Anastasia

2008

Cinco años más tarde

San Petersburgo duerme

Su fría oscuridad

Con este nuevo orden, hay poco que comer

Nos queda el chismorreo, lo que es de agradecer

¿Sabes ya lo que dicen en la capital?

¿Sabes ya lo que cuentan por ahí?

Que por desgracia la orden no sobrevivió, más la Chica Dorada se salvó

Hermione Granger

Draco Malfoy nunca salió de San Petersburgo después del incidente. La leyenda se había acabado. Al parecer, el misterio mantenía al pueblo en vilo. Draco odiaba que la peor noche que había vivido siguiera siendo la comidilla de la ciudad. La noche en que perdió a la mayoría de sus amigos, a su madre y al amor de su vida.

La estrecha relación que mantenía con Harry prácticamente se cayó por un precipicio. Intentó desesperadamente ponerse en contacto con él después, cuando Draco despertó de su conmoción cerebral, pero el nuevo Ministro de Magia no podía molestarse en hablar con alguien como Draco Malfoy.

Junto con todos los cotilleos de que Hermione estaba, de hecho, viva, llegaron los susurros en voz baja de la insuperable cantidad de dinero que el propio Harry Potter, de quien se rumoreaba que era la fortuna de los Potter y los Black, puso como recompensa por su hallazgo. Draco odió aún más al Ministro por aferrarse a esa esperanza. Hermione murió aquella noche. Cayó al hielo con Voldemort, y nunca se la volvió a ver.

Draco podía identificarse con Harry en cierto nivel, perder a todos tus seres queridos, y no podía culpar al chico por volverse loco... él sabía lo que era perder a Hermione Granger.

Así que perder a uno de los últimos amigos que tendría parecía algo que Draco podía soportar. Tal vez todo fuera un castigo por haber recibido la marca tenebrosa. Se sometió a un interrogatorio después del ataque cinco años antes, y aunque no pudieron probar que seguía trabajando con Voldemort, como si alguna vez lo hubiera hecho, el Ministerio congeló sus bienes. Su mansión, bóvedas, todo, fue confiscado. Se quedó sin un centavo, solo con la ropa que llevaba puesta y su varita.

Sabía que Harry podía decir una palabra y volvería. Tal vez culpó a Draco por no proteger a Hermione cuando debería haberlo hecho. Ese era su trabajo. Y Draco falló.

Cuando encontró a Theodore Nott en la misma situación, los dos se unieron. Como los astutos Slytherins que eran... por supuesto que tenían un plan para recuperar sus riquezas. Bueno, si no eran las suyas, llevarse el dinero de la recompensa de Potter era lo segundo mejor.

Y si deliraba lo suficiente como para pedirle al mundo que le devolviera a Granger... Draco sería quien se la entregaría.

Y el palacio abandonado y polvoriento era el lugar perfecto para pasar desapercibido. Tal vez por eso nunca pudo seguir adelante de verdad. Solo existía en sus últimos recuerdos.

Draco frunció las cejas mirando a Theo, con la nariz arrugada por el disgusto.

—¿Vlad? Solo... ¿por qué?

Theo lanzó su varita al aire, viéndola girar varias veces antes de atraparla. Una y otra vez la lanzó, tumbándose en un sofá cubierto con una sábana blanca.

—Porque, se correrá la voz, y no podemos ser asociados con este tipo de estafa, así que tenemos que usar nombres falsos. Vlad parecía divertido. ¿Cuál es el tuyo?

—Dimitri.

—Aburriiiiiiiiido. —Theo se incorporó, se guardó la varita y salió a pasear por la habitación.

Draco se frotó la frente, mirando por una ventana parcialmente tapiada.

—Escucha, todo está yendo según el plan, solo nos falta la chica. Imagina, Theo. Se acabó el falsificar papeles, el vender objetos robados. Tendremos tres billetes para irnos. Uno para ti. Uno para mí. Y uno para... —Tartamudeó su nombre—. Hermione.

Theo sonrió, dándole una palmada en la espalda a su amigo.

—Pasaremos a la historia por haber encontrado a la Chica Dorada de Potter. Solo tenemos que encontrar a la adecuada para el papel, vestirla y llevarla a París.

