Adaptación del libro "0.5 Luca Vitiello" de la Serie Born in Blood Mafia Chronicles de la escritora Cora Reilly. Adaptada con los personajes de Los Juegos del Hambre, que como saben, son propiedad de la también escritora Suzanne Collins.
Esta adaptación está hecha sin fines de lucro.
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DOS
Peeta, 13 años…
El agarre de mi padre en mi hombro era apretado cuando entramos en el Foxy. Había estado dentro del lugar unas pocas veces antes cuando él había tenido que hablar con el gerente. Era uno de los prostíbulos más caros que teníamos.
Las putas estaban alineadas frente al bar y el gerente estaba de pie junto a ellas. Asintió a padre y luego me guiñó un ojo. Padre le hizo un gesto para que se fuera.
—Peeta, tienes trece años —dijo padre. Me sorprendió que hubiera recordado que hoy era mi cumpleaños. No lo había mencionado antes—. Has sido un hombre de la mafia durante dieciocho meses. No puedes ser virgen y asesino.
Me sonrojé, mis ojos dirigiéndose a las mujeres, sabiendo que habían escuchado las palabras de mi padre. Ninguna rio, probablemente demasiado asustadas de él. Enderecé mis hombros, queriendo que me miraran con la misma cautela con la que lo observaban a él.
—Elige dos de ellas —dijo padre con un gesto hacia las putas.
El shock me atravesó cuando entendí por qué estaba aquí.
Me dirigí hacia las mujeres lentamente, intentando parecer tranquilo incluso cuando los nervios retorcían mi estómago. Con casi un metro setenta, ya era muy alto para los trece, así que las mujeres estaban a la altura de mis ojos con sus tacones altos. No estaban usando mucho, solo faldas cortas y sujetadores. Mis ojos se detuvieron en sus pechos. Todas tenían tetas grandes, y no podía dejar de mirarlas. Había visto algunas chicas desnudas en nuestros clubes de striptease, pero siempre solo de pasada, nunca así de primer plano. Todas eran bonitas. Señalé a una mujer con cabello castaño y una con cabello rubio.
Padre asintió. Una de las mujeres me agarró de la mano y me llevó por la puerta trasera. La otra permaneció cerca detrás de mí. Con el tiempo, estaba solo con ellas en una gran suite en la parte trasera del Foxy. Tragué con fuerza, intentando parecer que sabía lo que iba a pasar. Había visto porno y escuchado historias que los otros mafiosos contaban, pero esto se sentía muy diferente.
La mujer rubia comenzó a desvestirse lentamente, tocándose por todas partes. Me quedé mirando, pero me tensé cuando pude sentir mis pantalones apretándose. La mujer de cabello castaño sonrió falsamente y avanzó hacia mí. Me tensé aún más, pero la dejé tocar mi pecho.
—Oh cielos, ya eres un niño grande —dijo ella.
No dije nada, mirándola de cerca. Entonces mis ojos se dirigieron de nuevo a la rubia, que comenzó a tocar su coño. Mi boca se volvió seca. La mujer de cabello castaño deslizó su mano en mi bóxer, y solté un suspiro tembloroso.
—Oh, creo que esto funcionará muy bien, ¿no estás de acuerdo?
Asentí, y luego dejé que me arrastrara hacia la enorme cama redonda en el centro.
Peeta, 17 años…
—Maldición, me alegro de estar lejos de padre, pero desearía que no tuviéramos que ir con Junior para celebrar mi cumpleaños —murmuró Finnick, metiéndose la camisa en los pantalones y comprobando su reflejo. Era la cuarta que se había probado. Mierda, ¿cómo se convirtió en un bastardo tan vanidoso? Parecía empeorar todos los años. Ahora a los quince años, era bastante insoportable.
Cesare me lanzó una mirada. Él, Cato y yo habíamos estado esperando a que Finnick se preparara durante los últimos treinta minutos.
