NA: ¡Holaaa! Si no me sigues en mi página de Facebook seguramente hayas leído el título y te estés preguntando qué demonios es esto xD Me explico. Resulta que en Wattpad "Condenados a no separarse" es una de mis historias más leídas y tengo comentarios y votos a diario, por lo que el otro día decidí leerla de nuevo desde la última vez que la actualicé, en 2017 (porque en realidad no me acordaba de nada xD), y no podéis haceros una idea de lo mucho que la odié! De principio a fin. No puedo creerme que haya tenido tanto éxito en esa plataforma con diálogos tan aburridos y una trama tan floja y mal estructurada. Me dio coraje porque el recurso de que ellos no pudieran separarse podría haber dado para una historia mucho mejor desarrollada. Así que inmediatamente se me ocurrió una alternativa, una historia paralela a esa mucho más interesante, y no pude evitar ponerme a reescribirla. Por eso aquí tenéis un retelling de "Condenados a no separarse". NO es una secuela, tan solo una versión más madura y mejorada de la historia original. He reciclado, por así decirlo, la idea del castigo y algún que otro párrafo, pero la historia en sí es diferente.

Y como dato, esto me ha servido para notar cómo ha cambiado mi estilo de escritura desde el 2016 hasta ahora, y aunque suene pretencioso, ser capaz de ver una mejoría en la redacción, ideas y construcción de personajes es importante para los escritores, así que no me arrepiento de nada.

Aclaraciones:

—La historia transcurre durante el último año en Hogwarts.
—Voldemort no existe.
—Escenas eróticas.
Enemies to lovers.
—Dramione, Hansy y Blon.

Y nada más. ¡Espero que os guste esta segunda versión de la historia!


CONDENADOS A NO SEPARARSE 2.0


Una broma del destino hace que Hermione y Draco estén condenados a permanecer juntos durante una semana, teniendo que soportar la compañía del otro durante todas sus largas horas, minutos y segundos. No pueden separarse más de cinco metros el uno del otro. Lo que ella no sabe es que él guarda un terrible secreto. Lo que él no sabe es que ella tampoco es una santa.


Capítulo 1: El castigo.


—Maldito viejo chiflado —farfullaba Draco mientras salía a grandes zancadas del despacho del director. Hermione lo seguía con paso ligero, visiblemente igual de molesta. Ella también se estaba quejando de lo que acababa de pasar en aquel despacho, aunque no al volumen del Slytherin.

—Oh, ¿eres tú el que se queja? —inquirió la voz de Harry a sus espaldas—. Sabes que todo esto es culpa tuya.

—Fuiste tú quien hizo saltar por los aires la clase de Transformaciones —le recordó el rubio.

—¡Porque tú hechizaste mi varita!

—¡Oh, por Salazar bendito! ¡Cierra el hocico, Potter!

—¿Quieres que te lo cierre yo a ti de un puñetazo? —ofreció el aludido.

Hermione ahogó un grito, horrorizada por la repentina agresividad de Harry. Hasta Pansy Parkinson, que se miraba las uñas con aburrimiento a unos metros de su amigo, se mostró repentinamente curiosa ante aquella pelea que parecía inminente entre ellos. Ron y Blaise todavía no estaban allí, seguramente siguieran implorando al director por que cambiara de idea.

Ante aquella amenaza, Malfoy había girado ciento ochenta grados sobre sí mismo para enfrentar al chico que, lejos de mostrarse intimidado, le mantuvo la mirada con fiereza. Ambos tenían las manos dentro del bolsillo de sus túnicas, listos para desenfundar sus respectivas varitas ante el más mínimo movimiento de su adversario. Draco dejó que una pequeña sonrisa se izara por una de las comisuras de sus labios.

—Qué vulgar eres, Potter, amenazando con pelear como un simple muggle.

—¡Bueno, ya está bien! —se apresuró a decir Hermione, interponiéndose entre los dos casi a la fuerza—. ¿No es esto suficiente castigo para vosotros? ¿Ahora también queréis ser expulsados?

Los músculos de los chicos parecieron destensarse lentamente mientras sus espaldas encorvadas volvían a ponerse derechas. Ambos se miraron con intensidad durante un par de segundos más antes de que el Slytherin hablara de nuevo.

—Andando, Granger, tengo cosas que hacer.

Ella miró con resignación a su amigo antes de darse la vuelta y seguir al Slytherin por el pasillo.

El hecho de que a las constantes quejas de los profesores acerca de las peleas e interrupciones en clase por los seis alumnos se le sumara aquel "pequeño" accidente, había hecho que el director Dumbledore decidiera tomar cartas en el asunto de manera radical e imponerles el peor de los castigos. Sus palabras todavía resonaban en la cabeza de la chica una y otra vez con todo lujo de detalles, como una grabadora.

«Permaneceréis en parejas durante una semana, unidos por un hechizo fusionador que no os permitirá que os separéis de vuestro compañero a más de cinco metros. Uno de Gryffindor con uno de Slytherin. Será el azar el que decidirá dichas parejas. Confío en que este castigo consiga lo que yo no he podido en todos estos años; hacer que os entendáis de una vez por todas y que, al menos, aprendáis a toleraros».

Hermione suspiró con resignación. El endemoniado azar había decidido que fuera ella quien saliera peor parada; le había tocado Malfoy. Toda una semana tenía que pasar, con todas sus largas horas, minutos y segundos, antes de que pudiera volver a separarse de Draco Malfoy. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral ante tal pensamiento.

Por su parte, Harry había sido unido con Pansy y Ron con Blaise. Ella apretó los labios, molesta. Aquel castigo se le habría hecho mucho más llevadero con Zabini, ya que, aunque siempre lucía con orgullo la arrogancia digna de un Slytherin, se le hacía el menos problemático de los tres. Además, había escuchado por ahí que detrás de su fachada de chico malo en realidad había un graciosillo empedernido. La otra opción hubiera sido Parkinson. Sabía que no le caía bien, y ella tampoco era exactamente santo de su devoción, pero quizás, tal vez con un poco de esfuerzo por ambas partes, hubieran llegado a entenderse con el tiempo.

