X – El Cielo se Hace Pedazos
—No hay nada que hacer—dijo Tatara mirando los pedazos de metal que John había traído—Esta espada no se quebró, fue destruida. No sé qué crees que soy chico, pero no hago milagros.
Sansker asintió, sin sorprenderse. Luego de la pelea intento recuperar su espada y escudo. Pudo encontrar la empuñadura y fragmentos de la hoja, pero el escudo fue calcinado por el fuego del Gouenma.
—Entiendo. Aun así, el material es bueno. Puede ser reutilizado—dijo él tomando el paquete que cargaba a su espalda. Lo puso en la mesa frente al herrero. Quito el hilo y dejo al descubierto el contenido—Y esto sería el componente principal.
—Vaya... ¿esto es de esa bestia?—pregunto Tatara rascándose la barbilla. Sobre su mesa de trabajo había un enorme trozo de cuerno negro, tan largo como su brazo y el doble de ancho—Nada mal, los Gouenma son raros, por suerte, y este era bastante poderoso… sí, creo que esto podría servir… pero ¿por qué quieres conservar los restos de la otra?
—Sentimentalismo—dijo Sansker tomando la empuñadura. Hasta esa parte estaba agrietada y carbonizada—No quiero entrometerme en el trabajo, solo necesito dos cosas, lo demás lo dejo a tu criterio. Puedes conservar el material extra como pago, úsalo para lo que creas conveniente.
—Eso es generoso, podrías conseguir un buen precio con lo que lograste arrancarle—dijo Tatara mirando el material mientras pensaba—Bien, todos aquí te debemos mucho chico ¿qué es lo que necesitas exactamente?
Sansker se lo dijo. No era algo complicado y Tatara asintió, diciéndole que él ya se ocuparía de buscarlo cuando estuviera listo y que se marchara si no necesitaba nada más. John se apresuró a salir del camino del herrero. No obstante, apenas alcanzo a dar dos pasos antes de que lo detuvieran. Esta vez se trataba de un grupo de hombres jóvenes, y a juzgar por sus ropas eran pescadores.
—Por lo hemos encontrado, Gran Unificador. Por favor acepte esta pequeña muestra de nuestro agradecimiento—dijo el líder dando un paso al frente y ofreciéndole un pequeño paquete envuelto en tela.
—Sí, por supuesto…—dijo Sansker sujetando el paquete con ambas manos y devolviendo una breve reverencia. Los jóvenes parecieron contentos con ello y se alejaron, hablando animadamente entre ellos.
John suspiro y regreso a la cabaña esperando evitar otros encuentros parecidos. Aún así cada persona que se topó se inclinó hacia adelante y le dejo abierto el camino. Al menos estaba empezando a entender cómo se sentía Kikka cuando intentaba tomar una caminata por el pueblo. Cuando estaba en la marina la gente le abría el paso para evitar ser pisoteada o recibir una bayoneta, que ahora lo hicieran en Ukataka era extraño. Logro entrar en la cabaña y Tenkichi lo recibió con unos chillidos alegres, correteando hacia él.
—Al menos tu no cambias ¿verdad Ten?—preguntó él agachándose para acariciar las orejas de la Tenko y tomar asiento junto al fuego—Te lo juro, más así y podré hacer otra cabaña…
El lugar estaba lleno de paquetes, de diversos tamaños, pero que ya habían llenado su armario y ahora se acomodaban contra las paredes. Sansker se puso a calentar agua para hacer té. Apenas habían pasado dos días desde el ataque del Gouenma, pero toda la aldea sabía la historia. De cómo el Asesino de la Montaña Sagrada los había salvado, destruyendo un ejército de Oni al invocar la luz sagrada del Gran Unificador. Aunque solo Kikka y los Exploradores vieron la batalla, la aldea entera decidió expresar su agradecimiento. Por los últimos dos días había recibido regalos que intento rechazar, solo para terminar aceptando y ahora ni siquiera tenía la voluntad para refutar que no era el Gran Unificador.
—Porque lo eres, John Sansker—dijo una voz, manifestándose al otro lado del fuego. Le sorprendió ver que era Takeda Shingen, el señor de la guerra.
—Eso dicen, yo no recuerdo haber aceptado un cargo nuevo—replicó él, aunque sin sonar amargado. La tetera hirvió y él vertió el agua en su tasa, tomando unas hojas de té que había conseguido y molido para esto—Y en mi tierra, hablar con los muertos es considerado una señal de brujería… o locura.
— ¿Crees estar loco entonces?—preguntó el samurái.
—Creo que no soy una bruja al menos—dijo Sansker tomando un sorbo de su taza. Le era mucho más fácil ver y hablar con las Mitama ahora. Su Ojo de la Verdad estaba cerrado y aún así percibía tanto del mundo espiritual—No es que eso me dé una idea de lo que tengo que hacer.
