Los repentinos gritos de varios hombres, mujeres y niños, hicieron que HanaYasha y Taichi fueran los primeros en adelantarse, dejando atrás a dos aprendices que Danzou había colocado en su escuadrón.

Cuando finalmente llegaron a la aldea, saltando un rio rodeado por rocas de todos los tamaños, sintieron su sangre helándose con el terror.

De izquierda a derecha, había cadáveres de humanos tirados por doquier, hundidos en charcos de sangre, armas destruidas y escombros de casas golpeadas.

Taichi gruñó. El aroma de los Youkai había reemplazado el aire fresco de la mañana. Mordiéndose el pulgar derecho, hizo los sellos del Jutsu de invocación y se arrodilló, clavando la palma de su mano en el suelo de rocas. Tres lobos salieron de tres nubecillas de humo, separándose enseguida para buscar sobrevivientes.

En eso, HanaYasha captó unos quejidos, moviendo un par de veces sus orejas de perro. Girándose a su izquierda, corrió entre los cadáveres y las casas destruidas; siendo seguida por uno de los aprendices, atenta a la débil voz que sufría por sus heridas.

Ahí fue cuando lo vio.

Aplastado por una viga de madera, el chico de corto cabello blanco, piel pálida y ojos verdes extendía el brazo derecho más allá del desastre en su cabaña, sintiendo apenas los pocos rayos que aparecían del sol; por el cielo nublado.

Disimulando una insoportable mezcla de miedo y frustración, arremolinándose en su pecho, HanaYasha corrió hacia él, apartando los escombros con un Jutsu estilo de viento.

El aprendiz quería elogiarla por ello, pero cuando vio las heridas mortales del chico, una vez que fue sostenido por los brazos de la Hanyou, las palabras se le atascaron en la garganta. Había mucha sangre en su pecho y se había quedado sin su pierna derecha.

-Me dio gusto... conocerla, lady HanaYasha.

Fueron sus últimas palabras antes de morir.

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Alojándose en una posada que había quedado en pie después de la emboscada de los Youkai, los cuatro ANBU de Konoha comían en silencio una pequeña porción de arroz. Un trozo de pescado en platos; con las orillas quebradas, y pequeñas verduras en tazones de cerámica; rotas de los bordes.

Sentada en el piso, frente a su respectiva bandeja, la Hanyou continuaba repitiendo en su mente, el momento del deceso del niño en sus brazos. Pensar en que su vida había terminado de una manera tan fugaz, y con una sonrisa dada por su presencia, la torturaba tanto como para cerrarle la garganta.

Dejando los palillos tranquilamente sobre su tazón de verduras, se puso de pie y caminó hacia la puerta de la pequeña habitación. La abrió y la cerró tras su espalda, ganándose la atención de los presentes. En especial, de los aprendices.

-No voy a comer. – dijo uno, tirando los palillos al plato de arroz.

-Ni yo. – habló el otro.

-Vamos, no digan tonterías. – comentó Taichi, frunciendo el ceño. - Recuerden que todavía tenemos mucho trabajo por hacer. – también se levantó y se aproximó a la puerta. - Cuando regrese, quiero ver esos platos terminados. – advirtió, saliendo y cerrando la puerta corrediza.

Los chicos, intercambiando una mirada, suspiraron resignados y volvieron a comer. Querían mostrar sus respetos a la gente que murió ese día, tal y como HanaYasha Higurashi lo estaba haciendo. Pero, con la severa actitud del hombre lobo, no les quedó otra opción más que alimentarse entre lágrimas, preocupando a la anciana dueña de la posada.

La vida de un Shinobi era difícil.

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Taichi buscó a HanaYasha en el pasillo exterior de la posada, empapado a más no poder por la lluvia que no había parado de caer desde la masacre en la aldea. Preguntándose donde pudo haber ido, fijó su vista al horizonte, más allá de la neblina creada por el mal tiempo.

Una figura de color azul oscuro se dibujaba entre las tablas que habían hecho para los muertos como lápidas improvisadas.

Intrigado, saltó la barandilla de madera del pasillo, pisando con firmeza la hierba mojada y corrió hacia la figura. Se trataba de una joven de largo cabello negro, observando en soledad una de las tumbas.

-¡Disculpe...! – exclamó para llamar su atención.

Sin embargo, cuando la misteriosa doncella se giró, se quedó mudo.

-¡¿H-HanaYasha?! – gritó asombrado, tallándose los ojos.

Continuaba conservando sus orejas de perro y sus ojos dorados. Pero su cabello era negro, no plateado.

-¡¿Qué...?!

Al bajar su mirada a su mano izquierda, notó la falta de sus garras. Y el rosario negro que siempre llevaba en el cuello, colgando entre sus dedos. Mientras él continuaba conmocionado, ella volvió la vista hacia la tumba frente a sus pies.

-Esto fue lo que me hizo el sujeto que me atacó... – explicó seriamente. – ...la noche en la que apareció la hidra en Konoha.