—Habría sido deshonroso rechazar una invitación de tu primo cuando organiza una fiesta para ti —dijo Cato, sonando el doble de su edad. Había cumplido catorce años hacía unos días atrás, y había sido mafioso desde que su padre murió hace unos meses. Su familia necesitaba el dinero, pero nos conocíamos desde hace muchos años.
—No confío en él —murmuró Cesare—. Él y su familia son demasiado ambiciosos.
Mi tío Gottardo y su hijo mayor Gottardo Junior definitivamente no estaban a favor de que me convirtiera en Capo después de mi padre, pero eso se podría decir de todos mis tíos. Pensaban que serían mejores Capos.
—Nos quedaremos unas horas y luego volveremos aquí y haremos nuestra propia fiesta. O iremos conduciendo a Nueva York y vamos a uno de nuestros clubes.
—¿En serio crees que estaremos lo suficientemente sobrios como para regresar a Nueva York? Es un largo viaje desde los Hampton —dijo Cato, frunciendo el ceño.
Finnick rio entre dientes.
—¿Cómo es que eres tan jodidamente respetuoso con las reglas?
Cato se sonrojó.
—Vamos, Finnick. A nadie le importa una mierda tu camisa—gruñí cuando parecía que estaba considerando probarse otra.
La mansión del tío Gottardo no estaba muy lejos de la nuestra, así que fuimos caminando. Un guardia abrió las puertas para nosotros y nos dirigimos por el largo camino de entrada a la puerta principal donde Gottardo Junior estaba esperando. Frunció el ceño cuando nos vio.
—No esperaba que trajeran a más personas.
—Cato y Cesare siempre están con nosotros —le dije a medida que estrechaba su mano antes de volverse hacia mi hermano y felicitarlo. Todos entramos al vestíbulo. La música alta y las voces procedían de la sala de estar. Me quité las fundas de las armas y los cuchillos y las dejé sobre el aparador como se esperaba. Finnick, Cato y Cesare hicieron lo mismo antes de seguir a mi primo hacia la fiesta. Conocía a la mayoría de los hombres solo a distancia, ya que eran amigos de Junior y su hermano Angelo de Washington.
—¿Cómo es que estás aquí? —pregunté, a medida que me dirigía a la variedad de bebidas alcohólicas, mientras que varias chicas semidesnudas bailaban a nuestro alrededor. Junior incluso había establecido postes para ellas.
—Necesitaba unos días de descanso. Los negocios han estado chupándome las bolas.
Asentí. La Bratva nos había dado problemas a todos recientemente.
Junior sonrió ampliamente.
—¡Ahora, vamos a divertirnos!
Un par de horas más tarde, todos estábamos destruidos. Finnick y yo bailamos con un grupo de cuatro chicas. Sería una noche larga. Una de las putas comenzó a sacudirse justo delante de nosotros, con el culo reluciente, su tanga una delgada franja de nada. Cato había desaparecido con otra puta en una habitación trasera. Tal vez finalmente follaría. Cesare se desplomaba en su asiento, con los ojos medio cerrados mientras una mujer lo montaba como una profesional.
Finnick le dio una azotada a la bailarina en el culo y ella chilló, luego se giró y se frotó contra su ingle. Más chicas empezaron a rodearnos. Me dejé caer en uno de los sillones, el alcohol pasándome peaje, y una de las chicas se hundió frente a mí, masajeando mi polla a través de mis pantalones. Una segunda subió detrás de mí y pasó sus manos por mi pecho. Estaba a punto de gruñirle por estar sobre mi espalda cuando cayó hacia adelante, su garganta cortada derramando sangre por mi camisa.
—¡Mierda!
La puta masajeando mi polla alzó la vista con los ojos completamente abiertos. Me empujé del sillón y giré al mismo tiempo, levantando mi brazo justo cuando Junior bajó su cuchillo. La hoja rozó mi antebrazo, cortándolo. Las putas empezaron a gritar a nuestro alrededor. ¿Dónde estaba Finnick?
Junior volvió a intentar asestarme con el cuchillo y yo estrellé mi hombro contra su pecho, luego agarré su garganta y lo empujé contra la pared. Gruñidos y gritos resonaron a nuestro alrededor. Entonces, sonó el primer disparo.
