Capítulo 48

El Amor es Dolor

—¡Aaaachís!

El cuerpo de la mujer se estremecía con cada estornudo que lanzaba. Sus manos manchadas de tinta y de polvo opalescente de piedra-luna se aferraron al desgastado edredón que la envolvía.

Laurel se quedó examinando un rato la gruesa capa de polvo y moho sobre las vigas de madera que se extendían por el techo abovedado del ático y maldijo por lo bajo cuando otro ataque de estornudos la sacudió. El aire húmedo y rancio se entremezclaba con los vapores de los distintos calderos que ardían día y noche sobre la deteriorada mesa de madera y le producían una terrible congestión.

Se revolvió de nuevo, haciendo que la vieja cama chirriara en el silencio de la posada y se encogió de lado, mirando a través del ventanuco como el oscuro cielo empezaba a tornarse de un color grisáceo, avisando de un amanecer frío y lluvioso.

Sus ojos cansados se pasearon por la abarrotada habitación, deteniéndose primero en aquel poster:

INDESEABLE No. 1

Harry Potter parpadeó un par de veces tras sus anteojos de marco redondo. A pesar de que la fotografía era en blanco y negro, Laurel recordaba con perfecta nitidez el brillo esmeralda de sus ojos. Suspirando levemente, siguió mirando la pared tapizada de recortes de periódico y volantes que llegaban a el Cabeza de Puerco, leyendo los titulares, cada uno más siniestro que el anterior.

FUGA EN MASA DE AZKABAN.

Pius Thicknesse, nuevo Ministro de Magia tras renuncia y desaparición de Scrimgeour.

¡Cadáver de Alastor Moody finalmente hallado!

Los Sangre Sucia y los peligros que representan para una pacífica sociedad sangre pura.

Maestra de Hogwarts abandona su puesto. Familia afirma que no hay rastro de Charity Burbage

Laurel tosió levemente y se aclaró la garganta, sintiendo en su boca el palpable sabor amargo del miedo. Cerró los ojos y trató de dormirse, alejando de su mente aquellas terribles noticias de los últimos meses.

"Cálmate, respira hondo. Deja tu mente en blanco, vacíala de todo pensamiento."

Allí estaba de nuevo. Su voz profunda y sedosa la atormentaba en cada momento, filtrándose en su mente. Su figura alta y oscura atormentaba sus sueños, convirtiéndolos a veces en pesadillas.

Rodó en la cama una vez más, tratando de evitar que el constante dolor del anhelo en su pecho se extendiera por todo su cuerpo. Sin embargo, no pudo evitar la tentación de deslizar una mano debajo del colchón de heno en el que yacía y mirar los agudos ojos oscuros que la taladraban a través de la página del periódico.

SEVERUS SNAPE, NUEVO DIRECTOR DE HOGWARTS

Extendió la mano y trazó los contornos del rostro de Severus con dedos temblorosos, su toque permaneció en el papel de periódico como si intentara acortar la distancia entre ellos. Los recuerdos de su pasado compartido inundaron su mente, entrelazándose con una terrible vergüenza y remordimiento. Se odiaba a sí misma más de lo que jamás podría odiarlo a él, porque a pesar de las pruebas y tribulaciones que él le había hecho enfrentar, había algo en Snape que siempre la atraía, una atracción magnética que no podía explicar del todo.

Se quedó mirándole durante tanto tiempo que sus párpados se volvieron pesados y empezaron a cerrarse…

—¡Noel! ¡Despierta, muchacha!

Alguien estaba tocando a su puerta y Laurel saltó de la cama.

—Buenos días para ti también —respondió ella abriendo la puerta.

—¡Por las botas de Merlín, te ves horrible!

Laurel, quien ya se había acostumbrado a la franqueza y brusquedad del anciano tabernero del Cabeza de Puerco y hasta le hacía gracia, evitó mirarlo a los centelleantes ojos azules. Era alto y delgado, con cabello y barba largos y grises. Para cualquiera que se fijara lo suficiente, era evidente su relación fraterna con Albus Dumbledore.

—Gracias por el piropo, Aberforth. —sonrió Laurel, aceptando la enorme taza de té caliente que le ofrecía. —Es muy temprano, no han despertado ni las cabras, ¿necesitas que te ayude con algo?

—No. Es Lupin quién está abajo. ¿Le digo que suba?

—¿Lupin? —Laurel volvió su vista hacia su mesa de trabajo, dónde reposaban sus calderos y matraces. —Aún faltan dos semanas para la luna llena. ¿Qué querrá?

—No soy adivino, mejor pregúntaselo tú.

—Hola, Laurel —la voz trémula de Remus se escuchó detrás de Aberforth.

