Capítulo 5
Emily paró el coche frente a la casa de su madre, pero ninguna de sus dos ocupantes se bajó de inmediato. Miró a su hermana, que seguía girada hacia la ventanilla, marcando distancia con ella con todo su cuerpo. Emily suspiró mientras sacaba la llave del contacto.
-¿Vas a seguir enfadada conmigo toda la noche, Er? Ya te he dicho que lo siento.
-No estoy enfadada -murmuró Erin.
-¿En serio? Pues tu lenguaje corporal dice lo contrario.
-Ya te he dicho que no estoy enfadada -Erin se giró hacia ella-. Pero tampoco entiendo porqué tenemos que venir a cenar aquí.
-Pues…no sé. Insistió tanto, tanto que al final tuve que decirle que sí. También me dijo que te llamó a ti el otro día y no le cogiste el teléfono.
-No lo escuché, que es diferente. Luego vi la llamada, pero no volví a llamar. Era tarde.
-Ya…De todas formas, no entiendo tu reticencia a venir a cenar con mamá, normalmente serías tú la que me estarías arrastrando hasta aquí. ¿Ha pasado algo? -Erin bajó durante un segundo la mirada.
-Nada. Sólo que no tengo ganas de sermones. Vamos a terminar con esto cuánto antes.
Y Emily vio cómo su hermana iba decidida hacia la puerta. Salió detrás de ella, pero volvió sobre sus pasos a buscar la tarta que habían llevado.
El aire se podía cortar con un cuchillo en el comedor de la mansión Prentiss. Elizabeth presidía la mesa, y sus hijas, sentadas cada una a su lado. Emily miraba de reojo a su madre, que parecía tensa (aunque su madre siempre estaba tensa), y a Erin, que movía la comida en el plato con aburrimiento.
-Erin, por favor, deja de marear las verduras y cómetelas -ordenó su madre.
-Te das cuenta que tengo casi cuarenta años y no seis ¿verdad? No puedes ordenarme que me coma las verduras -cuestionó Erin soltando el tenedor.
-Muy bien. Cómete al menos la carne. Greta se ha pasado la tarde cocinando.
-No te preocupes, le daré las gracias antes de irme -respondió su hija metiéndose un trozo de carne en la boca.
Volvieron a quedarse en silencio. Emily se preguntó qué les habría pasado para que hubiera tanta tensión entre las dos. Llevaban sin ver a su madre desde antes del verano, y no por sus viajes. Tampoco es que mantuvieran una relación especial de madre-hija, pero solían tolerarse.
Elizabeth Prentiss era la típica mujer que quería controlar la vida de sus hijas a su antojo, cuando apenas se había ocupado de ellas cuando eran niñas, mucho menos después del divorcio. Ocupaba la mayor parte de su tiempo trabajando, y eran las niñeras las que se ocupaban de sus hijas.
Al crecer, fue cuando quiso empezar a controlarlas, sobre todo por su propio beneficio. La carrera que estudiarían, con quién saldrían, pero no contaba con que sus hijas tenían ideas propias y no pensaban seguir el camino establecido por su madre. Eso hacía que cada vez que se veían, terminaran discutiendo.
Erin siempre había sido más tranquila, no tan impulsiva como Emily (aunque eso no quería decir que más manejable), y era la que conseguía apaciguar las peleas de su hermana con su madre.
Por eso algo grave debió haber hecho o dicho su madre para que Erin estuviera enfadada.
-Emily -ella miró a su madre-. Hace unos días fue tu cumpleaños. ¿Lo has celebrado de alguna manera? -notó una pizca de dolor en la voz de su madre.
-No, madre. Simplemente Erin y yo invitamos a un par de amigos a cenar a casa, nada más.
En realidad, no había mentido. JJ, Will, Penélope, Spencer y Luke fueron a cenar esa noche, y luego salieron de fiesta hasta el amanecer (aunque ese dato se lo ahorró a su madre).
-Ya. Muy apropiado.
-Hemos traído una tarta. La ha hecho Erin -le sonrió a su hermana, pero ésta no le devolvió la sonrisa.
-Muy bien. Y tú, Erin. ¿Cómo piensas celebrar tu cumpleaños número 40? -su madre se giró hacia ella.
-De ninguna manera, madre. No me gustan los cumpleaños, y lo sabes -la mirada de las dos hermanas se cruzó durante un instante.
-Es una fecha importante, podemos organizar una fiesta aquí y…
-Madre…-Emily intentó intervenir, al notar que Erin estaba empezando a perder la paciencia, cuando notó que ponía los ojos en blanco por décima vez.
-Está bien, piénsalo. Todavía hay tiempo.
Erin resopló. Sentía una presión en el pecho que estaba amenazando con hacerla estallar, y eso no sería bueno para nadie. Pero su madre tenía la habilidad de hacerla perder la paciencia, sobre todo desde hacía unos meses.
-¿Sabes a quién me encontré el otro día? -preguntó su madre.
-¿Es una adivinanza? -Erin seguía dando vueltas a su comida. Emily contuvo el aliento.
-A Mark. Lo vi muy bien. Lo han hecho socio en su bufete, lo cual significa un aumento de sueldo. Y está más delgado. Le ha sentado bien el divorcio, la verdad -Elizabeth habló despreocupadamente, mientras seguía comiendo.
Erin soltó con fuerza el tenedor contra el plato, haciendo que su madre y su hermana saltaran ante el ruido. Emily notó que Erin había llegado al límite de su paciencia.
