Nuevos Avances

Hermione se sentó en el sofá azul noche más cercano a la salida de la sala común. Hacía solo unas horas, había entrado con confianza en la biblioteca para entregarle a Madam Pince la nota de la profesora McGonagall. Bajo la mirada desconfiada y vigilante de la bibliotecaria, había sacado todos los libros de alquimia que encontró en la sección prohibida. Ahora estaba compilando una lista de alquimistas practicantes de todo el mundo basándose en sus obras publicadas. Dado que ya había registrado cinco nombres nuevos, empezaba a sentirse más segura de su curso de acción y continuó trabajando hasta que llegó la hora de las patrullas.

Sin embargo, cuanto más se acercaba la hora de la ronda de prefectos, más se desvanecía su optimismo. Iba a ver a Draco... y estaba segura de que iba a ser incómodo.

Crookshanks la había seguido desde su dormitorio hacía más de una hora. Para entonces, ya se había acomodado en su regazo. Acariciando distraídamente el pelaje pelirrojo del gato, los ojos de Hermione parpadeaban hacia la entrada cada vez que se abría la puerta, pero siempre resultaba ser una persona que no era Draco. Con más frecuencia, su mirada se desviaba hacia la escalera de los dormitorios de los chicos, pero allí tampoco ocurría nada terriblemente emocionante.

—¿Hermione? ¿No te toca patrullar?

Levantando la vista, se encontró con la mirada inquisitiva de Ernie Macmillan.

—Sí. Estoy esperando a Malfoy.

Ernie frunció el ceño y consultó su reloj.

—¿Suele llegar tarde?

Sacudió la cabeza. Crookshanks le dio un cabezazo cariñoso en la mano.

—Si no ha aparecido en los próximos cinco minutos, haré la patrulla contigo. —Con una mirada poco impresionada por el prefecto ausente, el Premio Anual se volvió y murmuró—: Aunque por qué fue nombrado prefecto en primer lugar, está más allá de mi entendimiento.

A lo largo del día, Hermione había tenido muchas oportunidades de pensar en una y otra situación sobre lo que le diría a Draco cuando tuviera la oportunidad de volver a hablar con él esa noche, y viceversa. Una de ellas había sido una agradable ensoñación, que los había llevado a besuquearse en las cuevas, mientras que, en otra, él le había suplicado que mantuviera todo en secreto para siempre. En una confrontación similar, él había jurado no volver a hablarle, mientras que otra había concluido con un duelo.

En todos los escenarios para los que se había preparado, Draco al menos había aparecido.

Pasaron los cinco minutos y Ernie se acercó a ella por segunda vez.

—¿Vamos?

Ella asintió. Apartó al gato de su regazo y se levantó para seguir al Premio Anual fuera de la sala común. Con la cola en alto, Crookshanks los siguió fielmente. Aunque intentó poner cara de valiente, Hermione no pudo evitar castigarse en privado, Draco Malfoy no quiere saber nada de ti, y desde luego no corresponde a tus sentimientos... a tu patético enamoramiento. Ni siquiera se presentó a patrullar contigo.

—Lo siento, —interrumpió Ernie su silencioso autodesprecio—, pero ¿te importaría dejar a tu gato? Soy alérgico.

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Eran poco antes de las cinco de la mañana cuando Hermione se despertó el martes. Con el cerebro confuso al principio, se limitó a parpadear un par de veces, sin saber qué la había despertado. El dormitorio estaba en silencio, salvo por la suave respiración de algunas de sus compañeras. Crookshanks estaba tumbado a los pies de la cama, totalmente dormido.

Intentó darse la vuelta y volver a dormirse, cuando se dio cuenta de que tenía una sensación pegajosa entre las piernas y notó sangre en las sábanas. Maldiciendo en voz baja, se quitó el sueño de los ojos y cogió la varita de la mesilla para lanzar tranquilamente un Fregotego a las sábanas. Después, se dirigió hacia el cuarto de baño contiguo con cierta desgana y se puso a limpiarse. Una opresión en el abdomen y un dolor sordo ocasional no hicieron más que agravar la situación. Ya completamente despierta, pensó que tenía tiempo para un baño tranquilo y decidió dirigirse al baño de los prefectos.

