Capítulo 10
Mebuki sentía que no podía aguantar mucho tiempo los nervios que tenía en el estómago. Desde que había escuchado tras la puerta la carta que habían enviado los Mackenzie solo podía pensar en el destino cruel de su hija. Ella odiaba la decisión de su marido de llevarla al convento y desde que la habían secuestrado los enemigos, odiaba también a su marido. Apenas podía soportar su mirada y daba gracias por que este siempre estuviera pendiente del prisionero o cualquier otra cosa en lugar de estar junto a ella, pues se habría dado cuenta de lo que rumiaba su mente.
No había dejado de darle vueltas a lo que había pensado hacer para liberar a su hija, pues sabía que podía salir mal, pero ya poco le importaba lo que Kisashi hiciera contra ella, pues poco a poco le estaba quitando las ganas de vivir.
Decidió que aquella sería la noche perfecta para llevarlo a cabo y sabía que el plan ideado era más que perfecto para que pudiera salir bien y sin que nadie la culpara de haberlo hecho. Puesto que desde hacía meses Kisashi dormía en una habitación diferente a la suya, Mebuki tenía cierta libertad de movimientos sin que su marido se enterase si salía del dormitorio en medio de la noche. La mujer esperó a que todos en el castillo se hubieran ido a dormir y hasta entonces, no había podido evitar dar vueltas una y otra vez a la habitación, con los nervios de punta. Había disimulado frente a su doncella haciéndole creer que se había cambiado de ropa ella sola y se había ido a dormir antes de tiempo, con el pretexto de estar cansada, pero no había sido así. Se había metido en la cama con la ropa del día y esperó a que el castillo se llenara de silencio, como en ese momento.
Con cuidado, la madre de Sakura abrió la puerta de su dormitorio y asomó la cabeza para comprobar que no hubiera nadie. Y cuando lo hizo, salió de la habitación y cerró la puerta tras ella. Caminó de puntillas hacia las escaleras y las bajó todo lo deprisa que le permitían los pies, pues se había cambiado de zapatos y esos no resonaban al chocar contra el suelo. Con una sonrisa en los labios, dio gracias a que parte de su plan ya lo había llevado a cabo, pues antes del anochecer había salido del castillo sin que nadie reparara en ella y se había llevado uno de los caballos, ensillado. Lo había dejado escondido entre los árboles para que nadie pudiera verlo y lo dejó atado al tronco de uno de ellos.
La mujer corrió por el pasillo hacia las mazmorras. Su ropa se movía con cada movimiento, provocando un sonido suave. A pesar de la escasa luz en el pasillo, Mebuki caminaba con seguridad, pues conocía cada palmo del castillo y podría recorrerlo con los ojos cerrados.
Al llegar al pie de las mazmorras, miró la oscuridad reinante en ellas y tragó saliva, asustada. Dirigió una mirada de un lado a otro del pasillo y tras comprobar que estaba sola, comenzó a bajar con lentitud. Su mano se apoyó en la pared para evitar caerse o escurrirse hasta que llegó a su destino. Allí había una antorcha encendida que apenas daba luz al lugar, pero suficiente como para que la mujer fuera hasta la pared donde estaban colgadas las llaves y cogiera la que abría la celda del prisionero. Lentamente, se acercó y comprobó que el Uchiha estaba dormido, pero despertó de golpe cuando escuchó el sonido que hizo la llave al girar y abrir la celda.
Mebuki lanzó una maldición en un susurro y se acercó al prisionero. Temía ser atacada por él y que todo se echara a perder, pero el joven levantó la mirada y al reconocerla, la miró asombrado.
—¿Qué hacéis aquí, señora? —preguntó con la voz ronca. La mujer carraspeó y lo miró desde la distancia.
—¿Vuestro marido sabe que estáis aquí? Mebuki negó y miró, nerviosa, hacia el pasillo.
—No lo sabe nadie.
Shisui sonrió con cansancio.
—¿Y no teméis la ira del enemigo Uchiha?
—La única ira que temo es la de mi marido, pues creo que está volviéndose loco. Ha recibido una carta de vuestro hermano en la que pedía vuestra liberación a cambio de la de nuestra hija Sakura. —Su voz estuvo a punto de quebrarse—. Mi hija es lo único que me mantiene con vida, joven, y no quiero que vuestro hermano le haga daño, pues mi marido se niega a soltaros.
Shisui soltó el aire con una sonrisa.
—Aunque mi hermano Itachi la tenga secuestrada, no creo que le haga nada, señora. Jamás tocaría a una mujer en ese sentido... Ya me entiende.
Mebuki asintió.
—Mi marido ya ha dicho que no va a soltaros porque no quiere a nuestra hija. No le importa si vive o muere, pero mientras mis pies sigan sobre este mundo, haré lo que sea por Sakura, y eso incluye que os libere en contra de la voluntad de mi marido.
Shisui frunció el ceño y se levantó del suelo con cierta dificultad por los golpes, aferrando su costado con fuerza. Mebuki, al verlo, dio un paso atrás inconscientemente, pero intentó mantenerse firme y le sostuvo la mirada.
