Adaptación del libro "0.5 Luca Vitiello" de la Serie Born in Blood Mafia Chronicles de la escritora Cora Reilly. Adaptada con los personajes de Los Juegos del Hambre, que como saben, son propiedad de la también escritora Suzanne Collins.

Esta adaptación está hecha sin fines de lucro.

.

.

.

.

TRES

Peeta, 20 años…

Al momento en que entramos en el ascensor, el sonido de la música y la risa nos rodeó.

—Parece que esta fiesta podría valer nuestro tiempo —dijo Finnick, comprobando su aspecto en el reflejo de las puertas. Excepto por nuestros rasgos faciales en general, no nos parecíamos mucho. Seguía siendo la viva imagen de mi padre, los mismos ojos fríos y grises, el mismo cabello negro, pero nunca lo usaba de la misma manera repugnante peinada hacia atrás que él.

—Esa sería una ventaja, pero la razón principal por la que estamos aquí es por las conexiones.

El apartamento pertenecía al senador Parker, quien estaba fuera por negocios con su esposa. Su hijo, Michael, aprovechó la oportunidad para organizar una fiesta, invitando a casi todos los que importaban en Nueva York.

Michael nos esperó en la puerta abierta cuando Finnick y yo salimos al pasillo. Era la primera vez que veía a Parker Junior sin traje, ya que estaba intentando seguir los pasos de su padre. Él nos saludó con una sonrisa torcida, ya ebrio.

Asentí hacia él. Por un momento, pareció como si quisiera abrazarme como tantas personas tendían a hacer con todos, pero luego se lo pensó mejor. Bien por él.

—Me alegra tanto que pudieran venir —dijo arrastrando las palabras—. Tomen una copa. Reservé unos cuantos camareros que pueden preparar cualquier cóctel que quieran.

El ático estaba lleno de invitados y la música palpitaba en mis sienes. Finnick y yo no beberíamos mucho, nada en todo caso. Habíamos aprendido de nuestros errores del pasado, incluso si la multitud actual no representara ningún peligro. La mayoría se mearían en los pantalones si supieran la mitad de las cosas que Finnick y yo habíamos hecho desde que nos habíamos convertido en hombres de la mafia. Por así decirlo, solo conocían los rumores. Oficialmente, éramos los herederos del empresario, magnate inmobiliario y propietario de clubes, Salvatore Vitiello.

Para el momento en que entramos, la gente comenzó a susurrar. Siempre era lo mismo. Michael señaló el bar y el buffet, pero apenas escuché. Mis ojos se dirigieron a la pista de baile, que se había instalado en el centro del gran espacio abierto que debe haber sido la sala de estar antes de que se retiraran los muebles para la fiesta. Varias chicas que habían estado bailando con hijos de otros políticos lanzaban miradas hacia nosotros.

Finnick y yo intercambiamos una mirada. Las amantes de las emociones fuertes estaban a punto de rodearnos. Este tipo de chicas, de buenas familias, mimadas y totalmente aburridas, eran nuestra principal presa. No acabarían intentando matarnos.

Una de las chicas, una bomba sexual pelinegra alta con tetas falsas y un atuendo que se aferraba a su cuerpo como una segunda piel, comenzó a follarme con los ojos de inmediato. Dejó atónito a su compañero de baile al dejarlo parado en la pista de baile y se acercó a mí seductoramente en sus tacones altos.

Michael gimió. Le eché un vistazo.

—Esa es mi hermana menor, Clove.

Fruncí el ceño. Esto podría complicar mis planes. Michael me miró, luego a Clove.

—No me importa si intentas conquistarla. De todos modos, hace lo que quiere. Siempre está en la búsqueda de su próxima conquista, pero muchas salchichas han sido sumergidas en ese frasco de mostaza, si me entiendes.

Mis cejas se alzaron. No me importaba si Clove se había follado a la mitad de la población masculina de Nueva York. Era para follar y mamar, nada más. Pero si yo tuviera una hermana, definitivamente me importaría si actuaba así, a diferencia de Michael.

Michael negó con la cabeza.

—Me largo. No quiero ser testigo de eso.

Se dirigió al bar y Finnick lo siguió, pero no antes de enviarme un guiño.

Clove bailó más y más cerca, luego tocó mi pecho.

—Escuché que estás involucrado en el crimen organizado—dijo en mi oído. Su mano se deslizó más abajo, sus ojos ansiosos y coquetos. Definitivamente iba a por todo.

Si se estiraba hacia atrás, sentiría el arma en la funda de mi espalda baja escondida debajo de mi camiseta.

—¿Eso es lo que escuchaste? —pregunté con la sonrisa que hacía que las chicas como ella se vayan. Lo suficientemente oscura como para llamar la atención de su personaje de aburrida niña rica y mimada, pero ni remotamente cerca de mi verdadero lado oscuro para espantarla.

Ella se estremeció contra mí.

—¿Es verdad?

—¿Tú qué piensas? —gruñí, atrayéndola contra mí, dejando que parte de mi dureza se muestre. Sus labios se separaron, su expresión una mezcla de miedo y lujuria.

Presionó su boca contra mi oreja.

—Creo que quiero que me folles.

—Bien —dije sombríamente—, porque voy a follarte ahora mismo. Lidera el camino.

Agarró mi mano y me arrastró, con una sonrisa emocionada. Finnick me sonrió pero, un segundo después, volvió a empujar su lengua por la garganta de una morena.

Clove y yo entramos en lo que supuse que era su dormitorio. La empujé hacia su tocador y la alcé, derribando la mitad de sus labiales en el proceso. Ella frunció los labios.

—Estás haciendo un desastre. Le di una sonrisa oscura.

—¿Parece que me importa un carajo? El resto de tus jodidos labiales se caerán cuando te folle.

Sus labios se separaron. Estaba acostumbrada a los chicos ricos y débiles que nunca habían alzado sus puños en todas sus vidas.

—Entonces después tendrás que recogerlos.

¿Me estaba poniendo a prueba? ¿Tratando de ver si era alguien a quien podía atosigar como a sus novios tarados del pasado?

