Y luego del prólogo, viene el capítulo uno, tenía planeado subirlo antes, pero tuve un contratiempo, en resumen, hicieron a un amigo mío Robocop.
Dejando eso de lado, dejaré que lo disfruten, también quisiera saber si les agrada mi forma de escribir la historia. Estaré abierto a sugerencias de vuestra parte y a todas las ideas que quieran aportar. No quiero crear una antesala más grande que la del prólogo, así que, disfruten. Por cierto, ya haré más separadores, no se preocupen.
"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas."
- Aristóteles.
Nathaniel despertó de golpe en su habitación, rodeado de sus cuatro paredes repletas de dibujos y una absoluta soledad.
Tenía la respiración agitada y los músculos agarrotados, sentía la cabeza a punto de estallar y lágrimas caían por sus mejillas.
Sentía su cuerpo paralizado, envuelto en una nube negra y espesa de sombras que se posicionaban sobre él para asesinarlo. Tenía muchas ganas de gritar, pero sus cuerdas vocales se negaban a obedecerlo.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no podía moverse?
Una convulsión en su cuerpo lo hizo reaccionar y doblarse con fuerza sobre su cama, llevó las manos a su abdomen y las arcadas hicieron lo suyo, provocando que quisiera vomitar.
El pelirrojo contó hasta cinco e intentó calmar su respiración, lo hizo lento para relajar su cuerpo, era una técnica que alguna vez vio por internet y consideró inútil, pues ahora debería poner un comentario positivo sobre ella.
—¿Qué fue lo que pasó? —susurró para sí mismo Nathaniel, sintiéndose demasiado cansado para poder mantenerse de pie. Ladeó con cuidado la cabeza y dirigió su mirada hacia el despertador—. Son las siete de la mañana...
Tumbado sobre la cama, Nath cerró los ojos.
La oscuridad dentro de su mente, se transformó en una escena borrosa, él estaba en un auto con alguien, conduciendo bajo la lluvia. Su vista se aclaró y reconoció a Gwen, haciéndole bromas y sonriendo como siempre. No había ningún choque, ningún grito, absolutamente nada.
—Entonces, todo fue un sueño —concluyó para sí mismo Nath, sonriendo levemente y abrazando su almohada mientras sollozaba ligeramente—. Fue un horrible sueño...
Estiró su brazo derecho y programó el despertador para dentro de media hora, pues necesitaba descansar. Aquel sueño, había sido más agotador de lo que creyó en un principio.
Necesitaba dormir.
Cuando llegó a la cocina, se percató de que su madre ya no estaba. Le había dejado una nota en el refrigerador avisando que llegaría tarde del trabajo, algo a lo que el pelirrojo ya estaba acostumbrado.
Nath tomó la nota y la puso en la mesa del comedor, donde un desastre de platos y tazas dejaban el lugar completo e inutilizable para cualquiera que quisiera desayunar allí. El pelirrojo suspiró y se remangó la camiseta gris que llevaba aquel día, pues no quería mancharla.
Poco a poco, fue sacando toda la vajilla sucia que adornaba aquel bello mueble de madera, llevó los platos, tazas y utensilios, dedicándose a lavarlos uno por uno y dejarlos relucientes.
Una vez terminó, revisó la hora en su teléfono y cayó en cuenta de que no llegaría a tiempo a clase, por lo que tomó su mochila y salió de casa sin desayunar, ya comería algo en el camino.
Su desayuno normalmente se componía de café con un croissant, aunque hoy pensaba añadirle algo diferente, quizá podría ser un filete, aquello le sonaba bien y rico, un delicioso y gran filete de res...
Nath se golpeó mentalmente al pensarlo, ¿filete? Nunca en su vida había desayunado carne, le caía pesada y luego se ponía mal a la hora de almuerzo, por eso prefería cosas simples.
Sacudió la cabeza y siguió su camino, llegó a su estación habitual de metro y comenzó a bajar los escalones con rapidez.
—Esta vez no me tropecé, creo que será un buen día —soltó Nathaniel cuando llegó al final de la escalera, sonriendo.
