Capítulo 2
Convento St. Mary, norte de Escocia
Desde allí podía escuchar el sonido de la lluvia. Hacía varios minutos que había dejado de oír las palabras de la madre superiora, que sermoneaba a varias de las monjas del convento, incluida a ella. Las demás hermanas se habían marchado de la capilla para dirigirse al comedor y tomar la cena mientras la madre superiora intentaba poner orden entre las tres jóvenes que habían llegado al convento hacía poco más de un mes. Tanto a unas como otras les estaba costando mucho adaptarse a las normas del convento para las novicias, por lo que la superiora había decidido que ese día era el indicado para hacerles ver que debían obedecer. Las tres jóvenes habían sido llevadas allí contra su voluntad por sus padres y en sus mentes aún estaba la idea de poder salir del convento para dar un paseo o hacer cualquier otra cosa que solían hacer antes de tomar los hábitos. Pero ya no eran libres. Ahora estaban a punto de convertirse en una más de las monjas que habitaban ese convento cerca de los acantilados del norte en las tierras de los Haruno, cuyo laird era el padre de Sakura, una de las jóvenes que estaban siendo sermoneadas.
La joven apenas hacía caso de los consejos y palabras de la madre superiora, pues eran las mismas que todos los días. Tan solo el sonido de la lluvia, que se escuchaba de tal manera que parecía querer entrar en el convento, era lo único que llegaba a sus oídos. Sakura desvió la mirada hacia sus manos, que reposaban en sus muslos, tan solo para que la superiora no se diera cuenta de que no escuchaba, y dejó vagar su mente por aquel sonido tan envolvente. Siempre le había gustado ver la lluvia desde la intimidad de su habitación en el castillo de sus padres y cuando su padre no la veía, corría con una sonrisa en los labios por la campiña hasta que sus ropas se mojaban tanto que apenas podía moverse con ellas puestas.
Pero todo eso, esa libertad, se había acabado hacía poco más de un mes. Poco antes de su ingreso en el convento, su padre la convocó en su despacho para comunicarle que en unos días dejaría su vida en ese castillo para dedicársela al Señor, algo que ella odiaba y había intentado hacerle ver a su padre una y otra vez. Le rogó, imploró e incluso se puso de rodillas frente a él para que no la llevara a ese lugar tan frío y distante de todo y todos. Pero no había servido de nada. Su padre estaba decidido a llevarla allí, pues siempre deseó tener un primogénito varón y su presencia allí molestaba para el futuro del clan. Su padre le comunicó que sería Nagato, su hermano mediano, quien tomaría las riendas del clan cuando él no estuviera, por lo que ella era solo un estorbo para todos.
Sakura había recibido la noticia como un duro mazazo. No es que la relación con su padre hubiera sido muy buena a lo largo de sus veintitrés años, pero al menos creyó que había logrado que su padre soportara su presencia allí. Pero descubrió que no era así, y ahora se encontraba apartada de todo lo que conocía. Habría deseado mil veces ser expulsada del clan en lugar de llevada allí, pero estaba segura de que su padre solo quería hacerle pagar por no haber nacido varón.
La joven lanzó un suspiro y apretó los ojos. Estos se le llenaron de lágrimas al recordar a su padre. Y su madre... Ella sí la amaba y quería junto a ella, pues sabía que la joven era su única amiga dentro de los muros del castillo. El matrimonio de sus padres era una auténtica farsa. Los obligaron a casarse desde muy jóvenes y ninguno había logrado amar al otro lo suficiente como para que todo funcionara bien a su alrededor. Su madre estaba a la sombra de su padre y debía acatar todo lo que este dijera, incluida la marcha de su hija al convento. Había intentado interceder por ella, pero no había conseguido nada.