—¿Me estáis diciendo que habéis venido a soltarme o he entendido mal?
—No, habéis escuchado bien, Uchiha. Pero os doy la libertad con una condición, y es que mi hija no sufra ningún daño y vuestro hermano la libere.
Shisui dio un paso hacia ella y la miró a los ojos. En su rostro podía leerse la incredulidad que le producía la situación y después le preguntó:
—¿Qué sucederá con vos si vuestro marido os descubre? Mebuki sintió un escalofrío y se encogió de hombros.
—Espero que jamás lo descubra.
Shisui esbozó una pequeña sonrisa y le agradeció el gesto.
—No os preocupéis. Le pediré a mi hermano la liberación de vuestra hija. Mebuki esbozó una pequeña sonrisa y le pidió que saliera de la celda.
—Hay una puerta escondida en la pared que muy pocos conocen. Accederéis a un pasadizo que os llevará al bosque, justo donde esta tarde dejé un caballo para que podáis regresar a vuestras tierras. Y espero que cuando mañana por la mañana Kisashi se dé cuenta de que le falta un caballo, vos estéis a salvo entre los vuestros.
Shisui asintió y se volvió a hacia ella antes de acceder al pasadizo.
—No sé cómo agradeceros este gesto, mujer. Mebuki sonrió y lo miró como si fuera su propio hijo.
—Salvad a mi hija. Solo pido eso.
—Descuidad. Os juro por mi honor que vuestra hija quedará libre.
Y sin detenerse más tiempo, Shisui se adentró en el oscuro pasadizo portando una antorcha. El joven apretaba con fuerza su costado, pues aún le dolía tras la última paliza recibida, y gran parte de su rostro estaba negro de moratones.
Mebuki rezó por su seguridad antes de cerrar la puerta secreta y dirigirse, con paso apresurado, hacia las escaleras. El silencio seguía siendo casi abrumador y temía que alguno de los hombres de su marido estuviera escondido en un esconce, pero tras mirar a todos lados, Mebuki se convenció de que nadie la había visto, por lo que regresó a la seguridad que le daba su dormitorio y pidió paciencia durante los días que el joven Uchiha cabalgaba hacia sus tierras y liberaba a su hija.
Sakura resopló de nuevo mientras se dirigió a una de las pacas de heno para sentarse. Estaba cansada de estar de pie en el patio con el frío que hacía aquella mañana mientras los hombres del clan Uchiha entrenaban. La primera vez que los había visto se había quedado anonadada al ver a Itachi semidesnudo marcando cada uno de sus músculos, pero esa vez tenía que estar desde el principio hasta el final, y bajo amenaza si intentaba moverse del lugar que Itachi le había destinado.
Desde que esa mañana el laird le había ordenado estar con él a todas horas, Sakura apenas había tenido un solo momento de soledad. Se había terminado de secar tras el baño forzoso y se había vestido con la ropa que le llevaron un par de doncellas. Muy a su pesar, y para prueba de su paciencia, había tenido que tomar el almuerzo con Itachi en el comedor y rodeada de todos los guerreros del clan, por lo que las conversaciones que había tenido que escuchar eran de lo más escandalosas y poco decentes para una dama, especialmente una novicia como ella. Sus mejillas se habían teñido de color rojo cuando Itachi, el último en entrar en el salón para comer, había aparecido junto a ella y muchos de los hombres se habían lanzado a exclamar obscenidades sobre el laird y ella. Y de no ser porque la mano de Itachi estaba fija en su brazo, la joven se habría dado la vuelta y habría regresado por donde entraron. Para colmo, durante casi todo el almuerzo, Sasuke no había hecho más que dirigirle miradas de auténtico odio que parecían querer matarla en cualquier momento, por lo que apenas había logrado probar bocado del delicioso haggis.
Y cuando estaban a punto de degustar el postre, a los oídos de Sakura llegó una pregunta salida de tono que le hizo levantarse para marcharse de allí:
—¿Se os ha calentado ya la entrepierna, muchacha, o necesitáis de la ayuda de mi lengua?
Y para colmo, el hombre se levantó e hizo un gesto rápido con la lengua que avergonzó por completo a la joven, que intentó marcharse tras ponerse en pie, pero la férrea y rápida mano de Itachi la detuvo y volvió a sentarla a su lado.
—Aún no hemos terminado de comer —le dijo Itachi demasiado cerca para su gusto.
Sakura lo miró enfurecida y apretó los cubiertos con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos al
instante.
—Vuestros hombres no entienden de decencia, Uchiha. Si vuelven a humillarme de esa manera, juro por Dios que me levantaré y les sacaré un ojo con este cuchillo.
Sasuke estuvo a punto de atragantarse con la comida, pues para sorpresa de todos, sus palabras le habían hecho gracia, haciendo que Sakura se sorprendiera porque fuera capaz de hacer un gesto tan simple como aquel, ya que desde que lo conocía pensó que no sabía sonreír. Y Kisame, que estaba al lado del guerrero, se tapó la cara con las manos y miró su plato para que la joven no viera la sonrisa que se había formado en sus labios.