Tirando de su falda hacia abajo, comprobé la piel inmaculada de sus caderas. Era más hábito que necesidad. Definitivamente no era una asesina de la Bratva.

—No haré ninguna jodida cosa, Clove, ¿entendido? — gruñí mientras deslizaba mi mano debajo de su falda y luego empujé su tanga a un lado, encontrándola húmeda—. La gente hace lo que les digo, no al revés. Nueva York es mi puta ciudad—agregué a medida que empujaba dos dedos en ella. Sus ojos brillaron con fascinación.

Estaba fascinada por el peligro, incluso cuando no sabía absolutamente nada al respecto.

La follé duro con mis dedos.

—Ahórcame —susurró ella. Una de esas.

Cerré mis dedos alrededor de su garganta y la presioné sobre el tocador, empujando el resto de su maquillaje al suelo. Ella se estremeció de placer. Casi no puse ninguna presión detrás de mi agarre; si ella supiera que así había matado a un hombre, si supiera cuántas cosas peores había hecho con estas manos, no me habría pedido que hiciera esto, pero para ella esto era un juego, un juego emocionante y perverso. Era lo mismo con todas las chicas. Yo era su fantasía más oscura hecha realidad.

No entendía que no interpretaba un papel oscuro para ella, que este no era mi lado oscuro, ni siquiera cerca, sino el único lado que podía mostrar en público.

Finnick y yo habíamos dormido menos de dos horas cuando nuestro padre nos levantó de la cama y nos ordenó que fuéramos a desayunar. Pero primero, quería una palabra a solas conmigo. Eso no era nunca algo bueno.

—¿Qué crees que quiere? —preguntó Finnick mientras nos dirigíamos hacia la oficina de padre.

—¿Quién sabe?

Toqué.

—Adelante —dijo padre después de hacernos esperar casi cinco minutos.

—Buena suerte —dijo Finnick con una sonrisa torcida. Lo ignoré y me dirigí a la habitación. Odiaba tener que venir corriendo cada vez que me llamaba. Era la única persona que podía darme órdenes, y maldita sea, lo disfrutaba. Se sentaba detrás de su escritorio con esa sonrisa narcisista que detestaba más que nada.

—Me llamaste, padre —dije, intentando sonar como si no me importara ni un carajo.

Su sonrisa se ensanchó.

—Te encontramos una esposa, Peeta.

Levanté una ceja. Sabía que él y la Organización de Chicago habían estado discutiendo una posible unión durante meses, pero padre nunca había sido muy abierto con la información. Amaba tener ese poder sobre mí.

—¿De la Organización?

—Por supuesto —respondió, tamborileando sus dedos contra el escritorio y observándome. Quería que le preguntara quién era ella, quería prolongar esto, quería verme retorcerme.

Qué se joda. Metí mis manos en mis bolsillos, encontrándome directamente con su mirada.

Su expresión se oscureció.

—Es la mujer más hermosa que la Organización tiene para ofrecer. Una verdadera belleza impactante. Cabello castaño, ojos grises, piel pálida. Un ángel en la tierra, como dijo Cavallaro. —Me había follado a tantas mujeres hermosas. Solo la noche anterior me había follado a Clove en todas las superficies de su habitación. ¿En serio pensaba que me asombraría porque me había encontrado una esposa bonita? Si fuera por mí, no me casaría ni remotamente pronto—. Espero que disfrutes rompiendo sus alas —agregó padre.

Esperé el "pero". Padre se veía demasiado complacido consigo mismo, como si estuviera ocultando algo que sabía que odiaría.

—Tal vez has oído hablar de ella. Es Katniss Everdeen. Es la hija del Consigliere y cumplió quince años hace unos meses.

No fui lo suficientemente rápido como para ocultar mi sorpresa. ¿Quince? Maldita sea, ¿estaba bromeando?

—Pensé que querían que la boda se llevara a cabo pronto—dije con cuidado.

Padre se reclinó en su asiento, sus ojos buscando un destello de debilidad.

—Así es. Todos lo queremos.

—No me casaré con una maldita niña —gruñí, ya terminé de jugar. Estaba harto de sus juegos.

—Te casarás con ella, y te la follarás, Peeta.

Exhalé antes de decir o hacer algo de lo que me arrepentiría más tarde.

—¿En serio crees que nuestros hombres me admirarán si actúo como un maldito pedófilo?

—No seas ridículo. Nos admiran porque nos temen. Y Katniss no es tan joven. Tiene la edad suficiente para abrir sus piernas y hacer que te la folles.

No era la primera vez que consideraba poner una bala en su cabeza. Era mi padre, pero también era un bastardo sádico que odiaba más que cualquier otra cosa en el mundo.

—¿Qué dice la niña de tu plan?

Padre se echó a reír.

—Todavía no lo sabe, y no es que sus sentimientos sean importantes. Ella hará lo que le digan que haga, y tú también deberías hacerlo.

—¿A su padre no le importa darme a su hija antes de que sea mayor de edad?

—No.

¿Qué clase de bastardo era Everdeen? Podía ver cuánto estaba disfrutando padre de mi furia.

—Pero Marvel Cavallaro estuvo reacio a la idea y sugirió posponer la boda.

Asentí. Al menos, una persona no estaba jodidamente loco.

—Por supuesto, todavía no hemos decidido qué hacer al respecto. Te lo haré saber una vez que se tome la decisión. Estaré en el comedor en quince minutos. Dile a Nina que quiero un huevo de cinco minutos. Ni un segundo más.

Me fui, sabiendo que me estaba echando. Finnick se apoyaba contra la pared frente a la oficina de padre. Pasé junto a él, intentando controlar la rabia ardiendo ferozmente en mi cuerpo. Quería matar a alguien, preferiblemente a nuestro padre. Fui directamente hacia el área del bar en la sala de estar de la casa.

—¿Qué hizo ahora nuestro sádico padre? —preguntó Finnick a medida que me alcanzaba.

Lo fulminé con la mirada.

—Quiere que me case con una maldita niña.

