Capítulo 38
David Rossi se despertó al amanecer, sin necesidad de alarmas. Se levantó, se puso su caro batín de seda y bajó a la cocina, a preparar el primer café del día.
Vio salir el sol desde la ventana de la cocina, mientras repasaba mentalmente sus obligaciones del día.
Era uno de sus momentos favoritos del día. El silencio, el cambio de colores en el cielo y el despertar de la naturaleza. Mudgie se acercó con sigilo a él y se sentó a sus pies.
-¿Qué pasa, campeón? ¿Tienes hambre?
Sirvió su comida en el cuenco, y luego subió a arreglarse. Echó una mirada con anhelo a la cama, donde le gustaría volver a acurrucarse y pasar allí toda la mañana, antes de entrar en el cuarto de baño. Se dio una ducha rápida y volvió a la habitación. Unos minutos después, salió del vestidor totalmente preparado.
Preparó un rico desayuno: café, zumo de naranja natural, huevos revueltos y tostadas. Cogió la bandeja y volvió al dormitorio. Sonrió cuando los ojos de Angela se cruzaron con los suyos al cruzar el umbral.
-¿Todo eso es para mí? -preguntó incorporándose en la cama.
-Todo para ti. Tengo la impresión de que necesitas recuperar fuerzas…-dejó la bandeja y se inclinó hacia ella. Capturó sus labios en un beso abrasador.
Angela sonriendo con los labios hinchados mientras untaba una tostada de mantequilla. David la observó en silencio. La mujer era una belleza: piel tostada, pelo largo y rizado y unos ojos verdes en los que le gustaba perderse. Se había visto ya unas cuatro veces, y para él, eso ya era todo un récord.
Aún así, ya a pesar de disfrutar de su compañía (y del buen sexo), no conseguía sentir las mariposas en el estómago que le dijeran que pudiera ser la definitiva.
David Rossi no era hombre de una sola mujer, le gustaba divertirse. Y sentí que era su naturaleza estar cada día con una mujer distinta. No quería ataduras de ningún tipo, eso lo dejaba claro para evitar reclamaciones por corazones rotos por parte de las afectadas.
Sin embargo, por algún motivo que aún no lograba entender, desde hacía un tiempo en su mente no hacía más que germinar la idea de que debía sentar la cabeza. Angela era una candidata ideal, le gustaba en todos los sentidos, pero a pesar de todo, no conseguía verso a largo plazo con ella.
Pensó que tal vez era porque no estaba acostumbrado a una relación convencional, que debía darse un tiempo para adaptarse. Ir paso a paso. Lo haría, porque Angela era increíble y porque quería sentar la cabeza.
Por supuesto que no habían hablado de lo que eran, simplemente disfrutaban el uno del otro. Y mientras a los dos les funcionara, David pensaría aprovecharlo.
Cuando los créditos finales de la película aparecieron en la pantalla, Penélope apagó el televisor. Soltó el mando a distancia en el sofá y con un suspiro, se enjugó las lágrimas. No pudo evitar emocionarse.
Las películas románticas eran sus favoritas, y casi siempre, terminaba llorando. Ver en la pantalla cómo los protagonistas superaban mil obstáculos para poder estar juntos, para que finalmente triunfara el amor entre ellos a pesar de las dificultades que la vida les ponía por delante, aún le daba esperanza.
No era una ilusa, sabía que los amores de película no existían en la vida real. Sin embargo, no perdía la esperanza de en algún momento, encontrar un hombre bueno, comparable a cualquier príncipe azul de película romántica.
No había tenido suerte en su vida amorosa. Su primer novio besaba a cualquier chica cada vez que ella se daba la vuelta, y aunque a los dieciséis años eso le rompió el corazón en mil pedazos, no tardó en recuperarse; a los veintidós, el chico con el compartió su vida durante varios meses, la dejó cuando ella se negó a ponerse a dieta y seguir la dieta estricta que él se empeñó en que siguiera, solamente para que estuviera "mucho más guapa". Ella se quería tal y como estaba, y si alguien no lo hacía, ya sabía lo que tenía que hacer (aunque su corazón sufriera durante un tiempo).
Y luego llegó Kevin. Antes de él, lo intentó sin éxito con varios chicos más, pero no pasaban de dos o tres citas. Y aunque Kevin nunca había sido su novio formal, ni podía decir que había estado enamorada de él, sí que había sido importante para ella.
Cierto es que su relación no había sido la habitual, pero al menos se había sentido acompañada el tiempo que estuvieron juntos. Pero Penélope sabía que nunca cambiarían la dinámica de su relación si ella no hacía algo, y lo mejor para los dos, sobre todo para ella, era cortar de raíz lo que tenían.
Habían pasado meses desde eso, y en ocasiones, lo echaba de menos. Algunas veces estaba tentada de llamarlo, pero sabía que no debía caer en la tentación, porque la única que iba a sufrir de nuevo, sería ella.
Así que seguiría esperando, viendo películas románticas y deseando que algún día, un príncipe azul traspasara la pantalla y se fijara en ella.
Ashley se sintió como un globo aerostático. Tenía los tobillos hinchados, no se sentía bien con ninguna ropa que se pusiera y tenía hambre a todas horas. Eran las consecuencias de estar a punto de dar a luz.
Llevaba días sin salir de su habitación, nada más que para lo necesario. La relación con sus padres seguía siendo tensa, y más después de haberles contado sus planes para Septiembre.
Se sentía extremadamente sola. Había perdido la relación con sus amigas, que a pesar de haber asistido al baby shower que le había organizado JJ, le habían dado de lado. En esos momentos, sólo tenía relación con su abuela y con la futura madre de su hijo. A pesar de todo, no se arrepentía de haber tomado la decisión de seguir adelante con el embarazo. Sabía que su hijo sería un niño feliz.
Se frotó la barriga distraída mientras mordía una barrita de chocolate y veía una serie en la televisión. Lo bueno de estar embarazada era que podía comer todo lo que quisiera, aunque siempre había procurado cuidarse y controlarse.
Hizo una mueca cuando un dolor agudo en el bajo vientre la hizo inclinarse hacia adelante. Llevaba desde el día anterior con molestias, algo normal según le habían dicho. Las contracciones de Braxton Hicks podrían durar varios días hasta el momento del parto.
Decidió levantarse y darse cuenta de un baño para relajarse. Sin embargo, antes de entrar en el cuarto de baño, notó una humedad por sus piernas. Acababa de romper aguas. El pánico la invadió de repente. Todo estaba a punto de cambiar: para ella, que pronto comenzaría una nueva vida; y para JJ y Will, que estaban a punto, de, ahora sí, convertirse en padres.
Continuará...
