Antes del capítulo, quiero disculparme por la larga espera, pero estoy a mitad de la gran remontada del año en este semestre universitario.

Ahora, este es el capítulo dos, ya saben que pueden dejar todas sus ideas en los comentarios, siempre abierto a sugerencias y a leer todo lo que pongan. Este capítulo llega a ustedes gracias a mi amigo Optimus Quispe que espero le vaya bien con su columna.

"Todo el mundo ve lo que aparentas ser, pocos experimentan lo que realmente eres"

- Nicolás Maquiavelo.


Un cañón sónico fue disparado desde arriba, impactando cerca de Venom y obligándolo a replegarse.

El comandante Aarons se quedó quieto, procesando que estuvo a menos de un segundo de ser el jinete sin cabeza. Pero sin caballo, lo cual era menos divertido.

—¡Comandante! ¡¿Se encuentra bien?! —preguntó uno de los soldados desde la escalera superior. El cañón en sus brazos con la luz encendida y expulsando humo por la parte inferior, destinada al cargador.

—Sí... —reconoció Aarons, volviendo en sí y tomando su arma, ubicada en la parte trasera de su cinturón—. ¡Llama al equipo beta, necesitamos refuerzos!

—¡A la orden, señor! —el soldado salió corriendo de inmediato hacia las camionetas.

—¿Traerás refuerzos? —preguntó Venom, sacando su larga lengua y balanceándola en el aire-. Cobarde, creí que solo seriamos tú y yo.

—Sí, claro —pronunció con sarcasmo el adulto, apuntando con su pistola hacia la cabeza del simbionte—. Mis órdenes prohíben que te mate, pero si no me dejas opción, lo haré.

—No me hagas reír, esa pequeña cosita tuya ni siquiera me hará un rasguño.

—El tamaño no siempre importa.

—Creo que intentas buscar consuelo —soltó Venom con una sonrisa burlona.

—Seguimos hablando del arma, ¿cierto? —preguntó Aarons con fastidio, no sabía que el proyecto secreto que le obligaron a buscar tenía un sentido del humor tan torcido.

Una carcajada proveniente del simbionte le hizo enarcar la ceja.

—¡Señor, los refuerzos están en camino! —anunció el soldado de hace unos minutos, que posicionó con cuidado el cañón sónico.

—¡Entrégate, o recibirás un disparo más potente que el anterior! —amenazó Aarons, quitando el seguro de la pistola.

—Me importa un carajo —dijo Venom.

—No digas que no te lo advertí.

—Tampoco te diría nada, marica.

Un gruñido proveniente del comandante fue la señal que necesitó el soldado de arriba para disparar nuevamente.

El impacto provocó una oleada de polvo y pedazos de concreto.

—¡Te tengo! —pronunció el comandante, comenzando a disparar hacia la nube de polvo, confiado en acertar cada uno de sus disparos.

Dos drones se acercaron al área, comenzando a grabar para obtener toda la información que fuera posible. El equipo beta estaba a dos minutos, llegaba con dos camionetas blindadas y tres motos.

—¡¿Eso es todo?!

La gruesa voz del simbionte provenía de todas partes, provocando que Aarons disparase a ciegas. El soldado que se encontraba arriba vio la enorme figura negra moverse en círculos, por lo que no perdió el tiempo y disparó una tercera carga.

—¡No, no lo hagas! -exclamó el comandante, pero ya era tarde, el impacto extendió la poca visibilidad de la nube de polvo.

Los drones que sobrevolaban la escena activaron la cámara térmica, fijando el objetivo en la figura más robusta de las dos que se encontraban en el interior.

Aarons disparaba a cada movimiento del simbionte, que se acercaba como podía, preparándose para soltar un golpe fulminante.

—¡Dime que ya llegaron! —pidió Aarons.

—¡Cuarenta segundos para su llegada! —anunció el soldado.

—¡¿Por qué tardan tanto?!