Estaba enfocado únicamente en Junior. Iba a aplastarlo hasta dejarlo jodidamente en polvo. Envolví mi segunda mano alrededor de su garganta también y entonces apreté tan fuerte como pude.
—Tú, maldito traidor —gruñí. ¿En serio creía que podía matarme?
Sus ojos comenzaron a abultarse, y apreté aún más fuerte hasta que las venas en sus jodidos globos oculares comenzaron a estallar y sus huesos crujieron bajo la fuerza de mi agarre. Se sacudió una última vez, y lo dejé caer al suelo. Mis dedos estaban cubiertos de su sangre.
Me di la vuelta lentamente para encontrar a Finnick encima de otro atacante a punto de cortarle la garganta.
—No —ordené, pero fue muy tarde. Finnick había rebanado al cabrón.
Respirando con dureza, me fijé del desorden que nos rodeaba. Cesare se apoyaba contra una pared, pareciendo ligeramente aturdido. Tenía un corte en el costado de su cuello y estaba mirando fijamente al cadáver que tenía delante.
Cato respiraba con dificultad, solo en calzoncillos y una pistola en la mano. Dos putas estaban muertas, y las otras lloraban y me miraban como si yo fuera el demonio.
Caminé más allá de ellas hacia Cato y Cesare. Cato estaba sangrando por una herida en su hombro. Finnick se puso de pie un poco tambaleante, con los ojos muy abiertos, casi febriles. Era la emoción de la muerte que conocía demasiado bien.
—¡Aplastaste su puta garganta con tus propias manos!
—Padre no estará feliz —dije, y luego miré mis manos. Había matado a muchos, pero esto se sentía diferente. Había sido más personal, jodidamente emocionante. Sentir que la vida se le escapaba, sentir sus huesos romperse bajo mis palmas… Maldición, me encantó.
Cesare contempló mi rostro.
—¿Estás bien?
Mi boca se curvó. ¿Creía que me había molestado aplastar la garganta de mi primo?
—Llama a mi padre. —Me volví hacia Cato, quien se veía un poco agitado—. ¿Qué tan malo es?
Se encogió de hombros.
—No es nada. La bala atravesó en línea recta. Uno de los amigos de Junior sacó sus armas al mismo tiempo que yo.
Asentí, pero mi mente seguía repitiendo la muerte de mi primo. Mis ojos fueron atraídos por las putas ilesas, preguntándome si alguna de ellas había estado involucrada en esto.
Finnick se me acercó.
—Mierda. No puedo creer que nuestro primo haya intentado matarnos.
—Tenías tu cuchillo —le dije.
—Sabes que nunca voy a ningún lado sin él —dijo Finnick con una sonrisa inquietante.
—Nunca más dejaré mis jodidas armas.
Cato se acercó, pareciendo un poco tembloroso.
—¿Crees que tu tío y tu otro primo estuvieron involucrados?
—Probablemente —murmuré. Dudaba que Junior hubiera ideado el plan por sí mismo. Encajaba con el carácter de Gottardo convencer a uno de sus hijos sobre esto en lugar de arriesgar su propia puta vida.
Cobarde.
—¿Por qué se arriesgó? Incluso si hubiera logrado matarnos, seguiría estando tu padre, y te vengaría —dijo Cato.
—No —gruñí—. Si Finnick y yo hubiéramos sido lo suficientemente estúpidos como para morir en manos de Junior, nuestro padre nos habría considerado eslabones débiles. Habría permitido que Nina tuviera un hijo, y luego habría tenido un heredero nuevo. Fin de la historia.
Finnick hizo una mueca porque era la verdad. Ambos lo sabíamos.
—Necesito una puta bebida —gruñí en dirección a una de las putas. Corrió hacia el bar y me sirvió un whisky antes de traérmelo. La contemplé atentamente mientras tomaba un sorbo, y bajó los ojos—. ¿Sabías?
Sacudió la cabeza bruscamente.
