Capítulo 30
Erin se bajó del taxi con una sonrisa en la cara. En su mente, las imágenes vividas la noche anterior junto a Aaron, no dejaban de reproducirse una y otra y vez. Y después de repetir al despertar, podía decir que había sido una de las mejores noches que había tenido en mucho tiempo.
Cerró la puerta del apartamento con cuidado de no hacer mucho ruido. Si Emily estaba en casa, no quería despertarla. Su hermana era de las que no madrugaban los Domingos.
Se quitó el abrigo y los zapatos, bostezando. Iba a tomarse un vaso de agua y acostarse un rato. Tampoco pensaba hacer gran cosa en todo el día, iba a descansar vagueando en el sofá leyendo un libro o viendo una película.
-¿De dónde vienes a estas horas? -Emily estaba en la cocina, descalza y con el pelo negro tapándole la cara. Sobre su tono de enfado, que no era tal, se intuía la sonrisa que de momento, no mostraba su cara.
-¡Por dios, Emily, qué susto me has dado! -Erin esquivó a su hermana y abrió la nevera para sacar la botella de agua. Luego fue al armario y cogió un vaso. Se apoyó en la encimera bebiendo el agua. Despacio.
Sintió la mirada de su hermana sobre ella mientras lo hacía, sabiendo que esperaba una respuesta. Emily era una cotilla por naturaleza. La morena no aguantó más, se acercó a ella y le quitó el vaso de agua.
-¿Vas a contestarme ya? ¡Quiero saberlo todo! ¿Le has entregado, por fin, tu pureza a Aaron? -preguntó con burla.
-¡Emily, por dios! -Erin se alejó de la morena en dirección a su habitación. Por supuesto, ésta la siguió.
-Eso es que sí. No me explico porqué casándote tan pronto, te da tanta vergüenza hablar de sexo. No me extrañaría que hubieras llegado virgen al matrimonio -se rio de su propio comentario.
-No me da vergüenza, no me gusta hacerlo de forma tan vulgar, como tú lo haces -sacó un pijama limpio del cajón-. Y ahora déjame, quiero descansar un rato.
-No has respondido a mi pregunta…-se levantó de la cama, en la que se había tumbado al entrar.
-No Em, no llegué virgen al matrimonio. Hacía mucho tiempo que había dejado de serlo. Y ahora, fuera.
-Pero sólo te has acostado con dos hombres en toda tu vida, Mark y Aaron…-el comentario pretendía ser gracioso, pero vio la cara de agobio de Erin y se arrepintió-. Así que ha sido una buena noche ¿no?
-Sí, lo ha sido -se le escapó una ligera sonrisa sin poder evitarlo.
-Sólo el ver tu sonrisa ya me lo dice todo. Y que quieras dormir a las diez de la mañana, también -bromeó Emily soltando una pequeña risa.
-Lo haré si te vas de mi habitación y me dejas hacerlo -respondió cruzándose de brazos.
Emily se acercó a ella y apoyó las manos sobre sus hombros.
-Estoy muy orgullosa de ti, Erin -dijo muy seria.
Ella sonrió mientras Emily se daba la vuelta y cerraba despacio la puerta. Luego se acostó y cerró los ojos con intención de descansar.
Menos de una hora después, el timbre de la puerta resonó en todo el apartamento. Emily se quedó quieta en el sofá y paró la película que estaba viendo, esperando que la persona que estaba al otro lado se marchara y pensara que no había nadie en casa. No tuvo tanta suerte y volvieron a llamar al timbre. Suspiró con frustración, cogió a Negrito en brazos y se levantó a abrir.
Elizabeth dio un respingo cuando vio a su hija menor. En pijama de color rosa pálido, descalza, con la melena cubriéndole gran parte de la cara, y acariciando un gato negro.
-Elizabeth, ¿a qué debemos tu visita? -preguntó Emily sin dejar de acariciar a Negrito, disfrutando de la expresión de su madre. Escuchó detrás de ella cómo Erin salía de su habitación.
-¿Puedo pasar? -empujó a Emily y entró en el apartamento.
-Claro, cómo si fuera tu casa…-murmuró la chica cerrando la puerta.
Elizabeth miró de arriba abajo a Erin, que se había apoyado en la pared y cruzado de brazos.
-Son más de las once de la mañana y las dos estáis en pijama…¿esa es la educación que os he dado? -comentó la embajadora pasando la mirada de una a otra.
Erin bufó y puso los ojos en blanco, pero no se movió. Emily esbozó una sonrisa pícara.
-Es Domingo y no tenemos nada que hacer. Y Erin ha pasado la noche fuera, ha llegado hace un rato -la señaló mientras hablaba, y notó la mirada asesina que le lanzó su hermana.
Elizabeth sacudió la cabeza, como si pensara que lo tenía todo perdido con sus hijas.
