Crepúsculo pertenece a Stephanie Meyer.

El Harem de la Reina

(Harem: Alice Cullen, Rosalie Hale, Sasha Denali, Tanya Denali, Kate Denali, Irina Denali y Leah Clearwater)

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15: Tengo una manada, Papá.

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(Isabella)

En realidad, cuando me senté en mi habitación e intenté concentrarme en la lectura del tercer acto de Macbeth, estaba atenta a ver si oía el motor de mi coche. Pensaba que podría escuchar el rugido del motor por encima del tamborileo de la lluvia, pero, cuando aparté la cortina para mirar de nuevo, apareció allí de repente.

No esperaba el viernes con especial interés, sólo consistía en reasumir mi vida sin expectativas. Hubo unos pocos comentarios, por supuesto. Jessica parecía tener un interés especial por comentar el tema, pero, por fortuna, Mike había mantenido el pico cerrado y nadie parecía saber nada de la participación de Edward. No obstante, Jessica me formuló un montón de preguntas acerca de mi desmayo y en clase de Trigonometría me dijo: — ¿Qué quería ayer Edward Cullen?

—Está celoso. Horriblemente celoso. —respondí con sinceridad —En realidad… Actúa como si… bueno: Me he hecho amiga de sus hermanas mayores: Alice y Rosalie. —Jessica asintió ante esto —Las tres, fuimos a comer a un buen restaurante y ahora mismo, Edward intenta volverme heterosexual.

Jessica me miró de forma completamente distinta. Absolutamente distinta, como si alguien acabara de morir delante de sus ojos. —Bueno me sorprendes muchísimo, la verdad no me esperaba esto. No sé qué decirte, nunca pensé que podría tener a una lesbiana cerca de mi créeme que… no sé qué decirte.

—Está bien que no sepas qué decir, Jessica. —dije yo con un tono bajo, pero que la sobresaltó un poco —Además: Fuiste tú, quien quería saber sobre Edward. —Jessica respiró un par de veces. Yo ya sé que ella se levantará y se irá, yo ya lo sé. Y no lo digo de manera pesimista, ni derrotista, sino porque he tenido amigos, quienes me han abandonado, al saber que soy lesbiana o al pillarme besándome con alguna chica, en colegios anteriores.

Lo mejor del viernes fue saber que él no iba a estar presente, así, yo podría pasar tiempo con miradas intensas con Leah, Alice y Rosalie. Cuando entré en la cafetería en compañía de Jessica y Mike, no pude evitar mirar la mesa en la que Rosalie, Alice, Vanessa y Jasper se sentaban a hablar con las cabezas juntas.

En mi mesa de siempre, junto a Jessica, Mike y Leah, no hacían más que hablar de los planes para el día siguiente. Mike volvía a estar animado, depositaba mucha fe en el hombre del tiempo, que vaticinaba sol para el sábado. Tenía que verlo para creerlo, pero hoy hacía más calor, casi doce grados. Puede que la excursión no fuera del todo espantosa. Intercepté unas cuantas miradas poco amistosas por parte de Lauren durante el almuerzo, hecho que no comprendí hasta que salimos juntas del comedor. Estaba justo detrás de ella, a un solo pie de su pelo rubio, lacio y brillante, y no se dio cuenta, desde luego, cuando oí que le murmuraba a Mike: —No sé por qué Bella —sonrió con desprecio al pronunciar mi nombre —no se sienta con los Cullen de ahora en adelante. —Hasta ese momento no me había percatado de la voz tan nasal y estridente que tenía, y me sorprendió la malicia que destilaba.

—Porque a ellos, no les cae bien Leah y si nosotras nos acercamos, mínimo nos echan a patadas. —dije yo, intentando darles la menor cantidad de información posible —No entiendo porqué no les caes bien. —mi novia loba solo se encogió de hombros, fingiendo desconocimiento.

En realidad, no conocía muy bien a Lauren; sin duda, no lo suficiente para que me detestara..., o eso había pensado. — "Es mi amiga, se sienta con nosotros" —le replicó en susurros Mike, con mucha lealtad, pero también de forma un poquito posesiva. Me detuve para permitir que Jessica y Angela me adelantaran. No quería oír nada más.