Taichi recordó el día en que comenzaron las reparaciones en el centro de la aldea. El rosario negro ya colgaba de su cuello.

-Selló una gran parte de mis poderes sobrenaturales. – agachó la mirada y se miró las manos, con gotas de lluvia resbalándose en su piel. – El rosario negro es lo que hace posible que vuelva a tener mi verdadera apariencia.

-¿Por qué no nos dijiste nada? – cuestionó, desconcertado. - Sabes que hubiéramos hecho cualquier cosa por ti.

-Justo por eso. – replicó-. Y porque no quería que vieran esta parte de mí. "Frágil", "débil", "asustadiza", llena de rencor... – alzó la cabeza al horizonte.

Un relámpago que tronó en el cielo, iluminó con su luz las tumbas de los demás aldeanos.

-...con un fuerte deseo de venganza creciendo en mi interior. – hizo una pausa. - Además, tal y como se lo dije a Itachi, tampoco quería que hicieran una tontería. Ese desgraciado está en otro nivel. Siendo tan solo unos niños, hubieran terminado muertos.

Gruñendo y frunciendo el ceño, el joven pelirrojo la tomó de las hombros y la giró bruscamente hacia él.

-¡¿Cómo estás tan segura de eso?! – bramó enojado. - ¡Por eso estábamos entrenando con Shisui! ¡Para ser más fuertes!

-¡No hubiera sido suficiente! ¡Jamás es suficiente! ¡¿No te has dado cuenta?! – lo empujó y señaló a su alrededor. - ¡Cada vez que matamos a un Youkai, otro más poderoso aparece! ¡Y el ciclo se repite y se repite, hasta que una o varias aldeas como esta son hechas pedazos!

-HanaYasha...

-¡Si hubiera sido más fuerte de niña y el miedo no me hubiera paralizado, le habría dado su merecido a ese imbécil!

-Oye...

-¡Mis poderes seguirían conmigo! – dolida, se llevó las manos a la cabeza. - ¡Hubiera sido suficiente para liquidar a cada demonio en mi camino!

-¡Oye!

Hubiera sido suficiente para evitar los conflictos sin la necesidad de matar "testigos"!

-¡Basta, detente!

Taichi la tomó de su brazo derecho y la jaló hacia él, abrazándola con fuerza. Las gotas de la lluvia se deshacían al entrar en los charcos o al golpearse con los bordes de las lápidas de madera.

-Deja de decir que no eres suficiente. Claro que lo eres. – susurró. Las yemas de sus dedos hicieron más presión en su espalda, enredándose con sus cabellos negros. - Tus papás, Daika y Guren están orgullosos. Mis papás y el resto del clan Higurashi también. – dejó de abrazarla y apoyó sus manos en sus hombros. - ¡Lograste llegar muy lejos porque tu deseo de proteger a los demás es muy fuerte!

Otros rayos cayeron en la distancia.

-Pero... - susurró entristecida. - solo mira a nuestro alrededor.

-No. Solo mírame a mí. – pidió, poniendo su mano en su mejilla derecha. - Tú no fuiste la única que cometió un error. Todos lo hicimos. Lo necesitábamos para aprender una lección.

HanaYasha parpadeó confundida.

-¿Cuál?

Mientras buscaba una respuesta, Taichi entornó los ojos. Y, moviendo su mano sobre su mejilla, colocó la yema de su pulgar sobre su labio inferior, acariciándolo.

Quería besarla.

Liberar en una explosión en su pecho, los sentimientos que guardaba celosamente por ella en su corazón desde que eran niños.

Ya estaba acercando su rostro al suyo cuando, de pronto, la imagen de Itachi; riendo a su lado, se quedó en su mente unos segundos.

Avergonzado, se detuvo y se apartó un par de pasos, bajando su mano. Itachi, antes que ser una molestia y su rival eterno, era su mejor amigo. Traicionarlo de esa forma, sabiendo que también sufría en silencio por las órdenes de Danzou, era injusto.

-Busca en tu interior y me lo dices después. – sugirió, dándole la espalda. - Yo ya aprendí la mía.

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Pasados unos días, en una tranquila noche de invierno, HanaYasha, Taichi y los dos chicos que los acompañaban, volvieron a Konoha y se internaron en la sede de Raíz para dar su reporte.

Como era de esperarse, Danzou enfureció, incapaz de entender, como su equipo había fallado en proteger aquella aldea. Sembrando dudas y desprecio por si mismos en sus corazones, el anciano los sacó de su oficina, advirtiéndoles que, por su ineficiencia, no los llamaría por un largo rato.

Por primera vez en mucho tiempo, HanaYasha se sintió aliviada. Si eso no pasaba, no tendría que encontrarse a la fuerza con la muerte o blandir su espada contra inocentes.

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-¡Hermana!

Como de costumbre, al volver a su hogar, la Hanyou era recibida con un fuerte abrazo de parte de su hermano menor, quien ya tenía 11 años. No tenía ánimo de que la tocaran. Aun así, se esforzó por sonreír y acariciar con simpleza sus cabellos negros platinados; amarrados en una alta cola de caballo.

