XXVII – La Última Barrera

No tenía nada de qué arrepentirse. Ōka corría a toda velocidad, repitiéndose esas palabras. De alguna manera, podìa creerlo. La duda no tenía cabida. Kikka necesitaba su ayuda, debía ser salvada, y Ōka estaba decidida a hacerlo ¿Qué importancia tenía lo que pudiera sucederle, siempre y cuando su hermana estuviera feliz?

Era algo que nadie más podía comprender. Ambas habían perdido a sus padres siendo muy jóvenes. Ōka los recordaba apenas como figuras difusas, sombras en su memoria. Así que su familia siempre fue ella y Kikka. Como la mayor, le tocó cuidar de su hermana menor, protegerla. Cuando quedaron huérfanas, Ōka aseguró que no les faltara nada. Aunque no estaban en la calle y recibían ayuda de otras personas, ella fue quien se encargaba de la felicidad de su hermanita.

Si Kikka se entristecía por no poder salir a jugar, Ōka le hacía compañía. Cuando los instructores la hacían llorar por ser demasiado exigentes, Ōka la defendía. Lo que fuera por ver a su hermana sonreír, lo cual le confirmaba que todo esfuerzo valía la pena. Nunca se quejaba; de hecho, disfrutaba hacer cosas por ella. Esta ocasión no era diferente.

Al llegar a la Era de la Antigüedad, fue recibida por una tormenta de arena. Ignorando a los Oni menores, Ōka se enfocó únicamente en su objetivo. Necesitaría de toda su fuerza. Desconocía cuánto tiempo resistiría el miasma una vez comenzara a elevarse; ¿minutos, segundos? Si caía antes, todo habría sido en vano. Avanzó hacia la cima, hacia la densa masa de miasma donde el aire era prácticamente inexistente.

Comenzó a toser casi de inmediato y, al alcanzar la elevación, tuvo que detenerse para recuperar el aliento. Era sorprendente que, a pesar de no ser visible, el miasma se sentía como una capa pegajosa en el aire, un error en la misma realidad. En esa cima desolada, sobre las dunas, solo quedaban las ruinas de una aldea antigua, tan vieja que parecía a punto de desplomarse por el borde y ser devorada por la arena. El cielo exhibía el vórtice eterno del Otro Mundo, que devoraba cualquier referencia natural, otorgando a la Era su luz y calor perpetuos.

—Un paisaje del pasado...—musitó Ōka, controlando su respiración. El aire se oscureció, y la arena fue aplastada frente a ella. Un portal en la realidad expulsó ondas de oscuridad, intensificando la densidad del miasma y anunciando la presencia del Oni—Y la presa que he venido a buscar.

Yatononushi, el demonio descrito por Hayatori, emergió del portal, extendiendo sus cuatro brazos y golpeando el suelo, creando una onda expansiva que levantó una nube de arena a su alrededor. Estos Oni eran raros, poseedores de una fuerza tremenda y poderes extraños, similares a los de los Asesinos. La criatura, de forma serpentina, tenía un torso musculoso adornado con cuatro brazos, dos de los cuales blandían armas —una espada y un garrote—. Sus escamas, oscuras y de aspecto armado como una defensa natural, se complementaban con un gran cuerno que coronaba su cabeza. Su cola, larga y fuerte, le permitía erguirse, terminando en una gran tenaza con cuatro garras flexibles.

Ōka desenvainó a Suzakura y se lanzó hacia el Oni, concentrando todo el poder posible en el filo de su hoja, formando un destello rojo de la técnica del Destructor. Sin tiempo para estrategias o deliberaciones, estaba decidida a acabar con todo tan rápido como fuera posible. Al notar su presencia, el Yatononushi giró su enorme cuerpo, que comenzó a brillar con un resplandor rojizo. Ambos colisionaron, desatando una fuerte explosión de energía espiritual que hizo temblar las ruinas de la aldea.


Sansker conocía esa sensación de urgencia. Habían corrido contra el reloj y perseguido enemigos en múltiples ocasiones, pero esta vez era distinto.

