Adaptación del libro "0.5 Peeta Mellark" de la Serie Born in Blood Mafia Chronicles de la escritora Cora Reilly. Adaptada con los personajes de Los Juegos del Hambre, que como saben, son propiedad de la también escritora Suzanne Collins.

Esta adaptación está hecha sin fines de lucro.G

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SIETE

Algo suave cosquilleaba mi puta nariz. Mis ojos se abrieron de golpe, y me quedé mirando hacia el cabello de color oscuro.

Estaba abrazando el pequeño cuerpo de Katniss por detrás, mi brazo envuelto alrededor de su estrecha cintura, y ella estaba completamente relajada en mi abrazo. Había dormido con su cuerpo contra el mío. Nunca dejaba dormir a una mujer en mi cama. Pensé que pasarían meses antes de poder dormir lo suficiente ahora que me vería obligado a compartir la cama con mi esposa.

Mierda. Katniss era mi esposa. Y todavía una jodida virgen.

Me apoyé sobre mi codo. Ella no se inmutó. Sus pestañas pálidas descansaban sobre su piel de porcelana, sus labios ligeramente separados. La jodida perfección, eso es lo que era ella.

Su estómago se alzaba y caía bajo mi palma a medida que respiraba pacíficamente. Podía sentir su calor a través de la pequeña nada que llevaba puesta. Quería deslizar mi mano entre sus piernas, quería sentir el calor allí. Quería enterrar mis dedos en ella… y mi polla. Maldición. Mi polla saltó a la vida.

Quería reclamarla, porque era mi derecho. Era mía.

Mi mujer. Y por eso. Quería protegerla, incluso de mí mismo; la tarea más difícil de todas. La respiración de Katniss cambió, su estómago se tensó bajo mi palma, luego todo su cuerpo se puso rígido. Me tenía miedo, de lo que podía hacer.

—Bien, estás despierta —murmuré.

Se puso aún más rígida y, lentamente, sus ojos se abrieron. Tomando su cadera, la giré para así poder verle mejor el rostro. Incluso sin una pizca de maquillaje, con el cabello despeinado y soñolienta, Katniss era impresionante. Sus ojos se posaron en mi pecho, un rubor extendiéndose en sus mejillas. Aunque nunca había dormido junto a una mujer, había pasado más que suficiente tiempo en la cama con ellas, pero para Katniss, esta era la primera vez que estaba tan cerca de un hombre. El sol de la mañana iluminaba su cabello en brillantes tonos dorados. Alcancé una hebra, maravillándome con la sedosidad. Todo en ella era suave, delicado, sedoso… invitándome a tocarla, a reclamarla.

—No pasará mucho tiempo hasta que mi madrastra, mis tías y las otras mujeres casadas de mi familia llamen a nuestra puerta para recoger las sábanas y las lleven al comedor, donde sin duda, todos los demás ya están esperando que empiece el jodido espectáculo.

Su rubor se tornó más profundo, con una vergüenza apremiante titilando en sus ojos. El epítome de la inocencia, tan diferente de mí y, aun así, a mi merced. Echó un vistazo al corte en mi antebrazo.

Asentí.

—Mi sangre les dará lo que quieren. Será la base de nuestra historia, pero esperarán que completemos los detalles. Sé que soy un mentiroso convincente. Pero, ¿serás capaz de mentirles a todos en la cara, incluso a tu madre, cuando les cuentes de nuestra noche de bodas? Nadie puede saber lo que sucedió. Me haría parecer débil.

Débil. La gente decía muchas cosas de mí. Débil no era una de ellas. No tenía problemas para hacer lo que era necesario, ni problemas para lastimar y romper a otros. No debería haber dudado en reclamar a Katniss, no debería haberme molestado por su terror y sus lágrimas. Debería haberla empujado sobre sus rodillas de modo que no tuviera que ver su miedo y follarla por detrás. Eso es lo que la gente esperaba de mí.

—¿Débil porque no quisiste violar a tu esposa? — preguntó, con la voz temblorosa.