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Durante la cena de aquella noche, Charlie parecía entusiasmado por mi viaje a La Push del día siguiente. Sospecho que se sentía culpable por dejarme sola en casa los fines de semana, pero había pasado demasiados años forjando unos hábitos para romperlos ahora. Conocía los nombres de todos los chicos que iban, por supuesto, y los de sus padres y, probablemente, también los de sus tatarabuelos. Parecía aprobar la excursión. Me pregunté porque no quería venir conmigo a la reserva, pero al preguntárselo en voz alta, solo me dio esquivas.

—Solo ten… cuidado, nena —me dijo mi padre algo preocupado, mientras cenábamos juntos —te gustan Rosalie Hale y Alice Cullen, pero también te gusta Leah Clearwater y nadie quiere una guerra entre nuestro pueblo y los vampiros.

—No tendremos una pelea con ellos, Papá, lo prometo. —dije yo, enseñándole una sonrisa que (esperaba yo) fuera tranquilizadora, él apretó los labios y asintió —Estaré junto a Leah. Y Sam me pasará el mando de la manada a mí. Yo fui la fundadora, después de todo.

Mi padre dejó su café, todavía sin beber y me miró con sospecha. — ¿Cuál Sam?

—Sam Uley, segundo al mando de la Manada Asgardiana —dije yo, sonriéndole.

—Uley es el líder de esa manada —dijo mi padre, frunciendo el ceño y no puedo culparlo: He estado lejos de Washington y de La Push, por décadas y solo hasta ahora he vuelto ¿Cómo podría yo, tener una manada propia?

Yo negué con la cabeza. —Fui yo quien formó esa manada. YO soy la amiga en común de Sam y Leah.

— ¿Quiénes son los otros miembros, aparte de Sam, Leah y tú? —exigió saber.

Le enseñé una sonrisa tranquilizadora. —Leah me notificó que ellos trajeron a Brady, Collin, Paul y Quil, cuando yo me fui con Mamá. Jared Cameron, Embry Call, Sam y yo, fuimos amigos en la infancia. Junto a Sam, Leah y yo, somos…

—Nueve —dijo mi padre, más relajado —es un buen número, para una manada ¿Pero crees que te aceptarán de vuelta? Has estado fuera por mucho tiempo.

—Solía humillar a Sam a diario y derrotaba a Jared y Embry en combate casi todos los días. —le recordé con una sonrisa, ante las memorias.

Mi padre lanzó un gemido y se cubrió el rostro. —No me lo recuerdes.

— ¿Sabías que traje a Jar a mi círculo de amigos, porque me gustaba su nombre?

— ¿Solo porque te gustaba el nombre "Jared"?

Yo asentí ante esto. —Y lo apodábamos "Jar Jar", solo por hacerle algo de Bullying, por cierto: ¿conoces un lugar llamado Goat Rocks, o algo parecido? Creo que está al sur del monte Rainier.

—Sí... ¿Por qué?

Me encogí de hombros e inventé un nombre rápidamente, para no hablar directamente de los Cullen y lo que escuché. —Albert y algunos chicos comentaron la posibilidad de acampar allí. Pero yo estaba un poco lejos, casi que lo susurraban.

—No es buen lugar para acampar —parecía sorprendido—. Hay demasiados osos. —La mayoría de la gente acude allí durante la temporada de caza.

—Oh —murmuré—, tal vez haya entendido mal el nombre.

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La tienda de artículos deportivos olímpicos de Newton se situaba al extremo norte del pueblo. La había visto con anterioridad, pero nunca me había detenido allí al no necesitar ningún artículo para estar al aire libre durante mucho tiempo.

En el aparcamiento reconocí el Suburban de Mike y el Sentra de Tyler. Vi al grupo alrededor de la parte delantera del Suburban mientras aparcaba junto a ambos vehículos. Eric estaba allí en compañía de otros dos chicos con los que compartía clases; estaba casi segura de que se llamaban Ben y Conner. Jess también estaba, flanqueada por Angela y Lauren. Las acompañaban otras tres chicas, incluyendo una a la que recordaba haberle caído encima durante la clase de gimnasia del viernes. Esta me dirigió una mirada asesina cuando bajé del coche, y le susurró algo a Lauren, que se sacudió la dorada melena y me miró con desdén.

De modo que aquél iba a ser uno de esos días.

Al menos Mike se alegraba de verme. — ¡Has venido! —gritó encantado—. ¿No te dije que hoy iba a ser un día soleado?

—Y yo te dije que iba a venir —le recordé.

—Sólo nos queda esperar a Lee y a Samantha, a menos que tú hayas invitado a alguien —agregó.