La sala común estaba desierta. Las zapatillas de Hermione pisaban suavemente la alfombra azul mientras se dirigía a la salida. Justo cuando tocaba el picaporte, la puerta se abrió sola.

Draco estaba al otro lado.

Tenía aspecto de haber pasado otra noche en vela; sus ojos estaban inyectados en sangre y su palidez algo grisácea. Permanecieron torpemente separados, simplemente contemplando la repentina aparición del otro.

—Deberías ir al Ala del Hospital, Granger. Creo que tu apéndice está a punto de explotar, —dijo al final.

Hermione se limitó a mirarle incrédula.

—Puedo acompañarte, si quieres, —insistió, arrastrando los pies sin gracia.

—Te saltaste la patrulla.

Tuvo la delicadeza de parecer algo culpable.

—Lo sé, pero tenía una buena razón. Me encontré con el estudio de Ravenclaw.

Hermione abrió mucho los ojos.

—¿Has encontrado algo?

Asintiendo, Draco levantó un pequeño diario. Sus ojos se deleitaron al verlo, hambrienta de saber qué respuestas contenía el pequeño libro.

—¿Y bien?, —preguntó con voz ronca—, ¿hay otra opción?

Frunció el ceño y la miró con dureza.

—Antes de entrar en eso, ¿no crees que deberías ir al Ala del Hospital?

—Estoy bien, —insistió impaciente.

—Estoy seguro de que es tu apéndice. Siento un dolor a lo largo de la cintura y no creo que sea yo.

—Confía en mí, está bien.

—No creo...

—Me ha venido la regla, —interrumpió, con la cara acalorada—. Es completamente normal que haya algo de dolor, aunque por qué estás experimentando algo de eso cuando ni siquiera tienes los órganos correctos, está más allá de mi comprensión.

Las mejillas de Draco se tiñeron de rosa.

—Oh.

Desesperada por cambiar de tema, señaló el albornoz que llevaba bajo el brazo.

—Iba a darme un baño. Estoy especialmente dolorida después de la patrulla de anoche, e inflamada por todas partes. ¿Me acompañas? Puedes contarme lo que has descubierto por el camino.

A decir verdad, la patrulla, e incluso ir andando a clase, le estaba costando más a Hermione que cualquier otra actividad recreativa. Le hacía apreciar sus huesos de una forma nueva, como si nunca antes les hubiera dado el debido crédito.

—Iba a ir a fumar, en realidad, —admitió—. Pero antes puedo acompañarte.

—¡Claro que no vas a fumar!

Sorprendido, pareció esforzarse por responder.

—No he fumado desde ayer por la tarde, Granger. Necesito un cigarrillo.

—De ninguna manera. Si puedes sentir los calambres de mi ciclo, me estremezco al pensar lo que le estás haciendo a mis pulmones fumando esos cigarrillos.

—Granger, —dijo lentamente, sonando tenso—, es algo que he hecho durante los últimos dos años. No puedo... dejarlo.

—Oh, sí que puedes, —desafió ella, con los ojos entrecerrados mientras buscaba su rostro—. Ya es bastante malo que tengamos que compartir todo lo demás, pero no voy a tener cáncer de pulmón por tu culpa.

Abrió la boca para protestar, pero Draco volvió a cerrarla. La verdad de sus palabras pareció cruzar su rostro.

—Deja que coja mis cosas para el baño, —concedió irritado. Se detuvo un momento al pie de la escalera del dormitorio de los chicos—. Ah, ¿y Granger? No te emociones demasiado con lo que he encontrado.

La cara de Hermione se desencajó cuando él desapareció de su vista. ¿Qué habrá querido decir? ¿Quizás no hay otra salida? ¿O algo peor que cualquiera de las dos opciones existentes?

No tuvo que esperar mucho para obtener una respuesta. Draco volvió rápidamente con sus cosas, pero sin el pequeño libro que llevaba antes. Mientras bajaban la larga escalera de la Torre de Ravenclaw, explicó.

—Encontré un diario de alquimia en el estudio que una vez perteneció a Salazar Slytherin.

Hermione jadeó, deteniéndose en la escalera una fracción de segundo antes de continuar.

—¡Es increíble! ¿Puedo verlo después?

—Sí, —asintió—. Ayer encontré la habitación después de Herbología. He estado allí desde entonces y no he dormido nada, pero me daba miedo no volver a encontrarlo si me iba. Encontré el diario hace unas tres horas. En él, Slytherin habla de una posible tercera opción para nosotros... pero no quiero que te hagas ilusiones. Involucra magia negra.