Sakura deseaba, desde el primer día de su llegada, salir de aquellos muros fríos y negros y abandonar aquellas tierras rumbo a donde fuera. Cualquier lugar sería mejor que estar allí y dedicar su vida al rezo, al silencio, la cocina y la limpieza. Prefería malvivir en las calles de algún pueblo a obedecer a la madre superiora que, aunque parecía buena persona, no dejaba de darle órdenes que odiaba acatar.
—¿De acuerdo, Sakura? —La voz aflautada de Chiyo, la madre superiora, llegó a sus oídos, y levantó la mirada hacia ella.
Descubrió que la mujer estaba mirándola fijamente y a la espera de alguna respuesta que no estaba segura de dar, pues no sabía qué era lo que le había preguntado. Sakura se retorció las manos, incómoda, y miró a sus compañeras. Una de ellas asintió imperceptiblemente y la joven lanzó un simple:
—Sí, madre.
Chiyo sonrió, conforme con la obediencia de la joven, y se levantó del banco de la capilla. Las otras dos compañeras también se levantaron, pero Sakura se mantuvo en su asiento.
—Vayamos a cenar —les indicó.
La joven levantó la mirada y miró suplicante a Chiyo.
—Si no os importa, madre, prefiero quedarme unos minutos en silencio.
La aludida asintió y se marchó de la capilla acompañada de las otras dos novicias. Sakura las estuvo mirando hasta que desaparecieron por la puerta y la dejaron completamente sola. Solo entonces logró dejar escapar el suspiro que tenía guardado en sus pulmones. Lo odiaba. Odiaba todo lo que representaba esa institución y a pesar de que intentaba darse ánimos, no dejaba de tener ese sentimiento.
Desde que era muy pequeña había soñado con poder casarse alguna vez con un hombre que le
mostrara lo que era el amor, ya que en su casa era algo que no había visto jamás, pero sí en otras del clan. Sus padres no se habían amado nunca y las miradas que se dirigían siempre iban cargadas de reproche. No obstante, en las familias de sus amigas siempre vio respeto, admiración y amor. Y eso es algo que había deseado siempre, pero ahora sería imposible.
Sakura sintió en su pecho una fuerte opresión por el dolor que le provocaba tener que pasar el resto de su vida encerrada entre esas cuatro paredes sin conocer el verdadero amor, ese del que la madre Chiyo presumía para con Dios. Pero para Sakura apenas significaba nada, pues no era el amor que buscaba.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y volvió a mirarse las manos a través de la cortina de agua que amenazaba con correr por sus mejillas. Nunca se había considerado una muchacha de mucha belleza, ya que sus propios hermanos se habían ocupado de hacer que su autoestima estuviera por los suelos. Sin embargo, sí se había dado cuenta de que varios jóvenes del clan le enviaban miradas furtivas a su paso y alguno que otro se chocaba con ella intencionadamente, algo que, aunque no debía ni quería reconocerlo, le gustaba.
Hacía demasiado tiempo que no veía su imagen en un espejo, pues la madre superiora se lo había prohibido. Chiyo decía que las jóvenes novicias no debían recordar su aspecto antes de llegar al convento, pues a partir de ese momento no tendrían que cambiar su imagen para nadie, pues para Dios no había perfección en una persona narcisista. Por ello, intentó recordar su propio rostro en ese momento para intentar reconocerse y no perder la identidad que querían arrebatarle. La joven no poseía una altura demasiado excesiva, como otras muchachas de su clan, sino que era de mediana estatura. Su complexión era delgada, pero las líneas de su cuerpo estaban muy acentuadas debido a sus pechos y la curva de sus caderas. Tenía el pelo rosáceo, adornado con varias ondas que caían sueltas por su espalda, pues al ser aún novicia no hacía falta que usara el velo de las demás monjas. Su rostro era ovalado, de expresión dulce y serena, aunque por dentro sintiera que se estaba rompiendo en mil pedazos. Sus ojos verdes habían llamado la atención de su clan durante toda su vida, pues aún desconocían de quién los había heredado. La joven sorbió su nariz chata mientras lágrimas solitarias recorrían sus mejillas rosadas y acababan en la palidez de la piel de su cuello. Sus labios voluptuosos mostraban una expresión contrariada mientras sentía los fuertes y rápidos latidos de su corazón.
