Disculpen mucho la demora, he completado una remontada académica y sigo con las secuelas, espero poder ponerme al día en todos los fics, no quiero defraudarlos con esto
Ahora, aquí les traigo el nuevo capítulo, he intentado abarcar todos los puntos que quería para esta situación, recién estamos en el inicio de todo y me gusta dejar claras varias cosas. Por cierto, ¿les agrada este tipo de narración? A veces pienso que podría hacerlo en primera persona, ya me dicen si les agrada esa idea.
Por cierto, respondiendo a algunas reviews: Hay algunos personajes de Marvel que aparecerán, entre ellos Gwen Stacy y un villano principal.
La historia también está en wattpad.
"El verdadero carácter siempre aparece en las grandes circunstancias"
- Napoleón Bonaparte.
La risa de Gwen inundó la habitación del hospital.
—Un parásito... —repitió la rubia de forma cómica y ganándose una mirada incrédula del pelirrojo, pues Gwen había imitado a alguna especie de hombre agonizante y pesaroso.
—¡Es buena imitándote! —se burló Venom dentro de él, Nath se ofendió y sacó su teléfono móvil del bolsillo.
—No parezco eso, ¿cierto? —Nath sintió una patada imaginaria en su estómago y bajó la cabeza para verse en la cámara frontal de su teléfono, efectivamente, se veía patético.
—¿En serio quieres que responda? —preguntó Venom, enviando una vibración por la espina dorsal del pelirrojo que le hizo levantar la cabeza y mantener una postura erguida—. Cabeza en alto, Nathaniel, o te verás más patético de lo que ya eres.
—¿Gracias? —pronunció en voz alta el pelirrojo, olvidando en un lapsus de que sus conversaciones con el simbionte se hacían mentalmente, después de todo, no es como si pudieras llamar por teléfono al interior de tu cuerpo.
—Oh, Nathaniel, lo siento, lo siento —repitió Gwen mientras se limpiaba las lágrimas falsas y ponía su mejor cara de niña buena, se acercó haciendo girar las ruedas de la silla y miró al pelirrojo con una sonrisa divertida—. Es solo que, me esperaba muchas explicaciones, menos esa.
—Sí, era una broma, me alegro de que te haya hecho reír —se excusó el pelirrojo, riendo con nerviosismo y salvando una futura situación incómoda.
—Qué bueno que estés incursionando en ese ámbito, Nathaniel —dijo Gwen, revolviendo las hebras rojizas de Nath mientras hacía contacto visual con sus ojos turquesas—. Ahora, dime la verdad, las noticias mencionaban que eramos dos en el auto, la conductora en el hospital y el copiloto en paradero desconocido.
—Gwen, verás...
—¿Cómo te salvaste, Nath? —preguntó la rubia con un tono de voz que nunca le había escuchado, era similar a cuando su madre estaba aliviada al verlo sin heridas luego de un día en el parque.
—Ni yo lo sé, creo que tuve suerte, salí ileso y no recuerdo más —mintió el pelirrojo, sintiéndose mal en el fondo de no contarle a Gwen la verdad, pero que conste que, en su defensa, se le salió y ella no le creyó.
—Me alegro de que fuera así —declaró la rubia, dándole una sonrisa y agachando al pelirrojo para darle un beso en la mejilla, poniéndole el rostro del mismo color que su cabello.
—Uh, te gustan mayores, tomate —se burló Venom, provocando que el pelirrojo frunciera el ceño y se quedase lo más quieto posible ante el toque de la rubia.
—¿Por qué me pasa esto a mí? —lloriqueó internamente el pelirrojo, cerrando los ojos y dejando caer su cabeza a un lado.
En ese momento, el celular de Nathaniel comenzó a sonar, su tono de llamada era una canción latina de los años noventa que le pasó su madre hace dos meses. Debía admitir que no le gustaba, pero se había acostumbrado.
—Disculpa, Gwen —dijo el pelirrojo separándose de la rubia.
—Tranquilo, responde, yo iré a guardar algunas cosas en la mochila —explicó la rubia, avanzando y tomando la ropa que reposaba en la silla que vio Nath al entrar.
Nathaniel se alejó un poco y se acercó a la ventana, al ver la pantalla, lo primero que hizo fue revisar si ya tenía alguna llamada de aquel número. Al ver que no aparecía por ningún lado de su registro, contestó.
