Bueno, quiero darles las gracias a todos por su apoyo, cuando inició la historia ni siquiera sabía si podría llegar al segundo arco, pero aquí estamos. Y seguiremos juntos por un buen tiempo. Sin nada más que decir, espero sus reviews y sus dudas para responderlas en el siguiente capítulo.

"El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son realmente "

—Meryl Streep.


Tres días después de T.M.:

Nathaniel bajó la mirada y se sentó en la mesa de aquella cafetería que tiempo atrás había visto su reunión. Y también una clase de derivación para Alix.

El pelirrojo tragó saliva y se juntó las manos, nervioso, sentía el sudor bajar por su frente y caer a escasos centímetros de su vaso de cristal con una malteada de nueces. La cafetería estaba vacía y solo dos trabajadoras se movían para limpiar las mesas libres.

—¿Qué ocurre, Nath? —preguntó Adrien, sentado frente a él, con una sonrisa y saboreando su bebida mientras se reclinaba en el asiento con confianza. Había pasado poco tiempo desde la caída del único rascacielos de París, y aquella experiencia los unió más que dos o tres años de compañerismo escolar.

—Solo pensaba un par de cosas —respondió el pelirrojo, bajando la mirada hacia sus piernas y suspirando, debía calmarse si quería tener una conversación tranquila con su amigo. No perdería a uno más.

—Entiendo, está claro que estos días no han sido fáciles —comentó el rubio, sonriendo y dejando el vaso sobre la mesa—. Luego de todo esto, creo que nos parecemos un poco más. Ahora cada uno tiene una especie de hermana nueva.

Aquello hizo que el pelirrojo se revolviese el cabello y recordase la escena con Laura de esa misma mañana. La joven en cuestión tenía muy mal despertar y por ello tenía que ser suave y calmado, si la movía de forma abrupta o le lanzaba agua encima, terminaría agujereado.

—Laura no es fácil de tratar, pero lo intentamos, a mamá le gusta tener otra chica en casa —dijo Nathaniel, levantando nuevamente la mirada para hacer contacto visual con los ojos verdes de su amigo—. Hay algo que tengo que preguntarte, Adrien.

—Sin problema, dime. —Adrien volvió a llevarse el vaso a los labios y le dio un sorbo.

—¿Por qué te acercaste a mí? ¿Por qué te volviste mi amigo? —preguntó Nath sin tapujos, tenía que soltar aquel sentimiento que se arraigaba en él luego de sentir por mucho tiempo que no era más que una simple carga y una responsabilidad.

Aquella pregunta provocó que el rubio tosiera, Adrien devolvió de inmediato su bebida a la mesa y observó al pelirrojo con los ojos muy abiertos y una expresión de desconcierto en el rostro.

—¿Por qué preguntas eso? —inquirió el rubio, desviando la mirada para intentar esquivar la dura mirada que le estaba enviando Nath.

—Respóndeme, por favor —pidió el pelirrojo, apretando los puños—. Te volviste mi amigo luego de creer que morí... ¿Por qué lo hiciste? ¿Acaso, fue que sentiste que era tu responsabilidad como Chat Noir?

—Claro que no —respondió cortante el rubio, moviendo la cabeza y dejando que sus hebras rubias cubriesen su rostro.

—¿Te sentías responsable por haberme visto morir y no poder hacer algo?

—Claro que no.

—¿Te acercaste a mi para que no volviera a pasar?

—¡Nathaniel!

—¡Respóndeme, Adrien! —rogó el pelirrojo, apretando los dientes y sintiendo sus ojos humedecerse, los músculos de sus labios tiraban de su rostro hacia arriba y sus manos le comenzaban a temblar—. Siempre había estado solo... Y de pronto, tengo tres amigos, uno de ellos se fue, y tengo miedo de que tu amistad solo haya sido porque te sentiste culpable de no poder actuar.

Adrien bajó la mirada y suspiró, recostándose sobre la mesa mientras hacia su vaso a un lado, ignorándolo por completo.

—¿Quieres que sea sincero? —preguntó el rubio. El corazón de Nathaniel se comprimió en su pecho y sintió que las lágrimas caían por sus mejillas. De lejos la escena tomaba un contexto diferente que provocaba la confusión de las chicas que trabajaban allí.

—Sí, sé sincero.

—En un principio, si fue por eso... —respondió el rubio. Nathaniel se levantó de la mesa y se alejó de inmediato, no quería seguir allí. Había confirmado todas sus sospechas y aquello lo destruía.

Sintió un agarre fuerte alrededor de su brazo y aquello detuvo su andar, no iba a levantar la cabeza.

