CAPÍTULO 28

Pasaban de las diez de la noche cuando volvía a la escuela, Nitta se había dirigido a seguir con los reportes, él por otro lado quería descansar, sin embargo, al ir rumbo a los dormitorios, las luces encendidas de cierto edificio llamaron su atención.

No había muchas personas que usaran particularmente ese sitio de entrenamiento, así que fue a ver para comprobar sus sospechas.

—¿Qué hace aquí tan tarde? —preguntó Megumi.

Gojo estaba en el dojo que usaban regularmente para entrenar. Se notaba que ya llevaba buen rato ahí: sus ropas estaban muy sudorosas y él algo agitado.

—Megumi, ¿vuelves de una misión? —dijo el peliblanco. Salió del edificio y tomó asiento en el engawa. Necesitaba sentir el aire fresco del exterior.

—¿Por qué nunca responde lo que le pregunto? —se quejó. Gojo se rio.

—Por lo general, si hay algo que me está molestando y debo darle vueltas, suelo comer aún más cosas dulces.

—Lo sé —refunfuñó el pelinegro, reprobando totalmente el método de su profesor, si ya de por sí consumía mucha azúcar.

—Quise hacer algo diferente esta vez. Sugerencia de Shoko.

—¿Le preocupa algo?

—Sí, se podría decir que sí.

—Ya veo…

Megumi tomó asiento a su lado y lo miró consternado. No entendía que podría estar pasando que ameritara un dolor de cabeza para Gojo Satoru. Se notaba en el rostro del menor que deseaba saber cuál era esa "molestia", si en algo podía ayudar a su profesor deseaba hacerlo.

—¿Es por lo del sucesor del clan Gojo? —se atrevió a decir, con un poco de reserva, no sabía cómo podía tomar el tema y estaba aventurándose en su suposición.

—Al parecer yo fui el último en enterarme de lo que hace mi familia —respondió muy malhumorado.

—Como líder de los Ze'nin… Supongo que debía saber. No es un evento que pase desapercibido para los demás clanes. Algunos ven muchos beneficios en ese tipo de alianzas.

—¿Tú qué opinas? De líder a líder.

—¿Qué opino? —dijo con sorpresa—. Que es su decisión si quiere o no hacerlo, también el cuándo y con quién.

—Es un problema ambas cosas.

—¿No quiere tener hijos?

—No lo sé —chistó con pocos ánimos—. No estoy rotundamente negado, pero no es algo que quiera en un futuro cercano…

—Sería un pésimo padre, les haría un favor —dijo Fushiguro como una broma, para no hacerlo sentir mal.

—¿De qué hablas? Fui bueno contigo.

—No, más bien fue como un molesto hermano mayor. Tsumiki es quien hizo el trabajo pesado.

—Tampoco fuiste un niño modelo —se quejó.

—Bueno, tampoco puede elegir qué tipo de hijo tendrá. Así que debe dar su mejor esfuerzo independientemente de cómo sea.

Satoru tensó los labios, como indeciso en hablar. Apartó la vista de Megumi y miró el cielo oscuro donde tintineaban cientos de estrellas.

—Ellos definitivamente no eligen que clase de padre tendrán… Sería horrible ¿verdad? Ser hijo de Gojo Satoru.

Megumi arrugó la boca, había estado jugando con sus comentarios, pero la forma en que Gojo hablaba era como una afirmación, no creía que sus palabras le hicieran pensar eso.

—Horrible fue ser hijo de Toji Ze'nin, era un padre desinteresado desde lo poco que recuerdo. Por otra parte, Gojo Satoru… él fue… difícil, pero no horrible.

—No quisiera convertirme en alguien que le dé una vida miserable a un niño que ni siquiera pidió existir—comentó taciturno.

—¿Cree que le heredaría mucha carga? ¿No quiere que alguno de sus hijos sea el jefe del clan Gojo? —Megumi juntó sus pies y miró a Gojo con curiosidad.

—Esa es una pregunta difícil de responder…

—Supongamos que tiene un hijo y ese hijo quiere sucederlo como cabecilla, ¿se opondría?

Gojo se cruzó de brazos y refunfuñó meneando la cabeza de un lado a otro, meditando su respuesta.

—No lo creo.

—Y si no quisiera, ¿permitiría que lo obligaran?

—Acabaría con todos antes de que eso sucediera.