Una voz profunda y gruesa le habló del otro lado:
—Nathaniel Kurtzberg
Un sudor frío recorrió la espalda del pelirrojo, al escuchar a su interlocutor.
—¿Quién es? —preguntó Nath, intentando mantenerse tranquilo, pero aquella voz hizo temblar cada parte de su ser.
¿A eso se refería Venom? El simbionte ya le había explicado que irían a por él, incluso antes de salir del almacén, le señaló la zona donde lo salvó. Sin embargo, no había tenido el tiempo suficiente para procesar a lo que se refería.
—Mi nombre no es uno que te interese, y mi voz no es una que vayas a recordar, solo ten en cuenta, Nathaniel Kurtzberg, que por cada esquina que cruces, estaré más cerca de atraparte.
Y con aquella última oración, se cortó la llamada.
—Jefecito, el avión privado está listo —anunció Horacio, frotándose las manos y entrando a la elegante oficina.
—Perfecto, tomen el equipo necesario y súbanlo, tienen dos horas antes de que llegue —ordenó El Grande, observando la ajetreada Manhattan a sus pies desde la ventana de su oficina. Era una pena para él tener que dejar la ciudad cuando más cerca estaba de lograr sus planes, pero el contratiempo era gravísimo.
Sabía que no debió hacerles caso a esos idiotas del laboratorio, atrasando el traslado para evitar estresar al producto lo suficiente. Si solo ellos supieran el costo de haber obtenido al simbionte, seguro renunciarían al día siguiente.
La división francesa de su corporación estaba centrada en Lyon y París, con una ruta de transporte de mercancías muy rápida, quizá esa era la razón por la que se confiaron tanto en un principio.
Dio media vuelta y se percató de que Horacio seguía plantado en su oficina, ¿qué tenía que hacer para que ese idiota le hiciera caso? ¿Despedirlo?
—Horacio, ¿me puedes decir la razón de que sigas aquí? —preguntó El Grande, haciendo notar claramente su disgusto a través de un gruñido que se asemejaba más al llanto de un bebé sietemesino.
—Ya subimos todas sus cosas, jefecito, por lo que no nos queda nada más, a no ser que bajemos y subamos todo de nuevo —explicó Horacio, provocando un tic nervioso en el ojo izquierdo de su jefe.
—¿Por qué harían algo tan absurdo? —inquirió El Grande, irritado, si todos sus empleados eran así, debía considerar cambiar a toda la empresa.
—No lo sé, ¿usted sí?
—¿Por qué diablos iba a saberlo yo? ¡Largo! —exclamó el hombre robusto, echando a Horacio de la oficina para poder quedarse solo y filosofar sobre la vida.
Una vez se quedó solo, suspiró y caminó hacia su escritorio, sentándose en su cómoda silla reclinable. Abrió el cajón y tomo la tableta de siempre, desbloqueándola para ver la misma foto todos los días.
—Ah, esos viejos días de gloria —rememoró el adulto, observando la fotografía con atención, en la que aparecían dos hombres más junto a él.
Cambió la aplicación y leyó el correo que le habían enviado hace tres horas, donde se declaraba el fallo garrafal de su equipo secreto para recuperar el simbionte.
Debía mandarles un castigo ejemplar, por lo que encendió su ordenador y se puso a teclear con rapidez, llenando un documento que apenas alcanzó dos párrafos.
Presionó un botón en el telefonillo de su escritorio.
—Jessica, te mando un documento, haz tu magia y envíaselo al Comandante Aarons de la fuerza secreta —ordenó el hombre, dando clic en un botón grande y rojo para enviarle el documento a su secretaria.
—Señor, si sigue gritándolo a los cuatro vientos, su fuerza secreta dejará de serlo —aconsejó Jessica a través del telefonillo, cortando la comunicación y poniéndose a trabajar.
—Diablos —masculló el adulto.
Mientras El Grande arreglaba los últimos asuntos en su oficina, sus más fieles trabajadores se encargaban de acondicionar el avión para hacerlo lo más cómodo posible.
Chat Noir aterrizó sobre un tejado y usó su bastón para impulsarse de nuevo. La batalla anterior terminó luego de destruir las gafas del akumatizado, por lo que, en verdad, no tuvo que usar su Cataclysm para idear un plan con Ladybug.
Solo tuvo que darle un fuerte golpe en la cara con su bastón, por lo que se sumaba un punto imaginario ante aquel villano. Sin embargo, debía darle algo de mérito a Hawk Moth, el hecho de que haga pausas más largas le viene bien a su carrera como estudiante.