Itachi logró contenerse a duras penas para evitar que el enfado de Sakura fuera en aumento y la miró con cierto gesto burlón:
—Para ser novicia os gusta usar el nombre de Dios en vano... Sakura resopló y dejó caer los cubiertos sobre la mesa.
—Yo jamás he querido ser monja —le espetó, enfadada—. Siempre soñé con un marido y unos hijos con los que formar una familia. Fue mi padre quien me obligó a ingresar en el convento. Como ya os dije y habéis podido comprobar, para él era una vergüenza que su primogénita fuera una mujer.
Sakura frunció el ceño y en ese momento le sorprendió descubrir que sus mejillas se habían llenado de lágrimas no derramadas por su desgraciada vida. De soslayo vio que Itachi, Sasuke y Kisame la miraban fijamente, descubriendo su fragilidad, por lo que se limpió con rabia las lágrimas y miró hacia su plato, ignorándolos. Segundos después, la mano de Itachi cubrió la suya y sintió que apretaba ligeramente, llamando su atención. Con la sorpresa en el rostro, la joven levantó la cabeza y lo miró.
—Entonces debéis darme las gracias por sacaros de allí. Sakura frunció el ceño y soltó su mano de un tirón.
—Jamás.
Los ojos del guerrero brillaron y después volvió a ignorarla, centrándose en su comida. Entonces Sakura miró hacia un lado del salón y vio a la doncella que la había molestado al llegar. En sus ojos vio la maldad y el aborrecimiento reflejados y tuvo una ligera sensación de por qué la odiaba tanto. ¿Acaso estaba enamorada del laird y pretendía casarse con él? Sakura la vio llorar, pero no eran lágrimas de pena, sino de rabia, y tras ver que murmuraba algo para sí, la observó mientras salía del salón por la puerta del servicio.
Y tras una tarde en la que no había podido alejarse ni cinco pasos de Itachi, Sakura miraba con atención cada movimiento que hacían los guerreros al entrenar. La joven se arrebujó bajo la manta tras sentir un escalofrío y se dijo que no le vendría mal aprender cierta técnica para defenderse en un futuro. La pelea no era algo que antes le había llamado la atención, pero tras ser secuestrada puede que le viniera bien aprender algo de defensa personal, aunque solo fuera mirando. Mientras unos guerreros luchaban con la espada, otros lo hacían con los puños, y el rostro de Sakura se contraía cada vez que escuchaba el crujido de un hueso.
Durante más de una hora, la joven se aburrió como nunca sentada sobre el heno y sin entablar conversación con nadie, aunque admitió haber aprendido ciertos movimientos de defensa y ataque que le parecieron fáciles. Y, sin poder evitarlo, sus ojos corrían raudos a buscar una y otra vez a Itachi, que sin lugar a dudas, era el más imponente de todos. Sus ojos recorrieron libremente la anatomía del guerrero, cuyos músculos se marcaban a cada mandoble que lanzaba con la espada. Descubrió que el brazo de Itachi era casi del mismo tamaño que sus muslos y sintió que sus mejillas ardían al recordar el momento en el que esa mañana la sacó del agua, con ese mismo brazo rodeando su cintura. Hasta entonces apenas había sido consciente del momento, pero ahora que le daba vueltas le daba vergüenza admitir que casi deseaba que volviera a abrazarla de aquella manera; quería sentir de nuevo sus brazos alrededor de su cuerpo y el calor del guerrero envolviéndola y protegiéndola de cualquier cosa externa. Y aunque nunca había imaginado cómo podía ser su vida junto a un hombre, se preguntó también cómo sería que alguien como Itachi la abrazara por las noches y la besara en la intimidad de su dormitorio. Pero cuando se dio cuenta de los derroteros que tomaba su mente, Sakura se movió inquieta y carraspeó mientras que con una mano se abanicaba para intentar alejar de su cuerpo el calor que de repente parecía querer consumirla.
—¿Pero qué clase de demonio me ha poseído? —se preguntó mientras se levantaba del heno.
Sakura se paseó de un lado a otro inspirando con fuerza el frío de la tarde y poco a poco su cuerpo fue recuperando la temperatura natural. Cuando volvió a girarse hacia los Uchiha, descubrió que el entrenamiento había terminado y algunos de los guerreros se dispersaban por el castillo o se marchaban de allí. Intentó no mirar al laird, pero no pudo evitarlo cuando vio que se alejaba de ella junto a su hermano y otro guerrero del clan para ver algo al otro lado del patio. Era mucha la distancia que los separaba de ella, por lo que Sakura, al verse momentáneamente libre de su mirada, esbozó una sonrisa y se alejó lentamente para evitar llamar su atención.
Desde allí se dirigió a las caballerizas y, aunque su intención no era huir, sí lo era estar un momento a solas sin que ningún guerrero estuviera cerca. Cuando las paredes de las cuadras la protegieron de la
vista de todos, Sakura estuvo a punto de lanzar una exclamación de victoria, pues había logrado burlar la seguridad de Itachi, que desde esa mañana no le había quitado el ojo de encima. Pero logró contenerse.