—Oh, ¿tus amiguitos tardan en llegar? —siseó Venom, apareciendo frente a él, preparándose para atacarlo de forma definitiva.

—Si fueran mis amigos no habrían tardado —corrigió Aarons, recargando el cartucho del arma y apuntando de nuevo.

—¿Sigues con eso? No has acertado ni una sola vez.

—Al menos una voy a acertar —suspiró Aarons, quitándose el cubrebocas y el protector. La cicatriz de su mejilla estaba bañada en sudor y su cabello castaño tan sucio como una escoba.

Las camionetas se estacionaron cerca del perímetro realizado anteriormente, la ventanilla superior de una de ellas se abrió y un joven de unos veinte años asomó la cabeza.

—Arma disparada —pronunció en el mismo instante que presionó el botón rojo del dispositivo de su antebrazo.

El dron que tenía fijado a Venom abrió una compuerta bajo la cámara, dejando a la vista un pequeño cañón que disparó tres proyectiles incendiarios.

Y se desató el caos.

Las llamas se hicieron presentes en todo el lugar, provocando una inmensa columna de humo que se extendió hacia el cielo. El equipo especial que llegó hace un momento se dedicó a controlar las llamas para que no salieran de lo que se había previsto.

Aarons se alejó de las llamas en cuanto la primera rugió como un león.

Rodó hacia un lado y se metió detrás de la escalera, dos soldados bajaron de inmediato y comenzaron a plantar un muro de escudos ignífugos para evitar las llamas.

—¡Cierren el área, no dejen que escape! —ordenó Aarons, recomponiéndose y siendo apoyado por uno de los soldados. A pesar de lo que le había dicho a Venom, se había quedado sin munición, por lo que no hubiera aguantado mucho.

La figura alta y oscura del simbionte había desaparecido desde que la primera columna de fuego se hizo presente.

El segundo dron se dedicó a observar la parte trasera de la escena, vigilando que el objetivo no pudiera salir del muro de llamas. Luego de una ronda rápida, su compuerta inferior se abrió y un chorro de agua comenzó a caer sobre el fuego.

Aarons ya había subido la escalera con ayuda de los soldados, que le habían pasado una toalla y guiado hasta el médico.

—Bien, no ha podido salir, necesito que aseguren al sujeto en una cápsula y se deshagan del cuerpo —dijo Aarons, secándose el rostro mientras se sentaba en la silla.

—¡Sí, señor!

Las llamas se fueron extinguiendo, y por supuesto, llamó la atención de los residentes de la zona aledaña. Un buen grupo de personas se arremolinó al borde del cordón e intentó sonsacar información.

Detrás, tres soldados se encontraban en una conversación. El más alto tenía una insignia más en su uniforme, lo que denotaba un rango mayor.

—¿Tenemos las cápsulas en orden?

—Por supuesto.

—Hagan inventario, no podemos permitirnos perder algún objeto valioso.

—Eh, creo que es tarde para eso —comentó el joven que activó el arma incendiaria, con una tableta en las manos y sentado sobre el techo del vehículo—. Fuego apagado y sin rastro alguno del objetivo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Aarons, levantándose de la silla y acercándose a él.

—Pues, exactamente eso, no está, he analizado todo lo que podía analizar —explicó encogiéndose de hombros—. Debió escapar al inicio del ataque, yo no tengo ningún problema, pero uno de ustedes deberá notificar esto a los dos idiotas que trabajan para el jefe.

Aarons gruñó al recordar a ese par, bajó la cabeza y se llevó una mano a la sien.

—Creo que será mucho peor —reconoció el hombre castaño, apretando los puños y entrecerrando los ojos—. Él vendrá.

—No saldremos vivos de eso —agregó el joven de la tableta, cambiando la pantalla a un juego de carreras—. Mierda, han roto mi récord.

Las fuerzas especiales harían su trabajo, ahora debían encubrir toda la operación y darles una buena excusa a las autoridades. Nadie podía enterarse de la situación.