—Parece que no vas a esperar por una invitación —dijo el tabernero mirando a sus espaldas. Luego se volvió hacia Laurel. —Grita si necesitas ayuda.

Laurel le sonrió al anciano al tiempo que dejaba pasar a Lupin.

—Has venido un poco temprano, Lunático —le dijo la mujer mientras se dejaba caer en una vieja silla y le indicaba a Lupin que se sentara en la cama. — Espero que te hayas recuperado del ensayo del mes pasado. He conseguido estabilizar el toxoide esta vez, te lo prometo. Cuando éste listo te enviaré las ampolletas. Recuerda que esta vez te inyectarás al menos veinticuatro horas antes de la luna llena…

Laurel acalló su voz al darse cuenta de que Remus no estaba prestándole atención. Se fijó en que sus ojos parecieron perder el brillo ámbar que le caracterizaba, ahora parecían apagados y tristes. Las arrugas de su rostro estaban más marcadas y su postura estaba gacha, sus hombros caídos.

—¿Remus, te sucede algo? ¿La lupinaria ha tenido algún efecto adverso?

—No, en realidad, la última transformación fue muy corta —contestó él, sin mirarle. —Y mantuve mi conciencia en todo momento.

—Me alegro —susurró Laurel pensativa. —¿Entonces que es lo que pasa?

—Nada. —Remus negó con la cabeza, sonriendo débilmente. —Sólo quería verte. Te extrañaba.

—Pero si nos carteamos casi todos los días —. Laurel alzó una ceja, extrañada.

—No es lo mismo. A veces, no puedo dejar de pensar en ti.

La mujer se quedó en silencio, mirándole de arriba abajo. Tomó un trago de té para intentar pasar el nudo en la garganta que se le había formado al escuchar tales palabras.

—Quieres decir que extrañas mi olor, Remus. ¿A eso te refieres?

El mago se revolvió con nerviosismo en su puesto e hizo el ademán de querer levantarse, sin embargo, sólo se limitó a murmurar:

—Quiero… quiero quedarme aquí. Tal vez, si me quedo, te haga más fácil el trabajo…

—¡¿Quedarte?! —Laurel tuvo tal sorpresa que le arremetió otro ataque de estornudos. Cuando se recuperó sólo atinó a decir:

—No creo que a Tonks le parezca buena idea. Estando embarazada no querrá alejarse mucho de sus padres. ¿Cómo le ha ido? ¿Aún sufre de náuseas?

—No… no lo sé

—¿Cómo no lo sabes? —dijo Laurel incrédula, mientras se limpiaba la nariz con un pañuelo

—No he estado con ella desde agosto. Me he ido de casa desde hace meses.

—¿Por qué? ¿Te han amenazado los mortífagos? ¡Habla ya, Remus!

—¡Porque he cometido un gravísimo error! ¡Nunca debí hacerle eso a Dora! —chilló él de repente, tapándose el rostro con las manos.

—¿Hacer qué? —Laurel se inclinó hacia él con preocupación, pero entonces lo comprendió.

—¿Estás hablando acerca del bebé? —tartamudeó ella, agitando su cabeza, atónita.

—Soy un hombre lobo, y la maldita enfermedad que llevo en la sangre pasará al bebe, estoy seguro. — Remus se estaba agarrando los mechones de cabello, desconsolado—¿Cómo puedo perdonarme si me arriesgué a transmitirle mi condición a un niño inocente, a sabiendas de lo que hacía? ¡Y si, por obra de algún milagro, el niño no es como yo, estará muchísimo mejor sin un padre del que se avergonzará toda la vida!

—¡Pues haberlo pensado antes, ¿no?! — Laurel sintió una rabia súbita que le hizo ponerse de pie. —¡¿Para qué te casas entonces?! ¿Para qué le dejas embarazada a la pobre Tonks? ¡Es tu hijo, Remus! ¿Los abandonas ahora? ¿en serio?

—No lo entiendes… —Remus apretó los puños y levantó la cabeza, mirando a Laurel con la fiereza de un hombre lobo.

—¡Por supuesto que no lo entiendo! Nunca hubiese creído esto de ti. Abandonar a tu esposa… ¡a tu hijo! Mi padre me abandonó a mí, ¿sabes? Cuando tenía siete años. Probablemente era un Akardos como yo, pero nunca lo sabré. Y en realidad no lo quiero saber. ¿Quién querría tener a un cobarde como padre?

Lupin se levantó de un brinco de la cama, dispuesto a replicar con rabia, pero el repentino murmullo de una página de periódico cayendo al suelo le llamó la atención. La tomó con curiosidad y vio el rostro cetrino de aquel despreciable asesino.