El grupo siguió a Ōka, quien les llevaba una hora de ventaja. Alcanzaron la Era de la Antigüedad y se dirigieron derecho a la zona del enfrentamiento contra el Mizuchime. Pese a la prisa, John sugirió enviar a Hayatori como explorador, mientras los demás tomaban una ruta más larga pero segura. El ninja volvió justo cuando llegaban a la base de la colina dominada por la masa de miasma.

—Capitán, nos esperan un gran número Oni adelante—anunció Hayatori, materializándose ante ellos—Hay indicios de combate en la cima; Ōka debe estar allí.

—Tenemos que apresurarnos—intervino Ibuki—Tenemos que rescatar a esa imprudente antes de que sea demasiado tarde.

—No lograremos nada si nos alcanza una horda—contrapuso Sansker—Hayatori, ¿cuántos son?

—Imposible contarlos. Al menos cinco Oni gigantes, atraídos probablemente por el combate. Parecen proteger al último guardián de la barrera, bloqueándonos el paso.

La estrategia era evidente. Al descubrir su escondite, los Oni optaban por demostrar su fuerza. Sin embargo, esta vez los Asesinos contaban con más aliados de lo usual.

—Fugaku, Hatsuho, Nagi, contengan a este grupo—ordenó Sansker, tomando una decisión rápida—.Impidan que nos sigan. Ibuki, Hayatori, conmigo a la cima. Lo crucial es regresar con vida.

Todos asintieron, incluso Hatsuho no objetó. Sansker, ahora más cómodo liderando en combate, confiaba plenamente en ellos. Desenvainó Ascalón y, con la espada en mano, lideró el avance. Al coronar la última duna, divisaron el grupo descrito por Hayatori.

Los Oni reaccionaron velozmente. Aunque descoordinados, su caótica defensa formó una barrera de dientes y garras. Entre ellos, destacaban Mifuchi liderados por una araña blanca, junto a Diablillos, Aulladores y Escupe-Veneno, actuando como un enjambre.

Con su escudo adelante, Sansker avanzó. Invocó a sus Mitama para ganar velocidad. Envuelto en un brillo verde, el mundo a su alrededor pareció ralentizarse mientras él seguía en movimiento. Pateo a un Diablillo, cortó a un Escupe-Veneno, evadió a un Aullador y se deslizó bajo el Mifuchi, atravesando la horda como un relámpago.

Al salir, se volvió e invocó otro espíritu. Un aura blanca lo envolvió, y proyectó su poder espiritual en un pozo de luz bajo los demonios del que surgieron cuchillas de energía, cortando a los Oni pequeños y lesionando al Mifuchi, que huyó del ataque. Esto dejó el camino libre para sus compañeros.

Hayatori e Ibuki se sumaron a él, y juntos dejaron atrás la horda. En la cima, la colina temblaba. Ōka aún luchaba, enfrentándose a un adversario que ni ella podía vencer fácilmente.


Ōka rodeó al Yatononushi y atacó. Su espada trazó varios cortes superficiales, a menudo interceptada por la armadura del demonio. Solo logró golpear tres veces antes de que un enorme puño se abatiera sobre ella, forzándola a saltar a un lado. La fuerza del impacto creó un cráter, y el Yatononushi aprovechó para lanzar un segundo ataque con el otro brazo, armado con una espada.

Imposibilitada de esquivar, Ōka invocó a su Mitama, enfocando el poder del espíritu en una barrera dorada alrededor de su cuerpo. La espada chocó contra la defensa, desviándose sin causar daño, aunque Ōka sintió cómo el impacto drenaba sus fuerzas. Era como una onda de choque a través de su cuerpo. Apretó los dientes y trató de avanzar, aunque su velocidad había mermado por el golpe. El Yatononushi giró, dándole la espalda, y atacó con su cola.

El apéndice, grueso como el tronco de un árbol, barrió ampliamente y golpeó su barrera, lanzando a Ōka hacia atrás contra una de las antiguas casas de la Era de la Antigüedad. La barrera la protegió de lo peor, pero la colisión contra el suelo deshizo su concentración y la protección se desvaneció. El dolor se extendió por todo su cuerpo, impidiéndole discernir la fuente de sus mayores heridas.