—¿De qué mierda estás hablando? Pensé que estaba intentando arreglar una unión con la mujer más hermosa de la puta Organización —dijo Finnick burlonamente.

—Deben estar sin mujeres bonitas allí, porque quieren que me case con Katniss Everdeen, que tiene solo quince jodidos años.

Finnick silbó.

—Santa mierda. ¿Han perdido la puta razón? ¿Qué hizo la pobre chica para merecer semejante destino?

No estaba de humor para sus bromas. Quería golpear algo… duro.

—Es la hija mayor del Consigliere, y parece un ángel en la tierra si le crees a Fiore Cavallaro.

—Así que la casan con el diablo. Un matrimonio de infierno.

—Estás empezando a cabrearme, Finnick. —Me estiré sobre el mostrador de la barra y agarré la botella de whisky más cara, que nuestro padre guardaba para ocasiones especiales. Me la llevé a los labios y di un trago profundo.

Finnick me arrebató la botella de la mano y la echó hacia atrás, tomando una cantidad considerable del líquido ámbar antes de devolvérmela. Fuimos y vinimos así por un rato antes de que Finnick volviera a hablar.

—¿En serio van a hacer que te cases con esa chica? Quiero decir, estoy a favor de las cosas pervertidas, pero follarse a una niña de quince años es demasiado pervertido incluso para mí.

—El cabrón de su padre me la entregaría mañana mismo.

A ese bastardo no parece importarle.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

—Le dije a padre que no me casaré con una niña.

—Y él te dijo que madures y que hagas lo que te dice tu Capo.

—No puede ver por qué la niña necesita ser mayor para la boda. Todo lo que tiene que hacer es abrir las piernas para mí.

Finnick entrecerró los ojos de esa manera jodidamente molesta que tenía cuando estaba intentando resolver algo.

—¿Y lo harías?

—¿Haría qué? —Sabía a qué se refería, pero me molestaba jodidamente increíble que tuviera que preguntar.

Esperaba esa pregunta de todos los demás, pero no de él. Finnick sabía que incluso yo tenía ciertas líneas que no estaba dispuesto a cruzar. Todavía. La vida podía ser una perra, especialmente si estabas en la mafia, así que aprendí que "nunca digas nunca" era un lema apropiado para vivir.

—¿Te la follarías?

—Soy un asesino, no un pedófilo, estúpido imbécil.

—Ya hablas como un verdadero filántropo.

—Jódete, y deja de leer el maldito diccionario.

Finnick sonrió y sacudí la cabeza con una sonrisa satisfecha. Ese hijo de puta sabía cómo hacerme sentir mejor.

Finnick apenas había dejado de hablar desde que nos bajamos del avión, y obviamente no tenía ninguna intención de hacerlo ahora que estábamos en la mansión Everdeen. Estaba a segundos de darle un puñetazo en la garganta.

—Deja de estar malhumorado, Peeta. Deberías estar feliz. Hoy conocerás a tu prometida. ¿No tienes curiosidad por cómo se ve? Podría ser extremadamente fea.

No lo era. Padre no dejaría que la Organización nos engañara así. Pero no había encontrado ni una foto de ella en internet. Everdeen parecía mantener a su familia fuera del ojo público.

—Me sorprende que la criada no nos haya seguido. Parece un gran riesgo dejar que unos enemigos potenciales caminen por la casa sin supervisión. Me hace preguntarme si esto es una trampa —dijo Cesare mientras seguía mirando por encima del hombro.

—Es un juego de poder. Everdeen quiere mostrarnos que no está preocupado por nuestra presencia —dije a medida que nos dirigíamos en la dirección hacia la que la criada nos había señalado.

Podía escuchar que había personas corriendo hacia nosotros. Mi mano fue a mi arma. Cesare y Finnick hicieron lo mismo cuando doblamos la esquina. Cuando vi lo que causaba la conmoción, me relajé. Unos niños se perseguían entre sí, lanzándose directamente hacia nosotros. El niño logró detenerse, pero una pequeña niña corrió hacia mí, agitando los brazos y estrellándose contra mi cuerpo. Mis manos se dispararon para atraparla. Ella me miró con los ojos completamente abiertos mientras la sostenía por los hombros.

—Prim —gritó una de las otras chicas. Mis ojos se dispararon hacia ella, luego hacia su largo cabello castaño, y supe quién era. Katniss Everdeen, mi futura esposa. Era la mayor del grupo, pero maldita sea, se veía tan jodidamente joven. Quiero decir, no era como si hubiera esperado una mujer adulta, pero esperaba que no fuera tan jodidamente obvio que solo tenía quince años. Cuando tenía esa edad, ya me sentía y actuaba como un hombre. No estaba seguro de lo que habría hecho si Cavallaro y mi padre no hubieran aceptado esperar hasta que ella tuviera dieciocho años.

Era hermosa de una manera infantil, pero había una promesa de belleza impresionante bajo sus rasgos jóvenes. Era pequeña pero, con mi tamaño, la mayoría de las mujeres lo eran. En unos pocos años, cuando se convirtiera en mi esposa, sería impresionante. Será mejor que aprenda a esconder mejor sus emociones para ese entonces. Parecía jodidamente aterrorizada. Estaba acostumbrado a que la gente me diera ese tipo de mirada, pero con las mujeres prefería la admiración y la lujuria al terror.

—Prim, ven aquí —dijo. Era bastante obvio que estaba intentando parecer fuerte y mayor. Habría sido más convincente si su voz no estuviera temblando y si no hubiera ese brillo petrificado en sus ojos. Aflojé mi agarre sobre su hermana, quien corrió de inmediato hacia Katniss como si el diablo estuviera pisándole los talones. ¿Acaso estas chicas nunca habían conocido a otros hombres? Everdeen probablemente las mantenía en una jaula dorada, cosa que me sentaba muy bien.

—¡Ese es Peeta Mellark! —espetó la pelirroja y en realidad, arrugó su puta nariz. No estaba acostumbrado a tanta rudeza. La gente sabía que no debía faltarme el respeto. Sin embargo, las mocosas de Everdeen no estaban enteradas.