—Déjame terminar, Nathaniel —pidió el rubio a su tras, aligerando la mano que lo sujetaba y soltándolo con precaución, esperando a que una vez estuviese libre, saliera corriendo por la puerta.

Nathaniel se culpó a si mismo por ser tan buena persona, ¿de verdad lo estaba considerando? Su amigo le confirmó todo lo que necesitaba saber, no quería seguir viéndolo allí.

—Habla —soltó Nathaniel, apretando los labios e intentando controlar el temblor que atacaba sus extremidades.

—En un principio, me sentí responsable... Culpable —habló Adrien, tragando saliva, Nathaniel se giró un poco para poder observarlo de reojo. El rostro del rubio expresaba una tristeza con la que Nathaniel se sintió identificado—. Pero cuando interactué contigo, me di cuenta de que debí hacerlo mucho antes.

Nathaniel cerró los ojos y Adrien le soltó el brazo.

—Nunca fingí ser tu amigo, Nathaniel...

—No dije que fingieras.

El pelirrojo se revolvió e hizo el ademan de marcharse.

—Soy tu amigo, Nath —declaró el rubio, acercándose y abrazando al pelirrojo por detrás, tomándolo por los hombros y el cuello—. Y créeme cuándo te digo que no hay nada que valore más que nuestra amistad.

Nathaniel llevó una mano al brazo del rubio y suspiró, haciendo contacto visual con un Adrien que se asomaba sobre su hombro, teniendo que ponerse en puntillas debido a la altura del pelirrojo.

La puerta de la cafetería se abrió de golpe y la campanilla tintineó con violencia, las trabajadoras que se habían quedado hipnotizadas con la escena se despertaron de sopetón y adoptaron las posiciones para ejercer su trabajo.

—¿Llego en mal momento? —preguntó Gwen, llevándose una mano al bolsillo de su chaqueta blanca y ladeando la cabeza. Una sonrisa mordaz se posaba en su rostro y una ceja enarcada acompañaba sus ojos claros.

—¡No! ¡¿Y el beso?! ¡¿Qué pasó con el beso?! —exclamó una de las trabajadoras con una agonía latente y llevándose las manos al pecho.

Tras aquella declaración, Nathaniel y Adrien se separaron y se miraron fijamente.

—No me toques por un tiempo.

—Hecho.


Gwen se sentó y observó a ambos chicos con una amplia sonrisa, toqueteando la mesa con los dedos.

—Entonces, ¿debo opinar respecto a lo que vi desde afuera? —preguntó la rubia.

—No hay nada de que opinar —respondieron ambos chicos de forma automática y sin pensárselo demasiado. Gwen intentó reprimir una risa, pero la situación y el comportamiento de esos dos era tal que no pudo evitarlo.

—Está bien, está bien, lo siento.

El ambiente alrededor de aquella mesa se volvió un poco tenso cuando Nathaniel apoyó los codos e inclinó la cabeza, los mechones delanteros de su cabello cubrieron y enmarcaron su rostro, provocando una sombra que dejaba a sus orbes turquesa como dos faros en plena oscuridad de la noche.

—¿Por qué de pronto hay este ambiente de interrogatorio? —soltó Gwen, algo nerviosa y sintiendo un escalofrío recorrer su columna, provocándole un sobresalto.

—Ah, yo le enseñé eso ayer, aprende rápido —explicó el rubio con una sonrisa orgullosa y recostándose en el asiento acolchado.

—Gwen, hay algo que debo preguntarte —pronunció Nathaniel, juntando las manos.

—Lo siento, soy muy mayor para ti, tomatito, aunque cuando cumplas dieciocho me lo podría pensar —respondió Gwen de forma juguetona y llevándose un dedo hacia una zona teñida de su cabello, enrollando y soltando la hebra.

—¿Qué? No, no es eso —dijo Nath, poniéndose rojo y dejando aquella actitud de detective—. Es sobre Tour Montparnasse.

—Oh, sí vi lo que sucedió, ataque terrorista —respondió la rubia, llevándose la lengua hacia un lado de su mejilla para inflarla por dentro.

—Estuvimos allí, ambos —explicó el pelirrojo, observando al rubio de soslayo, Gwen notó en la mirada turquesa un leve destello de dolor, que fue reemplazado cuando el rubio apoyó las manos sobre la mesa.

—¡¿Están bien?! ¡¿Salieron heridos?!

—Deja de fingir, Gwen —pronunció Nathaniel con seriedad, frunciendo el ceño y haciendo contacto visual con ella. Nath nunca había hecho eso cuando hablaban, siempre solía esconderse debido a su timidez.

—¿De qué estás hablando?