Draco se burló. De todas las cosas insolentes que hacía Potter, residir en París después de todo lo que había pasado le ponía los pelos de punta. A ella le había hecho tanta ilusión ir.

Necesitaban llegar al teatro, las damas llegarían allí pronto para otra ronda de audiciones. Después de asaltar los armarios de todo el extenso edificio, ambos se vistieron para impresionar, aparentando que aún tenían una buena posición económica. A Theo le encantaba vestirse con los abrigos de piel rusos, pensando que eso le hacía más elegante que los demás, para diversión de Draco. Draco se alisó la chaqueta, cerró los ojos y silenció cualquier pensamiento sobre ella. Lo superaría. Seguiría adelante. Vivir la vida solo cuando todo esto acabara.

Draco y Theo serían Dimitri y Vlad a partir de entonces. Caminando por las calles de Rusia, Draco fumaba un cigarrillo, inhalando profundamente, soltando cada duda con cada exhalación.

—Seremos ricos. —Mencionó mientras doblaban una esquina.

Theo lo miró, robó un cigarrillo del bolsillo de Draco antes de responder con un encogimiento de hombros.

—Saldremos adelante.

Draco le dio un codazo, desplegando las manos delante de ellos hacia toda la gente bulliciosa.

—Al menos San Petersburgo tendrá más chismes que contar.

Ambos soltaron una carcajada. Realmente era la ciudad más chismosa en la que habían estado. Y eso comparado con Rita Skeeter.

Al llegar a la puerta del teatro, ambos hombres se pararon delante durante un momento. Theo inclinó la cabeza hacia Draco.

—La mayor estafa de la historia. Quién iba a pensar que nos tocaría a ti y a mí. —Apagó el cigarrillo y entró, la puerta se cerró tras él.

Dando una última y larga calada antes de dejarlo caer al suelo y aplastarlo con el tacón del zapato, Draco murmuró para sí antes de entrar detrás del muchacho.

—Al menos mi padre estaría orgulloso.

.

.

—¡Adiós! —gritó Anastasia, saliendo del orfanato hacia la nieve, saludando a todos los niños—. ¡Adiós! Os echaré de menos. —Se secó una lágrima perdida en la mejilla, con la cara enrojecida por el frío.

Ya era hora de que dejara este trabajo. El lugar que la encontró y la acogió después de la revolución. La vieja bruja malhumorada que dirigía el orfanato, la camarada Phlegmenkoff, la ayudó a curarse la herida de la cabeza y a encontrarle una varita nueva. Era dura, pero dejó que Anastasia se quedara y, cuando no pudo recordar su propio nombre, la ayudó a elegir uno nuevo. Al menos el gato pelirrojo que encontraron con ella llevaba el collar puesto, así que supieron que se llamaba Crookshanks.

Tras cinco años llamando hogar a este sitio, sin recordar nada de su pasado, Anastasia estaba dispuesta a ir tras él. Después de todo, tenía una pista. El collar que llevaba cuando despertó con amnesia. El símbolo verde esmeralda y dorado que decía Juntos en París. Ella podría encontrar respuestas allí. En París.

La camarada Phlegmenkoff ponía los ojos en blanco cada vez que sacaba el tema. Era mejor seguir adelante, le decía, en lugar de perseguir el pasado. Incluso ahora, cuando Anastasia se dirigía a su nueva aventura, la mujer le llamaba.

—¿Me estás escuchando, niña?

Anastasia apartó los ojos de los niños de las ventanas y los posó en el rostro de su malhumorada amiga.

—La estoy escuchando Camarada Phlegmenkoff. —Volvió a mirar a los niños y les guiñó un ojo. Los vio doblarse de risa.

Anastasia se metió la bufanda en el bolsillo remendado de la chaqueta, asintiendo con la cabeza al sermón que estaba recibiendo.

—Bien, ahora. Sigue recto por este camino hasta llegar a la bifurcación, y luego gira a la izquierda. Tengo tías en el pueblo que te darán trabajo. No pierdas el tiempo persiguiendo una fantasía, Anastasia. Eres más brillante que eso.

—Gracias, camarada. ¡Gracias por todo lo que has hecho! Me voy. —Anastasia sonrió ampliamente, saltando a la puerta de entrada y envolviendo a su medio kneazle en sus brazos, mirando hacia atrás una vez más antes de salir.

