KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXIX
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InuYasha notó que ella le acariciaba el vientre con cierta indecisión. Se mantuvo callado, y ligeramente tenso, a la espera de lo que Kagome quisiera hacer. Percibió un nuevo temblor que ella manejó por medio de unas cuantas respiraciones entrecortadas y superficiales. Hubo una pequeña pausa que fue rota en el momento en que InuYasha notó la intrusión de la mano que le acariciaba el inicio del vientre, entonces se tensó y fracasó en contener un suave lamento. Sus dedos bajo la falda continuaron con la caricia y lo hizo suavemente, manteniendo los pulgares por sobre el vientre. Deseó conocer cómo reaccionaría Kagome si la tocaba del modo que ella buscaba tocarlo a él. La idea contribuyó a que su respiración se hiciese más pesada. Sentía la piel inflamada por el deseo.
Kagome giró la cabeza e InuYasha notó que su aliento le rozaba la clavícula. Era tibio e intenso. Entrecortado. Ella parecía incapaz de respirar profundamente y a él le pareció que esto se estaba convirtiendo en una tortura en la que ambos se encontraban por voluntad propia.
Se miraron a los ojos y hubo una especie de alivio en la conexión que encontraron a través de ese gesto. InuYasha sintió que su deseo se guarecía en ella. Nunca había conseguido entregarse a un romance y llegó a pensar que era por el poco espacio que había en su vida para algo así. Consideró que había un mensaje oculto en la mirada de Kagome, un sentir que se instaló en su pecho como una verdad inconmensurable, plena como el cielo al amanecer; la esperaba a ella.
Kagome, por su parte, experimentó la liberación de la cautela, y eso la ayudó a dejar de temblar. No quería permitir que el miedo a algo desconocido la privara de este momento. Recordó que cada decisión implicaba un riesgo y ella deseaba arriesgarse con InuYasha, había sido así desde que se encontraron por primera vez. Tenía claridad sobre las muchas cosas que desconocía de él, sin embargo, intuitivamente sabía que su presencia le era esencial. Así que ofreció sus labios, alzando la barbilla un par de centímetros. InuYasha respondió yendo a su encuentro, entonces ella descendió la mano que tenía en el borde del pantalón. Notó la suave y firme textura del vello que había ahí, además de maravillarse con la rigidez del sexo. Lo escuchó respirar con prisa, conteniendo las emociones que experimentaba. Lo besó con más intensidad, queriendo que dejara también las limitaciones. Abrió la boca para recibir la lengua que entraba en ella con ansia. La caricia era excitante y tortuosa, y Kagome estaba absorbiendo la información de todo lo nuevo que le estaba sucediendo. InuYasha intensificó el ansia con que la sostenía y ella escuchó un lamento que se unió al propio. En ese instante su mente abandonó el control y se permitió sentir sin la mordaza de la razón. Ese contrasentido la impulsó a llevar la caricia de su mano un poco más allá e hizo del roce sobre la erección de InuYasha un toque firme. Lo escuchó liberar un nuevo gemido en medio del beso, y éste pareció transformarse en más deseo del que ya vibraba en ambos.
InuYasha se notaba mareado, reconociendo la embriaguez de la pasión que lo asolaba nuevamente. Oprimió la cadera que sus manos no habían dejado de acariciar y tiró de Kagome hacía sí, creando un beso más profundo aún. No fue consciente de lo bien que se sentía el calor, el ansia y de lo mucho que la estaba aprisionando, hasta que se quejaron al unísono por la fuerza con que deseaban meterse uno en el otro. Se miraron, estaban tan cerca que respirar resultaba difícil. Se ansiaban, y además estaban de acuerdo en ello. Ambos coincidían en estar cruzando una especie de euforia que sólo les estaba dando una mínima tregua que prácticamente no querían.
Se detuvieron por un momento para darle así un instante a la prudencia.
Sus frentes permanecieron unidas, descansando uno en el otro. InuYasha presionó suavemente los muslos sobre los que reposaba las manos y la escuchó suspirar. Tener a Kagome ante él, sonrosada por la emoción que el momento guardaba para los dos, era como estar ante un secreto que necesitaba un lenguaje que él aún no conocía e incluso así estaba seguro de poder leer.
Kagome sentía que estaban justo en el momento adecuado. No sabía demasiado sobre astrología o alineamiento de planetas, sin embargo, tenía la certeza de que este instante estaba coronado por algo similar a una premonición. Notó un ramalazo de ansiedad que llegó a ella de forma suave aunque imparable, del mismo modo que se acerca una ola a la orilla del mar.
