INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA HISTORIA SÍ

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Un trato audaz

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DEDICADO A MI AMIGA PAULITA

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Capítulo 3

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Horrorizada, Kagome intentó escapar cuando sintió que el conde estiraba el brazo tanteando encontrarla para cumplir su amenaza. Por supuesto, la joven chocando con la otra mesa fue capaz de desasirse, pero él parecía una fiera furiosa intentando cazarla a oscuras.

Como presagio de una obra de teatro de horror, el clima no ayudaba y comenzó a relampaguear iluminando un poco la oscura habitación y lo vio claramente en todo su esplendor y altura. Parecía un depredador.

― ¡No sea ridícula y acérquese! ―bramó él

La joven corrió hacia la puerta e intentó abrir, notando que se encontraba llaveada. Ese mayordomo la encerró y aparentemente estaba coludido con su señor para eso.

Intentó forzar la puerta, pero fue naturalmente imposible pero el sonido que hizo con la cerradura alertó a Bankotsu hacia donde podía encontrarse.

― ¿Acaso quiere alertar a toda la maldita mansión? ―gruñó él, pero al hacerlo comenzó a toser

Al inicio a Kagome no le extrañó, pero luego el conde siguió tosiendo y llevándose la mano al pecho hasta caer al suelo.

―No puedo respirar…―alcanzó escuchar Kagome, quien desconfiada que no fuera una jugarreta del hombre no se movió, pero cuando el conde cayó lo hizo sobre la raída mesilla haciéndola pedazos en el ínterin.

Eso no era fingir y Kagome corrió a auxiliarlo.

Llevó su cabeza a su regazo al agacharse y notó que le brotaba sangre de algún lado de la cabeza. La caída fue estruendosa y que él comenzara a respirar con dificultad la atemorizaron y no dudó en coger la campanilla y llamar a los gritos a Patrick, el mayordomo el único nombre que sabía de esa casa.

Enseguida el ruido del cerrojo a toda prisa, y el mayordomo junto a los otros criados entraron a tropel. También Yura su doncella acudió asustada.

― ¡Llamad a un médico ahora mismo! ―gritó Kagome

― ¡Oh, Lord Nolan! ―el mayordomo se asustó de ver al conde en el piso y ordenó rápidamente a los criados que portaban las velas que fueran a traer al médico.

Entre todos, incluida Kagome y Yura ayudaron a cargar al conde a su cama quien languidecía por la falta de aliento e intentaba decir algo, pero no podía.

―Traed agua ―volvió a ordenar Kagome a la ama de llaves que estaba parada junto a la cama pero que no había movido un dedo para ayudar desde que llegó.

Kagome lo notó y le hizo una seña a Yura para que lo hiciera.

― ¿Qué le habéis hecho al conde para que cayera así? ―comentó la señora Loren.

― ¿Y usted está aquí para juzgar? No ayuda en nada así que lárguese de esta habitación en este preciso momento ―Kagome no entendía la rebeldía de aquella mujer.

―Yo sigo órdenes directas de la duquesa de Saint Owen, la madrastra del conde. Solo ella puede ordenarme y no una recién llegada ―contestó la mujer.

Kagome nunca había visto una criada tan atrevida, pero era cierto, era una recién llegada y su recién estrenado esposo había tenido una caída y padecía una crisis respiratoria. No era hora para poner en su lugar a aquella mujer.

Mientras ayudaba a mojar la frente del conde, vino llegando un hombre con una maleta junto con los criados que fueron poco antes. Era muy joven y Kagome no podía creer que fuera médico.

―Lady Nolan ―la saludó y luego se acercó al lecho del enfermo―. Llevad a la señora a la sala mientras hago las curaciones ―pidió.

El señor Patrick le hizo una seña a uno de los criados.

―Que las cocinas preparen té para Lady Nolan y acompañadla.

Kagome decidió salir. Era lo mejor, aunque se sentía muy aliviada en el fondo que el conde recibiera atención medica tan pronto.

Los criados la atendieron bien y enseguida apareció un té caliente frente a ella.

―Milady, esa ama de llaves fue muy grosera ―le susurró Yura

―Parece que es la favorita de la duquesa o de lo contrario no se mostraría tan segura en su grosería ―reflexionó Kagome bebiendo el té.

―Pero usted es la condesa de Nolan.

―Todavía no tengo claro que ocurre aquí pero cuando lo haga me ocuparé de ella, eso tenlo por seguro ―comentó Kagome en voz baja.

Una hora después, ese medico tan joven bajó.

No parecía alarmado.

―Milady, el conde ha sufrido un corte en la altura de la cabeza, pero ya ha recibido medicina, pero me preocupa este episodio de ataque de su tuberculosis.

Kagome abrió los ojos espantada.

― ¿El conde tiene tuberculosis…?

