Cuando finalmente detuvieron el barco y Franky saltó por la borda el primero para acudir al encuentro de Herringdale y sus matones, Zoro podía haber cortado la tensión en el ambiente con su peor catana. De hecho, ni siquiera Luffy protestó cuando el ciborg le indicó que él se ocupaba de todo, y el guerrero de pelo verde solo se sentía tranquilo a medias, con el espíritu luchando entre la confianza en su capitán y la inseguridad de acabar en manos de la Armada. Con una vez colgado de la picota había tenido más que suficiente en sus diecinueve años de vida.
—Franky, ¿qué haces aquí? —saludó el magnate trajeado en ese instante, atrayendo la atención de todos hacia su persona.

En ese momento, Nami, que había seguido a Franky desde el castillo de proa, se situó detrás de Zoro, junto a su codo izquierdo, sin tocarlo. Nunca habían tenido que hablar de ello, aunque casi todos sus compañeros sabían que a Zoro no le gustaba demasiado el contacto físico, pero en situaciones tensas como aquella, la pelirroja buscaba su cercanía de manera casi instintiva.

Sin girarse, Zoro focalizó entonces toda su atención en la posible negociación llevada a cabo por el cíborg de tupé azul unos metros más allá.

—Bueno, he venido con unos amigos, espero que no te importe que pasemos unos días —expuso el ciborg, sin tapujos.

Por desgracia, Herringdale no parecía la persona más inclinada a dar nada sin recibir algo a cambio, y así lo dejó claro.

—Claro, siempre que tengáis el dinero…

Como suponía, Zoro enseguida escuchó un gemido de decepción tras su hombro izquierdo, pero no apartó los ojos de la conversación frente a la playa. Ante la respuesta de Herringdale, Franky pareció molestarse.

—Oh, vamos… ¿Tengo que recordarte que me debes un favor muy gordo? —le espetó al magnate.

Este, en apariencia, no se inmutó. Tan solo se mesó la barbilla con aire calculador.

—Hum… No sé si se compensa completamente con la estancia… —comentó, para mayor desesperación de un Zoro que ya hubiese dado media vuelta si estuviera al mando—. Además, la gente te conoce por estos pagos.

Franky cambió el peso de un pie a otro.

—Ya, bueno… Vengo con otra gente distinta esta vez y queremos pasar desapercibidos —indicó, más suave y en tono zalamero—. No vamos a armar escándalo, te lo aseguro.

Después de esto, pasaron varios segundos en los que la tensión en el aire de nuevo podría cortarse con un cuchillo. Herringdale paseaba la mirada entre todos los Sombrero de Paja, como si de verdad sopesara qué hacer con ellos. Cuando Zoro ya empezaba a acariciar la idea de desenvainar alguna catana, por suerte, el magnate pareció claudicar.
—Bueno, está bien. Incluso si la gente ha visto vuestra bandera, aquí la política del resort es que no haya peleas ni grescas innecesarias —advirtió—. Todo el mundo que viene se compromete a dejar que el de al lado disfrute de sus vacaciones. ¿Está claro?

—Y ¿si no lo hacen? —preguntó Robin desde la cubierta.

Con la misma alarma que el resto de sus compañeros, aunque con menos aspaviento que muchos de ellos, Zoro oteó a la mujer morena por el rabillo del ojo. ¿A qué estaba jugando?

«Ya se podía meter la lengua en algún sitio», rechinó en su mente. «A este paso vamos a tener lío…»

El dueño del complejo, por su parte, se limitó a sonreír con apreciación a la susodicha sin decir nada, pero eso no tranquilizó al guerrero lo más mínimo. De hecho, sintió el mismo escalofrío que sus camaradas cuando Herringdale señaló con aparente desgana unos árboles cercanos a la línea del agua, a escasos cien metros de distancia de donde se encontraban, y todos vieron los tres cadáveres ahorcados secándose al sol.

—Tengo dos opciones: eso o avisar a la Marina, pero lo segundo me daría más problemas… —sonrió Herringdale, falso como una moneda de madera—. No sé si me explico.

—Perfectamente, señor —repuso entonces Nami con su mejor sonrisa, antes de que Luffy pudiera abrir la boca—. Para nosotros es todo un placer estar aquí y no pensamos causar ningún tipo de problema, solo hemos venido a disfrutar.

Por supuesto, los ojos de Herringdale se abrieron como platos al ver a aquella preciosa pelirroja componiendo su aspecto más inocente, antes de recorrerla con la vista de una forma que incluso a Zoro, por norma insensible a esas cosas (tenían a Sanji babeando detrás de sus compañeras todo el tiempo), le hizo dudar entre las ganas de vomitar o las de darle un puñetazo a aquel enano con ínfulas.