Mientras el Yatononushi se arrastraba hacia ella, Ōka intentó levantarse. "Aún no. Primero debo acabar contigo", pensó, logrando arrodillarse a pesar de estar casi sin aliento. El Oni era formidable; sus ataques apenas lo habían dañado, mientras que cada uno de los suyos era potencialmente mortal. Si no fuera por su Mitama defensivo, ya habría perdido. Y, aun así, estaba gravemente herida, con posibles fracturas en su pierna izquierda y un profundo corte en el brazo derecho que sangraba profusamente.

Sin embargo, no se dio por vencida. Apoyándose en su espada como si fuera un bastón, Ōka se puso de pie. El Yatononushi se detuvo al verla erguirse y se preparó para un nuevo embate. Estaba demasiado lejos para un ataque directo, pero si cargaba, podría apuntar a su cuello. Antes de que pudiera moverse, una sombra negra apareció detrás del demonio, justo a la altura de su cabeza. El Oni reaccionó, embistiendo con su cuerno contra la sombra, generando un sonido metálico. Hayatori emergió en medio del aire, rodando fuera del alcance del demonio.

Sin tiempo para preguntas, una esfera de luz blanca golpeó al Oni, causando una explosión de energía espiritual. Ibuki atacó después, intentando alcanzar la cabeza con su lanza, pero el Yatononushi lo repelió con sus brazos y saltó, dejándolo vulnerable. Hayatori intervino de nuevo, salvando al lancero al arrastrándolo antes de que la cola del monstruo lo aplastara.

—No... —murmuró Ōka, viendo a sus compañeros—Se suponía que solo yo debía morir. ¿Cómo llegaron aquí?

—¿Intentas superarme? —bromeó Ibuki, pero sin quitar la vista del Yatononushi—Piensa en mi reputación.

—Nuestro capitán dio órdenes—añadió Hayatori, uniéndose a ellos—Una sombra simplemente obedece.

Sansker apareció detrás de Ōka, poniendo una mano en su hombro.

—¿Estás bien? Parece que llegamos a tiempo—dijo, y sin esperar respuesta, instruyó—Ibuki, Hayatori, ya saben qué hacer.

—Destruir al enemigo y escapar antes de quedarnos sin aire—dijo Hayatori, desapareciendo entre sombras.

El Oni rugió de rabia y agitó su cola hacia ellos, dejando que comenzara a brillar en sus puntas. Del polvo se formó un fuerte remolino de aire, igual que los creados por un Kazekiri. Ōka sintió cómo Sansker tiraba de ella hacia el lado, Ibuki y Hayatori esquivando a su manera. El remolino golpeó las ruinas de la casa, destruyéndola y soltando ondas de aire afiladas como espadas.

—Maldita sea, tiene magia—dijo Sansker—. ¿Puedes moverte?

—¿Por qué...? —Ōka lo interrumpió, confundida y frustrada. Él la miro como si no entendiera, como si su presencia no arruinara todo—Se suponía que solo sería yo ¿Por qué los trajiste?

—Eres mi amiga, no pienso dejarte morir —respondió Sansker firmemente.

El Yatononushi avanzó hacia ellos, deslizándose sobre la arena al modo de una serpiente. Hayatori lo interceptó, colocando una de sus trampas en su trayectoria. Al chocar con el sello de energía, el Oni se detuvo en seco, quedando inmovilizado mientras los arcos de energía lo retenían, provocándole temblores. Ibuki avanzó hacia él, impregnando su lanza con poder espiritual. El demonio, empezando a brillar en un intenso rojo, desprendió de su cuerpo una esfera de luz roja gigantesca. El sello de Hayatori estalló, liberando al Oni, que esquivó a Ibuki. El Destructor del lancero surcó el campo de batalla como un rayo de luz roja, errando por escaso margen.