―Bajo tratamiento desde hace un año ―especificó el médico.

―Nadie me había dicho nada.

―Milady, el conde tiene sus idas y venidas…y aunque su enfermedad puede ser catalogada como terminal, ha seguido tratamiento suficiente para preservar la vida.

Luego de dicho eso, el medico se marchó dejando unas indicaciones al señor Patrick.

Kagome quedó de piedra oyendo aquella sentencia.

Acabó sentada en el sillón, siendo arropada por su doncella.

El asunto con Lord Nolan era aún peor de lo que le habían dicho.

―Pero como sea su mala salud no le impide ser un palurdo ―murmuró para si

― ¿Habéis dicho algo, Milady? ―preguntó Yura

― ¿Se encuentra lista la habitación adjunta a la del conde?

―Sí, Milady.

―Diles que lleven mis cosas allí…permaneceré en esa habitación hasta que el conde muestre indicios de mejora ―ordenó, aunque en su fuero interno pensaba que quizá el conde no pasaría del invierno.

Yura se retiró a cumplir la última orden y Kagome quedó sola en el salón.

Estaba agotada pero todavía no lograba entender a los miembros de esa casa. Lo primero que haría al tener un poco de privacidad en su nueva habitación sería escribir una larga carta a su amiga Sango y pedir consejo.

Cogió la taza de té y notó que ya estaba vacía. La tetera ya se encontraba fría.

En eso, esa insufrible ama de llaves la señora Loren cruzó el salón llevando una palmatoria.

―Ordene a la cocina que me lleven más té a la habitación ―pidió mirando a la mujer

En parte lo hizo como desafío ante una criada tan insolente.

La señora Loren hizo una reverencia burlona asintiendo.

Kagome cogió la puntilla de su vestido y subió las escaleras. Le dolía la espalda y las piernas del viaje y del trajín que sufrió con el conde.

Demasiadas emociones en una sola tarde.

Cruzó frente a la puerta del conde y no entró.

El conde dormía y no valía la pena despertarlo.

La habitación que le prepararon era sencilla, mucho menos de lo que hubiera esperado de una familia tan rica como la de Saint Owen. Aunque Kagome ya comenzaba a deducir que, ante la ceguera de su señor, los criados hacían lo que querían.

Bueno, menos la tal señora Loren quien parecía tener una agenda propia.

Buscó papel y tinta y comenzó a escribir luego de que Yura la ayudara a cambiarse a un camisón y le trajera el té.

Era una carta para su amiga Sango donde le contaba con lujo de detalles lo que había visto, así como las desafortunadas y extrañas circunstancias en la que vivía su ahora esposo.

De algún modo, escribir sobre sus penurias y dificultades comenzó a despertar en ella una inaudita empatía por ese hombre.

Tan joven y tan enfermo. Además, claro de estar privado de la vista.

Probablemente de estar sano, era el tipo de hombre que jamás se fijaría en ella. Físicamente era el ideal inalcanzable de los salones y a los que usualmente se llamaba un calavera por sus muchas aventuras.

Al hacerlo un inoportuno recuerdo brotó en ella llenándola de vergüenza y enrojeciendo sus mejillas. La sensación de aquellas grandes manos recorriendo sus caderas sin pudor o bochorno.

Nunca jamás había sido tocada de esa forma y ni siquiera sabía que fuera capaz de sentir algo cuando alguien le hiciera eso.

Su rostro se puso caliente de la simple remembranza.

Se llevó las manos a la cabeza e intentó concentrarse en la carta que estaba escribiendo. Debía terminarla esa noche para enviarla mañana, sabe dios cómo.

Además, la fatiga mental de elaborarla podría ayudarla a sofocar aquellas ideas inconvenientes.

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Por la mañana, Kagome procuró seguir su rutina normal como cuando vivía en casa de su padre.

Se levantó alrededor de las ocho y Yura se encargó de vestirla.

Pero cuando pidió el desayuno a la habitación, volvió a encontrar el mismo drama del día anterior.

Que la señora Loren, la ama de llaves aducía que una regla principal en Trioval es que se desayunaba en la mesa principal con excepción del amo, quien por salud lo hacía en su habitación.

―Esto es ridículo ―se quejó Kagome mientras Yura la peinaba

―Igual conseguí alzar la tetera caliente y me robé unos panecillos ―comentó orgullosa la doncella.

―Daremos cuenta de eso, de todos modos, tengo que visitar al conde antes de bajar ―adujo Kagome recordando que tenía que visitar a su esposo.

Por los ruidos en el pasillo, dedujo que ya le habían llevado el desayuno. Quizá ya estaba despierto. Todavía no estaba familiarizada a los hábitos del conde.

― ¿Llevaste la carta? ―preguntó Kagome

La doncella titubeó para responder.

―Si…pero.

― Pero ¿qué…?

