Catalina.
Catalina siempre se había considerado una buena cristiana. Una persona que a pesar del dolor y las humillaciones era capaz de olvidar y perdonar, de ser humilde en la victoria y graciosa en la derrota, de extender la mano a sus enemigos derrotados y ayudarlos a levantarse y rectificar el camino perdido por aquél que Jesús había dictado hacia dos mil años ya "Ámense los unos a los otros".
Sin objeciones, dudas u obligaciones. Solo por el mandato del hijo de Dios padre.
Por otro lado, no era mucho lo que se pudiera ayudar, perdonar u olvidar con Francisco. Siquiera viéndola ahí frente a él fue capaz de decir palabras de alegría o conciliación ante lo que era una muy buena noticia para ella y sus hijas.
—Catalina — la saludó tratando en lo posible de mostrarse compuesto.
Sin embargo, su educación actuó incluso por sobre lo que ella hubiera querido y gentilmente le sonrió.
—Francisco, pero que gusto verte — y se sintió mentirosa, aunque no lo suficientemente culpable para detenerse — por favor — agregó con suavidad — te presento a Gustavo Beierdorsf, el prometido de Aimeé — vio a Francisco extender su mano hacia el muchacho, para rápidamente pasar hacia su hija quién toda orgullosa le extendía su mano.
Primero fue Francisco, luego el hijo de Alicia y finalmente Juan.
Juan.
El muchacho casi apartó la mano de su hija de un manotazo, aun así, se inclinó, aunque no la besó al saludarla. Había desafío e impertinencia en su trato y le esbozo una sonrisa casi burlesca a Gustavo cuando ambos intercambiaron su saludo. Aquello le recordó que aún mantenía invitados en su casa y como el espacio en el rellano que daba a la puerta del despacho de Don Noel, era demasiado pequeño pronto se vieron ella y sus acompañantes deseosos de volver a su casa.
A su cabeza llegó el recuerdo de la muerte de su prima. Y lo diferente que habrían sido las cosas si Sofia estuviera aún entre ellos. No habían sabido nada de Andres desde aquella última velada en Madrid ya años atrás y ella había reprimido la necesidad de preguntar por él.
Esa mañana habían acudido donde Don Noel con la intención de que Gustavo tuviera información sobre propiedades a la venta en San Pedro o en los pueblos cercanos, Catalina asumía que se trataba del interés de este por hacer su vida de casado en México en vez de Alemania, situación que era de su completo agrado. Europa era demasiado fría para ella, se confundía con los idiomas y le fastidiaba sobre manera como es que las buenas familias del viejo continente tenían la costumbre de mirar en menos, incluso a los condes de Altamira.
Aunque la boda se celebraría en Alemania.
No era una idea que le disgustara, había conocido el castillo que si bien no era de los Beierdorsf estos habían adquirido a una familia de nobles caídos en desgracia y la sola idea de ver a Aimeé bailando del brazo de su prometido en semejantes salones, le hacía olvidar la frialdad y el elitismo europeo.
Su único, pero… eran protestantes. Aunque si una familia muy cristiana. Por tanto, en ese sentido asumía que podía perdonar y tolerar algo, que, a sus ojos, se había convertido en una insignificancia ante la seguridad, el estatus y renombre que el futuro matrimonio de su hija menor podría acarrear sobre ellas.
—Igualmente Catalina… — respondió Francisco, antes de cederles el paso.
Le había parecido que Francisco lucía cansado y claramente le sorprendía en haberse topado con ellas ahí, en ese momento. Por su reacción Catalina supo que le había sorprendido, así como molestado, de seguro se había enterado de las ventajas que la futura unión entre su hija y Gustavo habían acarreado a sus parientes en España.
— ¿Le parece que los acompañemos? — preguntó Joaquín consiguiendo la atención de todos los presentes —si es que usted está de acuerdo, señor—Catalina no dijo nada, pero notó la incomodidad en los presentes y conciliadora como siempre se adelantó.