—Entonces ahí lo tiene. La decisión será de su hijo, no suya. Yo no acepté convertirme en líder de los Ze'nin por obligación —Megumi se cayó un segundo y rodó los ojos—. Bueno, al principio fue por conveniencia, pero ahora es por convicción.

—Y estás haciendo un buen trabajo —dijo con mucho orgullo.

—Hago mi mayor esfuerzo para reparar el daño que provoqué.

Ambos guardaron silencio. Las heridas del pasado aún seguían abiertas para ambos.

No era una cuestión que Megumi pudiera entender del todo, él había crecido fueran de la influencia de las ideologías de los Ze'nin, bajo las alas de Gojo, sin embargo, Satoru sí que sabía que implicaba ser parte del clan y lo que conllevaba ser su líder.

No era estúpido, varias veces se había visualizado con Utahime en esa situación, después del evento de intercambio pensó en ella como la única con la que estaría dispuesto a formar una familia si debía, de alguna u otra manera, cumplir con la responsabilidad del lider del clan. Sin embargo, poniéndose a pensarlo fríamente, ¿tendría él lo necesario para ser un buen padre? Y, por si fuera poco, sus hijos —y su mujer— llevarían también el peso extra de ser la familia de Gojo Satoru y conociendo al mundo como lo conocía…

—Soy el más fuerte, pero no invencible —chistó ante los escenarios que se formaban en su mente, todos bastantes amargos.

Megumi abrió bien los ojos, extrañado de las palabras que salían de la boca de su maestro. El Gojo que él conocía no diría algo como eso, se mostraría fanfarrón aun ante el más fatalista de los finales. Escucharlo decir eso le hizo sentirse mal.

Comprendió, entonces, que no estaba charlando con él desde la posición de mentor, la que debía inspirar infinita confianza, sino como su amigo, alguien cercano quien pudiera escucharlo sin juzgar. De líder a líder, tal vez, como dijo al principio.

Satoru estaba pensando en el asunto del sucesor más detenidamente de lo que su indiferencia aparentaba.

—Si yo no estuviera…

—Yo lo protegería. Con mi vida si es necesario —dijo Fushiguro, con una voz firme y solemne—. Así que no se preocupe por las decisiones de alguien que aún no existe. Si no quiere tenerlos está bien, de igual manera si los desea no debería pensarlo tanto. Preocúpese más por disfrutar su propia vida.

Megumi lo estaba regañando, con la autoridad que ser jefe de los Ze'nin le otorgaba. Con el respeto de un hijo a un padre. Con la complicidad de un hermano a otro. Con el amor de un amigo.

La mirada de Satoru reflejó el amor que sentía por Megumi, lo conocía desde que tenía seis años, lo vio crecer paso a paso y si bien era cierto que no fue el mejor tutor, hizo lo que pudo con los recursos que tenía. Todos sus muchachos ocupaban un lugar en su corazón, pero Megumi era especial en una forma distinta.

La verdad, no es que él hubiera tenido la mejor de las familias amorosas, Satoru solo había sido criado desde el día uno para cumplir su papel como futuro jefe de los Gojo, tal vez, por eso había huido a la preparatoria de hechicería, para escapar de la prisión que resultaba su "hogar".

No lo parecía, tampoco es que se vanagloriara de ello, pero se había esforzado un montón para darle algo de tranquilidad y cariño a Megumi y Tsumiki, al menos, lo que un chico de, en ese entonces, dieciocho años podía ofrecerles.

—Has crecido mucho, Megumi. Este año cumples los dieciocho ¿no?

—Así es.

—El tiempo pasa volando. Tenía tu edad cuando nos encontramos por primera vez.

—Debió ser difícil para usted también. No me imagino encargándome de un niño en estos momentos.

—¿Estás usando protección con Hana?

—¡¿Qué clase de pregunta es esa?! —gritó todo enojado. Ese era el Gojo imprudente que conocía.

—Solo me preocupo por ti. Te recuerdo que soy tu tutor hasta los veinte.

—Ya me voy —dijo enfadado. Aunque era más vergüenza, tenía el rostro rojo como tómate.

—Es algo que todo mundo hace, que no te dé pena…

—¡Deje de hablar de eso! —gritó nuevamente furioso. Lo mejor era huir antes de que terminara revelando información que no quería que él supiera.

……

Gojo había ido de mala gana, creía que Shoko seguía castigándolo por todo lo que había pasado, dándole misiones absurdas o enviándolo lejos solo para molestarlo. El director asistente Tanabe lo recibió para guiarlo.