—Lo que sea por los colegas de Franky —afirmó entonces el dueño de Amber Bay, sin perder la sonrisa, aunque ahora parecía mucho más satisfecho y ajeno por supuesto a los pensamientos del guerrero y de cualquier otro que no fuera Nami. Al menos, antes de girarse y hacer una pequeña reverencia hacia el hotel—. Por favor, sed bienvenidos y dejadme enseñaros las instalaciones.

Zoro frunció el ceño, aún dudando, pero una risa infantil que conocía bien desmoronó cualquier intención prudente en un instante.

—¡Vale, muchas gracias! —gritó Luffy, saltando inmediatamente a tierra firme y aterrizando sin problemas, incluso a esa altura—. Venga, chicos, que os quedáis atrás.

Por supuesto, el primero en seguirlo fue Chopper y luego Franky. Los demás esperaron unos segundos a que Usopp soltara la escala del navío antes de encaminarse hacia allí. Zoro, de hecho, no se movió hasta que sintió unos dedos tocando su hombro y giró la cabeza, encontrándose con Nami justo detrás de él.

No dijeron nada; ella simplemente señaló la escala con la cabeza y encogió los hombros en un gesto resignado, que él entendió de inmediato. Suspirando, decidió seguir a su compañera, sin despegar los labios en todo el trayecto hasta donde estaban los demás. Herringdale se posicionó inmediatamente al frente de la comitiva, haciendo aspavientos en todo momento como un pavo real en pleno cortejo. Mientras tanto, los dos guardaespaldas se situaron en la retaguardia sin decir una palabra, lo que no hizo más que aumentar la tensión del segundo al mando; más bien al contrario.

Nada más salir del puerto y cruzar la playa por una de las elegantes pasarelas de madera que salpicaban la arena hasta donde alcanzaba la vista, Zoro decidió no perder de vista a los dos matones por si acaso.

—En Amber Bay tenemos alojamientos de lujo para todos los gustos, por supuesto, siempre acorde a lo más moderno y puntero del momento —comenzó a parlotear el director del hotel sin pausa—. Estas playas son propiedad privada del establecimiento, lo que asegura una estancia tranquila y sin sobresaltos para nuestros huéspedes. Tras algunos incidentes hace un par de años, decidí contratar seguridad particular para todo el complejo, así que no os preocupéis si a veces notáis que alguno de mis chicos os mira más de lo normal. —Sin percibir siquiera la súbita tensión de algunos de los Sombrero de Paja, exceptuando al capitán, Herringdale se rio de su propio chiste con un sonido que recordaba a una gaviota moribunda, antes de continuar con su verborrea—. Como podréis ver, cada alojamiento está equipado con comodidades modernas y lujosas que no vais a encontrar en otros sitios de por aquí: camas cómodas, minibar, ducha de masaje… Tenéis hasta jacuzzis al aire libre.

—¡Jacuzzis! —se ilusionó Nami de inmediato—. Uno de mis sueños hecho realidad…

La sonrisa de Herringdale se ensanchó.

—Aparte, como podéis ver, tenemos entretenimiento tanto de playa como de piscina, y hay variedad de actividades incluidas en la estancia que podréis disfrutar —informó a los presentes.

En ese instante, señaló justo a un grupo que estaba jugando voleibol bajo la atenta mirada de un socorrista. Este, en un momento dado, se fijó en Nami y Robin, que destacaban entre el grupo de varones como dos faros en la oscuridad. Sin embargo, la siguiente escena provocó que Zoro tuviera que contener la risa a duras penas, por varios motivos: el primero, la indiferencia de la mujer morena y la cara de asqueada incredulidad de la pelirroja. El segundo, el hecho de que Sanji se pusiera rojo de ira en un instante y solo la inoportuna mano de Usopp, sujetándolo por el cuello de la camisa, impidiese que el rubio protagonizase alguna ridícula pelea con aquel pretencioso bronceado.

"No creo que merezca la pena ni pegarle, de todas formas. Incluso con el cejas sería una pelea muy aburrida", razonó para sí mismo, acariciando discretamente la empuñadura de sus catanas.

—Oiga, Herringdale —llamó Chopper, correcto como siempre.

—Dime, pequeño mapache.

—Soy un reno —corrigió el aludido con su candidez habitual. El dueño del hotel, por supuesto, no enmendó su equivocación y esperó pacientemente a que el médico de los Sombrero de Paja continuase—. ¿Eso que veo allí son barcos turísticos?

Todos miraron en la dirección indicada y Herringdale sonrió aún más.