Mis dedos se tensaron en la cintura de Katniss. Violar… ambos sabíamos que nadie en nuestro mundo lo vería así. Sin importar qué tan brutalmente me follara a Katniss, lo verían como mi privilegio, mi derecho.

Mis labios se estiraron en una sonrisa tensa.

—Débil por no tomar lo que era mío para tomar. La tradición de las sábanas ensangrentadas en la mafia siciliana es tanto una prueba de la pureza de la novia como de la implacabilidad del marido. Entonces, ¿qué crees que dirá sobre mí el que te tuve yaciendo medio desnuda en mi cama, vulnerable y mía, y aun estás aquí intacta como lo estabas antes de nuestra boda?

El miedo hirvió a fuego lento en los ojos de Katniss.

—Nadie lo sabrá. No le diré a nadie.

—¿Por qué debería confiar en ti? No hago un hábito de confiar en la gente, especialmente la gente que me odia.

Katniss tocó la herida en mi antebrazo, sus ojos más suaves que antes.

—No te odio. —Tenía todas las razones para odiarme porque yo era su dueño, porque nunca la liberaría ahora que era mía. Estaría atrapada en una costosa jaula dorada, a salvo de la violencia porque me lo prometí a mí mismo, pero condenada a vivir sin amor ni ternura—. Y puedes confiar en mí porque soy tu esposa. No elegí este matrimonio, pero al menos puedo elegir hacer lo mejor con nuestro vínculo. No tengo nada que ganar al traicionar tu confianza, pero mucho que ganar al mostrarte que soy leal.

Tenía razón. Era una cuestión de instinto de supervivencia que intentara ganarse mi confianza, incluso si era un esfuerzo inútil. Estaba a mi merced y necesitaba estar en mi buena gracia. Katniss era una mujer inteligente, pero no conocía a mis tíos y primos traidores como yo.

—Los hombres están esperando en esa sala de estar son depredadores. Se aprovechan de los débiles y han estado esperando por más de una década por una señal de debilidad de mi parte. Porque en cuanto vean una, van a abalanzarse. Mi tío Gottardo nunca me había perdonado por aplastar la garganta de su hijo. Estaba esperando una oportunidad para deshacerse de mí.

Katniss frunció las cejas.

—Pero tu padre…

—Si mi padre cree que soy demasiado débil para controlar a la familia, con mucho gusto dejará que me desgarren. —No le importaba a mi padre. Era su garantía para preservar la línea de sangre. Mientras me considerara su opción más fuerte y brutal, me mantendría con vida. Si él pensaba que me estaba debilitando, si pensaba que no estaba en condiciones de convertirme en Capo, acabaría con mi vida como un maldito perro.

—¿Qué hay de Finnick?

Padre aún creía que Finnick probaría la sangre en el momento en que viera su oportunidad de convertirse en Capo en lugar de mí. Jamás entendería que Finnick y yo no éramos enemigos, que no estábamos vinculados por la necesidad y el pragmatismo. Mi hermano y yo moriríamos el uno por el otro. Padre odiaba a sus hermanos tanto como ellos lo odiaban a él. Los mantenía vivos porque el honor lo dictaba y porque le provocaba una puta emoción el darles órdenes como su Capo, hacer que se arrastren a sus pies y traten de mantenerse en sus buenas gracias.

—Confío en Finnick. Pero Finnick es sumamente imprudente. Conseguiría matarse tratando de defenderme.

Katniss asintió como si entendiera. Tal vez lo hacía. Era mujer, protegida de la mayor parte de la violencia de nuestro mundo, pero eso no significaba que no hubiera escuchado de ella.

—Nadie dudará de mí —dijo—. Les daré lo que quieren ver

No conocía a Katniss lo suficientemente bien como para evaluar sus habilidades para mentir. Me senté lentamente, lo que me permitió ver mejor a mi esposa. Se tumbaba de espaldas, con el cabello alrededor de su cabeza, y el contorno de sus senos burlándose de mí a través del material ligero de su camisón. Los ojos de Katniss se arrastraron por la parte superior de mi cuerpo con curiosidad, y mi ingle se tensó ante su evaluación inexperta. Cuando sus ojos finalmente se encontraron con los míos, sus mejillas estaban enrojecidas.