El contraataque del demonio fue inmediato. Elevó sus cuatro brazos y golpeó el suelo frente a sí. La arena comenzó a resquebrajarse y dos 'túneles' de arena se desplazaron, rompiendo la superficie como entidades deslizándose por debajo. Uno se dirigía hacia Ibuki y el otro hacia Sansker y Ōka. En el último instante, Ōka empujó a su compañero, justo cuando el ataque les alcanzó y detonó bajo sus pies, arrojando tierra y rocas al aire. Ibuki, intentando esquivar, recibió un impacto indirecto y lanzó un grito de dolor.

— ¡Ibuki!—exclamó Ōka al observar que el Yatononushi se dirigía hacia él. Hayatori atacó, brindándole tiempo al lancero para recuperarse—Esto no puede continuar. Deben marcharse, rápido. Puedo enfrentarme a este demonio.

—Ninguno piensa dejarte, Ōka—respondió Sansker, negando con la cabeza—Nos iremos juntos, tras derrotarlo.

— ¿No comprendes?—Ōka se aferró a su abrigo—Morir no me importa, siempre y cuando Kikka esté a salvo,

En el bolsillo de Sansker, algo comenzó a brillar. Él insertó la mano y extrajo una pequeña piedra. Ōka la reconoció de inmediato como un fragmento de Piedra de la Barrera. Sansker la colocó en sus manos, le ofreció una sonrisa breve y luego se lanzó hacia el Oni. Ōka lo siguió con la mirada, pero su mente se detuvo al escuchar la voz emanando de la piedra.

Por favor, Ōka. Debes vivir.

—Kikka…—fue lo único que Ōka pudo pronunciar, sintiendo la presencia de su hermana como si estuviese a su lado. Quería explicarle todo su razonamiento, sus ideas, su justificación. También deseaba regresar y abrazarla, asegurarle que todo estaría bien.

Entiendo lo que intentas hacer. Pero, por favor, vuelve conmigo—dijo Kikka. La telepatía le permitía captar hasta la más mínima emoción de su hermana, y el deseo de Kikka brillaba intensamente—No necesito una heroína ni una mártir. ¡Solo quiero a mi hermana conmigo!

—Yo… yo solo…—Ōka intentó responder, con un nudo en la garganta. Kikka lo era todo para ella y estaba dispuesta a sacrificarlo todo por salvarla.

—Te quiero, Ōka. Siempre lo haré. Por favor… recuerda nuestra promesa.

La promesa… Llevándose la piedra al pecho, Ōka recordó aquel momento, mucho tiempo atrás, cuando Kikka pequeña. Un simple deseo, formulado cuando todo parecía más sencillo: la promesa de que juntas volverían a ver un cielo estrellado, libre de miasma.

—Te quiero, Kikka —dijo Ōka—Y volveré contigo.

Guardó la piedra entre sus ropas y levantó la mirada. Sus compañeros combatían al Yatononushi y ella estaba decidida a no dejarlos enfrentarlo solos.


Sansker volvió a emplear sus Mitama, potenciando su velocidad y agilidad. Por su parte, Ibuki optó por retroceder, lanzando proyectiles de energía espiritual, mientras Hayatori se enfrentaba al enemigo con sus dagas, buscando vulnerabilidades. No obstante, ni los ataques de Golondrina ni las detonaciones de luz blanca de Ibuki lograban impactar significativamente en la armadura del Yatononushi. El demonio, con sus enormes extremidades o armas, bloqueaba los proyectiles de Ibuki, torciéndose con una agilidad sorprendente para su tamaño, mientras que las dagas de Hayatori apenas le infligían cortes superficiales. El antiguo ninja debía mantenerse en constante movimiento para evitar ser aplastado.

John se lanzó a toda velocidad hacia el Oni, esquivando su guardia y asestando un golpe con Ascalón. La espada negra se hundió en el monstruo, cortando un fragmento de su cuerno a la altura de la cadera. Un chorro de sangre negra brotó, provocando un rugido en la criatura. Mientras tanto, Ibuki preparaba otro proyectil, apuntando a la cabeza, y Hayatori atacaba por el flanco, buscando herir uno de los brazos.