Lo primero que hizo antes de intentar entrar en la estación, era verificar que su Navigo Easy tuviera viajes, no llevaba mucho dinero en el bolsillo, pues la paga era a fin de mes.
Para su suerte, su abono todavía no caducaba, ya eran dos cosas buenas que le pasaban hoy, Nathaniel las contaba en su cabeza con una pequeña sonrisa al mismo tiempo que disfrutaba el pequeño pitido que le indicaba que podía pasar sin problemas.
Comenzó a bajar las escaleras hacia el andén con calma, sin embargo, el pitido del silbato del metro lo arrastró de su ensoñación, todavía quedaba un buen tramo de peldaños y no llegaría a tiempo.
Miró directamente hacia la ventana principal del metro y se fijó en la imagen del conductor, que lo miraba con desinterés, Nathaniel sintió unas ganas irrefrenables de fruncir el ceño y partirle la cara.
Un momento, ¿partirle la cara?
Nathaniel sacudió la cabeza de nuevo y jadeó, aceleró el paso con los escalones y siguió su duelo de miradas con el conductor, que bajaba la mano hacia el botón que cerraría las puertas.
No iba a llegar
A menos que...
Cuando quedaban diez escalones de distancia, un impulso se apoderó de Nathaniel, llenó su cuerpo de valor y de algo que, hasta ahora, no sabía que podía producir y sentir.
Adrenalina.
Ante la atónita mirada del conductor, Nath saltó directamente hacia la puerta abierta de un tren de la línea tres del metro de París.
Nathaniel no prestaba atención a clase. Algo que podía decirse, era común en su vida como joven artista. Todo comenzó de niño, con un instinto que le obligó a hacer su primer dibujo en la parte de atrás de sus cuadernos y ser reprendido por su madre.
Ahora, si su madre se enteraba de que no prestaba atención a clase, lo regañaría de nuevo.
Y si se enteraba de que acababa de hacer algo muy peligroso en el metro de París, también lo regañaría.
Nath no entendía la razón de por qué lo había hecho, podía haber esperado dos minutos por el siguiente e igualmente habría llegado tarde.
Todo aquello era raro, en el fondo, esperaba que fuera el mismo instinto que lo incitó a dibujar por primera vez, cosa que también hacía en este momento.
Los trazos con su lápiz eran silenciosos y suaves, no apretaba demasiado la punta y simplemente dejaba que su mano se moviese con rapidez y de forma automática.
La escena que dibujaba lo retrataba a sí mismo, en una caída libre sobre un tren para rescatar a una damisela en apuros.
No podía decir que no se inspiraba en hechos reales, además, hace tiempo que había dejado los comics con aquel tipo de trama, pero se sentía tan placentero dibujarlos, que dejó volar su imaginación. Igualmente nadie lo leería.
Por esa misma razón, comenzó a relatar su experiencia debajo del dibujo.
En aquella ocasión había decidido sentarse en la parte de atrás, además de poder dibujar en relativa tranquilidad, no sería un blanco potencial para la Srta. Mendeleiev.
O eso esperaba él.
La clase de química no era su favorita después de todo.
—Y para terminar, el último trabajo de este tema se hará en parejas —anunció la adulta de cabello corto, dejando la tiza a un lado y tomando en su lugar una pequeña pila de papeles.
Nath observó como algunos de sus compañeros se emocionaron, sabía que algunos ya habían decidido quien sería su pareja y lo hablaban con ánimo.
—Me tomé la libertad de asignar los grupos yo misma, así que cuando los llame, tomen su tema y podrán irse —explicó la profesora Mendeleiev, recibiendo un quejido coral y gestos de decepción.
En ese preciso instante, Nathaniel fue consciente de que tenía una pequeña oportunidad abriéndose ante sus ojos, apretó los dedos de la mano izquierda con nerviosismo y rezó internamente para que le tocase con la chica de las coletas.
—Agreste y Lahiffe, grupo uno —dijo la profesora, extendiendo una hoja sobre la mesa.
Los dos chicos chocaron los puños y se dirigieron con rapidez a por su tema. No se perdió demasiado tiempo en aquella repartición, pues los grupos iban pasando uno tras otro, dejando a solo cuatro personas en aquel salón de clase.
