Descargo de responsabilidad: ya saben ustedes que PUCCA y sus personajes no me pertenecen, le pertenecen a su creador Boo Kyoung Kim. Yo sólo usé sus personajes, para crear esta historia loca, pero según yo entretenida.
Descargo de responsabilidad 2: así como el libro de Harry pottery sus personajes no me pertenecen, pues le pertenecen a la autora JKRollin. yo sólo utilicé a Harry potter para juntarlo con Pucca, así que no plagien, adapten o copien por favor que eso no está bien.
000
"Puede que tenga una vida difícil, pero si mis sueños existen, aún existe mi esperanza." _(Harry James Potter)
Suspirando Harry por la nula atención.
–Supongo que podemos llevarlo al zoológico.
Dijo en voz baja tía Petunia.
–Y dejarlo en el coche.
–El coche es nuevo, no se quedará allí solo.
Dijo el tío Vernon y entonces Dudley comenzó a llorar a gritos, aunque en realidad como tal no lloraba. Hacía años que no lloraba de verdad, pero sentía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
–Mi pequeño Dudley, no llores, mamá no dejará que él te arruine tu día especial.
Exclamó tía petunia, abrasándolo con fuerza.
–Yo... No... Quiero... Que... Él... Venga.
Exclamó Dudley en fingidos sollozos.
–Siempre lo estropea todo.
Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre. Justo entonces, se oyó el timbre de la puerta.
–Oh, dios, ya están aquí.
Dijo tía Petunia en tono desesperado y en un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Pier Polkiss aparecía con su madre. Era del muelle un chico flacucho con cara de rata, era el que habitualmente sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba.
Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato, actuando como si nada hubiera pasado en su casa. Media hora más tarde, Harry, que no podía creer su suerte, estaba sentado por la parte de atrás del coche de los Dursley con Pier y Dudley en camino del zoológico por primera vez en su vida. Un sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon llevó aparte a Harry.
–Te lo advierto.
Dijo serio, acercando su rostro grande y rojo al de Harry.
–Te estoy avisando ahora, cualquier cosa rara, lo que sea y te quedarás en la lacena hasta la navidad.
–No voy a hacer nada.
Dijo Harry.
–De verdad.
El tío Vernon no le creía, nadie lo hacía. El problema era que a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decirle a los Dursley que él no las causaba.
En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido. Cogió unas tijeras y le cortó el pelo casi arrape, exceptuando el flequillo, que le dejó para ocultar la horrible Cicatriz.
Dudley se río como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente. Donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas, al creer que era un pobre que ni sus padres querían.
Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que él no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley de color marrón con manchas anaranjadas. Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le había sentado como un guante a una muñeca.
Pero no a Harry, como Petunia hubiera querido. Tía Petunia creyó que debió de haberse encogido al lavarlo y para su gran alivio, Harry no fue castigado por ello esa vez.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre, cuando para sorpresa de Harry como el de los demás, se encontró sentado en la chimenea.
Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer, como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena, fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina.
Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto, aunque no parecía tener sentido. Pero ese día nada iba a salir mal, incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Pier si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena o en el salón de la señora Figg con su olor a repollo.
Mientras conducía, tío Vernon se quejaba con tía Petunia. le gustaba quejarse de muchas cosas, entre ellas estaba Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y otra vez Harry eran algunos de sus temas favoritos, aquella mañana les tocó a los motoristas.
–Aquellos gamberros hacen mucho ruido.
Dijo el tío Vernon, cuando uno de ellos los adelantó.
–Tuve un sueño sobre una moto.
Dijo Harry recordando de pronto.
–Estaba volando.
Tío Vernon casi chocó con el coche que venía adelante del suyo, se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry.
–¡HARRY, LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes, Dudley y Pier se rieron disimuladamente.
–Ya sé que no lo hacen.
Dijo Harry.
–Fue solo un sueño.
Pero deseó no haber dicho nada, ya que si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía. Era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía tener ideas peligrosas, de algo que Harry no entendía de ninguna manera.
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias, los Dursley les compraron unos helados a Dudley y Pier bastante grandes con sabor a chocolate. Y como la sonriente mujer del puesto de helados le preguntó a Harry si no le gustaba algo antes de que pudieran irse, los Dursley no tuvieron de otra más que comprarle un helado de limón que era el más barato.