Tenía que hacer una llamada.


Nath abrió los ojos y se topó con la imagen de un techo destruido. Su cuerpo dolía y sus brazos le ardían horrores, lo peor de aquello, era que se sentía muy familiar.

Logró incorporarse tras palpar el suelo y alejar los escombros, restos del tejado y del suelo que adornaban la exótica vista de aquel viejo almacén.

Jadeó de cansancio y comenzó a caminar, el camino era recto y llegaba hasta una puerta doble de madera. El primer pasó que dio el pelirrojo le hizo apretar los dientes y soltar un profundo quejido.

—¿Por qué duele tanto? —se quejó Nathaniel, llevándose las manos a los hombros y sintiendo humedad—. ¿Qué es esto?

Al ver de lo que estaban manchadas sus manos, le dieron ganas de vomitar.

Nathaniel no soportaba ver sangre, menos si era la suya propia. Todo comenzó cuando tenía seis años, aquel día bajó desde su habitación con un dibujo en su cuaderno escolar.

Los trazos no eran limpios, y le fallaban ciertas proporciones, pero había logrado captar a su familia en aquella hoja cuadriculada. Su padre estaba en el trabajo y llegaría tarde, por lo que la única en casa era su mamá.

El pequeño Nathaniel fijó sus ojos turquesas en la figura de su madre, la mujer que le había heredado su hermoso cabello rojizo, varias veces le había preguntado sobre ello, pues sus abuelos no tenían ese mismo rasgo.

Ella siempre le respondió que se lo contaría más adelante, y aunque no lo entendió en su momento, pudo predecir un par de cosas. La sonrisa triste de su madre cuando se refería a su cabello le hicieron pensar muchas cosas, pero eso era otra historia.

La cocina estaba ordenada, solían tener la nevera llena de algunos postres, pequeños pasteles o algo de gelatina de naranja. Aquel día en específico, estaba vacía.

—¡Mamá, mira! —exclamó el pequeño Nathaniel, acercándose a la adulta y extendiendo la hoja.

—Cariño, ahora no puedo, mamá está ocupada —explicó con dulzura la mujer pelirroja, abriendo uno de los gabinetes y tomando un cuchillo.

—¡Pero, mamá, tienes que ver! —insistió el pequeño, haciendo un puchero y agitando el papel.

—Cariño, entiende que no es buen momento, termino y lo veo —dijo su madre en un intento por apaciguar su emoción.

—¡Pero, mamá!

Nath no se percató de que su insistencia estaba sobrepasando un límite, se acercó enfurruñado y con el ceño fruncido hacia las piernas de su madre y las empujó.

El grito de dolor lo hizo reaccionar.

Lo que vio después, fue la mano ensangrentada de su madre, con un tajo limpio en la parte superior.

Ese fue el origen, desde entonces, se marea y le dan ganas de vomitar, por esa misma razón siempre ha procurado tener cuidado de muchas cosas.

Luego de revisarse los brazos por tercera vez, se dio cuenta de que la sangre solo estaba sobre la ropa, si bien sentía raros los hombros, estaban en perfecto estado.

Suspiró de alivio al ver que no tenía ninguna herida abierta, por lo que siguió caminando a la salida del almacén. Debajo de sus rodillas tenía el pantalón destrozado, pero no se enteró hasta que el viento de la calle se filtró por la puerta y le provocó escalofríos.

Sujetó el asa de la puerta y estiró con cuidado, la madera crujió y las bisagras chirriaron.

—Que horrible sonido...

Nathaniel se detuvo, con el brazo temblando y la boca entreabierta. Una voz profunda y gutural se presentó desde algún punto de la estancia.

—¿Quién dijo eso? —tartamudeó el pelirrojo, tragando saliva y con su mano sufriendo Parkinson.

—Fui yo, ¿algún problema?

Nath se echó hacia atrás, con la mirada perdida y jadeando. No importaba hacia que lugar se girase en busca de aquella voz, era como si no existiera.

