XXIX – El Enemigo Definitivo

La Era de la Guerra era el escenario perfecto para una batalla. El resplandor rojo del magma, las nubes oscuras bloqueando el cielo, era una imagen que reflejaba el conflicto en todo su esplendor. Y en la distancia, alzándose hacia esas mismas nubes oscuras, estaba la torre. Sobre su enorme cúspide, un resplandor blanco atravesaba las sombras, aunque no era el vórtice de Miasma que siempre aparecía en el Otro Mundo. Este era una puerta, una que estaba a punto de abrirse por completo.

John se quedó con la vista fija en esa luz. De ahí surgiría el Oni con el poder de causar el fin del mundo. Esta sería una batalla que decidiría más que el futuro de Ukataka. Él trataba de no pensar en eso. No se sentía como un héroe que estuviera a punto de salvar a todos, pero podía sentir que luchaba para salvar su aldea. Sansker sonrió, a pesar de todo, pensar en Ukataka como 'su aldea' le hacía sentir que tenía una tierra natal otra vez.

—Sansker—dijo Nagi, acercándose a él—Todos estan esperando tus órdenes.

El grupo se había detenido antes de llegar a la base de la torre, que los Oni erigieron sobre el Castillo Azuchi. La estructura original fue en su momento el castillo principal de Oda Nobunaga, y estuvo a las orillas de un lago. Ahora estaba en una planicie rocosa, rodeado de fuego, y con largas espinas de piedra saliendo de su interior. La torre de los Oni hacía que el castillo pareciera alzarse hasta casi tocar las nubes.

— ¿Ordenes?—Sansker se dio la vuelta—No sé si tengo alguna.

— ¡Vamos, tenemos que mostrarles a esos Oni quien es el cazador aquí!—exclamó Fugaku, golpeando una palma con su puño—Mejor actuar y ya.

Por supuesto que Fugaku no quería discutir un plan. Sansker estaba siendo honesto, llegados a este punto no tenía ningún plan. No sabía que tipo de Oni surgiría, o si podían hacer algo en particular. En cierta forma la manera de ser de su compañero era la más adecuada en este momento.

—Creo que esa es nuestra mejor opción—dijo Sansker, asintiendo.

—Solo pude llegar hasta aquí gracias a ti—dijo Ōka dedicándole una leve sonrisa—Sé que nos sacaras adelante.

—Sí, hasta ahora nos has dado esperanza, a mí y a todos—dijo Ibuki—Esta vez te devolveremos el favor, capitán.

—Yo digo que le daremos una lección a estos Oni que no van a olvidar—apuntó Hatsuho, estirando los brazos frente a ella como si diera un puñetazo—No importa cuantas veces caiga la noche, el sol siempre sale al amanecer.

—Tendríamos que dejar a alguno de los demonios con vida para que aprendan nada—replicó Sansker, guiñándole el ojo a Hatsuho pero en su rostro apareció una sonrisa. Ahora podía hacer algo así incluso antes de la batalla decisiva, le parecía extraño que antes no había sonreído mucho desde que llegara a Midland.

—Entonces concentrémonos en vivir para ver ese amanecer—dijo Hayatori—Estoy seguro de que será un día brillante.

—De acuerdo, que esa sea la orden entonces—dijo John asintiendo. Igual que le dijera el jefe Yamato, como deseaba Kikka. Su mano busco la Piedra —Sin importar que pase, viviremos para reunirnos otro día.

El grupo entero soltó una exclamación de asentimiento. Arriba, la luz del vórtice comenzó a cambiar. Su forma parecía parpadear y temblar, emanando más Miasma que contaminaba aun más la tierra alrededor.

—Pero primero, tenemos que lidiar con esa cosa—dijo él, tomando su espada y desenvainando lentamente.


Desde su atalaya en la torre de vigilancia, Kikka contemplaba el horizonte que se extendía más allá del cuartel general. El paisaje, marcado por la desolación, presentaba contrastes abruptos: la distorsión del Otro Mundo desdibujaba el verde del bosque, creando un espejismo de eras incongruentes. Montañas cubiertas de nieve emergían en la Era del Caos, una intrincada red de enredaderas dominaba la Era de la Paz, y un ominoso resplandor carmesí se cernía sobre la Era de la Guerra.

En ese último escenario, la Doncella fijó su mirada, como si pudiera traspasar la distancia y alcanzar con su vista al grupo que se había adentrado en el Otro Mundo. A pesar de que Sansker portaba una Piedra de la Barrera, el Miasma que lo rodeaba era tan denso que le impedía a Kikka sentir su presencia o extender su consciencia hacia él. Su única opción era esperar, una prueba de paciencia que no enfrentaba en soledad.

— ¡Kyu!—el sonido lastimero de Tenkichi rompió el silencio.

La Tenko estaba posada en la barandilla, ofreciendo su compañía, y parecía comprender la gravedad del momento. Su presencia era un bálsamo para Kikka, quien la acaricio con cariño, encontrando consuelo en su presencia.

—Lo sé, yo también estoy preocupada. Pero confío en ellos. Volverán, todos—dijo Kikka, su voz teñida de una esperanza inquebrantable, aunque la incertidumbre la asediaba, obligándola a buscar apoyo en la barandilla.

