XI – Grito de Guerra
Ōka estaba hablando con Yu sobre las nuevas misiones que tendrían disponibles cuando la barrera estallo. No tuvo que preguntarse qué sucedía, aquel sonido solo podía significar que estaban bajo ataque. Ōka ayudo a Yu a incorporarse y vio a Sansker entrar en el cuartel, ayudando a Kikka, quien se apoyaba en él para no caer al suelo. Olvidando el hecho de que no hablaba con su hermana, Ōka corrió hacia ellos.
— ¡Kikka! ¿Estás bien?—exclamo, con el corazón en un puño.
—Es-estoy bien… no te preocupes…—respondió ella con una expresión afectada.
Los demás Asesinos llegaron rápidamente, todos igual de preocupados y desconcertados por lo que estaba ocurriendo, formando un círculo en torno a Kikka y Sansker.
— ¡Demonios, no otra vez!—dijo Ibuki apenas apareció— ¡¿Qué están haciendo esos malditos vigías?!
—El Oni… vino desde el cielo, por encima de la aldea—replicó Kikka—nadie pudo verlo venir…
— ¿Desde el cielo?—preguntó Fugaku súbitamente interesado—Oye niña ¿quieres decir que tenía alas?
—Lo más probable…—respondió Kikka, De repente se llevó las manos al pecho, alejándose de Sansker, y dando un gemido de dolor.
— ¿Kikka, estas bien?—preguntó Hatsuho.
—No… no puedo… yo… ah…
Kikka dio un paso vacilante al frente y perdió el equilibrio cayendo hacia adelante. Ōka se movió por instinto y la atrapo, evitando que se fuera al piso. Kikka no reacciono al contacto, y sus manos cayeron a ambos lados, laxas y sin ninguna fuerza. Todos los demás se quedaron de piedra sin saber que hacer.
— ¿Kikka?—Ōka apenas pudo susurrar, su mente trabajando en cámara lenta. Podía sentir a su hermana contra ella, pero estaba mal. No notaba su respiración, ni el latido de su corazón— ¡Kikka! ¡Aguanta por favor!
La sacudió, intentando que diera señales de vida. No, esto no podía estar pasando. El miedo se apodero de su mente y por un segundo se olvidó de todo. No fue capaz de dar órdenes o pedir ayuda, solo podía pensar en su hermana que se mecía en sus brazos como si estuviera… Sansker reacciono antes que ella.
— ¡Ponla en suelo!—exclamo el hombre. Ōka lo volvió a ver, sin entender lo que le estaba pidiendo— ¡Rápido!
—S-sí…—dijo Ōka. Coloco a Kikka en el piso del cuartel con cuidado y Sansker se movió encima de ella— ¿Qué estas…?
—Confía en mi—fue todo lo que dijo.
Sansker tomo el bordado de la faja de Kikka y lo arranco sin miramientos, abriendo su vestido y quitando el medallón de su pecho, para poner ambas palmas sobre ella, una mano encima de la otra. De inmediato comenzó a presionar, de manera rítmica, oprimiendo el pecho de Kikka varias veces, contando entre dientes. Al llegar a 30 levanto las manos y tomo la barbilla de la joven, mientras que con la otra mano le tapaba la nariz. Abrió la boca de Kikka y bajo su cabeza, apoyando sus labios contra los de ella y soplando dos veces. El pecho de la joven se elevó, pero no reacciono de ninguna otra forma.
— ¡Mierda!—mascullo Sansker y volvió a repetir el proceso.
Ōka no entendía que era esto, pero no le importaba, lo único que deseaba era que Kikka volviera a dar señales de vida, apretó la mano de su hermana, su atención puesta en su compañero. Sansker presiono su pecho nuevamente y luego le dio aire, pero no pasó nada. Sin perder impulso el Asesino volvió a intentarlo, manteniendo el mismo ritmo una tercera vez. De repente Kikka tosió y comenzó a boquear por aire, sus ojos seguían cerrados pero su mano se cerró en torno a la de Ōka, apretándola débilmente.
—Gracias al cielo…—dijo la espadachina que hasta entonces se dio cuenta que estaba conteniendo la respiración. Los demás también se relajaron un poco—Hatsuho, por favor, lleva a Kikka con el equipo médico.
— ¡Sí, déjamelo a mi!—Hatsuho se agacho y tomo a Kikka con cuidado, llevándose en brazos.
— ¿Cómo supiste que tenías que hacer eso?—preguntó Ibuki, dirigiéndose a Sansker— ¿Dónde lo aprendiste?
—Un cocinero francés, en su país usan esa técnica cuando una víctima no está respirando—respondió el Asesino.
—Esperen, esto no es bueno—dijo Fugaku, devolviendo la atención de todos al presente.
—Sin la Doncella no tenemos forma de mantener la barrera—dijo Hayatori, cerrando su único ojo visible—La aldea está completamente indefensa.
— ¡Ya lo sé!—replicó Ōka. Ahora que Kikka estaba a salvo, o al menos fuera de peligro, podía volver a concentrarse. No podían esperar a que ella se recuperara, tendrían que pasar a la ofensiva—Hay que eliminar a ese Oni alado, seguro que los vigías pudieron ver a donde se dirigía.
—Si es un Oni con alas entonces es mío—dijo Fugaku apretando los dientes—Tengo asuntos pendientes con ese bastardo.
—Yo también iré—dijo Sansker poniéndose de pie.
—No puedes, no tienes un arma todavía—dijo Ōka negando con la cabeza.
—Esta vez no me quedaré atrás, Ōka—interrumpió él—Lo mataré con una pala si es necesario.
—Vaya, parece que llegue a tiempo—dijo otra voz detrás de ellos.
Todos se dieron vuelta. Tatara avanzo hacia ellos, ignorando la conmoción en el cuartel, cargando algo a su espalda. El viejo herrero se puso delante de Sansker, extendiéndole el paquete.
—No sé qué diablos es eso de usar palas, pero creo que esto te servirá mejor—dijo Tatata quitando el envoltorio y mostrando el contenido—Vi a la pequeña señorita, si vas a ir tras del Oni que le hizo eso, entonces lo harás con la herramienta adecuada.
La tela se hizo a un lado dejando ver un juego de espada y escudo. Tatara hizo girar la espada y la presento con la hoja apuntando hacia el suelo, envuelta en su vaina. La espada era casi tan larga como el propio herrero y de una hoja más fina que la vieja arma de Sansker. La empuñadura y su vaina eran de un negro tan oscuro como la piel del Gouenma, pero la guardia y el pomo brillaban como si fueran de plata, formado una cruz plateada con el adorno metálico de la vaina. Al lado coloco el escudo, al igual que el anterior este tenía forma triangular, pero con los bordes más pronunciados y del mismo color oscuro que la espada, con el emblema del Ojo de la Verdad pintando en plateado sobre su superficie pulida.