—No. Nos dijeron que era una fiesta de cumpleaños y que se suponía que íbamos a bailar. Eso es todo.
Me acerqué a uno de los sillones con mi bebida y me hundí. La puta cuya garganta había cortado Junior yacía junto a él en un charco de sangre. Al final, Finnick, Cesare y Cato se sentaron frente a mí mientras esperábamos a mi padre y sus hombres. No había nada más que hacer. Habíamos matado a Junior y sus amigos, así que no podíamos interrogarlos, y Gottardo y Angelo estaban en Washington. Capté las miradas que me dieron Cato y Cesare, una mezcla de respeto y conmoción.
Finnick negó con la cabeza.
—Mierda. No es así como quería pasar este día.
Padre, su Consigliere Bardoni y varios soldados más llegaron aproximadamente una hora después. Padre apenas miró hacia nosotros antes de dirigirse a mi primo.
—¿Le aplastaste la garganta? —preguntó, inspeccionando lo que quedaba de Gottardo Junior. Capté el toque de orgullo en su voz. Pero no quería su puta aprobación.
Asentí.
—No tenía armas porque asumí que estaba entre familia y no con un maldito traidor. Se atragantó con su sangre traidora.
—Como una Tenaza —comentó Finnick.
—Peeta, el Tenazas —dijo padre con una sonrisa extraña.
Había sido un largo y jodido día, largas y jodidas semanas, una dura prueba seguida de otra. Quería matar a cada uno de mis tíos.
—Estoy tan harto de que me traten como a un jodido niño —dije mientras Finnick y yo nos dirigíamos a la entrada de la Esfera.
Finnick sonrió y se pasó la mano por el cabello por lo que pareció ser la centésima vez. Un día, lo iba a noquear y afeitar su jodido cabello para detener ese gesto molesto.
—Tienes diecisiete años, Peeta. Todavía no eres un hombre. —Imitó la voz de tío Gottardo con una molesta perfección, incluyendo el tono nasal que me hacía querer arrancarle las cuerdas vocales de la garganta.
Había visto el miedo en sus ojos; el mismo miedo que veía en los ojos de muchas personas desde que había aplastado la garganta de Junior. Gottardo solo fue capaz de tramar esta mierda porque se creía a sí mismo a salvo como mi tío. No podía creer que mi padre le hubiera creído a él y a Angelo… O tal vez no lo hacía y disfrutaba verlos arrastrarse. Definitivamente había mejorado su seguridad y sus guardias desde ese día, de modo que sabía que todavía había traidores entre nosotros.
—Soy más hombre que todos ellos juntos. He matado a más hombres, he follado a más mujeres y tengo pelotas más grandes.
—Cuidado con el ego —dijo Finnick, riendo.
—Tienes un grano en la frente —murmuré. Era una mentira, pero dada la vanidad de Finnick, sabía que era mi mejor apuesta devolverle la pulla por ser un imbécil insoportable la mayor parte de estos días.
Como era de esperarse, Finnick palpó su piel inmediatamente buscando el defecto ofensivo, luego estrechó sus ojos y dejó caer su mano. Puse mis ojos en blanco con una risita. Llegamos frente al portero de la Esfera.
Nos saludó con un breve asentimiento y dio un paso atrás para dejarnos pasar cuando un tipo en la parte delantera de la larga cola, esperando que lo dejaran entrar, gritó:
—¡Oye, estábamos aquí primero! Y ese tipo no tiene la edad suficiente para estar en un club.
Finnick y yo miramos al idiota. Se había estado refiriendo a Finnick, y por supuesto, tenía razón. Con quince años, a Finnick definitivamente no se le permitía estar en un club nocturno como este, pero tampoco yo; solo que, debido a mi tamaño, todos asumían que era mayor.
Finnick y yo intercambiamos una mirada y caminamos hacia Bocazas. Parte de su valentía desapareció cuando me detuve justo delante de él.
—¿Tienes algún problema?
—Hay leyes —respondió.
Finnick mostró su sonrisa de tiburón que había perfeccionado recientemente después de pasar muchas horas frente a un espejo.