Con Draco Malfoy todo sería diferente. Todo sería más difícil.

Argh. Aquello apenas había empezado y ella ya estaba harta.

Se encontraba sumida en un torbellino de autocompasión mientras lo seguía cabizbaja por el pasillo cuando se dio cuenta de que tenía los cordones de uno de sus zapatos desatados, por lo que se agachó para empezar a atarlos.

—¡Maldita sea! —exclamó Malfoy unos pasos por delante. Hermione levantó la vista justo cuando él parecía darse de bruces contra una pared invisible. Aunque fue capaz de reprimir la risa, no pudo evitar que las comisuras de sus labios se levantaran a modo de media sonrisa.

—¿Qué te crees que haces? —espetó él mientras se volvía para mirarla con irritación.

—Una poción multijugos —respondió ella, todavía sonriendo—. ¿A ti qué te parece?

—Borra esa estúpida sonrisa de la cara, Granger.

—¿O qué? —dijo, y en su tono de voz pudo escucharse un deje de provocación.

«¿Qué vas a hacerme, idiota? No puedo salir peor parada de lo que ya estoy».

—O haré de esta semana la peor de tu existencia —gruñó. Hermione bufó por lo bajo. Terminó de atarse los cordones y volvió a ponerse en pie.

—No es necesario que te esfuerces —le respondió con desdén—. Si es contigo, el premio a la peor semana del universo lo tengo asegurado.

—Seremos dos ganadores entonces —replicó él, mirándola con ojos entrecerrados de los que saltaban chispas de odio.

—Por supuesto, eso espero. —Si ella tenía que sufrir, al menos que él también lo pasara un poco mal a su costa—. ¿A dónde vamos? —quiso saber.

—Limítate a caminar, Granger —dijo, escupiendo su apellido con desprecio.

Él le dio la espalda mientras se ponía en marcha. Unos pasos más atrás, ella volvió a sonreír.

—¡Joder!

El Slytherin se llevó las manos a la cara para frotarse la zona herida. Al darse la vuelta de nuevo se encontró con que Hermione lo miraba cinco metros más allá, en su rostro pintado un lengüetazo de malicia.

—¿Dónde vamos? —repitió, sabiéndose poderosa. Si ella no cooperaba y caminaba, él no llegaría a dondequiera que quisiera ir; volvería a darse de bruces con una barrera invisible una y otra vez, y las veces que hicieran falta.

Draco tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no ponerse a gritar improperios o matarla allí mismo. ¿Cómo era que una sangre sucia como ella se atrevía a desafiarle de esa manera? La bruja más brillante de su generación… ¡Pamplinas! Si ella había descubierto un truco para llevar ventaja en aquella situación de mierda, entonces él encontraría dos.

Con esa última idea en la cabeza se quedó pensativo unos segundos. Pronto empezó a preguntarse si…

Se acercó con cuidado a la barrera que delimitaba los escasos metros que tenían de margen y, cuando la encontró, apoyó el hombro sobre ella ejerciendo toda la fuerza de la que fue capaz.
Esta pareció desplazarse mientras empujaba por la espalda a la castaña y la hacía avanzar en contra de su voluntad.

Había funcionado.

Al principio trató de oponer resistencia, pero luego terminó aceptando que no podía competir con la fuerza de un deportista como Draco.

—¡Vale! —exclamó al fin, irritada y resignada a partes iguales mientras volvía a caminar—. ¡¿Qué?! —les gritó a todos los que les rodeaban y que se habían quedado observando con curiosidad aquella extraña escena. Ese castigo pronto sería de interés público para todo el castillo. Pocos secretos podían guardarse entre sus paredes, y menos cuando la gente empezara a darse cuenta de que extrañamente ambos habían empezado a ir juntos a todos lados.

Caminaron en silencio, manteniendo las distancias todo lo que les era posible. Ella resopló un par de veces, ansiosa de llegar a donde fuera que se dirigiera Malfoy. Cuando al fin pararon frente a una gran puerta de madera en las mazmorras y Draco llamó con los nudillos un par de veces, Hermione sintió cómo la curiosidad iba ganándole terreno a su sensación de fastidio.

El profesor Snape abrió unos segundos después, arqueando una ceja mientras miraba de arriba abajo a la chica. Si esperaba a alguien, definitivamente no era a ella.

—Dumbledore nos ha castigado —se limitó a decir el rubio—. Nos ha puesto un estúpido hechizo que no nos permite separarnos por más de cinco metros en la próxima semana. Solo venía a avisarle de que no… bueno, ya sabe. Que por unos días no podremos seguir con lo que estamos haciendo.

En el impasible rostro de Snape apareció una pequeña, pequeñísima mueca de disgusto.

—El director Dumbledore y sus ocurrencias —dijo con voz áspera, arrastrando las palabras de manera desesperante. Acto seguido pareció caer en la cuenta de algo—. ¿Y cómo se supone que vas a…? —Se detuvo a sí mismo para luego añadir un simple «no importa» antes de volver adentro y cerrarles la puerta en las narices.

Draco se dio la vuelta y comenzó a caminar de vuelta al vestíbulo. Hermione, que se había quedado sorprendida con aquel extraño encuentro, volvió a encontrar su voz para preguntar:

—¿A qué te referías cuando has dicho «con lo que estamos haciendo»? ¿Qué se supone que haces con el profesor Snape en su despacho?

—Eso no te incumbe —espetó él.

—¿Das clases particulares con él? Ya sabes que eso no está permitido en Hogwarts. O tal vez no lo sepas, ya que dudo que te hayas leído las normas del castillo, pero…

—¿Es que tú nunca te callas? —le dijo con pesadez—. Además, ¿tengo pinta de necesitar clases particulares?

Ella se quedó pensativa un momento.