¡Cómo le habría gustado tener la valentía suficiente para escapar de allí! El sonido de la lluvia llegó de nuevo a sus oídos, llevándole, otra vez, el recuerdo de la última conversación que tuvo con su padre:
—Porfavor, padre, no me enviéis allí —suplicó Sakura de rodillas.
KisashiHarunosiemprehabíasidounhombretozudoynoparecíaquerercambiardeopinión.
—Irásaeseconventoenunosdías.Yaestátodoarreglado.
—Pero ¿mi opinión no cuenta? Yo quiero casarme con alguien y tener mi propia familia —se quejó Sakura. Kisashi negó con la cabeza seriamente.
—Sitecasasconalguien,esejovenseráellairdcuandoyonoesté.Ynoquieroquealguienajenoa esta familia cumpla con ese deber. Si hubieras nacido varón, nada de esto estaría pasando.
Sakurasintiócómocorríanlaslágrimasporsus mejillas.
—Peroyonotengolaculpa,padre—dijocontristeza.
—Entonces hubiera sido mejor que no llegaras a nacer —le dijo con desprecio—. Nagato será mi sucesor y para ello tú debes estar en el convento, así que si no quieres crear una guerra entre el clan, más te vale obedecer.
Aquellas fueron las últimas palabras que le dedicó su padre. Este finalmente no se despidió de ella cuando la joven abandonó el castillo con la comitiva que la acompañó al mismo. Su padre había dispuesto un grupo de una veintena de hombres para portar el baúl de su hija y acompañarla al convento. Temía que Sakura hiciera alguna tontería para intentar escapar de su destino y por ello les pidió encarecidamente que no le quitaran el ojo de encima, y así había sido.
Sakura se limpió las lágrimas con fiereza. Estaba enfadada con su padre, su madre, sus hermanos, el clan... con todos, incluso con la madre Chiyo. Nadie parecía comprender lo que sentía en su interior y aunque no era muy devota, la joven levantó la mirada hacia la imagen de madera que había en el centro del altar. Se trataba de una talla de un siglo atrás en la que mostraba al hijo de Dios en la cruz. No era muy grande, pero sí levantaba mucha devoción entre las hermanas. Ella apenas lo había mirado durante el mes que llevaba allí, pero en ese momento, en el que creía que la rabia y la desesperación se iban a apoderar de ella, Sakura imploró:
—Por favor, haced que abandone estos muros para siempre. No pido tanto. —La joven se levantó del banco y se arrodilló frente al altar—. Solo quiero vivir la vida que tanto he ansiado, no vivir encerrada.
Cuando sintió que las lágrimas escocían demasiado en sus ojos, los cerró con fuerza y tras calmarse volvió a abrirlos, esta vez con determinación. Dentro de ella sintió fuerza y el ánimo que le faltaba para seguir adelante, así que se decidió finalmente a acudir al comedor para cenar junto a las demás.
Con paso lento, Sakura abandonó la capilla y salió al claustro. Se encontraba en el piso superior delconvento y cada vez que veía la arcada tanto inferior como superior, no podía dejar de admirarla. Aquello era lo único que le gustaba de ese frío lugar. El claustro estaba adornado con infinidad de arcos que se asomaban al patio central del convento. Estos arcos abovedados formaban figuras florales de piedra que alegraban la vista de cualquiera que los admirara. Cada arco tenía un balcón de balaustre, excepto en el piso inferior, que estaba abierto por todos lados para dar acceso al patio.