InuYasha la volvió a besar y se echó hacia adelante para que su pecho presionara sobre el de Kagome. La mano que lo acariciaba bajo el pantalón no cesaba en su empeño y él se tuvo que quejar en medio del beso por la intensidad con que el deseo lo estaba manejando. Por un momento se permitió pensar en si haría bien las cosas de seguir adelante. Sus pensamientos fueron interrumpidos por su propio gemido al notar la fuerza con que Kagome lo reclamaba. Aquel toque y el suspiro que ella misma liberó le quitaron cualquier vacilación.
Murmuró su nombre —Kagome— y se entregó nuevamente al beso, deslizando las manos por los muslos hasta encontrarse con las medias, para retroceder en la caricia y tocar nuevamente la cadera hacia la cintura. El toque le resultó particularmente atrayente, la firmeza de su forma estaba matizada por una suavidad que conseguía que sus dedos moldearan la piel y la carne. Eso lo llevó a desear sentirla en medio de la desnudez.
Le encantaba el toque de las manos de InuYasha sobre su cadera. Le resultaba natural permitir que la acariciase como si la cercanía con él fuese inherente a existir, algo equivalente a respirar. Por un momento Kagome llegó a pensar que el corazón se le iba a desbocar. La bruma en su cabeza parecía mantenerla aislada de cualquier otra sensación que no procediera de InuYasha y aunque estaba tremendamente ansiosa, también estaba decidida. Ver la mirada en él, justo antes de comenzar con el beso más cálido, insistente, dulce y apasionado que había podido imaginar, la llevó a entender que fuese cual fuese el resultado no se iba a arrepentir. Ese pensamiento revoloteó en su mente del mismo modo que las mariposas imaginarias lo hacían en su cuerpo. Necesitaba sentir a InuYasha totalmente fusionado con ella. Sentir la lengua exigir la intromisión en su boca era algo extraño, a la vez que deseado, y se permitió responder con caricias de la suya. Se notaba inquieta al percibir la excitación de InuYasha manifiesta en su sexo erecto, más aún en el momento de imaginar cómo sería sentirlo dentro. Una sacudida de pasión la estremeció y el beso que se daban fue interrumpido parcialmente. La sangre le calentó las mejillas y el cuerpo, y se sintió desbordada de ansia, ésta se acentuó cuando escuchó el modo devastador en que InuYasha murmuraba su nombre. La caricia que él le daba bajo la falda se hizo más intensa, al igual que el beso. Se sobresaltó en el momento en que sintió el toque que él le daba entre las piernas, justo por encima de la braga. La conmoción de ese roce la sacó totalmente de la realidad durante un instante. No consiguió centrarse en nada más que el modo en que su interior se contraía en busca de algo que necesitaba con premura. Lo abrazó impetuosamente, esperando a que él entendiera lo que ella no se atrevía a manifestar.
Otra vez la inseguridad se instaló en su mente y se preguntó si ella cumpliría de forma eficiente en este plano desconocido del amor. En su mente apareció el personaje de su cabeza, y contrario a tantas otras veces en que la provocaba con sus palabras, le pareció dulce y hasta temeroso. Kagome notó el modo en que una idea se instalaba en su pensamiento de la forma certera en que se instalan aquellas cosas que conoce el alma.
—Eres virgen —afirmó, sin siquiera llegar a poner un filtro a su idea. A continuación se tensó por la impertinencia de sus palabras y concibió la remota esperanza de que InuYasha no hubiese escuchado.
Notó una presión ligeramente diferente en las zonas en que él la estaba tocando y lo escuchó suspirar.
—¿Es un problema?
La sinceridad de aquella pregunta la desarmó. El pecho se le llenó de emociones y notó el modo en que se enlazaban la ternura, la sorpresa, la pasión y el deseo; y a pesar de ese caos, sentía que todo era perfecto.
Kagome negó y se agitó aún más, las palabras le fallaban y lo abrazó queriendo aferrarse a la fuerza que InuYasha parecía tener, esperando infundirse valor.
InuYasha pensó que de los dos inevitablemente Kagome era la más valiente. Alzó una de las manos que hasta ahora había estado bajo la falda y la llevó a la cara de ella. Acomodó un mechón de pelo tras su oreja, creando con aquello una caricia que repitió dos veces más. De pronto todo se había paralizado. Se creó un instante de magia en la forma en que sus miradas los estaban mostrando ante el otro y en el modo en que ambos habían ralentizado las caricias. Ninguno de los dos estaba exento de ansiedad y deseo, sin embargo, aun así, se estaban dando el tiempo adecuado para sólo mirarse.