—¡En efecto! Gracias a nuestros amigos de Water 7 —apuntó hacia Franky—, disponemos de algunas barcas de recreo con fondo transparente para hacer tours con vistas al fondo del mar.

El "Oh" colectivo por parte de muchos de los presentes no se hizo esperar, al mismo tiempo que los ojos de varios de ellos brillaban con anticipación.

—¿Tenéis alguna biblioteca o terraza tranquila con vistas a la piscina? —quiso saber Robin, estoica como siempre.

—Por supuesto —repuso Herringdale—. Para los menos acuáticos, veréis que tenemos muchas cosas para hacer en tierra firme: zonas de descanso, terrazas donde os servirán los mejores cócteles de la zona, pistas deportivas y gimnasio.

"Un gimnasio y minibar en la habitación", repasó Zoro en su mente, ligeramente más animado ante esa doble perspectiva. "Este sitio empieza a mejorar".

—Es un destino perfecto para relajarse, disfrutar y divertirnos en el paraíso —resumió entonces Nami, con voz aguda y estirando los brazos sobre la cabeza en actitud relajada—. Estoy deseando probarlo todo.

Los comentarios de aprobación en respuesta no se hicieron esperar, y Herringdale pasó entonces a responder la avalancha de preguntas que Luffy y compañía aún tenían sobre aquel lugar. Por ello, Zoro decidió abstraerse del todo de aquel cacareo. En cambio, se dedicó a observar con falsa indiferencia todo lo que los rodeaba, buscando amenazas potenciales que de momento brillaban por su ausencia. Era cierto que, hasta ese momento, todo estaba yendo como debía, pero nada aseguraba que no se encontraran con una situación peliaguda a la vuelta de cualquier esquina. No era la primera vez en esos meses y no sería la última, de eso estaba seguro.

—Un doblón por tus pensamientos.

Zoro brincó de sorpresa al escuchar la voz de Nami junto a su hombro, pero se relajó enseguida al ver que ella sonreía con camaradería.

—¿Tengo que pagarte yo o me pagas tú? —replicó él, mordaz.

Nami se rio apenas, cómplice.

—Ya conoces la respuesta —le indicó.

Zoro asintió, imitándola casi sin querer.

—¿La verdad? —suspiró al cabo de un par de segundos, poniéndose más serio y ojeando a su alrededor con rapidez—. No me fío del todo de esta situación, pero tampoco quiero ser el aguafiestas de turno…

—Di lo que quieras, pero mira que eres desconfiado, pelo verde.

Antes de que Nami pudiera siquiera contestar, aquella voz odiosa surgió por detrás de sus cabezas, obligando a Zoro a tragarse con esfuerzo una respuesta muy malsonante.

—Y a ti, ¿quién puñetas te ha dado vela en este entierro, cejas? —gruñó al cocinero, irritado.

—Chicos, dejadlo ya o me voy… —advirtió de inmediato la pelirroja, con el rostro serio de golpe.

Zoro resopló. No es que por norma tuviera ningún lazo más estrecho o preferencia por ningún compañero, pero había tres con los que en ocasiones estaba dispuesto a hacer una excepción: Luffy, Chopper… y Nami.

—¿Lo ves, pelo-cactus? Yo solo quería asegurarme de que estabas tratando bien a Namicita —siguió parloteando Sanji, encogiéndose de hombros como si de verdad le estuviese haciendo un favor a la mujer actuando como carabina—, y tu mala educación la está espantando…

—Tú tampoco te quedas corto, Sanji —replicó entonces Nami con brusquedad, para cierta euforia interna de Zoro—. Además, no tienes que preocuparte tanto por mí. Gracias.

A pesar de que el tono desapasionado no había variado un ápice, la falsa educación de la última frase provocó la reacción clásica en su rubio acompañante. De inmediato, se echó las manos al pecho, y de sus ojos podrían haber salido perfectamente corazones rosas cuando replicó en voz chillona:

—¡Lo que tú digas, Namicita mía!

Como de costumbre, Zoro puso los ojos en blanco, asqueado por aquella actitud tan babosa del rubio hacia sus compañeras. Por suerte, tras ese último intercambio y la rendición del cocinero del Sunny a los pies de Nami, la atención de este pareció virar hacia otros menesteres… relacionados, por supuesto, con el sexo opuesto al suyo.

—¡Hala, cuántas chicas! ¡Y todas nos saludan! —En efecto, tras dejar atrás la playa y adentrarse por completo entre los primeros alojamientos, situados alrededor de una piscina de bordes ondulados y buen tamaño, Zoro apenas miró en la dirección indicada al escuchar a Sanji. Aun así, el guerrero sintió una súbita timidez al comprobar que la afirmación del rubio no solo era cierta, sino que algunas de las mujeres también lanzaban saludos provocativos en su dirección—. Esto es un paraíso. ¡No sé cómo voy a escoger!