—¿Tienes un amorío con el profesor de pociones? —Él dejó de caminar para mirarla con la boca abierta y ojos asesinos—. ¿Qué? Es que si tengo que guiarme por la pinta que tienes… realmente pareces necesitar que te quieran un poco.

—Ja, ja. Muy graciosa —dijo con sarcasmo—. Realmente hilarante. Sobre todo viniendo de alguien que no sabe lo que es el sexo. Me sorprende hasta que lo menciones.

Hermione se rio. En cierto modo era casi satisfactorio comprobar que él no sabía nada acerca de ella.

—Lo decía en serio.

De haber podido, Draco la hubiera fulminado con la mirada.

—Yo también.

Ambos retomaron el camino. Él aceleró el paso al darse cuenta de que habían empezado a caminar a la misma altura. Por suerte, ahora volvían a tener clase conjunta. Herbología.

Cuando llegaron al invernadero, los alumnos ya estaban entrando. Hermione buscó con la mirada a sus amigos y pudo divisarlos al final de la gran mesa central. Agradecida por poder reunirse con ellos de nuevo y olvidarse por un momento de Malfoy, se apresuró a caminar hacia ellos a toda prisa… Siendo ella la que aquella vez experimentara la sensación de darse contra un muro invisible en toda la cara.

Malfoy, que se había parado para escuchar los halagos y adulaciones de las chicas de su casa cuando lo vieron pasar, empezó a reírse malvadamente al darse cuenta de lo que había provocado. Parkinson, que parecía apurar la distancia todo lo posible para no estar junto a Harry, también se rio.

—Muévete —le ordenó Hermione, viendo con rabia cómo avanzaba a pasos enanos solo para fastidiarla. Afortunadamente para ella, la profesora Sprout llegó en ese momento.

—¡Por favor, pónganse alrededor de la mesa y presten atención!

Draco empujó de un codazo a un chico Gryffindor que se encontraba junto a Blaise y se puso en su lugar, mientras Hermione estiraba los brazos para evitar darse otro porrazo mientras se acercaba a sus amigos, unos pasos más allá. Ambos parecían divertidos, como si no les resultase completamente horripilante el hecho de aguantar a esos dos pegados a ellos durante toda la semana. Hermione los miró, examinando sus rostros y pidiendo una explicación sin palabras.

—Ambos te compadecemos —le explicó Ron con una media sonrisa de disculpa—. Zabini parece perder las ganas de pelear cuando Malfoy no está cerca.

—Y Parkinson apenas me ha dirigido la palabra desde que salimos del despacho del director —añadió Harry—. Al parecer, hacernos la vida imposible no les es tan divertido si Malfoy no está cerca para hacer comentarios sarcásticos sobre nuestro aspecto o sabotear nuestras varitas a su antojo en medio de una clase.

Hermione notaba la sangre agolpándose en sus mejillas debido a la rabia.

—Os odio —dijo por lo bajo.

—¿A nosotros? —preguntó Ron, extrañado.

—Sí, a vosotros. Ellos llevan todos estos años provocándoos porque saben que vosotros les entráis al trapo. Les respondéis con más provocación, que es lo que siempre buscan. ¿Es que no os dais cuenta? Además, ¿quién ha tratado siempre de calmar los ánimos para no meternos en problemas? Yo. ¿Quién es la que está cargando con la peor parte? Yo —murmuró con irritación mal contenida—. No es justo.

—¡Atención, por favor! —gritó la profesora mirando en su dirección, llamando así al orden.

Hermione frunció el ceño mientras intentaba concentrarse en la lección de aquel día, pero después de todo le estaba resultando poco menos que imposible. ¡Qué injusto! ¡Qué desagradable! ¡Qué todo!

Sprout les hizo estudiar con detenimiento una porción del tallo de un Lazo del Diablo para descubrir sus propiedades y características, y después anunció que el próximo día deberían entregar una redacción sobre las conclusiones que hubieran obtenido a lo largo de la clase. El descontento del alumnado se hizo evidente, pero Sprout no parecía dispuesta a retractarse.

Hermione suspiró, despidiéndose de sus amigos y acercándose al Slytherin de nuevo.

—Vamos a la biblioteca —dijo, esperando a su lado a que recogiera sus cosas.

—¿Tú nunca descansas, Granger? —preguntó él, irritado ante la perspectiva de tener que seguir estudiando después de todo el día de clases.

—No cuando hay trabajo que hacer —respondió ella, zanjando el asunto.

Antes de irse, vio por el rabillo del ojo cómo este se acercaba al oído de la chica Greengrass para informarle de que estaría en la biblioteca. Le pareció ver cómo esta le respondía con una mirada fogosa, pero él ya había apartado los ojos de ella.

Caminaron hacia su destino en completo silencio, aunque Malfoy arrastraba los pies y maldecía de vez en cuando. Cuando llegaron, la estancia estaba vacía.

Ella dejó escapar un suspiro de satisfacción. Justo como a ella le gustaba.

Hermione le obligó a seguirla a través de las estanterías en busca de material apropiado para documentarse mejor sobre aquella planta parecida a una tentácula venenosa y, luego, se sentaron en una mesa cualquiera. A la chica siempre le había gustado el silencio, pero con Malfoy ahí, frente a ella, mirándola fijamente sin decir nada… había descubierto que el silencio podía llegar a ser abrumador.

Al fin había logrado centrarse en su lectura y ya había empezado su redacción cuando escuchó los pasos de alguien más entrando en la biblioteca.

—Hola, cielo —canturreó Daphne, inclinándose hacia Malfoy para darle un beso en los labios. Hermione levantó los ojos de su pergamino para encontrar que la chica la estaba mirando con un gran interrogante en su expresión. Hermione casi podía leer lo que pasaba por su cabeza.

«¿Qué haces sentado con ella cuando está toda la biblioteca vacía?».

Hermione hubiera respondido a su pregunta no formulada de no ser porque entendía que era él quien debía explicarle todo aquel asunto a su novia. Sin embargo, antes de que él pudiera hacerlo, ella habló de nuevo.