El ritmo suave de las caricias dadas en puntos específicos, consiguieron crear en ellos un desasosiego aún mayor que el conseguido un instante atrás. Kagome movía los dedos con delicadeza, reconociendo la fina textura de la piel del sexo de InuYasha. Él, en tanto, presionaba entre sus piernas con el pulgar, notando el modo en que Kagome se tensaba cuando pasaba por encima de la protuberancia que escondía bajo la tela de la braga. Volvieron a besarse, expertos ya uno en la forma de la boca del otro. Kagome abandonó la caricia bajo el pantalón e InuYasha emitió un lamento contenido al notar la intención de ella por deslizar la cremallera. Tenía claro que no necesitaban demasiado para saciar un apetito físico, lo sabía por todo lo que conocía del club. No obstante, al parecer ambos buscaban algo más profundo y eso lo animó a ayudar a Kagome con la ropa.
Fue extraño para él experimentar confianza plena al exponerse del modo que lo estaba haciendo. Su confianza siempre había sido entregada a cuenta gotas. Sin embargo, permitió que Kagome obrara intentando remover la ropa para desnudarlo. Lo invitó a alzar la cadera y él obedeció, eso hizo que ella perdiera ligeramente el equilibrio. InuYasha no estaba dispuesto a dejar que se alejara y consiguió mantenerla en el lugar. La sostuvo con una mano por la espalda, en tanto usaba la otra para retirar la ropa lo suficiente y dejar su sexo expuesto. Kagome suspiró, parecía querer exhalar todo el desasosiego que sentía. InuYasha no cuestionó lo que aquello significaba y la besó nuevamente, abriéndose paso dentro de la boca. Los dedos de Kagome rodearon su sexo hasta que ambas manos se cerraron en torno de un modo que no esperó y eso lo hizo jadear de ansia. Quería entrar en ella, quería hacerlo de forma frenética y suave a la vez, deleitándose en cada sonido que Kagome emitiese, hasta que ambos sucumbieran al placer. Alzó la cadera lo suficiente como para dar con un punto de encuentro. Luego tomó el borde de la braga, y la removió a un lado notando la humedad de la tela y del sexo de Kagome. Ella suspiró sobre su boca, el beso se había convertido en un contacto efímero que los mantenía unidos sin poder centrarse en nada más.
Kagome respiró agitada cuando el sexo de InuYasha hizo contacto con la humedad del propio y se sintió temblar a continuación. Le escuchó una queja, y se quedó muy quieta por miedo a estar haciendo algo mal. Él puso una de sus manos sobre las de ella y le indicó un movimiento de adelante a atrás que la llevó a contener parcialmente la respiración. El placer que ese simple contacto le estaba dando parecía increíble.
InuYasha notaba el modo en que su determinación de esperar a los avances que Kagome quisiese hacer, estaba siendo avasallada por el ansia de sentirla. Ella retiró las manos e InuYasha contuvo el aliento al notar el calor intenso que emanaba de su interior ante el simple contacto de sus sexos. Kagome estaba muy quieta y respiraba de forma entrecortada. Sus bocas se mantuvieron juntas, aunque sin besarse, cuando ella comenzó a descender su peso con lentitud sobre él. InuYasha tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no asirla por la cadera y empujarse en su interior. El movimiento resultó comprimido e intenso, tortuoso. La expectativa y la sensibilidad efervescente les quitaba el aliento, y conseguía que se aferraran uno al otro. Kagome se movía con suavidad, adelante y atrás, como si quisiera reconocerlo en su interior a medida que él se abría paso en ella. InuYasha jamás imaginó que estar dentro de alguien fuese así placentero y cálido. Cuando se encontraron completamente unidos, ambos temblaron del modo en que el cuerpo tiembla cuando la fiebre se apodera de él. Comenzaron a abrir la ropa que separaba la piel del contacto con la piel, resultaba necesario sentir el calor de uno en el otro. InuYasha se maravilló al observar la forma del pecho desnudo de Kagome cuando esté estuvo finalmente expuesto. Lo acunó con ambas manos y se estremeció de placer al notar la protuberancia del pezón en la yema de los dedos y luego en la palma abierta. Kagome lo abrazó y el calor del pecho desnudo, sobre su propio pecho, le dio paz en medio de la tormenta de las sensaciones. Desde ese momento en adelante todo fue instinto, pasión y un sentimiento profundo, de fondo, que probablemente más tarde analizaría.