Himeji, la capital de la prefectura de Hyogo en la región de Kansai.

La misión era bastante simple, sin embargo, al implicar el castillo de la ciudad, requería bastante discreción y exactitud en su labor. Sinceramente, fácilmente el trabajo podría completarse por alumnos de la escuela y que les sirviera como experiencia, eso si el gobierno no fuera tan quisquilloso. Además, dada la ubicación, era mucho más factible que la sede de Kioto se hiciera cargo.

Llegar al castillo tomaba aproximadamente quince minutos a pie desde la estación hasta la entrada del parque de Himeji, que es el puente de Sakuramon. Eran unos quinientos metros desde el puente hasta el torreón principal. Debía caminar por el amplio terreno del parque y atravesar los senderos sinuosos de la montaña que conectaban la entrada del parque con el recinto interno. En total, le tomaría poco menos de una hora llegar a la parte superior del castillo.

"El castillo de la garza blanca", una fortaleza del periodo Edo, se le conocía de esa manera debido al color blanco que se extendía desde sus muros hasta las tejas, lo cual figuraba al ave. Era hermoso e imponente, de hecho, también era conocido como el castillo más hermoso de Japón.

Luego de la larga caminata, no supo que decir cuando vio a Utahime hablando con una de las encargadas del recinto. Shoko nunca le mencionó que ella estaría presente. No tenía nada de malo, pero no esperaba esa emboscada.

—Al fin llegas —habló Utahime, de la misma manera profesional que atajaba las misiones.

—Ya le he explicado la situación a grandes rasgos —dijo Tanabe.

—¿Pudiste revisar el mapa del castillo antes de venir? —Utahime le preguntó a Gojo. Su voz era bastante serena.

—No lo hice ¿es imperioso que deba conocer la estructura?

—El castillo es grande. Podría haber pasajes que puedan pasar desapercibidos.

—Entiendo.

—La idea es terminar hoy. Ya registré la zona y no hay amenazas mayores —Uta le entregó un mapa de todo el castillo a Gojo.

Satoru observó el papel, que tenía varias zonas marcadas. Lo analizó uno momentos para recordar los espacios que Utahime previamente había señalado.

—¿Cuál es el plan? ¿Barrer todo el lugar y salir de aquí para poder comprar recuerdos? —respondió tranquilo. Iba a enfocarse solo en el trabajo.

—Señor, espero que entienda la importancia del castillo Himeji para…

Era como tener un deja vu cada vez que iba a un lugar histórico. Gojo soltó una cátedra bastante larga sobre la historia del castillo desde sus orígenes con Akamatsu Norimura hasta Honda Tadamasa, vasallo de Tokugawa. Utahime lo dejó explayarse hasta estar satisfecho de su presuntuoso conocimiento. La encargada lo vio con exasperación porque no se callaba, desde de los primeros dos minutos ya había entendido el punto: sí sabía dónde estaba parado. Gojo habló durante cinco minutos sin parar.

—Como ya leíste en el informe, estas maldiciones nacieron debido a que se popularizó una leyenda urbana entre los estudiantes. Algunos grupos de ocultismo hicieron rituales clandestinamente provocando la exacerbación de las maldiciones que ya habían nacido —explicó Utahime con paciencia.

—Adolescentes… —renegó Gojo, como todo un viejo—. Se extendieron de abajo hacia arriba —dijo mientras observaba la emanación de energía maldita de la imponente estructura.

—Cuando Tanabe–san baje la cortina deberán aparecer las que faltan, así que serán más.

—No parecen ser maldiciones fuertes. Podría exorcizarlas rápido si voy deprisa.

—El castillo cuenta con muchos elementos importantes que hay que preservar —le advirtió la encargada a modo de regaño.

—Es mejor dividirnos el trabajo y tomarnos el tiempo. Como bien dijiste, no serán problema, así que no es necesario hacerlo de manera apresurada —dijo Utahime.

—De acuerdo. En ese caso, deja que me encargue de esta zona inferior—le mostró el sitio al cual se refería en el mapa. Su brazo chocó con el hombro de Utahime, pero ella no hizo siquiera una mueca.

—Yo comenzaré con los pisos de arriba e iré bajando.

—De esa manera, si algo sube o baja podremos controlarlo.