—Tu camino te pertenece. Te ofrecimos nuestro poder para que te volvieras el portador de nuestra esperanza—dijo Takeda Shingen—Aceptaste esa oferta, y no por nuestra influencia ¿quieres renegar de tu papel?
—No, supongo que no—admitió John, frunció el ceño y bajo la taza para ponerle azúcar— ¿Es el comandante Oni el problema? Si es así tendremos que encontrarlo y dudo que aparezca de nuevo.
—El mundo esta deformado. No podemos saber dónde está. Si deseas averiguarlo podrías preguntarles a otros héroes—dijo Shingen con una media sonrisa—Buscar a otros, recuperarlos y traerlos de regreso… esa es la función del Gran Unificador. La tarea que te ha tocado, John Sansker.
Él no respondió y termino su té. Takeda Shingen se desvaneció, pero su presencia no estaba lejos. Nunca lo estaría. John suspiro, colocando la taza en el suelo nuevamente. No le quedaba más remedio que proseguir y ver qué pasaba.
Lo que interrumpió sus reflexiones fue un mensajero del cuartel, informándole que el jefe Yamato deseaba verlo. Sansker camino hasta allá, encontrándose con Ōka en las escaleras que llevaban al cuartel.
—Ah, ahí estas. El jefe tiene algo que decirnos—dijo Ōka a modo de saludo. La joven se veía algo tensa— ¿Sabes de que se trata?
—No—respondió él negando con la cabeza—Supongo que tendrá un plan de acción.
—Eso espero—respondió la joven, acomodándose el cabello detrás de la oreja.
Sansker quería preguntarle por Kikka pero se detuvo. Hatsuho le conto la discusión que ambas hermanas tuvieron el día del ataque y como parecían evitarse mutuamente. John tanteo la piedra espiritual en el bolsillo de su gabardina. No había podido hablar con Kikka desde entonces, y entre tanto ajetreo por el Setsubun y el ataque no tenía tiempo para buscarla, incluso si técnicamente Yamato le dijo que tomara un par de días para recuperarse.
Encontraron al jefe en la recepción, junto a dos Asesinos de armadura roja, Yu estaba hablando con su padre, aparentemente preocupada por algo, pero Yamato respondía tranquilamente. Lo extraño eran los paquetes a los pies de los Asesinos, como si estuvieran a punto de salir de viaje. Yamato se dio la vuelta en cuanto se acercaron.
—Excelente, las dos personas que necesitaba—dijo el jefe—Sansker, Ōka, sé que hemos tenido algunos días tensos, pero me temo que necesitare de ambos.
—Estamos listos para cualquier misión—respondió Ōka.
—Muy bien, necesitare que ambos se ocupen de la aldea por un tiempo—dijo Yamato, cruzándose de brazos y mirando a ambos por turno—Ōka, tu asumirás mis funciones como jefe, asegúrate de mantener la paz entre los aldeanos. Sansker, tú tendrás que asumir el mando de los Asesinos, Ōka seguirá a cargo, pero tú tendrás que liderarlos en el frente.
Sansker y Ōka se miraron mutuamente. Ninguno esperaba que Yamato dijera algo así. Por lo que John tenía entendido, las aldeas tenían un jefe que era el líder de la aldea y un capitán para liderar a los Asesinos. Yamato era un caso especial donde él tomaba ambas funciones, con Ōka actuando como su segunda al mando. Pero ceder su posición así solo podía significar una cosa.
— ¿Acaso piensa dejarnos en un momento así?—pregunto Ōka, incrédula.
—No hay alternativa. He sido convocado por la Montaña Sagrada—dijo Yamato—tendremos un congreso con todos los jefes de las aldeas. Tengo que reportar el estado de la guerra y ver si puedo solicitar algo de ayuda… Aunque no espero gran cosa.
— ¿Entonces para que ir?—preguntó Sansker—estamos en una situación crítica.
—Precisamente por eso es que debo marcharme—replicó Yamato—Hemos visto el rostro del comandante Oni, pero aún no tenemos idea del origen de toda esta actividad. Si no averiguamos que está ocurriendo podría costarnos caro.
—No me gusta, aún lo necesitamos aquí, jefe—dijo Ōka.
—No te preocupes, no estoy poniendo mi fe en los burócratas de la Montaña Sagrada. Pienso visitar a un viejo amigo que quizás pueda ofrecerme un par de consejos—dijo Yamato con una sonrisa—Además, sé que dejo Ukataka en muy buenas manos. Ambos me han mostrado que son más que capaces de realizar esta tarea. Ōka, te he conocido por años, la gente de la aldea te escucha y respeta. En cuanto a ti Sansker…
—No me diga que usted también cree que yo soy el Gran Unificado, jefe—dijo él un poco más a la defensiva de lo que esperaba.
