Empezamos este segundo arco situándonos donde terminó la primera parte, espero les guste, como dije antes, me esforcé un poco más con el tema de puntos de vista y estilos de narración. Cualquier opinión, o duda que tengan, pueden preguntarla. Sin nada más que decir, vamos con el capítulo.

"La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella"

—Oscar Wilde


El presente, dos meses después de la caída de T. M.

Nathaniel supo que algo se le venía encima cuando sonó la campana que indicaba el primer receso. Tenían quince minutos para salir de clase y pasar el rato charlando entre amigos o perdiéndose en aulas desconocidas. Su actividad favorita solía ser escabullirse en el salón de arte para trabajar en completo silencio.

—¡Kim, te voy a matar!

Extrañaba ese silencio.

Su mirada se posó de inmediato en Alix, cuya exaltación despertó a tres compañeros que se encontraban disfrutando de un merecido descanso al terminar la clase. Su cabello era cada día más rojizo y sus ojos azules cada vez más intensos, estaba seguro de que algunos de sus cambios de fenotipo estaban influenciados por cierta coneja blanca que duerme en el bolsillo de su camisa.

—El idiota se lo buscó —comentó Adrien, sentado a su lado desde que inició la clase y dejando de escribir en su libreta para ponerse a hacer algo con el papel.

Nathaniel tenía las manos sobre la mesa y la mejilla apoyada sobre la madera, su rango visual solo iba desde la puerta hasta una Chloé que se miraba en un pequeño espejo. Alix bajó unos cuantos escalones del aula para acercarse a Kim y le dio un zape en la cabeza que le bajó el peinado de la impresión.

Las risas no tardaron en escucharse, y el rostro rojo y enfurruñado de Kim solo complementaban la escena. Nathaniel escuchó el obturador de una cámara y sonrió por lo bajo, luego le pediría a Alya la foto y la revendería por cinco euros.

Sacudió la cabeza ante el pensamiento y soltó una pequeña risa, estaba pasando mucho tiempo con Adrien.

Luego del receso, tenían clase de Educación física, algo que solo se limitaría a algún que otro juego de baloncesto o una prueba de capacidades físicas, pero el propio Kim había influido en el maestro y hoy tendrían natación.

Y tras anunciar el cambio y a su promotor, muchos pasaron de estar molestos con Kim, a elogiar su gran idea.

—Oye, Nath, ¿vamos a la máquina? —propuso su amigo, revolviendo su cabello rojizo y dejándolo a ciegas cuando este se soltó y le cubrió la mitad del rostro.

—Amigo, ¿es en serio? —reclamó Nathaniel, levantando la cabeza y procediendo a peinarse de nuevo, Adrien se encogió de hombros ante su reacción y se levantó de la silla.

—¿Qué? Quizá consigas un corte de pelo mientras vamos a por algo —soltó el rubio con inocencia fingida y pasando por encima del lado de Nathaniel para salir.

—Gato tonto —murmuró luego de bufar y arrugar el puente de la nariz, siguiendo a su amigo que bajaba por los escalones con suma confianza y se acercaba a la disputa verbal que tenían Kim y Alix.

Mientras Nathaniel bajaba, miró a todas partes, su mirada viajó hacia las ventanas o a sus propios compañeros para saber qué hacían en su tiempo libre. Juleka parecía luchar con su teléfono mientras dibujaba y Rose soltaba una diatriba interesante sobre sus vacaciones improvisadas en el Medio Oriente, del otro lado, tanto Alya como Marinette hablaban sobre un posible evento apocalíptico o algo así, no estaba muy interesado.

Cuando llegó a Sabrina y Chloé, enarcó una ceja y ladeó la cabeza con suma confusión, no era muy cercano a ellas, y Sabrina solo era una compañera y su pareja en una clase especifica, por lo que no era raro que lo saludase.

Lo raro era que Chloé se dignase a verlo.

Si bien en un pasado tuvieron sus diferencias, que culminaron con un rencor profundo por parte de Nathaniel hacia ella. Eso se lo había llevado el viento hace mucho, además, también se tenía que agregar el hecho de que la rubia parecía haber cambiado un poco en sus actitudes con la gente que la rodeaba.