—¿Me acompañas a buscar un libro cerca de la sección prohibida? —le preguntó con voz melosa mientras enredaba los dedos en el cabello rubio sobre la nuca del chico. Era evidente que se había perfumado, y por entre la abertura de su túnica podía verse lo que parecía ser un sostén de encaje. Malfoy le tomó la mano y la volvió a dejar caer a su costado.

—Hoy no, Daphne. —La chica parecía perpleja ante su rechazo. Él suspiró profundamente, volvió a tomar su mano y besó el dorso de esta con unos modales casi aristocráticos. Luego alzó los ojos para mirarla—. ¿Recuerdas que hoy Potter ha volado por los aires la clase de Transformaciones y que McGonagall nos ha enviado al despacho del director a mí, a Pansy, Blaise, Potter y sus amigos? —La chica asintió, curiosa y a la vez recelosa por el hecho de que Hermione estuviera ahí, escuchando todo lo que su novio tuviera que decirle. Malfoy continuó hablando—: Dumbledore nos ha castigado uniéndonos los unos a los otros. Pansy está unida a Potter y Blaise lo está a Weasley. Yo lo estoy con ella, y no podemos separarnos más de cinco metros el uno del otro durante toda una semana.

La chica profirió un grito ahogado antes de empezar a mirar a ambos de manera intermitente. Cuando al fin pudo hablar, su voz era tan aguda que Hermione estuvo tentada a taparse los oídos con las manos.

—¿¡Qué!? ¿Y cómo vas a hacer… eso?

—Me las arreglaré —respondió, aunque no parecía muy seguro del todo.

La chica de Slytherin había empezado a ponerse roja como un tomate. La situación ya era demasiado incómoda, así que Hermione decidió darles un respiro y fingir que no los estaba escuchando —aunque era casi imposible— mientras volvía a escribir con su pluma en el pergamino.

—¿Sí? ¿Lo harás? ¿Y cómo piensas hacerlo si está… si está ella delante?

—Tendré cuidado —le aseguró.

—¡Genial, tendrás cuidado! —exclamó con sarcasmo—. Ahora solo se me ocurren una decena de cosas más por las que preocuparme. ¿Cómo se supone que iréis al baño? ¿Dónde dormiréis? ¿Cómo os asearéis si no podéis separaros el uno del otro? ¡Vas a tener que desnudarte delante de ella! ¡Esto es ridículo!

Los músculos de Hermione se agarrotaron en cuanto la chica dijo en voz alta todo lo que ella había estado intentando no pensar desde que salieron del despacho del director. Sí, ¿cómo se las apañarían para sobrevivir a los momentos de primera necesidad de una persona? ¿A los momentos que se suponían que tenían que ser íntimos de cada uno? Un escalofrío le recorrió la espalda, pero decidió intervenir para quitarle hierro al asunto. Tal vez si se mostraba segura de que aquello no era para tanto lograra convencerse a sí misma. Lo dudaba, pero tenía que intentarlo.

—Por si no te habías dado cuenta, Greengrass, sigo aquí —dijo con desaprobación—. Y para que te quedes tranquila no me interesa lo más mínimo ver a tu novio desnudo, ni siquiera en ropa interior.

—El sentimiento es mutuo, Granger —se apresuró a apuntar él.

Malfoy y su débil ego herido. Hermione rodó los ojos en respuesta.

—¿Ves? Ninguno de los dos está contento con esta situación. Nos ducharemos con la ropa puesta si es necesario.

—Oh, ¿lo haréis? ¿Y pensáis llevar la misma ropa durante toda una semana? ¡En algún momento tendréis que cambiaros! ¿Cómo os pondréis ropa interior limpia?

Los celos de la chica eran tan evidentes que podrían haberse materializarse de no ser porque dio media vuelta, sofocada, y se fue con las manos cerradas en dos puños.

Hermione miró a Malfoy de soslayo. Podía notar las ganas que tenía de darle un puñetazo a la mesa después de aquello. Se debatió entre decir lo que rondaba por su cabeza o mejor quedarse callada; ¿Hacer lo correcto o echar un poquito de sal en la herida?

Tomó una decisión tan pronto como recordó todas esas veces en las que él había optado por la segunda opción cuando se trataba de ella.

—¿Sabes? Diría que lo siento por el hecho de que tu novia sienta celos de mí, pero en realidad todo esto, como dijo Harry antes, ha sido solo culpa tuya.

Malfoy se inclinó sobre la mesa, sujetando el borde con tanta fuerza que los nudillos se le volvieron blancos, y con voz grave dijo:

—Ella no tiene nada que envidiarte.

—Y aun así lo ha hecho.

Malfoy no respondió. Hermione sabía que él sabía que en el fondo era cierto, por muy descabellado que le pareciera. Daphne Greengrass era una chica hermosa; la más esbelta de Slytherin, la que tenía los ojos más azules y el cabello más rubio, liso y brillante de todo el castillo. Era la más todo en cuanto a belleza se refería. Era la alumna más despampanante de todas, y aunque estaba segura de que sabía que Hermione era la última chica a la que su novio querría tocar, los celos la habían terminado invadiendo irremediablemente. El comportamiento humano podía ser complicado a veces. Ella solo esperaba que resolvieran sus asuntos de pareja en privado, cuando ella ya no tuviera que estar atada a él en contra de su voluntad.

Hermione apartó esos pensamientos de su mente y siguió a lo suyo, ojeando el libro de vez en cuando y escribiendo lo que creía que sería la mejor redacción que la señora Sprout leería en todo el curso. Él, por su parte, también sacó un pergamino y decidió empezar su propio trabajo. Pero los minutos fueron pasando y en su hoja solo podía leerse un escueto párrafo de introducción. Cuando levantó la vista, comprobó con fastidio cómo ella ya llevaba redactada una carilla entera del pergamino.

—Eh —dijo, llamando su atención—. Enséñame qué tienes.

—¿Perdón?

—Que me dejes leer lo que has escrito.