Caminó por el pasillo amplio mientras a un lado y a otro se encontraban los caballos dentro de sus cuadras. Sakura se sintió observada por ellos y sonrió más ampliamente. Se acercó a uno de ellos, que le pareció recordar al caballo que montaba Itachi cuando la llevaron al castillo, y el animal, como si ya la conociera, se dejó acariciar por su mano. Finalmente, temerosa de que desde fuera la vieran, se deslizó hacia las cuadras que estaban al fondo de las caballerizas y se fijó en que varias de ellas estaban vacías, pero en una de ellas Sakura vio algo que llamó su atención. La joven entró en esa cuadra y se agachó junto a la paja para comprobar que lo que había brillado era una daga dentro de un cinto plateado. Sakura frunció el ceño, pues le extrañó que un guerrero pudiera tener semejante despiste para perder una de sus armas. Sin embargo, cuando una sombra se cernió sobre ella, la daga cayó de sus manos y se levantó rápidamente. Se giró hacia el recién llegado temiendo que fuera Itachi quien la había descubierto, pero estaba equivocada. Tenmaru, uno de los guerreros que había estado junto al hermano del laird cuando los atacaron los de su clan, cubría la salida de la cuadra y la miraba tan fijamente que se puso nerviosa.
Sakura esbozó una pequeña sonrisa tímida y carraspeó.
—Vaya, me habéis asustado. —La joven dio un paso hacia la salida, pero el guerrero se interpuso, obligándola a parar.
—¿Qué hacéis aquí? El laird debería estar vigilándoos —le preguntó con voz ruda.
—Bueno... —dijo nerviosa—. Se ha despistado un momento y yo... Pero ya regreso...
El guerrero negó con la cabeza y dio un paso hacia el interior de la cuadra. El nerviosismo de Sakura era patente e intentaba evitar que se viera el temblor de sus manos.
—No sé si sabéis, mujer, que yo estaba con Shisui cuando vuestro clan nos atacó... Sakura asintió, nerviosa.
—Obito y yo resultamos muy heridos, pero yo aún no he recuperado toda la sensibilidad en mi brazo derecho, que es con el que sujetaba la espada.
—Vaya... lo siento.
—Con sentirlo no es suficiente para recuperarme —respondió con rabia—. Fue vuestro querido hermano quien me hirió.
Sakura tragó saliva y dio un paso atrás, pues el guerrero se estaba acercando demasiado a ella.
—Y lo peor de todo es que aún no ha pagado por lo que hizo... —continuó Tenmaru.
—Estoy segura de que en algún momento podréis cobrarle la afrenta.
—Por supuesto, señorita Haruno —dijo esbozando una sonrisa—. Pienso hacerlo ahora mismo.
Sakura no entendió a qué se estaba refiriendo, pero cuando el guerrero se lanzó hacia ella y la acorraló contra la cuadra sintió auténtico miedo. Solo entonces supo qué pretendía hacer Tenmaru con ella y abrió la boca para pedir ayuda, pero el guerrero aprovechó para besarla con fuerza, mordiendo con rabia sus labios, llegando al extremo de casi hacerlos sangrar. Sakura gimió por el dolor, pero eso, en lugar de hacer parar a Tenmaru, lo animó a seguir con su venganza. La joven intentaba deshacerse de sus brazos y lo empujaba con todas sus fuerzas, pero sabía que no eran suficientes como para alejarlo de ella. En un momento dado, la abrazó e intentó empujarla contra el suelo, pero Sakura se resistió con todas sus fuerzas hasta que, de repente, dejó de sentir el cuerpo del guerrero junto a ella.
Sakura intentó recuperarse y cuando el sonido de un hueso roto llegó hasta sus oídos, levantó la mirada. Frente a ella, el rostro iracundo de Itachi la asustó. Este golpeaba con saña a Tenmaru, que intentaba protegerse como podía de sus golpes.
—¡Eres un desgraciado! —le vociferó antes de volver a golpearlo.
—¡Mi deber es vengarme! —respondió que los labios sangrantes. Itachi lo empujó para alejarlo de él o no podría parar de golpearlo.
—No vuelvas a acercarte a ella —le advirtió entre dientes.
Intentando contener la sangre que manaba de su nariz, Tenmaru asintió y, dedicándole una última mirada a Sakura, salió de las caballerizas, dejándolos solos.
Itachi respiraba con dificultad e intentó serenarse antes de girarse hacia Sakura y mirarla aún enfadado. La joven no sabía qué hacer, por lo que le dijo lo primero que pensó:
—Gracias.
Itachi levantó una ceja y dio un paso hacia ella.
—Gracias... —repitió él en apenas un susurro—. Tal vez he interrumpido algo entre vosotros.
Sakura frunció el ceño y, tras comprender lo que quería decir, intentó marcharse, pero Itachi interpuso su brazo para impedírselo.
—¿Cómo se te ocurre sugerir eso? —le preguntó ella tuteándolo sin darse cuenta. Itachi sonrió de lado y la miró fijamente.