—Deberías estar usando más que esta mala excusa de camisón cuando lleguen las arpías. No quiero que vean tu cuerpo, especialmente tus caderas y muslos. Es mejor que se pregunten si dejé marcas en ti —dije, mis ojos deteniéndose en esos labios rosados—. Pero no podemos ocultar tu rostro de ellos.

Me moví más abajo, alcanzando la mejilla de Katniss para besarla cuando cerró los ojos y se estremeció como si pensara que la iba a golpear. La repulsión me inundó con la mera idea de levantar mi mano contra mi esposa.

—Esta es la segunda vez que piensas que voy a golpearte—dije en voz baja.

Ella me miró confundida.

—Pensé que habías dicho…

—¿Qué? ¿Que todos esperan que tengas moretones en tu rostro después de una noche conmigo? No golpeo a las mujeres.

Incluso Clove, que tenía talento para llevarme al límite, jamás había sido receptora de mi violencia. Pasé mi infancia y juventud escuchando el llanto roto de mi madre y, una vez muerta, los de Nina. Eso no era lo que quería en un matrimonio. Si sentía la necesidad de romper a las personas, tenía suficientes enemigos para elegir.

—¿Cómo se supone que crea que puedes convencer a todos de que hemos consumado nuestro matrimonio cuando sigues encogiéndote ante mi toque?

—Créeme, el encogimiento hará que todos crean la mentira incluso más porque definitivamente no habría dejado de alejarme de tu toque si hubieras tomado lo que es tuyo. Cuanto más me aleje más te tomarán por el monstruo que quieres que piensen que eres.

Me reí entre dientes.

—Creo que podrías saber más sobre el juego de poder de lo que esperaba.

—Mi padre es el Consigliere —dijo ella. Katniss no solo era hermosa, también era inteligente.

Presioné mi palma contra su mejilla. Esta vez, logró no inmutarse, pero aun así se quedó rígida de la tensión. Antes de que pudiera molestarme, me recordé que no estaba acostumbrada al toque de un hombre.

Que yo fuera su marido no la haría sentir mágicamente cómoda con la desconocida cercanía.

—Lo que quise decir antes es que tu rostro no parece que haya sido besado.

Los ojos de Katniss se abrieron por completo.

—Nunca he…

Nunca había sido besada. Toda mía. Siempre solo mía. Estrellé mis labios sobre los de ella, y la mano de Katniss voló hacia mi pecho como si fuera a alejarme, pero no lo hizo. Sus palmas temblaron contra mi piel. Intenté suavizar mi beso, sin querer asustarla, pero era una puta lucha ser gentil e ir lento cuando todo lo que quería era reclamar a la mujer que estaba a mi lado.

Mi lengua acarició sus labios abiertos, y Katniss respondió vacilante. Sus ojos grises revolotearon con inseguridad, pero no dejé que se preocupara. Tomé la iniciativa, no le di más remedio que entregarse.

La sensación y el sabor de ella agitaron las brasas de mi deseo a un fuego furioso. Presioné más fuerte contra ella, mi beso tornándose más duro incluso aunque intentaba contenerme. Mis dedos temblaron contra su mejilla, queriendo viajar al sur, queriendo acariciar y descubrir cada centímetro de su cuerpo. Me alejé antes de que pudiera perder el control. Katniss parpadeó hacia mí, lamiendo sus labios, casi aturdida. Sus mejillas estaban ruborizadas, sus labios rojos.

La deseaba.

Un golpe en la puerta estalló a través de mi bruma lujuriosa. Me di la vuelta y me levanté, contento por la distracción. Katniss jadeó. Le eché un vistazo, sorprendiéndola, observando mi erección fijamente con sus ojos ensanchados.