La llegada de Shusui, anunciada por sus pasos firmes en la escalera, la sacó de su contemplación. Kikka se giró hacia él mientras entraba, las manos detrás de la espalda, su expresión tan serena como siempre, aunque sus ojos destellaban de una emoción apenas contenida.

—Señorita Kikka, ha elegido un excelente mirador para este momento trascendental—comentó el oficial de inteligencia, agachando la cabeza con un gesto de cortesía—La hora decisiva se aproxima.

—¿Acaso te preocupa el resultado, Shusui?—preguntó Kikka.

—De ningún modo. Si ellos no logran su cometido, procederé con mi estrategia inicial. Su éxito, por otro lado, simplemente pospondrá mis planes. Este enfrentamiento no altera mis cálculos—explicó él, mirando en la misma dirección que ella había estado contemplando.

—Tu presencia aquí dice lo contrario—replicó Kikka, descifrando la verdadera naturaleza detrás de su aparente indiferencia—No hay nada malo en que desees su victoria.

—Eso casi suena como si fuéramos amigos—señaló Shusui, con un atisbo de ironía.

—Quizás no te comprenda lo suficiente para llamarte así—respondió Kikka, sonriendo suavemente—Sin embargo, me gustaría que algún día pudiéramos serlo.

El silencio que siguió fue interrumpido por un cambio en el ambiente. Algo en la Era de la Guerra se había transformado: el vórtice luminoso, antes distante, se esfumó, y la región entera quedó sumida en una oscuridad consumida por nubes rojizas y negras.

—Para que eso suceda, necesitamos un futuro—murmuró Shusui, observando la oscuridad—Y eso está, ahora más que nunca, en sus manos.


El inicio de la transformación fue sutil, casi imperceptible. La torre, majestuosa en su altura, comenzó a vibrar levemente. Fragmentos de los variados materiales acumulados por los Oni se desprendieron, desafiando la gravedad al elevarse hacia el firmamento. En la cúspide, más trozos se sumaban a es una extraña daza aérea, incluido un imponente navío de madera, todos engullidos por el vórtice celestial, como si una fuerza desde las alturas buscara devorar la estructura entera.

Sansker, con las manos firmes sobre sus armas, percibía la fuerza de atracción. El Miasma, antes esparcido, comenzó a concentrarse a su alrededor, creando un aura densa y opresiva. La formación del grupo, dispuesta en punta de flecha con él al frente, seguía inmutable. Fugaku y Ōka, un paso detrás a sus costados; Ibuki y Hayatori, resguardando la retaguardia; y cerrando la formación, Nagi y Hatsuho, todos con la mirada fija en el espectáculo delante de ellos.

Mientras los escombros ascendían, disolviéndose en la luz del vórtice, la estructura se reducía. Las nubes, arrastradas por esta fuerza, formaban una esfera negra que irradiaba un fulgor carmesí, reminiscente de la Era de la Guerra. El fenómeno giraba sobre sí, descendiendo lentamente hacia la tierra.

—Aquí viene—anunció Sansker, sintiendo cómo Ascalon vibraba en su mano, resonando con los eventos que se desplegaban ante ellos—Preparados, no podemos darle una oportunidad. Ataquen en cuanto puedan.

La tensión era palpable entre sus compañeros, y por un momento pensó que estaban murmurando entre dientes. Tardó un momento en comprender que no eran voces humanas, sino de Oni, comunicándose en un dialecto desconocido, cargado de un tono sobrenatural que flotaban en el aire, como arrastradas por el viento. El vórtice tocó tierra, disipándose gradualmente para revelar la imponente figura del Oni. Ante su presencia, el grupo retrocedió unánimemente.

Sansker apretó los dientes, su corazón retumbando con fuerza. Un torrente de recuerdos oscuros lo asaltó, reviviendo la noche del ataque al Perla. Frente a él, la figura del Oni emergió, sumiéndolo en un abismo de terror. Pridwen y Ascalon casi se le escapan de las manos, y el miedo le hizo olvidar todo su entrenamiento. John, enfrentado a la visión del demonio, sintió el impulso de huir.

La criatura, de una estatura y corpulencia superiores a cualquier Oni que hubiera visto antes, lucía una piel de escamas doradas y verdes. Dividida en dos, la parte inferior recordaba a un dragón sin alas, con una cabeza alargada y cuernos imponentes, apoyada sobre cuatro patas robustas. La superior, de naturaleza humanoide, portaba en su brazo izquierdo una cuchilla dorada descomunal, mientras su derecha culminaba en garras letales. Sin embargo, lo más aterrador era su segunda cabeza, coronada por ojos rojos y cuatro cuernos, cuya mirada era un presagio de muerte.

Al tocar suelo, la presencia del Oni estremeció el entorno, su rugido desatando un vendaval. El caos se apoderó del campo de batalla, con llamas y lava elevándose en un espectáculo apocalíptico. Sansker, superado por la fuerza del momento, cayó de rodillas, al igual que sus compañeros, abrumados por la magnitud de su adversario.