—¿Duermes con esto bajo tu almohada? —preguntó con repulsión.

Laurel, cuyo rostro ya estaba contorsionado por la ira, se puso de un color carmesí intenso.

—Eso no es asunto… —empezó a decir mortificada, pero Lupin la interrumpió.

—Sí, es mi puñetero asunto, Laurel. Parece que te obsesionas por a un alto miembro de los mortífagos.

—¡Es Severus! ¡El hombre que sentó las bases para crear tu cura!

—Un asesino —. Remus dejó salir cierto regodeo en su voz al ver que esta vez era Laurel la humillada. — Pensé que habías aprendido la lección.

—Definitivamente he aprendido a no confiar en nadie —dijo con amargura. —Vete o quédate, no me importa…

Lupin tiró de ella sorpresivamente, atrayéndola hacia él y hundió la nariz en su cuello, inhalando profundamente.

—Necesito que te importe. Eres mi única esperanza, la única persona que puede darme la oportunidad de ser feliz. Yo… creo que estoy enamorado…

—No, Remus. No lo estás. —Laurel se apartó de él, la rabia en su mirada desapareciendo por completo, siendo reemplazada por una mueca taciturna. —Tu amor verdadero está allá afuera, esperándote. Tonks te amó sin condiciones desde el primer momento y tú a ella. Yo soy sólo una distracción de tus sentidos, un señuelo para tu lobo interior. Estoy segura de que tú sabes eso.

Lupin se le quedó mirando por un largo rato, el brillo en sus ojos volviendo poco a poco. Lentamente se sentó de nuevo en la cama, doblando abstraído el papel periódico.

—Me duele decirlo, pero lo que Severus decía de mí es cierto —. Remus bajó la mirada hacia la fotografía. —Siempre escondiéndome detrás de los demás como un cachorro. Demasiado asustado para enfrentarme al mundo. Lo siento, Laurel, traté de esconderme detrás de ti. Soy un cobarde.

Laurel se sentó también en su silla, sintiendo como aquel conocido dolor en el pecho se salía de control, matándola lentamente.

—Ve con Tonks, Lunático. Te enviaré la poción apenas esté lista.

Remus se puso de pie y se acercó a la mujer, tendiéndole la página de El Profeta.

—Aún lo amas, ¿no es cierto? —al no escuchar contestación de la mujer, dijo:

—El amor es dolor, Laurel. Buena suerte para ti.

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Las enormes letras brillaban mágicamente sobre una de las paredes del Gran Vestíbulo:

EJÉRCITO DE DUMBLEDORE

ESTAMOS PRESENTES

El joven bajo y de rostro redondo sonrió con orgullo al ver su trabajo hecho. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo de admirarlo.

—¡Maldito seas, Longbottom!

—¡Vete a la mierda, idiota!

Había sido descubierto, atrapado en el acto de desafiar abiertamente el régimen impuesto por los mortífagos. Amycus Carrow, con su mirada fría y su varita lista, seguía de cerca sus pasos, como un depredador acechando a su presa. Neville buscó desesperadamente una salida, su mente girando con posibles rutas de escape. Giró en una esquina y se encontró frente a una puerta cerrada. Maldijo en voz baja y se volvió, solo para ver a Amycus acercándose, su sonrisa siniestra delineada por la luz de las antorchas.

—¡Te tengo! No hay a dónde correr, Longbottom —gritó, con un tono que envió escalofríos por la columna vertebral de Neville.

Levantó su varita, listo para infligir dolor y sufrimiento, pero el chico fue más rápido.

¡Petrificus Totalus!

La sonrisa sádica de Amycus Carrow se congeló y su cuerpo hizo un ruido seco al caer petrificado al suelo de piedra. Con cada gramo de coraje que poseía, Neville Longbottom siguió adelante, corriendo a toda prisa intentando alcanzar la torre de Gryffindor.

Sin embargo, al pasar por el pasillo del séptimo piso, un susurro apenas perceptible llenó el aire, y Neville se encontró de repente frente a una puerta que antes no estaba allí. Sin dudarlo, la empujó y entró en la Sala de los Menesteres, maravillado por la magia que se desplegaba ante sus ojos.

La sala se transformó ante él, adoptando la apariencia de un acogedor refugio con estanterías llenas de libros, cómodos sofás dispersos por el espacio y una enorme hamaca que se mecía por sí sola. Neville se sintió abrumado por la sensación de seguridad que emanaba del lugar, un respiro bienvenido en medio de la tormenta que azotaba Hogwarts.

—El Ejército de Dumbledore se convertirá en la peor pesadilla de Snape —susurró para sí mientras se acurrucaba en la cómoda hamaca y dejaba que sus ojos se cerrasen de cansancio.