—Se supone que un hombre tenga una erección cuando despierta junto a su esposa, ¿no lo crees? Ellos quieren un espectáculo, tendrán un espectáculo. —Mis tías, primas, y especialmente Nina, estaban ansiosas por recibir chismes nuevos que hicieran que sus aburridas vidas sean un poco más brillantes. Nos abordarían como hienas sedientas de sangre si sospechaban que no había reclamado a Katniss—. Ahora ve y agarra una bata — ordené.

Katniss obedeció de inmediato, prácticamente saltando de la cama y corriendo al baño. Tenía que admitir que su espíritu luchador de la noche anterior me había complacido más que su obediencia.

Mis ojos se desviaron hacia las falsas manchas de sangre en la sábana y un arrebato de arrepentimiento me sorprendió.

Había una razón por la que la Famiglia insistía en la tradición de las sábanas sangrientas, mi padre particularmente. Todavía recordaba las sábanas después de su noche de bodas con Nina, y en ese entonces solo había sido un niño.

Suspirando, me dirigí hacia la mesa y recogí mis armas. Los golpes se hicieron más insistentes, pero me importaba una mierda. Katniss regresó vestida con una larga bata blanca de satén y sosteniendo su corsé cortado en una mano. Me observó atarme las fundas de mis cuchillos y armas a mi cuerpo desnudo con curiosidad, una de ellas cubriendo el pequeño corte en mi antebrazo. Antes de dirigirme a la puerta, acomodé mi erección de modo que fuera aún más prominente. Eso les daría a las arpías de mi familia algo de qué hablar.

La mirada de Katniss se deslizó hacia mi ingle una vez más, y el rubor volvió a sus mejillas.

Katniss se dirigió hacia la ventana, envolviendo sus brazos alrededor de sí misma, luciendo frágil y perfectamente hermosa.

Alejando mis ojos de ella, abrí la puerta a las caras ansiosas de Nina, Cosima y Egidia. Detrás de ellas, más mujeres de mi familia como la de Katniss se habían reunido.

Sus ojos viajaron a lo largo de mí. Algunas de ellas fingieron conmoción, incluso cuando era obvio que disfrutaban de la vista, considerando a los viejos y feos tontos con los que estaban casadas. Solo Nina ignoró mi estado de desnudez deliberadamente, pero la conocía y atrapé su gesto nervioso al tragar con fuerza.

Era imposible no reconocer las muecas y los gestos de una persona si los has visto en su punto más bajo. Estando casada con mi padre, había visto más que suficiente de ese lado de ella.

—Hemos venido a recoger las sábanas —dijo, poniéndose su máscara habitual, sonriendo con rencor.

Les permití entrar. Prácticamente se empujaron entre sí para llegar primero a la cama. Susurraron cuando vieron la mancha, luego miraron a Katniss, que se retorcía bajo su atención. Ya estaba avergonzada como estaba. Me pregunté cuánto peor habría sido si realmente hubieran sido la prueba de su virginidad perdida.

Nina y Cosima quitaron las sábanas, riéndose de esa manera falsa que me daba un jodido dolor de cabeza.

—Peeta —dijo Nina con fingida indignación—. ¿Nadie te dijo que fueras gentil con tu novia virgen?

Más de esas putas risitas. Sostuve la mirada de Nina, mi boca dibujando una sonrisa fría.

—Estás casada con mi padre. Te parece que él es un hombre que enseña a sus hijos a ser gentiles con alguien.

Su sonrisa se tornó aún menos honesta, y un destello de puro miedo animal brilló en sus ojos castaños. En esta habitación, probablemente nadie sabía lo que ella tenía que soportar.

—¡Déjenme pasar! —chilló Annie y entró en la habitación a toda prisa. Como mujer soltera, no se suponía que ella estuviera aquí, pero claro que a la niña no le importaba. Sus ojos verdes se posaron en las sábanas antes de que se giraran hacia Katniss. Su rostro reflejaba preocupación y miedo, y mi molestia con ella disminuyó ligeramente. Estaba preocupada por su hermana.