Ninguno había presenciado antes un poder semejante. La confusión y el asombro se reflejaban en sus rostros. Ante un enemigo semejante, no existía plan, poder o táctica que pudiera darles la victoria.

Sansker volvió su mirada hacia el demonio, captando el intenso brillo rojo de sus ojos fijos en él. Las voces de los Oni se unieron para pronunciar un nombre que resonaba con ominoso poder: Tokoyo no Ou, el Rey de la Noche Eterna. Ante su presencia, la humanidad solo podía sentir desesperación y rendición.

En ese momento crítico, John percibió una calidez contra su pecho. Dirigió su vista hacia abajo y descubrió, oculto entre su armadura y su ropa, un pequeño paquete de tela que despedía un suave resplandor azulado. Era la Piedra de la Barrera, el obsequio de Kikka. Recuerdo de su propósito, de su responsabilidad hacia la aldea y el mundo. La vista revitalizó su espíritu. Sansker, ya había perdido todo ante los Oni ¿acaso dejaría que la historia se repitiera?

Con manos aún temblorosas, sintió renacer su determinación. Su mirada al demonio se transformó, impulsándolo desde su interior a enfrentar el temor. El recuerdo de Kikka le proporcionó la fuerza para superar la parálisis. Apoyándose en Ascalon, se puso de pie una vez más. Inhaló profundo, llenando sus pulmones del aire abrasador.

—Maldita sea… es más formidable de lo anticipado—su voz, aunque distante al principio, ganó firmeza—Sin embargo, nada ha cambiado. Somos Asesinos, aquellos que cazan demonios. Hemos superado a todos los Oni que desafiaron a Ukataka. Hemos enfrentado nuestras pérdidas y elegido luchar por este mundo. Ante nuestra resolución, este enemigo no es más que otro obstáculo.

Los demás reaccionaron a su alrededor. Fugaku y Ōka se levantaron, sus ojos ardían con determinación. Ōka, con un gesto de apoyo, colocó su mano en el hombro de Sansker. Ese simple contacto y la mirada compartida transmitieron todo el entendimiento necesario. Se hallaba en medio de su familia, listo para no enfrentar solo la batalla.

—Tienes razón. Un Oni sigue siendo un Oni, sin importar su tamaño—afirmó Fugaku, ajustándose los guanteletes.

Ibuki y Hayatori, aún vacilantes, se posicionaron al frente. Ibuki sonrió con sinceridad, dejando atrás las sombras de su pasado. Hayatori, armado con sus dagas, adoptó una postura defensiva, dejando que sus acciones hablaran por él. Nagi y Hatsuho, con expresiones firmes, completaron la formación.

—Nos debemos a Ukataka, a todos—declaró Hatsuho, su voz firme con apenas un temblor—. No los defraudaré.

—Estamos contigo, capitán. Ahora y siempre—aseguró Nagi, preparando una flecha en su arco, Calma Nocturna.

Las manos de Sansker se estabilizaron. Aferró Ascalon y Pridwen con decisión. En un silencio lleno de camaradería, el grupo se unió, volviéndose de frente al enemigo. Con la torre ya consumida por la oscura marea del vórtice, se prepararon para enfrentar al Rey de la Noche Eterna.

El Oni cargó con la ferocidad de un caballero en su montura, su brazo espada apuntando con determinación hacia delante. Sansker se abalanzó hacia el demonio, activando el poder latente de sus Mitama, seguido de cerca por sus compañeros, cada uno envuelto en un aura distintiva.

Nagi tomó la delantera, lanzando una salva de flechas rojas que chocaron con las escamas del Rey Demonio, apenas arañando su imponente figura. Sin embargo, lejos de detenerse, el Oni continuó su embestida. Hatsuho y Hayatori, ágiles en su ataque, flanquearon al enemigo, liberando todo su poder. A cada lado del Tokoyo no Ou, dos destellos de energía espiritual roja convergieron hacia él. Con un movimiento ágil, el demonio bloqueó ambos asaltos con su brazo espada, haciendo un barrido de izquierda a derecha, desatando una explosión que repelió a los atacantes.

Ibuki, aprovechando el momento, concentró su energía para crear una esfera de luz dentro del Tokoyo no Ou, apuntando a la cabeza superior. Aunque la luz blanca rodeó a la bestia, no logró dañarla; la densidad de su poder era tal que repelió el ataque sin esfuerzo. Sansker, Fugaku y Ōka enfrentaron al Oni de frente. Fugaku, con un salto poderoso, golpeó la cabeza inferior del demonio con sus guanteletes, solo para ser repelido con un movimiento brusco. El Tokoyo no Ou, en un amplio barrido, esta vez en sentido contrario, intentó golpear a Ōka y Sansker con su brazo espada. Ōka conjuró una barrera, que, a pesar de su esfuerzo, se fracturó ante el formidable impacto, salvándola de un destino fatal por poco.

Sansker activó un mecanismo secreto en Pridwen, haciéndolo girar sobre su agarre y exponer una hoja larga y negra, dándole así dos armas. Invocando los espíritus dentro de él, se desvaneció en un resplandor azul, reapareciendo frente al Oni. Las dos hojas en sus manos giraron para golpear el cuello del Tokoyo no Ou.