—Sí, es efectivo…

Ambos discutieron todo el plan, ajustando detalles para que la misión se llevara a cabo de la manera más eficiente posible. Fue nostálgico para ambos, habían pasado varios años desde la última vez que tuvieron que trabajar juntos, claro, sin contar la experiencia de la batalla de Sukuna.

Si bien, su trabajo en equipo, sin duda, era más organizado que en ningún otro momento, Satoru tenía la sensación de que faltaba esa chispa de camaradería que compartían juntos. Ambos estaban siendo totalmente profesionales, quedaba claro, como si nunca hubieran peleado al punto de tener una ruptura, aun así, aquello no se sentía bien.

Así no eran ellos, solo de pensar que esa podría ser su nueva dinámica de ahora en adelante, hacía que su corazón se encogiera.

—¿Nos esperan en Sakuramon? —le pidió Uta a Tanabe.

—Bajaré la cortina una vez pasado el portal. Tengan cuidado.

—Lo dejaré en sus manos. El castillo y sus alrededores estarán cerrados en su totalidad para el público —dijo la empleada.

—Descuide, no nos llevará mucho tiempo —respondió Utahime, con aquella sonrisa que inspiraba confianza.

—Pongámonos en marcha —los animó Gojo a todos en un aplauso.

Cuando entraron al edificio principal, él pudo entender tangiblemente el valor del lugar y la importancia de mantenerlo a salvo de cualquier peligro. El castillo de Himeji era precioso por dentro y fuera. No obstante, definitivamente no era una misión que requiriera su calibre. Podía ser de urgencia más bien por el sitio, no por la dificultad. La maldición principal sería una categoría dos a lo sumo.

¿Habría Shoko planeado todo para que se encontraran? ¿Lo había hecho debido a que sabía que estaban peleados? Utahime estaba esperándolo cuando llegó, así que ella estaba al tanto de que se le había asignado la misión a él también. ¿Por qué no la rechazó? ¿Estaba lista para hablarlo? Porque eso había dicho: "la próxima vez que nos veamos".

Satoru bajó al sótano, donde se guardaban las armas, era el lugar con la mayor concentración de energía maldita, por ende, de maldiciones. Lo más probable era que los chicos se habían escabullido allí, donde no había tanta seguridad, para hacer el estupido ritual que provocó todo aquello.

Era un poco similar a su engorrosa primera misión con Utahime, apostaba que si Shoko hubiera sabido lo de Picopincho —rebautizada como Asesina Nocturna—, le habría hecho que la llevara como castigo, cual símbolo de vergüenza. Para él era más un objeto que representaba su despreocupada juventud.

Arriba, en el piso superior, Utahime se hacía cargo de exorcizar a las pequeñas maldiciones que iban apareciendo en su camino, estaba siendo cuidadosa de que no fuera a escapar ninguna. Mientras realizaba su labor, pudo sentir algo más haciéndole compañía, era una sensación como si estuviera siendo observada desde algún rincón.

Revisó hasta el último pasillo, como las maldiciones eran débiles preferían esconderse en lugar de atacar. Antes de bajar al siguiente piso, al girar por el pasillo para tomar el corredor que la llevaría a las escaleras, sintió una mano en el vientre y el leve susurro de la voz de una mujer joven decirle "gracias". Se quedó paralizada un par de segundos, era como si algún ente hubiera pasado al lado de ella para tocarla, pero fuera incapaz de verlo en su totalidad, sintió un mareo y tuvo que apoyarse de la pared.

Cuando volteó para cerciorarse de que no era solo su imaginación o estaba volviéndose loca, pudo ver, al doblar por el corredor, los ropajes de un kimono de doce piezas arrastrarse. La piel se le puso de gallina.

No se trataba de una maldición, de eso estaba segura: era otra cosa, algo que habitaba el castillo. Había muchas cosas allá afuera, aparte de las maldiciones, que resultaban desconcertantes. Recordó entonces las leyendas de Himeji: Osakabe hime, le llamaban al ente del último piso, su origen aún era indeterminado. Sin embargo, algo que no resultara una maldición no era de su incumbencia.

Tan solo el torreón principal tenía cinco pisos más el sótano, eso sin contar los pasillos que conectaban con los otros doce torreones. Ambos se encontraron en el segundo piso, Gojo únicamente mencionó que había acabado con todo abajo y Utahime asintió tranquilamente con la cabeza, como ofreciendo una reverencia de agradecimiento. Ninguno dijo algo más, Satoru tomó los torreones el oeste y Utahime los del este.

