INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA HISTORIA SÍ
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Un trato audaz
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Capitulo 1
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Londres, 1807
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―Habíamos dicho que sería sin dote, sólo por eso estoy tomando este trato tan desventajoso ―espetó el marqués de Romsday haciendo ademan de levantarse de la mesa de negociación.
Su interlocutora era la duquesa de Saint Owen, aquella señora de aspecto anodino pero astuto quien estudiaba a su adversario con sus enormes y calculadores ojos azules.
―Lord Romsday, ya siéntese. Ambos sabemos que éste es el mejor trato que conseguirá por su hija ―la mujer se relajó―. Olvidemos la dote y dejémoslo en el plan original ―ordenó la señora al escribiente quien tomaba atenta nota del acuerdo entre ambos contendientes.
Y no cualquier acuerdo, sino la del matrimonio entre la hija menor del marqués de Romsday y el hijastro mayor de la duquesa.
Romsday se llevó las manos al pañuelo en clara señal de su tensión, pero no tenía salida.
Acabó de firmar el documento que le extendió el secretario de la duquesa. Tenía prisa por salir de allí, no sólo para desaparecer el rango de visión de aquella mujer tan pérfida sino para deshacerse de parte de la culpa que le ocasionaba esta situación.
La mujer sonrió al ver la firma.
―Van a casarse cuanto antes y no se preocupe, Lord Romsday que no voy a comerme viva a su hija, recuerde que el muchacho es sólo mi hijastro y estoy procurando lo mejor para él.
Romsday enarcó una ceja, incrédulo.
Pero cogió su sombrero y se marchó de prisa. Su carruaje ya lo estaba esperando y él no iba a quedarse a esperar al duque de Saint Owen.
Durante la travesía de regreso pensaba en las palabras adecuadas para informar a su hija Kagome acerca del cierre exitoso de las negociaciones para su matrimonio.
Ella era muy lista y sería capaz de entender que fue lo único que se le ocurrió para salvarla.
Romsday tenía siete hijas, de las cuales las seis mayores ya estaban casadas, sólo quedaba Kagome la menor y allí tropezaba con una dificultad muy especial.
Las arcas de Romsday se vieron afectadas con tantas dotes entregadas en los seis matrimonios anteriores. No tenía heredero varón y su sobrino mayor volaba como cuervo a su alrededor al creerse ya su heredero.
El otro tropiezo es que su hija Kagome, aunque era una jovencita de veinte años dulce e inteligente, no fue bendecida con atributos que eran importantes para la época. Tenía un aspecto físico engrosado y eso la hacía palidecer frente a todas las muchachas de su edad. Ningún caballero pediría la mano de una joven sin dote y de escaso encanto físico.
Sólo por eso seguía paseando las temporadas sin prospectos ni esperanzas.
Así que Romsday se vio obligado a lograr un acuerdo con la ambiciosa duquesa de Saint Owen quien buscaba una esposa para su hijastro, el conde de Nolan quien era el hijo mayor de su esposo y aparente heredero de su padre.
Cosa que no ocurriría jamás ya que Lord Nolan era un tullido. Regresó de la guerra siendo un ciego y acabó confinado en una mansión en Derby donde esperaba la muerte, lleno de rabia y traumas, lejos de la gloria que convendría a un héroe de Trafalgar.
La única ventaja que Romsday obtenía de esta boda era el bienestar futuro para Kagome, quien obtendría la respetabilidad de una viuda y gozar de la herencia de su esposo. No tendría que venir a rogar a su primo, el actual heredero de Romsday. Tampoco tendría que pedir favores a ninguna de sus hermanas.
Romsday creía firmemente en la teoría de que si los padres amaban a sus hijos debían planear su futuro.
Y era justo lo que hacía con su pequeña.
Nolan no viviría mucho a decir de su propia madrastra, quien estaba deseosa que llegara ese día y que su propio hijo se volviese el heredero de Saint Owen.
El marques se limpió el sudor.
Solo esperaba que ese Lord Nolan no maltratara tanto a su pequeña Kagome.
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Kagome terminó el dibujo y revisó las mediciones.
Era correctas, tan solo faltaba escoger el color correcto.