—Vaya, se os ha olvidado la formalidad, señorita Haruno. Sugiero que tal vez pensabas seducir a Tenmaru para intentar huir con su ayuda —le dijo también obviando el trato formal.
—¡Yo jamás haría eso! ¡Eres un desgraciado, Uchiha!
Sakura intentó abofetearlo, pero la mano de Itachi fue más rápida y la frenó a tiempo. Después tiró de ella, acercándola a él, y al ver que sus rostros estaban a solo un palmo el uno del otro, Sakura le soltó:
—No sabes tratar a una dama, así que no mereces trato formal. Eres un bruto.
—Tienes razón, lo soy —dijo alternando la mirada entre los ojos de Sakura y sus labios—. Y también tienes razón en que no sé tratar a una dama porque nunca he conocido a ninguna.
Sakura levantó el mentón con orgullo y lo encaró.
—¿Y a las mujeres Uchiha también las tratas de esa manera?
—No —respondió acercando su rostro lentamente—, yo las trato así...
Y para sorpresa de Sakura, Itachi acortó la poca distancia que los separaba y fundió sus labios contra los de ella. Tomó su boca con desesperación, aquellos labios carnosos y voluptuosos que lo habían estado volviendo loco durante días, y de los que sentía que no podía seguir huyendo. Itachi creyó que los labios de la joven ardían bajo los suyos y cuando se abrieron poco a poco para él, penetró con la lengua en su boca para saborear cada rincón.
La empujó suavemente hacia la pared y allí la acorraló contra su cuerpo, deseando que no escapara jamás, que no se fuera nunca del castillo ni de su lado, pues creía que iba a volverse loco.
Sakura estaba sorprendida por aquella reacción del guerrero, pero fue una sorpresa grata, sin duda. Jamás nadie la había besado de ninguna manera, salvo el guerrero de Itachi segundos antes, por lo que el fuego abrasador que la recorrió cuando los labios de ambos entrechocaron amenazaba con hacerla perder la razón. Se dejó llevar. A pesar de ser enemigos y de todo lo que había ocurrido, Sakura deseaba aquel beso como agua de mayo. Itachi le provocaba sentimientos enfrentados desde que lo había conocido, pero aún no podía olvidar la imagen del guerrero mojado bajo la lluvia el día que fueron al convento a secuestrarla. Antes de saber lo que pretendía hacer el joven con ella ya había llamado poderosamente su atención y ahora que sentía contra su cuerpo los músculos del guerrero, solo podía desear más de él, aunque después fuera al infierno por semejante actitud indecorosa.
Itachi gimió cuando las pequeñas manos de Sakura se posaron en su pecho. La joven no sabía qué hacer y tan solo seguía sus instintos. El guerrero apretó su cuerpo aún más contra el de ella y sus manos recorrían su cadera con tanta soltura que parecía que lo había hecho durante muchos años.
La desesperación se apoderó de ambos e Sakura se aferró al cuello de la camisa del guerrero como si fuera su tabla de salvación. Le devolvió el beso con la misma pasión y cuando sus largos dedos fueron, sin pensar, hacia los botones de la camisa de Itachi, este reaccionó y abrió los ojos desmesuradamente, dándose cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Como si de repente quemara, Itachi se separó de ella y dio un paso hacia atrás, intentando poner la distancia necesaria entre ellos mientras su cabeza volvía a razonar como debía. Ambos respiraban con cierta dificultad, e inconscientemente Sakura se llevó los dedos a los labios, desconociendo lo que con ese gesto provocaba en el guerrero, que desvió la mirada.
La joven parecía sentir aún en su cuerpo como si el rayo de una tormenta la hubiera atravesado hasta detenerse en lo más profundo de su vientre, donde su cuerpo anhelaba las manos de Itachi.
Sakura cerró los ojos un instante para recuperar la cordura hasta que la voz de Itachi la trajo de nuevo a la realidad.
—Creo que la formalidad entre nosotros ha dejado de existir, así que te voy a decir una cosa, muchacha. No voy a dejar que me seduzcas para intentar escapar y regresar a tu clan o al convento. Seguirás estando junto a mí en cada momento y no voy a quitarte los ojos de encima, así que si planeas algo, lo sabré.
—Claro... has descubierto mi plan para matar a todos los Uchiha con mis propias manos —ironizó—.
Y tienes razón, no eres un caballero, así que mereces el trato de un simple lacayo.
Itachi la agarró del brazo y la empujó hacia él. La miró durante unos segundos que parecieron eternos y, finalmente, le dijo:
—Ten cuidado, Sakura Haruno. Recuerda que estás rodeada de esos Uchiha y si pretendes hacer la guerra con nosotros, tienes todas las de perder.
Y antes de darle tiempo a responder, tiró de ella hacia la salida de las cuadras. Sakura intentó zafarse de su mano, pero le resultó imposible, pues la fuerza que ejercía el guerrero era superior a ella. Sentía en su brazo la presión de sus dedos y pensó que pretendía romperle el brazo, pero cuando salieron al patio, la presión pareció disminuir ligeramente.