—Lo que puedo decir es que eres competente, arriesgaste tu vida para proteger esta aldea y no he tenido motivos para dudar de ti desde que llegaste—dijo Yamato con calma—Ese poder que has demostrado nos será útil, pero la confianza que deposito en ti la has ganado con tus acciones. Sé que ambos harán un buen trabajo mientras no estoy.
—Papá…—dijo Yu apretando las manos.
—Todo esta bien niña, no es como si estuviera a punto de marchar a la batalla—dijo Yamato sonriéndole a su hija y acariciando su cabeza—Aunque supongo que es un tipo de combate si te pones a pensarlo… Volveré pronto con un plan de acción, hasta entonces, confiare en ustedes dos para mantener la aldea a salvo.
—Puede contar con nosotros, jefe—dijo Ōka.
Sansker asintió, aunque él tenía algunas dudas. Yu pareció recordar algo porque se dio la vuelta y regreso con un pequeño paquete envuelto en un pañuelo verde.
—Toma, te prepare esto para el camino por si tienes hambre—dijo Yu sonriéndole a su padre—Recuerda comértelo y que tengas un buen viaje, papá.
Lo dijo con una voz tan dulce que todos se los quedaron viendo con una mezcla de ternura y envidia. Yamato pareció percibirlo porque tomo el almuerzo con ambas manos.
—… Solo para que quede claro, no pienso compartir—dijo en voz alta a nadie en particular.
Todos apartaron la mirada, incluyendo Yu. Fue Ōka la que consiguió recobrar la seriedad de la situación aclarándose la garganta.
—Buena suerte, jefe.
—Que la luz de los héroes ilumine su camino—respondió Yamato.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar a través del puente, seguido por sus guardias. No volvió la vista atrás ni siquiera una vez.
Luego de la partida de Yamato, Ōka decidió que era mejor empezar a trabajar directamente y enseñarle a Sansker sus nuevas funciones: el papeleo. Esto implicaba todo lo relacionado con el funcionamiento diario de las fuerzas de Ukatka, lo cual implicaba tener presente 20 cosas distintas al mismo tiempo.
Tenía que velar por los reportes de los exploradores, sus rutas de patrullaje, los turnos de vigilancia, quien estaba de turno y quien no. Además, tenía que asignar las misiones de cacería que se ponían en la recepción con Yu, decidiendo que Oni eran un problema como para dejar que los Asesinos se ocuparan de ellos y cuales podían representar una amenaza más inmediata. Y eso incluida poner todos los datos, apartar fondos para las recompensas y revisar los reportes de las cacerías exitosas. Supervisar el número de Asesinos desplegados, su nivel de entrenamiento, su efectividad y muchos otros detalles para ver quienes debían o podían cumplir misiones peligrosas.
—Y yo pensaba que la Armada Real le gustaba la burocracia…—mascullo Sansker mirando los papeles que se suponía tenía que procesar.
—Agradece que no tienes que velar por el resto de la aldea—dijo Ōka que tenía su propia pila de asuntos que administrar—Ahora que el jefe no está, tú y yo hemos asumido un gran desafío. No podemos fallar.
Sansker asintió y regreso a ello. Tenía algo de experiencia con administración militar, pero esto era nuevo. Ōka y él había tomado la oficina del capitán para estudiar todos los papeles. Yamato había dejado todo en orden y asignado las misiones, patrullas y recompensas antes de marcharse así que tendrían un tiempo de continuidad antes de asumir todas sus funciones de golpe. Sansker se sorprendió que el jefe hiciera todo esto, claramente era el trabajo de dos personas.
Continuaron trabajando hasta el mediodía, momento en que Ōka sugirió tomar una pausa y buscar algo de comer. No obstante, Yu se les adelanto y apareció con un plato con bolas de arroz y jugo de la cocina, ambos le agradecieron y se sentaron a comer en el suelo para no manchar nada.
—Por cierto ¿qué piensas hacer respecto a tu equipo?—preguntó Ōka—Como tengo que cuidar la aldea no podré salir, tú tienes que tomar el mando en el campo y necesito que estés listo.
—Hable con Tatara, él se ocupará de los detalles—respondió Sansker terminado una de las bolas de arroz—Necesito algo más resistente que mi vieja espada.
—Tiene sentido—asintió Ōka, mirando brevemente a su Suzakura. Dio un suspiro y levanto la mirada—También quería decirte algo, antes de que lo olvide… te quiero dar las gracias, Sansker. Te agradezco mucho que protegieras la aldea. Debí decírtelo antes, pero me preocupé tanto por Kikka… que no pude decirte lo mucho que aprecio lo que hiciste.
