17
La mañana siguiente, Tsunade estuvo muy distraída. Su mente vagaba una y otra vez en lo que había sucedido la noche anterior. Todo había empezado como una salida normal y terminó con ella envuelta en los brazos de Athena, en un callejón. Que se dejara consolar por una chica 30 años menor que ella no era lo que se esperaría de una mujer de su rango y edad, pero… Athena había sido tan comprensiva y amable que tampoco se arrepentía del arrebato de debilidad.
Aún podía sentir el calor de su abrazo y lo reconfortante que habían sido sus palabras. Hacía tiempo que no se mostraba vulnerable con alguien (era la Hokage, después de todo), y la chica había reaccionado más allá de sus expectativas. No obstante, había algo que la hacía sentir… no incómoda, pero sí desconcertada, aunque no podía precisar de qué se trataba.
Las semanas pasaron, Athena reanudó el entrenamiento y sus obligaciones en la mansión, y continuaron compartiendo tiempo cada vez que podían; sin embargo, nunca hablaron de lo que sucedió en el callejón. Para Tsunade resultaba mejor, pues así no tenía que ahondar en esos pensamientos que aún no podía descifrar. Además, el episodio de ira había quedado atrás, y sentía que la chica se estaba abriendo cada vez más a ella; a pesar de la timidez que aún persistía en sus interacciones, Tsunade podía asegurar que Athena confiaba en ella más que nadie en la aldea.
Su cumpleaños número 53 llegó y, contrario a lo que había sucedido en años anteriores, esa vez sí lo celebró. Bueno, más específicamente, fue ese grupo de genins el que organizó una pequeña reunión. Decoraron una de las salas de la mansión, trajeron comida y bebidas, hasta le armaron una mesa de juegos. Así que de pie, junto al rincón de las bebidas y con una copa de sake en la mano, Tsunade observada a los invitados con una gran sonrisa en el rostro mientras pensaba en lo afortunada que era de tener a gente tan maravillosa alrededor; la Aldea de la Hoja nunca había sido perfecta, pero la nueva generación estaba cimentando cambios interesantes.
Su mirada se fijó en Athena, que estaba hablando con Hinata; al parecer, entre tímidas se entendían. Sonrío. Athena podía ser mayor, pero poseía una ingenuidad que la hacía entenderse bien con esos chicos.
—Maestra, no debería estar aquí sola.
Tsunade giró el rostro hacia Sakura.
—No te preocupes, solo quería un poco de paz. Creo que he hablado toda la noche. —Volvió a mirar a Athena, quien ahora tenía los ojos puestos en ella, pero en cuanto sus miradas se cruzaron, la chica inmediatamente la apartó.
—Ha cambiado un poco, ¿sabe? —comentó Sakura.
Le tomó un momento entender a qué se estaba refiriendo su aprendiz, sin embargo, cuando volteó a verla, Sakura también tenía la mirada puesta en Athena.
—Sí. —Tsunade le dio un sorbo a su vaso—. La he visto compartir más con ustedes. Aunque, sinceramente, no sé si alguna vez dejará de ser tan tímida —sonrió—. Ni siquiera es capaz de sostener la mirada y hacer un gesto de saludo.
—No creo que se deba solo a la timidez.
Eso la confundió.
—¿Mmm?
Sakura se ruborizó y se mordió el labio. Tenía una expresión de culpabilidad en el rostro.
—Sakura, ¿le pasa algo a Athena? —Ahora estaba preocupada.
Su aprendiz agitó las manos.
—No, no, maestra. Es como usted dice, es muy tímida. —Y tan pronto como pudo, se excusó y se escabulló.
Eso había sido… raro.
Poco a poco, los chicos se fueron yendo, y solo iban quedando los adultos. Había pocos chuunins y jounins, ya que la mayoría estaban en misiones o en sus puestos en la aldea, no podían descuidar sus obligaciones por celebrar el cumpleaños de la Hokage.
Tsunade aprovechó que los menores de edad ya no estaban para usar la mesa de juegos, hacía rato que no apostaba. Después de alrededor de una hora —aunque para Tsunade parecieron solo un par de minutos—, vio que Athena salía de la habitación. ¿Acaso iba a irse sin despedirse? Así que se retiró de la partida y la siguió. Sin embargo, la chica no se dirigió a los cuarteles donde estaban sus aposentos, sino que salió a uno de los balcones.
—Pensé que ibas hacia tu cuarto.
Athena saltó y se llevó la mano al pecho.
—¡Lady Tsunade!