Sakura tenía sentimientos encontrados. Por un momento, segundos antes habría jurado que Itachi sentía algo por ella, pues la pasión con la que la había besado le hizo pensar que sí, pero tal vez aquella era su forma de besar a las mujeres y ella había sido una más en su lista. Lo que el laird no sabía era que para Sakura había sido un beso devastador y apasionado, algo que no pensó que existía jamás entre un hombre y una mujer, pues la referencia que tenía era el matrimonio de sus padres y ellos jamás se habían besado, ni siquiera habían mostrado amor el uno por el otro.
Sakura miró de soslayo al guerrero y lo vio fruncir el ceño. En su rostro se veía claramente la irritación que sentía dentro de él e Sakura también se enfadó con él. No era ella la que lo había besado, sino que había sido él quien había tomado la iniciativa y, aunque no sabía por qué lo había hecho, la joven tenía la sensación de que dentro de él se estaba librando una batalla.
Y efectivamente era así. En la mente del guerrero pasaban demasiados pensamientos en ese instante. Jamás había tenido aquella lucha interna consigo mismo. Siempre había tenido las cosas muy claras, pero con aquella joven todo estaba demasiado liado. Era su enemiga, y así debía seguir siendo. Esas palabras debía repetírselas una y otra vez desde hacía días, pero a cada momento que pasaba con ella, sus defensas eran más débiles, y él no podía permitirse aquella debilidad. Y menos con una mujer del clan enemigo que había hecho prisionero a su hermano.
Y luego estaba el tacto de la joven. Cuando su mano la tocaba, parecía que algo extraño lo recorría de arriba abajo. Y aunque intentaba no tocarla, siempre sucedía algo que lo obligaba a acortar la distancia entre ellos, como esa misma mañana cuando la abrazó para sacarla del lago. Lo que había sentido al verla caer al agua helada y lo que lo recorrió al rescatarla había hecho temblar los cimientos de su seriedad e inexpresividad, atrayéndolo irremediablemente hacia ella. Y cuando la vio en los brazos de Tenmaru minutos antes... Ni el animal más fiero sobre la faz de la tierra habría defendido a su hembra con tanto ímpetu como él.
Lanzando un suspiro e intentando olvidar lo sucedido en las caballerizas, Itachi se encaminó con Sakura hacia algún lugar donde poder dejarla durante unos minutos en compañía de alguien mientras él intentaba acabar con su propia guerra interna, sin embargo, cuando estaba a punto de llegar a la puerta de entrada al castillo, Kisame se acercó a él con el rostro lleno de preocupación.
Sakura estuvo a punto de dejar escapar un gruñido de satisfacción al parar, pues la falda se le enredaba demasiado entre las piernas y la hacía tambalear con facilidad.
—¿Qué ocurre?
Kisame dirigió una mirada hacia Sakura, sorprendido por la rojez en sus mejillas, y finalmente miró al enfadado laird. Por lo que intentando obviar lo que le parecía evidente, el guerrero habló:
—Konohamaru ha visto algo extraño entre los árboles del este. Tal vez no es nada, pero puede que quisieras saberlo.
—¿Y ha logrado ver qué podía ser? Kisame negó.
—Ha creído ver movimientos, pero después de un rato vigilando, no los ha vuelto a ver. Itachi asintió y se quedó pensativo.
—Si alguien intentara atacar, lo más lógico sería que lo hiciera por el pueblo, no por el lado contrario.
El guerrero le dio la razón y, como si pensaran lo mismo, ambos miraron a Sakura, que creyó encogerse ante ellos. El primero en apartar la mirada fue Itachi, que observó a los hombres apostados en la muralla.
—Estad atentos y preparaos. Los Haruno son muy impredecibles y podrían atacar.
—Entonces no distan mucho de los Uchiha —le espetó Sakura para sorpresa de Kisame, que la miró con una ceja levantada.
Itachi volvió a mirarla y ella levantó la cabeza con orgullo, pero al hacerlo, creyó ver algo extraño en el cielo, por lo que sus ojos se desviaron hacia allí, obviando la presencia de los guerreros. No obstante, ese gesto llamó la atención de Itachi, que siguió la mirada de Sakura y frunció el ceño al reconocer qué era lo que se acercaba a ellos.
—¡Nos atacan! —vociferó con todas sus fuerzas—. ¡A cubierto!
Sakura abrió desmesuradamente los ojos cuando reconoció las flechas que estaban a punto de caer sobe el patio del castillo Uchiha y cuando estaba a punto de gritar, se vio impulsada hacia Itachi, que la abrazó contra su cuerpo al mismo tiempo que los demás guerreros Uchiha se protegían con lo primero que pudieron.
Cuando el laird la empujó contra la pared del castillo, pues no tuvieron tiempo de guarecerse dentro del mismo, Sakura sintió auténtico pánico. Pero no solo por el ataque, sino por el hecho de su padre sabía que ella estaba allí y, aún así, había enviado a sus hombres para atacar a los Uchiha. Y si había hecho eso, estaba segura de que era porque ya la había olvidado y no la creía hija suya, pues sabía que podría morir también en el ataque.