—Me costó terminar los ajustes que querías en el escudo—dijo Tatara ofreciéndole ambas armas—Ustedes occidentales y sus ideas… pero nadie dirá que no cumplo con mi trabajo.
Sansker tomo la empuñadura y desenvaino la espada. La hoja salió sin problemas, revelando un filo negro que ni siquiera reflejaba la luz. El arma era perfecta, pensó él, probando el balance y envainándola nuevamente antes de sujetar el escudo, sonriendo al ver que el herrero había cumplido su encargo a la perfección.
—Nadie nunca lo dirá, gracias Tatara—dijo Sansker colocándose el arma a su espalda, sintiéndose completo otra vez.
—Ni lo menciones, ahora vete y acaba con ese maldito Oni, chico—respondió el herrero—Y no te acostumbres que venga a buscarte para entregar cosas.
Sansker sonrió a pesar de si mismo, pero su expresión se tornó seria cuando volvió para mirar a Ōka.
—Ya no deberíamos tener problemas ¿verdad?
—Muy bien—dijo ella asintiendo—Hayatori, Fugaku, Sansker y yo nos ocuparemos del Oni. Ibuki, Nagi…
—Nosotros cuidaremos el fuerte hasta que vuelvan—dijo Ibuki—Entendido. Vayan y acaben con ese bastardo.
No había más que decir, Ōka fue la primera en dirigir la marcha hacia el exterior, seguida por Fugaku. Sansker se apresuró tras ellos y Hayatori cerro la marcha. No tuvieron necesidad de consultar con los vigías, después de su brutal ataque el Oni se retiró volando bajo y su paso dejo un rastro de llamas entre los árboles que los Asesinos se pusieron a seguir, internándose en el Otro Mundo.
Avanzaron rápido y sin hablar. Ōka parecía querer dejarlos atrás, moviéndose a través de cualquier obstáculo como si no existiera. Fugaku estaba inusualmente serio, con una mirada asesina en su rostro y ni rastro de su típica sonrisa ante de la batalla. Solo Hayatori parecía calmado, quizás por eso Ōka lo había escogido, una cabeza fría era siempre útil en el campo de batalla.
Sansker estaba dividido en sus emociones. Una ira extraña estaba comenzando a formarse dentro de él, un sentimiento oscuro que no quería que dominara su mente, pero era incapaz de suprimir. Y al mismo tiempo un miedo terrible, casi parecido al pánico, que le quería quitar la razón. No sabía si quería ponerse a reír o llorar. Siempre había sido lento en entender sus emociones. Tuvo que irse de casa para entender cuanto amaba su hogar. Tuvo que perder a sus camaradas para darse cuenta de que amaba su vida en la Marina. Tuvo que enfrentarse a la muerte en batalla para entender que le gustaba vivir en Ukataka. Y tuvo que ver a Kikka a punto de morir para entender cuanto le importaba.
Estaba tan distraído que apenas se dio cuenta de que entraron en el Otro Mundo cuando la luz del sol se desvaneció de repente y se encontró corriendo con sus compañeros en medio de una calle, rodeado de edificios que se extendían en todas direcciones, árboles con flores de cerezo adorando cada esquina y un gran castillo de estilo japones en la lejanía, dominando todo como una montaña. El lugar era una ciudad enorme, bañada por la luz de la luna y las estrellas, con una sensación de paz y calma igual que la de una iglesia, donde sus pazos resonaban fuera de lugar en un ambiente tan pacifico e idílico.
La Era de la Paz, pensó Sansker. Había leído sobre ella, una ciudad interminable y elegante, con edificios ordenados y bien construidos, rodeada de árboles con flores de cerezo, en una noche perpetua y tranquila que no terminaba nunca. Lo único que arruinaba el efecto era la sensación de vacío que producía aquella ciudad fantasma. La ausencia de personas le daba la atmosfera siniestra de un cementerio. En la distancia se escuchó un chillido agudo, igual que el de un ave de presa, que rompió el silencio casi como desgarrándolo.
—Ese es el Oni—dijo Sansker, reconociendo el sonido.
—Se dirige hacia la zona boscosa—intervino Hayatori—podemos acortar por los tejados.
Ōka respondió desviándose hacia esa dirección de golpe, pero los otros tres la siguieron sin problema, saltando sobre los techos y corriendo hacia la zona boscosa que hacía las veces de un parque enorme en el centro de aquella ciudad. Por encima de los árboles surgió la figura del Oni, una sombra oscura imposible de identificar, elevándose en el aire y chillando otra vez. Sansker temió que fuera a escapar, pero la criatura dio un giro en el aire y regreso, sobrevolando el pequeño bosque y repitiendo sus chillidos. El Oni descendió y se perdió entre los árboles otra vez por lo que los Asesinos se apresuraron para atraparlo antes de que pudiera volar otra vez.
Los cuatro irrumpieron en un claro y el Oni alado estaba esperándolos. La criatura tenía la forma de un ave gigante, pero sin plumas, con escamas rojas y doradas por toda su piel. Su cabeza era igual a la de un gallo, solo que en vez de cresta tenía tres cuernos grandes que apuntaban hacia atrás, y cuatro grandes alas en vez de dos. Su cola también era larga y parecía más la de un reptil que terminaba en una larga forma de hoja. Sansker reconoció la imagen de uno de los libros que había leído en el cuartel, el Oni era un Hinomagatori, una bestia alada cullo llamado…
—Está convocando a los Oni—dijo Hayatori.
No hacía falta que avisara. El terreno frente a ellos comenzó a agrietarse y desde agujeros en el suelo comenzaron a surgir Diablillos, Escupe-Venenos y otros Oni pequeños, además de varios que surgieron de entre los árboles, rodeando a los Asesinos. Sansker movió la mano hacia su nueva espada y comenzó a desenvainar lentamente.
—Sin la barrera de energía Ukataka esta indefensa… no podemos dejar escapar a ninguno—dijo Ōka desenvainando su arma. Cerro los ojos brevemente y murmuro su siguiente frase tan bajo que Sansker apenas pudo oírla—Kikka… por favor, que estés bien…
—Me ocuparé del perímetro—dijo Hayatori quien desapareció sin más.