Volvió a extender la hoja e hizo un par de correcciones con la plumilla.
Diseñar una mesa era pérdida de tiempo a decir de una de sus hermanas mayores, pero no para Kagome.
El diseño sea del objeto que fuere, era arte para ella.
― ¿Sigues perdiendo el tiempo con estos dibujos? Para lo que sirven ―la chillona voz de Helen, su cuarta hermana y la casada más recientemente la interrumpió.
Kagome frunció la boca.
―Estupendo. ―murmuró para sí misma.
No era muy amiga de ninguna de sus hermanas porque todas la veían como la pequeña criatura que mató a su madre al nacer, pero Helen era odiosa.
La vio sentarse en la mesa de té con rostro de pocos amigos y con evidentes ánimos de buscar camorra.
Kagome siguió dibujando sin inmutarse.
―Quizá te regale un diseño como un obsequio de bodas atrasado ―comentó.
El rostro de Helen cambió totalmente y Kagome se dio cuenta que dio en la llaga.
Helen acababa de casarse con un conde tres veces viudo y veinte años mayor. De cara a la galería era un hombre agradable y de excelentes modales. También era poseedor de una presencia que rivalizaba con otros hombres menores.
Sólo Helen sabía que aquel hombrecillo que llamaba esposo acababa de descubrir el poder de ciertas hierbas y estaba ansioso de probar su nueva virilidad a todas horas. Y no escatimaba esfuerzos ni lugares.
Helen debía estar lista cuando él quisiera. Y si no estaba lista, tampoco importaba.
El conde ya le había advertido que él no tendría problemas en repudiarla si osaba denegarle cumplir con los deberes maritales.
Así que la nueva condesa de Luxor venía de visita a su casa de soltera casi todo el tiempo.
Para huir de su esposo y para entretenerse molestando a su hermana.
―No quiero tus garabatos. Sería un insulto para mí y mi esposo.
Kagome hizo oídos sordos a la afrenta y se frotó las manos, dejó las plumillas y se sentó para servirse el té, totalmente ajena a la grosería de Helen.
―Ese dibujo será un regalo para Sango Hardin, su padre acaba de anunciarle su compromiso y la pobre está aterrada ―comentó Kagome.
Helen sonrió.
Al fin su hermana menor le daba material del que hablar.
― ¿Y te preocupas por el matrimonio de esa mocosa? Deberías estar más preocupada por el tuyo.
―No veo la necesidad ―observó Kagome.
―Te casarás con un tullido y de eso no hay retorno ―Helen estaba encantada de saber que el destino matrimonial de Kagome era desesperanzador―. Por el momento es el heredero de Saint Owen ¿pero que garantiza que sobreviva al menos un año? Además, deberás abandonar Londres y enterrarte en Derby para ser la enfermera de ese hombre.
Kagome no era estúpida.
Sabía que la ausencia de su padre en la mañana fue por estar negociando los términos de su próxima boda.
No estaba en la naturaleza de Kagome ser una mujer rebelde o intentar cambiar los planes de su padre.
Era el precio de su futura libertad. Que difícil era ser mujer en esta época.
― ¿Tu conociste a Lord Nolan en su mejor época?
Helen terminó de beber. Sus ojos se pusieron ensoñadores.
―Era el galán favorito de todas las damas ―recordando a aquel hombre que repartía suspiros y que era el yerno deseado por toda madre casamentera que se preciara. Pero Lord Nolan estaba muy fuera del alcance de todas―. Era muy atractivo con su uniforme y su bayoneta, pero todos dicen que de eso no queda nada. Además de ciego dicen que se encuentra consumido.
Aunque Helen exagerara para herirla, Kagome sabía que no estaba lejos de la verdad.
Sango le había traído muchas noticias sobre Lord Nolan. Lo primero es que ya tenía treinta años, regresó ciego de Trafalgar y vivía alejado de todos en su finca.
Al pensar en ello, se desesperaba un poco pero no tenía salida.
Su padre era un buen hombre y no pensaba herirlo cometiendo la estupidez de escapar y arruinar la reputación de su familia. Y aunque sus hermanas no eran empáticas con ella, no tenía intención de arruinar aún más su relación.