Eso ya la hacía más tolerable.

—Nath, no te quedes mirando a la nada.

Nathaniel desvió la mirada de Chloé y juró por un par de segundos que las mejillas de la rubia se tiñeron de un ligero tinte rosa. Aquello lo mantuvo pensativo al bajar los escalones, ¿en serio estaba considerando que era lo suficientemente atractivo para llamar la atención de la perfecta hija del alcalde?

Soltó una risa al llegar junto a Adrien, la mirada en el rostro de su amigo se tornó rara e indescifrable, y se dirigía a un punto lejano del salón de clases.

—¿Qué ocurre? —preguntó al terminar de reírse, sus pensamientos se volvían más atrevidos con el pasar de los días, él no era tan seguro de sí mismo como para tenerlos.

—Amigo, ¿Chloé se acaba de sonrojar por ti? —preguntó Adrien con suma incredulidad, aunque su tono de voz escondía una sensación que Nathaniel pudo descifrar al pasar tanto tiempo con él. Estaba seguro de que se iba a dedicar a lanzar bromas en su camino a la máquina expendedora.

—Déjalo así y vamos por lo que quieres —respondió Nathaniel, que se hizo a un lado al escuchar unos pasos dirigiéndose hacia la puerta. Una mano le palmeó de forma indiscriminada la nuca y bufó al reconocer la risa.

—¡Eres un rompecorazones! —le anunció Alix, burlándose de inmediato e iniciando un camino tortuoso para Nath mientras salían del aula.

Al cerrar la puerta, Nathaniel sintió un cosquilleo extraño subiendo por su columna, nunca había experimentado el sentir la mirada de alguien debido a que era invisible la mayor parte del tiempo. Sin embargo, estaba seguro de que alguien lo observaba.

Se detuvo un par de segundos y movió la cabeza con rapidez, clavando la vista en el techo cubierto de cristales, el diseño inicial fue hecho para dejar pasar la luz solar al patio interior y crear un ambiente agradable, pero en días lluviosos solo transmitía melancolía. Hasta hace nada se sentaba a un lado de la pequeña cancha de baloncesto a dibujar mientras la lluvia caía sobre los cristales y las nubes ocultaban el sol.

Ahora, solo parecían el inicio de un mal presagio.


Estaba desesperándose.

Sus instintos lo obligaban a subir a lo más alto de la Torre Eiffel y saltar, esforzándose para que sus heredados instintos felinos no actúen. Estamparse en el suelo y morir parecía una mejor forma para poder deshacerse de todo el problema que lo había llevado hasta esa situación.

—Y yo le dije a tu hermana que no me robase la tarea, pero ella nunca me escucha —se quejaba Miri, sentada a su lado en aquella simple y sucia banca con vistas al Sena. Su cabello castaño recogido en una boina le daba sin duda un aire mayor, si a aquello se le suma una gabardina fina de color marrón y unas botas de cuero hasta las rodillas, podía decir perfectamente que Miri lucía como una joven en sus veintitantos años.

Solo de vista, porque su actitud dejaba en claro que era una adolescente loca.

Nathan no consideró inapropiadas las prendas que eligió Miri para camuflarse en la salida a la ciudad, muchas mujeres parisinas se vestían de forma similar y no llamaban la atención en absoluto.

Pues se equivocó y lo admitía, Miri llamaba totalmente la atención. No sabía si era por las puntas rojizas en su cabello o sus increíblemente hermosos ojos avellanas. Ya era la tercera o cuarta vez desde que salían que no podía dejarla sola, solo bastaba con alejarse un segundo para que algún chico se acercase para coquetear con ella.

Y una vez le daban rienda suelta, la idiota no dejaba de hablar.

—Luego tuvimos que ir a la oficina del profesor para que llamasen a nuestros padres, ¡y fue terrible! ¡¿Sabes cómo se pone papá cuando se enoja?! ¡Es peor que mamá! —chilló con terror mientras se abrazaba a si misma, seguramente intentando evitar que los recuerdos de aquel evento volviesen a su mente y la torturasen.

Nathan se pasó una mano por el rostro y hastiado hasta la médula espinal, que un día casi compromete por culpa de Kalet, se acercó un poco más a Miri y estiró el brazo derecho para atraerla en un abrazo.