—Ah. —Miró su pergamino unos segundos y luego volvió a mirarlo a él—. No.

—¿No?

—No —repitió, desplazando el libro abierto hacia él—. Aquí encontrarás toda la información que puedas necesitar. Cógelo, a mí ya no me hace falta.

Draco agarró el libro con tanta rabia que rasgó un par de páginas en su arrebato. Ella le dedicó una mirada severa llena de reproche mientras era testigo de cómo cerraba el libro de mala gana y se ponía en pie.

—Aún no he terminado —le advirtió ella.

—Me da igual. Tengo que ir al baño.

—¿Qué? —La sangre abandonó su rostro del horror que sintió tras esas cinco palabras—. P-Pero aún no lo he asimilado. Todavía no estoy preparada para eso.

—Bueno, pues yo sí que estoy preparado para mear —replicó, y a continuación la miró con malicia—. No querrás hacerme esperar, ¿verdad? Yo podría hacer lo mismo contigo cuando necesites ir al baño.

Oh, no.

Ella se puso en pie rápidamente, recogiendo sus cosas y poniéndose rígida mientras evitaba mirarle a la cara. Draco hizo una mueca antes de volverse y dirigirse hacia la puerta, saliendo de la biblioteca y caminando hacia los baños más cercanos. Cuando llegaron, Draco se volvió hacia Granger.

—Vas a tener que entrar —dijo, abriendo la puerta. Ella puso cara de espanto y abrió la boca para empezar a protestar, pero él fue más rápido y habló primero—. Con cinco metros no llego ni a los lavabos —explicó, observando cómo las mejillas de la castaña empezaban a colorearse bajo sus pecas.

Apartó la vista bruscamente de ella y entró, sujetándole la puerta para comprobar que no se quedaba fuera. Caminó hacia uno de los aseos y cerró la puerta tras él, pero Hermione se había quedado demasiado atrás.

—Acércate un par de pasos más —le pidió, hablando por encima del ruido de las cañerías.

Ella obedeció y, como Draco no dijo nada más, supuso que había podido alcanzar el retrete. Hermione nunca se había sentido tan pequeña entre cuatro paredes. Miraba a su alrededor, sintiendo los latidos de su corazón golpeando detrás de las orejas y siendo consciente, por el ardor de sus mejillas, que pronto empezaría a sentirse mareada.

Más allá, alguien tiró de la cadena. Alguien que no era Malfoy.

Un chico de su mismo curso que vestía la túnica de Ravenclaw salió del aseo. Se quedó anclado al suelo en cuanto la vio allí, de pie, estática y más colorada que la cola de un escreguto.

—¿Es que no sabes leer? En la puerta pone «chicos».

—Sí, ya. Es que estoy esperando a alguien —respondió ella.

—¿Y no puedes esperar fuera?

—Más quisiera, pero no. Literalmente, no puedo.

El chico se quedó viéndola con incredulidad.

—¿Me estás tomando el pelo?

El ruido de otra cadena se hizo eco por encima de su conversación y Draco Malfoy salió del cubículo. A juzgar por la manera en la que intentaba disimular una sonrisa, sabía que había escuchado todo lo que ambos habían estado hablando hasta ese momento.

—Vaya, quién lo diría. Hermione Granger colándose en los baños de los chicos. Qué mal gusto.

La chica sintió cómo su cuerpo alcanzaba un nivel de sofoco que rozaba lo febril. ¿Intentaba dejarla en ridículo? Porque ella también sabía jugar sucio.

—¡Oh, Draco! —exclamó, sobreactuándolo todo un poco—. Te dije que los baños no eran un lugar discreto para nuestros encuentros. ¿Lo ves? Ya nos han descubierto y ahora tenemos que disimular delante de este pobre chico. —Se puso una mano en la frente de manera dramática, como si el mundo fuera a acabarse para ella—. Oh, qué vergüenza. ¿Cuál es tu nombre?

El chico de Ravenclaw, cuya piel estaba bronceada, pronto experimentó lo que era que todo atisbo de color abandonase su rostro. Se había quedado lívido.

—Esto, eh… Christopher.

—Oh, Christopher, ¿nos harías el gran favor de guardar nuestro pequeño secreto?

El chico miró a Malfoy, que además de haber adquirido un tono más pálido que de costumbre, también se había quedado quieto como una gárgola. Ni siquiera parecía respirar. Christopher titubeó antes de responder.

—S-Sí, sí, claro.

Estuvo fuera de la habitación antes incluso de terminar la frase.

Hermione miró a Draco con satisfacción. Él la fulminó con la mirada mientras chirriaba los dientes.

—¿Cómo has podido…? —espetó—. ¡Estás loca! ¡Vas a hundir mi reputación!

—Y eso es solo un recordatorio de que yo también tengo mis recursos. Vas a tener que andarte con cuidado si no quieres salir peor parado que yo de esta situación.

Él arrugó su fina y puntiaguda nariz.

—Eres despreciable.

—Sí, ya, soy insoportable, una rata de biblioteca, una sangre sucia, bla, bla, bla. ¿Podemos dejar los insultos para otro momento? Después de tener que soportar tu presencia todo el día tengo un hambre voraz.

El chico la sobrepasó y empezó a caminar a grandes zancadas hacia el gran comedor. Los resoplidos y maldiciones del rubio avisaron a los alumnos de su llegada. Una iracunda Daphne clavó el cuchillo con rabia en la mesa, cerca de la mano de uno de sus compañeros, cuando Hermione agarró a Draco de la manga de su túnica para evitar que siguiera caminando hacia la mesa de Slytherin.

Aún no había superado la escenita en el baño de los chicos cuando llegó la segunda gran problemática; convencer a Malfoy de que comieran en la mesa de Gryffindor. Al parecer él había dado por hecho que cenarían con los de su casa, pero Hermione tenía algo que objetar.

—Parkinson y Zabini están ahí —dijo, señalando en la dirección opuesta a la que se había dirigido él en un principio—. Si nos sentamos en tu mesa seré la única de Gryffindor, en cambio tú no estarás solo si cenamos con los de mi casa.