—¿Qué es? —Se le quedó la cara desencajada.

Horquilla de Sierpe.

—Es un ingrediente para pociones, —reconoció frunciendo el ceño.

—Normalmente, sí. Pero en este caso, se colocaría, entero, en el centro de una réplica exacta de nuestro mandala original. Es extremadamente raro.

—Sí, porque solo puede adquirirse específicamente de la Víbora de la Muerte, no de cualquier serpiente, y estas solo son nativas de Australia y Nueva Guinea. Si no me equivoco, la lengua tiene que ser cosechada mientras la serpiente está viva, y contiene un veneno mortal, —asintió, recordando.

—Sabelotodo, —sonrió Draco burlón.

—No son solo raras, también son muy caras, —continuó, ignorando su comentario.

—El dinero no es problema. —Desechó ese pensamiento.

Con un resoplido seco, supuso que debería haber esperado eso de un Malfoy.

—Pero ¿cómo funciona en relación a nuestra situación?

—Según Slytherin, la lengua se divide de un todo en dos horquillas, o mitades. Si usáramos de nuevo la esencia de Sal, debería volver a dividir nuestros cuerpos en dos. Precisamente lo que estamos tratando de hacer, por cierto.

Llegaron al final de la escalera y salieron al rellano del quinto piso para dirigirse a los baños.

—¿La Horquilla de Sierpe siempre se considera un ingrediente Oscuro? A veces las cosas Oscuras pueden usarse para la Luz... ¿No tendrá el profesor Slughorn alguna? O, tal vez, ya sabes... con tu familia siendo... —Se interrumpió.

Con una risa hueca y una expresión glacial, Draco le recordó.

—Mi familia está siendo vigilada de cerca por el Ministerio. A pesar de que la guerra ha terminado, sigue habiendo malestar social. Los mortífagos no capturados siguen actuando de vez en cuando. Incluso si me inclinara a meterme en algo que solo se utiliza con fines nefastos, y te aseguro que no lo hago, tengo motivos para creer que mi correspondencia está siendo vigilada.

—La profesora McGonagall se ofreció a ayudarnos en todo lo que pudiera, —señaló Hermione con cierta desesperación.

—Este no es el tipo de cosas que mencionaremos a McGonagall para nada, —le dijo rotundamente—. Dudo que haya una tienda siquiera en el callejón Knockturn que lo tenga, aunque podría equivocarme.

Reflexionó sobre sus palabras mientras caminaban. ¿Qué es exactamente lo que hace que algo sea oscuro? Era bastante fácil de determinar con hechizos, pero cuando se trataba de ingredientes los criterios eran algo más confusos. Como el primer vapor que sale de un caldero hirviendo, algo que el profesor Snape había dicho en sexto curso surgió de la superficie liminal de su mente: Los ingredientes oscuros, como los hechizos, dejan huellas en la magia del usuario.

Ya era bastante malo tener el odio de Bellatrix grabado en un brazo y la Marca Tenebrosa en el otro. Después de haber sobrevivido a la guerra sin usar magia negra, ¿realmente quería manchar ahora su núcleo mágico con oscuridad?

Su corazón sabía la respuesta.

—Mi madre quiere que nos casemos, —Draco interrumpió sus cavilaciones—. Me ha vuelto a escribir esta mañana para intentar acelerar el proceso.

Los ojos de Hermione parpadearon hacia su rostro, pero no hizo ningún comentario. Habían llegado a la estatua de Boris el Desconcertado que custodiaba el baño de los prefectos.

—Voy a pedirte que consideres todos los ángulos de esa opción, —solicitó en voz baja—. Sería el proyecto de nuestras vidas crear la quintaesencia, como seguro que sabes. Incluso así, puede que no lo consigamos.

—Lo sé, —confirmó en voz baja.

—Puede que sea difícil conseguir algo de Horquilla de Sierpe, —prosiguió—. También es muy probable que desfigure nuestras respectivas energías mágicas. Además, ya he experimentado las Artes Oscuras lo suficiente como para que me duren toda la vida, y no tengo ningún deseo de seguir incursionando en ellas.