—No fue nada, Ōka, entiendo. Todos teníamos mucho en la cabeza ese día—dijo John asintiendo— ¿Cómo esta Kikka?
—No lo sé… no… no hemos hablado desde entonces—respondió Ōka bajando la mirada, sus manos se apretaron en puños sobre su regazo—Siempre pensé que yo la conocía mejor que nadie, y aun así no pude ver lo lejos que estaba dispuesta a llegar… o más bien no quería verlo.
—Kikka es una joven fuerte—comentó Sansker—Cuando se trata de proteger a sus seres queridos, no creo que haya algún poder en la Tierra que pueda detenerla. No estaba protegiendo solo la aldea, también quería protegerte a ti.
—Yo era la que la cuidaba a ella cuando éramos pequeñas—dijo Ōka—siempre ha sido de salud frágil, incluso antes de que empezara su entrenamiento para ser Doncella… crecimos en la Montaña Sagrada ¿sabías? Al principio yo quería ser una Doncella Sagrada, pero mis poderes espirituales no eran adecuados, así que tome el camino de la espada.
Ella extendió su mano hacia su katana. Sansker podía entenderlo, Ōka era la mejor espadachina que hubiera conocido. Él mismo se consideraba por encima de la media, pero cuando entrenaban tenía que emplearse a fondo para mantenerle el ritmo.
—Fue esa habilidad la que me permitió convertirme en Asesina—continuo Ōka—Deseaba proteger a Kikka y los inocentes de cualquier daño. Cuando nos enviaron a Ukataka… jure que no dejaría que nada malo le pasara. No importa que tan fuerte o numeroso sea el enemigo, yo siempre… yo tenía que ser la que la protegiera.
—Es comprensible. Pero no es justo para Kikka—dijo Sansker—Ella también quiere ayudar, quedarse atrás mientras tú te juegas la vida… no creo que haya alguien que quisiera algo así.
—No, supongo que no…—asintió Ōka—Es solo que la idea de que Kikka se sacrifique y yo sobreviva… No podría soportarlo. Antes preferiría…
Ōka bajo la mirada otra vez, parpadeando con fuerza. No tenía que terminar la frase, ambos sabían que Ōka se sacrificaría sin pensarlo dos veces por salvar a su hermana. Sansker se preguntó si ella tomaba en cuenta que Kikka quizás compartiera el mismo sentimiento de culpa si fuera al revés.
—No tienes que hacer esto sola, Ōka—dijo él—Todos protegemos esta aldea. No pienso dejar que nada malo le pasa a Ukataka ni a Kikka.
—Tienes razón—dijo Ōka suspirando y levantando la cabeza—Perdóname, no debería estar lamentándome tanto por cosas que no pueden cambiarse… es raro, eres al primero al que le digo todo esto. Siento como si pudiera hablar contigo de lo que fuera ¿Acaso me has puesto un hechizo para que te cuente mis más profundos secretos?
— ¿Qué yo que?
—Es una broma, aún sigues siendo demasiado serio, Sansker.
Terminaron el papeleo y acordaron encontrarse allí al día siguiente para decidir el curso de acción. Sansker dudaba que este trabajo fuera a mejorar luego de tanto papeleo, pero mientras su arma estuviera rota no podía ayudar en el campo de batalla. Así que fue a casa ese día consciente de que su deber no le permitiría descansar incluso ahora. No le molestaba luchar, quizás incluso morir, pero nadie podía desear hacer tanto papeleo. Era imposible.
Al día siguiente se presentó a primera hora al cuartel, encontrándose con Ōka. Debido a que ella tenía que asumir el rol de jefa de la aldea, ahora no podría salir a patrullar, ese trabajo le correspondería a él cuando tuviera su arma. Mientras tanto rotarían a los otros para que se ocuparan de las unidades de cacería. Aunque Ōka insistió en la exploración.
—Desde el ataque los Oni han estado demasiado tranquilos. No me gusta. Incrementemos las patrullas, evitemos que nos sorprendan como la otra vez—dijo mientras le daba el nuevo orden de patrullaje.
Así duplicaron el número de exploradores que estaban fuera de la aldea en todo momento, incluso enviándolos a las Eras más profundas del Otro Mundo, donde el miasma era más denso y la exploración más complicada. Aun así, nadie protesto, conscientes del riesgo y deseando evitar otro ataque directo. Sansker se limitó a asentir, ya que no tenía nada que objetar, pero notaba que Ōka estaba tan frustrada como él de tener que quedarse atrás.