A Nath se le aceleró el corazón de solo pensarlo. Tenía a Marinette a su izquierda, con la palma de las manos apoyadas en sus mejillas y haciendo un gesto de ligera frustración.
Inspeccionando del otro lado, encontró a una desinteresada Chloe observándose las uñas, no se atrevía a mirarla demasiado, pues deseaba evitar a toda costa su mirada del demonio.
Y detrás de él estaba Alix, mirando al techo y moviendo las piernas como si estuviera en plena exhibición de los juegos extremos, Nath podía sentir los ligeros golpes en su respaldar, pero no dijo nada.
—Bourgeois y Dupain-Cheng, este es su tema. —La profesora Mendeleiev dejó la hoja en el centro de su escritorio, recibiendo las atónitas miradas de ambas chicas, que frunciendo el ceño, fueron como zombis a por su trabajo grupal.
Nath suspiró al ver ello, de verdad quería hacer grupo con ella, ya había pensado incluso en la mejor forma de presentar el proyecto con Marinette. Aclaremos que pensó lo que pudo, pues con Alix golpeando su respaldo cada tres segundos, era complicado.
—Kurtzberg y Kubdel, son el último grupo, espero un gran esfuerzo por vuestra parte —sentenció la adulta antes de irse y dejarlos solos en el salón de clases, con la hoja del tema propuesto sobre su escritorio.
Nathaniel dejó caer la cabeza sobre su cuaderno de dibujos y suspiró.
Sentía que su buen día poco a poco se hacía añicos.
—Entonces, podríamos grabar videos para la presentación, yo hago las escenas de acción —habló Alix con confianza y tomando de los hombros al pelirrojo, arrastrándolo hacia la puerta principal de la escuela.
—Eh... yo creo que también deberíamos investigar un poco más, si entregamos un informe más completo, tendremos mejor nota, ¿no? —agregó Nathaniel, sujetando bien su mochila.
—Nath, Nath, Nath —repitió Alix, haciendo un gesto de negación con su dedo índice—. Confía en mí, si algo puede hacer que nuestro trabajo salga bien, es darle más dinamismo, acción y diversión.
—¿Segura?
—Claro que sí, ahora solo debemos organizarnos bien, hay un parque cerca de mi casa, podemos quedar allí para hablarlo mejor —propuso la adolescente de cabello fucsia.
Aquello tomó desprevenido al pelirrojo, que se puso algo nervioso e intentó sonreír.
—Está bien, creo, ¿cuándo sería? —preguntó Nath, recibiendo un golpe en la espalda de parte de una confianzuda Alix.
—Tranquilo, hombre, te enviaré un mensaje con los detalles.
En lo que Nath recuperaba el aliento y su columna, Alix se despidió de él y tomó otro camino.
—Bueno, creo que debería empezar a ponerme con eso después del trabajo, aunque no lleve para nada bien química.
Nathaniel se acomodó la mochila al hombro y comenzó a caminar por las calles parisinas, tranquilo y con la mirada fija en el frente, no tenía prisa por llegar al trabajo, pues siempre tenía una pequeña prórroga para poder comer antes de llegar.
Y hablando de ello, se sentía muy hambriento.
Nada más llegar a la escuela, se había comprado dos galletas y un refresco de naranja, no lo habían llenado, pero sirvió en su momento para engañar al estómago hambriento.
—Creo que pasaré por algo de comida antes...
Con aquella decisión tomada, Nath inició el rumbo hacia la estación de metro más cercana, la tienda de abarrotes de su barrio era la más barata que conocía, y prefería comprar en un lugar habitual que arriesgarse a un local nuevo.
En su camino a la estación, Nath se detuvo cerca a una cafetería, el dulce olorcillo de la bollería lo había atraído, y aunque algo le dijera que era mejor un filete que unos ricos panecillos, no podía ir contra su naturaleza.
Entró en el lugar y se percató de que la mitad de las mesas estaban ocupadas, las únicas libres eran cercanas a la barra y en algunos sitios más apartados del local.