Tsunade arqueó una ceja y se cruzó de brazos.
—Athena, hay que trabajar más en esos sentidos. ¿De verdad no me oíste seguirte?
La chica bajó la mirada.
—No, señora —murmuró—. Debo ser más cuidadosa.
—Así es —sentenció. Sin embargo, tampoco quería ser tan estricta en medio de una celebración—. Ya tendrás tiempo para eso. Dime, ¿la pasaste bien hoy?
Athena la miró y sonrió.
—Sí, señora. Aunque debería ser yo la que le formule a usted esa pregunta, ¿no cree?
Tsunade le devolvió la sonrisa.
—Ha sido una noche divertida.
Athena se giró y puso las manos en la barandilla mientas observaba la aldea.
—Solo quería respirar un poco, hay mucho ruido y gente alrededor.
Tsunade se recostó de medio lado en la barandilla.
—Me lo imaginaba.
—Además —inclinó la cabeza hacia un lado para quedar más cerca de Tsunade—, acá entre nos —dijo con tono de complicidad—, me estaba empezando a sentir como una violinista.
Tsunade soltó una carcajada.
—Es que —continuó Athena— después de que se fueron los chicos, todos parecían estar hablando en… parejas.
Tsunade le golpeó el hombro de manera juguetona.
—¿Y es que yo no cuento? Estaba sola, ¿por qué no te acercaste a mí?
Athena se rascó la cabeza.
—Bueno, usted estaba con su gran amor. —Hizo una pausa dramática—. Las apuestas.
—¡Tonta!
Pero era cierto, los pocos que no estaban por ahí coqueteando, estaban en la mesa apostando con ella.
—Bueno, en todo caso, no me llama la atención ni lo uno ni lo otro —dijo Athena mientras alzaba la miraba al cielo—. Así que mejor salí a ver las estrellas.
Ni el juego ni el amor. Interesante. Y en ese momento recordó una pregunta que venía bailándole en la cabeza desde hacía tiempo.
—Athena, ¿no hay algún chico en la aldea que te llame la atención?
Vio cómo Athena se tensaba y apretaba la barandilla. Luego, cerró los ojos, tragó saliva y finalmente la miró.
—Milady —empezó con cierta cautela—, me temo que no soy como las otras chicas.
Tsunade arrugó el ceño. Athena era peculiar a su modo, pero fuera de ser menos femenina que las demás, no encontraba ninguna otra diferencia.
—¿A qué te refieres?
La chica tomó aire como para darse fuerzas.
—Los hombres no son particularmente de mi gusto.
Eso le hizo patinar el cerebro a Tsunade.
—Bueno, si no te gustan los chicos, entonces… —Al fin sus neuronas hicieron sinapsis. Levantó las cejas.
—Me gustan las mujeres —susurró Athena.
—Ah —fue todo lo que pudo decir, pues su mente apenas se estaba poniendo al corriente con la situación.
A ver, era una mujer que 53 años, que había viajado mucho y también había conocido toda clase de gente. Por supuesto, Athena no era la primera persona homosexual que conocía en su vida; era solo la sorpresa, pues no se le había cruzado por la cabeza.
Cuando abrió la boca para al fin decir algo, se dio cuenta de que había permanecido mucho tiempo en silencio; Athena parecía arrepentida, y el temor le estaba empezando a desdibujar las facciones, parecía como si estuviera a un milisegundo de salir corriendo.
—Athena —la tomó de la muñeca—, no. No es lo que estás pensando. Lo siento, creo que no reaccioné como debería. —La chica desvió la mirada y Tsunade se percató de que tenía lágrimas en los ojos. Le puso la mano en la mejilla y le giró el rostro—. Athena —dijo con suavidad—, siempre te he dicho que puedes decirme lo que quieras, pues jamás te juzgaría. Y esto también se incluye. No tengo ningún problema con que te gusten las chicas. Y me alegro de que lo hayas compartido conmigo.
Un brillo de esperanza se reflejó en los ojos de Athena.
—¿De verdad?
—Claro, tonta. —Le dio un golpecito en la punta de la nariz con el dedo—. Tengo preguntas que me gustaría hacerte, pero eso lo dejaremos para otro día. —Tiró de Athena y la envolvió en sus brazos—. Por lo pronto —le susurró al oído—, ten la seguridad de que lo que me has dicho no cambia nada entre nosotras.
Sintió cómo Athena se estremecía en sus brazos y luego se relajaba.
—Muchas gracias, lady Tsunade —murmuró contra su hombro.