―El lacayo hizo un gesto extraño al recibirla.

―No los conoces bien.

―Pero conozco cuando se traen algo ―comentó la doncella

A Kagome no le parecería raro que interceptaran sus cartas. Toda la noche estuvo pensando en las palabras de su marido y su sospecha sobre su alianza con la madrastra.

Kagome sabía que el gran heredero actual si Bankotsu moría era el hijo de la duquesa, medio hermano de Bankotsu.

Siempre lo creyó una simple rivalidad, pero aparentemente era más profundo que eso y explicaba hasta el comportamiento salvaje de la ama de llaves. Y de todos.

―Cuando nadie esté viendo, pasa a la oficina postal y pregunta por mi carta. Todo, horario y hasta en el estado en la que llegó ―encomendó Kagome a su doncella.

Yura era muy eficiente y no sería difícil para ella eludir la vigilancia. Si es que las sospechas que tenía eran ciertas.

Se miró al espejo una última vez y terminó de echarse su fragancia favorita que era un delicioso ciruelo blanco que fue regalo de su padre.

Era hora de enfrentar de nuevo a su esposo.

La puerta de la habitación del conde no se encontraba cerrada. Se encontraba semiabierta, pero igual casi completamente a oscuras por las cortinas cerradas y apenas un par de velas para alumbrar.

Lord Nolan se encontraba sentado en la cama. Tenía la cabeza vendada por el golpazo que se hizo la noche anterior.

El señor Patrick preparaba los implementos para afeitar a su señor con la jofaina y las cuchillas.

Ella entró sin hacer ruido, tanto que el mayordomo no se percató que ella había entrado.

Sus pasos eran silenciosos a la par de sus ojos fijos en el hombre sobre la cama. La ventaja que fuera ciego es que ella podía verle todo lo que quisiera sin que fuera vergonzoso.

―Pero si es mi esposa la que hace el honor de entrar, luego de haberme provocado esta herida ―la voz del conde la interrumpió.

Kagome quedó petrificada en un sitio y hasta Patrick se asustó al verla, apresurándose en hacer una reverencia a la nueva condesa.

― ¿Cómo…? ―preguntó Kagome

―A menos que Patrick se haya hecho habitué a ciertos modos, la única persona en esta casa que huele a ciruelo blanco es usted. No puedo verla, señora Nolan, pero sí olerla.

Kagome abandonó la precaución y se acercó a la cabecera de la cama.

―Imagino que ha de estar festejando su próxima viudez, señora Nolan ―el conde volvió a hablar al sentir que la mujer se había acercado.

Aunque anoche pensó en él con cierta empatía y lastima, Kagome no pensaba dejarse ganar en aquel duelo de palabras.

―Si pronto voy a ser viuda, al menos debí ser informada de las causas. Nunca hablaron de este diagnóstico.

―No se preocupe que viviré lo suficiente para atormentarla.

―Todavía me debe explicaciones de su actuación de anoche ―Kagome no pensaba dejárselo fácil.

El hombre pareció sorprendido que su contendiente fuera tan directa.

―Y hasta que asuma su trato con mi agraciada madrastra temo que no tendremos puntos en común.

―No tengo ningún trato con su madrastra ni con nadie.

―Pues no le creo.

―Pues creo que debería trabajar con ese problema de confianza ―Kagome miró al mayordomo―. ¿Confía ciegamente en su mayordomo?

―Más que usted, eso se lo puedo asegurar. Él ha hecho merito, aunque quizá me traicione más adelante. Usted en cambio es una extraña.

― ¿Se ha dado cuenta que soy su esposa?

―Justamente yo no la escogí.

―Pero estuvo de acuerdo, así que usted ayudó a cavar su propia tumba.

Bankotsu sonrió y Kagome no pudo evitar en el perfecto trazo que daban sus labios denotando una cuidada dentadura. Podía tener barba y un cabello de indígena, pero evidentemente el hombre tenía manías que no descuidaba.

― ¿Se cree muy lista?

Kagome miró al mayordomo quien seguía trabajando en los implementos. Evidentemente no iba a salir así que Kagome se sentó en el sillón al costado de la cabecera del conde.

―Tanto como para defenderme de una falsa acusación.

Kagome aprovechó para dar una mirada a la estancia.

La habitación no era sucia, pero se encontraba muy descuidada con el escaso mobiliario. También era fría y Kagome no entendía como podían permitirlo siendo que padecía una enfermedad pulmonar tan grave.

Bankotsu volvió a sonreír.

― ¿Por qué está callada? Supongo que estará divirtiendo sus retinas mirándome ―Bankotsu retiró la sabana descubriendo su torso desnudo―. Vamos, le doy chance que vea todo lo que quiera.

Aunque Kagome iba a indignarse, era imposible no fijarse en aquel pecho esculpido pese a todas las tribulaciones de su propietario.