John se dedicó a su nuevo trabajo, resistiendo el impulso de ir a buscar a Tatara para preguntar cuando estaría su equipo. Pasaba por la forja en las mañanas, si estuviera listo el viejo herrero lo llamaría antes de que siguiera su camino. Hatsuho y los demás se ocupaban de eliminar a los Oni peligrosos que los exploradores avistaban, aunque de momento no detectaban nada fuera de lo ordinario. Así pasaron varios días sin mayores novedades. Hasta el 5to día desde la partida del jefe, y una semana después del ataque del Gouenma.
—Ya pareces más a gusto, Sansker—dijo una voz, distrayendo a John del papeleo que estaba revisando.
—Algo así—replicó él levantando la mirada y sonriendo al ver a la persona que le había hablado—Hola Kikka, me alegra verte.
La joven le sonrió en respuesta y entro en la oficina de Yamato, inclinándose a modo de saludo. Se la veía igual que siempre, aunque quizás eran solo ideas suyas y parecía algo más pálida de lo usual.
—A mí también me alegra verte, me preocupé mucho después del ataque—dijo Kikka, llevándose sus manos al pecho—pero aun así supe que estabas bien. Conservaste la piedra, eso… eso me permite chequear en ti.
—Lo sé, y no te he dado las gracias. No creo que hubiera podido sobrevivir ese día sin tu ayuda—dijo Sansker dándose una palmadita en el pecho, donde el fragmento de Piedra Espiritual descansaba. Se puso de pie y camino hasta la joven—Me salvaste la vida, y juntos protegimos la aldea. Gracias Kikka, de verdad.
—No tienes porque, comparado con lo que tú haces apenas es nada—dijo Kikka sacudiendo su cabeza. Su mirada se volvió triste al recordar sus acciones de ese día—Además… creo que hice enfadar mucho a mi hermana ¿verdad?
— ¿Aún no han hablado?—preguntó Sansker. Kikka negó con la cabeza—No creo que le gustara, pero no es enfado lo que siente. Ōka solo se preocupa por ti, eso es todo. A ninguno de nosotros nos gusta la idea de que tengas que sacrificarte de esta manera, Kikka. Deberías hablar con Ōka, estoy seguro de que ella también tiene ganas de hacer las paces.
—He querido hacerlo, pero una parte de mi tiene miedo—respondió Kikka, bajo la vista y junto sus manos contra su pecho—Nunca vi a mi hermana tan enfadada con alguien, y cuando le grite… no quería lastimarla y sé que mis palabras le hicieron daño… pero…
—Las palabras de ella también te lastimaron a ti—dijo Sansker simplemente. La joven asintió—Esa es la realidad, Kikka… aquellos que más amamos son los que pueden hacernos más daño incluso cuando no es su intención. Ōka quiere que estés bien, no que te mates para crear la barrera.
—Sabes… hay días en los que pienso que mi poder es una maldición—dijo Kikka dándose la vuelta, ocultando su rostro—Una cadena que de amarra y te aísla de los demás debido a su miedo. Como la Doncella Sagrada debo mantener la aldea a salvo y ver como todos se sacrifican para que yo viva ¿Tienes idea de cómo se siente, Sansker? Saber que no puedes hacer nada mientras otros sufren por tu causa…
—Suena terrible—dijo él, sin saber que más decir.
—No podemos escapar de nuestro destino. Este es el mío y tengo que soportarlo. Ōka no puede aliviar mi carga, y yo no deseo verla intentarlo—continuo ella—Lo supe desde el momento en que acepté reforzar la barrera.
—Kikka…—Sansker estiro las manos hacia ella, apoyándolas en sus hombros y ella acepto el contacto, relajándose un poco.
—Lo siento… se supone que venía a darte las gracias y solo me has escuchado a mi lamentándome—dijo Kikka, intentando sonar más alegre. Se restregó los ojos y se dio la vuelta—Nunca vi a un Asesino en acción hasta ese día… eres increíblemente fuerte, Sansker. Cuando era pequeña yo quería ser una Asesina… una guerrera fuerte y valiente, como mi hermana. Capaz de darle a la gente esperanza y valor, como tú.
—No se mucho de inspirar a otros—replicó él bajando sus manos—Casi siempre estoy muy ocupado con el enemigo para pensar en eso.
—Tus actos hablan por si mismos. A mi me has inspirado bastante—dijo Kikka sonriendo suavemente—Estoy seguro de que muchos en la aldea sienten lo mismo. Aprende a confiar más en ti mismo, Sansker.
Él no estaba convencido, pero antes de poder decírselo, escucho una conmoción que venía de la entrada del cuartel. Varias voces se alzaron de repente, entre ellas pudo distinguir a Nagi y Hatsuho, junto a la de varios más. Kikka también lo escucho porque se volvió hacia la entrada de la oficina, preocupada y ambos salieron rápidamente a ver que sucedía.