Asintió lentamente. Su lógica era fácil de seguir, pero no pudo evitar sentirse tensa por lo que pudieran ser sus siguientes palabras.

—El divorcio parece el camino más fácil y seguro, —concluyó—, e incluso si no funciona para desvincularnos, nos quedan las otras dos opciones.

Hermione no supo muy bien qué responder. Le parecía que no estaba entendiendo por qué el divorcio era una opción tan indeseable.

—Pero... estaríamos casados.

Sus ojos gris pizarra se clavaron en los de ella.

—Solo durante un año y un día. No parece tan malo.

Calló una vez más, con los dedos jugueteando nerviosamente con la costura del albornoz que llevaba bajo un brazo. Si no se equivocaba, había algo más en juego que casarse, esperar un año y un día y divorciarse. Contraer matrimonio con un mago significaba aceptar una bendición mágica, así como un vínculo. Cuando se rompía ese vínculo, no se podía volver a contraer un matrimonio mágico entre las mismas dos personas.

¿Y si ese pequeño enamoramiento que estaba alimentando se convertía en algo más?

—Todavía necesito más tiempo para pensarlo, —decidió.

—Es justo, podrías quedarte atrapada conmigo si no funciona, —Draco se encogió de hombros, probablemente ajeno a su agitación emocional. Le dio la contraseña a la estatua de aspecto ensimismado con los guantes en las manos equivocadas, y esta se apartó para permitirles la entrada.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, los aisló del pasillo exterior, y Hermione sintió de pronto que la pequeña antecámara que dividía los baños por género era un lugar muy íntimo para estar con alguien. Draco también parecía haberse dado cuenta. Aunque le estaba dando una cantidad adecuada de espacio físico para terminar de digerir en privado su cargada conversación, otra sonrisa se dibujó en sus labios ante la evidente incomodidad de ella. Amargamente, ella sentenció mentalmente, El mismo Malfoy que siempre ha sido...

—Un baño me dará tiempo para pensar más en la Horquilla de Sierpe, —dijo, solo para romper la tensión.

—¿Vas a hacer una lluvia de ideas en el baño? —Parecía disgustado.

—Lo disfruto, —se defendió ella con altivez. Él sacudió la cabeza con incredulidad y ella se apresuró a deslizar el marcador de la puerta a "ocupado"—. Nos vemos después.

Emanó un ruido de profundo sufrimiento y sus ojos le imploraron... algo. Sin decir nada más, cogió el picaporte y le abrió la puerta. Al principio, ella se burló del gesto excesivamente cortés, hasta que se dio cuenta de que pretendía seguirla dentro. Cerrando la puerta tras ellos y deslizando la barra para cerrarla, Draco pasó junto a ella y se dirigió hacia la bañera, donde utilizó su varita para abrir varios grifos.

—¿Qué estás haciendo?

—Ahorrando agua. —Sonrió con picardía mientras empezaba a descalzarse.

Solo pudo ver con estupefacta fascinación cómo dejaba sus cosas en el banco cercano, se agarraba el dobladillo de la camisa y se la quitaba por la cabeza. Frente a un Draco Malfoy sin camisa, Hermione no sabía qué hacer. Aunque su cuerpo no parecía definido por una musculatura cincelada (ahí iba la teoría de Parvati, pensó desconectada, recordando los cotilleos susurrados por su antigua compañera de dormitorio), era delgado, pálido como la luna y hermosamente masculino, como si estuviera esculpido en mármol.

—Sigue mirando así, Granger, —se atrevió sedosamente—. No responderé de las consecuencias.

Hermione se sonrojó, dándose la vuelta. Su cerebro gritaba erráticamente que el hecho de que él no pudiera responder por sus acciones le parecía un plan excelente en ese preciso momento.

—Creía que solo nos íbamos a bañar. Por separado.

—Nos vamos a bañar. Querrás un buen baño. Confía en mí, te ayudará con el dolor.

Miró hacia arriba y descubrió que él también se había quitado los pantalones y se dirigía hacia los grifos en calzoncillos. (Calzoncillos bóxer, observó, ¡justo en el clavo, Parvati!)

La bañera se había llenado, pero Hermione aún no se había quitado nada de ropa, aunque había dejado sus cosas en el suelo y se había hundido lentamente en el banco para empezar a deshacer su vaporosa trenza de dormir. Draco se deslizó en el agua, desapareciendo bajo un volumen de espuma.