Guren, la ama de llaves de la mansión, también había cambiado. Siendo ya una mujer de 21 años, adornaba sus labios con elegante pintura carmín y usaba dos juegos de kimonos de colores blanco y verde oscuro. Como también dictaban sus hábitos, hizo una reverencia al verla llegar.

Sin embargo, la joven ni siquiera se molestó en voltear a verla, separándose lo más pronto de Daika para subir con prisa a su alcoba. Una vez cerrada la puerta corrediza tras su espalda, arrastró los pies hacia la cama y se dejó caer en el colchón, con sus ojos dirigidos al techo de madera.

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-¡¿Cómo?! ¡¿Renunciarás?!

Al día siguiente, HanaYasha y Taichi se reunieron en la cabaña de Koga y Ayame, quedándose en la entrada. Frente a ellos, un grupo de niños Hanyou jugaba con una pelota de tela, pasándoselas los unos a los otros, riendo y saltando.

-Es tal y como lo dijiste cuando les conté sobre la invitación. – explicó, apoyando la espalda en la pared y cruzada de brazos. – Danzou, se aprovechó que quería encontrar al tipo enmascarado y me utilizó como quiso. – presionando las yemas de sus dedos en sus brazos, volteó a ver a su amigo con tristeza. - Perdóname, debí escucharte antes.

Taichi, sentado en el escalón de la puerta, volteó su mirada de ella hacia los niños. Y antes de que pudiera decir que él también lo lamentaba, por la actitud con la que se expresó en aquella ocasión, vio como la pelota de tela terminaba volando más alto de lo normal, siendo atrapada por una mano humana.

Atónito, se levantó del escalón y se apartó de la cabaña con HanaYasha, sin despegar sus ojos azules de Fugaku Uchiha. Este, al verlos, le devolvió la pelota a la niña Hanyou que la había lanzado y los saludó.

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Después de un largo día en la academia ninja, Sasuke volvió a su casa, quitándose con cierta prisa sus sandalias en el vestíbulo.

En su trayecto, sus tíos lo saludaron con amabilidad, regalándole un pan que habían guardado especialmente para él. Agradeciendo su gesto con una pequeña sonrisa, el niño les hizo una reverencia y volvió a su camino.

Los adultos lo notaron extraño. Cómo si le hubieran dado una mala noticia. Aunque, ya llevaban tiempo notándolo de esa manera, ya que les había llegado el rumor de que los niños en la escuela lo trataban diferente, por, según, portar una maldición.

Volviendo a sus labores, esperaron que pudiera reponerse de eso, dándose cuenta de que en realidad no tenía nada. Solo eran ideas disparatadas de unos niños que querían molestarlo.

Subió las escaleras. No se molestó en verificar si había alguien más en casa. A fin de cuentas, siempre estaba solo a esa hora del día. Su padre estaba ocupado, su madre debía estar en el mercado o charlando con sus amigas. Y su hermano... chasqueó la lengua al pensar en él.

¿Qué tanto hacía como para nunca presentarse y saludar? Incluso ya extrañaba que golpeara su frente y se excusara con esa frase que tanto lo molestaba. "Lo siento, Sasuke. Será la próxima vez".

Sentándose en el piso, hizo un puchero y se giró a su escritorio. De un cajón, sacó un trozo de papel. Un frasco pequeño de tinta y un pincel, poniéndolos en la mesa. Agarrando el mango del pincel, cerró los ojos.

Debía ser una broma. Es decir... ¡¿Cómo diablos iba a escribir un ensayo sobre el ninja que más admiraba de Konoha, si no tenía a ninguno?!

FFFFF

-Es un amuleto para alejar la tristeza. Acabo de ganarlo en un juego, pero quiero que tú lo tengas.

-¿Estás seguro? Entonces, yo te daré un amuleto para alejar la soledad.

FFFFF

Abrió los ojos, mirando una pequeña cajita que se encontraba pegada a la pared, unida al borde de la mesa. Al estirarse a ella y tomarla, le quitó la tapa, viendo con nostalgia el adorno de media luna color azul plateado, que HanaYasha le regaló durante el festival de verano.

Se ruborizó de golpe. Arrastró la caja hacia adelante y se inclinó para apoyar su cabeza sobre la mesa. ¿Sería una buena idea escribir sobre ella? ¿Qué tanto sabía sobre sus habilidades y lo que había hecho por la aldea?

Humedeció el pincel con un poco de tinta y comenzó a escribir sobre el papel. Al finalizar, lo levantó con ambas manos. No estaba seguro de poder leer ese escrito en voz alta, pero tampoco quería arrugarlo o romperlo.

En eso, escuchó que varias voces resonaban entre las paredes. Llevando su ensayo consigo, salió de su alcoba. Bajó al primer piso y se detuvo en el pasillo que se conectaba con el vestíbulo. Su corazón se aceleró al ver a HanaYasha quitarse los zapatos.

Fin del capítulo.