—¿Dónde estás? ¿quién eres?

Una profunda risa le hizo vibrar el cuerpo entero. Cayó de rodillas y se las terminó raspando, luego pensaría en el dolor que le conllevó eso y en que tenía la ropa hecha pedazos.

Ahora sí lo había escuchado bien, sintiendo esa vibración en su cuerpo y ese ligero malestar, podía decir con la poca cordura que le quedaba, que la voz vino de su interior.

—Soy quien te salvó la vida —escupió con presunción la voz, Nathaniel esta vez la escuchó sobre su hombro derecho, por lo que se dio la vuelta y pegó un grito—. ¡¿Qué haces?! ¡Gritas como niña!

Una cabeza hecha de masa negra y con largos colmillos se manifestaba desde la parte de atrás de su hombro. Los ojos blancos estaban arrugados en un claro gesto de diversión.

—¡¿Qué eres?! ¡¿Por qué sales de mí?! ¡Vete! —se desesperó el pelirrojo, arrastrándose hacia atrás sobre los escombros, lastimándose las manos y la espalda baja.

—¡Cállate, maldita sea! ¡Acabo de salvar tú vida! —gruñó el simbionte, agitando la cabeza.

—¿Salvar mi vida? —cuestionó Nath, con la voz temblorosa y una mano en el pecho para intentar calmarse.

—Así es, te estampaste en el concreto como una mosca y tuve que rearmarte para defenderme —explicó el simbionte mientras Nath tomaba conciencia de la rotura de sus ropas y las manchas de sangre—. Soy Venom, y ahora, tú eres mi huésped.

Las alarmas se encendieron en la cabeza de cerilla de Nathaniel, que alzó una ceja y miro con la mandíbula desencajada la sonrisa de Venom.

—¡¿Cómo?! ¡¿Huésped?!

—Verás, Nathaniel, nuestra especie necesita un huésped para vivir —explicó el simbionte mientras pasaba al hombro izquierdo de Nath—. Ahora, compartimos este escuálido y débil cuerpo, por cierto, necesitas hacer más ejercicio.

—¡Para, para!

—Lo único apetitoso que tienes son tu hígado y páncreas, parece que tus pulmones te fallarán en cualquier momento y tus riñones también.

Nath sintió que le golpeaban la cabeza con una raqueta de pádel, ya tenía suficiente con los médicos como para tener que soportar ahora a un parásito que le recuerde todas sus deficiencias.

—Gracias, herencia de mi padre —musitó cabizbajo y algo mosqueado, Venom emitió una carcajada debido a la reacción del pelirrojo.

—Pero ahora estoy aquí, vivo en tu cuerpo y no puedo permitir que mueras —siseó Venom con un tono persuasivo—. Solo debes darme alimento, uno o dos individuos por día estaría bien.

—¿Qué...? -susurró horrorizado Nath, que se levantó e hizo contacto visual con el simbionte.

—¡Ah, es una broma, maldita sea! —refunfuñó Venom, mostrando sus afilados dientes—. Pero hay cosas que digo en serio, tienes el cuerpo hecho mierda, hasta que tu puedas, debes dejar que me encargue yo.

—¿Encargarte de qué?

—De los cabrones que vendrán por nosotros.


En cuánto dio el segundo golpe, Nathaniel se arrepintió.

Al salir de aquel almacén, reconoció que se encontraba en la zona más baja de la ciudad, muy lejos de casa.

Pero, no iba a regresar pronto, al salir corriendo de aquel café, solo tenía una cosa en mente. Debía llegar al hospital para ver a Gwen, necesitaba saber su situación.

—Te dije que era una mala idea —sollozó el pelirrojo, sintiendo la vibración interna de regaño que le enviaba el simbionte.

—¡Deja de lloriquear! ¿Acaso no quieres ir a ver a tu amiga? —le regañó Venom—. ¡Mierda, debí dejar que fueras con pintas de víctima de violación!