Cuando reapareció, tenía el pelo oscurecido por la humedad.

—¿Y ahora qué se supone que debo hacer? ¡No me puedo creer que hayas entrado aquí!, —exigió Hermione.

—Relájate, —imploró—. Déjate las bragas puestas, o no, y acompáñame.

—No te voy a hacer un striptease, —le miró con desconfianza.

—Me daré la vuelta si te hace sentir mejor. —Se encogió de hombros.

—No hace falta. Solo meteré los pies.

Al quitarse las zapatillas, Hermione se arrepintió casi de inmediato de su decisión cuando se dio cuenta de que los restos de esmalte de las uñas de sus pies estaban en su mayor parte desconchados y tenían un aspecto muy descuidado. Eran restos de una de las noches de chicas de Lisa y Padma, cuando habían insistido en que las cinco se pintaran los dedos de los pies de colores a juego. Azul Ravenclaw y bronce, para ser exactos. Eso había sido hacía más de tres semanas. Se sonrojó cuando notó que Draco le miraba los pies con aire burlón, lo que estaba convencida de que significaba que estaba reprimiendo un comentario sarcástico. Subiéndose los puños de los pantalones, se acercó a la bañera llena de espuma y sumergió los pies en el agua caliente. Suspiró de placer cuando el calor llegó a sus tobillos doloridos.

Draco se metió bajo el agua por segunda vez, desapareciendo bajo la espesa espuma antes de que Hermione pudiera decir una palabra. Salió a la superficie justo delante de ella, sobresaltándola con su repentina reaparición.

—¡Podría haberte pateado por accidente!

—Pero no lo has hecho, —señaló. Atónita, se dio cuenta de que algunas de las gruesas burbujas se le pegaban al cuello y los hombros. Antes de que ella pudiera protestar, él tomó uno de sus pies entre las manos y empezó a frotar círculos ligeros en su arco con los pulgares.

—¿Qué haces?, —preguntó acalorada, intentando apartar el pie.

Se rio de su vergüenza.

—¿Te han dicho alguna vez que estás más tensa que un kneazle cerca de un lago? Estás sufriendo mi artritis, lo cual es muy injusto. Te voy a enseñar lo que ayuda con el mantenimiento diario.

—Eres muy exigente, —espetó ella, intentando de nuevo apartar el pie—. Esto es raro, puedo hacerlo sin tu ayuda.

—Pero es mejor cuando lo hace otro, —contraatacó—. Relájate, Granger, me estás poniendo de los nervios. Solo disfrútalo. Te prometo que no lo convertiré en un hábito.

Hermione tardó varios minutos en calmarse del todo mientras él le frotaba el pie en ligeros círculos, masajeando suavemente las zonas doloridas y presionando con fuerza en los puntos que parecían más tensos. Cuando terminó con el pie, empezó a subirle por el tobillo y ella tuvo que reprimir un gemido de placer. Cuando terminó con el tobillo, dejó caer el pie de nuevo al agua y, con un plip, desapareció bajo la espuma perfumada de la bañera, flácido como un pez deshuesado.

—Draco, —dijo ella pensativa, su tensión inicial adormecida por el aire perfumado y el masaje—, ¿crees que todo se reduce a la mitad, las cicatrices, la artritis, porque las compartimos?

Indulgentemente, pensó un momento antes de contestar.

—Mis dolores de artritis son tan malos como siempre... y no me gustaría pensar que tus, er, ciclos lunares son el doble de peores que lo que he sentido esta mañana. ¿Por qué lo preguntas?

Deseosa de dejar atrás lo antes posible cualquier discusión sobre sus "ciclos lunares", balbuceó.

—Solo pensé que parece raro que la magia de un unicornio pueda resultar en algo negativo, ya que son la quintaesencia de la Luz... y si supuestamente estamos "compartiendo un Cuerpo", en cierto sentido, a través de esta magia... me parece que hemos sido reflejados de alguna manera, en lugar de combinados. Ya que seguimos separados físicamente y nada se ha reducido a la mitad, claro.

Draco se quedó pensativo un momento, con los ojos azul grisáceo parpadeando con interés.

—Más te vale que no sea una lluvia de ideas.

—Ya te lo dije, me gusta hacer lluvia de ideas en el baño.