Resoplando para sus adentros y deseando dejar de ser el centro de atención con todas sus fuerzas, el guerrero tampoco pudo evitar la oportunidad de molestar a Sanji después de oír su última petulancia.

—La verdad, lo siento por todas a las que les toque aguantarte…

Como imaginaba, el rubio cocinero se giró como un resorte al escucharlo, con el rostro rojo de ira.

—¿Qué? ¡Lo dices por envidia, pelo-cactus! —contestó, haciendo fruncir más el ceño al guerrero.

—¿Envidia de qué? —preguntó, sincero.

Sin embargo, la aclaración del rubio dio justo en un punto de su ego más doloroso de lo que esperaba, considerando su escaso interés personal en las mujeres.

—Pues que, con lo seco que eres, a ti no se te acercarían ni con un palo…

Zoro resopló por la nariz, picado sin saber por qué.

—Mira tú qué problema —fingió restarle importancia, encogiéndose de hombros y apartando la vista para evitar que Nami o él vieran su rostro colorado de repente—. Además, yo no voy detrás de todas como haces tú, cocinitas.

Pse. Dudo mucho que hayas estado siquiera con alguna.

Ante la pulla directa, Zoro apretó los labios, sin responder. No tenía mucha experiencia, era cierto, pero por supuesto que no era virgen. Lo que tenía claro era que no gastaría un mililitro de saliva en exponérselo a aquel idiota. En cambio, prefirió salir con un comentario que esperaba que hiriera su ego de donjuán.

—Cocinitas, qué poco entendimiento tienes —lo compadeció, burlón—. Si un hombre de verdad quiere estar con una mujer, ella tiene que ser alguien que merezca la pena.

—Sí serás chulito… —intervino Nami entonces, provocativa—. Si piensas así, todo puede ser que no tengas suerte nunca, ¿no?

Picado sin saber por qué por el comentario de la pelirroja, Zoro se giró hacia ella, ceñudo de nuevo.

—¡Eh! ¿Qué quieres decir?

Ella se cruzó de brazos y lo miró de reojo, con ese aire de intelectual superior que el guerrero no solía soportar.

—No sé, igual por ser tan selectivo, la que tú elijas precisamente no quiera nada contigo… ¿No lo has pensado? —le lanzó, mordaz.

Más irritado aún, el peliverde estaba a punto de responder, pero Sanji se adelantó con una media sonrisa que imitaba la de la joven.

—Estoy de acuerdo con Nami, pelo-cactus. Con tu «elevada ética y selectividad» —se burló—, dudo quién se te acercaría…

Rendido en aquel dos contra uno verbal en el que parecía que de repente Nami y Sanji habían hecho equipo para machacar su ego, Zoro se limitó a gruñir para sus adentros y, por primera vez en mucho tiempo, optó por no replicar. Por alguna razón, aquella conversación estaba removiendo recuerdos y pensamientos en el fondo de su mente que prefería mantener encerrados por pura paz mental.

De cualquier forma, mientras Nami se acercaba a Robin para cotillear sobre el hotel y Sanji se alejaba con aire petulante, el grupo llegó en menos de un minuto a un pequeño círculo formado por nueve cabañas idénticas. Allí, Herringdale frenó despacio justo antes de llegar al centro de la plazoleta y encararlos con esa sonrisa de cartel publicitario que Zoro empezaba a aborrecer, más aún después de su último escarnio. Si por él fuera, se volvería al barco sin mirar atrás y que le dieran todo: él solo quería estar tranquilo y tanta magnificencia estaba empezando a generarle una ansiedad poco habitual en él, y que no quería sentir bajo ningún concepto.

De cualquier forma, dado que Luffy estaba encantado con la situación y todos los demás parecían seguirle la corriente, Zoro no despegó siquiera los labios. En cambio, se limitó a arrastrar los pies hasta la cabaña que le asignaron, ignorando la excitación de todos sus compañeros y cerrando la puerta sin ceremonias detrás de él. Casi como un impulso, se dirigió hasta la gran cama de madera y se dejó caer en el mullido colchón, descubriendo con apático agrado que en realidad era uno de los mejores que había conocido en años. De cualquier manera, mientras cerraba los ojos y se sumía en una anticipada siesta, pensó que, fuera como fuese, ya estaba deseando que aquellas vacaciones terminaran antes de comenzar.

Lo que no sabía era que, después de aquella misma noche, su deseo de huir de Amber Bay se convertiría en la necesidad más urgente que había tenido en toda su vida… y por el último motivo que se le pudiese cruzar por la cabeza en ese momento.

Continuará…