—¡Cómo se puede ser tan traicionero, maldita sea! —vociferó Kisame cerca de ellos, también protegiéndose del ataque contra la pared.
Sakura gritó cuando una flecha se clavó en el bajo de su vestido y la sintió contra su pierna demasiado cerca. Entonces, los brazos de Itachi la apretaron con más fuerza y ella se dejó hacer, sintiéndose entre ellos más protegida que nunca.
—Tranquila, muchacha —le dijo el guerrero con voz trémula—. Te protegeré con mi cuerpo.
Sakura giró la cabeza y lo miró. Itachi le dedicó una mirada serena, aunque ella podía leer la preocupación que lo embargaba y, sin querer, se perdió en sus ojos. Ambos se miraron y tuvieron la sensación de que todo alrededor desaparecía, incluido el peligro, y no había nadie más cerca de ellos. Los brazos de Itachi quemaban la piel de Sakura a pesar de las capas de ropa que protegían su cuerpo, pero podía sentir su calor y fortaleza incluso a distancia.
Y en ese momento, una lágrima solitaria escapó de los ojos de Sakura, que abrió la boca para decirle:
—Lo siento, yo no quería provocar esto... —le dijo en referencia al ataque.
—Tenías razón, siempre la has tenido. Tú no tienes culpa de lo que le ha sucedido a Shisui, ni tampoco de esto, ni de la locura de tu padre.
Aquellas palabras eran las que ella necesitaba escuchar, pues su corazón no había dejado de sufrir por ese particular desde que la habían secuestrado y al ver que Itachi le daba la razón por fin, dejó escapar las lágrimas que tanto pugnaban por salir. Sakura volvió de nuevo la cabeza para evitar que Itachi la viera llorar y vio caer una nueva flecha cerca de ella, lo cual la hizo sobresaltarse y ponerse a rezar para que acabara de una vez por todas. Sin embargo, segundos después escuchó gruñir de dolor a Itachi, cuyos brazos dejaron de sujetarla al tiempo que Sakura sintió un pinchazo en su costado derecho, al cual no le hizo caso, pues al volverse hacia Itachi lo único que vio fue la sangre que salía de la herida que le había abierto una flecha al atravesarlo.
—No... —murmuró la joven—. ¡No! ¡Kisame!
Sakura se apartó de la pared y llamó desesperadamente al guerrero al tiempo que Itachi caía sobre el suelo, herido.
—¡Apártate de la trayectoria de las flechas, muchacha! —vociferó el aludido.
—¡Han herido a Itachi!
El hombre de confianza del laird se deslizó como pudo hacia él y lanzó una maldición al ver la cantidad de sangre que manaba de la herida. Sakura había vuelto a protegerse contra la pared y sintió cierta debilidad, aunque supuso que era por la herida de Itachi, que parecía haber entrado por la espalda y tras atravesar el cuerpo, salió por delante del costado derecho del joven.
El corazón de Sakura latía con fuerza y sintió miedo por él. Como si ya lo hubiera hecho otras veces, la joven le sostuvo la cabeza con cariño y le acarició el pelo hasta que, cinco minutos después, la lluvia de flechas por fin acabó. Y solo entonces, Sakura se permitió respirar hondo y soltar el aire poco a poco, aliviada por la llegada del final.
Cuando Kisame se levantó y movió el cuerpo de Itachi, Sakura se levantó para ayudar en lo que estuviera en su mano. Estaba segura de que los responsables de ese ataque eran los suyos, algo en lo que ella no estaba de acuerdo, por lo que sentía que debía ayudar a los Uchiha con los heridos. De repente, vio aparecer a Sasuke, que corrió a ayudar al primer herido que se acercó a él sin conocer aún el destino de su hermano. Tras él, varios guerreros Uchiha, a los que el ataque los había sorprendido dentro de la fortificación, corrieron a ayudar a los demás. Desde su posición, Sakura creyó comprobar que no había ningún muerto, tan solo heridos de diversa consideración, como Itachi, a quien cargaron Kisame y otro guerrero hacia su dormitorio.
Sin saber muy bien qué debía hacer, Sakura los siguió sin dejar de mirar el cuerpo del guerrero. Hasta entonces lo había visto siempre en su poderosa fortaleza y ahora, herido, tuvo un extraño sentimiento en lo más profundo de su estómago; algo que era una mezcla entre miedo por él e incertidumbre sobre lo que podría ocurrir con ella si Itachi moría por un ataque de los suyos.
Kisame y el otro guerrero dejaron al laird sobre su cama y el primero se lanzó a abrirle la camisa para ver la profundidad de la herida.
—La flecha le ha atravesado el costado, pero creo que no ha afectado a ningún órgano importante — dijo el guerrero.
E Sakura al fin soltó el aire contenido en sus pulmones. El alivio que sintió dentro de ella fue inmenso y a
partir de ese momento estuvo segura de que Itachi sobreviviría.
—Ve a llamar a la curandera —le dijo al otro guerrero.