-Bueno, hasta aquí hemos llegado. No te aguanto, madre. Nos vemos en casa, Emily.
Y las dos, madre e hija, vieron cómo Erin salía furiosa del comedor, y un momento después, un fuerte portazo. Emily bajó la cabeza hacia su plato cuando su madre siguió comiendo con tranquilidad como si nada hubiera pasado.
Cuando Emily llegó a casa casi una hora y media después, lo primero que sintió fue el olor a lejía. Eso era malo. Muy malo. Entró en la cocina y la encontró hecha un desastre, todos los utensilios de cocina estaban fuera de su sitio, la vajilla y la cubertería también, y Erin limpiaba los armarios con un cubo de agua y lejía a su lado. No llevaba guantes y ya tenía las manos enrojecidas. Emily la miró un instante antes de acercarse a ella.
-Erin, deja eso y vamos a hablar.
-No tenemos nada de qué hablar. Y tengo que limpiar esto -limpiaba furiosa un armario junto al horno, de rodillas.
-Vamos Er, deja la bayeta y hablemos de porqué estás así.
-¿De qué quieres hablar, Emily? -Erin se puso de pie de repente, gritando y tirando la bayeta al suelo. Su hermana dio un paso atrás por su estallido-. ¿De por qué nuestra madre habla de mi ex marido como si fuera un santo? ¿O por qué parece que me culpa a mi del divorcio? ¿O mejor de por qué no respeta mi decisión de no celebrar mi cumpleaños?
Erin rompió a llorar con grandes sollozos, y Emily la abrazó con fuerza, dejando que se desahogara. Hacía mucho que no veía llorar a Erin así, y durante el último año había llorado mucho. Sabía perfectamente cómo era su madre, pero no esperaba que fuera tan ruin. Fue incapaz de reprocharle nada cuando Erin se fue de casa, algo que sí haría normalmente. Pero probablemente en este caso, no ayudaría en nada a su hermana.
Unos minutos después, Erin se separó de ella, limpiándose las lágrimas con la manga del jersey. Emily le cogió suavemente de las manos, sin soltarla.
-Cuéntame que pasó entre mamá y tú, Er, por favor -habló en voz baja y tranquila, acariciando las manos enrojecidas de su hermana.
-Fue en Junio. Cuando tú no pudiste ir porque Jason te llamó en tu día libre para ir a trabajar -Emily asintió, recordaba ese día-. Acabamos de comer y no sé muy bien cómo, acabamos hablando de Mark. Me echó en cara que no sabía aguantar nada, que el matrimonio consiste en cosas buenas y malas, y que el divorcio había sido por mi culpa. Que había dejado escapar a un gran hombre.
-¿En serio te dijo eso? -su hermana asintió.
-Le dije que no tenía ni idea de lo que había pasado, que no sabía ni la mitad de la historia, pero su respuesta fue que eso no era importante, que si cometí el error de casarme, debía aguantar con todo -las lágrimas volvían a caer por su cara-. Entonces le dije que ella debía haber hecho lo mismo y no divorciarse de papá al primer problema.
-¿De verdad le dijiste eso? -Erin asintió-. ¿Y qué te respondió ella?
-Me pegó un bofetón.
-Oh, Erin -Emily volvió a abrazar a su hermana mientras lloraba-. ¿Por qué no me lo contaste en su momento?
-Porque no quiero amargarte con mis problemas. No ha sido un año fácil, y no te mereces que cada vez que me siento sola, que siento que me ahogo, que lo único que quiero es llorar, tengas que cargar conmigo -murmuró Erin.
-Er, escúchame, eres mi hermana. Y si tu sufres, yo sufro. Y si tenemos que llorar juntas, pues lo hacemos. O lo que sea. Sabes que no me importa. Bastante haces y has hecho tú por mi. Y mataría por ti ¿sabes? Eres la mejor hermana del mundo, y no eres una carga. Nunca pienses eso ¿vale?
Las dos se fundieron en un gran abrazo durante unos largos minutos. Erin pensando en que tenía hermana maravillosa, y Emily estaba absorbiendo todo lo que acababa de descubrir. Ahora sabía porqué Erin estaba así con su madre, aunque no dejaba de repetirse hasta dónde podía llegar la crueldad de Elizabeth.
-Anda, vamos, que te voy a poner la crema en las manos. ¿Por qué no te has puesto guantes? -preguntó Emily abrazándola por los hombros.
-No los encontré, y tenía que limpiar.
-Eres alérgica a la lejía, Er, no creo que limpiar la cocina fuera tan importante.
-Era eso o tirarme por la ventana.
-Oh, bien, entonces has escogido la opción menos mala ¿no?
Se quedaron en silencio mientras Emily extendía la crema en las manos de su hermana, y ambas se sintieron en paz por primera vez en horas.
-Emily -ella miró a su hermana-. Gracias, por estar aquí, por todo.
-Siempre, Erin, siempre. Y ahora acuéstate, yo recogeré la cocina ¿de acuerdo?
-Gracias. Creo que mañana me tomaré el día libre.
-¿En serio?
-No.
Emily soltó una carcajada mientras veía como Erin cerraba la puerta de su habitación. Sabía que su hermana era adicta al trabajo, e incluso había trabajado con fiebre alguna vez, así que sabía que era casi imposible que se tomara un día libre. Aún así, esperaba que no todo en su vida fuera trabajo y pronto encontrara algo de felicidad.
Continuará…