Hubo un siseo y el niño salió disparado en mi dirección y, de hecho, me atacó.

—¡Deja en paz a Katniss! ¡No la tendrás!

Cesare hizo un movimiento para intervenir como si necesitara ayuda contra un enano.

—No, Cesare. —Miré al niño. Su fervor era casi admirable si no fuera tan inútil. Atrapé sus manos.

Katniss se arrastró hacia mí como si pensara que podría romperle el cuello a su hermano y luego el suyo. Mierda, ¿qué le había contado su familia sobre mí? Deberían haber mentido. Sabía que tenía una reputación y estaba jodidamente orgulloso de ella, pero Katniss no necesitaba saberlo… todavía.

—Qué cálida bienvenida recibimos. Esta es la infame hospitalidad de la Organización —dijo Finnick, como de costumbre dando rienda suelta a su bocaza.

—Finnick —advertí antes de que dijera más. Estos eran niños, incluso mi futura esposa, y no necesitaban escuchar su vocabulario colorido.

El enano se estaba retorciendo en mi agarre, gruñendo y siseando como un perro salvaje.

—Tom —dijo Katniss, sus ojos lanzándose hacia mí durante un milisegundo antes de agarrar el brazo de su hermano—. Es suficiente. Esa no es la forma en que tratamos a los invitados.

A pesar de su apariencia quebradiza, Katniss parecía tener algo de poder sobre sus hermanos. Su hermano dejó de luchar y la miró como si ella fuera el centro de su mundo.

—Él no es un invitado. Quiere robarte, Katniss.

Lo siento, amiguito, nada de este maldito arreglo fue idea mía. Y, sin embargo, tenía que admitir que, después de haber visto a Katniss, no la dejaría escapar de mi control por nada del mundo. Ahora era mía. La contemplé mientras le sonreía a su hermano con tanta amabilidad, sorprendiéndome.

Finnick rio entre dientes.

—Esto es demasiado bueno. Me alegro que padre me convenciera de venir.

—Te lo ordenó. —Nuestro padre nunca trataba de convencer a nadie. Ordenaba, sobornaba o chantajeaba.

A Katniss le costó encontrarse con mi mirada; estaba obviamente avergonzada por mi atención. Un profundo rubor se había extendido por sus mejillas. Solté a su hermano, y ella lo apretó contra su cuerpo de forma protectora. Era tan tímida y estaba tan aterrada que me pregunté si se atrevería a oponerse si realmente le hacía algo a su hermano. No es que alguna vez hiciera eso. No había honor en atacar a niños y mujeres.

—Lo siento —dijo Katniss débilmente—. Mi hermano no tenía la intención de ser irrespetuoso.

—¡Sí la tenía! —gritó el chico. La mano de Katniss se disparó y cerró su boca. Casi me reí. Había pasado un tiempo desde que una mujer me había hecho querer reír, incluso por accidente.

—No te disculpes —siseó la pelirroja—. No es culpa nuestra que él y sus escoltas ocupen tanto espacio en el pasillo. Por lo menos, Tom le dice la verdad. Todos los demás piensan que deben adularlo ya que él va a ser el Capo…

Le envié a Finnick una mirada. Esa chica tenía el mismo mal genio que él.

Después de más disputas, Katniss finalmente consiguió que sus hermanos se fueran. Me alegré de verlos desaparecer. Destrozaban mis nervios. No era de sorprender que Everdeen quisiera casar a sus hijas tan rápido como sea posible.

Katniss se retorció cuando me miró.

—Me disculpo por mi hermana y hermano. Son…

—Protectores contigo —terminé por ella—. Este es mi hermano, Finnick.

Katniss apenas miró en su dirección, pero en realidad tampoco estaba mirándome a los ojos.

Asentí a mi lado.

—Y este es mi mano derecha, Cesare.

Ella parpadeó. Parecía que iba a saltar si daba un paso en su dirección.

—Debería ir con mis hermanos. —Se giró y se alejó rápidamente hasta que su cabeza castaña desapareció de la vista.

—Todavía lo tienes, Peeta. Aterrorizando a las chicas de diestra a siniestra con tu brusco encanto —dijo Finnick.

—Vamos. Everdeen se estará preguntando qué es lo que nos está demorando tanto. —Everdeen era la última persona con la que quería encontrarme, a menos que dicha reunión involucrara cuchillos, pistolas y un baño de sangre. Lo odiaba sin haberlo conocido nunca. ¿Qué clase de padre casaba a una chica como Katniss con un chico como yo? Parecía un ángel, y era tan tímida e inocente como uno, y no me hacía ninguna ilusión de lo que yo era: un bastardo frío en los mejores días y un monstruo el resto del tiempo. Al menos, a ella le quedaban tres años más antes de que tuviera la oportunidad de destruir su vida con mi oscuridad.

No había suficiente alcohol en el mundo para hacer más soportable la presencia de Everdeen y Fiore Cavallaro. No quería nada más que abrirles la garganta y verlos desangrarse hasta morir.

Finnick me lanzó una mirada de reojo, probablemente sabiendo exactamente lo que estaba pensando. No dudaría ni un segundo si le pidiera que sacara sus cuchillos. Finnick siempre estaba listo para clavar su cuchillo en la siguiente persona que lo molestara.

—Es una verdadera belleza, Peeta —dijo Everdeen con orgullo—. No te arrepentirás de tu elección.

En realidad, no había habido una elección de mi parte, pero me guardé las palabras para mí mismo. No tenía sentido iniciar una discusión, especialmente cuando mi padre me observaba como un halcón.

—Es completamente pura. Nunca se le permite ir a ninguna parte sin sus guardaespaldas. Es solo tuya.

Me obligué a sonreír. No es que no lo apreciara. La idea de que alguien pudiera tocar a Katniss hizo que mi sangre palpitara con furia en mis venas. Me sentía jodidamente posesivo con ella. Nunca me importó si las chicas con las que estaba habían follado con otros hombres, pero con Katniss mataría a cualquiera que se atreviera a mirarla de forma incorrecta.