―Ya quisiera usted…―masculló la joven

Bankotsu rió.

―Cuando acepté esto, me informaron que tenía usted veinte años ¿es cierto?

Kagome enarcó una ceja.

―Me sorprende su educación al preguntar. Ya se estaba tardando.

―No es un asunto vergonzoso que haya pasado como cuatro temporadas sin casarse ―agregó Bankotsu sentándose al borde de la cama mientras Patrick iba a proceder a afeitarlo ―. O era esto o permanecer a merced de su primo quien es el heredero de su padre y que dicen es un auténtico patán.

― ¿Acaso lo conoce? ¿Fueron a la misma escuela de patanería?

― ¿Seguirá negando su afiliación con mi madrastra? ―insistió Bankotsu

―Totalmente porque no he visto a esa dama más que un par de veces y en la segunda siquiera me dirigió la palabra.

Kagome había entrado para saludar a su nuevo esposo y en cambio debía defenderse de algo del cual era inocente.

Era desconfiado, grosero y sumamente gruñón.

Pero por algún motivo Kagome era incapaz de tener un ataque de rabia contra él. Estaba enfermo y ciego. Se negaba a morir y quizá por ello podría respetarlo. Pero ya se perfilaba como un esposo desconsiderado, pero, aunque ella era quien más necesitaba de este matrimonio, también poseía garras y dientes.

Patrick terminó se secar el rostro de su señor.

―Vamos, salga de aquí mientras converso con mi nueva esposa ―ordenó el conde.

Kagome vio salir al hombre quien, aunque Lord Nolan no podía verlo, igual se inclinaba a hacer la reverencia.

Cuando el sonido de la puerta delató su marcha y el sonido de los zapatos del mayordomo arrastrándose por el pasillo que no se hubiera quedado a espiar tras la puerta, fue que el conde volvió a hablar.

―Asumo que tendré el rostro despavorido. Vamos, no tema Lady Nolan que no voy a consumar el matrimonio en este momento.

Kagome no podía creer que existiera un hombre tan atrevido y amoral.

― ¿Y qué quiere decirme? Por algo se deshizo de su mayordomo ―replicó Kagome observando que el conde volvía acomodarse sobre la cama.

El cabello seguía descuidado, pero sin aquella barba, el conde lucía aún más atractivo. Tenía unas facciones masculinas pero finas denotando su afinidad aristócrata aun pareciendo un palurdo.

―Que quiero que sepa que necesito un heredero y sólo por eso, decidí tolerar su presencia, pero imagino que si usted sigue las ordenes de mi madrastra nunca me proporcionará al niño. Sólo vino aquí a esperar a ver mi muerte efectiva. Así que está en usted aceptar o rechazar mi contraoferta que es más de lo que mi madrastra le ofreció ―Bankotsu se acarició la barbilla recién afeitada―. No confío en usted, pero sí en su ambición, así que entenderá lo que le digo.

Si Bankotsu no hubiera estado ciego, hubiera visto el rostro enrojecido de Kagome hasta las orejas.

―Sufre usted de una franca grosería…

―Y usted posiblemente de dotes de actriz bien consumada ―Bankotsu no se quedó atrás―. Lo que daría por ver su cara cuando le digo estas verdades ¿no le parece divertido? Un hombre de mi posición casado con una mujer de la que antes no se hubiese fijado, a tenor de la descripción que me dio el mayordomo y de mi propia exploración de anoche.

Kagome había estado divertida hasta ese momento.

Su baja autoestima se vio reflotada.

Si no estuviera ciego y enfermo jamás nos habríamos cruzado.

No necesitaba al conde para recordar que iba camino a convertirse en una solterona hasta antes de esto.

Unas lágrimas silenciosas aparecieron en sus ojos antes de que su conciencia pudiera frenarlas.

Se las limpió como pudo, pero ya no podía seguir en esa habitación con ese hombre y su crueldad.

Se levantó cogiendo las puntillas de su vestido.

―Así que se va…

―Necesito ir a la habitación a vigilar que acomoden lo que traje en los baúles ―mintió

Y salió rápidamente antes de que él volviera a detenerla con alguna frase maliciosa.

La nueva condesa necesitaba salir de aquella habitación y no regresar si es posible.


CONTINUARÁ

Hermanitas, perdón la tardanza.

Andaba viendo una serie llamada EUPHORIA, y andaba off.

Ya volvemos a las actus más rápidas, lo prometo.

Quiero enviar un abrazo a las hermanas PAULITA, YULI, CONEJA, VALENTINA HIGURAS, ANNIE PEREZ, IMAG04, MOON SKIN, LUCYP0411, BENANI0125, Y NUESTRA TERECHAN19.

Recuerden que este pequeño fic tendrá 16 capis.

Las quiero

Paola.