No iba a perder el tiempo discutiendo de nuevo sobre la búsqueda de su familia y amigos. Asintiendo con la cabeza a todos ellos, Anastasia se volvió hacia el camino nevado y se puso en marcha. Hacía frío, pero el aire era tan refrescante que no pudo evitar respirarlo profundamente. Tomándose su tiempo, pateó la nieve y se maravilló de su belleza mientras brillaba entre los árboles.

Paso a paso.

Eso es lo que se dijo a sí misma al iniciar su viaje. Una dirección que la llevaría a una nueva fase segura de su vida. Una en la que podría encontrar una nueva familia. La otra era arriesgada. Podría no encontrar nada en París.

Podría haber de todo.

Más tarde, Anastasia llegó a esa bifurcación del camino. Se paró frente a su futuro. Izquierda o derecha. A San Petersburgo para coger un tren. Al pueblo para una vida tranquila.

Corazón no me falles ahora.

—Tuerce a la izquierda, —habló en voz alta para sí misma y para Crookshanks—. Seré Anastasia, la chica extraviada, para siempre. Pero si tuerzo a la derecha... —Mirando hacia el camino que llevaba a San Petersburgo, Anastasia jugueteó con su collar—. Quien me diera este colgante debía de quererme, ¿verdad, Crooks? —Lo levantó y lo hizo girar en círculos, para disgusto de Crooks. Maulló hasta que ella volvió a depositarlo en el suelo nevado.

—Esto es una locura. Yo. ¿Ir a París? ¿Qué te parece, chico? —Haciéndole cosquillas bajo la barbilla, Crookshanks se restregó por todo su brazo mientras ella se agachaba a su lado. Le golpeó el viejo abrigo verde y mordisqueó el borde de la bufanda que colgaba del bolsillo. Ella puso los ojos en blanco y él se marchó con la bufanda a cuestas.

—¡Crooks!

Corrió hacia San Petersburgo, por el camino correcto.

¡Valor, no me abandones!

Anastasia persiguió al molesto gato, sonriendo para sí misma todo el tiempo y tropezando en la nieve unas cuantas veces antes de poder alcanzarlo. Durante los últimos cinco años había estado en las afueras de la ajetreada ciudad, pero nunca se había aventurado a entrar en San Petersburgo. Tenía miedo, podía admitirlo. Sus recuerdos se habían perdido la noche en que Voldemort regresó, lo sabía. La camarada Phlegmenkoff la ayudó a intentar reconstruirlo todo con su conocimiento de las noticias mágicas. Pero los espacios en blanco de su memoria eran devastadores. Anastasia podía recordar cuando era hija de muggles y recitar todos esos conocimientos como si los leyera de un libro, pero no sabía dónde los había aprendido. No podía poner cara ni nombre a sus padres. No tenía ni idea de por qué estaba en Rusia cuando era evidente que tenía acento inglés.

A lo mejor era una sirvienta en el baile de esa noche.

A lo mejor había estado allí cuando ocurrió.

Pero ¿por qué? ¿Quién era ella?

¿Alguien importante? ¿Una chica con familia? ¿Amigos?

Anastasia intentó no pensar en su yo anterior casada o con hijos. Eso sería demasiado para soportar perderlo.

Crookshanks y ella pasaron junto a una casita de campo y sonrió al ver a los niños que jugaban fuera con sus padres. Crooks se acercó a ellos y se revolcó en la nieve con la niña, ronroneando y haciendo monadas. La risa que desprendía era contagiosa.

Hubo un tiempo en que yo también debí tenerlos. Hogar. Amor. Una familia.

Avanzando, había más y más casas cuanto más se acercaban. Anastasia llegó a un mirador sobre la gran ciudad.

San Petersburgo. Un paso más cerca de París.

Colocó a Crookshanks en el bolsillo grande de su abrigo para no perder al gato mientras encontraba la estación de tren. Encontrar la zona de brujas y magos le habría llevado demasiado tiempo. Estaba demasiado impaciente como para sentarse en un banco y observar a todo el mundo lo bastante cerca como para ver por dónde desaparecían también algunos de ellos.

Como un muro entre las plataformas.

La cola tardó tanto que Anastasia estaba muy nerviosa. Jugueteaba con su collar, el colgante en forma de flor se deslizaba suavemente entre sus dedos. Ensayando las frases y contando dos veces sus ahorros para la compra, por fin llegó su turno.