La castaña se aferró a su camiseta negra y frotó las mejillas contra su cuerpo, lo que le provocó un movimiento involuntario en una de sus cejas y un bufido de cansancio.

No tenía por qué seguir soportando eso, ¿cierto?

¿Cierto?

Gruñó en respuesta cuando tuvo que acariciar la mejilla de Miri y pellizcarla para que lo soltase.

—¡Auch! ¡Nathan, eres muy malo! —masculló Miri, alejándose y cruzándose de brazos para formar un puchero muy tierno que podía funcionar con cualquiera, menos con él.

—Lo que digas, Foxy —respondió con una sonrisa mordaz mientras le picaba en las costillas con un dedo y Miri se revolvía ligeramente del dolor y las cosquillas—. ¿Qué te apetece hacer ahora?

Los lindos ojos de Miri se volvieron hacia él y luego escanearon el área, Nathan se mantuvo tranquilo y la esperó, pero la tentación ganó y su voluntad fue pequeña, por lo que llevó una mano a la mejilla de la adolescente y la acarició con calma.

Miri volvió sus ojos hacia él y sonrió, en su tiempo natal, fueron muy pocas las veces que los dos se sentaron a hablar, más que todo porque Miri tenía un grupo de amigos en los que su hermana también estaba incluida. Y la universidad no dejaba tiempo alguno para relacionarse con adolescentes de secundaria.

Ya llevaban aproximadamente dos meses en aquella época y poco a poco se adaptaron. A duras penas lograron salir de aquel callejón y curar sus heridas como dos gatos heridos lamiéndose bajo la luna. No podían ir a la Sanidad Pública porque ninguno de los dos existía en aquel tiempo, y era arriesgarse a que los detuviesen y los encerrasen separados al no tener ni siquiera un registro de su nacimiento.

Pero Miri no mejoró en la primera semana, y Nathan tuvo que arriesgarse, dejó el piso en el que se metieron de forma ilegal y se acercó a una farmacia con los pocos euros que tenía en su bolsillo. Compró medicina para ella y consiguió evadir el hecho de que necesitaba cierta receta para las pastillas contra el dolor.

Todo se solucionó con ponerse una gorra y decir que llevaba lentes de contacto.

Miri mejoró y a los días, se encontraba como nueva, volviendo a ser la charlatana de siempre. Nathan siempre se quejaba de sus imprudencias en el equipo o su forma de ser en eventos formales, pero si la hubiese perdido y estuviera solo en aquel periodo de su historia, habría enloquecido.

No podía perder a Miri, era lo único que lo ataba a su línea temporal original y evitaba que tomase la decisión más efectiva pero dañina al mismo tiempo.

—¿Tengo algo en la cara? —preguntó confundida, llevándose una de sus manos al rostro y palpándose con cuidado, Nathan no evitó que una sonrisa se posara en sus labios—. ¿Qué?

—Nada, boba —respondió Nathan, acercándose a su rostro y plantándole un beso en la frente, acción que provocó unas pequeñas risas en la castaña—. ¿Qué te parece comer afuera?

—Está bien, quiero algo italiano —pidió Miri, levantándose y estirándose un poco, disfrutando ante la sensación del viento—. Vamos.

—Sí, sí, ya voy, señorita exigente —respondió Nathan, sacándole la lengua y poniéndose de pie, acercándole el brazo por costumbre.

Miri respondió rodeándolo con su propio brazo y enganchándolo bien, por lo que ambos comenzaron a caminar hacia donde los llevase el viento. Después de comer tendrían que volver a casa y buscar a la única persona en la que podían confiar en aquella época.

Nathan ladeó un poco la cabeza y sonrió, aunque sus ojos azules cambiaron y reflejaron tristeza. Una incapaz de ocultar por mucho tiempo, esperaba que todo saliera bien, aquella era su primera y única oportunidad.

—Nathan, ¿podemos comprar unas galletas por el camino?

No sabía qué lo iba a enloquecer antes, su tormento interno sobre sus futuras decisiones, o el barril sin fondo que era Miri.