Aquello fue la señal, los Oni se lanzaron al ataque y los Asesinos hicieron lo mismo. Ōka fue la primera en atacar, sin siquiera detenerse la Asesina imbuyo su espada con su poder y libero una honda de energía hacia adelante en forma de arco, cortando por la mitad a una docena de Oni que intentaron ponerse en su camino. Sansker ataco igualmente y su espada bajo, golpeando a una Escupe-Veneno que intento saltar sobre él. La hoja cortó al demonio como si fuera de papel y pudo seguir el movimiento para apartar a un Diablillo que intento hacer lo mismo, hiriéndolo con el mismo impulso y sin apenas sentir fricción alguna en la espada.
Pero ni Ōka, ni él pudieron igualar la ferocidad de Fugaku. El Asesino de los guanteletes cargo hacia el Hinamagatori en línea recta, aplastando o apartando cualquier Oni que intentara detenerlo. La bestia alada chillo y escupió un chorro de llamas hacia Fugaku, pero este puso sus guanteletes frente a su rostro y atravesó el fuego como si no existiera, su cuerpo resplandeciendo con la energía de su Mitama para darle más impulso. Con un rugido de furia golpeo al Oni en el pico y salto encima de él, tratando de aplastarle la cabeza con otro golpe demoledor. El Hinamagatori agito sus alas, impulsándose en el aire y logro alejarse de su atacante, chillando de dolor.
— ¡¿Cómo te atreves a darme esperanzas?!—gritó Fugaku— ¡No eres el que estoy buscando, así que vete al Infierno!
Ōka ataco en ese momento, dando un salto para alcanzar al Oni que flotaba cerca del suelo, manteniéndose en el aire con la fuerza de sus cuatro alas. El Hinamagatori dio un giro en el aire, sin perder el vuelo y golpeo a Ōka con sus alas, arrojándola hacia la masa de Oni debajo de el. Sansker avanzó, pero al quedar frente al demonio este levanto sus cuatro alas, cubriendo su figura en llamas y agito sus músculos, enviando un tornado de fuego hacia él. John se cubrió con el escudo, y el calor del fuego lo envolvió por completo, atrapándolo en medio del torbellino. El Hinamagatori lanzo más fuego de su boca, buscando eliminarlo con sus llamas.
— ¿Eso es todo?—preguntó Sansker escondido detrás de su escudo y sintiendo ganas de reírse. Concentrándose en su espada, comenzó a enviar el poder de su alma al filo. A diferencia de su antigua arma, esta se sentía mucho más flexible y la hoja tomo un tono azulado. Con un mandoble hacia arriba Sansker lanzo un Destructor, dispersando el tornado de fuego con el poder de la honda y golpeando al Hinamagatori, cortando una de sus alas—No tienes ni idea de lo que has hecho… ¡¿Y esto es todo tu poder?!
El Oni cayó al suelo, herido, y de su hala faltante comenzó a manar sangre oscura a borbotones. Los otros demonios trataron de atacar a Sansker así que este hizo girar su espada, cortando a los que venían de frente y golpeando a los que venían por atrás con el escudo, sintiendo como algo se partía contra el borde metálico.
Aprovechando la apertura que había creado, Ōka y Fugaku volvieron al ataque contra el Hinamagatori, que intentaba crear un miembro fantasma para cubrir la pérdida de su ala. Suzakura descendió sobre el otro costado y corto dos alas de un solo golpe. El Oni retrocedió, escupiendo fuego y agitando su única ala restante, como si tratara de tomar vuelo con solo un brazo. No llego a recuperarse porque en ese momento Fugaku salto sobre él y lo golpeo en la cabeza, su guantelete haciendo tanto daño que el cuerno principal del demonio se partió y este cayo en el suelo nuevamente, quedando justo a los pies de Sansker. Antes de que el Hinamagatori tuviera tiempo de hacer algo más, Sansker clavo su espada en el ojo de la bestia y corto hacia arriba, dándole un golpe mortal.
El cuerpo del Oni se tensó un momento antes de desplomarse por completo y John se permitió dar un suspiro. Justo entonces, del cadáver del demonio volador, surgió la esfera azul y cambiante de una Mitama. Sansker alzo la vista, sorprendido, y su mirada se topó con la de un joven de rostro alegre y tranquilo, con una ropa azul claro y el cabello largo y oscuro atado con una cola. Lo más sorprendente era su ropa, que tenía un estilo marcadamente occidental. La figura del joven se desvaneció y la esfera avanzo hacia él, introduciéndose en su pecho.
—Gracias a Dios que finalmente ha llegado mi salvador. Soy Amakusa Shirou, el hombre que se revelo contra el Shogun para proteger las enseñanzas del cristianismo. Me alegra conocer a otro seguidor del Señor. En agradecimiento te prestare mi poder.
John sintió el alma del héroe fusionarse con la suya, uniéndose a los demás. Con su nueva Mitama integrada dio la vuelta para continuar el combate. Los Oni pequeños no presentaron mucha resistencia. Sin el Hinamagatori para llamarlos algunos intentaron huir, pero los Asesinos pudieron dar cuenta de cada uno de ellos gracias a Hayatori, quien se ocupó en persona de que ninguno escapara del claro.
La misión había sido un éxito y ni siquiera les tomo demasiado tiempo. Aún así Sansker estaba intranquilo. El Hinamagatori no había atacado la aldea por casualidad. Y no era la primera vez que un Oni que hacía algo extraño resultaba esconder el alma de un héroe del pasado. Ōka se apresuró a decirles que volvieran a la aldea, sin dunda preocupada por Kikka, algo que él compartía. Pero mientras regresaban a Ukataka, comenzó a sospechar que tenían más de que preocuparse.
El camino de regreso a Ukataka se le hizo eterno a Ōka. Durante la persecución y la batalla había empujado todas sus emociones fuera de su mente, enfocándose solo en la ira y determinación. Ahora que el combate estaba resuelto, todas sus preocupaciones volvían para atormentarla ¿Estaría bien su hermana? ¿Los médicos podrían ayudarla? ¿Qué pasaría si la respuesta era no? Ōka no quería pensar tampoco en la posibilidad que Kikka estuviera muerta, pero la imagen de su hermana inmóvil en sus brazos y sin respirar era una que no podía sacarse de encima.