Había ancianos charlando y tomándose un café, un grupo de chicas que parecían universitarias con sus portátiles sobre la mesa y haciendo un trabajo grupal, incluso algunos niños jugando.
Nath volvió a la imagen de las chicas y se imaginó en esa situación con Alix, con quien debía hacer el trabajo grupal de química. Eso solo era un trabajo de grupo, no irían a una linda cafetería como esta y pedirían un café mientras lo hacían, ¿o sí?
Un momento, ¿eso no era una cita?
Nathaniel se sonrojó en cuanto ese pensamiento cruzó su mente y decidió caminar al mostrador para pedir algo.
—¿Iba sola?
—No, supuestamente había alguien en el asiento del copiloto, pero para cuando llegó la ambulancia, había desaparecido.
Aquella conversación de los ancianos le provocó un escalofrío.
—Qué pena, ¿saben cómo está ella?
—Estable en el hospital, pero ha tenido heridas muy graves.
Nathaniel sintió un nuevo escalofrío recorrer su cuerpo, paralizando sus manos y sus piernas, provocando un nudo en su garganta que le impedía emitir sonido alguno.
—Disculpe, ¿va a ordenar? —preguntó la mujer detrás del mostrador, observando confundida como el pelirrojo tenía la mirada perdida y el cuerpo como estatua.
La cabeza de Nath estaba perdida en un mar de pesadillas.
El auto.
El choque.
Gwen.
Todo había sido un sueño, ¿verdad?
—Ponga las noticias —pidió Nath con dificultad, pues el nudo en su garganta seguía impidiéndole soltar algo más que una voz rasposa y grave...
—Eh, está bien —la trabajadora cambió el canal de deportes al de noticias.
Y fue allí que el mundo se le vino encima, justo en ese momento, y por arte de magia, el video tomado por una cámara de seguridad de la calle se reprodujo.
Un choque fuerte, fuego, gritos de la gente, pero sobre todo, una interferencia en la cámara y una figura negra desapareciendo con rapidez de la escena.
Es tal como vieron televidentes, alguien entra en la escena y parece rescatar a uno de los agraviados del choque, la imagen no es clara, pero un grupo de fanáticos afirma que fue el mismísimo Chat Noir...
El pelirrojo se dio cuenta de que aquello nunca fue un sueño.
Nathaniel inclinó el cuerpo hacia adelante y se llevó las manos al estómago, sus ojos abiertos con horror y miedo miraban las finas baldosas del lugar.
—Gwen...
Un estruendo azotó todo el lugar y Nathaniel salió corriendo de la cafetería, dejándose la mochila y esquivando con agilidad el trozo de árbol arrojado por lo que parecía ser un akumatizado.
Se alejó un poco y alzó la mirada, observando como Ladybug y Chat Noir llegaban para hacerle frente.
—¿Dónde estaban ustedes...? —musitó el pelirrojo, sintiendo unas irremediables ganas de llorar y adentrándose en sus pensamientos.
¿Dónde estaban?
¿Por qué no vinieron?
Gwen...
¿Dónde está Gwen?
¡¿Dónde está Gwen?!
Nathaniel soltó un grito de dolor y se inclinó hacia adelante, se movió con pasos erráticos y luego, con una velocidad sorpresivamente alta para alguien como él, salió corriendo hacia una dirección específica.
El lugar del accidente.
Dos horas antes
Pasos resonaban en un reluciente pasillo adornado con marfil, si lo veías de lejos, podías reflejarte en el suelo, hasta el punto de pensar que aquello podría ser una galería secreta del Louvre. Por supuesto, ese no era el caso.
La puerta al final del pasillo daba acceso a una oficina especial, muy espaciosa y con absoluta elegancia. Nadie en su sano juicio se atrevería a entrar en ella.
Repetimos, nadie en su sano juicio.
Por esa misma razón, la puerta de la oficina se abrió y dos hombres entraron por ella. El primero de ellos tenía el cabello rubio, era alto y portaba una mascarilla negra en el rostro. El segundo hombre era su antítesis, no superaba el metro sesenta, era moreno y con el cabello encrespado de nacimiento.