El salón principal del cuartel estaba lleno de exploradores y, a juzgar por las apariencias, su última misión no había salido bien. Varios de ellos presentaban cortes y golpes menores, pero al menos media docena estaban tendidos en el suelo, algunos gimiendo de dolor y otros con heridas mucho más graves. Ōka estaba junto a ellos, dando órdenes a la unidad médica para que trajera agua, vendas y todos los utensilios para atender a los heridos.
— ¿Ōka, qué ha pasado?—preguntó Sansker haciéndose a un lado cuando varios hombres pasaron para cumplir las órdenes.
—Nuestro incremento de patrullas nos ha salido al revés, los Oni emboscaron a varias unidades—respondió la guerrera—Hay más en camino, por fortuna pudimos evitar una masacre, pero tenemos un buen número de heridos.
—Ya lo creo, Nagi fue quien cubrió la retirada de los exploradores—intervino Hatsuho en ese momento—Si no hubiera sido por sus flechas…
—Lo importante es que logramos que todos regresaran a casa—dijo Nagi, como restándole importancia.
—Las dos hicieron un excelente trabajo—dijo Ōka sonriéndoles a ambas—Ya pensaremos en otra estrategia para lidiar con los Oni, por ahora estos hombres necesitan atención médica. ¿Nagi, podrías ayudar a tratarlos?
— ¿Y-yo?—Nagi parecía sorprendida por la súbita petición.
Sansker pensó que era una buena idea. Los poderes de la arquera estaban basados en curación y apoyo durante la lucha, y parecía bastante versada en muchos temas. Sin duda sabría algo de primeros auxilios.
— ¿No puedes?—preguntó Ōka confundida.
—N-no… no es eso… yo…—dijo Nagi, aparentemente incapaz de encontrar las palabras correctas. Súbitamente su calma usual desaparecido y dio un paso atrás como si fuera un animal acorralado.
— ¿Nagi? ¿Ocurre algo malo?—preguntó Ōka al notar lo tensa que su compañera se había puesto. La amable y siempre tranquila Nagi parecía al borde de un ataque de pánico, incapaz de enfrentar la mirada de sus compañeros.
— ¿Estas bien, Nagi? Tus manos están temblando…—preguntó Hatsuho.
—Yo… es una memoria del pasado… n-no…—Nagi bajo la vista hacia sus dedos y en efecto su pulso, normalmente firme y tranquilo incluso al sostener una flecha, temblaba sin ningún control—No puedo hacerlo… por favor perdóname, Ōka.
Esto no era normal. Sansker había visto soldados con la misma expresión de Nagi luego de su primera batalla. Miedo. La arquera estaba completamente aterrada y paralizada por ese sentimiento.
—Bu-bueno, debes estar cansada—dijo Hatsuho intentando darle a su voz un tono casual—Yo me puedo ocupar de ayudar a los exploradores. Tú ve a descansar, Nagi.
—Yo… sí, está bien…—dijo Nagi asintiendo y prácticamente salió corriendo del cuartel.
Hatsuho se apresuró a cumplir su palabra, pero Sansker y Ōka intercambiaron una mirada. Ella negó con la cabeza, claramente estaba tan sorprendida como él y no había visto a la arquera actuar así antes. Sansker espero hasta que el equipo médico termino de vendar a los exploradores y salió a buscar a Nagi, preguntándose qué había pasado.
Sansker busco a Nagi por la aldea. Preguntando a alguna gente que encontró la pudo ubicar en el campo de entrenamiento. John fue hasta allí, ignorando la arena donde Ōka y él solían practicar y paso hacia el campo de tiro. Este era más grande y consistía de una siempre caseta de madera donde los arqueros se colocaban para disparar, con varios blancos puestos a unos 80 metros de distancia.
Nagi no le prestó atención cuando entro, enfocada como estaba en su práctica. Sansker se cruzó de brazos y espero, mirando su forma. Tenía una postura perfecta, con las piernas separadas y el brazo estirado al máximo. Su mano era firme al sujetar la cuerda y la flecha, manteniendo la tensión del conjunto hasta el momento oportuno. Una ráfaga de viento azoto la zona, levantando algunas hojas sueltas al aire. Nagi soltó su arco y la flecha salió disparada, atravesando las hojas y encajándose firmemente en el blanco, aunque fallando al centro por varios centímetros. Al igual que las otras 3 flechas que estaban clavadas en él.
—No fue un mal tiro—dijo Sansker. A pesar de no dar en el centro, Nagi se había acercado bastante
—No me lo parece, pero agradezco tus palabras—respondió la arquera, bajando su arma—Si es por lo que paso antes… lamento que me hayas tenido que ver así. Me he vuelto inútil, antes solía ser una doctora, y ahora ni siquiera puedo poner una venda.