—Entonces si vas a someternos a los dos a eso, también puedes venir el resto del camino.

Con una mirada de anhelo hacia el agua, que realmente parecía muy tentadora, Hermione cuadró los hombros y lo miró a los ojos. Parecía estar escrutándola y, aunque al principio trató de no ser la primera en apartar la mirada, se dio cuenta de que tenía que dejar de mirarlo a los pocos segundos. Había varias cosas escritas en su rostro que no creía estar preparada para afrontar. Y menos teniendo en cuenta cómo habían empezado a desarrollarse sus propios sentimientos.

Le impresionó que, de alguna manera, aquel fuera un punto de inflexión. Él también parecía saberlo.

Hermione luchó con sus sentimientos por un momento. Sabía que estaba... algo... algo así como enamorada de él. Pero aquello era muy diferente de lo que había experimentado con Viktor, Ron u Oliver. La razón luchó contra su coraje por un momento. Al final, ganó el león.

—Date la vuelta, entonces.

Draco la obedeció, nadando hasta el centro de la bañera en forma de piscina para complacerla. Con un siseo de placer mientras el calor se extendía por sus miembros, Hermione se deslizó dentro del agua.

—Vale, —le dijo, agradecida por la gruesa capa de espuma que cubría su cuerpo apenas vestido—. Puedes darte la vuelta ahora si quieres.

Flotó casi perezosamente hacia ella. Cuando volvió a estar a su lado, ella ocultó el escalofrío cuando sus dedos recorrieron el lateral de su cuello y, con aparente fascinación, trazaron las opacas líneas bronceadas de su pecho y sus hombros.

—Sé que las cosas están incómodas entre nosotros en este momento. Si te parece bien, me gustaría que las cosas volvieran a ser como antes de todo este lío.

Hermione sintió que se sonrojaba y se alegró de que aquello pareciera normal, dado el calor que hacía en la estancia.

—A mí también me gustaría. Pero parece que tu madre nos presiona mucho para que... ya sabes. —No pudo decirlo—. Es la segunda vez que saca el tema, en otros tantos días. Me preocupa que pueda tener motivos ocultos.

Draco le cogió la mano y empezó a hacerle el mismo tipo de masaje que acababa de hacerle en los pies, en círculos lentos y amplios.

—No planeé esto, Granger. Es algo que sucedió por sí solo.

—Te creo.

—Es cierto que no estoy tan disgustado como podría estarlo por la situación, sobre todo teniendo en cuenta mi pasado y mi familia. No puedo hablar de los motivos ocultos que pueda tener mi madre para promover una unión entre nosotros... pero si los hay, no los ha compartido conmigo.

—De nuevo, te creo, —le dijo—. Sigo preocupada.

Le había metido el pulgar en la palma de la mano y le había disipado gran parte del dolor de los dedos, moviéndose para cogerle la otra mano y repetir la experiencia.

Con cierta timidez para una bruja que estaba semidesnuda en una bañera con un mago casi desnudo, preguntó:

—¿Decías en serio lo del otro día? ¿Cuando le dijiste a mi madre que pensabas que yo era una bruja extraordinaria?

Draco inclinó ligeramente la cabeza.

—Como te revelé cuando estábamos bajo los efectos de ese asqueroso polvo que instiga a la verdad, te tengo cierta estima académica desde hace algún tiempo.

—Mi herencia, sin embargo, —desafió—. ¿No te molesta?

Miró hacia el cielo mientras seguía masajeándole la mano y la muñeca.

—Fue así una vez, pero no por las razones que crees. Fue difícil aceptar que alguien que descubrió que era mágico a los once años me superara en todas las asignaturas, cuando a mí me habían educado para creer que era superior por naturaleza, —le dijo con soltura. Era casi como si hubiera ensayado este discurso en algún momento—. Me gustaría besarte otra vez, Hermione. Si no quieres, gira la cabeza y no volveré a intentarlo.

Ni siquiera se le ocurrió apartarse, porque la verdad era que lo deseaba. Disfrutando de la forma en que sus brazos se deslizaban con fluidez alrededor de su cintura, su tacto le hizo palpitar el corazón mientras la atraía hacia sí. Su beso comenzó con una suave presión de sus labios contra los de ella. Deseando que la besara como lo había hecho en Halloween, Hermione le puso las manos en los bíceps y lo atrajo hacia sí.