—Sabías lo de Kingpin, Venom y todo eso... ¿Cierto? —preguntó Nathaniel. La sonrisa de Gwen desapareció y tragó saliva, dejando que sus ojos azules fueran la única comunicación que tuviese Nath por al menos unos segundos.

—Fue el video —concluyó la rubia, agitando la cabeza y dándose un golpe contra la mesa, acción que hizo que ambos chicos se quedasen con la boca abierta—. Sabía que no debí hacerlo, pero no parecía mala idea mandarle un mensaje a Kingpin.

—Gwen... ¿Entonces todo lo que me dijo es cierto? —preguntó Nath, apretando los puños.

—Escúchame, no sé qué te habrá dicho Kingpin, pero quiero que sepas que yo creí que había acabado con todos sus experimentos, que el simbionte sobreviviera no estaba en los planes —explicó Gwen, suspirando y observando a su amigo pelirrojo—. Ese día del accidente, yo no me lo esperaba para nada, de hecho, planeaba ir a por el simbionte luego de dejarte en casa.

—Espera, rebobinemos un poco, ¿de verdad eres una chica araña? —preguntó Adrien con una extraña sonrisa y apoyándose hacia adelante en la mesa de la cafetería.

—Algo así.

—¿Una joya mágica te da tus poderes?

—¿Qué? No, eso sería muy ridículo —comentó Gwen, riendo de solo pensar en aquella posibilidad—. Me picó una araña.

—Pues en mi opinión, linda, eso es algo más ridículo —replicó el rubio, indignado por el comentario anterior—. ¿Qué clase de araña te pica y te da poderes?

—Una que ha sido modificada por científicos muy locos en Nueva York —respondió Gwen, encogiéndose de hombros y guiñándole un ojo al rubio—. ¿Y a ti? ¿Te rasguñó un gato modificado o tus poderes vienen de una joya mágica?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó alterado el rubio, a su lado, Nathaniel mantenía una expresión pensativa y se mordía el labio inferior.

—Por tu traje de héroe, intenta que al menos la máscara te cubra una buena parte del rostro o te cambie el peinado —respondió Gwen con naturalidad, sonriendo mientras le hacía un gesto a una de las camareras para ordenar.

—Kingpin me dijo lo mismo —sollozó el rubio, recibiendo unas ligeras palmadas en la espalda de parte de un Nathaniel ligeramente reacio. Sin duda algo había ocurrido entre ellos, pero podría averiguarlo después.

—Entonces, ¿ese zumbido cuando nos vimos en la tienda...? —mencionó Nathaniel, cortándose a la mitad cuando la camarera se acercó a la mesa.

—Uno de vainilla y nueces, gracias —pidió Gwen, sonriendo y volviendo a prestarle atención al pelirrojo una vez la chica se fue para comunicar su pedido—. Y ese zumbido, Nathaniel, era nuestro sexto sentido, me permitió reconocer que tenías al simbionte dentro.

—¿Y por qué lo sentí yo?

—Porque también pudiste reconocer mis poderes, seguramente te pase con todas las spider-sonas que te puedas encontrar por allí —comentó Gwen, volviendo a toquetear la mesa con sus dedos como si fuese una batería y estuviese componiendo.

—¡¿Hay más?! —interrumpió Adrien, levantando la mirada con sumo interés.

—Sí, gatito, hay más.

Gwen observó que Nathaniel volvió a quedarse callado luego de responderle la pregunta, parecía que algo molestaba de forma interna al pelirrojo.

—Gwen, si viniste de Nueva York, ¿toda tu vida aquí es falsa?

—¡¿Nath?! ¡Pregúntale de las demás personas araña! —reclamó el rubio.

—Eso no me importa ahora —respondió el pelirrojo de forma seca y cortante.

La rubia ladeó la cabeza y suspiró, suponía que en algún momento de la conversación tendría que salir a colación el tema, maldecía a Kingpin por irse de boca, pero no podía hacer nada. Ella la había cagado cuando se le ocurrió ponerse loquita en el laboratorio.

—Bien, si debo contarlo lo haré.

Gwen observó con cuidado como ambos chicos se acomodaron en sus lugares, expectantes y ansiosos por la historia que tenía que contar. Aunque podía jugar con aquella curiosidad y relatar algo increíble, decidió ir por el simple camino de la verdad.

—Llegué a París hace seis meses solicitando un intercambio en la universidad, la razón principal era desbaratar los planes de Kingpin que descubrí cuando me infiltré en su oficina de Hell's Kitchen —contó la rubia, juntando las manos y tronando los dedos—. Mi vida aquí es real, hice amigas, me uní a una banda, y busqué unos cuantos trabajos para poder mantenerme.

