza. Mónica negó sin entender y el cortó toda la distancia que antes los separara — no debí decirle lo que mi padre expresó de usted y su familia, no fue educado de mi parte — cierto, para su tío Francisco Alcázar ellas no eran nada.

"¿Pensara lo mismo ahora?"

—Entiendo — suspiró — de todas maneras, no lo culpo por ello si es que eso le preocupa — y sorprendentemente Juan asintió.

—Me preocupaba que usted creyera que yo era un imbécil — la repentina confesión y lo ridículo de la misma le hizo reír abiertamente.

Lo había pensado sí, pero nunca verbalizado. Cuando lo notó todo el salón los miraba, solo que en aquel momento no se sintió torpe o avergonzada. Mientras que el gesto de Juan era una mezcla entre vergüenza, extrañeza y paciencia que jamás le había visto.

—Perdón Juan, no quise ridiculizarlo — este giró su cabeza ofendido y casi a la fuerza replicó.

—Esta bien.

La idea de que era un niño, como su hermana dijera casi le hizo sentir algo más que simpatía por él.

—Al menos su padre estará más tranquilo ahora — dijo ella tratando de dejar el ridículo atrás. Juan asintió sin responder.

Entonces Juan se levantó y algo parecido a una vaga calidez le envió una suave descarga de extrañas cosquillas a su brazo, el calor le subió al rostro y al cuello cuando entendió que Juan, de forma sutil y sorpresiva le había tomado la mano.

El tacto la había tomado por sorpresa y momentáneamente la dejo sin habla, su agarre era delicado y suave como la piedra. Y en todo momento no le sacó los ojos de encima, siquiera cuando inclinó sus labios sobre el dorso de su mano.

El calor aumento y la respiración de Mónica se disparó.

— Me despido señorita Mónica — dijo cuando se incorporó — ha sido un real agrado compartir con usted.

Ella asintió aún sin habla y Juan se retiró.

Cuando miró a su alrededor, nadie parecía prestarles atención. Excepto los ojos claros de Aimeé que desde la lejanía y avivados por el fuego de la chimenea, parecían sonreírle.