1.

Ahí estaba ella, de pie, en medio de su cuarto, contemplando por última vez las paredes que la habían acogido durante la mayor parte de su vida. Caminó hacia la cama y puso la foto de su abuela en la maleta; luego se la echó al hombro, tomó aire y se dirigió con pasos lentos hacia la puerta. Había muchos recuerdos que pesaban en su corazón, y la angustia de saberse sola en el mundo estaba más presente que nunca. Tomó el pomo de la puerta y apartó la mirada mientras la cerraba; como si el hecho de no verlo, lo hiciera menos real. Salió a la calle y le echó un último vistazo a la fachada de la casa mientras murmuraba una plegaria a su abuela para que la ayudara en el viaje al que estaba a punto de embarcarse.

El camino a la Aldea Oculta de la Hoja, o más conocida como Konoha, tomaría casi dos días. En su interior, no sabía si valía la pena el recorrido, pues, para ser honesta, no tenía muchas esperanzas de lograr su objetivo. Se detuvo. No, no podía empezar con ese pensamiento tan negativo. Había una promesa que cumplir. Era lo último que podía hacer para honrar la memoria de la persona que más había amado en el mundo. Tenía que hacer su mejor esfuerzo, pues ya bastante había decepcionado a su abuela en vida.

Tras horas y horas de camino, por fin estaba frente a las puertas de Konoha. Presentó su identificación y el motivo del ingreso a la aldea; se alegró de que no le hicieran más preguntas. Recorrió las calles despacio y con la cabeza gacha para no llamar la atención. Todo le parecía muy abrumador. Al fin pudo ver el letrero de una posada, tendría que descansar antes de buscar la forma de acercarse a la persona por la que había venido.

El lugar se veía cómodo, esperaba que no fuera muy costoso.

—¿En qué puedo servirte, niña? —preguntó la mujer detrás del mostrador con una sonrisa cortés.

Athena se aclaró la garganta.

—B-buenas tardes, ¿tiene un cuarto disponible?

—Sí, claro, ¿para cuántos días?

—Bueno, eso no lo sé exactamente —respondió con timidez mientras se rascaba la nuca.

La mujer la miró pensativa.

—Tengo uno por una semana, ¿te sirve?

—Sí, claro. Le agradezco mucho.

—Tú no eres de por aquí, ¿cierto? —le preguntó la mujer mientras organizaba el papeleo.

—No, señora. —Sacó unos billetes de su bolso y los contó—. Mmm —dudó—. Olvidé preguntarle por el precio.

La mujer bajó la mirada hacia los billetes.

—No te preocupes, con eso te alcanza y te sobra.

Athena sonrío con alivio. Pagó y recibió las llaves, pero antes de dirigirse al cuarto, la señora volvió a hablar:

—Te ves fortachona, pero no tienes pinta de ninja. —Entrecerró los ojos—. No me digas que eres una espía o algo así.

—¿Cómo dice? —Athena sonrió divertida—. ¿Yo, una espía? —Ante la mirada seria de la mujer, dejó de sonreír y se aclaró la garganta—. Disculpe, es que no pensé que mi físico llamara la atención. Creo que se debe a que hago ejercicio, pero no soy ninja ni tampoco una espía.

La mujer no parecía muy convencida.

—Solo te advierto que si veo movimientos extraños, llamaré a los guardias.

—Lo entiendo. Y no tiene de qué preocuparse.

Athena retomó el paso hacia su cuarto. Le dolía el cuerpo, realmente necesitaba un descanso. Entró, y prácticamente se abalanzó sobre la cama, cerró los ojos y se entregó al sueño.

Se despertó de golpe en la madrugada, ni siquiera había ido a cenar. A juzgar por el color del cielo, debían de ser las seis. Sabía que no podría dormir más, así que se levantó y se arregló. Una hora más tarde, bajó a desayunar. La misma mujer estaba tras el mostrador.

—B-buenos días, señora... —Athena titubeó, pues el día anterior no le había preguntado el nombre.

—Azumi. Parece que descansaste —sonrió.

—S-sí. Lo necesitaba con urgencia.

—Mmm, dime algo, ¿qué andas haciendo por estos lares?