Tenía que pensar algo rápido, lo que veía bajo sus ojos no era real, bajo ningún concepto podía ser real.

¿O sí...?

La clase de natación, también llamada el recreo personal de Kim, comenzó hace unos quince minutos, por lo que en ese momento todos se encaminaron a los vestuarios para cambiarse la ropa por los trajes de baño que tenían asignados.

Tuvo que pedirle a Tikki que se escondiese en su mochila y no saliera hasta el final de la clase, eso fue un poco de improvisación de su parte, porque se había olvidado de una pequeña parte del horario escolar.

No la culpen, no tuvo clase en casi dos meses, es algo normal, al menos en ella.

De lo que sí se podía sentir orgullosa era que aquella mañana se despertó temprano, se acicaló, se vistió con comodidad y salió de casa con un gran margen de tiempo a sus espaldas. Y aunque el universo intentó conspirar en su contra, logró sobreponerse y llegar pronto.

Eso sí, revisaría antes el horario del metro y rezaría para que no se detenga por algún atropello en los próximos días.

Suspiró y luego de ajustarse el traje de baño, se sentó en los pequeños bancos de madera mientras esperaba a que el resto de las chicas terminasen con lo suyo. Levantó una pierna y la abrazó contra su cuerpo, rememorando la escena una y otra vez.

¿Desde cuándo eran tan cercanos?

Su mirada se posó en Alix, cuyo cabello estaba más rojizo que cuando la vio por última vez, el traje de baño entero se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel y la convertía en el blanco de ciertas miradas envidiosas.

¿Quizá eso le gustaba más? ¿Era posible que Alix se hubiese acercado a Adrien gracias a su cuerpo ejercitado y atlético? El comentario de Chloé en la mañana desveló lo que muchas trataban de ocultar en esos últimos meses, donde fingieron que el cambio físico de Alix no las había afectado en absoluto.

Al menos, así era para Marinette.

—¿Ocurre algo? —preguntó Alya, sentándose a su lado y cruzando las piernas, Marinette no se giró a verla, manteniendo su expresión sobre una sonriente Alix que toqueteaba su teléfono y lo dejaba en el banco para peinarse el cabello teñido.

—Nada.

Los dedos de Alya irrumpieron su visión y trazaron una línea imaginaria, Marinette se avergonzó cuando su amiga le tocó el hombro y la obligó a mirarla sin titubear, cada vez que Alya fruncía el ceño detrás de sus gafas era para darle un sermón sobre lo que debía o no hacer en su vida diaria.

—Mari, suelta la información —pidió la castaña, suavizando el agarre sobre su hombro y dándole una sonrisa de apoyo a su mejor amiga. Marinette dudó al momento de decir algo y solo se mantuvo pensativa.

Hace un año Alix era la más pequeña del curso, era una muy buena amiga, bromista y con unos pocos contactos masculinos entre los que destacaban Nathaniel y Kim. Marinette logró acercarse a Adrien para hablar con él, todo estaba saliendo bien, no había ninguna señal que le avisara de que todo cambiaría de la noche a la mañana.

Hasta que lo hizo.

Alix se convirtió en la chica más alta del curso, con un metro setenta y seis difícil de igualar para el resto, diablos, incluso era más alta que el propio Adrien.

Y la forma en la que se trataban esos dos... No, no debía ser eso, Marinette se estaba poniendo paranoica intentando descifrar o darle un sentido a una escena. A veces la mejor forma de entender las cosas es no entenderlas.

—No es nada, Alya, mejor vayamos a la piscina —dijo Marinette, levantándose y guardando su teléfono en la taquilla para cerrarla con llave.

—Me di cuenta de que te quedaste mirando a Alix por un buen rato, pero esperaré a que quieras contarme —comentó por lo bajo Alya, dándole un toque en el brazo a su amiga—. No pienses cosas que no son y solo disfruta el momento.

—¿Cómo quieres que lo haga? —preguntó Marinette, confundida y sin la capacidad de poder relacionar lo que Alya le estaba intentando decir, aunque no es que su amiga fuese muy clara en ese sentido, quizá porque se estaba acostumbrando a hablar con claves de reportera para evitar alguna desaparición en el futuro.