—¿Acaso crees que me importa que tú estés…? —Se interrumpió antes de terminar lo que estaba diciendo. ¿Qué estaría pensando en ese momento? Hermione hubiera dado mil galeones por poder echar un vistazo dentro de su cabeza. Y así, de la nada, cambió de opinión de una manera extrañamente rápida—. Tienes razón, cenemos con los de tu casa.

Ella encontró esto realmente raro, pero no discutió. Al fin y al cabo, aquello le beneficiaba a ella. Él se sentó junto a sus amigos y ella con los suyos, quienes seguían demasiado tranquilos para su gusto. Era como si hubieran olvidado aquel horrible castigo, como si no estuvieran sufriendo las consecuencias.

—¿Vuestros Slytherins no os han molestado todavía?

—Zabini parece haberse resignado a tener que pasar una semana entera conmigo, así que ahora soy su nuevo "colega" —Ron dijo aquello con una interrogación implícita en su voz, como si no terminara de creer lo que salía de su boca—. No sé, lleva todo el día haciendo bromas y contándome su vida. Aunque ahora que lo dices… nuestros pies se enredaron misteriosamente mientras veníamos hacia aquí y casi me doy de bruces contra el suelo. Él dice que se me cruzó sin querer, pero entre nosotros… creo que me puso la zancadilla queriendo. Estoy confuso. Es como que ahora nos llevamos bien, pero cuando se acuerda de que realmente somos enemigos tiene que hacer algo contra mí.

Harry se encogió de hombros.

—Parkinson lleva todo el día mirándose en un pequeño espejo de bolsillo y acicalándose cada dos por tres. No sé qué pretende arreglar de su cabello, si no tiene un solo pelo que se salga de su sitio. Ha hecho un par de comentarios sarcásticos sobre nosotros, eso sí, pero el resto del día ha sido como si le aburriera mi presencia lo suficiente como para evitar hablarme a toda costa. No he notado gran diferencia con un día cualquiera.

—Habéis tenido suerte con ellos. Entre lo malo, son lo menos malo —dijo Hermione en voz baja para que los aludidos no pudieran oírla—. Pero todavía os queda la problemática de ir al baño, ducharos o dormir… todo esto, juntos.

Sus amigos se tensaron en sus asientos. Luego le pusieron mala cara.

—Gracias por recordárnoslo.

—De nada —respondió ella de manera burlona. No es que se alegrara del inminente sufrimiento de sus amigos, pero se suponía que estaban juntos en eso.

Después de cenar, Malfoy se estiró un poco frente a ella.

—Qué sueño —comentó antes de mirarla con ojos entornados—. ¿Preparada para dormir rodeada de serpientes?

—¿Qué? ¡Ni lo sueñes! —espetó—. ¿Qué te hace pensar que voy a acceder a dormir en tu sala común? ¡Tendría que estar loca!

El chico esbozó una perfecta sonrisa de lado.

—Yo he accedido a cenar en la mesa de Gryffindor —le recordó—, y con respecto a lo de estar loca…

—¡Lo sabía! ¡Sabía que no podías simplemente darme con el gusto por el mero placer de ser condescendiente!

—¿Qué sería de un Slytherin sin la habilidad de darle la vuelta a una situación horrible para conseguir lo que quiere? —se regodeó en su astucia—. Puedes ir corriendo a Dumbledore si quieres. Dejó muy claro que tenemos que aprender a comunicarnos para ponernos de acuerdo. Yo ya he cedido en algo, ahora te toca a ti ceder en esto.

Hermione no fue la única en quedarse pasmada. Harry y Ronald también miraron a sus respectivas parejas con incredulidad. Estas se miraron entre ellas con orgullo.

Solo habían tenido que transigir en muy poco para conseguir que ellos hicieran lo propio, pero a un nivel mucho más alto. Mientras Malfoy, Parkinson y Zabini pasarían a lo sumo tres horas al día rodeados de gente de Gryffindor, Hermione, Harry y Ronald dormirían entre serpientes todas las noches.

—Primera jugarreta que nos hacen —murmuró Ron a sus amigos.

—Son más ingeniosos de lo que parecen, quién lo diría —convino Harry.

Draco ignoró sus comentarios y se levantó.

—Granger —dijo con contundencia—. Andando.

La chica le dedicó una mirada envenenada antes de ponerse en pie y seguirlo a través del gran comedor hacia el hall principal.

—¿No tienes curiosidad por ver cómo es la sala común de Gryffindor? Estoy segura de que es mucho más cálida y acogedora que la tuya —dijo entre dientes como último recurso.

—Buen intento, Granger, pero no me convences —terció él, sonriendo ladeadamente ante sus palabras desesperadas—. Tendrás que aprender a ser más persuasiva si quieres conseguirlo.

Ella apretó los puños a sus costados mientras intentaba asimilar que estaba a punto de pasar la noche en el refugio de las serpientes. Después de la compañía de Malfoy, aquello era la segunda cosa peor del castigo. Ni siquiera oírlo mear había sido tan malo.

—Déjame coger mi pijama al menos —espetó de mala gana.

—Bueno, vale, pero solo porque me siento generoso —puntualizó él—. Y porque tengo ganas de reírme un poco a tu costa.

—¿Por qué tendrías que reírte?

—Déjame adivinar… ¿Hay ositos en tu pijama, corazoncitos y demás cosas moñas?

Hermione estuvo tentada a darle un manotazo en el hombro. ¡Por Merlín, no soportaba a ese chico! ¡Ni a él ni a sus estúpidos prejuicios, ahora también sobre la ropa! ¡Era estúpido!

Pasó a caminar con fuertes pisadas hasta llegar frente al cuadro de la señora Gorda.

—Tarta de calabaza —murmuró, y el retrato se abrió para darles paso.

—¿Qué clase de contraseña es esa? —se preguntó Draco en voz alta.