Sansker, Fugaku y Hayatori no decían nada, pero sabía que estaban observándola. Ōka tenía que mantenerse firme, el jefe Yamato le había confiado la aldea a ella, pero ¿Cómo podría proteger Ukataka si ni siquiera podía proteger a su hermana? Apretó el paso, como si quisiera huir de sus propias dudas y se enfocó solo en el camino. Kikka estaba bien, tenía que estarlo. Finalmente pudo avistar la aldea y el grupo enfilo hacia la entrada. En la recepción estaba Ibuki, Nagi y Hatsuho, listos para recibirlos.
—Hatsuho ¿Cómo esta Kikka?—preguntó Ōka apenas se detuvieron.
La joven tenía la cabeza gacha y no se atrevió a mirarla mientras respondía.
—Está durmiendo, pero los doctores dijeron que el problema es su corazón—dijo Hatsuho con voz apagada—Aun se encuentra en condición crítica y no saben si se recuperara.
—No…—Ōka se llevó una mano a la boca y tuvo que apretar los ojos con fuerza para no quebrarse allí mismo.
A pesar de sus dudas una parte de ella había esperado recibir buenas noticias, que sus preocupaciones eran exageradas, sin fundamento. Ōka tuvo que apoyarse en el escritorio de la recepción, sus manos hundiéndose en la madera. Kikka estaba en peligro y no había nada que pudiera hacer para ayudarla ¿de que servía una espada en esta situación? Peor aún, ni siquiera había tenido la oportunidad de disculparse con Kikka, de decirle cuanto lo sentía por sus palabras. Su propia necedad había empujado a su hermana lejos de ella y su cobardía le impidió reparar el daño, ahora no sabía si alguna vez podría hacerlo.
—Esto es mi culpa…
—Ni siquiera lo pienses. Esto no fue culpa de nadie—interrumpió Ibuki. Dio un paso al frente y le puso una mano en el hombro—En lugar de culparte a ti misma, piensa en lo que tenemos que hacer a continuación. Nuestra Doncella es fuerte, pero es nuestro deber apoyarla hasta que se recupere.
Ōka se sorprendió, pero el lancero estaba en lo correcto. Este no era el momento para sentirse mal, tenía que proteger la aldea y darle tiempo a Kikka para recuperarse. Ella era la líder de Ukataka mientras el jefe estaba ausente. No podía fallarles.
—S-sí… tienes razón, lo siento—dijo Ōka.
—Ibuki siendo responsable… ahora si lo he visto todo—dijo Hatsuho, intentando bromear para aligerar la tensión.
—No te esfuerces tanto, niña—replicó Ibuki cruzándose de brazos.
—Sin la barrera, la aldea esta indefensa. Cualquier Oni que se acerque podría ser una amenaza—dijo Hayatori.
—Entonces tendremos que pasar a la ofensiva—intervino Sansker, atrayendo las miradas de todos—Reorganicemos nuestras fuerzas. En lugar de cazar Oni por todo el territorio, formemos un perímetro en torno a la aldea. Cualquier Oni en esa zona deberá ser exterminado, así evitaremos que se acerquen a investigar. Y dejaríamos un grupo permanente en la aldea en caso de que intenten otro ataque sorpresa.
—Es una buena idea—dijo Ōka, pensando por unos segundos—Tendremos que reorganizar las patrullas y crear turnos de guardia para todos…
—Yo me ocuparé de ello—dijo Sansker—tú ve a ver a Kikka, cuando estés lista te doy el relevo.
Ōka dudo unos segundos, sintiendo que estaba mal que se tomara ese tiempo antes de asegurarse que la aldea estuviera a salvo, pero Sansker ya se había dado la vuelta para hablar con el resto y organizarlo todo. Ōka suspiro, agradecida y tomo la oportunidad que le estaban dando. Al menos Kikka seguía con vida, mientras ese fuera el caso entonces había esperanza.
Los días después de que eliminaran al Hinamagatori fueron una prueba para todos. Con Kikka incapacitada los Asesinos se vieron obligados a transformarse en la barrera de Ukataka. Sansker tuvo que asumir un rol más activo como capitán adjunto desde el principio, usando la experiencia que recordaba de la Marina. Hablando con los exploradores acordó un perímetro de unos 10 km alrededor de la aldea, donde eliminarían cualquier presencia Oni y formarían puntos de avanzada para vigilar que ninguno intentara acercarse. Luego organizo grupos de cacería para exterminar a los Oni que hubiera en la zona y organizar diferentes rutas para patrullar y asegurarse que nada pudiera escaparse de su vigilancia. Todo eso implicaba que la mayoría de los Asesinos estaban despiertos y alerta por 12 o 16 horas seguidas, regresando a la aldea para dormir un poco y salir nuevamente.
Sansker ponía de su parte, intentando que no se mostrara el cansancio que comenzó a sentir luego de los primeros dos días de aquella nueva rutina, y marchando cada mañana a supervisar las patrullas. Por su parte Ōka era una roca inamovible en el centro de mando, siempre era la primera en despertar y la última en retirarse a dormir. Sansker la veía activa y enfocada en el trabajo, solo deteniéndose para comer o chequear la condición de Kikka. Él mismo deseaba visitarla, pero con tanto que hacer decidió poner su esfuerzo en tomar tanto de la responsabilidad de dirigir la defensa como pudiera. Aunque su mano siempre regresaba a la piedra espiritual que ella le regalo. Mientras brillara sabía que ella aún estaba con vida.
Para su sorpresa, alguien que termino siendo una ayuda invaluable fue Hayatori. El silencioso Asesino parecía estar en todas partes y tener un instinto increíble para localizar hasta el Oni más furtivo. Tomaba cualquier misión sin rechistar y sus sugerencias ayudaron a los demás a reforzar la seguridad hasta que Sansker pudo sentir que el perímetro estaba tan asegurado como podría llegar a estarlo. No obstante, era una situación insostenible. Para el quinto día el cansancio ya era patente en todos. Incluso Fugaku, quien intentaba mostrarse indiferente, marchaba agachando la cabeza al salir en sus patrullas. Era solo cuestión de tiempo para que comenzaran a cometer errores.
—Llego el relevo—dijo Ibuki, interrumpiendo las reflexiones de Sansker—Vamos, ya llevas mucho tiempo aquí afuera.
—Eh… sí, gracias—respondió él parpadeando. Ni siquiera lo escucho acercarse, Sansker se maldijo por distraerse así—Te lo encargo.
—Claro, no hay nada mejor que patrullar al atardecer—dijo Ibuki haciendo una mueca, pero su intento de humor no le llego a los ojos—Trata de reponerte. Todos estamos un poco al borde, pero estoy seguro de que Kikka saldrá de esta pronto.