—Todos tenemos un pasado, Nagi, y cada uno lidia con sus demonios—replicó Sansker avanzando hasta ponerse junto a ella—Antes de venir aquí yo mismo era un tirador. Usábamos rifles, nunca he intentado disparar un arco, aunque en mi tierra hubo generaciones de guerreros famosos por usar arcos largos.
— ¿De verdad? Suena interesante… casi no sé nada de Occidente—admitió Nagi—He querido estudiarlo.
—Estoy seguro de que dominaras el tema mucho mejor que yo cuando te pongas a ello—dijo Sansker recordando lo tenaz que era Nagi cuando se trataba de aprender detalles—Mi gente luchaba con el arco largo. Se dice que eran tan buenos, que, en una batalla, 3.000 arqueros lograron derrotar a un ejército de 20.000 hombres enfundados en armaduras de acero. Sin perder a uno solo de los suyos.
—Suena a leyenda… necesitaría saber los nombres de las naciones, y la fecha de la batalla… ¿conoces a los comandantes de ambos ejércitos?—preguntó Nagi, aunque ese brillo en sus ojos cuando estaba a punto de compartir datos interesantes no apareció—Estas intentando cambiar de tema.
—Casi funciona—replicó Sansker. Volvió a mirar hacia los blancos, notando las flechas de Nagi—A veces evadir es una buena táctica. No conozco mucho de la arquería en Midland, pero Ōka dice que tu espíritu afecta la fuerza de tu agarre en el combate con espadas. La duda puede volver la hoja más afilada en una espada roma.
—Tiene razón—asintió Nagi mirando su arco y colocándolo en posición vertical frente a ella. Este era rojo en los bordes, pero negro hacia el centro, con un acabado refinado que parecía duro como el acero, pero flexible como el cuero—Este arco se llama Calma Nocturna, para blandirlo adecuadamente tu alma, mente y cuerpo deben tener la calma de la superficie del agua. Incluso en batalla, mantienes la compostura hasta que la flecha sale del arco, dejando ir todo en cada disparo. Así siempre darás en el blanco.
Sansker podía dar fe que Nagi era una arquera magnifica. Y aunque no siempre acertaba, pocos Oni a los que ella les ponía la mira lograban sobrevivir para un segundo disparo.
—Dijiste que eras una doctora, Nagi—dijo Sansker—Y he visto el poder de tu Mitama ¿Qué fue lo que paso?
—Puedo tratar mis propias heridas, eso no es problema. Y si se trata de usar la fuerza de Ogata Koan, mi Mitama, puedo hacerlo—dijo ella dando un suspiro—Pero cuando se trata de las heridas de otros, no puedo… mi vista se pone negra y mis manos tiemblan sin control. Los recuerdos amenazan con abrumarme y mi mente se pone en blanco.
—No tienes que atormentarte Nagi—dijo Sansker—Hay gente que no puede hacer algunas cosas. Si esto es demasiado para ti, me asegurare que no tengas que lidiar con ello.
—No puedo solo aceptar eso—dijo Nagi negando con la cabeza—Yo… la verdad es que tenía una amiga. Una compañera muy cercana, pero la deje morir. Fue herida en batalla y necesitaba atención urgente. Intenté operarla, pero cometí un error… ella murió por mi culpa. Desde entonces cada vez que trato de atender las heridas de otro… no puedo. Pensar en lo que pudiera suceder si me equivoco otra vez, me paraliza.
Sansker apretó las manos, sin saber que decir. Ahora podía entender porque Nagi retrocedió en el cuartel. Un miedo así era comprensible. Si lo hubiera sabido, nunca habría permitido que Ōka hiciera esa sugerencia.
—Fue por eso por lo que decidí dejar de ser doctora—continuo Nagi, un poco más tranquila. Aparentemente se había guardado eso por mucho tiempo—… Lo siento, Sansker, no deberías tener que escuchar una historia tan lastimosa.
John reprimió el impulso de sonreír sin alegría. Tenía la capacidad para escuchar a la gente expresar cosas que no eran fáciles de escuchar. Fugaku, Hatsuho, Kikka… todos tenían una carga que trataban de esconder debajo de las máscaras que presentaban a otros. Él mismo no era diferente, escondiendo su tristeza y hasta su deseo de muerte.
— ¿Quién era esa amiga tuya?—preguntó él a cambio.
—Era una compañera de estudios. Ella estudiaba astronomía y yo medicina, pero hablábamos la una con la otra por horas sobre ambos temas—respondió Nagi, mirando al horizonte mientras recordaba. Una ligera sonrisa apareció en su rostro—Solía decirme: 'Yo me convertiré en la mejor astrónoma del mundo. Así que tú tienes que ser la mejor doctora'… es por ella que a veces me pongo a ver las estrellas por la noche. Me enseño tanto sobre los cuerpos celestes… pero ahora no podré honrar la promesa que hicimos.