—No hay nada mejor que romperlas —dijo el primo de Katniss, Thread. Era más bajo que yo. Si esta noche terminaba en un baño de sangre, él sería el último al que mataría, así podría tomarme mi tiempo con él. Ver si aún lograba mantener esa sonrisa fea con mi cuchillo saliendo de la cuenca de su ojo.

Marvel le dirigió a su soldado una mirada dura y Thread miró hacia su bebida rápidamente. Era la primera vez que Marvel mostraba algún tipo de reacción emocional en absoluto. Su esposa había muerto no hacía mucho tiempo.

Fiore seguía siendo oficialmente el Jefe de la Organización, pero no pude evitar preguntarme si Marvel era el hombre que dirigía el espectáculo.

Alguien llamó.

Cuando la puerta se abrió y Katniss se deslizó, manteniéndose de espaldas a nosotros, me puse rígido. No se parecía en nada a la chica que había visto ayer. Llevaba un vestido ajustado que revelaba unas piernas largas y delgadas, piel cremosa y un bonito trasero. Maldición. Cuando finalmente se dio la vuelta, descubrí que el frente era igual de bonito a la vista. Entonces mis ojos viajaron más arriba. Katniss mantuvo la cabeza gacha, sus ojos posados en el suelo, y pude verla temblando de miedo e incomodidad. Algo protector y furioso alzó su cabeza en mi pecho, sorprendiéndome. Era mía. ¿Cómo su madre podía dejarla caminar por ahí con este atuendo? Me apuesto mi bola izquierda que Katniss no había tenido voz en la elección de esa puta broma de vestido. Me había follado chicas con vestidos más cortos, pero esta era mi futura esposa, y solo tenía quince años. Sus padres deberían protegerla, no tratarla así. Finalmente se arriesgó a echarme un vistazo y se encontró con mi mirada. Por el amor de Dios, parecía que quería llorar. Si alguna vez tenía la oportunidad, mataría a Everdeen y maldita sea, lo disfrutaría. Bajé mi vaso antes de poder arrojarlo contra la pared.

Los ojos de Katniss revolotearon nerviosamente. Los otros hombres en la habitación la observaban con el respeto necesario, pero ese hijo de puta de Thread la estaba desnudando con sus putos ojos. Si esto fuera Nueva York, lo aliviaría de la carga de volver a ver algo otra vez. Y tal vez lo haría de todos modos si él no dejaba la inspección pronto.

Ignorando la falta de respeto de Thread, Everdeen llevó a Katniss hacia mí. Me miró como si esperara que mi mandíbula cayera al suelo por Katniss. Era hermosa, y en tres años podría apreciar verla vestida así, pero ahora solo me cabreaba que Everdeen intentara hacer a Katniss verse como una jodida bomba sexual cuando era evidente que ella lo odiaba.

—Esta es mi hija, Katniss —dijo Everdeen con una mirada ansiosa como un pastor alemán esperando que su amo arroje una rama.

Fiore me dio una sonrisa satisfecha.

—No prometí demasiado, ¿verdad?

Jódete.

—No lo hiciste.

El hermano menor de Katniss se le acercó y deslizó su mano en la de ella. Mis ojos se dirigieron a sus piernas por un momento, pero los aparté de inmediato.

—¿Quizá los futuros esposos quieren estar solos por unos pocos minutos? —dijo padre con una mirada que conocía muy bien. Probablemente pensó que me estaba haciendo un maldito favor. No pasé por alto la expresión de pánico de Katniss, o la forma en que prácticamente le rogó a su padre con sus ojos que lo prohibiera.

Por supuesto que Everdeen no lo hizo. Probablemente me dejaría manosearla justo delante de él, siempre y cuando no le robara su virginidad antes de la boda.

—¿Debería quedarme? —preguntó su guardaespaldas.

Alivio cruzó el rostro de Katniss. No me hacía ilusiones sobre lo que era, pero en esta sala era al que Katniss debería tener menos miedo.

—Dales unos pocos minutos a solas —dijo Everdeen, y Katniss se quedó inmóvil. ¿Qué pensaba que iba a hacerle? ¿Violarla en el sofá? Padre me guiñó un ojo. Obviamente, pensaba que iba a manosear a mi prometida de quince años. Probablemente él lo habría hecho. Todos empezaron a irse hasta que solo quedó el niño pequeño, aferrándose a su hermana protectoramente. Tenía que concedérselo al enano, él era el único de la Organización con una pizca de coraje.

—Tom. Sal de ahí ahora —espetó Everdeen, y el niño soltó a Katniss y me lanzó una mirada mordaz antes de irse. Me agradaba ese mocoso insolente.

La puerta se cerró y Katniss y yo nos quedamos solos. Me miró a través de sus largas pestañas, mordiéndose el labio. ¿Tenía que parecer tan jodidamente aterrada? Sabía cómo me veían los demás, y para una niña pequeña como ella, probablemente parecía un gigante amenazador a punto de aplastarla, pero no tenía ni la menor intención de lastimarla, mucho menos manosearla por muy deliciosa que se viera. No era tan depravado. Nunca había forzado a una mujer, y Katniss era solo una niña. Mi prometida. Mía. Mía para proteger.

Para distraerla de su obvio terror, le pregunté:

—¿Tú elegiste el vestido?

Ella se sacudió, sus ojos abriéndose de par en par. Unos enormes ojos grises, tan llenos de inocencia que sentí que podían limpiar incluso mis pecados. Y ese cabello dorado… maldita sea, quería tocarlo para descubrir si era tan sedoso como parecía.

—No. Mi padre lo hizo —dijo con esa voz suave y gentil.

Por supuesto que lo hizo. Podía verla temblando de frío y miedo. Decidí acortar esta reunión ridícula antes de que Katniss se desmayara, y alcancé el anillo que había comprado para ella hace un par de días. Mi pequeña prometida se estremeció, y mi estado de ánimo cayó aún más. Le mostré la caja de terciopelo, esperando que la tranquilizara, pero ella solo se quedó mirándola. Quise darle una sacudida para hacerla entrar en razón, pero eso solo habría demostrado que sus temores eran correctos. Empujé la caja en su dirección y finalmente la alcanzó. Cuando sus dedos rozaron los míos, se alejó con un jadeo. Tuve que reprimir mi molestia; no hacia ella, sino a sus padres, Cavallaro, y a mi padre que nos habían metido en este lío. Era demasiado joven. Solo podía esperar que ganara algo de confianza en los próximos tres años. No quería una esposa que se acobardara frente a mí.