—¡Maldición! —exclamó Sansker al ver que el Oni esquivaba en el último instante, evitando un golpe letal alzándose sobre sus patas traseras y tirando su cabeza hacia atrás.

El demonio, girando con una velocidad inaudita, lanzó a Sansker por los aires con un golpe devastador de su cola. John, por instinto, creó una armadura de luz alrededor de su cuerpo, mitigando el impacto contra el suelo, aunque el dolor fue abrumador. La escaramuza, durando apenas segundos y dejó en claro la superioridad del Tokoyo no Ou.

Pese al revés, los Asesinos de Ukataka no se rindieron. Atacaron nuevamente desde diferentes ángulos, buscando sobrepasar al enemigo. Sansker, colocando sus armas en el suelo, invocó una nueva Mitama, su aura brillando intensamente.

El Oni, enfrentando el desafío, levantó su espada, que brilló con una luz cegadora. Al descender, Ibuki, Fugaku y Hayatori esquivaron el filo, pero este explotó en un geiser de energía, lanzando esferas de luz en todas direcciones. Fugaku fue derribado; Ibuki apenas bloqueó algunas con su lanza, y Hayatori, en una maniobra audaz, usó el brazo espada como plataforma para lanzarse hacia el Oni.

Ōka y Hatsuho atacaron por el flanco opuesto, justo cuando la garra del Oni desató un rayo de energía blanca que se dispersó en el cielo, regresando en columnas de luz. Hayatori, en un salto decisivo hacia la cabeza del Oni, fue sorprendido por una columna de luz que lo envolvió en una explosión.

Ignorando el posible destino de su compañero, Sansker y Nagi prepararon su ofensiva final. Liberando la energía acumulada, Sansker lanzó un torrente de luz blanca, mientras Nagi, con toda su fuerza, disparó una flecha que se tiñó de rojo al volar. Ambos ataques impactaron simultáneamente, sacudiendo el campo de batalla y levantando una columna de lava del suelo fracturado. El Tokoyo no Ou desapareció entre el fuego y la detonación espiritual, un final que ningún demonio podría haber sobrevivido.

John bajó las manos, respirando con fuerza. El Oni no estaba ¿acaso lo habían logrado? Los otros comenzaron a levantarse, inseguros. Hayatori apareció, surgiendo de un cráter en el suelo, claramente herido pero vivo. Nagi se movió hacia él.

— ¡Aguanta, te curaré!—dijo la arquera, corriendo hacia su compañero caído.

Los otros tenían solo heridas menores y comenzaron a congregarse cerca del ninja.

— ¿Lo hicimos?—preguntó Hatsuho, mirando a su alrededor.

—Tiene que estar muerto—dijo Ōka, aunque sonaba como si estuviera intentando convérsese a si misma.

Sansker activó su Ojo de la Verdad intentando ver lo que no era visible. Si el Tokoyo no Ou estaba vivo, debería poder percibirlo. No vio nada en el pozo de lava que estaba donde el Oni había recibido el ataque combinado de Nagi y suyo. Se dio la vuelta, escaneando el campo de batalla.

—No lo veo—dijo John.

—Tal vez…—empezó Ibuki.

¡Cuidado, abajo!

Las voces de sus Mitama se volvieron una y Sansker les hizo caso. Como aquella vez cuando Ōka y él lucharon contra el Mifuchi. Se arrojo sobre Ibuki, que era el más cercano y lo empujo hacia atrás. El lancero protesto, pero no se resistió. Los dos cayeron junto a Nagi, que estaba arrodillada curando a Hayatori. Un segundo despues una espada dorada atravesó el suelo donde ellos habían estado.

— ¡Mierda!—exclamó Fugaku, poniéndose en guardia— ¿Sigue vivo?

La espada tembló y un retumbar se esparció por el suelo, creando grietas.

— ¡Retrocedan!—gritó Sansker.

Fugaku y Nagi tomaron a Hayatori, arrastrándolo juntos, y el grupo entero obedeció. Sansker fue el último en darse la vuelta y correr. El suelo alrededor de la espada comenzó a agrietarse más y pequeños geiseres surgieron en la superficie, expulsando aire a presión tan caliente que solo pasar junto a ellos hizo que él comenzara a sudar.

Otro estruendo sacudió el campo de batalla, poniendo a prueba el equilibrio de Sansker, quien, no obstante, perseveró en su carrera. Justo cuando comenzaba a cerrar la distancia con Ōka, el terreno a sus espaldas se fragmentó violentamente, liberando un géiser de lava que se elevó hacia el cielo, fracturando la tierra y desatando una lluvia ígnea. Desde las llamas emergió el Tokoyo no Ou, rugiendo, al aterrizar creó una poderosa onda expansiva, y las grietas en el suelo se ampliaron, obligando a los Asesinos a esquivar tanto los chorros de aire candente como la precipitación de fuego.

Refugiados tras una inmensa roca, Sansker, Hatsuho y Ōka lograron un breve respiro, mientras los demás se dispersaban en sentido contrario, una creciente fisura llena de magma los separaba. La maniobra del Rey los había dividido.

—¿Están bien?—indagó Sansker, desenvainando a Ascalón.