El proyectil impactó, aturdiendo al Oni. Hayatori, impulsándose contra el cuerpo del Yatononushi, elevó sus dagas, imbuidas de poder espiritual. Las hojas brillaron con un fulgor rojo sangre, aumentando de tamaño justo cuando el Asesino descendió su ataque, cercenando ambos brazos izquierdos del demonio. La criatura emitió un aullido de dolor, cayendo de lado, retorciéndose entre un mar de miembros, sangre y arena, revolcándose en su agonía.

—¡Lo tenemos!—exclamó Sansker, alzando su espada, listo para asestar el golpe final.

Sin embargo, el Yatononushi anticipó su movimiento. Apenas avanzó un paso, la cola del Oni se movió rápidamente, estirándose sobre su cuerpo. La garra en su extremo, envuelta en sombras y salpicada de energía blanca y negra, lanzó una esfera oscura que sobrevoló la cabeza de los presentes, quedando suspendida en el aire y girando sobre sí misma. Sansker comprendió su naturaleza apenas un instante después.

—¡Aléjense!—gritó John.

La esfera osciló y comenzó a atraer todo hacia su centro: la arena, los restos, incluso el aire. Sansker sintió cómo sus palabras eran absorbidas antes de alcanzar a sus compañeros, mientras una fuerza invisible tiraba de él. Ancló Ascalón en la arena, intentando resistir, pero la espada solo dejaba un surco sin encontrar suficiente agarre. Luchó contra la atracción con todos sus músculos tensados, en un esfuerzo titánico por no ser engullido.

Levaantó la vista, la masa oscura parecía engrosarse con cada objeto que caía en su centro. John, evocando el poder comparable al de Amaterasu, pero a una escala mayor, consideró invocar a otra Mitama. Sin embargo, sospechaba que, al relajarse para canalizar al espíritu, la fuerza lo succionaría por completo; estaba atrapado, siendo arrastrado inexorablemente.

—¡Sansker!—Una figura aterrizó a su lado, sujetándolo por la cintura. Una barrera de energía dorada los envolvió—Te tengo.

—¡Ōka!—exclamó él. La fuerza de atracción cesó; la espadachina había logrado anclarlos, pero la esfera de oscuridad seguía creciendo, devorando todo a su alrededor—Maldita sea.

—Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos —afirmó Ōka— ¿Verdad?

John asintió, consciente de lo que se avecinaba. La esfera estaba a punto de alcanzar su masa crítica y detonar en una explosión devastadora. Resistir sería difícil e incluso así tenían que lidiar con el Yatononushi, pero al mirar a su compañera, supo que no tenía que decir nada.

—Juntos—asintió Sansker. Invocó a Tokugawa Ieyasu, y su cuerpo brilló con un aura similar a la de Ōka. Una segunda barrera se formó alrededor de ellos, fusionándose con la primera, y ambos se arrodillaron, preparándose para el impacto.

La esfera de oscuridad estalló, liberando una onda de energía negra que se expandió en todas direcciones. La fuerza de la explosión sacudió toda la colina, y el impacto casi destruye la barrera. Sansker reconoció que, sin Ōka, su defensa no habría resistido. Sin embargo, al combinar sus poderes, la esfera de luz se mantuvo firme. El Yatononushi rugió de ira y se lanzó sobre ellos, elevando todos sus brazos para aplastar la barrera, los que le habían sido cortados regenerándose como formas espectrales, semitransparentes.

Sansker y Ōka no esperaron; deshicieron su defensa y saltaron hacia un lado, pero en lugar de separarse, Ōka se aferró a su cintura con su mano libre, siguiendo la misma dirección. El Oni giró para enfrentarlos, manteniéndolos frente a sí, aunque ahora se movía más lentamente; sus miembros fantasmales no le proporcionaban la misma fuerza que sus otros brazos.

