CVIII

Los hombros de Max se relajan.

—Ven aquí —murmura con toda la delicadeza de la que es capaz, tirando suavemente de su amiga hasta que alcanza a rodearla entre sus brazos—. El…

Agobiada por la tan difícil admisión que acaba de hacer en voz alta, Eleven rompe en llanto.

—Él… Él pudo… Él debería haber…

—Sí —Max concuerda, acariciando su espalda con delicadeza, consciente de la humedad sobre su hombro y de cada temblor de Eleven—. Debió defenderte.

—Es… tonto, supongo —solloza—. Si te detienes a pensarlo…

—¿Tonto? —Max se aparta de ella y la toma por los hombros para mirarla a los ojos—. No, El, no es tonto, ¿por qué lo sería?

—Yo… soy diferente —le recuerda—. Puedo… hacer cosas… Podría…

—El que no hayas utilizado tus poderes para lastimar a otra persona solo habla bien de ti —replica Max—. Eso es independiente de la decisión de Mike de no hacer nada cuando lo necesitabas.

Max sabe que tiene razón. Y que, justamente por eso, Eleven está sufriendo.

La palabra que sale de sus labios es la que menos se espera, sin embargo:

—Henry…


—Pasé una bonita noche.

El comentario no le sorprende: supone que una velada en la que un hombre que considera apuesto la invita a cenar y durante la cual puede hablar mal de su víctima favorita durante horas es una bonita noche para la especie de alimaña que Angela es.

—¿Sí? Me alegro de oírlo.

Y entonces, Henry le sonríe; puede ver con claridad que las pupilas de Angela se dilatan al mirarlo.

—Si no tienes prisa —dice al fin—, me gustaría mostrarte algo.

Su sonrisa afectada no es, para nada, como la de Eleven.


Max está definitivamente fuera de su elemento.

—¿Quieres que llame a Henry? ¿Es eso? Porque tan solo dímelo y yo…

—No. —Eleven inspira hondo y cierra los ojos, obviamente buscando serenarse—. Yo… estaré bien.

Guarda silencio unos momentos para demostrarle que respeta su decisión.

En ese tiempo, no obstante, no puede evitar pensar en Henry.

Es…

—… siempre Henry.

Eleven abre los ojos y la observa con expresión confundida. Eso está mejor: Max no puede lidiar con desesperada; confundida, en cambio…

Ah, con eso que puede ayudar.


—Oooh, ¿adónde lleva?

El sendero al cual Angela se refiere se pierde entre los árboles; no se trata de un parque, sin embargo…

… sino un bosque.

Henry vuelve a sonreírle.

—¿No te gustaría averiguarlo conmigo?

Angela suelta una risita y asiente.


—¿Siempre… Henry? ¿Qué quieres decir? —le pregunta Eleven.

Max aprieta los labios; Eleven sabe que es un gesto habitual en ella que indica su gran esfuerzo por elegir las palabras correctas.

Finalmente, la mira y empieza:

—Hace… dos años, ¿creo? Sí, fue cuando mamá y Neil se divorciaron…

A Eleven le toma un momento recordarlo.

Y entonces


—Hay algo que quiero decirte —murmura—. Pero temo hacerlo… con un lector de mentes tan cerca, si me entiendes.

(…)

—No diré nada más por el momento. Y, además, creo que pronto será hora de dormir. Entonces…, te lo diré otro día.