El lancero de lio una palmada en el hombro y Sansker regreso a la aldea. El sol se estaba poniendo cuando atravesó la entrada del cuartel. Busco a Ōka con la mirada, pero no la vio por ninguna parte. Suspiro, suponiendo donde estaba. Mientras se recuperaba el equipo médico había movido a Kikka a una habitación en el segundo piso del cuartel, no muy lejos de la oficina del jefe Yamato. Sansker decidió ver si estaba allí y subió las escaleras. Se topo con dos médicos que hablaban entre ellos en voz baja. Los saludo con la cabeza y paso de largo, llegando hasta la puerta corrediza.
Técnicamente no estaba prohibido visitar a Kikka, pero solo Ōka lo había hecho así que dudo un momento, pensando si mejor no debería esperar. Supuso que Ōka estaría fuera o que la podría ver antes de que entrara con Kikka, pero parecía que aquello era pedir demasiado. Al final no tuvo tiempo de tomar la decisión porque la puerta se abrió y Ōka asomo la cabeza.
—Sansker… ¿sucede algo?—preguntó ella en voz baja. Ōka se veía cansada, su mirada normalmente brillante y fuerte estaba apagada y tenía unas manchas debajo de los ojos que su maquillaje no llegaba a ocultar.
—No, solo regresaba con el reporte—respondió él, sintiéndose algo mal por aparecer así—pensé que no… digo, no es importante. Esperaré abajo.
—No es necesario, pasa, creo que le hará bien que la visites—dijo Ōka dando un paso a atrás y abriendo la puerta de manera adecuada.
Sansker entro, quitándose su espada y escudo, dejándolas apoyadas junto a la pared. Kikka estaba acostada sobre un futón en el suelo, al centro de la habitación. La joven yacía sobre las sábanas, vestida solo con un kimono blanco, y con el cabello suelto. Sus ojos estaban cerrados y su respiración era lenta y deliberada. Su piel estaba tan pálida que parecía casi del mismo color que la tela. Ōka se sentó en el suelo junto a ella, apoyándose sobre sus rodillas y talones, tomando una de sus manos. Sansker se sentó al otro lado. Intentando detectar cualquier señal de mejoría en Kikka, pero no pudo ver nada. Aparte del leve movimiento de su pecho, la joven parecía tan mal como la última vez.
— ¿Hay algún cambio?—preguntó Sansker, esperando que sus sentidos solo estuvieran embotados.
—Los doctores dicen que sigue igual—respondió Ōka negando con la cabeza—Aunque creo que ha recuperado un poco de color al menos…
—Ya veo…—Sansker no tuvo el valor de decir lo que pensaba. Era demasiado cruel—Sabes, no tienes que seguir trabajando tanto. Puedo ocuparme del cuartel un día o dos…
—Es mi misión, no pienso fallarle al jefe o a Ukataka—dijo Ōka, se volvió a verlo y le sonrió tristemente—Sé lo que intentas hacer, pero no podré mirar a Kikka a la cara si dejo que te ocupes de todo solo. Ella te aprecia demasiado.
—Ōka, yo…
—Está bien, no es una sorpresa en realidad—dijo Ōka. Bajo la mirada hacia su hermana y tomo la mano de ella entre las suyas, acariciándola suavemente—Lo he notado desde hacía un tiempo. Siempre se veía más tranquila y feliz luego de hablar contigo. Y vi como la salvaste… sé que Kikka desearía verte si despierta… digo, cuando despierte…
La voz de Ōka se quebró y sus manos se tensaron un poco, apretando la mano de Kikka.
—Ella es más fuerte de lo que crees, Ōka—dijo Sansker—pero necesitara a su hermana mayor cuando despierte.
—Espero que así sea… no he sido muy buena hermana últimamente—dijo Ōka—no le pude decir cuanto sentía nuestra discusión, ni cuanto lamentaba mis palabras de aquel día. Solo quería lo mejor para ella, y sin darme cuenta tome decisiones en su nombre… tenía miedo de que me odiara por ello. Y por eso no dije nada… Ella lo es todo para mi, Sansker, y por miedo a perderla le hice daño… ¿crees que pueda perdonarme?
—Sé que lo hará—replicó él, recordando como ambas hermanas le habían confesado lo mucho que su pelea las lastimo. Eran tan parecidas y cabezonas, incapaces de aceptar que ninguna deseaba que la otra muriera para salvarla—No tiene caso que te atormentes. Ibuki tiene razón, esto no fue culpa de nadie. Kikka no desearía verte así.
Sansker le sonrió de medio lado, poniendo su mano enguantada sobre las de las hermanas. Para sorpresa de ambos la joven dormida de repente apretó los dedos suavemente, dando una débil sensación de vida.
—Kikka…—Ōka se froto los ojos, incapaz de esconder sus lágrimas por más tiempo.
John miro hacia otro lado para darle algo de privacidad. Seguía sintiéndose como un intruso, pero también le alegraba ver a Kikka reaccionar. La joven aún estaba con ellos y podría superar esta prueba. La verdad era que no había sabido que responder cuando Ōka le dijo que sabía que Kikka lo apreciaba. No era tan tonto como para pensar que sus sentimientos por la joven fueran completamente unilaterales, pero Sansker aún se rehusaba a admitir que tanto significaba ella para él. Aunque ya no podría negar que Kikka era alguien importante en su vida.
Ōka necesito de unos minutos para tranquilizarse. Sansker se quedó junto a ella en silencio, pero su presencia era reconfortante. Todos los Asesinos estaban poniendo de su parte en ese momento, pero sin él Ōka se hubiera sentido abrumada por las responsabilidades del mando. Al final dejaron a Kikka y regresaron al primer piso, hablando del trabajo. Al llegar a la primera planta se toparon con Nagi, quien parecía estar esperándolos.
La arquera estaba junto a las escaleras, sus manos temblando un poco y su mirada haciendo todo lo posible para no confrontarlos. Ōka la conocía lo suficiente para saber que deseaba hablar. Al principio, luego de ser asignada a Ukataka, Nagi había sido reacia a conversar con sus compañeros, tratándolos con mucha formalidad. Lograr romper esa barrera había costado esfuerzo y era extraño verla tan alterada.
—Nagi ¿qué ocurre?—preguntó Ōka.
—Yo… la verdad es que…—la Asesina tomo aire, y hablo sin levantar la mirada—He estado investigando y creo que… tal vez haya una forma de salvar a Kikka.
— ¿Qué?—Ōka avanzo hacia la arquera y la tomo por los hombros, luchando contra el impulso de sacudirla— ¿Estas segura?