—No tenemos ningún problema, pero es claro que ustedes venían de visita con don Noel ¿no es así Francisco? — en ese momento fue Juan quién contestó:
—Mi padre puede resolver sus cosas tranquilamente con don Noel ¿No es así? —preguntó mirando fijamente a Francisco y algo dentro de ella pareció agradecer a Juan, parecía que lo halagaba y obligaba en partes iguales por su capacidad de conducirse y le exigía que actuara a la altura.
Era como si alguien de su propio grupo le diera la razón, no sabía en qué, pero lo hacía.
—Por supuesto, claro — contestó Francisco entre confundido y fastidiado. Orden que no debió repetir para que tanto ella como su hija fueran escoltadas.
Su sorpresa fue mayor cuando fue Juan quién le extendió su brazo, primero para ayudarla a bajar los escalones y luego para dejarse llevar con ella. Joaquín se ubicó al lado de los novios y comenzó una animada conversación con Gustavo en alemán, so disque practicar el idioma.
No pasó desapercibido para ella como es que su hija les lanzaba miradas furtivas y les sonreía de vez en cuando. Era obvio que trataba de captar la atención de Juan.
El muchacho a su vez, se había vuelto una viva imagen de su padre cuando tuviera su edad. Más o menos en el tiempo en el cual se habían conocido. Sin embargo Juan era más alto y sus ojos parecían más serenos, así como sus ademanes mucho más sosegados.
— ¿Cómo ha estado usted Juan? — preguntó ella con suavidad, a lo que el muchacho contestó con tranquilidad que bien. Igualmente preguntó por ella y de pronto sin saber muy bien como ambos terminaron en una amena conversación en donde él le relató parte de sus viajes al igual que ella.
Por supuesto que se guardó, sin embargo, detalles del compromiso. Por más que fuera un buen interlocutor Juan había tenido algo con Aimeé y era claro para ella que su intención era derechamente estar cerca de ella. Lo que, aparentemente, a su hija no le molestó en lo absoluto.
—Cariño — la escuchó decir desde el pequeño grupo que los adelantaba — ¿puedo acompañar a mi mamita? Es que apenas entiendo lo que se dicen entre ustedes — Gustavo, como siempre, le dio en el gusto a su hija quién sin que nadie le dijera nada e ignorando su mirada se agarró del brazo libre de Juan, quién estoicamente solo le saludó con un;
—Prima…
—Ay Juan, no seas tan formal, era mi tía Sofía quién era prima de mi mamita. Nosotros no somos tan cercanos — Catalina trató de buscar la mirada de su hija sin respuesta alguna, por lo que solo le quedó decir.
—Al menos Juan entiende sobre las formas, hijas.
— ¡Ay las formas! —repitió Aimeé con una risita — estamos entre familia y amigos, no es como si nos viniéramos conociendo recién.
—La gente suele cambiar mucho — respondió Juan con serenidad — uno siempre está conociendo las personas, si no se tiene el contacto diario de un familiar o un amigo, es lógico que se busque mantener las formas ¿no lo cree doña Catalina? — las ganas de abrazarlo ante la repentina actitud de Juan de apoyar todo lo que ella dijera se vieron aplastadas por las reales formas en las cuales solía dirigirse su relación casi inexistente.
—Tiene usted una idea muy clara de lo que es el debido comportamiento — le dijo para luego mirar a su hija — lo bueno es que tu prometido tiene la suficiente gentileza para dejar pasar los gestos menos formales de mi Aimeé.
Era una forma sutil de señalar que el muchacho siquiera los conocía. Las formas en Alemania, por supuesto que eran muy diferentes a las de México, más aún en una familia de industriales protestantes más afines a la ciencia que a la palabra de Dios. Si, ella los había escuchado casi escandalizada, pero se contuvo al entender el círculo en el cual su hija entraba. Además no es que Aimeé fuera una asidua cristiana por tanto no existirían mayores conflictos sobre que fe frecuentar.
—Y ¿Cómo ha estado usted Juan? — preguntó esta vez su hija, finalmente guardando las formas que a ambos les correspondían, la muchacha estaba fastidiada pero no le importó.