—No —mentí con desenvoltura mientras esperaba que no me descubriera y deseando al mismo tiempo que ocurriese un milagro y aparecieran mis amigos de la Manada Asgardiana.

Mike pareció satisfecho. — ¿Montarás en mi coche? Es eso o la minifurgoneta de la madre de Lee.

—Claro.

Sonrió gozoso. ¡Qué fácil era hacer feliz a Mike! —Podrás sentarte junto a la ventanilla —me prometió. Oculté mi mortificación. No resultaba tan sencillo hacer felices a Mike y a Jessica al mismo tiempo. Ya la veía mirándonos ceñuda.

No obstante, el número jugaba a mi favor. Lee trajo a otras dos personas más y de repente se necesitaron todos los asientos. Me las arreglé para situar a Jessica en el asiento delantero del Suburban, entre Mike y yo. Mike podía haberse comportado con más elegancia, pero al menos Jess parecía aplacada.

Entre La Push y Forks había menos de veinticinco kilómetros de densos y vistosos bosques verdes que bordeaban la carretera. Debajo de los mismos serpenteaba el caudaloso río Quillayute. Me alegré de tener el asiento de la ventanilla. Giré la manivela para bajar el cristal —el Suburban resultaba un poco claustrofóbico con nueve personas dentro— e intenté absorber tanta luz solar como me fue posible.

Había visto las playas que rodeaban La Push muchas veces durante mis vacaciones en Forks con Charlie, por lo que ya me había familiarizado con la playa en forma de media luna de más de kilómetro y medio de First Beach.

Seguía siendo impresionante. El agua de un color gris oscuro, incluso cuando la bañaba la luz del sol, aparecería coronada de espuma blanca mientras se mecía pesadamente hacia la rocosa orilla gris. Las paredes de los escarpados acantilados de las islas se alzaban sobre las aguas del malecón metálico. Estos alcanzaban alturas desiguales y estaban coronados por austeros abetos que se elevaban hacia el cielo. La playa sólo tenía una estrecha franja de auténtica arena al borde del agua, detrás de la cual se acumulaban miles y miles de rocas grandes y lisas que, a lo lejos, parecían de un gris uniforme, pero de cerca tenían todos los matices posibles de una piedra: terracota, verdemar, lavanda, celeste grisáceo, dorado mate. La marca que dejaba la marea en la playa estaba sembrada de árboles de color ahuesado —a causa de la salinidad marina— arrojados a la costa por las olas.

Una fuerte brisa soplaba desde el mar, frío y salado. Los pelícanos flotaban sobre las ondulaciones de la marea mientras las gaviotas y un águila solitaria las sobrevolaban en círculos. Las nubes seguían trazando un círculo en el firmamento, amenazando con invadirlo de un momento a otro, pero, por ahora, el sol seguía brillando espléndido con su halo luminoso en el azul del cielo.

Elegimos un camino para bajar a la playa. Mike nos condujo hacia un círculo de lefios arrojados a la playa por la marea. Era obvio que los habían utilizado antes para acampadas como la nuestra. En el lugar ya se veía el redondel de una fogata cubierto con cenizas negras. Eric y el chico que, según creía, se llamaba Ben recogieron ramas rotas de los montones más secos que se apilaban al borde del bosque, y pronto tuvimos una fogata con forma de tipi encima de los viejos rescoldos.

— ¿Has visto alguna vez una fogata de madera varada en la playa? —me preguntó Mike.

Me sentaba en un banco de color blanquecino. En el otro extremo se congregaban las demás chicas, que chismorreaban animadamente. Mike se arrodilló junto a la hoguera y encendió una rama pequeña con un mechero. —Cuando era más joven, muy pequeña y vivía aquí mismo, hacíamos esto todo el tiempo —reconocí mientras él lanzaba con precaución la rama en llamas contra el tipi.

— ¿Oh, en serio? —Preguntó Mike, viendo su sorpresa, un poco deshecha. Tanto fue así, que no mostró auténtica sorpresa, cuando alguien apareció detrás de mí. — ¿Clearwater?

Leah se subió a mi espalda y yo la hice girar, mientras ambas reíamos. —Vinimos desde la reserva a esta misma playa, olí… digo: reconocí a Bella desde la lejanía, ¿acamparán aquí?

—Sí —dijo Jessica sonriente.

Al final, la Manada llegó y se presentó con mis amigos humanos, juntándonos todos en un mismo grupo.

Esto sí que era, estar en casa. Y volver a estar entre los brazos de Leah, solo lo hizo aún mejor.