Sus compañeras lo confirmaron con un gesto. Hatsuho se arriesgó a observar al adversario desde otro ángulo, asomándose con cuidado.

—No nos sigue, merodea entre la lava—comentó confundida— ¿Por qué será?

—No necesita eliminarnos, solo ganar tiempo—explicó John, sereno—Según Shusui, este Oni puede abrir la puerta. Una vez que eso ocurra…

—Entonces, debemos actuar—Ōka se puso en pie, empuñando su katana.

—¿Y los otros?—Hatsuho mostró preocupación—Hayatori parecía herido.

Como si respondiera a sus palabras, un haz de luz blanca se desprendió desde el otro extremo del campo de batalla, impactando en el pecho del Rey y desprendiendo fragmentos de su coraza de escamas doradas. Ibuki aún resistía. Ante el ataque, el Oni avanzó, sorteando la lava con indiferencia al calor.

— ¡Tenemos que ayudarlo!

Hatsuho salio corriendo antes de que Sansker pudiera detenerla, y Ōka fue detrás de ella. Él fue más lento, pero no había mucho que pudiera hacer. La joven Asesina invocó el poder de su Mitama, transformando su figura en un destello verde que esquivaba todo obstáculo, dejando atrás a sus compañeros.

El campo de batalla se había convertido en un archipiélago de rocas negras rodeadas de ríos de magma. Mientras el Tokoyo no Ou se desplazaba libremente sobre este infierno, Sansker y los demás debían saltar de isla en isla, algunas apenas suficientes para sostener su peso.

Ibuki emergió sobre un montículo de ruinas de la torre, preparando otro proyectil espiritual entre sus manos para enfrentar al Rey. Consiguió lanzar dos ataques adicionales. El primero impactó en el brazo del Oni, mientras que el segundo erró su blanco cuando Hatsuho interceptó al demonio, que se volvió intentando alcanzarla con su espada. Ágilmente, la joven saltó y lanzó Inari, su kusarigama, en un arco preciso hacia los ojos de la criatura. La hoja se incrustó en el ojo de la 'montura'.

Sin embargo, Hatsuho había intentado realizar un corte, no un empalamiento. Inari quedó atrapada en el ojo debido a la hoja del kusarigama, y de manera abrupta, la ágil Hatsuho se encontró enganchada al enemigo. Al tocar el suelo, intentó liberar la cadena sin éxito. La cabeza de la criatura se contorsionó violentamente de un lado a otro, arrastrando a la joven consigo. Incapaz de soltar su arma a tiempo, la cadena se enredó en su brazo, haciéndola girar descontroladamente hasta que finalmente Inari se liberó, y ella fue lanzada por los aires.

Sansker activó su propia Mitama para teletransportarse. Apareció justo en la trayectoria de Hatsuho, atrapándola en pleno vuelo. John estuvo a punto de caer al suelo tras el rescate. Hatsuho emitió un gruñido al ser sujetada, con su hombro izquierdo visiblemente desencajado y los dientes fuertemente apretados para no gritar de dolor. Su aura verde se esfumó; de no haber sido por su Mitama, el impacto de la cadena habría sido devastador.

—Te sacaré de aquí—dijo John, evaluando la situación del enemigo para encontrar una ruta de escape.

El Tokoyo no Ou, herido en uno de sus ojos, retrocedió y lanzó un torrente de llamas desde su boca inferior, destruyendo la plataforma donde se encontraba Ibuki. El lancero rodó hacia un lugar seguro, sin poder asistir a Ōka, quien enfrentaba sola al adversario. Suzakura desató un destello carmesí, y la espada de energía se abatió sobre el Rey desde el frente. El demonio contraatacó con su espada, neutralizando el impacto.

Sansker retrocedió justo cuando Fugaku se unía al combate. Ibuki se dirigió hacia él, señalando hacia los escombros a sus espaldas. Entendiendo la señal, corrió hacia allí con Hatsuho en brazos. Un rugido detrás de él indicó que Ōka no había conseguido vencer al demonio, siendo repelida por un golpe formidable. Aunque Fugaku intentaría lo posible, el daño ya estaba hecho. El Rey había fragmentado su sinergia, obligándolos a atacar de forma aislada.

Sansker saltó los escombros y cayó justo al lado de Nagi, quien seguía curando a Hayatori. El ninja se veía mejor, pero aún no podía moverse. Él dejo a Hatsuho junto a su compañero.

— ¿Están bien ustedes dos?—preguntó John.

—Heridas importantes, pero no mortales—respondió Nagi por Hayatori. Miró a Hatsuho y extendió una mano hacia ella para canalizar su energía curativa en el cuerpo de la joven—Puedo cuidar de ellos, tienes que ayudar a los demás.

Sansker asintió. Tomo a Pridwen, armándose propiamente con espada y escudo, solo que no corrió de regresó a la batalla. En lugar de eso se alejó hacia la izquierda, observando la lucha. El Rey Oni se movía con una agilidad sorprendente para algo de su tamaño. Ninguno de sus tres atacantes podía causarle una herida lo bastante importante para detenerlo. Y sin su trabajo en equipo era vulnerables. Ahora los Asesinos se estorbaban o no podían atacar por intentar ayudarse.