—Bueno, Adrien estará sin camiseta y se le nota fuertecito —le recordó Alya, moviendo las cejas de forma sugerente—. Y también puede que no te guste, pero a Nathaniel se le notan músculos muy marcados.

Sintió sus mejillas encenderse al imaginar a Adrien sin camiseta, si antes disfrutaba viendo su cuerpo delgado, no podía imaginar su reacción ante lo bien que se vería con ese nuevo tono físico. Sin embargo, toda su euforia desapareció cuando Nathaniel apareció en su espacio mental, todo lo que tenía que ver con él le recordaba aquella tarde lluviosa en la que le rompió el corazón.

Incluso cuando intentó hablar sobre ello, Nathaniel le puso las cosas claras y se fue del comedor luego de aclarar que no existía relación alguna entre ellos.

—¿Crees que Nath...? —intentó preguntar Marinette, sintiendo un pequeño pinchazo en el corazón.

—No lo sé, ni estoy segura, tendrás que descubrirlo.

El sonido del resto de casilleros anunció que sus compañeras ya habían terminado y estaban listas para salir, por lo que comenzó a caminar junto a Alya en dirección a la puerta de los vestuarios.

Alya abrió la puerta y la dejó detenida para que Marinette fuese la primera en ver el panorama, aceptó el gesto de su amiga y cuando tocó el suelo frío del área de la piscina, una exhalación se detuvo en su garganta y sus ojos fueron de inmediato a la persona que tenía en frente.

—Eh... ¿Hola? —saludó Nathaniel, notoriamente confundido por la expresión que ella llevaba en el rostro, pero no pudo evitarlo, su mirada viajó por el torso desnudo del pelirrojo y lo inspeccionó como si fuese un comestible, incluso se relamió los labios de forma inconsciente—. ¿Marinette?

Marinette no podía dejar de verlo, al menos hasta que un golpe la trajo de regreso a la realidad y le hizo fruncir el ceño, identificó a su agresora como Alya y bufó mientras se levantaba del suelo sin ayuda de nadie.

—Vaya, quien lo diría, tomate, ¿primer día y ya estás presumiendo?

Aquella voz fue la de Alix, Marinette vio en primer plano como ella se acercó al pelirrojo y lo tomó del cuello con soltura para revolverle el cabello.

—No estoy presumiendo —se quejó Nathaniel, sonriendo mientras se soltaba del agarre de Alix y le hacia una seña—. Vamos por allí, Adrien está comenzando con sus tonterías.

—Uh, no lo hará sin mí.

Y sin decir una sola palabra, ellos simplemente se fueron.

—Bueno, chica, déjame decirte que Nino tenía razón, desarrollaste a Nathaniel —mencionó Alya, aunque luego su expresión se suavizó e hizo una mueca. Marinette suspiró y negó con la cabeza, no se arrepentía de hacerlo, después de todo ella amaba a Adrien.

Se arrepentía del cómo lo hizo.

Y estaba segura de que, si no hablaba con el pelirrojo, aquello la seguiría persiguiendo. Tal vez por siempre.


Solo tenía que evitar mirar, y falló.

Adrien se castigó a sí mismo en el instante en el que Alix le descubrió lanzándole una mirada a sus piernas. No era la primera vez, siempre lo hacía para intentar burlarse de ella o jugarle alguna broma, pero esta vez iba en serio, y Alix se percató de que iba en serio.

Lo iba a matar con alguna broma suya, estaba seguro.

Pero no pudo evitarlo, desde lo ocurrido en Lyon, descubrió que tenía un ligero gusto por las piernas de Alix, aún cuando ni siquiera se convertían en las máquinas de matar de ahora. Admitía que el gimnasio las había mejorado por completo, pues a parte de largas, estaban tonificadas en el punto perfecto para que él se estuviera volviendo loco.

—Me parece que hay un gatito mirón, eh —mencionó Alix de forma casual, sonriendo mientras se sentaba en el borde y metía los pies en el agua, apoyó las manos a sus costados y se estiró un poco, inclinando el pecho hacia adelante y guiñándole el ojo.

—Serás... —gruñó por lo bajo el rubio.

—¿Y así me sigues diciendo que no te gusta? —preguntó Nathaniel, apareciendo a un lado con una sonrisa inocente.