Para Kagome el dolor y el placer se entremezclaban, la mantenían en un permanente estado de inquietud que poco a poco fue cambiando. La tensión que notaba en su interior dejó de ser hostil y pasó a ser pura excitación. Se aferró a InuYasha y cerró los ojos mientras él la sostenía entre sus brazos y se movía dentro de ella de forma dócil. Su mente se abrió a un pensamiento extraño; percibir el calor de InuYasha era como palpar una añoranza antigua que despertaba del letargo. Esa idea la hizo sentir desprovista, desnuda, y temblando ante la incoherencia de tenerlo por primera vez, otra vez. Un te amo deambuló en su mente, y se lo guardó oculto por los suspiros que le producía la extraña conmoción de tener a InuYasha dentro de ella. Las sensaciones del cuerpo empezaron su ascenso. InuYasha comenzó a alzarse en su busca y Kagome fue respondiendo a ello.
Con cada movimiento se iban encontrando y sus sexos se cargaban de la energía que produce la pasión. La humedad generaba sonidos que resultaban tremendamente eróticos, aunque en ese momento no conseguían indagar en ello. Había una búsqueda mutua en el vaivén que compartían, era el deseo adyacente de experimentar juntos aquello que presentían. Kagome se quejó lastimeramente e InuYasha respondió abrazándola con mayor intensidad. El aire en la habitación se había vuelto denso generando una atmósfera que los apresaba a uno en el otro. Las manos de InuYasha la tenían subyugada hacia él y lo escuchó esgrimir una maldición casi tan penetrante como los movimientos de su sexo dentro de ella. Kagome lo rodeaba con los brazos por sobre los hombros y gimió sobre su cuello, cuestionando si las sensaciones podían hacerse aún mayores.
Necesito —murmuró cerca del oído de él.
InuYasha no respondió de inmediato y cuando lo hizo su voz sonó ensombrecida y entrecortada— ¿Qué cosa?
Kagome negó con un gesto, no podía decir lo que necesitaba. Se trataba, simplemente, de algo que no conocía.
—No lo sé — suspiró y se tensó.
InuYasha la escuchó, perdida y entregada, eso lo llevó a sentir el calor recorrerle las venas con tal fuerza que creyó posible incendiarse desde dentro. Temió no ser capaz de contenerse más tiempo y que su sexo explotase dentro de ella. La sola idea le prendió fuego a su cuerpo aún con más fuerza, sin embargo no lo haría.
Kagome, voy a… —declaró su miedo. Aquellas palabras parecieron resonar algo en ella. La escuchó jadear, gemir y contener la respiración. Percibió el modo en que Kagome se aferraba a él con las uñas, creando en sus hombros un dolor superficial que sólo acentuaba el placer y el clímax inminente. Le escuchó una queja, al borde del desfallecimiento, no obstante fue la forma en que el interior de ella aprisionaba su sexo lo que terminó de gatillar su propia culminación.
InuYasha la apartó con toda la rapidez que le fue posible, jadeando extasiado por las sensaciones. El orgasmo lo sacudió con un violento exquisito ardor, y borró en él todo pensamiento coherente. Abrazó a Kagome aún más, mientras ella todavía temblaba, y la besó en el hombro, el primer lugar que encontraron sus labios.
A ambos les ardía el cuerpo por la pasión compartida. Kagome se notó perdida durante un largo instante, en el que sólo podía percibir la humedad ardiente entre las piernas y el beso suave que InuYasha dejaba sobre su piel con cadencia y devoción. Descansó su cuerpo en el de él y le besó el cuello cuando se sintió con algo más de claridad. Al paso de un momento lo escuchó comenzar a reír con alegría y fue tal su comprensión del origen de aquella emoción que Kagome empezó a reír junto a él.
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"La ausencia no anula lo que es para siempre. La eternidad se construye con una mirada que la mayoría de las veces no llegamos a comprender hasta mucho tiempo después y eso no la hace menos cierta, ni menos infinita."
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Continuará.
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N/A
Llegar hasta aquí ha sido una completa odisea. Hay muchas emociones contenidas en este capítulo y espero haber conseguido transmitírselas.
Muchas gracias por leer y comentar.
Anyara