—Hay una planta llamada hierba de zorro, una medicina del Occidente que es buena para padecimientos del corazón. Si usáramos algo así… tal vez…—respondió Nagi, aun sin mirarla a los ojos.
—Esto es increíble ¡tenemos que buscar esa planta!—exclamo Ōka, sintiendo como la esperanza regresaba a su alma— ¿Cómo se ve? ¿Crees que haya cerca de la aldea? ¿Sabes cómo preparar el remedio?
—Ōka, tranquilízate—dijo Sansker poniendo una mano sobre su hombro.
La espadachina parpadeo y se dio cuenta de que Nagi estaba temblando. Ōka dio un paso atrás, avergonzada de haberse dejado llevar y olvidarse de todo. Nagi parecía igual de tensa e insegura que aquel día que le pidió ayudar a los exploradores.
—Conozco la planta… pero… no estoy segura…—dijo Nagi, finalmente levanto la mirada y enfrentándose a Ōka—Investigué lo que pude. Pero no puedo saber con certeza si es lo correcto… la planta deber ser preparada apenas se arranque del suelo… podría equivocarme con la dosis o estar mal… quizás le haga más daño a Kikka… yo, no puedo…
Ōka abrió la boca, pero no supo que decir. La esperanza que Nagi acababa de encender luchaba por no extinguirse. Parte de ella deseaba sacudir a la arquera y obligarla a soltar todo lo que sabía. Ōka se odio por eso, más aún al ver la angustia que Nagi sentía, un temor casi tan grande como el suyo.
—Lo siento, Ōka, no debí decir nada…—dijo Nagi apretando las manos contra su pecho.
—Pero no podías quedarte callada ¿verdad?—intervino Sansker. Nagi levanto la cabeza.
—No… esperaba que hubiera alguna cerca… que los médicos pudieran…
—Deja de huir de ti misma, Nagi—interrumpió Sansker. No levanto la voz, pero hizo que la arquera guardara silencio—Entiendo, no deseas hacer daño, no podemos obligarte. Pero sabes lo que podría pasar si no hacemos nada. Así que dime… ¿quieres quedarte aquí y dejar pasar todo, o al menos intentarlo?
Nagi cerró los ojos un momento, reflexionando.
—Tienes razón… —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza. Al abrirlos sus ojos habían recuperado el aplomo de siempre—He sido una tonta. Dude de mi misma, cuando la respuesta era tan obvia. La hierba de zorro es lo que Kikka necesita, hable de sus síntomas con los doctores y los escritos están en lo correcto. Sé que puede ayudar.
— ¿Pero dónde encontraremos la planta?—preguntó Ōka—dijiste que no crece cerca de la aldea.
—No, pero este tipo de hierbas suele crecer salvaje en zonas boscosas y templadas—dijo Nagi, como recitando de memoria un pasaje—La Era del Honor, incluso con el miasma del Otro Mundo, debería poder sustentar este tipo de plantas… sé que la encontraremos allí.
—Entonces no hay tiempo que perder—dijo Sansker—Nagi y yo iremos a buscarla. Nuestra guardia ya termino.
—Por favor… se los encargo a ambos—dijo Ōka agachando la cabeza. Ella no podía abandonar la aldea en estos momentos—Salven a Kikka, se los ruego.
Ambos le dieron su palabra y salieron de Ukataka apenas unos segundos después. Ōka. Deseo poder ir con ellos, pero su deber era demasiado importante. No sabía que carga tenía Nagi en su corazón, pero parecía que la arquera había podido resistirla gracias a las palabras de Sansker. Ōka tuvo que sonreír un poco. Él no solo era un gran apoyo en el mando, también era una roca que podía ayudar a cualquiera a superar sus peores temores. Y lo hacía sin darse cuenta, sin notar lo mucho que sus palabras podían impactar a otros. Ōka sabía que mientras fuera él, podía contar con que haría su mejor esfuerzo y podía confiarle incluso la vida de su hermana. Sansker no le fallaría.
Sansker dudaba que alguna vez fuera a acostumbrarse al Otro Mundo. Cruzar a través de las diferentes Eras, con los cambios que ignoraban el movimiento del sol en el cielo era chocante por si mismo, pero el efecto toxico del Miasma lo hacía peor. Casi ninguna planta o animal podía vivir allí, de vez en cuando algo crecía, pero era un reflejo del pasado, o un esqueleto moribundo. Pero Nagi insistía que la planta que buscaban crecía de manera salvaje incluso en el Otro Mundo, y valía la pena arriesgarse.
—El clima temperado… no lejos del agua… busca a las sombras…—decía Nagi, murmurando lo mismo una y otra vez como si no quisiera olvidarlo.
Ella abría la marcha. Al final fueron solos, todos estaban cansados u ocupados, y no tenía sentido arriesgar más vidas. Sansker esperaba honestamente que pudieran encontrar la planta, y aunque su cuerpo le pedía ya un descanso, se obligó a si mismo a continuar. Concentro dentro de si la fuerza de sus Mitama, dejando que su poder espiritual le diera energía a sus músculos. Normalmente era una técnica que se usaba en la batalla, lo cual les daba a los Asesinos un aguante casi inagotable, pero estos días lo tenía que hacer solo para seguir en forma. No era un sustituto para un descanso adecuado, solo una manera de posponer la necesidad de uno.
Los dos llegaron hasta una de las cavernas en la Era del Honor. Apeas vieron Oni en su camino, solo algunos Diablillos y Colmillos. Los evitaron dando un rodeo, y así llegaron hasta un espacio abierto dentro de la caverna. Sansker lo reconoció, era donde Hatusho, Ibuki y él habían enfrentado a los Aulladores. El pequeño lago interno seguía allí, y Nagi avanzo, señalando hacia el centro. Justo a la casa dorada que tenía el tronco de un árbol gigantesco atorado a través de su estructura.
— ¡Allí esta! —exclamo la arquera—Tenemos que llegar hasta la pequeña isla.
—Al menos es fácil de encontrar—dijo Sansker—creo que si seguimos las raíces no deberíamos tener problemas…
Los dos avanzaron al borde del agua y Sansker salto primero sobre las raíces del árbol. No estaban por completo por encima de la superficie, pero no le hacia ninguna gracia la perspectiva de nadar en un lago en medio de una caverna de Oni. Nagi lo siguió y aunque a veces tuvieron que hacer pequeños saltos llegaron hasta la casa dorada. Sansker se sorprendió de ver que, en efecto, el lugar estaba cubierto de hierba. De hecho, el miasma no era tan fuerte, como si la presencia de aquella estructura purificara el aire.