—Sabes que te odio, ¿cierto?

—Yo también te quiero, Adrien —canturreó el pelirrojo, riendo mientras se acercaba al agua y se sumergía de un salto, mojando a Alix y salpicándolo a él en todo el proceso.

Adrien negó con la cabeza y se sentó al lado de Alix, metiendo los pies en el agua y estremeciéndose al sentirla tan fría.

—¿Demasiado fría para el chico de piel sensible? —se burló Alix.

—Ya quisieras, esto no es nada —respondió Adrien, cruzándose de brazos y moviendo un poco los pies en el agua, intentando acostumbrarse.

—No tienes que fingir, sé que no soportas el agua fría —habló Alix, esta vez con calma y dándole una sonrisa amistosa, Adrien devolvió el gesto y se frotó el brazo cuando ella le dio un pequeño golpe con el puño—. Yo tampoco la soporto mucho.

—¿Crees que sea debido a nuestros cambios?

—Es posible, poco a poco adoptamos actitudes más raras.

Adrien mostró una sonrisa mordaz y aprovechó el momento para poder devolverle un poco las frases del principio.

—¿Tendrás una época de celo? Si es así, lo mejor sería que insonoricemos tu habitación —dijo Adrien, recibiendo de inmediato un golpe de Alix en el brazo y una salpicadura de agua.

—No creo que eso ocurra —gruñó notoriamente fastidiada e inclinándose un poco hacia él—. Si fuera así, créeme que ni siquiera pasaría por mi habitación.

—¿Tanto desconfías de nosotros? —siguió bromeando Adrien, llevándose una mano al pecho.

—De Nathaniel no, de ti... Digamos que sesenta y cuarenta.

—¿Qué? ¿Cómo que sesenta y cuarenta? —preguntó desconcertado el rubio, acercándose a Alix y frunciendo el ceño.

—Porque tú, mi querido amigo, ya probaste una vez y no pareces cansarte —susurró Alix una vez que él estuvo lo suficientemente cerca—. Eres como tu kwami, un gato insaciable hasta que le llenen de queso hasta por las orejas.

—Oye, eso solo pasó una vez con Plagg.

—Lo sé, lo vi en primera fila.

Adrien se mantuvo observándola fijamente por lo que pareció una eternidad, se fijó en sus ojos, su nariz, sus labios, y tuvo el impulso de realizar una acción muy estúpida. Hizo una mueca graciosa y ella también, la perfecta sincronía hizo que rompieran en carcajadas y procedieran a meterse al agua junto a su amigo pelirrojo.

Adrien se sumergió por unos segundos y luego volvió a la superficie, quitándose el cabello pegado sobre su rostro, solo para ser recibido por el rostro sonriente de su amiga, la cual le lanzó agua encima y nadó hacia el pelirrojo que los saludaba del otro extremo.

Negó con la cabeza y se dispuso a nadar con calma, teniendo que esquivar de vez en cuando los cruces de Kim, que nadaba a alta velocidad y arrastraba a Max e Iván consigo como un carruaje submarino.

Su mirada viajó por un momento a los grupos de chicas que todavía faltaban por entrar en el agua, Marinette hizo contacto visual con él y la saludó con una sonrisa, era una buena amiga después de todo.

Volvió a centrarse en Nathaniel, que lo esperaba del otro lado, por lo que se sumergió en el agua y se dirigió hacia él.


Contó hasta cinco y se levantó de la cama.

Lo primero que hizo fue revisar su reloj y dejarlo caer con desánimo al descubrir la hora, ni siquiera llegaba la hora de comer, pero tenía tanta hambre que podría visitar un buffet libre y dejarlos en la quiebra.

Sus últimos días fueron más movidos que de costumbre, a parte de un par de prácticas en el laboratorio de la universidad, tuvo que entregar solo un informe conjunto y por eso tenía el día libre.

Caminó por su habitación y se frotó los ojos, parpadeando con sorpresa al ver que ya había puesto dos pies en la pared y estaba subiéndola de forma inconsciente. Volvió a bajar y se sentó en una cómoda silla que acompañaba un desordenado escritorio lleno de componentes electrónicos y hojas de papel rotas.