—Pero... ¿no había otra forma? —consultó Nath, agachándose para tomar algunas prendas de la caja de ropa para donación.

—¡Claro que no! ¡Deberías agradecer que me ofrecí a potenciar tus golpes, con esos brazos de cristal te hubieras roto algún dedo!

Y en efecto, al lanzar el puñetazo, Venom recubrió ligeramente la zona de la muñeca y potenció la fuerza del golpe. Esa era la razón de que el encargado de la organización estuviera tumbado en el suelo y soñando con las estrellas.

—¡Roba algo bueno, pero rápido!

—Yo... Ah, esto está bien, creo. —Nath tomó lo que se veía en mejor estado y corrió hacia el interior más profundo de aquel callejón. Aconsejado por Venom, se cambió tan rápido como pudo y tiró sus prendas a la basura.

—¿Lo ves? ¡No fue tan difícil!

—Eso dilo tú... Dios, ojalá no me haya visto alguien desde una terraza —rogó el pelirrojo con el rostro encendido y sumamente avergonzado.

—Como si hubiera algo bueno que ver.

Nath bajó la cabeza y comenzó a ir hacia el hospital.

—Camina recto por al menos tres calles y gira a la derecha —le indicó Venom en su mente.

—Espera, ¿cómo sabes eso?

—Te hice escapar de allí, ¿si no cómo crees que llegaste a tu habitación?

—Aún me cuesta procesar todo... —musitó el pelirrojo, mirando a las personas que caminaban a su alrededor.

—Lo estás pensando demasiado, solo ten en cuenta que ahora vivo en tu cuerpo, piensa en mí como tu compañero de habitación.

—Un compañero de habitación al menos pagaría alquiler.

—¡Yo te hago fuerte! ¡Llevo tus habilidades físicas al límite!

—¿No dijiste antes que podría romperme?

—¡Eso es tu maldita culpa, tienes un cuerpo débil y no puedo hacer mucho!

—¿Por qué me pasa esto a mí? —se lamentó el pelirrojo.

Siguió caminando por el camino indicado, al llegar a la última esquina dio un giro a la derecha y vio el hospital, de al menos diez plantas y con una arquitectura moderna.

Las puertas principales daban a un parque amplio y con muchos árboles, con zonas de rehabilitación para los pacientes en proceso postoperatorio.

—Muy bien, hora de la infiltración, sube hasta el tercer piso y entra por la ventana del final.

Nathaniel se quedó quieto y señaló la puerta principal del hospital.

—¿No puedo entrar como una persona normal?

—¡Eres más tonto de lo que creí! ¡Te he sacado ayer, no puedes volver hoy como si nada! —le recordó Venom.

El pelirrojo suspiró y siguió recto por la calle, acercándose al lateral del hospital. Miró a ambos lados antes de cruzar y dirigirse hacia unos arbustos que cubrían la base de la valla de alambres.

Las vallas eran altas y rodeaban toda la parte trasera del terreno del hospital, cercando instalaciones aledañas y dos pequeños edificios anexos que eran la morgue y el quirófano.

Así que para llegar hacia donde le dijo Venom, debía saltar la valla y escabullirse hacia el edificio principal, y una vez cerca de la pared, escalar hacia la ventana del tercer piso.

Sí, definitivamente iba a morir.

Poniéndose la capucha del jersey blanco que llevaba puesto, se acercó a la valla y apoyó los dedos. No era del todo dura, y tampoco se atrevía a intentar escalarla.

Se puso a valorar otras opciones y se mordió la parte interna de la mejilla.

—Salta —recomendó Venom, provocando una vibración en las piernas de Nath.

—No soy el mejor en salto alto, no voy a llegar —aseguró Nathaniel, tragando saliva y alejándose unos centímetros.

—Confía en mí, solo salta.

Nath cerró los ojos y contó hasta tres, confiando en que Venom lo ayudaría. Esperaba no romperse ningún hueso al aterrizar y cruzó los dedos para que todo saliera bien.