-Me gustaría que os cambiarais, por favor. Quiero hablar con vosotras -su tono no daba lugar a réplica, así que con un suspiro, Erin se dio la vuelta y entró en su habitación.
Emily imitó a su hermana y fue a cambiarse. Diez minutos después, las tres estaban sentadas en el sofá. Emily y Erin muy juntas y su madre en el sillón, frente a ellas.
-Bien, tú dirás -dijo Erin, hablando por primera vez desde que su madre había llegado.
-He tenido que venir hasta aquí porque ninguna de las dos habéis sido capaces de cogerme el teléfono. Estamos a principios de Marzo, y no hemos vuelto a hablar desde que os fuisteis de la fiesta de Navidad. Un mal gesto, por cierto -comentó la embajadora.
-Tal vez deberías preguntarte porqué razón lo hicimos, o porqué no te cogemos el teléfono -espetó la rubia. Sintió la mirada de reojo de su hermana sobre ella.
Elizabeth las miró de hito en hito, y suspiró profundamente. Bajó la mirada, se retorció las manos y volvió a alzar la mirada, altiva.
-Está bien, a lo mejor no he sido la mejor madre, pero no fue sencillo quedarme sola con vosotras, que tampoco lo poníais fácil.
-No trates de echarnos la culpa a nosotras, Elizabeth, cuando tú ni siquiera querías tener hijos -Erin pudo ver la sorpresa en la cara de su madre, que enseguida endureció el gesto.
-Eso no es cierto. Pero el trabajo era difícil y…
-Por favor, ahórrate tus excusas, que sabemos la verdad.
-¿Cómo…?
-Edwin nos lo ha contado. Estuvo aquí en Enero -intervino Emily.
-No sé lo que os habrá contado, pero todo es mentira -intentó Elizabeth.
-¿Y sólo lo que nos cuentes tú es la verdad? ¿La mujer que quería meternos en un internado? ¿La que nos dejó al cuidado y crianza de niñeras hasta los dieciséis años?
Elizabeth sintió la ira de Erin al mirarla a la cara; los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas. En contadas ocasiones había visto a su hija así, y casi en todas, ella había sido el objeto de su ira.
-Ahora ya es muy tarde para cambiar eso, y de todas formas, he venido a otra cosa -dijo en un tono conciliador.
-Podías haber llamado…-dijo Emily en voz baja, pero lo suficientemente alto para que se le oyera. Se ganó una mirada reprobatoria de su madre, que le hizo soltar una risita.
-Sé que no os importará, pero voy a pasar los siguientes tres meses en Rusia.
-¿En Rusia? Pero si estás jubilada, ya no trabajas…-comentó Erin con el ceño fruncido.
-Es un favor personal que le hago al embajador. No es trabajo como tal, pero tengo que estar en Moscú.
Ninguna dijo nada durante unos segundos, hasta que Elizabeth se levantó poco a poco. Sus hijas la imitaron.
-Me voy el Miércoles, y quería que lo supierais. Volveré a mediados de Junio.
-Genial. No pases mucho frío -bromeó Emily.
Tanto su madre como su hermana pusieron los ojos en blanco por el comentario de la morena.
-Os avisaré cuando vuelva -se fue hacia la puerta, sintiendo a sus hijas justo detrás.
Abrió la boca para decir algo más, pero la cerró enseguida. En su lugar, se dio la vuelta y se marchó. Emily cerró la puerta.
-Esto sí que ha sido extraño, ¿no te parece? -miró a su hermana, pero parecía distraída-. ¡Erin, te estoy hablando!
-Lo que es raro es que se vaya a Rusia cuando ya no trabaja. Tres meses nada menos…
-¿Qué estás pensando? ¿Crees que nos está ocultando algo? -preguntó Emily acercándose a ella.
-No lo sé. Pero venir hasta aquí solamente para decirnos eso, y no sé si te fijaste, pero parecía un poco…-no supo encontrar la palabra correcta.
-¿Un poco qué?
-Asustada. Parecía un poco asustada al hablar y luego al marcharse -Erin se mordió la uña del pulgar, nerviosa.
Emily se la quedó mirando, y pensó en lo que su hermana estaba diciendo. Tal vez tenía razón y a su madre le pasaba algo, pero ella no se había dado cuenta.
-Se va el Miércoles, puedes ir a casa y preguntarle -Erin la miró un segundo y luego negó con la cabeza-. Yo lo único que quería es que se fuera para seguir viendo la película. Lo he dejado en lo más interesante.
Se dirigió al sofá y cogió el mando de la tele, volviendo a poner la película. Erin se quedó quieta un momento, pensando en su madre. Quisiera o no, siempre conseguía desestabilizarla, aunque ella intentara que no le afectara.
Respiró hondo y se sentó junto a su hermana. Ésta se acurrucó junto a ella y apoyó la cabeza en su hombro. Unos minutos después, la tensión abandonó su cuerpo y sintió cómo comenzaba a sentirse mejor.
Continuará…