—¿Por qué esta oficina siempre tiene la luz apagada? —preguntó el moreno.
—No seas tonto, Horacio, ¿quién tendría luz encendida en una oficina si no hay nadie en su interior? —respondió el rubio con un marcado acento ruso.
Aquellas palabras molestaron de forma evidente al dueño de la oficina, que reposaba en su interior de un ajetreado día de negocios turbios.
—¡Ya cállense ustedes dos! ¡Me están desesperando! —rugió furioso el hombre, moviéndose en la oscuridad sin dejarse ver. Lo único que podías percibir, y era gracias al reflejo de la ventana, era su figura alta, inmensa e imponente.
—¡Discúlpenos, señor! —exclamaron al unísono y arrodillándose en la suave alfombra de terciopelo.
—No hagan eso, mancharán mi alfombra con sus babas, levántense, idiotas —ordenó el jefe, sentándose en la silla y apoyando las manos en su escritorio—. Si los llamé, es porque tengo una tarea para ustedes.
Los ojos de los dos subordinados brillaron.
—Díganos, jefecito —pronunciaron a la vez los dos adultos.
—Contacten con la división francesa, deben recuperar un producto nuestro, y deben lograrlo en 48 horas —dictaminó el robusto hombre, llevándose las manos al abdomen y cruzándolas—. Si no lo hacen, tendré que ir personalmente.
—¡Sí, jefe!
Los dos adultos se retiraron de inmediato y con la cola entre las patas. Entonces, El Grande tomó una tableta del cajón de su escritorio y reprodujo el video del choque nuevamente, deteniendo la imagen en el momento exacto en el que su producto estrella escapaba de la escena con alguien.
—Seas quien seas, déjame decirte que no acabarás esto con vida...
Las puertas de la oficina se cerraron de golpe, volviendo a dejar el lugar en la oscuridad más absoluta.
—¡Ah, esos idiotas, los despediré!
Nath corría a toda velocidad, esquivando personas y autos. No sabía como lo estaba haciendo, pero iba mucho más rápido que una persona normal.
¿Pero por qué? No se había tomado supervitaminas, ¿o sí? Recordemos que apenas había desayunado aquel día.
Pues incluso con ello, tenía sus reflejos más agudos que nunca.
Había esquivado tres autos de forma natural y por los pelos, pero aquello solo le había dado la confianza de ir más rápido. No podía pensar, su cuerpo se regía en ese momento por un instinto que lo obligaba a volver al punto de inicio.
Es como cuando llamas a un perro con un silbato para perros, al menos así lo sentía él, su detonante había sido Gwen, y ahora necesitaba volver al lugar para poder encontrarla.
Claro, contemos también sobre la reacción de la gente a su alrededor. Las personas estaban boquiabiertas y asustadas, no era algo de todos los días ver un chico corriendo a altas velocidades por las calles de París, los más ancianos incluso estaban seguros de que de mandarlo a los Juegos Olímpicos, habría roto el récord de los cien metros lisos por un amplio margen.
El cuerpo de Nath no se sentía para nada cansado, aunque su corazón latiese mucho más rápido que el de un ratón, el pelirrojo tenía la sensación de que podría incluso correr un maratón por dos días seguidos.
Siguió corriendo entre la calle, sin percatarse de un dron que lo seguía por las alturas, escaneándolo hasta los huesos, y obteniendo la confirmación que necesitaba, envió un pitido que se escuchó por buena parte de la ciudad.
Nath no se percató de ello, un furgón blindado negro apareció de la calle contigua y lo arrolló. El cuerpo del pelirrojo salió volando un par de metros y cayó por un desnivel hacia una calle inferior.
¿Así iba a morir? Lo último que vieron los ojos de Nath, fue el cielo azul encogiéndose cada vez más, y luego todo se volvió negro.
Los furgones se detuvieron de inmediato en aquel lugar, crearon un perímetro para evitar fisgones y desempacaron todo el material necesario para la operación.
—Bien, equipo alfa, a recuperar el producto del jefe —ordenó el copiloto del furgón, vestido con un uniforme militar negro y armado con un AK-47.