Ella hizo oídos sordos a sus palabras y entró en la sala común seguida por él. Los compañeros de la chica no tardaron en hacer comentarios en voz alta en cuanto lo vieron allí. Malfoy miró en todas direcciones, preparado para atacar a cualquiera que se atreviera a atentar contra su integridad física.

—¡Tranquilos, viene conmigo! —intervino Hermione.

—¡Está prohibido dejar entrar a miembros de otras casas en la sala común! —gritó alguien desde una esquina, visiblemente irritado por la presencia del Slytherin.

—¡Sí, se lo diremos a McGonagall! —dijo alguien más.

En ese preciso instante entraron Harry y Ron acompañados de Parkinson y Zabini.

Alguien ahogó un grito de asombro ante el atrevimiento de estos a dejar entrar a más Slytherins.

—Quejas a Dumbledore —intervino Harry, y sin dar más explicaciones, las tres parejas subieron a las habitaciones entre incesantes murmullos y alguna que otra palabra desagradable por parte de sus compañeros.

—Sí, muy acogedora tu sala común —replicó el Slytherin cuando volvieron a estar solos—. Me he sentido tan acogido que casi me emociono. Casi.

—Ajá, porque seguro que en tu sala común van a darme la bienvenida con dulces y chocolate.

Notó cómo se reía a sus espaldas mientras cogía su bolso de cuentas, abría los cajones de su armario y empezaba a meter dentro ropa interior limpia, el resto de túnicas y camisas de Gryffindor y sus productos de higiene personal. Malfoy asomó por encima de su hombro justo cuando estaba cogiendo su pijama. Su risa se hizo mucho más estridente.

—Lo sabía —se burló. Ella le tiró un calcetín en respuesta—. ¡Ugh!

Los amigos de Hermione no habían terminado aún cuando ambos salieron de la sala común y se dirigieron a las mazmorras. «Lago negro» fueron las palabras que desbloquearon la puerta secreta de Slytherin. Hermione puso los ojos en blanco.

—¿Qué tipo de contraseña es esa?

—Cállate. Vamos.

Tal y como había pensado, la intrusión de una Gryffindor en la cueva de las serpientes no fue del agrado de nadie. Los compañeros de Malfoy alzaron sus voces llenas de reproches, descontento y malas palabras.

—¡Estúpidos! —gritó Draco cuando se cansó de oír sus quejas—. ¿Creéis que estoy invitando a Granger a tomar el té a nuestra sala común? ¡Imbéciles! Esto es un castigo de Dumbledore, ¡así que callaos de una vez!

Al parecer, la mayoría de los presentes ya estaban enterados de este detalle. Que él y sus amigos hubieran cenado en la mesa de Gryffindor había sido lo suficientemente extraño como para que se pusieran a investigar por su cuenta, encontrando las razones rápidamente. Hermione se preguntó cuántas personas creerían que ellos dos tenían un romance a esas alturas del día.

—Castigo o no, ella no puede dormir en la habitación de los chicos —dijo Nott cruzándose de brazos. Pronto fue respaldado por el resto de alumnos de Slytherin—. Ya va a ser demasiado malo tener que compartir nuestro cuarto con Weasley.

Casualmente, él y Harry entraban por la puerta en ese momento.

—Y de ninguna manera permitiremos que Potter duerma en la habitación de las chicas —informó Millicent Bulstrode, que parecía estar hablando por todas sus compañeras.

Pansy Parkinson rodó los ojos en respuesta.

—Como sea, Milli. —Apuntó la varita al interior de la habitación y, segundos después, su cama traspasó la puerta y voló hacia la sala común. Pansy la acomodó en una esquina de la estancia—. Dormiremos aquí. Tampoco es que disfrute tus ronquidos de puerca cada noche, ya sabes —dijo con malicia—. Al menos ahora tengo una excusa para no escucharte.

Bulstrode puso mala cara, le dio la espalda y se encerró en la habitación de las chicas. Malfoy se encogió de hombros y copió el conjuro de su amiga. Colocó su cama en la punta opuesta de la sala. Desde ahí, con una esquina de por medio, apenas podía verse la de Parkinson.

Ron suspiró y él y Zabini entraron en la habitación de los chicos cuando la estancia se empezó a dispersar. Al parecer, nadie quería estar demasiado cerca de los intrusos.

Para sorpresa de Hermione, Draco empezó a desnudarse cuando la sala se quedó vacía.

—¿Qué haces? —exclamó ella, horrorizada.

Él se volvió lentamente, con el torso desnudo, y la miró con incredulidad.

—Definitivamente hacerte un striptease no, Granger —espetó. Daphne entró en ese preciso instante y, después de quedarse mirando la escena un segundo, corrió hacia la habitación de las chicas y desapareció con un portazo.

Malfoy suspiró y cogió su pijama, que estaba perfectamente doblado sobre la colcha, antes de dejar que los pantalones cayeran a sus pies. Hermione se dio media vuelta para no verlo. Se habría arrancado los ojos de las cuencas allí mismo de haber podido.

—¿Ya has terminado? —le preguntó. Cuando él respondió afirmativamente, volvió a darse la vuelta y le ordenó que le diera la espalda en lo que ella se desvestía.

—Ni que tuviera interés en verte desnuda. Ugh.

—Sí, lo que tú digas. Ahora haz lo que te ordeno —gruñó ella.

Malfoy se movió para quedar de cara a la pared.

—¿Sabes? Creo que deberías cambiar la forma en la que te diriges a mí. Yo no soy uno de tus amiguitos para que me estés ninguneando.

—Para empezar, yo no ninguneo a mis amigos. Y para terminar… cambiaré la forma en la que me dirijo a ti cuando tú te ganes mi respeto.

Draco Malfoy se giró inesperadamente y caminó hacia su posición. Ella se tapó con la camisa que acababa de quitarse para ocultar su sostén y su piel desnuda frente a él. Quiso chillar, pero su garganta se había quedado seca ante su proximidad. El aire que el Slytherin expulsó por la nariz rozó el rostro de Hermione en una caricia fría. Gélida.