―No será por mucho tiempo, sólo debo aguantar un poco―se consolaba en voz baja
Al menos al estar en el campo podría dedicarse a sus anchas a su pasión al diseño y fabricación de muebles sin que hubiera tantos ojos para juzgarla por su afinidad a esa actividad manual.
Y si era cierto que a su futuro esposo no le quedaba mucho tiempo en este mundo, tendría aún más libertad después. Por ejemplo, no estaría necesitada de soportar a Helen o a ninguna otra de sus hermanas.
―Lord Nolan jamás vendrá a Londres para vuestra boda. Lo más probable es que todo se haga vía notario y el párroco sin necesidad de hacer votos ―comentó Helen maliciosa―. Buen punto para ti así no necesitarás que te confeccionen un vestido que usará bastante tela.
―No te preocupes Helen, sabes que nunca haría nada que enturbie los recuerdos de tu propia boda ―disimulando una sonrisita ante el rostro indignado de su hermana.
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―Si no quieres verla ni tocarla, estás en tu derecho de hacerlo, pero te aseguro que tu madrastra hizo lo mejor seleccionando a esta muchacha y me dicen que es laboriosa así que no tendrá problemas en ejercer de enfermera y …de cubrir cualquier necesidad ―comentó el duque de Saint Owen.
La habitación estaba en penumbra casi y el duque odiaba venir a Trioval, la mansión de Derby de su hijo mayor y donde éste residía.
No sólo porque era oscuro y frío, sino porque verlo le recordaba que allí languidecía él futuro truncado de su casa.
Bankotsu estaba de espaldas a él, sentado en un enorme sillón frente a una chimenea agotada que no permitió que revivan. Le oía, pero no respondía.
La señora Loren, la ama de llaves y el mayordomo Patrick le habían advertido al duque del comportamiento errático del conde. Ninguna enfermera quería quedarse.
El mal carácter del otrora Capítan de Navío y conde de Nolan ya era una leyenda en el pueblo. Era gruñón, agrio y hasta violento.
Pero lo peor fue su actuación con la última enfermera quien huyó despavorida luego de denunciar que lord Nolan intentó violarla.
El duque pagó una buena suma por el silencio de aquella mujer y en su desesperación siguió el consejo de su mujer quien le sugirió buscarle una esposa al muchacho enfermo.
Derrotado lo dejó todo en manos de su mujer, quien al cabo de unas semanas apareció con un prospecto. La hija menor del marqués de Romsday estaba dispuesta a casarse con Bankotsu y acompañarle en Trioval.
Decían que era una joven laboriosa y fuerte. Podría con su hijo y como era su esposa, se vería obligada a cumplirle como esposo en caso que Bankotsu volviese a tener uno de sus ataques de lujuria.
En otro tiempo, si Bankotsu hubiera estado sano no la hubiera aceptado, pero era la única que según su mujer se mostró dispuesta al compromiso.
Nadie quería casarse con un tullido.
Como Bankotsu no emitía palabra alguna, el duque prosiguió.
―La boda se inscribirá en notaría bajo la supervisión del notario y el párroco. No será necesaria una ceremonia, pero se necesitará tu firma. Se hará dentro de tres semanas y ella llegará aquí siendo ya tu esposa.
Bankotsu apretó los puños, pero siguió sin responder.
―Hijo…por favor. Intenta no hacerle las cosas difíciles.
Era como hablar con un muro.
El duque se levantó.
Ya había hecho lo que vino a hacer.
Cogió su sombrero y ya desde el umbral volteó una vez a mirar hacia el sillón donde seguía Bankotsu sin inmutarse.
Lo mejor era volverse a Londres a toda prisa, lejos de este lugar con hedor a depresión.
Mientras estaba en el habitáculo, agradecía que la madre de Bankotsu no estuviera viva para verlo en ese estado.
CONTINUARÁ
Buenas hermanas, aparezco con una historia flash de 16 capítulos. Venimos a una romántica histórica corta para pasar las semanas ¿Qué les parece?
Haremos una versión de Bankotsu ciego, creo que nunca hice a un Banky con esa descripción, así que allá vamos. Si todo va bien, pienso actualizar dos veces a la semana.
Los quiere.
Paola.