No les dijo ninguna mentira, todo lo que Gwen consiguió desde que llegó a París fue por su propia mano. Al menos, hasta que la contactó la Interpol a través de Jessica y es entonces que ellos decidieron apoyarla con su misión.

—Y ahora que todo acabó, ¿volverás a Nueva York? —preguntó Nathaniel.

—No, esperaré a terminar mi ciclo universitario y luego veremos que sucede —sonrió Gwen, pasando la mirada por ambos chicos y ladeando la cabeza—. Así que no se van a deshacer de mí con facilidad.

—Nunca haría eso, linda —expresó Adrien, ronroneando por lo bajo y mostrando sus colmillos.

—Gracias, pero no hagas eso, estás intentando morder más de lo que puedes masticar —respondió Gwen, insinuando ciertas situaciones que pasaron por la mente de Adrien y lo pusieron muy rojo—. Y tienes colmillos muy afilados, no te vayas a cortar.

La camarera apareció con una bandeja y se acercó a la mesa, dejando el batido de Gwen frente a ella. Se apresuró a darle una probada y el sabor helado de la vainilla pasó por su boca y garganta, la sensación tan refrescante y dulce la hicieron volver a ser una niña.

—¿No tienes más preguntas?

Nathaniel negó con la cabeza y Adrien hizo el ademan de alzar la mano como un alumno de primaria muy bien portado.

—Dispara.

—¿Lanzas telarañas por el trasero?

El silencio inundó la mesa y un tic nervioso en la ceja izquierda de Gwen se hizo presente.

—Nath, voy a colgar a tu amigo de la Torre Eiffel.

—Hazlo, igual va a caer de pie.


Prisión de máxima seguridad a 10km de París:

El recinto era conocido por tener uno de los mejores sistemas de seguridad del mundo. La prisión estaba construida alrededor de un campo vacío, sin cultivos y sin ganado a su alrededor. Solo los árboles y el césped natural de la gran llanura europea acompañaban el moderno camino de entrada y salida.

Para llegar debías desviarte nada más entrar a la autopista, podías llegar en unos ocho o diez minutos si pillabas una hora en la que el tráfico era nulo. Existía un control para entrar y salir, y era muy riguroso, no podrías acercarte a no ser que tuvieras una orden escrita de la máxima autoridad del estado.

—Será pan comido —dijo el castaño de ojos verdes y un atisbo de locura, sonriendo mientras se cubría el rostro con una mascarilla negra, se acomodó en el tronco del árbol y observó la prisión con unos prismáticos.

—¿Por qué no entramos por la puerta? —preguntó una voz femenina, moviéndose en la rama de arriba con la gracia de una bailarina y dejando caer su largo cabello blanco hacia el rostro del castaño—. Podía pedir una orden y me la habrían dado sin chistar.

—Porque hacerlo así es más divertido, Felicia —explicó Colt, ajustándose el traje negro y guardando los prismáticos en un bolsillo de su cinturón—. No nos tomará más de cinco minutos.

—¿Qué es lo que buscamos? —preguntó Felicia, mordiéndose el labio inferior y dando unos ligeros pasos.

—Un anillo.

—Joyería, mi especialidad —sonrió la mujer de cabello blanco, dando un salto y aterrizando en el césped de forma silenciosa. Se llevó una mano a la oreja y activó un pequeño dispositivo que actuaba como cámara.

—Bien, empezamos. —Colt encendió una pequeña tableta y comenzó a visualizar todo lo que veía Felicia, el dispositivo tenía gran alcance y una buena calidad de transmisión, por lo que no tendría que preocuparse por perder la señal.

El traje negro de Felicia dejaba de divisarse para confundirse con las paredes del recinto, Colt observaba el movimiento rápido de la ladrona y su increíble agilidad para superar la inmensa valla que rodeaba la prisión. Las redes del alambre estaban electrificadas y en un principio fue un dolor de cabeza pensar en cómo evadirlas.

—Te dije que era pan comido —se regodeó Felicia. Colt puso los ojos en blanco y siguió monitoreando la entrada.

Oprimiendo un botón de la tableta, Colt desplegó los planos de la prisión y buscó de inmediato el objetivo. La prisión de Kingpin se encontraba en la parte central de los cinco pabellones que la conformaban, por lo que, para entrar, Felicia tendría que usar la ventilación.

—Bien, no dejes que las luces te vean, los guardias están centrados ahora mismo en el comedor, ¿puedes evitarlos? —preguntó Colt, intentando buscar rutas alternativas si Felicia respondía de forma negativa.

—Déjamelo a mí, solo háblame cuando ocurra algo interesante —pidió Felicia, dejando en silencio al castaño.