—Gracias —dijo ella después de haber comprobado el anillo. Sus ojos se encontraron con los míos. Le tendí mi brazo. Ella lo aceptó casi sin vacilación y la conduje hacia la sala de estar con las personas que la habían traicionado.

Al momento en que la solté, ella corrió hacia sus hermanas y su madre como si pudieran protegerla de lo que vendría.

Me acerqué a los hombres.

—¿Y? —preguntó padre con aire de suficiencia.

No estaba seguro de lo que esperaba. ¿Un comentario lascivo sobre cómo había aprovechado mi oportunidad a solas con Katniss?

Finnick me lanzó una mirada de reojo.

—Katniss aceptó el anillo —respondí con naturalidad. La expresión de Everdeen cayó.

—Como debía. Mi hija fue educada para ser obediente. Ya verás.

—Peeta la hará obedecerle. Él puede poner a los hombres más fuertes de rodillas. Una mujer débil solo se doblegará ante su voluntad —dijo padre con sorna.

La cena fue servida en ese momento y nos salvó de una pelea. Era una pena. Lo habría disfrutado a fondo.

Me senté junto a Everdeen como dictaba la tradición. Finnick se sentó frente a mí, con un destello de aburrimiento en su rostro. Y un Finnick aburrido siempre era una bomba de tiempo.

Fiore Cavallaro alzó su copa. Por la forma en que sus ojos se desenfocaban, diría que debería dejar de beber. Viejo bastardo. Habría preferido lidiar con su hijo, el frío Marvel, pero mientras su padre todavía estuviera al mando, tendría que vivir con el tonto viejo demente.

—Por una asociación larga y exitosa.

Levanté mi copa y engullí el vino tinto. Mis ojos encontraron a Katniss una vez más. Estaba sentada en el otro extremo de la mesa con las otras mujeres. Miraba su anillo como si fuera algo aterrador.

Por supuesto que lo era. La ataba a mí. La marcaba como mía. Cuando levantó la vista, nuestros ojos se encontraron. Se sonrojó y apartó la vista rápidamente, el rojo viajando también por su delicada garganta.

Finnick me dio una patada por debajo de la mesa, sonriendo.

—¿Ya estás codiciando a tu joven novia?

—Puedo esperar —respondí—. No es que no pueda mantenerme entretenido. —Pero a partir de este día, ella era mía.

Después de la cena, nos trasladamos al salón para beber y fumar. Rocco Everdeen y Fiore Cavallaro se mostraron insoportables, y padre trató de eclipsarlos con su propio alarde. Quería rellenar mis oídos con cera caliente para evitar escuchar sus estupideces. Será mejor que Katniss valga la pena, porque la paz sonaba menos atractiva con cada maldito segundo que tenía que pasar con los bastardos de la Organización.

Estaba en mi cuarto vaso de whisky cuando todos finalmente habían abandonado el salón excepto por Finnick, Cato y Cesare. Mi padre había salido para reunirse con una prostituta de clase alta del mejor prostíbulo de la Organización, pero yo no tenía ninguna intención de arriesgarme a repetir el incidente con la puta de la Bratva.

Me permití relajarme contra la repisa de mármol de la chimenea. Mis ojos estaban pesados por estar alerta todo el día, y no podía arriesgarme a bajar la guardia mientras estuviéramos en Chicago. Finnick estaba tendido en un sillón como si fuera el dueño del lugar. Su sonrisa no era un buen augurio.

—Podría haber sido peor —dijo Finnick, sonriendo aún más ampliamente—. Ella podría haber sido fea. Pero, mierda, tu pequeña prometida es una aparición. Ese vestido. Ese cuerpo. Ese cabello y rostro. —Finnick silbó.

La ira rugió a través de mí. Finnick y yo solíamos hablar de las mujeres de esa forma, e incluso con palabras menos favorables, pero esto era diferente.

—Es una niña —dije con desdén, ocultando mi molestia.

Finnick solo me irritaría aún más si le daba la oportunidad.

—No se veía como una niña para mí —dijo, luego chasqueó la lengua. Le dio un codazo a Cesare—. ¿Qué dices? ¿Peeta está ciego?

Cesare se encogió de hombros con una mirada cuidadosa en mi dirección.

—No la miré de cerca.

—¿Y tú, Cato? ¿Tienes ojos funcionales en tu cabeza?

Cato levantó la vista, luego volvió a mirar su bebida rápidamente. Ahogué una sonrisa.

Finnick echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.

—Maldición, Peeta, ¿le dijiste a tus hombres que cortarías sus penes si miraban a esa chica? Ni siquiera estás casado con ella.

—Ella es mía —dije en voz baja. Eché un vistazo a Finnick. Mis hombres me respetaban, pero Finnick era una batalla perdida. No es que tuviera que preocuparme. Jamás pondría la mano sobre mi mujer.

Finnick negó con la cabeza.

—Durante los próximos tres años, estarás en Nueva York y ella estará aquí. No puedes mantener siempre un ojo en ella, o tienes la intención de amenazar a cada hombre en la Organización. No puedes cortarles a todos sus penes. Tal vez Everdeen conoce a unos eunucos que puedan mantenerla vigilada.

—Haré lo que tenga que hacer —respondí, girando la bebida en mi vaso. Había considerado lo que Finnick había dicho antes, y no me sentó bien. No me gustaba la idea de estar tan lejos de Katniss. Tres años era mucho tiempo. Y ella era hermosa y vulnerable, una combinación peligrosa en nuestro mundo—. Cesare, encuentra a los dos idiotas que se supone deben proteger a Katniss —le ordené.