El rubio siguió saltando sobre los techos como buen gato en busca de pelea o apareamiento, las clases habían terminado y le encargó a Nino su mochila en lo que atendía la emergencia heroica. Llegó a un edificio perfecto para volver a la normalidad y salir sin ser visto.
—Otro día más siendo el héroe —se dijo a si mismo el rubio, peinándose el cabello y mirando su reflejo en un espejo abandonado y roto—. Y uno muy guapo.
El toque narcisista vino acompañado de un guiño a su propio reflejo.
—Debería mejorar este cuerpo para...
Un estruendo acompañado de un golpe seco interrumpió el monólogo del rubio, que se puso en guardia y tomó su bastón. Era raro que Hawk Moth mandase dos akumas el mismo día, debía ir con precaución.
Se acercó al borde del callejón e inspeccionó sus alrededores, el suave murmullo del Sena sirvió para relajar sus tensos músculos, pero afianzando el agarre en su bastón, se acercó.
Detrás del edificio que usaba de cortina, estaba ocurriendo una escena que no se esperaba. Grotesca para su punto de vista, horrible y que le dejó en la boca un sabor a mierda.
Se dobló sobre sí mismo y se sujetó el estómago con ambas manos, dejando apoyado su bastón sobre la pared contigua, detrás de unos contenedores de basura viejos. Le dieron arcadas y tuvo que subir la mano derecha para cubrirse la boca y evitar vomitar.
Eso no podía estar pasando.
La respiración del rubio se agitó en cuanto vio a unos hombres uniformados bajar por la escalera y acercarse al cuerpo destrozado de Nathaniel.
¿Qué le iban a hacer? ¿Por qué no lo dejan? Esas y un millón de preguntas más rondaron por la mente del rubio, que, a ciegas, estiró el brazo para tomar su bastón, empujándolo y provocando su caída sobre el contenedor.
Se agachó y se le erizó la piel, tomó el bastón tan rápido como pudo y dio marcha atrás. No se detuvo para analizar la situación o buscar alguna manera de sacar a Nathaniel de allí, pues sabía que no existe forma alguna para traerlo de vuelta.
Volvió a doblarse al frente debido a un profundo dolor de estómago, por lo que dio varios desvíos, serpenteando por calles para evitar que pudieran seguirlo de alguna forma. Si es que lo estaban siguiendo.
Una vez aterrizó lo suficientemente lejos de aquella escena, se dio cuenta de que se estaba hiperventilando, su pecho subía de forma rápida e insana, por lo que intentó calmarse.
—Vamos, clase de yoga número tres, respira, respira... —recordó el rubio, inhalando de forma profunda y llevando las manos a su abdomen, concentrándose solo en ello.
Cerró los ojos e intentó poner la mente en blanco, pero un jadeo y el pitido de su anillo lo regresó a la realidad.
Estaba recostado bajo el árbol de un parque, oculto a la vista de las personas y turistas, era un lugar que usaba cuando era Adrien para poder escapar un momento de su realidad y dejar volar su imaginación.
Ahora, tenía un gran problema.
Pues con su transformación a punto de desaparecer, tenía frente a él a una niña de diez años, con la ropa hecha jirones, el rostro sucio y una pelota de rugby en las manos.
—¿Tú... tú eres...? —tartamudeó la niña, que miraba fijamente los ojos gatunos del rubio. Su cuerpo temblaba, no se sabía si de miedo o emoción.
—Estás jodido, ¿lo sabes? —inquirió Plagg, poniéndose a la altura del rubio para sentarse sobre su hombro, Adrien movió la cabeza como si fuera un zombi y el kwami juró ver los ojos verdes del rubio abandonando sus cuencas—. ¿Qué?
—Si tú estás aquí —señaló el rubio con un dedo, descendiendo la trayectoria por su propio cuerpo, observando su ropa casual y deteniéndose en su anillo—. Entonces...
Ambos se llevaron las manos al rostro, y como si fuera un acto de coordinación perfectamente planeado, gritaron al cielo con todas sus fuerzas.
Aunque quizá la suerte sí estuviese de su lado, pues la niña se había desmayado antes de conocer la identidad secreta del héroe gatuno. Al percatarse del hecho, ambos soltaron un suspiro de alivio.