Athena reflexionó por un momento. Quizás la Sra. Azumi podría ayudarla con su propósito, después de todo, no tenía conocimiento de la burocracia de Konoha.

—Quisiera tener una audiencia con la Hokage.

—¿Ah? —La mujer entrecerró los ojos—. Entonces sí eres una espía.

—No... —bajó la mirada—, es que tengo un pedido para ella.

—¿Qué cosa? —La curiosidad de la Sra. Azumi iba en aumento.

—Quiero pedirle que sea mi maestra —susurró Athena y se arrepintió de haber abierto la boca. No era muy dada a estar compartiendo información con desconocidos.

La Sra. Azumi rio divertida.

—Muchacha, por Dios, sabes que es la Hokage, ¿verdad? Ayer me dijiste que no eras ninja, ¿qué va a enseñarte entonces?

Athena enrojeció. Sabía que el pedido sonaba ridículo, pero ese había sido el último deseo de su abuela.

—L-lo sé, pero al menos debo intentarlo. ¿Sabe cómo puedo pedir esa audiencia?

La mujer se acarició la barbilla mientras pensaba.

—Pues sí, es mejor decir «aquí morí» que «aquí corrí». Mira, niña, debes dirigirte a la mansión de la Hokage y hablar con los guardias. No es muy común que un civil quiera hablar personalmente con la Hokage.

—L-lo haré. Se lo agradezco mucho —dijo con una inclinación de cabeza. Luego se marchó.

Después de saciar su hambre, se dirigió a la imponente mansión. Sinceramente, no tenía cómo perderse, la magnífica edificación era visible desde cualquier lugar de la aldea, sobre todo por los rostros tallados en piedra a su espalda.

Al encontrarse frente al edificio, sintió cómo su ritmo cardiaco iba en aumento. La timidez que la había caracterizado desde la infancia no le permitía tener buenas relaciones con las personas, especialmente, con aquellas que tenían un elemento de poder o autoridad. Se acercó al guardia y trató de no tartamudear cuando hizo su pedido. Por supuesto, el hombre la miró con sospecha, pero quizás no reconoció ningún peligro en ella, pues dijo que hablaría con la asistente de la Hokage. Al cabo de unos minutos, vio que el guardia venía hacia ella acompañado de una mujer de cabello corto oscuro. Athena se preguntó si era la Hokage, pero por las historias que había escuchado de su abuela, Tsunade Senju era rubia y tenía un aire visible de mando, y la mujer que se estaba acercando no lo tenía.

—Esta es la muchacha, Shizune —dijo el guardia cuando llegaron a la altura de Athena.

La mujer, o más bien, Shizune, la miró con atención.

—Hola. Soy la Srta. Shizune, la asistente de lady Tsunade. ¿Es cierto que deseas una audiencia con ella? —preguntó con cortesía.

—Em... —Athena tragó saliva— así es... —Sus manos estaban empezando a sudar.

—¿Vienes en alguna misión diplomática o vienes a solicitar el servicio de las misiones?

—No soy ninja... ni tampoco requiero un servicio.

La Srta. Shizune pareció reflexionar por un momento.

—¿El motivo es privado?

Athena asintió.

—Lady Tsunade es una persona muy ocupada, si es por un asunto personal, no creo que sea posible atenderte en los próximos días —dijo la asistente con un hilo de pesar en la voz—. Sin embargo, si quieres, puedo transmitirle tu mensaje.

—Yo... prefería hablar con ella personalmente. —Athena estaba haciendo un gran esfuerzo por que no le temblara la voz.

—¿Y no te importaría esperar? —Arqueó una ceja.

—S-si es necesario, puedo venir todos los días y esperar a que tenga un espacio en su agenda para mí —afirmó con timidez pero con determinación.

La Srta. Shizune la miró por un momento.

—Está bien, pero recuerda que eso puede llevar su tiempo.

—Estaré aquí desde temprano en la mañana —sonrió.

La asistente asintió y se despidió.

Athena sabía que no iba a ser fácil, pero debía cumplir con su deber, así tuviera que sentarse a esperar todos los días en ese lugar.