Un equipo se desplegó y rodeó de inmediato el borde, algunos comenzaron a bajar por las escaleras hacia la calle inferior, sin soltar sus armas en ningún momento.
Un ruido hizo que los soldados se detuvieran, observando un callejón cercano a la zona del impacto.
—¿Qué creen que hacen? —preguntó el líder de la operación—. ¡Muévanse!
—Pero, comandante Aarons, detectamos un movimiento —explicó el primer oficial en el lugar, acercándose y mirando fijamente el cuerpo destruido de Nathaniel.
—Debo hacerlo todo yo —suspiró con frustración el líder, tomando una lata del suelo y lanzándola con fuerza hacia aquel lugar, logrando que una rata saliera de su escondite—. Solo era una rata, ahora, procedan.
Los soldados rodearon de inmediato el charco de sangre que procedía del cuerpo de Nathaniel, cuyos brazos, piernas y torso estaban destrozados a más no poder.
—Señor, no puedo ver, tengo un hijo adolescente y... —habló uno de los soldados por el comunicador.
—Está bien, descansa y tómate un refresco —dijo el comandante Aarons, dándole una palmada en la espalda y dejándolo retirarse de la escena—. Organiza a los otros dos equipos, diles que solo resguarden.
—Entendido, comandante. —El soldado subió nuevamente por las escaleras.
Y entonces, allí se encontraban, al lado del río Sena, con unas escaleras antiguas que los llevaban a la calle superior y apuntando a un cuerpo muerto con un fusil soviético.
—Traigan la cápsula —ordenó el comandante, levantando la mano.
Dos soldados bajaron de inmediato por las escaleras con una caja negra cargada entre los dos, la dejaron cerca del comandante Aarons y la abrieron, mostrando una cápsula plateada en su interior.
—Los cañones sónicos, en posición, no se retrasen.
—¡Sí, señor!
Cuatro soldados se llevaron las manos a los bolsillos traseros y tomaron sus nuevas armas, ensamblándolas con rapidez, los cañones sónicos eran unos prototipos nuevos hechos por un playboy millonario en Nueva York.
—Ah...
La mano derecha de Nathaniel comenzó a moverse bajo la atenta mirada de uno de los soldados.
—Eh... Comandante... —llamó de inmediato.
—¿Qué quieres? —preguntó el líder terminando de ensamblar su arma.
—Algo está pasando...
La oración del soldado se vio interrumpida por un tentáculo negro que lo atravesó por el abdomen, lo sacudió en el aire y lo arrojó al río.
—¡Disparen, ahora! —ordenó el comandante, tomando el arma.
Entonces, la escena siguió en cámara lenta.
Nathaniel se levantó de golpe y de su espalda salieron tres tentáculos, se dirigieron de inmediato hacia los soldados y los atravesó como una brocheta, lanzándolos en varias direcciones.
La masa negra rodeó el cuerpo del pelinegro, uniendo sus brazos, piernas, arreglando sus huesos y suturando sus heridas, hasta que, finalmente, lo cubrió por completo.
—Así que, por lo que oí, eres el comandante Aarons, ¿cierto? —habló una voz gruesa y monstruosa. Era una figura negra y alta, con más músculos de los que se podían contar mentalmente, unos ojos blancos y absolutamente grandes, y por último, una lengua larga acompañada de colmillos afilados.
—Sí... —musitó el adulto, congelado y con el dedo en el gatillo, levantando poco a poco la mano.
—Mmm, yo que tú no haría eso —mencionó el simbionte, sonriendo de forma espeluznante y acercándose más.
—¿Qué eres? —Aarons levantó la pistola sónica y apuntó hacia los ojos blancos de aquella criatura.
—Puedes llamarme... Venom
Venom se tronó el cuello y sin pensárselo dos veces, se lanzó hacia el comandante.
Fin del capítulo.
Y este fue el primer capítulo de la historia, estoy abierto a recibir todo tipo de comentarios, espero les haya gustado, y no me maten si algo les dejó con mal sabor de boca.
Un saludo y nos vemos en el siguiente cap.