Sansker convocó otras Mitama. Hasta ese momento, cada vez que intentaba usar sus poderes, debía recurrir a un tipo de Mitama diferente. Algunos espíritus eran mejores atacando, otros defendiendo, y así tenían naturalezas afines. Por eso, la mayoría de los Asesinos podían usar una o dos, usualmente del mismo tipo. Sansker podía manejarlos todos, aunque tenía que alternar entre ellos. Sin embargo, esta vez se le ocurrió invocar a dos espíritus de naturaleza diferente: Taira no Kiyomori para velocidad y agilidad, y Benkei para fuerza, ambos imbuyendo su cuerpo con su poder; su aura roja y verde creó una pequeña onda de viento. Ōka, aún aferrada a él, fijó su mirada en el enemigo. Al sentir cómo él convocaba su poder, ella comenzó a canalizar su fuerza en su espada, haciendo que Suzakura brillara con un resplandor rojizo.

El Yatononushi avanzó, y John canalizó su poder en su propia espada, haciendo que Ascalón también comenzara a resplandecer con luz roja. Entonces, el Oni atacó y él saltó, llevándose a Ōka consigo. Su movimiento fue mucho más rápido; impulsados por la fuerza de las Mitama, ambos Asesinos se elevaron en el aire justo cuando el demonio lanzó su golpe. Levantaron sus espadas sobre sus cabezas y atacaron. Las hojas mordieron, cortando los brazos que le quedaban al Yatononushi y golpeando su cadera, causando una explosión de sangre negra.

El demonio cayó hacia un lado, y ellos aterrizaron detrás. La criatura estaba mortalmente herida, pero al caer, comenzó a agitarse, levantando su cola una vez más. La punta se envolvía nuevamente en sombras, un último esfuerzo para eliminar a sus oponentes antes de morir.

—¡No esta vez!—Sansker activó el mecanismo de su escudo, Pridwen, y se giró hacia la amenaza.

Desde la parte inferior del escudo emergió una hoja de metal negro, similar a Ascalón pero más ancha. Su filo aún portaba los retazos del Destructor cuando Sansker lanzó el ataque, cortando tres de los cuatro dedos de la garra e interrumpiendo su movimiento. La cola cayó al suelo, ahora tan inerte como el resto del demonio.

—He estado esperando la oportunidad para probar esto—dijo John, observando el escudo. Se giró hacia Ōka—Sabes, se lo pedí a Tatara cuando...

No pudo terminar porque la espadachina se lanzó sobre él, envolviéndolo en un fuerte abrazo. Sansker estaba tan sorprendido que tardó un momento en responder, abrazándola a su vez.

—Maldito idiota descuidado—dijo Ōka, rompiendo el abrazo, con una sonrisa y los ojos brillantes—No sé cómo seguimos vivos, ni por qué decidiste no escucharme... pero... no tienes idea de cuánto me alegra verte.

—Vaya, parece que no éramos tan necesarios hoy—comentó Ibuki, acercándose a la escena. Su sonrisa irónica era más sincera que nunca— ¿Están bien ustedes dos?

Sansker asintió tanto al lancero como a Ōka. Tenía mucho que decirle, pero ahora, con el Oni derrotado y todos a salvo, empezaba a sentir un agotamiento que le impedía hacerlo en ese momento.

—Podemos hablar después. El miasma todavía es peligroso; sería mejor no quedarse —advirtió Hayatori.

El ninja tenía razón. De hecho, Sansker empezaba a sentirse mal, con un malestar en la garganta y un ligero ardor en los ojos: las primeras señales de envenenamiento por miasma. Antes de que pudieran añadir algo más, el cuerpo de Yatononushi comenzó a resplandecer y una esfera azul ascendió desde él, tomando la forma de un joven de aspecto refinado, vestido completamente de púrpura. Sus rasgos eran tan delicados que, por un momento, Sansker creyó que se trataba de una mujer, hasta que escuchó su voz.

Finalmente, un atisbo de libertad. Gracias, el Príncipe Shōtoku te acompañará en tus batallas.

Tras estas palabras, la Mitama se desplazó hasta fusionarse con su pecho, uniéndose a las demás.