Su respiración dio un respingo de satisfacción cuando la lengua de él se deslizó por la comisura de sus labios, separándolos con facilidad mientras se lanzaba a probarlos. Hermione sintió que el roce de su lengua rebotaba en cada parte de su cuerpo. Le calentó el vientre, le confundió el cerebro y derritió lo que quedaba de su determinación.

Los dedos le rozaban los huesos de la cadera y el índice se enroscaba bajo las bragas, como insinuando que se las quitara.

—Estoy sangrando, —le recordó con suavidad, apartándose ligeramente.

—No me importa, —fue su respuesta mientras sus manos se deslizaban por su caja torácica y volvían a su pecho—. Estamos en la bañera.

Las manos de Hermione viajaron de sus brazos a sus hombros y se acercó aún más, sus cuerpos ahora apretados con fuerza. A través de la fina tela de los calzoncillos, notaba la dureza de él contra su muslo.

Con valentía, se inclinó hacia él y, con la misma valentía que había tenido en la noche de Halloween, lo tomó con la mano y lo frotó suavemente. En respuesta, él intensificó el beso y sus dedos se dirigieron al broche del sujetador, que desabrochó tras un breve forcejeo. Sin molestarse en quitárselo de los hombros, sus manos se deslizaron por debajo de la prenda desabrochada y le cogieron los pechos con la palma. Sus manos se sintieron deliciosamente bien al acariciar la suavidad desnuda. Sintió un nuevo sofoco cuando le acarició el pezón y se separó del beso para respirar hondo. Él volvió a atraparla inmediatamente. Sintió su sonrisa burlona, mientras su otra mano recorría su vientre desnudo y le ponía la carne de gallina, a pesar del calor de la bañera.

A Hermione la habían besado antes, pero no así. Ella lo había besado antes, pero no así. Esta vez, estaba desinhibida. Fue como salir a tomar aire después de tanto tiempo casi ahogada.

La mano de él se posó posesivamente en su monte y un dedo descendió por la fina tela que lo separaba de su calor interior. Antes de que pudiera darse cuenta de que sus labios se habían separado de los suyos, ya la besaba por el cuello y cerca del lóbulo de la oreja.

—Dime que pare, —le oyó murmurar en voz baja, entrecortado y un poco asustado.

Recordaba vagamente que se lo había dicho dos veces. Quizás le gusta el masoquismo emocional...

—No pares, —jadeó en una desobediencia desenfrenada.

La empujó contra la pared de la bañera, con la parte posterior de las piernas golpeando contra el azulejo dorado. Sentía el peso de él a lo largo de todo su cuerpo, la dureza acerada de su virilidad la hacía desearlo como nunca antes había deseado a otra persona. Sentía un rugido en los oídos, toda la sangre corriendo por su cuerpo, y era como si la estuvieran aniquilando, pero no le importaba.

—No pares, —repitió ella, casi con miedo. Dos de sus dedos se introdujeron en sus bragas y presionaron su desnudo clítoris, haciéndola estremecerse.

—Hermione, —ronroneó.

Volvió a estremecerse, esta vez por el uso de su nombre, tan poco utilizado y dicho con esa voz. Sus dedos se deslizaron con facilidad por su entrada, resbaladiza por su necesidad, y no tardó en hacerla retorcerse.

—Déjame hacerte llegar, —pidió—. Por favor.

Se rindió cuando sus labios volvieron a chocar con los suyos. Tardó muy poco en llegar al clímax. Después, él parecía inmensamente satisfecho de sí mismo.

—¿Y tú?, —preguntó una vez superada su timidez.

—No importa, —atestiguó—. Fue suficiente poder verte deshacerte así.

En cuanto a Hermione, aunque ya se había llevado al clímax a sí misma en otras ocasiones, decidió que Draco había tenido razón en al menos una cosa hoy: era definitivamente mejor cuando otra persona lo hacía por ti.

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Nota de la autora:

Draco está aquí para ganar, ¿no? Espero que eso haya compensado la falta de interacción Dramione en el último capítulo. Seguro que todos nos hemos ganado un poco de limonada.

Como siempre, quiero y aprecio a todos los que han apoyado esta historia. Gracias por vuestros ánimos y paciencia.

No usé un beta en este capítulo, así que cualquier error es mío.