—Esto no puede ser —balbuceó mientras tomaba una placa de circuito y se disponía a revisarla con cuidado, la última vez que se dedicó a hacer un proyecto de tal calibre en modo multitarea, terminó soldando una hojuela de maíz en los pines equivocados.

El pequeño dispositivo chisporroteó antes de que Gwen pudiera hacerlo funcionar, soltó un gruñido y lo lanzó hacia la pila de materiales inútiles que crecía en su habitación. Dentro de un par de días tendría que ponerse a limpiar.

Gwen no solía hacer la limpieza en los lugares donde vivía, en su casa natal en Nueva York su padre se encargaba de eso, y en los últimos alojamientos que visitó, siempre tuvo un compañero obsesionado por la limpieza.

Ahora ella debía encargarse de hacerlo, por lo que compró un par de tachos más con bolsas para reciclar. Tenía una extra colgando a un lado del escritorio, allí iban a parar todos los restos electrónicos que aún se les podía sacar provecho y no estaban obsoletos.

Había un buen mercado alrededor, por lo que era rentable destrozar más cosas que repararlas.

—Mierda —siseó la rubia al tomar una segunda placa y fallar de nuevo en su trabajo. No era difícil, podía hacerlo incluso con los ojos cerrados y cantando música cristiana al revés.

Y ahora ya no, se sentía cansada y con ganas de dormir, pero no lo había hecho en dos noches consecutivas, ¿qué significaba una tercera? No existiría diferencia alguna entre dormir ocho horas seguidas, y haber dormido apenas tres en horario partido.

Se había despertado hace unos minutos tras solo media hora de sueño, la cabeza le empezaba a doler y giró la silla hacia su cama para dejarse caer de nuevo.

El teléfono móvil le vibró en el bolsillo y Gwen chasqueó la lengua, se revolvió contra su cama e intentó ignorarlo. No era la primera vez que la llamaban desde ese lugar, parece ser que todavía recordaban que trabajó para ellos hace un tiempo.

Su trabajo actual en la tienda era bueno, aunque su salario no era ni de lejos tan alto como el que le ofrecían.

En verdad se lo estaba pensando, pero dejar la tienda significaba dejar a Nathaniel también, y aunque su amiguito rubio estuviese trabajando allí con él, no se sentía agradable dejarlo luego de tanto tiempo.

Menos ahora que ambos conocían los secretos del otro.

Estiró el brazo y lanzó una telaraña hacia el interruptor de la radio para encenderla, si no podía dormir, al menos se pondría la máscara temprano para poder ayudar a la gente.

Y encontrarlo a él.

Gwen se dedicó a escuchar con calma las comunicaciones por la frecuencia policial, cruzó los brazos detrás de la cabeza y se puso a pensar en un curso de acción para cada situación probable. No negaría que era relajante, los oficiales solían pasar un poco de música y hacerse bromas constantemente.

Cerró los ojos y calmó su respiración, no esperaba algo complicado para iniciar el día, sin embargo, la siguiente radio, la hizo levantarse de inmediato y buscar su traje entre el desorden que inundaba su habitación.

"Una extraña criatura movilizándose en el Distrito V, cerca de la parada Place Monge, solicito refuerzos, repito, solicito refuer..."

La transmisión se cortó abruptamente y Gwen encontró su traje, lo olió y arrugó la nariz al instante, tendría que lavarlo al regresar, porque en serio apestaba a alcantarilla. Se quitó la ropa y se puso un traje de neopreno debajo, similar al de un surfista que le otorgaba movilidad y comodidad, además de disminuir el roce entre la tela del traje y su piel.

Se puso el traje tan rápido como pudo y asegurándose que todo estuviese en su lugar, abrió su ventana y saltó hacia la calle.


Fin del capítulo

Para los que llegaron hasta aquí, quiero disculparme por tardar en subir el cap, pero estuve algo ocupado, me he tomado el tiempo de escribir algunas cosas más, pero también estoy repasando apuntes de la universidad porque vienen algunos exámenes durillos. Bueno, cualquier review estaré feliz de leerla, espero les haya gustado mucho.

Sin nada más que decir, un saludo y hasta la próxima.