—Tal vez para ti.
—¿Desde cuándo se permiten niños en los clubes? ¿Es una fiesta de graduación o qué? —preguntó Bocazas a nuestro portero.
Finnick estaba a punto de sacar su cuchillo justo en frente de todos, y estaba a medias de dejarlo por diversión cuando una mujer en la cola habló.
—A mí no me parece un niño —dijo ella coqueteando en dirección a Finnick.
—Y tú te pareces a mi próxima conquista —agregó la chica a su lado con una sonrisa hacia mí.
Levanté una ceja. Finnick con su alegre encanto juvenil siempre era un imán para las chicas, pero mi encanto de depredador más rudo definitivamente también tenía sus ventajas.
Ambas mujeres eran altas, rubias, y lucían como sexo caminando.
—Déjalas entrar —le dije a nuestro portero. Abrió la barrera para que así pudieran deslizarse—. Y él y sus amigos tienen prohibido la entrada a la Esfera —agregué.
El sonido de sus protestas nos siguió hasta el club, pero me importó una mierda. Envolví mi brazo alrededor de la rubia a mi lado, quien apretó mi trasero y me dio una sonrisa seductora.
Finnick y su chica ya estaban examinándose las gargantas como mínimo.
—¿Hay un lugar donde podamos follar? —me preguntó la rubia, presionándose contra mí.
Sonreí. Así es como más me gustaba. Mujeres que no requirieran trabajo, revolcones fáciles, sin preguntas.
—Claro —le dije, alcanzando su propio culo y apretándolo.
—¿Tu polla es tan grande como el resto de ti? —preguntó mientras la guiaba por la puerta de atrás hacia un almacén.
—Descúbrelo por ti misma —gruñí, y ella lo hizo. Para el momento en que la puerta se cerró, se puso de rodillas y succionó cualquier pensamiento sano de mi cerebro. Su lápiz de labios manchó mi polla de rojo a medida que me follaba como una puta profesional. Incliné mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos—. Maldición —siseé cuando me llevó profundamente en su boca. Era mejor que la mayoría de las putas con las que había estado, y esas mujeres habían pasado años perfeccionando su oficio. Me relajé contra la puerta, acercándome cada vez más a derramar mi semen en su garganta.
Ella se movió y se tensó de una manera que levantó mis sospechas. El instinto hizo abrir mis ojos de golpe un momento antes de que ella empujara algo hacia mi muslo. Me aparté bruscamente, golpeando su brazo. Ella dejó caer una jeringa y volvió a intentar buscarla. Agarrando su garganta, la lancé lejos de mí. La parte posterior de su cabeza chocó con los estantes de almacenamiento con un crujido repugnante, y luego se desplomó en el suelo.
Me quedé mirando la jeringa, respirando con dureza. ¿Qué clase de mierda intentó inyectarme?
Me subí los pantalones y me acerqué a ella. No me molesté en sentir su pulso; su cuello estaba torcido en un ángulo que no dejaba ninguna duda sobre su muerte. Me incliné sobre ella y le bajé los pantalones, revelando su cadera. Había una cicatriz donde alguien había quemado un tatuaje. Sabía qué tipo de señal había estado grabada en su piel: los Kalashinkovs cruzados de la maldita Bratva que tatuaban en la piel de cada una de sus putas.
—Mierda —gruñí. Esto había sido una trampa, y había caminado directamente hacia ella, había dejado que mi polla dominara mi pensamiento, había bajado mis guardias. ¿El incidente con mi primo no debería haberme enseñado mejor?
Me levanté de golpe. Finnick. Mierda. Salí corriendo de la habitación y busqué en las otras habitaciones traseras. Sin señales de él o la otra puta traidora sin duda alguna. Crucé la pista de baile a toda prisa, buscando en la multitud una señal de mi hermano, pero no lo vi por ninguna parte. ¿Dónde estaba?