(Aquello tampoco estaba mal.)
Pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio. Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo, ya que regularmente nada de eso le solía suceder.
Tuvo cuidado de estar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Pier, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito que era pegarle a él. comieron en el restaurante del Zoológico, para que saciaran su apetito y siguieran el recorrido.
Y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro más grande y Harry tuvo permiso para terminar el primero. Más tarde, Harry pensó que debió de haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.
Después de comer, fueron a ver los reptiles. Estaba obscuro y hacía frio, habiendo vidrieras iluminando el sitio. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos.
Dudley y Pier querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrangulaban a los hombres, Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas.
En realidad, estaba profundamente dormida. Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.
–Has que se mueva.
Le exigió a su padre, que no tardó en cumplir la orden de su hijo. Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
–Hazlo de nuevo.
Ordenó Dudley, obedeciendo de nuevo su padre. Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.
–Esto es aburrido.
Se quejó Dudley, alejándose arrastrando los pies. Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente, que ni lo miraba al estar dormitando.
Si él hubiera estado allí adentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento. Sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día.
Era peor que tener por dormitorio una alacena, donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlo. Al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo, Harry la miró fijamente. Luego hecho rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba.
Nadie le prestaba atención, así que miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo. La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, levantando luego los ojos hacia el techo, dirigió a Harry una mirada que decía claramente.
~Me pasa esto constantemente.~
–Lo sé.
Murmuró Harry detrás del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo.
–Debe de ser realmente molesto.
La serpiente asintió vigorosamente.
–Apropósito, ¿De dónde vienes?
Preguntó curioso Harry, mientras que la serpiente levantaba la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio, Harry miró con curiosidad.
–Boa constrictor, Brasil.
Leyó Harry y preguntó.
–¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó.
–Este espécimen fue criado en el zoológico.
Asintió Harry y dijo apenado.
–Oh, ya veo. Entonces, ¿Nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar al escucharlo.
–¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
–Quita del medio.
Dijo él, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry calló al suelo de cemento.
Lo que sucedió a continuación, fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado. Pier y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, pero al instante siguiente, saltaron hacia atrás y aullaron de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto, el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo, mostrándose muy despreocupada en su huida.
Las personas que estaban en la casa de los reptiles se habían asustado y gritaban, corriendo hacia las salidas. Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry había podido jurar que una voz baja y sibilante decía.
–Brasil, allá voy. Gracias, amigo.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
–Pero, ¿Y el vidrio?
Repetía.
–A dónde ha ido el vidrio?
El director del Zoológico en persona preparo una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Pier y Dudley no dejaban de quejarse, muy enojados y asustados por la situación.
Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho nada más que darles un golpe juguetón en los pies. Pero cuando volvieron al asiento trasero de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo habían mordido en la pierna. Mientras Pier juraba que había intentado estrangularlo, aunque nada de eso fuese verdad. Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Pier se calmó y pudo decir.
–Harry le estaba hablando, ¿Verdad, Harry?
Tío Vernon esperó hasta que Pier se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado, que casi no podía hablar.
–Ve… A… La… Alacena… Y… Quédate…, No… Hay… Comida.
Pudo decir antes de desplomarse en una silla, tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandi. Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena obscura, deseando tener un reloj.
No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos, ya que hasta que lo estuvieran, no podría arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer. había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres y hermano habían muerto en un accidente de coche.
No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron junto con su hermano, algunas veces, cuando forzaba su memoria en las largas horas en su alacena. Tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente.
Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar nada de sus padres o su hermano, que supuestamente habían estado en ese coche que les cobró la vida.
Sus tíos nunca hablaban de ellos y por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa, a pesar de que eran los familiares más cercanos de los Dursley.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente lejano fuera a buscarlo para llevárselo. Pero eso nunca sucedió, los Dursley eran su única familia.
Pero ha veces pensaba, tal vez era más bien que lo deseaba, que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran, eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley.
Después de que le gritara si conocía al hombre, Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús.
Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrechado la mano sin decir nada y se había alejado. Lo más raro de toda esa gente era en el momento en el que solían desaparecer de la nada, cuando Harry trataba de acercarse a ellos.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba aquel extraño Harry Potter con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, por lo que a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