La ladrona entonces decidió centrarse en lo suyo, logró trepar por la pared con ayuda de sus garras y se acercó al conducto de ventilación. Como estaban haciendo esto al medio día, incluso las personas que se encargaban de monitorearlas estaban fuera.

Felicia se mantuvo a la misma altura que la rejilla y usó las garras de su traje para cortarla. El trozo de metal inservible cayó al suelo y el sonido fue amortiguado por el césped. La mujer recogió su cabello blanco y entró de inmediato, comenzando a moverse con tranquilidad.

Cuando Colt la llamó, lo primero que hizo fue preguntarle sobre la operación, la información que él llevaba proporcionando por meses había sido vital para ir descubriendo poco a poco los planes y el escondite de Kingpin.

El olor a comida y el ambiente frío comenzó a llenar poco a poco el túnel de ventilación, Felicia apretó los labios y decidió ignorarlo para intentar concentrarse. Colt le mostró el mapa minutos antes de entrar y ella hizo un mapa mental con todas las vías de escape posibles. Era muy buena en eso.

El camino de la ventilación se detenía con una secuencia de láseres entrecruzados que llevaban a una bifurcación, Felicia de inmediato tomó la decisión de ir a la derecha. Se llevó una mano a un pequeño cinturón reposado en su cadera y pegó el dispositivo cerca de su objetivo.

Una descarga eléctrica se encargó de reiniciar los láseres, lo que le dio a Felicia un tiempo de dos segundos para cruzar.

—Bien, ahora debo tener justo debajo el almacén —supuso la de cabello blanco, relamiéndose los labios al asomarse por la rejilla superior y observar los diferentes contenedores con las pertenencias de cada prisionero.

—Felicia, los prisioneros de máxima seguridad tienen sus pertenencias en la sala siguiente —avisó Colt. Felicia asintió y visualizó la puerta contigua, era transparente y se abría de forma automática, por lo que entrar no era un problema.

—Bien, necesitaré que me describas el anillo —pidió Felicia, abriendo la rejilla del techo y cayendo con gracia sobre la habitación—. Quiero tener una idea clara de lo que vengo a robar.

—Es muy sencillo, es la única cosa plateada que encontrarás ente sus bolsillos, tiene una inscripción —dijo Colt.

—Perfecto.

Felicia se movió por el almacén y las luces se apagaron de pronto, sus pasos no se escuchaban debido a las suelas especiales del traje y aprovechó para encender la visión nocturna de su máscara.

El ambiente cambió por completo y Felicia se sintió cada vez más cómoda en la oscuridad, su elemento. Decidió acercarse con suma confianza y la puerta se abrió cuando sintió su presencia justo al frente.

Las luces se encendieron en el mismo instante en el que puso un pie en el interior, delante de ella había tres guardias armados custodiando el contenedor y apuntando con sus armas.

—De rodillas y manos arriba —ordenó el primero de los guardias, Felicia sonrió y comenzó a agacharse lentamente.

—Normalmente no me piden eso en la primera cita —respondió la de cabello blanco con una sonrisa, impulsándose para saltar hacia uno de los guardias de los lados.

—¡Disparen!

Las balas llovieron hacia la mujer, que sonrió y las esquivó ágilmente mientras veía como estas pasaban en cámara lenta. Aterrizó sobre el primer guardia y lo noqueó de una patada en la sien. Se lanzó de inmediato a por los otros y con una seguidilla de golpes, los envió a diferentes partes del almacén.

—Yo quería una intrusión menos violenta —musitó Felicia, agitando sus blancas hebras y acercándose al contenedor, ella sabía que no sería fácil abrir el botín, pero la cerradura cedió de inmediato ante sus garras—. Ven con mami.

La tapa del contenedor cayó al suelo y las pertenencias de Kingpin se mostraron, los diferentes trajes de diseñador estaban apilados uno tras otro. Pequeñas cajas estaban acumuladas alrededor, los relojes brillaban bajo la luz de los focos y más abajo, una colección de collares se veía muy apetitosa para ser vendida en el mercado negro.

—Bueno, hay muchas cosas interesantes aquí —dijo Felicia, sonriendo y llevando las manos al interior, palpando cada uno de los materiales—. Mucho de esto es auténtico, ¿cuánto dinero podría ganar?

—Felicia, eso no nos interesa, busca el anillo —le recordó Colt, haciendo que ella soltase un suspiro y reprimiese sus instintos cleptómanos, al menos, por el momento.

—Está bien.

Felicia entonces activó todos sus sentidos para buscar lo que Colt le pedía, era un anillo de plata que, según él, debía estar en los bolsillos de Kingpin. Siguió rebuscando con cuidado hasta que encontró el traje más destruido posible.