Tenía que hacer algo. Sansker tenía una idea, una que había estado posponiendo. Principalmente porque pensaba que no terminaría bien. Inspiró profundamente, clavando su espada en el suelo y arrodillándose mientras la sostenía. Cerro los ojos de su rostro, abriendo el Ojo de la Verdad' el sexto sentido que le enseñaron en la Montaña Sagrada. Mirar no con la vista, con el alma. Enfrente de él la silueta del Tokoyo no Ou se convirtió en una masa negra que bullía de energía, como una nube de tormenta. Sus amigos se volvieron puntos brillantes, y pudo ver la silueta de sus Mitama luchando junto a ellos. Incluso podía ver a los espíritus de sus compañeros heridos.

Pero eso no era lo que quería. Sansker se concentró más y manifestó a todas las almas en su interior: Abe no Semei, Tokugawa Ieyasu, la princesa Himiko, Amaterasu. Convoco a todos a la vez y el mundo se volvió completamente negro.


El vacío, como Sansker lo llamaba; ese lugar etéreo donde las Mitama le visitaban en sueños. El mismo espacio al que accedió antes de su llegada a Ukataka, cuando conoció a Tenkichi, y donde Sakamoto Ryoma le habló, cuando pensó que había muerto muerto. También fue ahí donde Amaterasu Ō-Mikami lo convocó, revelándosele durante el Setsubun.

Sansker se levantó de su posición arrodillada, enfundando a Ascalón y Pridwen, aunque, en realidad, no las estaba sosteniendo. El vacío guardaba una gran semejanza con el mundo de sueños de Hatsuho. Eso debería haber sido la clave, pero siempre era lento para comprender tales señales.

—Estamos en el interior de mi alma—dijo sin girarse.

—Así es—confirmó Minamoto no Yorimitsu.

—¿Ustedes lo sabían desde el principio?

—Al igual que tú. La mente y el alma pueden engañarse, incluso a uno mismo —respondió Amakusa Shirou—. Especialmente a uno mismo.

—Mi alma siempre los ha contenido, a todos ustedes—dijo Sansker, dándose la vuelta. Los espíritus que residían dentro de él eran formas definidas, pero detrás de ellos, había otras siluetas que apenas lograba discernir. Mitama atrapadas por Oni, creando lazos con otros Asesinos, pero todos presentes a su alrededor.

—Sabemos lo que planeas hacer, Asesino—dijo Benkei—No podemos decir que lo aprobemos.

—Ni tampoco lo condenamos—intervino Amaterasu. La diosa parecía llevar la voz cantante incluso cuando los demás coincidían—Te elegimos, John Sansker, te otorgamos nuestra fuerza. Eres el Gran Unificador. Nuestra esperanza. Así que no podemos más que confiar en ti.

— ¿Eso es todo?—preguntó él. No sabía qué esperar, aunque quizás eso era lo mejor. Sansker detestaba sentirse obligado y sin alternativas— ¿No hay más mensajes enigmáticos?

—Estaremos contigo, eso será suficiente —dijo Ishikawa Goemon.

—Bien, así lo haremos—asintió Sansker—Les pregunté antes, ¿quieren que sea su esperanza? ¡Entonces ustedes serán mi espada!


El retorno al mundo real resultó ser una experiencia dolorosa. No fue la transición en sí, sino el volver a sentir su cuerpo lo que provocó un gruñido de dolor en Sansker. Su aura detonó en un resplandor dorado, elevándose cual columna de fuego, eclipsando la luz rojiza de la Era de la Guerra. Pudo sentir cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba simultáneamente, presionando sus huesos y provocándole palpitaciones en la cabeza. Su corazón empezó a latir con rapidez, esforzándose por adaptarse al flujo de poder que fluía a través de su ser.

Los presentes en el campo de batalla lo observaron mientras se erigía lentamente. Ascalón vibraba, su filo oscuro brillando con la misma luz espiritual, al igual que la hoja emergiendo del extremo de Pridwen. Incluso su armadura parecía agitarse, como si estuviera azotada por un vendaval. John se había transformado en un guerrero de dorado y negro.

La primera vez que intentó algo semejante, en el combate contra Gouenma en Ukataka, se encontró incapaz de moverse. El poder fue tal que su cuerpo se paralizó, y sus piernas se sintieron como plomo, sumido en la desesperación y el agotamiento. Ahora, con el control dominado, saboreaba la intoxicante sensación de aquel poder fluyendo por él.

Sus aliados se quedaron petrificados, asombrados. No obstante, el Rey no tardó en reaccionar. Con un rugido infernal, y sin prestar atención a los demás Asesinos, el demonio se lanzó hacia él. Su brazo espada se elevó, descendiendo en un ángulo diagonal al pasar a su lado, ejecutando un corte con el impulso de su carrera y la fuerza de su brazo. Un ataque devastador, tan rápido que la espada gigante cortó el aire, generando una onda capaz de partir piedra. Al impactar, se oyó un crujido y el aire se tiñó con un arco de sangre oscura.