Se volvió hacia mí con una mirada que probablemente tenía la intención de intimidar. Levanté mis cejas hacia ella y la pequeña bruja de hecho dio un paso en mi dirección para hacer solo Dios sabía qué. Al igual que su hermana, solo me llegaba hasta el pecho y pesaba menos de la mitad que yo, por no mencionar que la única experiencia de pelea que probablemente tuviese sería con el enano de su hermanito.

—Annie —dijo Katniss bruscamente, sus ojos lanzándose entre su hermana y yo—. ¿Me ayudas a vestirme? —Katniss se dio la vuelta y caminó hacia el baño, sus movimientos rígidos como si estuviera dolorida. Estaba dividido entre la admiración por su espectáculo y la frustración por el hecho de que incluso hubiera una razón para que ella fingiera.

Después de enviarme otra mirada mordaz, Annie siguió a su hermana y cerró la puerta.

Nina negó con la cabeza y se volvió hacia Ludevica Everdeen.

—Annie no sabe cómo comportarse. Dudo que su futuro marido tolere ese tipo de comportamiento.

Teniendo en cuenta lo poco que le importaba a Rocco el bienestar de sus hijas, probablemente la entregaría a un bastardo sádico que pusiera a Annie en su lugar, pero eso no era de mi incumbencia.

Nina sostuvo las sábanas dobladas en sus palmas, las manchas de sangre en exhibición.

Ludevica no estaba mirándolas ni a mí intencionadamente.

—No tengo todo el día —dije—. ¿Por qué no van abajo y preparan todo para el show?

Las mujeres se fueron y yo cerré la puerta, contento de que se fueran. No habían sospechado nada, eso estaba claro, ¿y por qué lo harían? Era el maldito Peeta Mellark. Perdonar a mi esposa definitivamente no encajaba con mi reputación.

Me dirigí al baño. Necesitaba un buen afeitado y una puta ducha fría. Empujé la puerta para abrirla cuando me encontré con una resistencia y la cara enojada de Annie apareció en la brecha.

—No puedes entrar —siseó ella, entrecerrando los ojos.

Era como un gatito intentando asustar al tigre.

—Soy su esposo, ahora retrocede —le dije. Podría haber abierto la puerta sin problemas, pero apartar a una chica de mi camino no era mi opción favorita.

—No me importa que seas su esposo —murmuró.

De acuerdo, le había dado toda mi pobre paciencia a Katniss la noche anterior. Empujé más fuerte y Annie tropezó hacia atrás, sus ojos fulgurando con indignación. La fierecilla se interpuso en mi camino, intentando detenerme, pero mis ojos se vieron atraídos por el movimiento en la ducha donde Katniss se giró, dándonos la espalda. Dulce Jesús. La espalda de esa mujer ya era suficiente para darme otra erección.

—Vete. —El siseo de Annie atrajo mi atención hacia ella.

—Tengo que arreglarme, y no hay nada aquí que no haya visto ya. —Una gran mentira, una que tendría que decir una y otra vez hoy cuando se presentaran las sábanas.

Fulminé a Annie con la mirada.

—Ahora sal, o verás tu primera polla, niña, porque voy a desnudarme en este instante.

Alcancé mi bóxer, pero era una amenaza vacía, desafortunadamente. Everdeen perdería la puta cabeza si le mostraba mi polla a su hija; al menos, la que no estaba casada conmigo. Probablemente no le importaba lo que le hiciera a Katniss, considerando que me habría dejado casarme con ella cuando solo tenía quince años. No es que me importara un carajo Everdeen, pero eso habría sido deshonroso.

—Idiota arrogante, yo… —comenzó Annie, y estaba cerca de olvidarme de hacer lo honorable cuando Katniss le dijo a su hermana que se fuera y finalmente la pelirroja se dirigió hacia la puerta—. Eres un cerdo sádico —murmuró ella antes de cerrar la puerta.

Nunca nadie me había insultado así y había vivido para ver otro día, pero ella estaba a salvo, porque era una niña y la hermana de Katniss.