Unos minutos después, Adrien quiso volver a transformarse en Chat Noir, por lo que rebuscó en el bolsillo de queso de su camisa y se quedó en blanco al ver que no le quedaba ninguno.
—No tengo queso... —dijo el rubio, riendo de forma nerviosa y mirando al kwami que se movía de lado a lado sin llamar mucho la atención. La zona de comida del parque solía estar más aislada de lo normal, por lo que, sin duda, estaba aprovechando su libertad.
—Qué pena —respondió Plagg, encogiéndose de hombros y observando a su portador.
El silencio se hizo presente por un par de segundos, los latidos de Adrien se fueron acelerando hasta que no lo soportó más y comenzó a dar vueltas.
—¡¿Qué voy a hacer?! —exclamó preocupado el rubio, llevándose las manos a la cabeza y tomando la sabia decisión de sentarse. La niña de hace unos minutos descansaba a su lado, abrazando su balón como si fuera un peluche.
Hace unos minutos había presenciado la muerte de uno de sus compañeros de clase, y ahora tenía a una niña desconocida que le había visto la cara, si no se le ocurría algo, prometía gastar una de sus nueve vidas saltando desde una azotea.
—Cierto, Nathaniel... —susurró el rubio, posando sus brazos sobre la mesa para apoyar su mentón y observar la vida pasar.
—Tal vez debas llamar a alguien, niño —aconsejó Plagg, subiéndose a la cabeza rubia del adolescente y haciendo a un lado sus perfectas hebras.
—No tengo el número de sus padres, y no sé si tiene amigos cercanos en el grupo —respondió Adrien, tragando saliva y sintiéndose mal, las arcadas volvieron a él y si no las detenía, iba a expulsar su desayuno y almuerzo.
—Pues consíguelos.
—No soy hacker, Plagg.
—El director debe tener un registro de padres de familia, ¿no? Puedes entrar a hurtadillas a su oficina y buscar el número.
—¿Cómo...?
—Eso o puedes preguntárselo a tu profesora, si no me equivoco hoy trabaja hasta tarde.
—¿Cómo sabes tantas cosas? —preguntó curioso Adrien, con su ánimo en aumento y ladeando la cabeza, sopesando cuál de los dos planes sería el mejor para poder avisarle a los padres de Nathaniel lo ocurrido.
—Yo sí presto atención a clase —respondió el kwami, entrando en la camisa del rubio al notar que la niña estaba despertando de su inconsciencia.
—¿Dónde estoy? —preguntó la niña, frotándose los ojos con una mano e incorporándose.
—Eh, hola —saludó Adrien con la mano y lanzando una sonrisa, intentando que le saliera de la forma más natural posible.
La niña observó al rubio y se le pusieron las mejillas rojas, claramente se le notaba avergonzada y algo temerosa. Sujetó su balón con fuerza y le tembló el labio.
—Oye, ¿qué pasa? —preguntó Adrien, extrañado por el comportamiento de la menor, pero sin acercarse para evitar algún malentendido que pudiera asustar a la niña.
—¿Quién es usted, señor? —preguntó temerosa, cubriendo sus ojos claros con su cabello negro, pero aún con ese gesto, el rubio notó una herida en el borde su frente.
—Me llamo Adrien —se presentó el adolescente, inclinándose un poco para mostrar una nueva sonrisa, más natural que la anterior.
—Soy Cindy —se presentó la pelinegra, calmándose ante la sonrisa de galán del francés.
—Un gusto conocerte, por lo que veo te gusta el rugby —comentó Adrien señalando la pelota entre los brazos de la niña—. ¿Has estado jugando mucho hoy?
Es entonces que la niña bajó la cabeza y unas lágrimas cayeron por sus mejillas, esa escena le terminó por romper el corazón al rubio.
—No... esta pelota es de mi hermano... —gimoteó la pequeña mientras se acercaba lentamente.
—¿Y dónde está tu hermano?
—Se fue —respondió la niña, abrazándose al modelo y sollozando a todo pulmón, sufriendo espasmos con cada respiración que daba para poder continuar sin ahogarse—. Y mis papás también se fueron...
—Adrien, ¿en qué te has metido? —se dijo a sí mismo el portador del Miraculous del gato, suspirando y acariciando el cabello de la niña.
No sonaba tan mal adquirir el síndrome del gato paracaidista.