Solo bastaba un movimiento mínimo de su mano para acabar con las maldiciones que tenían aspecto de arañas peludas, había unas más grandes que otras, pero todas de bajo nivel. La maldición de categoría dos ya había sido exorcizada en el sótano. A Gojo le estaba pareciendo una eternidad mientras recorría las últimas atalayas, llevaban cerca de cuatro horas andando por todo el castillo de Himeji.

Utahime revisó los jardines, por si algo se había escapado hacia afuera mientras trabajaban dentro del castillo. Gojo echó un último vistazo en el torreón principal, antes de salir a la puerta Hishi, que conectaba con los corredores amurallados de la montaña.

—¿Terminaste?

Ella había salido primero. No entendía por qué estaba esperándolo en el portón si habían quedado que bajarían hasta el puente donde se encontraba Tanabe.

—No queda nada. El castillo está limpio y en una pieza —respondió igual de serio. Solo era una fachada, la verdad es que tenía el estómago revuelto desde hace rato.

—Le avisaré al director asistente, así Nadeshiko–san podrá estar más tranquila.

Unos segundos después, la cortina se disipó de los cielos.

……

El punto álgido del otoño se notaba en las coloridas hojas bermellones de los árboles, la escuela de Kioto se vestía del amarillo al carmín por doquier, con la puesta del sol el bosque parecía arder en llamas.

Utahime observaba por la ventana el paisaje de manera melancólica. Estaba en la dirección porque Gakuganji le había llamado para discutir unas cuestiones habladas con Ichinose Raku. Recientemente había descubierto que podía separar su cuerpo físico de su mente, sabía que el director hablaba, pero no estaba prestando atención en lo absoluto, pensaba en algo más.

Suspiró largo y tendido, observó el escritorio de Gakuganji y miró un papel que llamó su atención.

—¿Puedo hacer la misión en Hyogo? —preguntó Utahime, interrumpiendo la charla de su superior.

—¿Quieres hacerla? Pensaba enviar a alguien más.

—La quiero.

—Bien. Sí llevas a Hibari sería bueno para ella.

—No. Asigne a Gojo Satoru como apoyo.

—¿Gojo? —enarcó una de sus largas cejas.

—Por favor.

—No es una misión que requiera a Gojo Satoru ¿por qué?

—Tal vez la misión no, pero yo sí.

—¿Puedo darte un consejo? —Gakuganji dejó al lado lo que estaba haciendo y puso total atención a la mujer que tenía delante—. No como tu superior, sino como alguien que te ha visto crecer desde joven.

—Lo escucho.

—Satoru no es un hombre que te convenga. Siempre estará rodeado de problemas.

—Al igual que todos los hechiceros.

—Quisiera que tu vida, en un futuro, no resultara desdichada.

—¿Cree que sería infeliz? —preguntó con asombro de que dieran esa impresión.

—No está escrito en piedra, pero es probable. Gojo Satoru no es cualquier hombre.

—Entiendo que lo vea de esa manera…

—Solo serás un lastre para alguien como él. Satoru aún tiene enemigos en las sombras que aprovecharán todo lo que puedan a su favor.

—Eso suena a un problema para mí.

—No solo para ti —ratificó duramente—. Desearía que mantuvieras tu relación con él como hasta ahora, de manera profesional.

—¿Lo dice por mi bien? ¿O porque es lo que le conviene más al mundo de la hechicería? —el cuestionamiento de Utahime fue expuesto con molestia.

—Ambos.

—Aprecio su preocupación y estoy muy consciente, tal vez más que nadie, del tipo de persona que es Gojo Satoru.

—Recuerda que pararte al lado de Gojo es ponerte en medio de la tormenta también.

Gakuganji terminó de garabatear en los papeles y se los entregó a Utahime.

Shoko recibió los documentos al día siguiente.

……

Los pasajes de la fortaleza del castillo eran estrechos a propósito para evitar el paso de un ejército numeroso, eso mismo los obligaba a ir uno al lado del otro sin mucha distancia de por medio. Luego de salir del recinto interno ninguno volvió a emitir palabra. Gojo no se atrevía a ser el primero en soltar la bomba.

Ciento veinte metros antes de llegar al puente, Utahime se detuvo, Satoru paró su andar tres pasos adelante de ella. No tuvo la fuerza para encararla de inmediato, solo se preparó para escuchar lo que sería la inminente confrontación.