Este asintió y salió del dormitorio, no sin antes dirigirle una mirada cargada de odio a la joven, que se hizo a un lado sin pensarlo, avergonzada por el ataque sorpresa de los suyos, que siempre creyó que las cosas las hacían de frente. ¿Cómo podía haber tenido su padre la sangre fría de hacer algo así? Él había empezado primero la guerra entre los clanes, y hasta entonces era el único que actuaba por la espalda.
—¿Vais a seguir ahí mirando o me vais a ayudar, muchacha? —le preguntó Kisame casi sin mirarla.
—Claro, lo siento. No sabía qué podía hacer —le respondió la joven antes de dar un paso hacia él.
Sin embargo, al mirar la herida de Itachi sintió un profundo mareo, pero logró recomponerse a tiempo de volver a dirigirse a la cama. Pero no logró dar más de dos pasos, pues la puerta del dormitorio se abrió de golpe, chocando con fuerza contra la pared de piedra. Sakura dio un respingo y se giró por completo hacia el recién llegado: Sasuke.
Este dirigió una mirada rápida hacia su hermano, pero al instante miró con auténtica furia a Sakura, la cual supo que la culpaba de lo sucedido minutos antes en el patio. La joven sintió un escalofrío, pues hasta entonces el único que la había defendido era Itachi, y ahora no estaba en condiciones de seguir haciéndolo. En ese momento, el guerrero parecía un vengador de los dioses dispuesto a acabar con ella. Inconscientemente dio un paso atrás, momento que eligió Sasuke para acortar la distancia entre ellos y aferrarla con fuerza por los hombros. En el rostro de Sakura se dibujó una expresión de dolor, que aumentó cuando el guerrero la sacudió con fuerza.
—¡Los Haruno sois unos traicioneros! —vociferó—. ¡No sabéis atacar de frente! ¡Y no os basta con retener a uno de mis hermanos, también queréis matar al otro!
Sakura se encogía por momentos, incapaz de responderle. Sin embargo, se armó de valor y le espetó:
—Yo no tengo la culpa del ataque. También podrían haberme matado a mí.
—¡Vuestra muerte poco me importa! —vociferó fuera de sí—. Desde el primer día mi hermano os ha tratado con demasiada clemencia, pero a partir de ahora estarás en el lugar que le corresponde a un prisionero.
Sakura abrió desmesuradamente los ojos y negó con la cabeza, intentando soltarse, sin éxito.
—Sasuke —intervino Kisame con suavidad—, lo que ahora importa es la vida de tu hermano. Cuando él despierte...
—Cuando Itachi despierte —lo cortó—, me agradecerá que la desgraciada Haruno esté en las mazmorras.
Y sin darle una oportunidad para replicar, Sasuke la empujó hacia la puerta, justo en el mismo instante en el que otro guerrero entraba acompañando a la curandera, la cual le dirigió una misteriosa mirada que llamó su atención. Pero no tuvo tiempo de seguir mirándola, pues Sasuke casi la arrastró hacia el pasillo. El guerrero la sujetaba por el brazo y lo hacía con tanta fuerza que la joven no pudo evitar un gemido de dolor.
—¿Por qué me odias tanto? —le preguntó Sakura apretando los dientes—. Yo soy tan inocente como tu hermano.
—Solo tengo una opinión sobre los Haruno, y no creo que la cambie jamás.
Sakura abrió la boca para responder, pero se sentía tan cansada por todo lo sucedido que creía que estaba a punto de desfallecer. Ella no estaba acostumbrada a esa clase de vida, y menos desde que la habían encerrado en el convento, por lo que todo aquello la abrumaba hasta tal punto que se sentía débil.
La joven intentó soltarse de su mano para intentar huir de él cuando Sasuke tomó el pasillo que los llevaba a las mazmorras. El pánico se apoderó de ella, pues tan solo una vez había visitado las de su castillo y le habían causado tanta impresión que no volvió a bajar jamás, además de que estuvo una semana sin poder dormir.
Su cuerpo comenzó a temblar cuando Sasuke la empujó hacia las estrechas y húmedas escaleras. La luz en ese lugar era mínima, pero lo peor era el olor que desprendía. Estaba segura de que allí los sirvientes no limpiaban y algo le dijo que las ratas o ratones pululaban por ese lugar como si fuera suyo.
Sakura contuvo una arcada, pero no solo por el olor, sino porque se sentía tan mal que creía que iba a vaciar el estómago en la primera esquina. Cuando Sasuke volvió a tirar de ella hacia una celda, la joven volvió a marearse y las fuerzas comenzaron a fallarle, pero se obligó a no mostrar debilidad ante el guerrero.
—Me tacháis de mala persona por lo que hacen los de mi clan, pero vos no sois mejor que ellos —le dijo mientras Sasuke abría la puerta de la celda.
—Por culpa de vuestra familia, la mía está en peligro. Ojo por ojo.
Sakura no respondió, sino que sacudió la cabeza para alejar el mareo que comenzaba a atenazarla con
fuerza. Tropezó con ella misma cuando el guerrero la empujó hacia el interior de la celda y se giró hacia él en el momento en el que este la dejaba encerrada. Ambos mantuvieron la mirada en el otro durante unos segundos hasta que Sasuke finalmente la dejó allí.