Cuando un rayo apareció en la lejanía e iluminó la arcada, Sakura esbozó una pequeña sonrisa. Adoraba la lluvia. La joven se aproximó al balcón y apoyó las manos mientras levantaba su cabeza para mirar al cielo antes de cerrar los ojos y disfrutar de las gotas que mojaban su rostro. Hacía frío, pero poco le importaba. Ese momento era para ella, un pequeño instante de intimidad que le recordaba la época en la que tenía cierta libertad. Sus labios esbozaron una sonrisa y se detuvo allí hasta que un escalofrío le recorrió la espalda. Solo entonces abrió los ojos y bajó la cabeza para admirar el precioso patio interior del convento, pero su sonrisa se quedó congelada al instante.
Durante unos instantes creyó que lo que sus ojos veían en el centro del patio era fruto de su imaginación, tal vez de su falta de alimento desde el mediodía, pero no podía ser. Se veían demasiado reales. Frente a ella, en el piso inferior en medio del patio, más de una decena de guerreros tenían la mirada levantada hacia ella y la observaban bajo la lluvia. Tras comprobar que los había divisado, uno de ellos, el que parecía el líder, más alto y corpulento que los demás, se adelantó al resto frunciendo aún más el ceño. Se le veía realmente enfadado, como si la odiara por algo que no había hecho, pero Sakura no entendía el qué.
Deseó poder correr hacia el comedor para avisar a las demás de que los guerreros habían entrado sin permiso en el convento, pero sus pies parecían pesar demasiado como para poder moverlos. La joven se sentía hechizada por la visión de aquel magnífico guerrero que la observaba desde el piso inferior. Vio que su pelo estaba mojado y goteaba por la lluvia. Y a pesar de que sus ropajes estaban también empapados, no parecía sentir el frío del anochecer. La luna llena iluminaba su rostro y a pesar de que sentía miedo hacia él, Sakura lo vio realmente atractivo. Ese guerrero parecía tener algo atrayente que la hacía mantenerse en el sitio sin poder moverse. Sin embargo, cuando el joven sacó la espada del cinto y el sonido rompió el silencio, las manos de Sakura temblaron.
—¡Buscamos a Sakura Haruno! —vociferó con voz atronadora.
La joven dio un respingo y sintió verdadero pánico. ¡Había dicho su nombre! ¿Quiénes eran aquellos hombres que la buscaban? Sabía que no eran hombres de su padre, pues no los conocía y desde allí no podía ver con claridad los colores de sus kilts, pero estaba segura de que no se trataban de guerreros amigos de su padre o su clan. Y fue entonces cuando Sakura reaccionó. Sin responder a su llamamiento, la joven dio un paso atrás sin dejar de mirar a los ojos de ese guerrero.
—¡Sakura Haruno! —volvió a gritar.
El pánico se apoderó de ella por completo y, dándose la vuelta, corrió hacia el comedor, donde estaban las demás hermanas, para avisar a la madre superiora de la intrusión de los guerreros. A su espalda escuchó el grito de rabia del guerrero, pero hizo caso omiso y no dejó que su miedo la paralizara de nuevo.
Sakura abrió la puerta del comedor de golpe y la cerró con un sonoro portazo.
—¡Sakura! —le regañó Chiyo—. ¿Dónde están tus modales?
La joven no respondió. Se acercó a ella con el rostro desencajado y solo entonces la madre superiora comprendió que sucedía algo.
—¿Qué te ha ocurrido para estar así, muchacha?
Sus compañeras se pusieron en alerta y se levantaron de sus asientos mirándose unas a otras sin comprender qué estaba sucediendo.
—Madre, han entrado unos guerreros al convento —dijo con voz acelerada por la carrera—. Están en el patio, pero creo que van a subir. ¡Me están buscando, madre!
Sakura parecía desesperada, y la madre superiora le puso las manos en las mejillas.
—¡Yo no he hecho nada, madre! ¡Os lo juro!