—Este debe ser el de aquel día... —musitó Felicia, metiendo las manos en el bolsillo y palpando el objeto que buscaba. Sin embargo, no llegó a percatarse de las pequeñas gotas negras salpicadas por el traje que poco a poco se le pegaron a la mano derecha.

Sacó el anillo con cuidado y lo observó, como dijo Colt, era plateado en su totalidad y tenía una inscripción en la cara del reverso que decía: "F.F."

—Lo tengo, volveré de inmediato, ¿todo despejado? —preguntó Felicia, guardando el anillo en uno de los bolsos de su cinturón.

—Sí, no creo que tengas que volver a apalizar más guardias, aunque no lo haces nada mal —elogió Colt, Felicia podía jurar que sonreía del otro lado de la comunicación.

—Bien, voy en camino, aunque luego tendrás que explicarme el por qué esta cosa es tan importante.

Felicia emprendió el camino de regreso no sin antes limpiar su escena del crimen, dejó a los guardias en posiciones para que pareciesen dormidos en el trabajo y arregló cualquier desastre ocasional.

Mientras lo hacía, una mancha negra se extendía por su antebrazo a un ritmo lento.


Adrien llegó a la puerta de su mansión y la observó por completo, pensando en si era una buena idea realizar lo que tenía planeado. No era un desconocimiento que sus habilidades gatunas como Chat Noir se manifestaban en su forma civil, de hecho, Gwen le mencionó lo de sus colmillos.

Soltó aire y movió ligeramente los brazos, se alejó un poco de la puerta para tomar carrerilla y visualizó su objetivo.

Hizo una pequeña carrera y dio un salto, elevándose y pasando por completo la puerta para aterrizar en su entrada de pie.

—Aterrizaje de superhéroe, no es bueno para las rodillas —comentó el rubio, levantándose para estirar un poco los músculos con una sonrisa en los labios—. Seguiré probando en las clases de deportes.

Adrien caminó hacia la puerta y se extrañó al ver el auto de su padre estacionado en el garaje. La reja se encontraba abierta y Adrien se inclinó para cerciorarse de que el lugar estaba vacío, por lo que siguió su camino hacia la puerta.

Recordaba vagamente que su padre se fue en ese mismo auto al aeropuerto por aquel viaje de negocios, se suponía que no regresaría hasta dentro de dos semanas. Pero, si el auto se encontraba en la casa y la reja estaba abierta sin candado...

El rubio se acercó y tomó el pomo de la puerta, abriéndola y topándose de lleno con su padre, cuya mirada estoica parecía inamovible detrás de aquellas gafas. Adrien tragó saliva al notar que la mirada iba dirigida hacia él.

Su padre sabía que aquella mirada le asustaba, por lo que procuraba dársela cada vez que hacía algo malo.

—Hola, papá —saludó Adrien con nerviosismo, recibiendo un ceño fruncido en respuesta.

—Adrien, estoy muy molesto —pronunció de forma muy seria Gabriel Agreste, cruzándose de brazos y manteniéndose quieto en el centro de todo su equipaje. Adrien supo que se encontraba así por la mirada, no tenía que decírselo ni molestarse en demostrar lo molesto que se encontraba.

—¿Por qué? ¿Los negocios no salieron bien? —soltó de improvisto Adrien, el tono satírico hizo que su padre frunciera aún más el ceño; Adrien no lo hizo queriendo, fue como un mecanismo de defensa que actúo por sí solo.

—Cuida tu tono, Adrien —le advirtió su padre, cruzándose de brazos y avanzando con un andar lleno de formalidad y un cierto aire a petulancia.

—Lo siento —se disculpó el rubio con un hilillo de voz—. Entonces, ¿qué es lo que ocurre?

—Me voy un par de días y me entero de que no has asistido a ninguna de tus clases, esgrima, chino, piano... Tengo llamadas pendientes porque nunca te apareciste —explicó Gabriel sin quitarle la mirada de encima a su hijo—. Pero no solo estoy molesto por eso.

—Papá... puedo explicarte. —Adrien intentó conciliar con su padre y mirarlo a los ojos, pero era imposible, ¿hace cuanto que no lo hacía? Siempre rehuía su mirada cuando le hablaba para evitar sentirse mal y seguir engañándose solo.

—No has asistido a ninguna sesión de modelaje que programé, ¡la nueva colección debió salir hace tres días! ¡¿Sabes cuánto dinero estoy perdiendo con eso?!

Adrien se sintió cohibido ante los gritos y se echó hacia atrás, él no lo sabía, Nathalie nunca le avisó de aquellas sesiones y él tampoco le preguntó por ellas. No le interesaba.