—A su madre ya le relaté parte de mis viajes, aunque si debo contestarle la respuesta es bien —también le alivió la forma en la cual Juan cortaba cualquier intento de su hija por llamar su atención, sobre todo cuando giró hacia ella y le preguntó:
— ¿La señorita Mónica no está con ustedes?
¡Ay! Mónica, su Mónica. No habían tenido mucha comunicación desde el compromiso de Aimeé, seguían comunicándose mediante correspondencia o, al menos, su hija lo intentaba. Era solo que estaba tan dolida. A pesar de las puertas abiertas entregadas por los condes, de las salidas y las presentaciones en sociedad Mónica había vuelto al convento y comenzado a dar clases ahí. Lo que había sido un logro considerando que su hija había pensado seriamente en dedicarse a ser institutriz.
¡Ella, una hija de la casa de Altamira! ¡Como institutriz!
Al menos, en el convento todos creían que estaba dedicada a la vida de Dios, lo que era mucho mejor que trabajar para comerciantes u otros nobles.
Desde que se le diera esa idea en la cabeza casi nada le había hecho cambiar de opinión.
"Creía que Aimeé había sido problemática, pero Mónica ha resultado tan o más testaruda"
—Ay mi Mónica — dijo con resignación — sigue en Almería.
— ¿Haciendo qué? — preguntó intrigado.
—Vistiendo santos — replicó Aimeé riendo nuevamente.
— ¡Hija por favor! — exclamó ella indignada.
— ¡Ay mamita! solo fue una broma — dijo bajando la vista.
— ¡No te burles de tu hermana! —reprochó ella — tú hermana no está haciendo nada malo.
—Si la señorita Mónica se ha decidido por la vida religiosa, no es muy solidario el burlarse — dijo Juan dándole nuevamente la razón, para luego girarse a ella — si usted así lo desea doña Catalina yo podría llevarle algún mensaje a su hija. Debo volver a España en las próximas semanas antes de zarpar nuevamente.
— ¿A dónde irá Juan? — le preguntó su hija, logrando nuevamente fastidiarla. Se estaba comportando de una forma demasiado coqueta, estando su prometido solo a unos metros de ellos. ¿Era eso lo que había aprendido en el convento, o en Europa?
—No lo sé, la marina me lo dirá una vez llegue allá.
Una vez en su hogar Gustavo, como todos esos días les acompañó en la cena y después durante la velada. Se trataba de un muchacho encantador que parecía vivir para su hija, era atento con ella, muy caballeroso y sobre todo sabía mantener la compostura ante las aptitudes un poco inadecuadas de Aimeé.
Lo que le auguraba un buen matrimonio, especialmente considerando que Gustavo, sencillamente dejaba a su hija ser. No la regañaba o trataba de controlarla y siendo el espíritu libre que era esta unión incluso a pesar de sus imperfecciones resulta aceptable para ambas partes. Ellas, como siempre, entregaban el título de nobleza y el muchacho el sustento y la seguridad necesaria para su hija.
De todas maneras esa noche fue a la habitación de su hija a decirle con claridad lo inapropiado de su conducta con Juan.
—Mamá, me lo dices como si yo fuera una niña.
—Te has comportado como una niña y con tu prometido al lado, coqueteándole a… a ese muchacho.
—Juan no es un muchacho mamá y yo tampoco soy una niña. Además lo pasado ya fue. Llevo años sin hablar con Juan, eso… eso fue una tontería.
—¡Una tontería le dices¡ ¿Acaso nunca te enseñaron prudencia?
—Por supuesto mamá, pero si te digo… lo que pasó con Juan o Andrés ya fue — Catalina solo negó en silencio, sabía que Aimeé era frívola pero le preocupaba que llevara esa superficialidad al extremo al no entender o preocuparse de lo que era correcto y lo que no.
"Haber jugado con esos dos muchachos, y no sentir culpa alguna por ello"
Era demasiado. ¿Y Mónica? Suspiró. Bueno debía ver el escenario de la mejor forma, la cual decía que Aimeé se casaría de forma ventajosa y si bien lo de su hija mayor había sido una decepción, no era una vergüenza, ni nada que ocultar. Al fin de cuentas ¿no había caso mayor admiración para las personas que se dedicaban a Dios?