—Lo sé, hermana —le dijo con voz aparentemente tranquila—. No os preocupéis. Vuestro padre nos dio una buena cantidad de dinero para protegeros, así que solo puedo hacer una cosa.
Chiyo la agarró de la muñeca y la empujó hacia uno de los laterales del comedor haciendo caso omiso a las miradas asustadas de las demás monjas. Para sorpresa de Sakura, Chiyo pulsó una piedra de la pared y después se abrió una puerta escondida que no sabía que existía. Los ojos de la joven se abrieron desmesuradamente al tiempo que el sonido de las pisadas y el ruido de los guerreros se acercaban al comedor.
—Este es un pasillo secreto que rodea el claustro y lleva hasta las celdas. Id a la vuestra, coged la capa e id a las caballerizas. Allí hay un caballo. Cogedlo y huid.
—Pero, madre... —tartamudeó.
—¡No hay tiempo! Id. Vuestro padre tiene muchos enemigos, así que no creo que os quieran solo para conoceros. Tal vez quieran mataros, muchacha. ¡Corre! —la tuteó por primera vez—. Yo los entretendré.
—Gracias, madre.
Chiyo sonrió levemente.
—Cuidaos, muchacha.
Tras esas palabras, Chiyo la empujó y cerró la puerta de golpe antes de que los guerreros entraran en el comedor después de dar una fuerte parada a la puerta.
Sakura lo escuchó desde el otro lado y tembló incontrolablemente. Temía por la vida de sus compañeras, pero no quería desobedecer a la madre superiora. Por ello, sin perder tiempo, huyó por el oscuro corredor, tanteando por las paredes, hasta que dio con la primera puerta. La abrió y descubrió que se trataba del despacho de la superiora, por lo que regresó al oscuro corredor. Hizo un mapa mental de las habitaciones que podría haber al otro lado de las puertas y cuando estuvo segura de que una de ellas daba a las letrinas, Sakura la abrió. Efectivamente, aquella era la estancia de las letrinas, por lo que salió del corredor y cerró con cuidado. Desde allí sabía que estaba al otro lado del claustro, por lo que los guerreros estaban demasiado lejos para verla. Sin embargo, tuvo cuidado de abrir la puerta que daba a la arcada del claustro y desde allí escuchó las voces del guerrero que había visto en el patio. Salió a la oscuridad del pasillo y corrió sin hacer ruido hasta su propia celda. Después se metió en ella y se lanzó hacia su único baúl. Allí estaban las pocas pertenencias que su padre le había permitido llevarse, por lo que lo abrió y cogió su capa, la puso sobre sus hombros y colocó la capucha en su cabeza.
Tras esto, Sakura salió de nuevo al pasillo y calculó la distancia entre su celda y las escaleras. Estas se encontraban a escasos cinco metros, por lo que, agachándose para evitar ser vista debido a los rayos de luna, Sakura corrió hacia las escaleras. Las bajó tan rápido como le permitían sus pies y después, tras echar un vistazo hacia el piso superior para comprobar que ningún guerrero estuviera en el corredor, se dirigió con paso apresurado hacia las caballerizas. Las gotas de lluvia le caían por el rostro, mojándoselo, pero a Sakura no le importaba. Estaba bien resguardada de las inclemencias del tiempo gracias a su capa y sabía que esta la protegería durante la noche.
Cuando entró en los establos, un intenso olor a paja mojada le hizo arrugar la nariz, pero no se detuvo y fue directamente hacia la única cuadra donde se encontraba el caballo del convento.
Itachi estaba a punto de perder la paciencia. Había dirigido una mirada iracunda a todas y cada una de las monjas que había en ese lugar y ninguna era la que había visto en el claustro cuando ellos acababan de entrar en el convento, por lo que dedujo que era ella la muchacha a la que buscaba.
La madre superiora, que estaba frente a él con el mentón levantado por el orgullo y una mueca de disgusto en el rostro, lo miraba también con enfado, aunque pudo comprobar que las manos de la mujer temblaban ligeramente.