—Me pregunto de quien sería esta casa…
—Se le conoce como el Kinkaku-ji, El Templo del Pabellón de Oro, pero su verdadero nombre es Rokuon-ji, El Templo del Jardín de los Ciervos—dijo Nagi mirando hacia el suelo, buscando entre la maleza que crecía por todas partes. Aunque tenía un aspecto descuidado, aquella muestra de vida pura en medio del Otro Mundo era una vista agradable, y la escena encajaba con los paisajes creados por la Edad del Honor—Fue originalmente la casa de descanso de un noble, pero el shogun Ashikaga Yoshimitsu la compro, y transformo en esta estructura, con su muerte fue consagrado como un templo budista. Por eso es por lo que, aunque haya sido traído aquí por los Oni, este lugar aún tiene una pureza que no pueden corromper del todo.
Sansker asintió, mirando hacia la estructura con mayor respeto. Un fragmento de historia del pasado traído hacia el presente. Se llevo una mano al pecho, sintiendo la presencia de sus Mitama. Para esos héroes, este había sido su mundo antes de ser arrancado por los Oni. Pasado, presente… incluso el futuro, esas bestias parecían querer arrebatarles todo. John bajo la mirada, con algo de suerte no podrían quitarle a Kikka su futuro. No si ellos podían hacer algo.
—Aquí esta—Nagi se arrodillo y señalo una planta con sus manos. Aunque no la tomo—Hay… hay… tenemos que arrancarla y molerla, mezclarla con agua limpia… No, primero hay que lavarla y después… ¿teníamos que hervirla? Yo no…
—Nagi, tranquila—Sansker la interrumpió antes de que siguiera. Se arrodillo junto a ella, mirando la planta. Era una hierba común, con un tallo verde y una parte superior cubierta de una especie de pelusa que recordaba a la cola de un zorro. De allí el nombre supuso.
—No puedo hacerlo… Sansker, ¿podrías…?—dijo Nagi mirándolo con ojos suplicantes—Yo no creo poder…
Las manos de la arquera temblaban, parecía que el temple que había recuperado en Ukataka se evaporo apenas vio la planta y supo que tendría que actuar. John podía entender, superar una experiencia como la de Nagi era difícil. En su paso en la Marina vio a muchos hombres valientes terminar mal, incapaces de olvidar momentos horribles o de volver a ser quienes fueron. Pero la vida de Kikka dependía de esto. Sansker tomo aire y extendió sus manos, tomando las de Nagi.
—Podría, sí… pero no sé lo que hay que hacer—dijo él—Nagi, respira profundo… ¿qué más sabes del Rokuon-ji?
— ¿Qué?—preguntó ella, sorprendida— ¿Que tiene…?
—Respóndeme, ¿Cómo se llamaba el noble que lo construyo? —insistió Sansker, apretando las manos de Nagi para que no pudieran temblar más.
—Sa-Saionji, su nombre era Saionji Kintsune…—respondió finalmente.
— ¿Qué nombre tenía la vivienda cuando él la construyo?
—Era una villa, la llamaba Kitayama-dai.
— ¿Qué sabes del Shogun Yoshimitsu?
—Fue el tercer Shogun Ashikaga, lo sucedió su hijo, Yoshimochi…—dijo Nagi, ahora con más claridad y confianza—En realidad Yoshimitsu fingió retirarse y darle el poder a su hijo menor, pero siguió gobernando desde las sombras, Yoshimochi solo asumió sus funciones hasta la muerte de su padre años después de su nombramiento como Shogun…
—No lo sabía—admitió Sansker, sonriendo suavemente—Nagi, eres una escolar excelente. Con una memoria impecable. Podrías darme una conferencia sobre los Ashikaga, sobre su estilo arquitectónico… concéntrate… no pienses en tu amiga, no pienses en Kikka. Estas recitándome una lección… ¿qué sabes de la hierba de zorro?
—Es una planta que cre-crece en lugares templados, cerca del agua…—dijo Nagi, sosteniéndole la mirada—Y que pu-puede usarse en medicina… para preparar brebajes y pociones… tiene propiedades buenas para el corazón…
— ¿Y cómo debe ser recolectada y preparada?—preguntó Sansker, llevando las manos de Nagi hacia la planta. La arquera dudo, pero él no dejo que escapara. Tampoco la obligo, solo la sostuvo—Estas dándome una lección, quiero saber Nagi… dime ¿qué es lo primero que hacemos?
Nagi dudo, incluso lucho, aunque sin muchas ganas, para soltarse, pero siguió hablando. Sus manos se movieron debajo de las de Sansker, casi como si él la estuviera guiando. Si dudaba, él la hacía repetirse hasta que la confianza regresaba a su voz. Tomaron la planta y la lavaron con agua de sus cantimploras, luego Nagi la machaco hasta formar una pasta, mezclándola con agua, que volvieron a verter en la cantimplora y sacudieron para que se esparciera correctamente. Nagi adquirió más y más confianza, hasta que finalmente terminaron, con la arquera sosteniendo en sus manos la cantimplora con el extracto de la planta.
—Creo que ya está… esto debería ayudar a Kikka—dijo Nagi, abrazando la botella.
—Entonces tenemos que volver—dijo Sansker poniéndose de pie.
Ahora fue él quien dirigió el camino de regreso, que se le hizo mucho más largo. Sansker deseaba correr sin que le importaran los Oni o cualquier cosa que estuviera en su camino. Logro contenerse a duras penas, pensando que si se metían en una pelea podrían perder la botella que Nagi llevaba contra su pecho como si fuera su hijo. Los dos Asesinos continuaron la marcha, regresando a la aldea cuando era casi la media noche. Entraron en la recepción y fueron recibidos por alguien que no esperaban.
—Me alegro de que volvieran sanos y salvos—dijo Yamato a modo de saludo.
— ¡Capitán!—exclamo Sansker, que se sintió aliviado de ver al viejo Asesino.
—Regrese hace poco, pero Ōka me ha puesto al día de nuestra situación—dijo Yamato—Me he perdido bastante ¿Consiguieron lo que necesitaban?
—Sí, conseguimos el extracto de hierba de zorro—dijo Nagi mostrándole la cantimplora—con esta agua es posible preparar el remedio.
—Muy bien, en ese caso puedes ponerte a ello, Nagi—dijo Yamato.
—Así lo haré, sé que puedo—dijo Nagi. Se volvió a ver a Sansker, que aún estaba algo preocupado—Ya no pienso dudar más, gracias por tu ayuda. Pero es hora de que yo me ocupe de esto.