Sofocando mi ira, me dirigí hacia el lavabo, pero mis ojos permanecieron en Katniss. Se tensó cuando la puerta se cerró y nos quedamos solos. Todavía me tenía miedo, aunque había sangrado y mentido por ella. Ni siquiera podía culparla por su desconfianza. Con un hombre como yo, ella tenía todas las razones para esperar lo peor. Tomé mi brocha y comencé a esparcir crema de afeitar en mi cara cuando ella finalmente cerró el grifo de la ducha. Luego se dio la vuelta, y me detuve en mis movimientos. Mis ojos devorándola. Era perfecta.

Su piel relucía y parecía seda, incluso su coño. La habían afeitado para su noche de bodas, solo quedaba un pequeño triángulo castaño, pero nada ocultaba el delicioso pliegue entre sus muslos, un lugar donde podría haber hundido mi polla la noche anterior. Katniss me dejó admirarla, de pie completamente inmóvil, pero un sonrojo recorrió su garganta y su cara.

Dejé mi brocha y tomé una de las toallas del estante antes de moverme hacia ella. Los ojos de Katniss se mantuvieron inseguros cuando abrió la puerta de la ducha y tomó la toalla con un pequeño agradecimiento. No pude dejar de mirarla y, de cerca, su desnudez clamó aún más fuerte a la peor parte en mi interior, al monstruo en mí invitándome a liberarlo.

Katniss se envolvió en la toalla y salió de la ducha. Me miró de reojo. Era pequeña, vulnerable, increíblemente hermosa e incondicionalmente mía.

—Apuesto a que ya estás lamentando tu decisión —dijo, sus ojos evaluando los míos, buscando algo que todas las mujeres esperaban: ternura, afecto, amor. No encontraría ninguna de esas cosas en mis ojos… o en mi corazón.

No podía y no le daría esas cosas, pero podía tratarla con el respeto que se merecía como mi esposa, como la mujer que juré proteger. Respetaría su cuerpo, honraría su "no" como si fuera mío. Eso era todo lo que podía darle.

Regresé al lavabo y recogí mi brocha de afeitar. Katniss pasó junto a mí y estaba casi fuera de la puerta cuando le di una respuesta:

—No. —Ella me miró por encima del hombro—. Cuando reclame tu cuerpo quiero que te retuerzas debajo de mí de placer y no de miedo.

Los ojos de Katniss se abrieron de par en par, sus labios se separaron, y luego se fue rápidamente.

Volví a dejar la brocha, agarré el borde del lavabo y miré mi reflejo. No tenía problemas para ser un monstruo; estaba en mi naturaleza y lo disfrutaba, pero al segundo en que vi a Katniss, hice un voto para mantener esa parte de mí lejos de ella.

Las mujeres con las que había follado durante años habían ansiado mi cercanía porque habían estado buscando emociones, querían ser dominadas y someterse a alguien peligroso. Para ellas había sido un juego, un juego de rol sexual que las excitaba, porque esas mujeres no entendían que no era un rol, ni un juego de mierda. Era un monstruo. No estaba interpretando un rol cuando estaba con ellas, y definitivamente no interpretaba un rol cuando torturaba y mataba. Katniss sabía todas esas cosas. Ella conocía al monstruo que albergaba porque había crecido en un mundo donde los hombres dominaban a las mujeres, donde las poseían, donde las fantasías de violación no eran solo eso. Eran historias de terror contadas en voz baja entre las mujeres casadas.

Eran los temores sin forma de las chicas antes de su noche de bodas.

Disfruté siendo rudo con esas mujeres despistadas, tratándolas como una mierda, porque se excitaban con eso y porque era la única forma en que al menos podía ser en parte yo mismo, pero con Katniss, no tenía que fingir que era otra persona.

Ella sabía lo que era, y por alguna razón eso me hacía querer ser bueno con ella, para demostrarle que había más que brutalidad. Al menos en lo concerniente a ella...

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24 / ABRIL / 2023

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