—Hermana, os aconsejo que no agotéis mi paciencia —la amenazó Itachi mirándola directamente a los ojos—. Antes hemos visto a una muchacha en el pasillo y es la única que no está aquí. Estoy seguro de que ha corrido hacia aquí para avisaros, así que espero que me digáis ya dónde está Sakura Haruno.
—Estas muchachas están a mi cargo —le respondió Chiyo—. Y vos no sois nadie para entrar a la fuerza en mi convento y amenazarnos.
Itachi dio un paso hacia ella sin apartar la mirada felina de los ojos de la mujer, que tembló ligeramente.
—Señora, soy Itachi Uchiha, laird de los Uchiha, y exijo que me digáis dónde está la muchacha que busco.
Durante unos segundos, Chiyo recorrió con la mirada a los fueros guerreros que había allí y que esperaban su respuesta tanto como su laird. Después miró a sus compañeras y las vio apretándose tanto como podían contra la pared, como si quisieran desaparecer también entre los muros del comedor.
—El único que puede exigirme algo es Dios nuestro Señor —respondió lentamente.
Itachi perdió la poca paciencia que tenía y giró levemente la cabeza hacia su izquierda, donde estaba su hermano Sasuke.
—Ya sabes lo que hacer... —le dijo en un siseo.
El aludido, con una expresión iracunda, sacó la espada del cinto y sin pensarlo, la dirigió al cuello de la monja que había tras la mesa cerca de él. La joven abrió mucho los ojos al sentir contra su cuello el filo de la espada y miró con desesperación a la madre superiora, que dio un paso hacia Itachi mientras tragaba saliva. Su deber era cuidar de todas y tras darle el tiempo necesario a Sakura, supo que no podía retrasarlo más. Sin embargo, cuando abrió la boca para responder al guerrero que la observaba con detenimiento, el sonido de los cascos de un caballo rompió el silencio formado en el comedor.
Y en ese instante, una expresión radiante y victoriosa apareció en el rostro de Chiyo, haciendo que la ira de Itachi fuera en aumento.
—Me parece que la mujer a la que buscáis se os escapa, Itachi Uchiha.
Este lanzó un rugido de rabia, pues había escuchado también el sonido de los cascos. Se sentía engañado y utilizado por aquella mujer que los había entretenido solo para dejar que la joven se escapara.
—¡A los caballos! —vociferó antes de decirle a la madre superiora—: Dad gracias porque debo irme ya, ya que si no tuviera prisa, vuestra sangre regaría este maldito convento.
Chiyo le devolvió la respuesta en forma de media sonrisa, aunque internamente agradeció a Dios porque ya se marcharan y las dejaran en paz.
Itachi salió del comedor tras sus hombres, que ya corrían hacia las escaleras para ir al piso inferior hacia los caballos. En su interior sentía hervir la rabia que corría por sus venas. Aquella maldita Haruno era más lista de lo que hubiera imaginado y cuando el guerrero se asomó a la balaustrada, la vio salir por la puerta principal del convento con un caballo y ataviada con una capa para evitar ser vista en la casi oscuridad reinante en medio de la lluvia.
—No podrás escapar de mí, Sakura Haruno —siseó antes de correr hacia las escaleras rumbo a su caballo. Cuando el guerrero montó, se dirigió a sus hombres y les dijo:
—Esa muchacha no puede escapársenos. La vida de mi hermano depende de que ella esté en nuestras manos, así que debemos atraparla. Ya sabéis lo que debéis hacer.
Sus hombres sacaron las espadas del cinto y la levantaron haciendo su grito de guerra. Itachi entonces se puso en marcha y cabalgó hacia donde creía haber visto que escapaba el caballo de la joven. Haría lo que fuera para atraparla y después, le haría pagar el daño que los Haruno le estaban haciendo a su familia.