—Lo siento... —musitó el rubio, bajando la cabeza y abrazándose a sí mismo en busca de calor. Le faltaba mucho calor, tenía ganas de correr hacia sus sábanas y cubrirse para ya no ver la luz del sol por unas cuantas horas.

—¡A partir de ahora irás a todas y cada una de tus clases! ¡Vas a hacer el doble de sesiones que antes y no quiero ninguna queja! ¡¿Entendido?!

El tono de voz grave y profundo de su padre hicieron que Adrien se mantuviese quieto, asintiendo débilmente con la cabeza mientras intentaba tener valor para poder hacer algo, decirle algo, o incluso tener alguna reacción.

—Entendido —respondió Adrien por lo bajo, dejando de ser juzgado por la mirada de su padre y corriendo de inmediato a su habitación.

No podía ser que aquello estuviese pasando, él no sabía nada de aquellas sesiones, Nathalie nunca se las dijo. ¿Ella no podía simplemente haberlas anulado? Adrien se mordió los labios y entró a su cara e inmensa habitación, cerrando la puerta con pestillo y lanzándose hacia su cama, abrazando sus peluches de edición limitada.

Iba a hacer lo que siempre hacía cada vez que su padre le gritaba, Nathalie no estaba para apoyarlo y consolarlo, aunque no siempre lo hacía. Si su padre le ordenaba lo contrario, Nathalie tenía que obedecerle.

—Esto es un asco —masculló herido el rubio, tomando su teléfono y observando la foto que tenía de fondo de pantalla. Una pequeña y loca idea surgió en su mente, pero no estaba seguro. Aunque si lo pensaba bien, Nathaniel había sido sincero y se desahogó con él en la cafetería.

Envuelto entre sus propias sábanas y sintiendo la boca temblarle, Adrien comprendió que aquel era su turno, por lo que buscó en sus contactos y le marcó al primero que le vino a la mente.

Estaba muy nervioso cuando oprimió al botón de llamar, esperando a que le respondiera.

—Adrien —saludó la voz de Alix del otro lado.

—Alix, necesito hablar contigo... —habló muy bajito Adrien, apretando los labios y sintiendo las lágrimas bajar por sus mejillas.

Tenía que soltarlo todo, absolutamente todo.


Nath se sentó en la banca de aquel pequeño parque cercano a su casa y volvió a tomar su bloc de dibujo, hacía mucho tiempo que lo dejó inconcluso y con sus ideas a media realización. Por lo que ahora era una gran oportunidad para poder retomar su propio proyecto personal.

Se concentró en dibujar todo aquello que cruzase su vista, unas palomas comiendo pan del suelo, unas ratas corriendo por los alrededores e incluso una pareja de ancianos que caminaba con lentitud sobre el paso de piedra.

Aquel fue el dibujo que mejor le quedó, los trazos no eran tan rápidos como los dos primeros, por lo que fueron más consistentes al momento de poder plasmar a ambos ancianos, su lentitud también fue un elemento que contribuyó a que el dibujo tuviese un buen acabado.

La última vez que había logrado dibujar algo así fue en una clase de Literatura hace dos semanas, se había quedado dormida a la mitad de una lectura y decidió ponerse a plasmar lo que su imaginación le indicaba sobre el protagonista de la obra.

Juleka estaba sentada a su lado y le dio su opinión sobre un par de detalles que tomó en cuenta al momento de hacer la ilustración final en su casa.

—¿Qué será de ella y Rose? —preguntó Nathaniel al aire.

Sus labios adoptaron una mueca pensativa mientras alzaba la mirada de forma inconsciente, recordando las incontables ocasiones donde ambas chicas lo acoplaron a su grupo. Las consideraba unas buenas amigas, igual que a Alix, aunque la patinadora estaba en un escalón por arriba.

Eso nunca se lo diría.

Su preocupación partía debido a que los últimos días antes del desastre no se sentó con ellas, buscó un lugar alejado para intentar sentirse mejor, tampoco ayudaba tener un parásito en su interior que le incordiaba en ciertos momentos.

Lo extrañaba.

Con Venom a su lado, dejó de ser el tímido e inútil Nath. Había cambiado, se sintió muy fuerte y con mucha confianza cuando experimentó lo que ambos podían hacer juntos. Tuvo el valor suficiente de poder ayudar y defender a sus amigos.

Ahora solo había vuelto a ser él. Ya no era fuerte, ni ágil, ni se sentía con la confianza o el valor suficiente de afrontar las cosas.