El brazo espada del Tokoyo no Ou se fragmentó en cuatro partes, justo donde Sansker había ejecutado un corte en equis con sus dos hojas. El Oni, movido por la inercia, continuó su avance, pero su rugido se transformó en uno de agonía. Aun así, la criatura intentó atacar con su enorme cola, sujetando el muñón de su brazo con la otra mano. Sansker saltó y, extendiendo los brazos, realizó una pirueta en el aire. Ascalón y Pridwen se hundieron nuevamente, cortando limpiamente la cola del Oni.

El Rey se tambaleó sobre sus cuatro patas, alejándose mientras sangre negra chorreaba de sus heridas. Si hubiera sido humano, la criatura habría corrido el riesgo de desangrarse, pero ningún Oni puede morir tan fácilmente.

—No es tan fácil, ¿verdad? —dijo Sansker, avanzando hacia el demonio. Su voz resonaba con el eco de docenas de voces en unísono. Sentía a todas las Mitama moviéndose al unísono con él—. Rey de la Noche Eterna, nosotros somos los héroes de la humanidad. Ante nuestro poder, a los Oni solo les queda la desesperación y la rendición.

El Tokoyo no Ou soltó su brazo cortado, y este empezó a regenerarse, al igual que su cola. Los nuevos miembros eran oscuros, como si estuvieran hechos de un cristal semitransparente, con el miasma adoptando la forma de sus extremidades perdidas. Mientras tanto, el cuerpo del demonio se erigía de nuevo. Detrás de él, una luz blanca y negra empezó a formarse: el Frenesí, el poder desatado de un demonio. Las 'alas' en la espalda del Oni estallaron en luz blanca, extendiéndose y deformándose, transformándose en una especie de cornamenta que emergía de su espalda, cuya forma retorcida y puntiaguda recordaba a las alas de un murciélago.

Sansker se puso en posición, agachándose levemente. El demonio, ahora flotando en el aire, extendió sus manos, y de su espalda surgieron luces blancas que lanzó hacia él como una lluvia de flechas. John corrió un segundo después de que el suelo donde había estado explotara al impactar una de las flechas. El Rey continuó lanzando proyectiles de luz, cada uno con suficiente fuerza como para resultar mortal. John zigzagueaba entre las lanzas, esquivando y saltando de roca en roca, evadiendo las explosiones y la lava, buscando acercarse al Oni.

Este percibió sus intenciones y comenzó a desplazarse en el aire, esforzándose por mantener la distancia, sin cesar en su ataque. Sansker lo perseguía, intentando alejarlo de donde Nagi cuidaba de Hatsuho y Hayatori. Confiaba en que sus otros amigos estuvieran a salvo y pudieran mantenerse fuera de peligro. Si perdía la concentración por un instante o intentaba localizarlos, el Tokoyo no Ou lo mataría.

John esquivó más lanzas de luz, desplazándose con una rapidez sin precedentes, zigzagueando hacia el Rey. Antes de situarse justo debajo de él, saltó, la fuerza de su impulso partiendo en dos la roca que utilizó como apoyo. Ascendió directamente hacia su adversario, que no desaprovechó la oportunidad. La mandíbula inferior del demonio se abrió, expulsando una bola de fuego hacia él. John desapareció antes de ser alcanzado y se teletransportó al nivel de la cabeza del Oni. Ascalón brilló con una luz roja y dorada, y su filo se alargó con un estallido de energía. La espada impactó en un arco descendente, seccionando el otro brazo del Tokoyo no Ou y dos de sus patas inferiores.

Otra erupción de sangre negra y el Rey Oni se tambaleó en el aire, pero no cayó. Su brazo espada se elevó, colisionando con Pridwen. Antes, el impacto habría expulsado a Sansker, pero su defensa absorbió el golpe, y con un giro de su brazo, la hoja en el extremo del escudo seccionó las otras dos patas inferiores del demonio, dejándolo suspendido en el aire sin apoyo alguno. Ambos se precipitaron hacia el suelo; sin embargo, mientras el Tokoyo no Ou descendía inertemente, Sansker cayó con elegancia, amortiguando su caída con una onda de energía dorada.

Sansker soltó sus armas, uniendo ambas manos frente a sí. Apuntó con sus palmas hacia la masa del Rey y concentró todo el poder que pudo invocar. Un rayo dorado emanó hacia adelante, tan intenso que lo cegó por un momento y generó su propia onda expansiva. La detonación al impactar contra el Oni superó cualquier espectáculo previo, incluso más que los disparos de los cañones de las naves de guerra. Fue un torrente dorado cargado con toda la fuerza espiritual de su ser. El Tokoyo no Ou fue lanzado hacia la lava, mientras sus alas se fragmentaban a su espalda.

Sansker bajo las manos y la luz dorada se apagó. Todo el poder que había estado ardiendo dentro de él se desvaneció, dejándolo agotado y luchando por respirar el aire ardiente y contaminado de la Era de la Guerra. Cayó de rodillas, sintiendo dolores y espasmos por todo su cuerpo. El Rey demonio se retorcía en la lava, arrojando chispas rojas al cielo en su agonía.