— ¡Ōka, hermana!—exclamó Kikka en cuanto el grupo entró en el cuartel. Sin preocuparse por el decoro, se lanzó sobre la espadachina, abrazándola con fuerza— ¡Estoy tan feliz de que estés bien!

—Kikka… lo siento, te hice preocupar demasiado—respondió Ōka, correspondiendo al abrazo. Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro. Hacía poco, temía no volver a ver a su hermana ni escuchar su voz nunca más. Sentirla tan cerca de nuevo era reconfortante. Le acarició la cabeza—Y gracias. De hecho, debo agradecer a todos. Me ayudaron a recuperar el sentido común justo a tiempo.

El viaje de regreso había sido rápido, impulsado por la urgencia de reencontrarse con Kikka y evadir los efectos del miasma, pero Ōka se sentía agradecida por cada uno de ellos. Todos habían arriesgado sus vidas por ella y le habían devuelto algo invaluable que las palabras no podían describir. Aun así, intentaría expresarlo.

—Mi verdadero deseo es vivir y quedarme al lado de Kikka—declaró, levantando la vista para mirar a cada uno de los presentes a su turno—Creo que, de algún modo, perdí eso de vista en el camino.

—Estabas sufriendo, Ōka—dijo Hatsuho con una voz suave y serena, la voz de la experiencia—Pero vas a estar bien. Todos estamos aquí para ti.

Los demás asintieron, incluso Fugaku, quien desvió la mirada. Ibuki ofreció una sonrisa comprensiva y un guiño. Nagi asintió, uniendo sus manos, como solía hacer cuando se emocionaba. Hayatori se limitó a inclinar la cabeza. El jefe Yamato cruzó los brazos, cerrando su único ojo, pero con una sonrisa de confianza en el rostro. Sansker sonrió abiertamente, asintiendo.

—Lo sé—dijo Ōka, sonriente. A regañadientes, soltó a Kikka y dirigió su mirada más allá del grupo, hacia la persona que se mantenía algo apartada—Shusui, también debo darte las gracias.

Sansker le había contado sobre la fruta y cómo eso les permitió resistir el miasma. Y sobre lo que Shusui había hecho. No estaba segura de confiar plenamente en él, aunque no podía negar su aporte. Lo tendría vigilado y, si intentaba dañar a su hermana nuevamente, le haría enfrentar las consecuencias. Pero, por ahora, lo consideraría un aliado.

—Eso sería completamente innecesario—respondió el oficial de inteligencia, luego murmuró, más para sí mismo que para ella—Si hubiéramos tenido gente como tú, quizás el desenlace de la última guerra habría sido diferente…

— ¿Shusui?—preguntó Hatsuho, preocupada.

—Ah, no, nada. Solo pensaba en voz alta—se apresuró a decir el oficial de inteligencia—Lo más importante ahora es que la barrera debería estar desactivada. El camino a la torre está libre. Calculo que nos queda, como mucho, un día antes de que se active.

—Ha llegado el momento de apostarlo todo y luchar—declaró Yamato—Deben prepararse; nuestro futuro depende del resultado de esta próxima batalla.

Todos asintieron, conscientes de la responsabilidad que recaía sobre ellos. Ōka llevó una mano al pecho. Ahora, más que nunca, comprendía el valor de un mañana. Sin importar qué sucediera, haría todo lo posible por seguir al lado de Kikka.


Yamato les ordenó dispersarse y el grupo de Asesinos se separó. Solo se quedaron Kikka y Ōka; claramente, las dos hermanas aún tenían cosas que decirse. Sansker comenzó a alejarse con los demás para darles espacio, pero Ōka lo sujetó por la manga de su abrigo, tirando de él.

—¿A dónde vas? —preguntó la espadachina.

—Pensé que querrían un momento a solas—respondió él, mirándolas a ambas—Una oportunidad de estar en familia.

—Claro que sí, aunque si piensas ser parte de la vida de Kikka, entonces también serás parte de la mía, Sansker—replicó Ōka.