Ambos se quedaron así, en silencio y sin moverse, durante más tiempo del que les hubiera gustado admitir. Luego, él hizo una mueca con los labios y la miró con desprecio.

—Parece que te has olvidado de que eres una sangre sucia en un mundo de brujas y magos de verdad. Si alguien debe ganarse el respeto del otro, esa eres tú —le dijo en voz muy baja—. Solo eres una invitada aquí, que no se te olvide.

Hermione hizo todo lo posible por que los ojos no se le empañaran de la manera en la que amenazaban con hacer. Como buen Slytherin, sabía decir las palabras adecuadas para herir los sentimientos de cualquiera. Justo donde más dolía. Pero ella no iba a permitir que le faltara el respeto de esa forma. Ella no era alguien a quien podía amedrentar, no iba a darle el gusto. Además, ella era tan bruja como Greengrass o Parkinson, y no dejaría que nadie la convenciera de lo contrario.

Arrugando la nariz y manteniéndole la mirada, susurró a su vez:

—Vuelve a donde estabas, Malfoy. Aprovecha los cinco metros de los que dispones y aléjate de mí ahora mismo.

Él le enseñó los dientes. El gesto se sintió como una amenaza en toda regla.

—Con gusto, Granger.

Después de aquello, ninguno volvió a dirigirse la palabra. Harry y Parkinson tampoco se escuchaban desde donde estaban.

Draco se metió en la cama y Hermione se tumbó en uno de los sofás de la estancia. El mobiliario de las salas comunes no podían ser modificados con un hechizo transformador, así que no había nada a su alrededor que pudiera convertir en una cama. Se tapó con una de las mantas que encontró en los brazos del sofá y, agotada como estaba después de aquel día de emociones y rabietas, se dejó llevar por el sueño rápidamente.

No fue una sorpresa que su descanso se presentara más agitado que nunca.

La noche estaba bien entrada cuando se despertó con unos extraños gemidos. Pronto se dio cuenta de que era Malfoy el que parecía quejarse. ¿Estaba teniendo una pesadilla? ¿La cena le había sentado mal y se sentía enfermo?

Se quedó muy quieta mientras esperaba a que sus ojos se adaptaran a la escasa luz que entraba por unas pequeñas ventanas incrustadas en los muros, cerca del techo de piedra. Parpadeó un par de veces para aligerar el proceso. Luego, entornó los ojos para intentar entender qué era lo que estaba pasando.

El chico estaba bocarriba, tapado con la sábana hasta la cintura. Lo que pasaba debajo de la sábana la pilló desprevenida. Podía notar un bulto que se alzaba bajo la tela blanca y un movimiento de manos alrededor de él. Hacia arriba. Hacia abajo. Hacia arriba otra vez.

Ahogó un grito en cuanto lo entendió.

—¿Qué estás haciendo? —dijo con un hilo de voz, espantada ante su comportamiento.

Él se sobresaltó al percatarse de que la chica estaba despierta. Se apresuró a llevarse un dedo a los labios para pedirle que no hiciera ruido.

—Voy a gritar —le advirtió ella, no muy segura de poder hacerlo realmente. Estaba en estado de shock.

—No, espera, puedo explicarlo —susurró él con un deje de agonía en la voz.

—¿Explicar qué? ¿Que eres un pervertido?

Si Hermione no se había sentido segura con su presencia, ahora mucho menos. Un escalofrío le recorrió la espalda y la hizo saltar fuera del sofá. Tenía que avisar a Harry para que le ayudara a arrastrar a Malfoy hasta el despacho del director. No podía obligarla a estar atada a un degenerado, a alguien que podía hacerle daño de un momento a otro. ¿Habría pensado en abusar de ella mientras dormía, cuando la testosterona había escalado por su cuerpo hasta adueñarse de su razón?

Hermione empezó a correr hacia su amigo, pero sorprendentemente Malfoy la alcanzó primero, estampando su espalda dolorosamente contra la pared. Había arrancado la sábana de la cama y se la había envuelto alrededor de la cintura, sujetándola con una mano para que no resbalara. La otra, la derecha, la estaba usando para taparle la boca a ella.

La palma de su mano estaba impregnada del olor de su sexo, Hermione podía olerlo con cada respiración.

—¡Shhh! Harás que nos descubran —le dijo al oído. Había cierta desesperación en el tono de su voz, cosa que descolocó un poco a la chica. ¿Era él la víctima en todo esto? ¿Cómo? Malfoy bajó la cabeza y, sin darse cuenta, su rostro quedó a escasos centímetros del de ella. Esta notó que parecía… abatido—. Está bien, deja que me explique. Te lo contaré todo, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.

De haber podido hablar, Hermione habría formulado muchas preguntas: «¿Decir qué? ¿Que eres un pervertido? ¿Es que acaso tienes algún tipo de obsesión con el sexo?».

A pesar de que eso habría tenido sentido, había algo que todavía no le terminaba de encajar. Parecía que todo era un poco más… complicado. Más oscuro de lo que había podido parecer al principio. Sin embargo, por más que su mente barajaba otras opciones, Hermione no lograba dar con ninguna que terminara de convencerla.

Se llevó una mano a la cara y, lentamente, apartó la suya de su boca. El contacto de su piel se sintió extraño, como meter la mano en una llamarada de fuego y en un riachuelo de agua helada al mismo tiempo.

Hermione estaba al borde de un ataque de nervios. Era raro mirarlo a los ojos y solo encontrar vulnerabilidad. No era eso a lo que estaba acostumbrada con él. Era casi perturbador, no era natural.

Se preguntó a qué se debía todo eso.

El miedo había ido disipándose hasta que solo quedó una curiosidad desmedida llenando su cuerpo.

Una vez que logró tranquilizarse, y haciéndolo muy despacio, Hermione susurró:

—Lo prometo.


¿Me dejas un review con tus impresiones de este retelling? :D
Cristy.