Me dirigí afuera, pasando la multitud esperando entrar y doblé la esquina hasta que llegué al pequeño callejón detrás de la Esfera. Finnick estaba ocupado consiguiendo una mamada. Sus ojos también estaban cerrados. Éramos unos jodidos idiotas estúpidos. Ninguna maldita mamada valía la pena olvidar la primera regla en nuestro mundo: no confíes en nadie.
La puta buscó algo en su bolso.
—¡Finnick! —grité, sacando mi pistola. Sus ojos se abrieron de golpe, su expresión una mezcla de molestia y confusión antes de registrar lo que ella sostenía en su mano. Alcanzó su cuchillo y ella levantó la jeringa para golpear. Apreté el gatillo y la bala atravesó su cabeza, arrojándola hacia atrás. Cayó de lado, la jeringa cayendo de su palma.
Finnick miraba fijamente a la mujer, cuchillo en mano y su jodida erección aún expuesta. Me acerqué a él y revelé la piel quemada sobre su cadera.
—En serio desearía que ella hubiera esperado a que yo me corriese antes de que intentara matarme —murmuró.
Me enderecé, luego hice una mueca.
—¿Por qué no te subes los pantalones? Ya no hay razón para que exhibas tu verga.
Se arrastró los pantalones por sus piernas y se ajustó el cinturón, después me miró.
—Gracias por salvarme el culo. —Me dio una sonrisa, pero fue apagada—. ¿Al menos tuviste tu final feliz antes de que tu conquista intentara terminar contigo para siempre?
Negué con la cabeza.
—La Bratva casi nos atrapa. Ambos actuamos como unos jodidos tontos, dejando que esas estúpidas putas nos guiaran por nuestras pollas como adolescentes cachondos.
—Somos adolescentes cachondos —bromeó Finnick a medida que envainaba su cuchillo.
Miré hacia la mujer muerta.
—¿La otra puta también está muerta? —preguntó Finnick. Asentí.
—Se rompió el cuello.
—Tus dos primeras mujeres —dijo con un toque de cautela, sus ojos escaneando mi cara, buscando Dios sabe qué—.¿Te sientes culpable?
Contemplé la sangre manchando el concreto y los ojos sin vida de la mujer. La ira era la emoción prevaleciendo en mi cuerpo. Ira conmigo mismo por ser un blanco fácil, por pensar que una mujer bonita no era una amenaza. Y una furia ardiente contra la Bratva por intentar matarme… y peor aún, a Finnick.
—No —dije—. Lo único que lamento es que las maté antes de que pudieran responder algunas cuantas preguntas. Ahora tendremos que cazar algunos imbéciles de la Bratva y conseguir la información de ellos.
Finnick tomó la jeringa y me puse tenso, preocupado de que pudiera darle algo del veneno entrando en contacto con su piel por accidente. No tenía ninguna duda de que lo que hubiera allí llevaría a una muerte insoportable.
—Tenemos que averiguar qué hay allí.
—Primero, tenemos que deshacernos de los dos cuerpos antes de que los invitados o la policía los encuentren. —Levanté mi teléfono hacia mi oído y llamé a Cesare—. Te necesito en la Esfera. Rápido.
—En seguida. Dame diez minutos —dijo Cesare, sonando como si lo hubiera despertado.
Cesare era más mi hombre que soldado de mi padre, y confiaba en él para mantener la boca cerrada cuando era necesario.
—Padre no estará contento con esto —dije. Finnick me dio una mirada curiosa.
—¿Por nosotros cayendo en una trampa o que la Bratva intentara matarnos?
—Lo primero, y tal vez lo segundo.
—Me estoy cansando de que la gente intente matarnos — murmuró Finnick, su tono serio por una vez.
Tomé una respiración profunda.
—Así es como es. Cómo siempre será. No podemos confiar en nadie más que en el otro.
Finnick negó con la cabeza.
—Mira a padre. Él no confía en nadie. Ni siquiera en Nina.
Hacía bien en no confiar en su esposa considerando la forma en que la trataba. Los matrimonios en nuestro mundo rara vez llevaban a la confianza, y mucho menos al amor.
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16 / SEP / 2022