El lápiz se deslizó con suavidad sobre la hoja mientras Nathaniel seguía engullido en sus pensamientos, no era la primera vez que ocurría, pero sí la primera que el resultado era algo que el pelirrojo no se esperaba.

La silueta era apenas un par de líneas maltrechas, pero Nathaniel vio algo más, sus ojos turquesa se movieron siguiendo el lápiz que sujetaba con la mano mientras le daba vida a una escena idílica.

Cuando terminó con la figura se centró en el paisaje, añadiendo detalles y formas para los edificios, empezando a dar trazos que luego difuminaría para hacer el cielo oscuro y dejando ciertas zonas en blanco para simular luces.

Nath puso una expresión de concentración cuando el lápiz comenzó a quedarse sin punta, pero aquello le servía, los trazos más gruesos le sirvieron para las nubes y luego para las zonas de oscuridad más profunda.

—Hola, Nathaniel.

Aquella voz desconcentró al pelirrojo y le hizo soltar el lápiz. El sobresalto vino acompañado de un pequeño grito que hizo reír a la persona que le había saludado.

—Juleka, ¿qué tal?

La azabache de puntas moradas saludó de forma calmada al pelirrojo, ayudándolo a recoger su lápiz.

—Creo que bien... ¿Y tú? —preguntó Juleka en voz baja mientras le pasaba el lápiz al pelirrojo—. Veo que sigues dibujando.

—Eh sí, estaba practicando más que otra cosa —respondió avergonzado el pelirrojo, cubriendo el dibujo con su antebrazo para evitar que la chica lo viese—. ¿Qué haces por aquí?

—Solo caminaba, estaba un poco aburrida y decidí salir para tomar aire —contó la de ojos naranjas con una expresión tímida y visualizando el lugar junto al pelirrojo— ¿Puedo sentarme?

—Oh, claro, sin ningún problema —respondió el pelirrojo, sonriendo y dejando el cuaderno a un lado.

Ambos se mantuvieron en silencio por unos minutos, simplemente disfrutando la compañía, quizá esa fue una de las razones por las que formaban cierto grupo en los años de secundaria y el inicio de su educación actual, podían ser tan callados como quisiesen y siempre sería Rose la que lo rompa.

—Oye, Nath —inició la conversación Juleka, observando de reojo a Nathaniel volviendo a dibujar sobre el cuaderno con mucha más calma que al inicio—. ¿Tú crees que...?

Nathaniel dejó de dibujar para prestarle atención y su teléfono sonó de inmediato, no con una llamada, pero sí con un mensaje.

—Disculpa, Juleka.

El pelirrojo tomó su teléfono y leyó el mensaje.

Alix:

—El gato se siente muy mal, ven a mi departamento en media hora, ni se te ocurra faltar o te tiraré al Sena.

Junto al mensaje, Alix le envió la ubicación. Nathaniel suspiró y se mordió la parte interior de la mejilla, ahora se sentía culpable por decirle todo eso a alguien que se acercó para ser su amigo. Lo habrá hecho por sus razones, pero lo importante es que se había quedado después, ¿cierto?

—¿Ocurre algo? —preguntó Juleka preocupada al ver la expresión de Nathaniel.

—Lo siento, Juleka, debo irme por ahora —se disculpó el pelirrojo, guardando sus cosas y tomando el cuaderno bajo el brazo, no iba a soltar alguna palabra más, pero la expresión en el rostro de su amiga le hizo flaquear—. Mañana podemos vernos en un café cercano si quieres.

—Está bien, lo podemos coordinar por mensajes —respondió la gótica, levantándose de la banca—. Entonces, nos vemos, Nath.

Nathaniel observó como su amiga retomaba su camino por la calle y suspiró, negando con la cabeza y empezando a caminar hacia el lado contrario.

—Somos una mierda con nuestros amigos —pronunció el pelirrojo en plural, sin percatarse siquiera de que lo hizo y cruzando la calle para dirigirse al metro más cercano—. Ahora nos sentimos culpables, qué día.

La parada más cercana estaba en la esquina siguiente y Nathaniel se adentró en ella de inmediato, sintiendo una especie de déjà vu cuando saltó por costumbre los escalones inferiores.

Volvió a revisar su teléfono y buscó la dirección exacta, iba a procurar no llegar tarde, lo cuál ya era malo viendo que vivía a cuarenta minutos en metro.

Iba a tener que correr.


Fin del capítulo

El inicio de este segundo arco por ahora es muy calmado, pues se están cerrando los flecos del que fue el primer arco de la historia, los siguientes dos capítulos culminarán esa línea y entonces, espero que el veinte sea el pistoletazo de salida definitivo.

Un saludo y hasta el siguiente capítulo