El hombre corpulento que tenía delante frunció el ceño desde su asiento tras el cristal. Anastasia no dejó que eso la perturbara.

—¡Uno hasta París, por favor! —Pidió con alegría.

Echándole humo a la cara, el taquillero la miró de arriba abajo.

—El visado de salida.

Anastasia frunció el ceño. ¿Qué significaba eso?

—¿Que visado? —preguntó.

Un suspiro y puso los ojos en blanco.

—No habrá billete sin visado de salida. Siguiente, —le espetó.

Anastasia se quedó sorprendida.

—Pero... —se dijo más a sí misma que al hombre, que ya había pasado al siguiente de la fila.

Intentó mantener la esperanza. Solo tenía que averiguar dónde conseguir un visado de salida y luego volver y conseguir el siguiente billete a París. Fácil.

Si solo supiera dónde ir exactamente. O si tuviera una identificación.

Una voz habló desde detrás de ella, una voz grave pero tranquilizadora.

—Ugh, qué grosero.

Anastasia se volvió y vio a una anciana, encorvada sobre un bastón y con un jersey de ganchillo azul celeste a su alrededor. La señora le susurró.

—Recurre a Dimitri. Él te puede ayudar. Pero no te has enterado por mí.

—¿Dónde le encontraré? —susurró Anastasia.

—En el antiguo palacio.

.

.

—Siguiente, por favor.

Draco y Theo estaban sentados en sus sillas, tachando otro nombre de la larga lista de audiciones. Uno tras otro, veían a las brujas hacer su mejor actuación y ambos sabían que no sería suficiente.

Ninguna es tan buena como para hacerse pasar por Hermione Granger.

Draco suspiró y se pasó la mano por la cara.

—Joder. —Estaba agotado. Solo unas pocas más para terminar el día. Empezar de nuevo mañana.

Otra mujer subió al escenario. Pelo rubio y familiar y un vestido que dejaba al descubierto más piel de la que Granger jamás llevaría en público. Agitó unas espesas pestañas hacia él y Theo.

—Harry, soy yo, Hermione. —Dijo con voz sensual.

—Avádame ahora mismo. —Draco se volvió hacia Theodore—. Theo...

—Esa no es Astoria Greengrass, ¿verdad? —Theo se rio y le golpeó en el hombro.

Draco refunfuñó.

—Sí, lo es. —Bajó la cabeza hacia el escritorio que tenían delante—. ¡Siguiente!

—Vamos, Dimitri. ¿No crees que yo sería la mejor candidata? Conozco a Hermione Granger desde hace tanto tiempo como tú. —Astoria gritó desde el escenario—. Puedes decirme lo demás que necesito saber.

Draco fulminó con la mirada a Theo cuando Astoria empezó a acercarse a su mesa, comunicándole con la mirada que estuviera de acuerdo con él y le dijera que absolutamente no. No sus anteriores lo que sea que fueran. No podía permitir que fingiera ser... ella.

Theo volvió a mirar a Draco con ojos tristes, pero aun así se encogió de hombros como diciendo que ella tiene razón, ¿sabes?

Draco lo sabía. No tenía por qué gustarle.

Astoria habló en voz baja directamente frente a ellos.

—Estoy segura de que tienes un cepillo de pelo de ella por ahí que podemos usar para hacerme un multijugos. Pensadlo, chicos. —Dejó caer un papel con su nombre y dirección... y una estampa roja de sus labios.

—Terminé por hoy. —Draco se levantó cuando ella se fue.

Theo lo agarró del brazo antes de que pudiera desaparecer.

—No lo olvides, Draco, Astoria puede hacer un buen papel. Para cuando se dé cuenta, ya nos habremos ido con el dinero de la recompensa.

Draco se encogió de hombros, sabiendo que tenía razón y que aceptarían trabajar con ella. Pero no parecía lo correcto. Tal vez todo el asunto nunca estuvo bien para empezar.

Ya era demasiado tarde. Todos aquí ya sabían que Dimitri y Vlad habían encontrado a la Chica Dorada perdida. Tenían una imagen que mantener y no dejaría a Theo colgado.

Solo tenía que seguir recordándose a sí mismo lo que era importante.

Los galeones.