Nathaniel estaba sentado en el metro, volviendo a casa luego de un largo día. Había sido infectado por un parásito, murió, revivió y fue a ver a Gwen. Luego recibió una llamada de ultratumba y salió del hospital por la ventana sin despedirse.
Esa serie de acontecimientos no estaban en sus planes cuando se despertó, aunque siendo sincero, se despertó del demonio. Al menos el único consuelo que le quedaba, era que estaría tranquilo en casa y dormiría diez horas.
—Nathaniel, tengo hambre —anunció Venom, enviándole un escalofrío por la columna para evitar que se pusiera a pensar
—Ya te oí —respondió el pelirrojo en su mente, analizando todo el vagón del metro—. ¿Qué quieres comer?
—Necesito algo de carne.
—¿Te gusta de conejo?
—No seas estúpido, Nathaniel —reclamó Venom, gruñendo en la mente del pelirrojo y obligándolo a observar a uno de los pocos pasajeros sentados al frente—. Ese se ve apetitoso.
El sujeto en cuestión era un hombre de rasgos nórdicos, con barba tupida y el cabello largo como un cantante de metal. Vestía con ropa muy ancha y llevaba una mochila marrón a su lado.
—No lo hagas, esto está lleno de gente —intentó convencerle el pelirrojo. Justo en ese momento, el metro se detuvo, se abrieron las puertas y bajaron casi todas las personas del vagón.
Nath chasqueó la lengua.
—Pues ya no, estamos solos ahora.
—Pero, no lo hagas, ¿y si es una buena persona? —preguntó Nath, nervioso y preocupado, lo peor de todo era que Venom lo obligaba a observar fijamente al sujeto.
Y por supuesto, este se dio cuenta.
—¿Tengo algo en la cara? —inquirió notoriamente molesto el hombre adulto, asustando a Nathaniel y provocando que a este le temblara todo el cuerpo.
—¡No, claro que no! —chilló el pelirrojo, tragando saliva con pesadez.
—Nathaniel, le huelo algo en el bolso a ese tipejo —contó Venom, materializándose en la espalda baja del pelirrojo y provocándole un estremecimiento.
—¿Qué es?
—¡Creo que droga, mucha droga! —exclamó Venom, diciéndolo tan alto que fue escuchado por el hombre sentado al frente.
El sujeto miró fijamente al pelirrojo por unos segundos, como queriendo corroborar algún aspecto en el frágil adolescente. La siguiente estación se acercaba y el metro se detenía lentamente.
La estación siguiente no estaba abarrotada de personas, alguno que otro subiría hacia los primeros vagones y dejaría los de atrás abandonados.
El hombre se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—¡Detenlo!
—¡¿En serio?!
—¡Lleva droga encima, Nathaniel! ¡Hazlo!
—Yo...
El simbionte se manifestó en su cuello y emitió un gruñido, apoderándose del cuerpo del pelirrojo.
—Déjamelo a mí.
Venom recubrió por completo el cuerpo del pelirrojo y adoptó su forma corpulenta e intimidante, justo cuando el supuesto traficante presionó el botón para abrir la puerta, fue tomado del cuello y lanzado hacia atrás.
El simbionte se posicionó de inmediato sobre el tipo y le arrancó la cabeza de un mordisco, tragándola y satisfaciendo su poderosa hambre. Dio un eructo y abrió la mochila marrón del hombre, donde estaba seguro de que encontraría kilos de droga dispuesta a ser vendida en una discoteca.
—Oh no... —dijo Venom, volviendo al cuerpo de Nathaniel y dejando a este nuevamente el control.
—¡¿Qué hiciste?! —exclamó asustado el pelirrojo, frotándose el estómago y para comprobar que todo estuviese en orden—. ¡Venom!
—Me equivoqué —se disculpó el simbionte, provocándole un nuevo escalofrío a Nathaniel, que, apretando los labios, intentó ignorar al hombre decapitado en el suelo para ir por su bolsa.
No pudo hacerlo.
Se detuvo a medio camino y se puso en posición fetal, empezando a llorar de miedo.
Venom se mantuvo callado, evitando anunciar que el interior de la mochila, en realidad estaba repleto de una bolsa de carne de vacuno.
Nathaniel lo superaría.
Al menos eso era lo que esperaba, si no, tendría que comerse esa mariposa extraña que poco a poco se acercaba a su huésped.
Fin del capítulo
Final del capítulo, espero les haya gustado, estoy abierto a todo tipo de comentarios.
Un saludo.