—Entiendo—dijo Sansker—sé qué harás lo mejor que puedas.
Nagi asintió y se marchó con paso firme. Sansker se volvió hacia Yamato. Estaba contento de volver a ver al jefe, y tenía mucho que decirle. Los reportes, la situación, sus decisiones, la enfermedad de Kikka. De repente fue como si todo se estuviera viniendo encima de una vez y Sansker sintió como si el piso debajo de él se estuviera inclinando a un costado. Se apoyó en el escritorio de la recepción y se obligó a enderezarse.
—Jefe, tenemos que… hay…—intento decir, pero Yamato lo interrumpió.
—Tenemos que ponernos al día, pero no hoy. Ya has hecho suficiente—dijo Yamato negando con la cabeza—Ve a descansar, y gracias por tu esfuerzo Sansker. Duerme un rato, ya hablaremos después.
John quiso protestar, pero no podía negar la lógica del jefe. Asintió, y aunque deseaba asegurarse que Nagi estaba bien preparando la medicina, y ver cuando Kikka la recibía, supo que no sería capaz de mantenerse despierto lo suficiente. Necesitaba dormir, aquel había sido un día muy largo, y ahora que la emoción estaba pasando, ya no tenía fuerza para continuar. De alguna forma logro llegar a su cabaña, dejo caer sus armas a un costado y se dejó ir sobre su cama. Se durmió apenas toco su propia almohada.
La mañana siguiente trajo un día gris y apagado, pero los Asesinos se levantaron al alba, incluso aquellos que no habían dormido demasiado. Nagi, no obstante, fue la primera en llegar al cuartel donde se quedó esperando, en la recepción. La noche anterior pudo terminar la medicina, realizando la mezcla exactamente como recordaba que debía prepararse, y la había administrado a la Doncella Kikka. La medicina actuaba con el tiempo, y Nagi sabía que tenía que esperar hasta la mañana así que tomo su descanso, pero el miedo, que de alguna forma la dejo durante todo el proceso, volvió a atacarla con fuerza.
Sus manos temblaban nuevamente, pero no con tanta fuerza como antes. Nagi apretó los puños, sintiendo otra vez las manos de Sansker en torno a las suyas. Era su firmeza la que le permitió recolectar la esencia y solo pensó en el proceso mientras hacia la medicina y la administraba. Sus dudas, sus memorias, su miedo… todo eso le pareció tan poco importante en su momento. Kikka necesitaba la medicina, sus síntomas eran exactamente aquellos que la hierba de zorro podía tratar. Y aún así no podía estar tranquila. Los demás aún no llegaban, quizás demasiado agotados por estos días tan largos.
—Debes tener confianza, Nagi—dijo una voz detrás de ella.
— ¡Sansker!—Nagi se volvió para mirar al Asesino. Se lo veía cansado, despeinado y agotado, pero aun así sonrió un poco—Deberías dormir más, luego de todo lo que hicimos…
—Lo sé, ya tendremos tiempo para eso—dijo él, reprimió un bostezo tapándose la boca—Por ahora, no creo que pudiera tener sueños tranquilos. Pero he decidido poner mi confianza en tu conocimiento, así que todo saldrá bien.
Nagi no respondió. Era imposible que pudiera hacerlo sin quebrarse ¿Cómo es que él tenía esa fe en ella? Igual que su amiga, incluso cuando la vida se escapaba de ella, no dudo en ningún momento, no perdió la fe en ella. El sonido de unos pasos la hizo levantar la cabeza. Yamato estaba bajando del segundo piso. Sansker se acercó y Nagi contuvo la respiración. Yamato los miro a ambos y sonrió.
—La medicina ha hecho efecto—dijo el jefe—Kikka ya no está en condición crítica. Aún esta dormida, pero los doctores ya no temen por su salud. Ōka está con ella en este momento. Hiciste un buen trabajo, Nagi.
—Gracias al cielo…—dijo Nagi sintiendo como el alivio apartaba sus temores como si fuera un torrente de agua fresca. No se dio cuenta de las lágrimas que comenzaron a formarse en sus ojos hasta que las vio caer y fue incapaz de reprimirlas más tiempo.
—Lo normal es sonreír cuando se reciben buenas noticias—dijo Sansker que parecía casi rejuvenecido de alivio.
—Lo-lo siento—dijo Nagi restregándose los ojos—No son lágrimas de tristeza… es solo que estoy feliz… de que pudiera ayudar. De que la señorita Kikka este bien… yo… no esperaba sentirme así.
—Estos han sido tiempos difíciles para ustedes—dijo Yamato con calma, cerrando su único ojo—Creo que se han ganado al menos un momento de alivio. Disfrútenlo mientras puedan, aún tenemos trabajo que hacer.
—Sí señor—dijo Nagi, limpiándose las lágrimas. Se volvió hacia Sansker—Y también debería agradecerte. Si no hubiera sido por ti, hubiera dejado morir a otra amiga importante.
—No hice gran cosa—replicó él—Tú fuiste quien salvo a Kikka.
—Me enseñaste que aún hay muchas cosas que puedo hacer, y me ayudaste a recuperar la fe en mí misma—dijo Nagi, llevándose una mano al pecho. El alivio que sentía era tan grande que tenía ganas de ponerse a llorar otra vez, pero eso sería impropio. Se agacho, inclinado su torso hacia delante en una reverencia—Desde lo más profundo de mi corazón, te lo agradezco, Sansker… y también, me disculpo por mi estupidez y mi cobardía.
—Nagi, no hay nada que perdonar. Después de lo que me contaste, entiendo que dudaras al tomar esta carga, pero lo lograste. Si de verdad sientes la necesidad de pedir disculpas, entonces tienes que seguir adelante.
Nagi se enderezo. Y una sonrisa finalmente llego hasta sus labios. Sansker tenía razón. Aquel era un primer paso. Aún tenía mucho que hacer, muchos errores que enmendar.
—Seguiré siendo diligente, lo prometo.
Sansker también sonrió, pero de repente un sonido los interrumpió. El capitán, que había comenzado a caminar para marcharse detuvo su paso. La expresión de Sansker se apagó y Nagi sintió una angustia muy diferente abriéndose camino en su pecho. Era la alarma para indicar un ataque de Oni. Aunque estuviera recuperada Kikka aún seguía inconsciente y mientras ese fuera el caso no había barrera de energía.
Parecía que los Oni finalmente se habían dado cuenta y ahora marchaban para aprovecharse de unos Asesinos agotados.