—Ōka…—dijo Kikka, juntando las manos frente a ella.

John no supo qué decir. Tenía sentido, y aun así era algo en lo que no había pensado.

—La única razón por la que sigo aquí es gracias a tu esfuerzo—dijo Ōka inclinándose ante él—Te los agradezco. Claramente, Kikka no era la única que necesitaba que la salvaran.

—No tienes que darme las gracias, lo haría otra vez sin dudarlo—dijo Sansker.

—Lo sé. Y eso es lo que lo hace admirable—dijo Ōka. Se giró brevemente para mirar a Kikka, que asintió—Me permitiste volver con mi hermana, y después de todo lo que ha pasado… también te considero parte de mi familia, Sansker.

Sansker se quedó boquiabierto, asombrado por lo que escuchó ¿Una familia? Sintió una cálida sensación en su pecho que no tenía nada que ver con las Mitama. La idea le hubiera resultado absurda si alguien se lo hubiera mencionado cuando llegó a Ukataka, la de encontrar un lugar donde pertenecer, personas que lo aceptaran de esa forma. John sintió un nudo en la garganta y un picor en sus ojos.

—… Veo que Kikka no es la única que puede decir cosas que no esperaba—dijo él, tosiendo un poco para despejarse e intentar que sus emociones no fueran tan transparentes—Impresionante lo mucho que unas simples palabras pueden hacer…

—A veces son más fuertes que una espada—dijo Kikka, avanzando hacia él y tocándole el brazo. Su mano tomó la suya, atrayéndola hacia ella. Luego, Kikka sujetó la mano de Ōka, juntando a los tres—Especialmente cuando vienen del corazón. No me importa si lo que sigue es un Despertar, o si tenemos que resistir este mundo más tiempo. Solo deseo que sigamos juntos, los tres.

Un ladrido los hizo voltear. Tenkichi llegó corriendo hacia ellos y salto hacia Sansker, escalándolo como si fuera un poste, hasta llegar a su posición favorita, en la cabeza de su amo, desde donde podía mirar a casi todos desde arriba.

—Creo que dice que seremos 4, pero comparte el sentimiento—dijo Sansker, sintiendo el peso de la Tenko sobre su cuello. Soltó las manos de las hermanas y tomó a la zorra en su cabeza, sujetándola entre sus brazos para que no hiciera más travesuras.

Ōka y Kikka soltaron una risita, pero a ninguna de ellas le importó demasiado la interrupción.

—Creo que está claro entonces. Si quiero detener la cadena de sacrificios, tengo que seguir con vida—dijo Ōka, sonriendo a la Tenko y acariciándole la cabeza. Sin embargo, sus ojos seguían fijos en él—Aprendí esa lección gracias a ti. Ya no sé en qué momento comencé a depender tanto de ti, Sansker. Así que, por favor, espero que no nos dejes pronto.

—No lo sé, ya veremos si recibo una mejor oferta… —dijo Sansker en tono pensativo. Ahora fue el turno de Ōka de parpadear sorprendida, y él no pudo evitar reírse—Era broma ¿Quién es que tiene que dejar de ser tan serio ahora?

Ōka lo fulminó con la mirada por unos instantes y luego también rompió a reír. Sansker estaba complacido; era la primera vez que le devolvía a Ōka esas bromas que sacaba de vez en cuando. Kikka puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza.

—Está bien, tú ganas—dijo Ōka.

De repente, su pecho comenzó a brillar con una luz azul. De su cuerpo surgió la figura de un guerrero anciano, blandiendo una espada casi tan larga como él mismo. El guerrero se dividió en dos y el segundo avanzó hacia Sansker, convirtiéndose en una esfera azul que se fundió en su pecho.

Te mostraré la esencia del arte de la guerra—dijo el guerrero.

—Mi Mitama…—dijo Ōka, tocándose el pecho. Cerró los ojos por un momento—Kiichi Hoguen ha sido una parte de mi alma por mucho tiempo. Quiero que lleves esa parte de mí contigo. Solo asegúrate de tratarla con cuidado.