Cesare se fue inmediatamente y regresó diez minutos después con Plutarch y Thread. Everdeen estaba un paso detrás de ellos, pareciendo enojado.

—¿Qué significa esto? —preguntó.

—Quiero tener unas palabras con los hombres que eligió para proteger lo que es mío.

—Son buenos soldados, ambos. Thread es el primo de Katniss y Plutarch ha trabajado para mí por casi dos décadas.

Los reuní a los dos.

—Me gustaría decidir por mí mismo si confío en ellos. — Me acerqué a Plutarch. Era casi una cabeza más bajo que yo—. Oí que eres bueno con el cuchillo.

—El mejor —intervino Everdeen. Quise silenciarlo de una vez por todas.

—No tan bueno como su hermano, según los rumores — dijo Plutarch con un gesto hacia Finnick, quien le mostró su sonrisa de tiburón—. Pero mejor que cualquier otro hombre en nuestro territorio —admitió Plutarch eventualmente.

Finnick era el mejor con un cuchillo.

—¿Estás casado? —pregunté a continuación. No es que el matrimonio hubiera impedido a un hombre tener otra mujer.

Plutarch asintió.

—Hace veintiún años.

—Eso es mucho tiempo —dijo Finnick—. Katniss debe verse muy deliciosa en comparación con tu vieja esposa.

Le disparé a Finnick una mirada. ¿No podía mantener la boca cerrada por un segundo?

La mano de Plutarch se movió un centímetro hacia la funda que rodeaba su cintura. Mi propia mano ya estaba apoyada en mi arma. Me encontré con la mirada de Plutarch. Se aclaró la garganta.

—Conozco a Katniss desde su nacimiento. Ella es una niña.

Lo dijo con un toque de reproche. Si él pensaba que eso me haría sentir culpable o algo parecido, era un tonto.

—No será una niña durante mucho más tiempo —dije.

—Siempre será una niña ante mis ojos. Y soy fiel a mi esposa. —Plutarch fulminó a Finnick—. Si insultas a mi mujer de nuevo, le pediré a tu padre permiso para desafiarte en una pelea con cuchillos para defender su honor y te mataré.

Eso haría el día de Finnick. No había nada que disfrutara más que una sangrienta pelea con cuchillos, probablemente ni siquiera un coño.

—Podrías intentarlo —dijo Finnick, enseñando los dientes—, pero no tendrías éxito.

Plutarch no era una amenaza. Ni para Finnick, ni para Katniss.

Podía decir que él la protegía de una manera paternal.

—Creo que eres una buena opción, Plutarch.

Me volví hacia Thread. Si hubiéramos estado en Nueva York, ya le habría puesto una bala en la cabeza. Tal vez pensaba que no había visto las miradas que le había dado a Katniss cuando pensó que nadie estaba prestando atención. Me detuve justo delante de él. Tuvo que estirar el cuello para encontrarse con mi mirada. Intentaba parecer tranquilo. No me estaba engañando. Tenía miedo. Bien.

—Él es de la familia. ¿Honestamente vas a acusarlo por tener interés en mi hija? —interrumpió Everdeen desde el otro lado.

—Vi cómo veías a Katniss —le dije a Thread. Sus ojos parpadearon nerviosamente.

—Como un melocotón jugoso que quieres follarte — añadió Finnick, disfrutando de esto demasiado.

Los ojos de Thread se lanzaron a Everdeen como el pelele sin bolas que era. Conocía a los tipos como él. Se deleitaban atacando a los débiles, especialmente a las mujeres, porque era la única forma en que podían sentirse fuertes.

—No lo niegues. Conozco el deseo cuando lo veo. Y tú deseas a Katniss —gruñí. Thread no lo negó—. Si descubro que la estás mirando así otra vez… si descubro que estás en una habitación a solas con ella… si descubro que tocas aunque sea su mano, te mataré.

Thread se puso rojo.

—Tú no eres miembro de la Organización. Nadie te dirá nada incluso si la violo. Podría iniciarla para ti. Tal vez incluso lo filmaré para que puedas verlo.

Agarré al maldito bastardo y lo arrojé al suelo. Su rostro golpeó el suelo con fuerza y clavé mi rodilla en su espalda. Quería romperle la columna vertebral en dos y arrancarle las jodidas bolas. Así nunca más pensaría en usar las palabras "violación" y "Katniss" en la misma oración nuevamente.

Thread luchó y maldijo. Era como una mosca molesta: débil y repugnante. Valía menos que la suciedad de mis zapatos. Que incluso se atreviera a pensar en tocar a Katniss, en romperla… agarré su muñeca y saqué mi cuchillo.

Debería cortarle las bolas y la polla. Eso era lo que se merecía. Pero este no era mi territorio. Incluso aunque eso me cabreaba, miré a Everdeen para pedir permiso.

Everdeen asintió. Bajé mi cuchillo sobre el meñique de Thread, cortando huesos y carne y saboreando sus gritos de marica.

Un grito femenino resonó a través de las paredes.

Solté a Thread y me puse de pie. Acunaba su mano como un bebé, un desastre lloriqueando. Asqueroso.

Cato y Cesare habían sacado sus armas.

Everdeen se acercó a abrir una puerta secreta, revelando a la hermana pelirroja y a Katniss.

—Por supuesto —siseó Everdeen—. Debí haber sabido que eras tú causando problemas otra vez. —Agarró a la pelirroja ferozmente alejándola de Katniss y hacia el salón, levantó la mano y la abofeteó con fuerza en el rostro. Mis dedos sobre el cuchillo se apretaron.

Y luego el hijo de puta dio un paso hacia Katniss, levantando su brazo nuevamente. La furia ardió a través de mí.

Mía.

Atrapé su muñeca, deteniéndolo. Me tomó toda mi fuerza de voluntad no clavar el cuchillo ensangrentado en su estómago y dejarlo sangrar como un cerdo.

Por el rabillo de mi ojo, vi a Plutarch sacando su cuchillo y a Everdeen alcanzando su arma.

Finnick, Cato y Cesare habían sacado sus propias armas. Odié las palabras que tuve que decir a continuación.