—Ese fue tu error, Tokoyo no Ou—dijo John luchando por recuperar el aliento. El Oni se levantó de la lava, herido, pero aún con vida—Pensaste que podías asustarnos, que huiríamos solo por sobrevivir. Pero, mientras tengamos algo por lo que luchar, nunca nos rendiremos.

El Rey de la Noche Eterna estaba herido, su armadura dorada resquebrajada, sus brazos y cola ahora miembros fantasmales. Los ojos brillando con puro odio. Sansker no podía moverse, había usado todo su poder en ese último ataque. Claramente subestimo la resistencia de su enemigo. El Oni avanzo lentamente alzando una garra para aplastarlo.

—Ah, y otro error que cometiste…—dijo Sansker dándole una media sonrisa al Tokoyo no Ou—a diferencia de ti, yo no estoy solo.

Una flecha roja, con un aura brillante, y un proyectil de pura energía blanca volaron sobre su cabeza, destruyendo los brazos fantasmales del Oni, su garra y su espada. La explosión de energía espiritual fue tan intensa que casi arrojo a John de espaldas. El Rey retrocedió, intentando defenderse cuando los compañeros de Sansker se lanzaron sobre él.

Hatsuho y Hayatori atacaron por almos lados, sus armas brillando con su poder espiritual y cortando las patas de la montura del Tokoyo no Ou. La armadura del Oni estaba destruida, y su piel se abrió con más explosiones de sangre negra, evitando que se moviera. La boca inferior se levantó, tratando de escupir una bola de fuego, abriendo sus fauces de par en par, dejando ver el brillo naranja en su garganta.

Fugaku golpeo primero, levantándose en el aire y cayendo como una roca ardiente, sus guanteletes al rojo vivo con todo el poder que concentró en el golpe. La cabeza de lagarto recibió el impacto en la parte superior y se hundió, estallando cuando las llamas que convoco no pudieron salir. El Rey demonio, se tambaleo hacia adelante, perdiendo el equilibrio.

Por un segundo, Sansker cruzo mirada con el Oni, y pudo ver su naturaleza. Un ser antiguo, poderoso, y lleno de un deseo oscuro e insaciable. Incluso ahora, al borde de la muerte, intento devorarlo, tratando de caer sobre él.

Ōka fue la ultima en atacar. Su katana descendió con tal velocidad y fuerza, que el golpe corto al Tokoyo no Ou en dos, seccionándolo por la mitad. Sansker vio al monstruo detenerse en medio rugido de ira e impotencia y luego caer a ambos lados, despedazo. El macizo cuerpo hizo temblar la tierra cuando golpeo, y se quedó allí, inmóvil.

— ¿Estas bien?—Ōka envaino su espada y corrió hacia él.

John quiso responderle, pero antes de que pudiera Hatusho se arrojó sobre él y casi lo tiro al suelo.

— ¡Sansker! ¿Estas bien? ¿Qué diablos fue eso?—preguntó Hatsuho sacudiéndolo— ¡Nunca me dijiste que podías hacer algo así!

—Cálmate un poco, si lo sigues empujando así serás tú la que termine con él—dijo Ibuki alcanzándolos—Aunque la niña tiene razón. Ese fue un buen truco, capitán ¿Nos estabas guardando un secreto?

—No, ni siquiera sabía si funcionaría—replicó Sansker evitando que Hatsuho le respondiera a Ibuki por lo de 'niña'—No es que fuera infalible, me salvaron justo a tiempo.

—Con esto podemos empezar a reparar la deuda—dijo Fugaku. Estaba cubierto de sangre quemada y hollín. Nadie estaba limpio luego de esa lucha, pero él parecía salido de una masacre.

—Esperen por favor, antes que nada, tengo que revisarlo—Nagi llego corriendo, arrodillándose junto a Sansker y colocando sus manos en él.

Hatsuho lo soltó y John sintió una ola de alivio recorrer su cuerpo cuando el poder curativo de Nagi comenzó a aliviarlo.

—Yo solo me alegró que todos estemos bien—dijo Ōka dando un suspiró.

—Y la misión ha sido un éxito—apunto Hayatori.

Sansker asintió, a ambos. De hecho, apenas podía creerlo. Al principio todo parecía perdido, y durante la batalla estaba tan concentrado en no morir que era solo acción y reacción. Pero Hayatori tenía razón. La misión fue un éxito. Habían evitado un segundo Despertar.

—Ahora Ukataka debería estar a salvo ¿verdad?—dijo Hatsuho, mirándolos a todos—Lo logramos ¿no?

Una luz azul surgió del cuerpo del Tokoyo no Ou y una esfera se levantó del cadáver. Sansker miró al espíritu y este tomo la forma de un hombre maduro, de aspecto duro, con una armadura negra y roja.

No lo hiciste mal, Asesino. Te has ganado el servicio y la atención del auténtico rey demonio, Oda Nobunaga—dijo el hombre, avanzando hacia John—Una lástima. Casi lo lograste. Pero fue un esfuerzo admirable.

El espíritu de Nobunaga se transformó en una esfera de luz y se fundió dentro de Sansker. Solo entonces entendió de que estaba hablando.

— ¡No!

Habían vencido demasiado tarde. La puerta estaba abierta y el segundo Despertar se cernía sobre ello.