Aunque, él ya había hecho algo similar, ¿no?

Los recuerdos de lo que pasó en aquel andén del metro pasaron por su mente, aquella sensación de adrenalina que lo invadió y lo hizo saltar de las escaleras reapareció en su sistema.

Y por supuesto, lo hizo saltar.

Nath clavó el aterrizaje perfecto, cayó de pie, flexionó rodillas y rodó sobre su hombro. Al levantarse se sacudió el jersey y dio un soplido de satisfacción.

—Vaya, se sintió muy bien —admitió el pelirrojo, sonriendo.

—Lo sé, ¿a que soy genial?

Nath asintió avergonzado y siguió su camino hacia la pared, que estaba pintada de blanco y no mostraba ningún saliente desde donde pudiera sujetarse para llegar al tercer piso. Podía utilizar los bordes de las ventanas, pero si no estaban abiertas, podía ser peligroso.

—Déjame esto a mí —dijo Venom, recubriendo los antebrazos de Nathaniel, sus piernas y lanzándose hacia la pared.

—¡No, espera! —Nath cerró los ojos por dos segundos y los abrió con lentitud al notar que no se estampó. Sus manos se sujetaban a la pared con toda la naturalidad del mundo—. ¿Cómo?

—Es genial, ¿cierto? Aprendí esto de alguien hace mucho tiempo.

—¿De quién?

—Una molesta araña.

Nathaniel siguió trepando por la pared con ayuda del simbionte, lo hicieron rápido para evitar miradas curiosas y sin que el pelirrojo se quitase la capucha. La ventana de la habitación estaba abierta y las cortinas ondeaban hacia el interior.

Entraron de inmediato y Venom volvió al interior del pelirrojo, dejando que Nath inspeccionase la habitación con calma.

Las sábanas estaban limpias y ordenadas, a simple vista no parecía una habitación que estuviera ocupada, pero las prendas de ropa sobre la silla decían lo contrario. Nath se acercó con cuidado para verlas mejor, una simple bata de hospital y una blusa blanca con tonos rosas.

—Espera, esta ropa es de... —musitó el pelirrojo.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y el sonido de unas ruedas girando llegó a los oídos del artista.

No podía ser, claro que no, eso era un mal sueño.

La chica en la silla de ruedas se detuvo, el silencio reinó en la habitación y parecía infinito. Sus ojos hicieron contacto visual con los de Nathaniel y una sonrisa sincera se posó en rostro. Su boca tembló en cuanto el pelirrojo se acercó y un par de lágrimas cayeron por las mejillas de la rubia.

—Gwen... -acertó a decir el pelirrojo, con la mirada perdida en los ojos azules de la rubia. Intentó ignorar la silla de ruedas todo lo que pudo, pero le era imposible—. ¿Por qué estás...?

—Nath... -pronunció la rubia, tirando del pelirrojo y fundiéndose en un cálido abrazo—. Tranquilo, es temporal.

Escucharlo de la propia boca de Gwen fue como recibir un soplido de aire.

—Pero, hay algo que quiero saber, Nath —añadió Gwen, separándose del abrazo con el pelirrojo y observándolo fijamente, los ojos azules de la rubia se notaban tristes e hinchados—. ¿Por qué están hablando de que desapareciste?

—Sabía que se darían cuenta —dijo Venom en su mente.

—Eh, verás, yo...

—No me mientas, Nathaniel —pidió la rubia con los ojos entrecerrados y apretando los labios, sus piernas temblaban a cuentagotas y sus ojos se movían para analizar todas las expresiones del pelirrojo.

El artista tragó saliva y dijo lo primero que se le vino a la mente.

—Tengo un parásito.


Fin del capítulo.

Y este es el final del segundo capítulo de la historia, como dije antes, estoy abierto a recibir todo tipo de comentarios, espero les haya gustado, y discúlpenme por tardar.

Un saludo y nos vemos en el siguiente cap.