—No estaría tan seguro—dijo Sansker—Aún estas a tiempo Nagi. No puedo siquiera imaginar lo que sientes al intentar curar a otros, pero tienes una disposición para ello. Si no puedes tratarlos entonces al menos intenta mantenerlos a salvo. Y así no necesitaran atención médica.
—Sí… eso puedo hacerlo—dijo ella asintiendo.
—Perfecto, necesitaremos ayuda ahora que el capitán Yamato se ha marchado—dijo Sansker—Aun sigo sin saber lo que pretendía…
— ¿No lo sabías?—Los ojos de Nagi súbitamente resplandecieron, llenos de vida— ¡Déjame explicarte entonces! Cada cierto tiempo los líderes de todas las aldeas se reúnen en la Montaña Sagrada, allí deciden la política a seguir, hacen acuerdos y establecen la estrategia de nuestras fuerzas armadas. El capitán Yamato es el preséntate de Ukataka en…
Sansker lamento haberlo mencionado, pero sonrió al ver la vida regresar a Nagi y considero el precio a pagar valido. Aun así, requirió toda su fuerza de voluntad el no dormirse durante la explicación que duro unas 3 horas.
Eventualmente pudo dejar a Nagi, quien le aseguro sentirse mejor. Sansker pensó en hablar con Ōka y asegurarse que la arquera pudiera evitar situaciones así. Ōka no haría muchas preguntas y Nagi no le pidió que guardara el secreto, pero era mejor no divulgar la vida de otros tan descuidadamente. Igual tendrían que plantearse otra estrategia de patrullaje y quizás reforzar la seguridad si querían evitar otra emboscada. Sansker suspiró, ya estaba pensando como el capitán. Quizás esa había sido la verdadera intención de Yamato.
Al día siguiente de la emboscada a los exploradores, Sansker regresó al cuartel, aún si tener un arma nueva. No tenía mucho sentido lamentarse, pero luego del ataque estaba algo ansioso por poder hacer más que organización. Al menos hacía un agradable día de primavera, pensó. No había muchas nubes en el cielo y el sol brillaba con fuerza para despejar el frío de la mañana. Comenzó a subir los escalones, encontrándose con Kikka junto a la entrada.
—Buenos días, Sansker—dijo la joven, agachando la cabeza.
—Buenos días—respondió él con una sonrisa— ¿A qué debo el honor, Doncella Sagrada?
—Vamos, a ti tampoco te gusta que usen títulos—protesto Kikka haciendo un mohín—No tienes derecho a hacerlo conmigo.
—Me han dicho que soy muy serio. He decidido empezar a hacer bromas—replico él sin inmutarse, lo que hizo que Kikka frunciera el ceño y pusiera los ojos en blanco—Sí todo falla creo que intentare ordenar a los exploradores para que rían a la fuerza.
—Hmm… mejor sigue siendo serio—respondió Kikka sacudiendo la cabeza, aunque sonrío, claramente no tomando nada de lo que él dijo de manera personal—Y podría ser bueno. Quería hablar contigo, si tienes tiempo.
—Para ti, siempre ¿qué necesitas?—preguntó él.
—Se trata de…—empezó Kikka, pero su expresión se transformó de repente. Su sonrisa se evaporo y sus ojos se abrieron con alarma. Sansker sintió una ola de energía atravesarlo cuando Kikka libero su poder y activo la barrera sobre la aldea, haciendo arder la piedra que tenía en su bolsillo— ¡Sansker, cuidado! ¡Hay algo que se acerca!
Antes de que pudiera preguntar John escucho un chillido espantoso, como el de un ave de presa, pero deformado y luego una explosión cuya onda expansiva fue tan fuerte que hizo temblar todo el cuartel y casi le hace perder el equilibrio. Kikka lanzo un grito de dolor y se llevó las manos al pecho, doblándose por la mitad.
—¡Kikka! ¿qué ocurre?—Sansker la sujeto y levanto la mirada, intentando ver que sucedía.
Casi esperaba ver el rostro del Gouenma alzándose por el borde la aldea para atacar, pero nada así apareció. Desde los cielos una bola de fuego, casi un segundo sol, descendió sobre Ukataka, estrellándose contra la barrera de energía y causando otra explosión enorme. Pero esta vez algo cedió. Con un sonido igual al vidrio que se quiebra, la barrera de energía comenzó a agrietarse y, finalmente, se quebró, estallando pedazos que se disiparon en el aire como fuegos artificiales.