—No era mi intención faltarle el respeto, pero Katniss ya no es su responsabilidad. Perdió su derecho a castigarla cuando la hizo mi prometida. Ella es mía para lidiar ahora.

Everdeen echó un vistazo enojado al anillo en el dedo de Katniss, marcándola como mía. Él asintió y lo solté.

—Eso es cierto. —Se apartó de mí e hizo un gesto a Katniss

—. Entonces, ¿te gustaría el honor de hacerla entrar en razón?

Volví mis ojos a Katniss. Estaba pálida. Sus ojos temerosos se lanzaron al cuchillo en mi mano cubierta de sangre, luego de vuelta a mi rostro. Se congeló. La idea de levantar mi mano contra ella era ridícula. ¿Qué tipo de hombre golpeaba a una mujer? ¿Y Katniss? No, la mera idea me puso al borde. Pesaba menos de la mitad que yo. Era inocente y vulnerable.

—Ella no me desobedeció.

Everdeen parecía jodidamente infeliz. Como si me importara un carajo.

—Tienes razón. Pero como yo lo veo, Katniss estará viviendo bajo mi techo hasta la boda y ya que el honor me impide levantar la mano contra ella, tendré que encontrar otra manera de hacer que me obedezca. —Golpeó a la hermana de Katniss por segunda vez, y estuve a punto de intervenir nuevamente, pero eso ya estaba fuera de mi control—. Por cada una de tus malas acciones, Katniss, tu hermana aceptará el castigo en tu lugar —dijo Everdeen. Katniss parecía preferir que la golpeara a ella en lugar de su hermana. Era demasiado inocente y amable para alguien como yo.

Everdeen se volvió hacia el guardaespaldas.

—Plutarch, lleva a Annie y a Katniss a sus habitaciones y asegúrate que se queden allí. —Plutarch enfundó su cuchillo y las sacó. Katniss evitó mirarme a medida que ayudaba a su hermana.

El gemido de Thread atrajo mi atención hacia él. Todavía estaba aferrando su mano, llorando como el maldito pelele que era. Finnick me tendió un pañuelo. Lo tomé y limpié mi mano y el cuchillo bruscamente. Necesitaba agua y jabón para deshacerme de eso por completo.

—Confío en que mantendrás a Katniss a salvo de la atención masculina —dije con frialdad, clavándole una mirada dura a Everdeen—. No lo quiero cerca de ella. Si escucho que alguien tan solo la mira de una manera equivocada, nada me impedirá arrastrar a Chicago a la guerra más sangrienta que puedas imaginar. No comparto lo que es mío, y Katniss es mía. Solo mía. Está bajo mi protección desde este día en adelante.

La boca de Everdeen se estrechó, pero Fiore perdería su jodida cabeza si se rompía la paz porque Everdeen no podía proteger a su propia hija.

—No te preocupes. Estará protegida. Como dije, asiste a una escuela católica para niñas y nunca está sola con los hombres.

Me arrodillé junto a Thread y él retrocedió, con el terror destellando en sus ojos. Me incliné aún más cerca.

—Esto no fue nada —gruñí—. Este dolor es una puta broma en comparación con el tipo de agonía en la que estarás si te acercas a Katniss de nuevo. Si alguna vez tocas tan solo un pelo de su cuerpo —mi voz se tornó aún más letal, temblando con la fuerza de mi rabia—, un solo jodido pelo, empujaré mi cuchillo por tu culo y te follaré con él lentamente hasta que te desangres por el culo. ¿Entendido?

Él asintió bruscamente.

—Quiero escucharlo.

—No la tocaré —soltó, pareciendo que iba a vomitar sobre mis zapatos en cualquier momento.

Me puse de pie y retrocedí, mi labio curvándose con disgusto hacia el cobarde que tenía delante de mí.

—Hemos terminado aquí —dije.

—Te acompañaré hasta afuera —dijo Everdeen con voz tajante.

Cato, Cesare, Finnick y yo lo seguimos. No nos estrechamos la mano cuando nos separamos. Ese tipo de amabilidades falsas podrían esperar hasta mi boda.

Después de regresar a nuestro hotel, nos reunimos en el bar para tomar otra copa. Cato fue el único que apenas tocó el suyo, siempre obediente. Lo contemplé un momento. Lo conocía desde que éramos niños. Estaba cerca de la edad de Finnick, y habían ido a la escuela juntos. Era un buen soldado y un hombre confiable.

Frunció el ceño, notando mi atención.

—¿Sucede algo?

—¿Qué piensas de Katniss? Cesare y Finnick se callaron.

Cato dejó su vaso, su cuerpo tensándose.

—Va a ser tu esposa.

—No quiero que señales lo obvio. Quiero escuchar tu impresión de ella.

—Es tímida y obediente. Bien educada. No creo que cause problemas en los próximos tres años.

Sus palabras habían sido elegidas cuidadosamente.

—Ahora es hermosa. Será alucinantemente impresionante en tres años. Necesito que alguien sea su guardaespaldas, alguien en quien pueda confiar para que no toque lo que no es suyo ni de nadie más.

Los ojos de Cato se abrieron por completo, finalmente comprendiendo. Finnick y Cesare también parecieron sorprendidos.

—Peeta —dijo en voz baja—, si me eliges para proteger a Katniss, te juro que estará a salvo. Y nunca voy a pensar en ella de una manera inapropiada.

Finnick resopló.

—No jures eso. Tengo el presentimiento de que será difícil no tener pensamientos inapropiados con Katniss.

Fijé a Cato con una mirada dura.

—Sabes que confío en ti, y eres uno de mis mejores soldados, pero lo que acabo de decirle a Thread es válido para cualquiera que la toque. —Mis ojos se deslizaron sobre los tres hombres antes de sonreír y levantar mi brazo, pidiendo al tabernero otra ronda. Ellos habían captado el mensaje.

.

.

.

Hola 😊. Una disculpa, si hay alguna diferencia entre los nombres de los personajes… voy a tratar de seguir igual a la primera adaptación.

.

18 / SEP / 2022